Pasar de lo superficial al fondo no es fácil. Tener buen fondo cuesta. Pero, tranquilos, aquí no se va a tope ni a fondo. Todo con naturalidad.
sábado, 4 de octubre de 2008
Décima etapa del GR1, entre Gironella y L'Espunyola
Intensa vida social en un agradable paseo por el Berguedà
GRMANOS Y GRMANAS
Besos, arrumacos, hola, cómo estás, los típicos saludos se produjeron después de varios meses de dispersión por esos mundos tan globalizados en uno. Aparentemente la nocturnidad no dejaba descubrir supuestos cambios físicos. Lo más visible fue alguna barba tipo Che Guevara (de nuevo de moda: Benicio del Toro en pantalla), alguna perilla de perfil romántico, muchos teñidos y bastantes cabellos que debieron quedar a merced del viento (fueran o no por “echar una cana al aire”).
Desempolvados los enseres excursionistas, llenas las mochilas, sólo quedaba estirar la musculatura, acomodarse en el marco incomparable del espacio de cada asiento de aquella antigüedad con ruedas, fiarse de los dedos muy anillados de quien nos conduce y encomendarse al destino.
Globalizados
Aquel final de la otra temporada ahora es el principio de ésta. Gironella, a 450 metros, meta e inicio. Al lado del río Llobregat, a donde vertían las aguas de las fuertes lluvias caídas hace poco. Los charcos por el camino también daban fe de ello. La placidez del recorrido invitaba a la añoranza de aquellos tiempos estivales en que todos invertimos nuestros dineros para ver, fotografiar y contar tantas muestras de que lo que vimos en la web o en la foto de la agencia era verdad. Existía. Somos testigos y lo hemos traído en nuestra memoria digital. Con las aguas del Llobregat cerca, alguien hablaba de la belleza del crucero por el Nilo o por los mares del norte de Europa. Siguiendo el camino hubo quien su porción de agua estuvo en el delta del Ebro. Entre arrozales y barcazas llegó hasta Buda (la punta). Más adelante inquietó saber por qué a aquel guía le faltaba un dedo por culpa del agua (muy bien digerido por las pirañas). O cómo nadie se atrevió por la noche a bajarse de la hamaca para “hacer aguas” o a “cambiarle el agua al canario” en medio de tan espesa vegetación, con sonidos inquietantes. O quien descendió el río Sella en canoa y le hizo aguas, quedándole la barca por montera. Entre charcos y barro también le vino a alguien el recuerdo del camino de Carlos V desde Tornavacas a Yuste, con frescos baños en la Garganta de los Infiernos. Y, ya que de líquidos va el recuerdo, hubo quien denunció en público que lo invitaron a casa de un ilustre caminante y no fueron del todo saciadas sus necesidades cerveceras. Decía que Buda vivió mejor. Pero nada como quien estuvo diez días de submarinismo en medio del Mar Rojo, en la zona donde Moisés dicen que separó las aguas. O de los caminantes hacia Santiago, bien regados con buenos caldos al final de cada etapa, en bici o a pie. O la preocupación que inquietaba a otro ilustre del grupo, pues no sabía para qué utilizarían el edificio con la gota de agua de la Expo de Zaragoza. Claro que, para desfacer el entuerto, pronto le espera una ruta por los paradores de Andalucía. Hasta también se recordó la ausencia del agua: en ese gran desierto en medio de la selva brasileña, en las zonas donde el Nilo no es el maná, en los altos riscos de exigentes rutas pirenaicas con los recipientes vacíos, en los precios a los que cobran el agua al turista asfixiado. En resumen, el mundo tiene aún más forma global en verano mientras los aviones, la paga extra, el pago a plazos e Internet lo permitan.
Dulces paseos otoñales
Las lluvias habían refrescado el ambiente y algunos vegetales reverdecían. Otros aportaban esas frutas que algunos muy rurales tomaban prestadas sin derecho a devolución. El recorrido sorprendía con pintadas reivindicativas de libertades varias, o que los del centro roban. La lluvia aún no las había desdibujado. Estéticamente sorprendían a los pocos caminantes que por allí pasaban. Con el Prepirineo al fondo y charcos al lado, pronto apareció la ermita de Sant Vicenç d'Obiols, de arte románico. Muy bien conservada, con buenas vistas y un recóndito cementerio. Un espacio, éste, que a alguien le recordó el principio de otra actividad deportiva del domingo pasado en Sant Joan de les Abadeses. En aquella ocasión, ciertos intrépidos del pelotón de cola aparcaron al lado del servicio de Pompas Fúnebres del Ripollès. Afortunadamente ni en aquella ocasión ni ahora hizo falta su uso.
Mientras, el dulce paseo discurría entre el bucolismo de los campos que esperaban el otoño real, los animalillos vacunos rebrincaban en sus granjas, los de la cresta cacareaban en el corral formando un rojo pelotón y los patos dibujaban un sinfín de olas en aquel estanque. Y todos los caminantes disfrutaban del reencuentro, con tantas historias acumuladas tras varios meses de no verse. Aunque, bien es verdad que alguna destacada moza ya empezaba la temporada con disquisiciones improcedentes. La atrevida señora quiso calentar el ambiente por Internet con aquello de alargar las etapas. Un sagaz mozo se interrogaba en su respuesta sobre qué había que alargar y, según lo que fuera, se apuntaba a tamaño proceder. A lo que ella, delante de testigos andarines, tuvo el descaro de cierto desaire perdonable: “Yo cuando quiero caminar, llamo a mis amigos y me voy a la montaña”. Mientras, todo el grupo que la acompañaba la seguía...¿haciendo qué? Más adelante se descubrirá realmente qué es lo que le supuraba por una pierna, que usaba para caminar...¿o no?
“No le hagáis un feo al abuelo”
La primera etapa, diseñada para poner los cuerpos a tono, transcurría plácidamente. Y el reloj, también. Sin alteraciones, con la nostalgia del verano en los labios, regodeándose en lo felices que fuimos mientras no teníamos horario fijo. Hasta hubo quien presumió de que lo único que anduvo fue para cubrir la distancia que había entre el aparcamiento del coche y el restaurante de turno. Los esfuerzos del primer día se pagan y qué mejor que coger fuerzas con la primera parada gastronómica.
Se desconocen las fuerzas telúricas que mueven el inconsciente colectivo pero las iglesias y ermitas deben embrujar al personal. La parada se efectuó en una que parecía haber previsto el encuentro. Ya había un espacio cerrado, como si fuera una mesa redonda, y un habitáculo en medio. Lo que quizá fuera un baptisterio en desuso pronto tuvo utilidad. Los bastones allí colocados parecían un cuadro de las lanzas, prestas a entrar en acción por la empuñadura. Pero lo que se puso en marcha fue la parafernalia habitual: botas, bocatas y otras especies. Todo parecía discurrir dentro de los cauces habituales, hasta con cierta tranquilidad sospechosa. Y todo se alegró cuando el abuelo y la abuela enseñaron los trofeos que habían acarreado en la mochila. Los termos con café estimularon un ambiente que pronto pasó a mayores. El preciado y afrodisíaco chocolate Lind se derritió en los paladares, las cajas no paraban de circular. Para despegar el preciado cacao de la lengua, qué mejor que la ayuda de algunos alcoholes como Torres 10 y Chinchón dulce. Con la disculpa de preparar un carajillo, los vasos no paraban de rellenarse y los cerebros pronto se vieron atacados por risas, frases y locuacidades diversas. La temporada empezaba con un suave botellón...¿dónde? Pues a la puerta de una iglesia. Risas, chistes, tertulias, “llena otra vez el vaso, parece que hablas demasiado, come otro bombón y no le hagas un feo al abuelo, tantos años en colegios de curas y monjas y a tu edad narcotizándote cerca de la pila donde a alguno bautizarían....con agua, si Paco viera el fruto de tantos dineros como invirtió en tu educación y ahora esto”. Las botellas circulaban y todos felicitaban tan loable iniciativa. Una sincera felicitación que, más delante, el abuelo le contará a Júlia con pelos y señales. Luego, quizá ella le responda: “¡Venga abuelo, no paras de contar batallas!” Pero seguro que ambos se entenderán mejor que los del anuncio del espetec Casa Tarradellas.
Encrucijadas y anacardos
El camino discurría entre suaves lomas con las estribaciones del Prepirineo al fondo, el santuario de Queralt, campos en diversos estados dentro del calendario agrícola, casas derruidas por el abandono, granjas y ermitas como la de Santa Maria d'Avià, a 685 metros. Un GR con bifurcaciones sin pérdidas, con pintadas reivindicativas a merced de pocos lectores y con sorpresas.
La placidez del recorrido dejó mucho tiempo libre para hablar, fotografiar, escuchar, compartir, fijarse y hasta hacer equilibrios en el aire. Aquella moza díscola con la persona que se esfuerza en diseñar los recorridos observó que por su pierna supuraba algún líquido raro. Como que el camino le sabía a poco, debió entregarse tanto a las libaciones etílicas que restos de algún destilado le recorrían la pierna, mientras la sin hueso no paraba de trabajar. Pronto se puso a tono, volvió a cierta compostura y siguió hacia adelante por barrizales diversos y charcos a discreción.
Más adelante, otra alerta preocupó a los servicios médicos femeninos. Un buen mozo parece ser que iba pensando en la “castanha caju” y, no sabe por qué, pero casi demostró lo que era un tirabuzón en vivo y en directo. Trastabilló, tropezó, giró y las consecuencias de tan desgraciada caída eran evidentes. Entre las frutas tropicales con que obsequiaron al grupo la pareja de intrépidos aventureros (en español, la palabra anterior es Anacardo), quizá los vapores de carajillos anteriores y alguna raíz o piedra puesta a modo de estorbo, el susto puso en alerta al grupo. Y se produjo un curioso efecto, una novedad: una mano femenina muy diestra frotaba al caído hasta en la tetilla izquierda (¿sería por ser ella experta en cardiología?), él insistía en que tenía más muescas en otros lugares, como en la cara o pierna. Todo fueron atenciones en tierra y, en especial, al reiniciar el camino. El efecto pasará a los anales de GRMANIA: ya en pie, él inicia el camino y casi toda la representación femenina del grupo andarín lo rodea mientras asciende una pequeña cuesta. Parecían querer llevarlo en volandas. Con tantas atenciones de género, se le desea que las próximas caídas a tierra no sean por accidentes.
El hombre
Los kilómetros llegaban a su fin aunque hubo ciertas dificultades que superar. Los resbalones provocaron salirse del camino oficial y triscar por márgenes varios, aguantar alambres protectoras al pasar y mancharse los bajos (de los pantalones). También hubo quien, en anteriores salidas estivales, se quejaba a sus compañeras de camino que ya no tenía tantas fuerzas, que ella ya no era ni su sombra, que tiempos pasados fueron mejores. Batallas que se fueron al traste cuando se puso la primera de la fila y se dejó llevar por algún hombre que ahora está en progresión muy ascendente. Las compañeras, desde atrás, veían cómo ella sí era como antes, sólo que en esta ocasión el estímulo del paso ligero no sólo estaba en el camino.
Otro hombre destacó en la ruta. Un tractor llevaba un remolque con buenos trozos de madera para calefacciones, chimeneas, parrillas y asados. En el pescante iba un señor entrado en años luciendo el moreno y desnudo torso. Detalles que no le pasaron desapercibidos al profesional del chiste en el grupo. De ello dan fe las palabras que le lanzó a aquel sujeto: “¿Qué bien vas ahí arriba tomando el sol, eh? ¡Con esa leña ya harás buenas barbacoas!”.
El pan
Cerca del final, la casa dels Quatre Vents, a 775 metros, parecía una atalaya que estaba a merced de los fuertes aires de la zona. Unos canes atados en las esquinas mostraban su cara menos amable, aunque el dueño decía que todo era imagen. Las vacas le hacían compañía al dueño, un hombre mayor que se recuperaba de fuertes sesiones de quimioterapia y veía su futuro con optimismo. No obstante, el presente era una casa por donde han pasado muchas generaciones y una higuera que brindaba sus granates y maduros frutos. Esta vez hubo que pedir permiso y disfrutar de las delicias de unos higos que sabían a regalo natural (de hecho, eran gratuitos). Aunque no todo eran momentos dulces. A un atleta en constante progresión le sorprendió “la caricia” de una avispa y le dejó un desagradable recuerdo. Más adelante, ya a la entrada de L'Espunyola, el olor a pan recién hecho formaba parte de esa técnica publicitaria que ahora cada vez está más de moda. Es el marketing sensorial, un moderno truco empresarial basado en lo de toda la vida: los buenos olores de los alimentos recién hechos se expanden urbi et orbe y animan a los sentidos más primarios a soñar con esos manjares. O sea, a conprarlos. Pius daba nombre a aquel horno que recibía al consumidor con una gran masera al fondo, grandes hogazas de pan cerca y dos señoras que se vieron sorprendidas por la avalancha humana, ávida de recordar los sabores de antes hechos ahora. Quien sabe de productos autóctonos, experta en flora, fauna y hongos, sorprendió al público ignorante con la compra de una especie de pan rallado típico de la zona. Ella decía que era excelente para la sopa de pescado. O sea, un secreto que no desveló hasta el momento de montar en el autocar.
Cal Curro
Como el dulce paseo dio para mucho, sobró tiempo para recordar aquellos momentos en que este bar del Pont de Vilomara llenaba las mesas de enormes jarras de cerveza. Esta vez fueron más pequeñas pero muchas. Bebida y comida. Porque, como dijo una vez el padre del presidente de la empresa Ford y después de Chrysler, Lee Iacocca: “En tiempos de crisis, la última cosa que deja de hacer la gente es comer”.
No se sabe los motivos pero se formaron dos grupos de comensales. ¿Quizá la gente más fashion estaba fuera y el resto dentro? Todos, bien regados por líquidos. Y, los de dentro como mínimo, degustaron detalles gastronómicos con que nos obsequiaron los visitantes de Brasil. Pero los de fuera sorprendieron al respetable con un detalle al cuello. Siguiendo con el moderno márketing, ahora también se puede colaborar en la esponsorización de una nueva barca tipo llaüt a cambio de un pañuelo amarillo. Y, además, con el honor de que tu nombre figure inscrito en una zona del exterior de la barca, bien visible.
Ya de vuelta, en el autocar, siguió el reparto: una postal de recuerdo de la fiesta de Sant Llorenç a la Mola, del pasado 10 de agosto, y un cartel anunciador de la Romería. Todo dado en medio de una sesuda conversación previa al breve conato de siesta. Se debatía acaloradamente sobre las predicciones catastrofistas del sabio Stephen Hawking. Un intercambio de ideas que apenas dio paso al momentáneo descanso.
El viaje de vuelta fue breve, significó el final de la primera etapa, un feliz encuentro que también puede ser propicio para terminarlo con un pensamiento:
“El secret de la felicitat
no rau a fer sempre el que es vol fer;
sinó a estimar sempre el que es fa”
Leon Tolstoi
Evaristo
Terrassa, 3 de octubre de 2008
http://afondonatural.blogspot.com
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