Entre razas autóctonas y artes medievales
y contemporáneas
GRmanas y GRmanos:
Sobre cómo el frío también va por dentro – Por qué la línea curva es la tendencia que alarga los GRs – Sobre razas autóctonas en la fila de los récords – sobre polvazos por los caminos – de por qué hubo que pasar por la piedra – sobre cómo el arte y la magia son para grandes minorías.
La meteorología, ciencia, arte o magia, ya dejaba notar su primer ramalazo del próximo invierno. Las señales se veían en la cantidad de fajos y refajos que el respetable público traía consigo a la etapa. Y razones no le faltaban. A pesar de que mirar los termómetros callejeros implica un juego de pronósticos a ver quién acierta o quién la dice más gorda (la temperatura), los apéndices corporales delataban la fría realidad. Ya lo expresó con exactitud nuestro rapsoda cuando dijo que las narices se quedaban como si uno hubiera caído de cara dentro de un congelador. Tal expresiva imagen también se comprobó en el interior del carruaje a motor. Los cristales por dentro estaban helados. Pero, a pesar de los menos bajo cero, allí estábamos, enfilando el norte.
Otros, en otros vuelos
Unos allí y otros cuerpos situados en otras direcciones. Algunos, convalecientes. Ojalá les dure poco la puesta a punto. Otros, más al norte europeo, visitando museos tan “impresionistas” como la fábrica de cervezas Heineken o los “impresionantes” escaparates nocturnos de los que aún quedan en el barrio rojo de Amsterdam; alguna, en donde hay más dineros guardados que chocolates y relojes suizos exportados; y alguien, quizá ya debajo de las aguas del océano Índico, en inmersiones hacia otras realidades. Aunque para otros, otros mundos, como el de esa isla caribeña en que alguien del grupo fue tratado hace poco a cuerpo de alta alcurnia comunista. Y el resto, acercándose a Banyoles y empezando a enfilar la línea curva de una etapa que era una provocación por lo aparentemente corta que se presentaba. ¿Corta? ¿La alargamos?
La curvatura del círculo a pie
Los escasos kilómetros planificados eran una apuesta muy tentadora para ver quién los hace más largos. De entrada, para que se vea que se le da consistencia turística, propuesta de vuelta casi completa al lago de Banyoles a pie. Antes, acercamiento en autobús. Bien planificado. La realidad era que ya había quienes lo habían pateado antes del botellón anterior, otros se atrevieron a dar la vuelta al ruedo entre andarines matinales, paseantes de cánidos y otras especies deportivas. Pasear por la orilla de esta masa de agua es hacerlo entre las brumas matinales que dejan ver cómo se despierta ese cuadro líquido en medio de la llanura. Y se observa que los colores de las señales de los GR también están en el agua a aquellas horas: las corcheras separadoras de los trazados indicadores de piragüistas eran blancos y rojos, como si fuera una provocación para atrevidos caminantes encima del agua. O varias piragüas también blancas y rojas. O quienes por allí circulamos con otra visión del conjunto, distinta a aquella otra parada del pasado botellón, tan bien mojada por dentro.
Ya agrupados, el Club Natació Banyoles congregaba a náuticos diversos, estilizados cuerpos fruto de largas sesiones al lado de aguas tan olímpicas. Pero, antes de completar la vuelta, con ampliación del GR incluida, el personal no sabía que se iba a adentrar en los preparativos de un acontecimiento histórico.
Pollinos Guiness autóctonos
La feria de Sant Martirià, junto con la de Firestany, montaba las estructuras. Un acontecimiento histórico que arranca en 1368 cuando Pere IV concedió el permiso para una feria por donde ahora pasa el GR. La raza autóctona del burro de aquí tenía una cita que querían que fuera un récord. Tenían que poner en fila india, atados, el mayor número de rucs, guaràns de la raza Asinina Catalana. Ya empezaban a llegar a su espacio reservado, pero también se congregaban otras razas de animales de aquí: el cavall cerdà bretó, el pollastre de pota blava del Prat de Llobregat, el gos d’atura y la vaca bruna. Por en medio de animales, la zona no permitía ver marcas pero sí oficios diversos de artesanos, productos alimenticios y bares ambulantes. Había casi de todo menos marcas.
Cuando éstas parecía que asomaban, hubo un grupo que salió en estampida. Se convirtieron en veloces fagocitadores de kilómetros, enfilaron el camino y se tiraron a completar el círculo del lago, incluso pasaron más allá del punto de salida (o de parada del autocar). Mientras, otros oteaban los perfiles, husmeaban, preguntaban, giraban el mapa y llegaban a la conclusión de que era hora de juntarse para la primera parada gastronómica en un alto. Vuelta atrás y subida a lo más encima del llano, a los restos de la ermita del santo del día. El cuentakilómetros indicaba que se habían modificado las distancias iniciales aunque aún casi parecía que la inamovilidad era evidente: se empezó al lado del lago (a 165 metros de altura), se recorrió éste y se come mirándolo al fondo, desde 255 metros de altura. La curva más alargada en una suave subida al mirador de L’Estany. Y aún casi no hemos empezado.
El vuelo del polvo y la sugerencia de la sonda
Desde el mirador el camino sigue por la llanura de la comarca, por en medio de tierras sembradas, masías, granjas, fábricas de piensos, pequeñas urbanizaciones con mansiones incorporadas y esos contrastes que deja ver la luz, entre el rojo terruño y el verde ya mortecino de las pocas plantas que aún hay. Bifurcaciones, cruces, la tranquilidad vuelve y estira las pequeñas comunidades hablantes que trotan. Pronto, Serinyà, pueblo con antepasados prehistóricos que se han convertido en objeto de devoción turística. Muchos escolares infantiles y adultos han pasado por allí: es una mirada atrás desde hoy. La cueva allí al lado y el núcleo antiguo del pueblo, con aspecto de estar cuidado, con la mejor pose para ser retratado por el ojo digital. Por ejemplo, una iglesia apta para subir y ver desde arriba el llano. O pequeños rincones con encanto.
El camino sigue por un entorno de momento bien marcado. No parece tener pérdidas, y eso que ya se avisa de que los momentos de estiramientos deben compensarse también con el encogimiento grupal. No obstante, pequeñas sorpresas siempre las hay. Y más si momentáneas necesidades fisiológicas te obligan a sacar, menear, meter, bajar, subir, limpiar, componer, vestirse. Te retiras y buscas un excusado natural y, cuando pretendes ver a alguien, nada. No queda ni el polvo. Menos mal que hay quienes van en grupo a estos menesteres y buscan consuelos o soluciones en conjunto. Al final, reincorporación al grupo con asomo de una nueva iniciativa para no perder el tiempo ni el grupo: “A la próxima etapa acudiremos sondadas”.
Alguien se extasió con el colorido de la tierra recién arada. El sol iluminaba la hilera continua de surcos y descubría la tierra que antes había estado abajo. Momento que aprovechó quien procede del campo extremeño para impartir una auténtica lección del barbecho y la sementera. Es esa cultura rural de tantos desertores del arado que nos reciclamos hace años en jóvenes urbanitas del extrarradio.
Y también hubo dos de diferente sexo que se internaron en el bosque con motivo de la búsqueda de señales. Al reincorporarse al sendero, la coincidencia hizo que, debido a lo seco del suelo, alguien inocente que los vio proclamara: “¡Qué polvazo!” En realidad, la ausencia de lluvias dejó las placenteras sospechas en sólo suciedad en las zapatillas.
El juego al despiste y el paso por la piedra
Las marcas no parecían verse bien siempre. Y un sujeto se dedicó al juego de la confusión. Amagaba con conducirnos hacia una dirección. Pero casi todos sospechábamos que era la contraria. Al final algunos sesudos observadores no se creyeron los ardides del caminante. Pensaron que en vez de un juego era un cúmulo de errores en la orientación de quien, por otra parte, ha demostrado buen olfato para las señales en otras ocasiones.
En ésas estábamos cuando el camino parecía ir de frente. Encima de una piedra permanecía un pensador profesional que dejaba discurrir el sentido de la búsqueda y captura de la marca auténtica. Antes de que se siguiera el camino incorrecto, levantó sus reales y descubrió que lo que tenía debajo eran las marcas del GR que se debían seguir. “Ahora pasaréis todos por la piedra”, dijo. Y así se hizo.
El tiempo y los kilómetros preconizaban que quedaba poco para el final. Aún no se veían señales de tan histórico y turístico pueblo pero el cielo mostraba curiosos vuelos. Por ejemplo, el de tantas gaviotas en la zona del río Fluvià. Nuestro lobo de mar luego olfateó que estas aves se trasladaban hacia los basureros del interior, como si de auténticas carroñeras se tratase. Otros, a pesar de tantas dioptrías, fueron capaces de enfocar la bifocal al cielo y distinguir algo parecido a parapentes con motor. Iban más altos que las gaviotas y también con más ruido. Cerca había una feria de estos objetos voladores a motor. Y, poco a poco, ya nos aproximábamos al arte medieval recubierto por vivos colores de eso que ahora se llama Arte Contemporáneo, sólo al alcance en su totalidad de algunos iniciados. Del burro tipo raza autóctona íbamos a pasar a otras especies artísticas de altos vuelos.
Besalú, magia, arte y también polvo
A estas alturas de la vida turística, qué decir de este pueblo si no fuera por el asombro del colorido con que vistieron el torreón central de paso del puente. Un buen efecto óptico con cierto ramalazo de arte contemporáneo. El cromatismo moderno que contrasta con lo medieval del pueblo, un lugar con un cementerio donde enterraron maquis, un casco antiguo medieval y mucha magia durante aquel fin de semana.
Antes de refocilarnos con tantas artes, los estómagos pedían una parada y se hizo. El lugar, regentado por foráneos acogidos en un bar llamado “Fórum”, tenía una terraza con mesas protegidas con una buena capa de polvo. Esto sí que era un gran polvazo. La limpieza la hicieron con una de esas bayetas tipo limpiaparabrisas de semáforo que te exige el pago del diezmo. Después, tal arte tenían que hasta excitaron las iras de algunos profesionales degustadores de cerveza. Si en sus países se toma del tiempo o templada, en la patria de tantas razas autóctonas se sirve fría. Y sino, me quejo y se la devuelvo. Y así hicieron.
Los postres, como de costumbre por estas fechas, fueron un buen momento para esquilmar las carteras con loterías variadas. Aunque la suerte aún estaba por llegar, allí al lado había que visitar por enésima vez la población. El arco recubierto provocó recuerdos de esos museos de arte contemporáneos que son la moda. Sitios ansiados por cualquier población que se precie de estar a la última. Cuadros y objetos sólo (in)comprendidos por la selección artificial de las mentes más avispadas. Más allá, el pueblo y la magia.
Aquel fin de semana se inauguraba el I Festival de Magia de Besalú, con cena mágica, espectáculo de serpientes, magia en globo y gran gala nocturna para condecorar al mago de siempre…¿quién? Pues al Màgic Andreu.
Entre tanto, al lado de la iglesia, ojo avizor estaban los del tradicional negocio a pie de calle: “el poder de la tierra, la cabanya dels bruixots del Pirineu, ajos mágicos”. O ese puesto de la echadora de cartas que por 20 euros te adivina lo divino y lo humano, todo con el ritual olor y los adornos al uso. Por las paredes, otra tradición cada vez más autóctona: anuncio del “sopar independentista”.
Visto lo visto, vuelta atrás, acomodo para la siesta de rigor y regreso al punto de partida. La luz del otoño aporta al paisaje pistas para llegar a otra forma de entenderlo. Poco a poco, de tanto usarlo para disfrutar de él, de ese intento por interiorizar campos, naturaleza y luces, recorriéndolo en cuerpo y alma, quizá llegue algún día en que uno se pueda acercar a aquello que dijo Aldous Huxley:
“El hábito convierte los placeres suntuosos en necesidades cotidianas”
Evaristo
Terrassa, 22 de noviembre de 2007
http://afondonatural.blogspot.com
Pasar de lo superficial al fondo no es fácil. Tener buen fondo cuesta. Pero, tranquilos, aquí no se va a tope ni a fondo. Todo con naturalidad.
miércoles, 28 de noviembre de 2007
domingo, 4 de noviembre de 2007
Segunda etapa del GR 1, entre Llampaies y Banyoles
Entre la diversidad de paisajes y la uniformidad de olores
GRmanas y GRmanos:
De cómo los más veteranos no son los más “rodados” – ¿quién buscaba sillas vacías? - sobre caminar a la sombra del Canigó – sobre el rekuerdo (con K) del final, al principio – sobre animales sin efecto Axe –sobre obeliscos vegetales- sobre remos, remadas y ….- de mares interiores en otoño- sobre bodas, botellones y calentones. Sobre poesías encima del agua que hay que pisar.
Cuando parecía que al día siguiente el rugido de la élite de los motores hacía soñar a más de uno con milagros de alta gama, la realidad se acercó hasta la primera parada en forma de un veterano profesional que casi se estrenaba con su vehículo de treinta y siete plazas. No había dudas de que la FIA no andaba detrás de posibles alteraciones técnicas. No era por eso que alguna puerta no se abría, que la marcha atrás parecía no sincronizada o que los botones del tablero casi eran unos desconocidos puestos allí para ser descubiertos sobre la marcha. La apuesta se simbolizó en ese cruce general de dedos para que las sorpresas no fueran más allá que para risa y jerigonza global. La veteranía dice que es un grado pero en esta ocasión pudo más la suerte que la experiencia. No obstante, la experiencia de pasar por tantas manos hace que el grupo andarín acoja cada nueva cara al volante como un bautismo más.
Camino sin sillas
Llampaies, principio hacia el mar Mediterráneo. Llampaies, principio hacia ese mar interior llamado Lago de Banyoles. Dos direcciones contrarias que forman parte del mismo GR, que tienen en común superficies más o menos llanas con montículos, con un final en grandes masas de agua, sean dulces o saladas. Y con otro final común: botellones a la orilla de ambas superficies. En medio, no había las tan buscadas sillas pero sí animales; no se olía a cautivadores y femeninos (se supone) perfumes pero sí a quienes desconocían el humano efecto Axe; no se apreciaban barcas pero sí asfalto en todas direcciones; no había frutas para degustar pero sí campos y más campos con algunas hortalizas bien visibles y bien valladas; no rugían las olas en la orilla pero sí zumbaban tantos y tantos camiones o motores de fin de semana, dejando en medio idílicas masías perturbado su bucolismo campestre por el rugido de veteranos (estos sí) camioneros o por el tubo de escape de tantos y tantos cerdos productores de carnes y derivados olfativos. Sillas, algunas en las masías abiertas; sillares, en los arcos de las más antiguas; sillones, en alguna terraza con abuelos al sol. Pero de las otras sillas, ni rastro.
Recuerdos del final
Entre los 120 metros del nivel del mar del punto de partida hasta los 165 de la llegada a Banyoles, el paisaje sorprendió con pequeños toques de atención para no caer en la monotonía. Muchas barriadas, agrupaciones de casas, masías solas, establecimientos agropecuarios, cruces diversos a carreteras de más o menos solera, un continuo sorteo de caminos bien marcados que también enseñaron nuevas marcas. Hasta aquí llega la brocha del grupo terrassense que ha marcado con señales amarillas y azules la vieja vía romana denominada Vía Augusta. En muchos tramos no deja de ser la referencia más antigua por la que se guiaron para las modernas autopistas o para esa otra vía paralela con nombre de AVE, aunque le cueste iniciar el primer vuelo.
Las ondulaciones del terreno brindaban los tonos ocres de las tierras aradas, con rectos surcos que se perdían en la distancia, si es que antes la lluvia no los había desdibujado. O se alternaban con esos campos de maíz para ser convertido en forraje o triturado para el invierno. Son los contrastes del otoño en unas tierras que se columpian entre el Alt Empordà i el Pla de l’Estany (si miramos el terreno, lo de alto y llano daría pie a más de una tertulia), situadas en medio de cadenas montañosas a lo lejos y, aquí cerca, pequeñas poblaciones como Orriols. Parada y fonda. ¿Dónde? Qué mejor lugar que a la sombra de la pared del viejo cementerio, en un antiguo entorno parecido a una plaza con una calle que va al castillo y otra a la iglesia. Al lado, el cementerio viejo. Y aquí, botas, condumios, cafés y líquidos varios. Son momentos más para disfrutar que no para leer la inscripción que recuerda lo inevitable. Quizá fue escrita por un ácrata de los de la K (“tanka per a l’entrada al cementiri”), pero sus humildes versos debían pretender poner las cosas en su sitio:
No tan sols els vius
Sense memòria es perden,
Vianant
Aquest és el lloc,
Teva és l’ombra
Ressucita ara els teus morts
Versos quizá premonitorios de otro casual encuentro en Banyoles con alguien relacionado con la muerte, un ser andante que guía a vivos y a difuntos, como descubriremos después. Y versos que tienen otra continuación también al final, en Banyoles. Y un tema, éste, que hizo proclamar al escritor ruso Dostowiesky, que “Europa es un cementerio”.
Obeliscos vegetales
La comarca presuntamente llana era una suma de contrastes ondulados. Las suaves lomas dibujaban olas en un terreno amable, o en barbecho, despejado de vegetación en general aunque también protegido por masas boscosas bien cuidadas. Un paseo muy agradable por caminos abiertos unas veces, o amparados otras por muchas encinas. La verticalidad se manifestaba en las boyas metálicas para guardar y distribuir el pienso en las granjas, construcciones metálicas que asomaban y anunciaban que esos animales tan limpios y gustosos se engordaban al lado. Pero, sin duda, eran las viejas encinas las que parecían monumentos vegetales en los patios de algunas masías. Se presentaban en medio de la zona de entrada, rodeadas por cemento y allí entronizadas como la mejor decoración para recibir al posible visitante. Árboles centenarios considerados con el mayor respeto posible, símbolos de muchas generaciones de antepasados que las vieron crecer con esa lentitud propia de algunos vegetales mediterráneos. Herencias que transmiten un gran respeto por la naturaleza y por el trabajo bien hecho. Ellas allí y nosotros aquí, viendo los diferentes rostros del Pla de l’Estany.
Animales en clausura
La zona, una de las más habitadas de Catalunya por animales de granja, ratifica a sus inquilinos por su típico olor. Profundo, de aquellos que no hace falta respirar hondo por si se acaba. No. Permanece con insistencia, sin efectos Axe o disimuladas impregnaciones para hacer oler lo que no es. La alimentación tan industrial diseñada por laboratorios brinda estos resultados. Cerdos en serie, carnes según la fluctuación de la lonja de Bellpuig y uno de esos animales de los que se aprovecha todo. Y también asomaban ya algunas ocas y patos, quizá importados de los vecinos del norte, allí donde su carne es tan habitual como aquí otras. La producción en serie nos alimenta.
Espíritus literarios
Pasadas algunas casas de recreo o de inversión, de las que te hacen imaginar la supuesta opulencia ajena, la llanura permitía ver la sierra Transversal al fondo. Además de tantas antenas como se ven por todos los puntos más altos, destacaba una atalaya literaria. La Mare de Deu del Mont despuntaba como símbolo que permitió a Jacint Verdaguer allí escribir su obra “Canigó”. Se veía al fondo y uno se imaginaba al cura de Folgueroles allí recluido escribiendo versos tan afamados. Es el mismo cura del que también vimos la casa donde murió en aquella etapa que pasaba por Valldoreix. O también, ya de nuevo bajando de las alturas, aquí al lado la imaginación te llevaba a Javier Cercas, a buscar el santuario de El Cullell, donde Sánchez Mazas y los suyos se convirtieron en protagonistas de “Soldados de Salamina”. Una zona ya descubierta al turismo, como muy bien demostraba uno de nuestros andarines, destacado guía de la romería nocturna. Él ya había experimentado en su cuerpo y mente este recorrido, lo que confirma aquella teoría ya expuesta: nombre turístico que cites en un GR, seguro que alguien levanta la mano y dice: “Yo ya estuve allí”.
Cerca, Banyoles
La llanura cercana a esta población brindaba de nuevo ese paisaje que parece una transición antes de entrar en zona volcánica propiamente dicha. Los campos de al lado acababan en Banyoles, una vez franqueada la carretera de Girona a Olot. Entrar en esta población, famosa por tristes exposiciones de humanos disecados y apergaminados, es también observar esa realidad de mezclas de razas y de personas, de convivencia diversa y tranquila entre gentes de muchos lugares. Como las calles desconcertaban, uno va y pregunta a quien iba bien vestido repartiendo sospechosos papeles. Se le veía muy habituado a tratar con los vivos. Sus indicaciones fueron muy completas y precisas. Pero, por lo que llevaba, también conocía muy a fondo el “Polvo eres”: era un operario de la funeraria que repartía recordatorios de un entierro. De aquellos cementerios pasamos a la antesala de lo que nos espera.
Y, al lado del lago, ya nos esperaban quienes ya lo habían pateado porque el veterano conductor los había trasladado aquí. Aunque sólo hicieron la mitad del GR, seguro que la espectacularidad de la masa líquida les obligó a recorrerlo a pie.
Botellones, remos, calentones y celebraciones
La sede de las pruebas de remo y piragüismo de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 estaba espléndida. La superficie lacustre parecía un gran mar de los de tierra adentro, con sus pesqueras, con esas pequeñas edificaciones que parecían flotar encima del agua, barcos de paseo y otros deportivos, de esos de remar. La tranquilidad imbuía un ambiente otoñal: plataneros y otros árboles de ribera que rodean el lago, ya con los colores ocres y amarillos de las hojas, ya con sus ramas cimbreadas por el aire. Mientras el agua y el botellón mojaban exteriores e interiores, allí sentados se podían apreciar esas fotos hechas aquí por Navia, de las que decoran artísticos calendarios de pared: en un momento dado la brisa provocó la caída de mortecinas hojas sobre el agua de la orilla, mientras al fondo los patos y las gaviotas se dejaban mecer por las suaves olas del agua y, en medio, algunas piraguas se abrían paso a base de mover los remos. Estampas que permanecen en la retina como auténticas combinaciones paisajísticas, parecidas a las que los pintores de la escuela de Olot recogen en sus cuadros.
Mientras el lago se ofrecía tal cual, la doble fila de cansados y hambrientos andarines se dedicaba al agradable arte del comer y del beber. Al lado de un cartel con prohibiciones varias, se consumó la alimentación a pesar de estar fuera de la ley. Neveras desplegadas, bebidas frías y condumios varios. A los postres, sorpresa y agradecimientos al padre (y ya suegro), al marido, a Marta y a Martí (que no haya malos pensamientos como si los dúos ya fueran tríos). Qué detalle la invitación a tarta y a Martí Sardà, el excelente cava que sirvió para animar posteriores elucubraciones relacionadas con el calentamiento global. Nuestro compañero de caminos y su hermano nos deleitaron con esas burbujas tan celebradas.
Claro que la subida del nivel alcohólico les sirvió a ciertas personas para contemplar con otros ojos a quienes se afanaban en fortalecerse con los dos remos. Aquéllos allá moviendo esas dos extremidades artificiales en el agua y ese reducido colectivo, a la orilla, entregándose a ensoñaciones fruto no de la inocencia de la edad. Llegaron a imaginarse qué hacer con terceros remos en las piraguas, cómo manejar este último y cuál sería el manual de instrucciones para elucubraciones más que eróticas: remo, remada y…
Pero no todo quedó ahí a la orilla. De nuevo en el autocar, acomodados los cuerpos a los duros respaldos, la imaginación de las burbujas siguió trabajando y produciendo piezas insinuantes de alto calibre, hasta que el sueño reparador situó las lenguas en su sitio y el cerebro al ralentí.
En la orilla del lago, a nivel del agua, también estaba presente la poesía. No se asemejaba a la de aquel cementerio de Orriols, ni a la de “Canigó”. Eran unos versos que se pisaban. No quedaba más remedio. Para acceder a la Oficina de Turismo de Banyoles la sorpresa era un paso con el agua debajo y un vidrio que había que traspasar, el cual te brindaba la posibilidad de ver, leer y pensar en un halago más a este lago para recordar:
Cada color del mon
se t’encomana, estany,
cal.lidoscopi cristal.lí
blau cel del cel
en pau i blaumarí
quan et xarbota
un cop de tramontana,
tens segon com,
foscors de serralada
o bé t’imagines
del gris blanqiinós
dels núvols
i tot d’una et fos verd
si presagies
la tamborinada
J.N. Santaeululàlia
2006
Evaristo
Terrassa, 25 de octubre de 2007
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GRmanas y GRmanos:
De cómo los más veteranos no son los más “rodados” – ¿quién buscaba sillas vacías? - sobre caminar a la sombra del Canigó – sobre el rekuerdo (con K) del final, al principio – sobre animales sin efecto Axe –sobre obeliscos vegetales- sobre remos, remadas y ….- de mares interiores en otoño- sobre bodas, botellones y calentones. Sobre poesías encima del agua que hay que pisar.
Cuando parecía que al día siguiente el rugido de la élite de los motores hacía soñar a más de uno con milagros de alta gama, la realidad se acercó hasta la primera parada en forma de un veterano profesional que casi se estrenaba con su vehículo de treinta y siete plazas. No había dudas de que la FIA no andaba detrás de posibles alteraciones técnicas. No era por eso que alguna puerta no se abría, que la marcha atrás parecía no sincronizada o que los botones del tablero casi eran unos desconocidos puestos allí para ser descubiertos sobre la marcha. La apuesta se simbolizó en ese cruce general de dedos para que las sorpresas no fueran más allá que para risa y jerigonza global. La veteranía dice que es un grado pero en esta ocasión pudo más la suerte que la experiencia. No obstante, la experiencia de pasar por tantas manos hace que el grupo andarín acoja cada nueva cara al volante como un bautismo más.
Camino sin sillas
Llampaies, principio hacia el mar Mediterráneo. Llampaies, principio hacia ese mar interior llamado Lago de Banyoles. Dos direcciones contrarias que forman parte del mismo GR, que tienen en común superficies más o menos llanas con montículos, con un final en grandes masas de agua, sean dulces o saladas. Y con otro final común: botellones a la orilla de ambas superficies. En medio, no había las tan buscadas sillas pero sí animales; no se olía a cautivadores y femeninos (se supone) perfumes pero sí a quienes desconocían el humano efecto Axe; no se apreciaban barcas pero sí asfalto en todas direcciones; no había frutas para degustar pero sí campos y más campos con algunas hortalizas bien visibles y bien valladas; no rugían las olas en la orilla pero sí zumbaban tantos y tantos camiones o motores de fin de semana, dejando en medio idílicas masías perturbado su bucolismo campestre por el rugido de veteranos (estos sí) camioneros o por el tubo de escape de tantos y tantos cerdos productores de carnes y derivados olfativos. Sillas, algunas en las masías abiertas; sillares, en los arcos de las más antiguas; sillones, en alguna terraza con abuelos al sol. Pero de las otras sillas, ni rastro.
Recuerdos del final
Entre los 120 metros del nivel del mar del punto de partida hasta los 165 de la llegada a Banyoles, el paisaje sorprendió con pequeños toques de atención para no caer en la monotonía. Muchas barriadas, agrupaciones de casas, masías solas, establecimientos agropecuarios, cruces diversos a carreteras de más o menos solera, un continuo sorteo de caminos bien marcados que también enseñaron nuevas marcas. Hasta aquí llega la brocha del grupo terrassense que ha marcado con señales amarillas y azules la vieja vía romana denominada Vía Augusta. En muchos tramos no deja de ser la referencia más antigua por la que se guiaron para las modernas autopistas o para esa otra vía paralela con nombre de AVE, aunque le cueste iniciar el primer vuelo.
Las ondulaciones del terreno brindaban los tonos ocres de las tierras aradas, con rectos surcos que se perdían en la distancia, si es que antes la lluvia no los había desdibujado. O se alternaban con esos campos de maíz para ser convertido en forraje o triturado para el invierno. Son los contrastes del otoño en unas tierras que se columpian entre el Alt Empordà i el Pla de l’Estany (si miramos el terreno, lo de alto y llano daría pie a más de una tertulia), situadas en medio de cadenas montañosas a lo lejos y, aquí cerca, pequeñas poblaciones como Orriols. Parada y fonda. ¿Dónde? Qué mejor lugar que a la sombra de la pared del viejo cementerio, en un antiguo entorno parecido a una plaza con una calle que va al castillo y otra a la iglesia. Al lado, el cementerio viejo. Y aquí, botas, condumios, cafés y líquidos varios. Son momentos más para disfrutar que no para leer la inscripción que recuerda lo inevitable. Quizá fue escrita por un ácrata de los de la K (“tanka per a l’entrada al cementiri”), pero sus humildes versos debían pretender poner las cosas en su sitio:
No tan sols els vius
Sense memòria es perden,
Vianant
Aquest és el lloc,
Teva és l’ombra
Ressucita ara els teus morts
Versos quizá premonitorios de otro casual encuentro en Banyoles con alguien relacionado con la muerte, un ser andante que guía a vivos y a difuntos, como descubriremos después. Y versos que tienen otra continuación también al final, en Banyoles. Y un tema, éste, que hizo proclamar al escritor ruso Dostowiesky, que “Europa es un cementerio”.
Obeliscos vegetales
La comarca presuntamente llana era una suma de contrastes ondulados. Las suaves lomas dibujaban olas en un terreno amable, o en barbecho, despejado de vegetación en general aunque también protegido por masas boscosas bien cuidadas. Un paseo muy agradable por caminos abiertos unas veces, o amparados otras por muchas encinas. La verticalidad se manifestaba en las boyas metálicas para guardar y distribuir el pienso en las granjas, construcciones metálicas que asomaban y anunciaban que esos animales tan limpios y gustosos se engordaban al lado. Pero, sin duda, eran las viejas encinas las que parecían monumentos vegetales en los patios de algunas masías. Se presentaban en medio de la zona de entrada, rodeadas por cemento y allí entronizadas como la mejor decoración para recibir al posible visitante. Árboles centenarios considerados con el mayor respeto posible, símbolos de muchas generaciones de antepasados que las vieron crecer con esa lentitud propia de algunos vegetales mediterráneos. Herencias que transmiten un gran respeto por la naturaleza y por el trabajo bien hecho. Ellas allí y nosotros aquí, viendo los diferentes rostros del Pla de l’Estany.
Animales en clausura
La zona, una de las más habitadas de Catalunya por animales de granja, ratifica a sus inquilinos por su típico olor. Profundo, de aquellos que no hace falta respirar hondo por si se acaba. No. Permanece con insistencia, sin efectos Axe o disimuladas impregnaciones para hacer oler lo que no es. La alimentación tan industrial diseñada por laboratorios brinda estos resultados. Cerdos en serie, carnes según la fluctuación de la lonja de Bellpuig y uno de esos animales de los que se aprovecha todo. Y también asomaban ya algunas ocas y patos, quizá importados de los vecinos del norte, allí donde su carne es tan habitual como aquí otras. La producción en serie nos alimenta.
Espíritus literarios
Pasadas algunas casas de recreo o de inversión, de las que te hacen imaginar la supuesta opulencia ajena, la llanura permitía ver la sierra Transversal al fondo. Además de tantas antenas como se ven por todos los puntos más altos, destacaba una atalaya literaria. La Mare de Deu del Mont despuntaba como símbolo que permitió a Jacint Verdaguer allí escribir su obra “Canigó”. Se veía al fondo y uno se imaginaba al cura de Folgueroles allí recluido escribiendo versos tan afamados. Es el mismo cura del que también vimos la casa donde murió en aquella etapa que pasaba por Valldoreix. O también, ya de nuevo bajando de las alturas, aquí al lado la imaginación te llevaba a Javier Cercas, a buscar el santuario de El Cullell, donde Sánchez Mazas y los suyos se convirtieron en protagonistas de “Soldados de Salamina”. Una zona ya descubierta al turismo, como muy bien demostraba uno de nuestros andarines, destacado guía de la romería nocturna. Él ya había experimentado en su cuerpo y mente este recorrido, lo que confirma aquella teoría ya expuesta: nombre turístico que cites en un GR, seguro que alguien levanta la mano y dice: “Yo ya estuve allí”.
Cerca, Banyoles
La llanura cercana a esta población brindaba de nuevo ese paisaje que parece una transición antes de entrar en zona volcánica propiamente dicha. Los campos de al lado acababan en Banyoles, una vez franqueada la carretera de Girona a Olot. Entrar en esta población, famosa por tristes exposiciones de humanos disecados y apergaminados, es también observar esa realidad de mezclas de razas y de personas, de convivencia diversa y tranquila entre gentes de muchos lugares. Como las calles desconcertaban, uno va y pregunta a quien iba bien vestido repartiendo sospechosos papeles. Se le veía muy habituado a tratar con los vivos. Sus indicaciones fueron muy completas y precisas. Pero, por lo que llevaba, también conocía muy a fondo el “Polvo eres”: era un operario de la funeraria que repartía recordatorios de un entierro. De aquellos cementerios pasamos a la antesala de lo que nos espera.
Y, al lado del lago, ya nos esperaban quienes ya lo habían pateado porque el veterano conductor los había trasladado aquí. Aunque sólo hicieron la mitad del GR, seguro que la espectacularidad de la masa líquida les obligó a recorrerlo a pie.
Botellones, remos, calentones y celebraciones
La sede de las pruebas de remo y piragüismo de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 estaba espléndida. La superficie lacustre parecía un gran mar de los de tierra adentro, con sus pesqueras, con esas pequeñas edificaciones que parecían flotar encima del agua, barcos de paseo y otros deportivos, de esos de remar. La tranquilidad imbuía un ambiente otoñal: plataneros y otros árboles de ribera que rodean el lago, ya con los colores ocres y amarillos de las hojas, ya con sus ramas cimbreadas por el aire. Mientras el agua y el botellón mojaban exteriores e interiores, allí sentados se podían apreciar esas fotos hechas aquí por Navia, de las que decoran artísticos calendarios de pared: en un momento dado la brisa provocó la caída de mortecinas hojas sobre el agua de la orilla, mientras al fondo los patos y las gaviotas se dejaban mecer por las suaves olas del agua y, en medio, algunas piraguas se abrían paso a base de mover los remos. Estampas que permanecen en la retina como auténticas combinaciones paisajísticas, parecidas a las que los pintores de la escuela de Olot recogen en sus cuadros.
Mientras el lago se ofrecía tal cual, la doble fila de cansados y hambrientos andarines se dedicaba al agradable arte del comer y del beber. Al lado de un cartel con prohibiciones varias, se consumó la alimentación a pesar de estar fuera de la ley. Neveras desplegadas, bebidas frías y condumios varios. A los postres, sorpresa y agradecimientos al padre (y ya suegro), al marido, a Marta y a Martí (que no haya malos pensamientos como si los dúos ya fueran tríos). Qué detalle la invitación a tarta y a Martí Sardà, el excelente cava que sirvió para animar posteriores elucubraciones relacionadas con el calentamiento global. Nuestro compañero de caminos y su hermano nos deleitaron con esas burbujas tan celebradas.
Claro que la subida del nivel alcohólico les sirvió a ciertas personas para contemplar con otros ojos a quienes se afanaban en fortalecerse con los dos remos. Aquéllos allá moviendo esas dos extremidades artificiales en el agua y ese reducido colectivo, a la orilla, entregándose a ensoñaciones fruto no de la inocencia de la edad. Llegaron a imaginarse qué hacer con terceros remos en las piraguas, cómo manejar este último y cuál sería el manual de instrucciones para elucubraciones más que eróticas: remo, remada y…
Pero no todo quedó ahí a la orilla. De nuevo en el autocar, acomodados los cuerpos a los duros respaldos, la imaginación de las burbujas siguió trabajando y produciendo piezas insinuantes de alto calibre, hasta que el sueño reparador situó las lenguas en su sitio y el cerebro al ralentí.
En la orilla del lago, a nivel del agua, también estaba presente la poesía. No se asemejaba a la de aquel cementerio de Orriols, ni a la de “Canigó”. Eran unos versos que se pisaban. No quedaba más remedio. Para acceder a la Oficina de Turismo de Banyoles la sorpresa era un paso con el agua debajo y un vidrio que había que traspasar, el cual te brindaba la posibilidad de ver, leer y pensar en un halago más a este lago para recordar:
Cada color del mon
se t’encomana, estany,
cal.lidoscopi cristal.lí
blau cel del cel
en pau i blaumarí
quan et xarbota
un cop de tramontana,
tens segon com,
foscors de serralada
o bé t’imagines
del gris blanqiinós
dels núvols
i tot d’una et fos verd
si presagies
la tamborinada
J.N. Santaeululàlia
2006
Evaristo
Terrassa, 25 de octubre de 2007
http://afondonatural.blogspot.com