viernes, 13 de octubre de 2006

Primera etapa de la temporada 06-07

GR 92, etapa de Torroella de Montgrí a Begur

Puesta a punto con turbulencias en el inicio de la temporada
por el Baix Empordà


El rodaje inicial de la nueva temporada empezó con significativas novedades, propias de quienes cuidan cada vez más la consolidación de un servicio de transporte de cercanías. El habitual autobús, muy rodado por los ruidos y chirridos que no cubre la ya perdida insonorización de los bajos, fue testigo de los dos grupos (más uno individual en Mollet) que se formaron a esas horas nocturnas en que los padres excursionistas dejan la cama caliente a los hijos troneras que se incorporan al lecho familiar. Ahí estábamos, subimos y, donde todo parecía comodidad, se empezaron a notar suspicacias que esperemos no vayan a mayores.

El viaje motorizado

Cual autobús de la tercera edad, en que las correrías de los abuelos por reservar el asiento habitual son frenéticas, así parece que podría ocurrir pronto si no se respetan los derechos de antigüedad. Algunas personas ya casi con el mismo asiento reservado de por vida vieron herida su sensibilidad al notar que ya estaba ocupado. Por eso tuvieron que acomodar sus reales posaderas en asientos no adaptados, ergonómicamente hablando, a su lindo culo. De la zona VIP pasaron a espacios traseros. Alguien ya diseñó la estrategia de subir también con el primer grupo y, así, seguir donde siempre.
Y hubo quien se dejó llevar por la costumbre y, cuando montó en el segundo turno, quiso viajar cual polizón que pretende pasar el Estrecho de Gibraltar camuflado en el motor de un camión. De momento, en este rodado carruaje a motor, la mochila no se puede guardar en el motor. Ya veremos más adelante qué pasa. La segunda parada, por otra parte, fue despedida por un ciclista que creía que éramos de a dos ruedas que partían de Viladecavalls a Sitges. Se supone que se dejó llevar por el olfato de que arriba iban también los de BICIMANIA.
El acomodo en el vehículo sirvió para un preocupante desplazamiento de los temas de conversación. Si, después de vacaciones, se suele hablar de éstas en primer lugar, esta vez predominaron las consultas en voz alta sobre achaques varios, disfunciones de miembros, pruebas de rodaje de extremidades en cartera, recuperaciones de convalecencias anteriores y ese nuevo dolor que te sorprende cada día cuando te levantas y que ya te da que pensar. Incluso, para completar el retrato, desde atrás hubo quien se interesó por conocer a quién pertenecía esa nueva calva que veía en lontananza. En esencia, haberlas haylas y, en potencia, cada temporada alguna más. No obstante, al acabar la etapa, alguien creyó reconocer la vitalidad de un miembro del grupo por lo que contaba, pero fue una desgraciada mala interpretación tal como se comprobará más adelante. En el fondo, son esos altibajos, esas turbulencias que preocupan pero que, de momento, aún se pueden corregir con presteza y apósitos y no suelen necesitar de aterrizajes forzosos dirigidos por el facultativo de turno.

El viaje a pie

Atrás quedaba en la memoria Torroella de Montgrí y su castillo allá arriba. La dirección ahora era hacia la parte baja. El golf de esta población nos encajonaba entre este césped artificial, cual si fuera una esponja que chupa muchos trasvases de agua, y el río Ter en su tramo final antes de entregarse al mar cercano un poco más allá. El camino llano estaba adornado por esas mecedoras vegetales que son las cañas y por campos de árboles frutales ya sin fruta. Algunos amantes de vegetales ajenos oteaban las superficies arbóreas para tomar prestado ese manjar que sabe mejor cuando se coge con la mano, es gratis y lo cultiva otro. Higos, granadas y manzanas fueron el regalo para los más atrevidos. En otoño las orillas de los caminos te agradecen tu paseo con estas dádivas vegetales.
El Baix Empordà era la tierra de la puesta a punto de inicio de temporada. Del río Ter al río Daró, en una superficie plana que exige pasar por el pueblo de Gualta, donde se aprecia su molino de agua y, a la salida, hubo que tensar los cuádriceps para ascender al lugar donde los bocadillos se compartieron con la vista de los promontorios del macizo de Montgrí y sus salientes en el mar, las islas Medes. El Turó de Font Pasquala, con sus 92 metros, sació el apetito que se debió abrir por la suave ascensión desde los 15 metros iniciales hasta esta cima.
La atalaya con vistas al fondo ofreció una excelente perspectiva a lo lejos, una cierta diseminación del grupo allí al lado y, más a la mano, bocadillos, magreos a la bota y otras lindezas comestibles dieron paso a seguir en suave bajada hacia Fontanilles. Esta tierra, colonizada por tantas civilizaciones que entraron por el cercano mar, ha pasado a ser idealizada por tantos burgueses e intelectuales que la han tomado y que han establecido comparaciones con la Provenza francesa o la Toscana italiana. Pero aquí, además de pueblos con labradores y viejas casas en donde el cerebro produce libros después de largas tertulias muy bien regadas, hay olor a purines, barro y trabajo. También masías fortificadas con torreones de vigilancia, escondidas entre la frondosidad de palmeras, olivos y demás vegetación mediterránea.
En esta zona también se cultiva el arroz. Diferentes cosechadoras trabajaban en la recolección mientras otros, senderistas ellos, tiraban de las ramas de las higueras, abrían granadas y olisqueaban otras frutillas de las que se desconocía su propietario. Con las manos pegajosas llegó Palau Sator. A un lado quedó la iglesia de Santa María. Nosotros, a lo nuestro. Las señales ayudaban a seguir con la esperanza de que el próximo pueblo, Fontclara, hiciera honor a su nombre y nos regalara esa fuente para el lavado de extremidades superiores. No, el agua estaba en los canales de los arrozales y no era apta para otros menesteres.
Ya se empezaba a notar que aquellas quejas sobre la salud se acrecentaban a medida que los kilómetros situaban a cada uno en su lugar. Tampoco se puede pedir más al principio de temporada. Las puestas a punto no debían ser violentas. Poco a poco y a buen paso. O sea, vigilar siempre dónde se pone el pie. Algo que parece mecánico, un acto reflejo muy bien practicado que no lo es tanto. Meter la pata o tener mala pata está al alcance de cualquiera. O por no hablar de los tobillos y demás piezas de las extremidades andantes que a veces olvidan su uso y provocan que lo que está arriba se arrastre por los suelos y todos nos solidaricemos con el papel del caminante caído, aunque el dolor real sólo lo siente sólo él.
Pals enseñó su mejor cara, o sea, esa zona medieval de gran encanto, con El Pedró como un inmejorable lugar para mirar a lo lejos, con varios poyos preparados para el jubilado, el turista cansado o el GRmano que ya piensa en cuándo acabará la etapa. Al lado de los asientos de piedra había una fuente, la oficina de turismo y las típicas tiendas de regalos nativos (made in China).
Mientras los efluvios líquidos refrescaban y refrigeraban los cuerpos, otros aprovecharon para aliviar vejigas y ascender a un punto alto en el que ratificar que era verdad que este verano tiraron las antenas de Radio Liberty, instaladas desde cuando el general ayudaba a los estadounidenses a transmitir mensajes con la verdad absoluta hacia los países del Este. Ahora la playa de este pueblo ha quedado libre de esas instalaciones. Porque aquí también hay playa y parquímetros activos y paredes reconstruidas y mucho encanto de otras épocas. Y pequeños accidentes, cómo no.

Un desgraciado “viaje” hacia abajo

Tanta belleza de este pueblo quedó eclipsada por esos incidentes que cualquiera puede protagonizar. En un momento inesperado la sorpresa se convierte en sangre. Hablas, ríes, te relajas, observas lo bien que estás cuando estás bien y, de golpe, un miserable bordillo te condena a comprobar la dureza de tu cabeza cuando da y rebota en el cemento. Parecía imposible pero era real y, en esta ocasión, tenía nombre de hombre poeta pero podíamos haber sido cualquiera. De hecho, no hace tanto otros tuvimos que morder el polvo del asfalto y sacrificamos el juego óseo llamado tobillo. El rapsoda afectado tomó la situación como venía y, como días después pudimos comprobar, el golpe le provocó una grata conexión neuronal y un ripio elevó el incidente a la categoría lírica. Ya tenía otra experiencia con aquella maligna zarza de antaño, enganchada a una oreja. Ahora el estorbo de un reborde le creó una muesca en la frente y en la nariz, o sea, otra herida de guerra que confirma que sigue activo y en marcha.
Y, como siempre, también hay por allí algún maligno que incita a reírse de lo malo, ese chistoso que compara la dureza de una cabeza humana con un adoquín, que implora al dios Murphi en estos casos y que demuestra que los humanos, al final, siempre nos reímos de lo malo, mientras le pase a otro. Y a otro también se le resentía aquel tobillo lastimado por aquella vecina que recibió al recién llegado con cajas destempladas. Gajes de este oficio que es el andar y ver un paisaje que incita a esa tranquilidad protegida del viento de la Tramontana por los cipreses.
Dicen que, para las personas del Medievo, cuando veían a uno de estos árboles al lado de una casa, el viajero podía entrar. Si eran dos o tres, podía comer y dormir. Y si había más, más vale que pasara de largo. Era un cementerio. Aquí, muchos cipreses en hilera simbolizan la protección de las tierras de ese viento que inspiró o enloqueció a artistas y a otras especies del género humano.
Bifurcaciones, suaves giros y caminos en bastante buen estado driblaban algunas históricas masías escondidas por la vegetación. Por ejemplo Can Pou de Ses Garites, masía fortificada gótico-renacentista que vaya usted a saber de quién será. Más adelante ya se notaba que el final estaba cerca. Begur obligó a tensar los músculos y ascender hasta la zona más ajardinada de un pueblo que lo corona un gran castillo. El final de etapa agrupó a la tropa y dio lugar a esas indecisiones típicas de muchas ideas al mismo tiempo. Subir o no al castillo, buscar un bar de este turístico pueblo para que te esquilmen por saciar tu sed, marchar y parar en algún otro.

Tres “viajes” al día

Mientras las ideas se aclaraban, se volvió a hablar de salud y de hazañas que, si hubieran sido verdad, glorificarían al sujeto actor. En uno de los corrillos cercanos al autocar, un GRmano con patrimonio empresarial explicaba que hasta echaba tres al día. Los ecos de esta conversación suscitaron el interés de una dama la cual, con ojos casi desorbitados, le preguntó si a su edad era capaz de tanto. A lo que tal sujeto le aclaró que, ya que se estaba decidiendo a dónde ir a tomar la jarra, él en verano echaba tres jarras de cerveza al gaznate cada día como mínimo. Aclarados cuáles eran los poderes placenteros reales, nadie se aventuró a caer en las redes especulativas de los bares turísticos y hubo que visitar un sitio ya conocido de Torroella de Montgrí.

El reposo del viaje

A las faldas del castillo, una pareja de turistas que estaba sentada en la terraza de autos, quedó rodeada por el grupo. Se supone que, cuando vuelvan a su país, explicarán que los excursionistas de aquí acaban las etapas consumiendo cervezas por cajas. Porque, en esta ocasión, nada de jarras, cajas sobre la mesa. Y los condumios habituales. Por hoy ya estaba bien.
El camino de vuelta, como casi siempre, divide al grupo entre los amantes del sueño de Morfeo y quienes se entregan a los placeres de la lengua, como si de una digestión oral se tratara. El paisaje desde la ventana era una sucesión de hitos típicos de este territorio pero con imágenes curiosas. Hablemos de territorio desde el asiento de atrás. Las rotondas de las carreteras secundarias son incesantes, giros y más giros para que tantas urbanizaciones tengan acceso a la comunicación por el asfalto. Obras inacabables, antes de terminar una casi hay que arreglar la antigua, una cercana torre de una masía fortificada convive con tantas torres de alta tensión y, allá a lo lejos, asoman grandes torres de edificios turísticos. A la entrada de Calonge han colocado la estructura esférica del Forum 2004. Un entramado de hierros de gratos recuerdos para algunos GRmanos que nadaron por la noche en aquel espectáculo llamado “Moure el món”. Tuberías metálicas que ahora les toca descansar porque los clientes de los parques acuáticos han vuelto al secano de su actividad diaria. Mención especial merece ese nuevo golpe de efecto al lado de la carretera. En una zona verde un pequeño rebaño de ovejas pastan tranquilamente. No se mueven. No comen. Brillan. De blanco inmaculado. Inmutables, el artista que las creó y el mandamás que gestionó tal genialidad debieron ganar algún premio FAD de diseño. O alguna subvención europea. Es el territorio.
Y acabaremos con una cita, una frase que nuestro coordinador general de GRMANIA dejó caer a los cuatro vientos en el viaje de vuelta, dirigida a mentes despiertas (o sea, que en aquel momento no dormían):
“ No podemos darle la espalda a la realidad territorial”

Evaristo
Terrassa, 9 de octubre de 2006

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