Entre nieblas, lomas, comidas, cavas y canciones
GRmanos y GRmanas,
Como tan bien nos recordaba nuestro coordinador, muy atrás queda ya aquella fecha en que Tapiocas coroneles y sus huestes de descamisados ponían una pica en Flandes, o sea, en el mas d’En Barbeta, en aquel añorado 1996, en donde se fraguó una cruzada excursionista que llega hasta nuestros días. Pues sí, todo continuó hasta este pasado sábado, en el que el cierre de la década, bien regada con cava de denominación de origen GRMANIA, demostró que la suma de voluntades y el interés más desinteresado da lugar a curiosas experiencias como ésta.
Si hoy en las mejores escuelas de negocios se estudian con interés fenómenos digitales como los de la Bruixa d’Or, Google, flikr, You Tube, Ebay, Del.icio.us o Barrabés entre otros, quizá un día en las escuelas de relaciones humanas (reales: no digitales) se curiosee sobre este grupo y se mencione como mínimo con una nota al margen que aún es posible confiar en la bondad humana bajo la disculpa de caminar al aire libre. O en hacer realidad el “conditio vocat optimes”, también abierto al segundo lema de nuestro cava: “bibito amice quia vita brevis est”. O, más modernos y mediáticos, en recurrir al “Be water, my friend” que, si estuviera aquí Bruce Lee, no andaría muy desencaminado de nuestro lema andarín y filosofía grupal. Aunque, barriendo para casa, nos podemos conformar con la cita de nuestro mentor principal, que bien pudiera figurar en el frontispicio de nuestros ánimos: “GRMANIA és una SINÈRGIA que genera un ambient humà difícil de trobar en dinàmiques col•lectives”
De camino al inicio
En este final de año vamos al principio del camino. Mucha gente congregada por esas sinergias acuden y casi llenan el autocar más grande del curso. Nuevas caras bien acogidas en su ceremonia de estreno, otras ya conocidas pero que se habían ausentado por esos avatares de la vida. Las más, las habituales. Y también algún retraso de dos mozas a las que se les emparentaba con supuestos gañanes nocturnos. La regla de los trajes largos se confirmaba con la excepción de uno de los miembros fundadores del grupo, que paseaba y presumía de sus canillas bien formadas. El único con pantalón corto en diciembre, él que sigue los consejos y entrenamientos de su instructor particular, destacado miembro de GRMANIA y uno más (ya muchos) de los que casi estamos empadronados en el Club Natació Terrassa por tanto acudir a
él. Poco a poco las paradas recogían a caminantes que se dirigían una vez más por la misma carretera al lugar de autos.
Desde septiembre es la misma. Nos ha enseñado los árboles vestidos, de colores otoñales y ahora desnudos. Nos ha mostrado sus campos amarillentos, después marrones y ahora verdes. El cielo limpio ha dado paso a las nieblas y brumas que dejaban entrever sin ver del todo, que mostraban el paisaje por su poder de insinuación. De las carreteras y zonas turísticas llenas hemos pasado a ese barbecho que hará florecer de nuevo a nuestros necesarios visitantes cuando llegue el buen tiempo. Aquí, ahora, tanta tranquilidad parece una anormalidad, pues lo normal para estas costas parece que es el atiborramiento humano estival. Y ahí estamos las 47 personas en activo, dispuestas a partir desde Sant Feliú de Guíxols hasta Tossa de Mar.
Del inicio al final
El redondo y encendido sol ya comenzaba a despuntar al fondo, allá en la playa de Sant Feliú, con la imagen de una palmera en primer plano que componía la típica postal del desierto, si no fuera porque una grúa se erigía como un impedimento dentro del encuadre. Las palmeras y la vegetación de las afueras del pueblo dejaban al descubierto lo poco que aún queda del entorno rural. Viejas casas que no aguantarán la presión de las rotondas, restos de esa curiosa ingeniería rural como son los depósitos de agua al descubierto, las aspas de esos artilugios metálicos que, volteando al viento, extraerían el agua o molerían los granos. En medio de las cañas del camino, de excrementos de perros y de algún que otro vehículo a motor, allí aparecían las marcas del camino hasta que, en una curva, los hombres de delante condujeron a la tropa a un rumbo equivocado. Al parecer, ellos iban elucubrando con bellas y lozanas Dulcineas y no se dieron cuenta de que el entuerto se debería deshacer volviendo para atrás y enmendando el desliz.
Los caminos costeros parecen un engaño encubierto. Se presentan como si la llanura fuera su razón de ser y después los soplidos y los sudores verifican que las subidas y las bajadas son continuas, que las lomas están ahí. Ni la font de la Guilla fue capaz de saciar la sed. No son tiempos como para regalar agua en estas zonas. Del nivel de cinco metros de la salida, hubo que tensar músculos para llegar al Coll del Vidre, a 380 metros, o al coll de l’Escorpí, de 370, o al coll d’en Barraquer, a 330 metros. La vegetación mediterránea oculta muchas formas de vida, alimañas y también algunas especies pensantes pertrechadas de armas de fuego que, ya por el solo hecho de pasearlas, obligan a uno a ajustarse mejor la tapa de los sesos. Por si acaso. Allí estaban, a la búsqueda de jabalíes y de becadas que eran un objetivo a batir para posibles ágapes navideños. Y, como de alimentos hablamos, parada y fonda al sol, cara al mar en una pendiente que nos hace imaginar allá a lo lejos que ahí debe estar lo que los antiguos llamaban “La bañera de Ulises”: el mar Mediterráneo.
Al ser más los caminantes degustadores de platos varios, también aumentó la oferta de éstos y los bombones, dulces y otras especialidades navideñas asomaron de sus envoltorios, todo ello regado por estimulantes tipo té y café. Por los aires circulaban atrevidos olores de amantes de los placeres con nicotina. Ellos, que destapan envidias por pertenecer aún a la especie que incinera cilindrines y perfuma con los aromas de los caliqueños las conciencias de antiguos fumadores con algunos momentos de debilidad.
La partida siguió su rumbo previsto, sin confusiones, por en medio de masías ya en ruinas como Can Codolar o can Cabanyes de Montagut, denominación que verifica que pasamos por el coll de Montagut, al lado del fotografiado menhir de Can Llach y después otro más, el de Monitor. Cruces y giros, esperas porque el grupo se estira tanto que algunas parejas del final parecen desparecidas en la espesura del bosque. Mientras, amantes de los hongos muestran sus cestos con sus capturas, no muy propias de las temperaturas de antes por estas fechas.
Situados en la cúspide de la etapa, ahora ya sólo queda seguir una curva tras otra y descender hasta la riera de Tossa de Mar, a diez metros sobre el nivel del mar. Las huellas de motos y quads en la pista eran continuas, igual que el sonido de algún aventurero motorizado, o la tierna imagen de ese grupo de niños que, con el pañuelo anudado al cuello, ascendía con bastante fe de “escoltes”, quizá más que la de sus monitoras, risueñas acompañantes que tiraban de guitarras con no demasiada energía sobrante.
Continua curva a la izquierda y a la derecha hasta el final. Antes de llegar al pueblo, demostración también de oficios antiguos agrícolas. Reminiscencias de aquellos “aceituneros altivos…”que ahora, con una caña bien larga, se dedicaban no a varear olivos pero sí los pinos para que les regalaban unos frutos que llevarían a una fábrica cercana. Hasta hubo quienes degustaron algunos piñones gentilmente ofrecidos por un vareador. Cerca, allí al lado, la riera con agua marcaba la dirección del mar. Pero como no se trataba ahora de baños por fuera, había entusiasmo casi infantil por dirigirse a la posada restauradora, más para reposición de líquidos y mojaduras internas que no para contemplar los gnomos del lugar.
Al final, la celebración
La tradición iniciada el año pasado en Vallbona de les Monges se reproducía ahora en la Farga del Gnomo, en la carretera de Lloret a BLanes, un sitio que destacó por sus atenciones y por acoger hasta a nuestras bebidas espumosas propias.
Los actos congregaron a los afectados por aquellas sinergias, tanto a caminantes en activo como a tantos otros y otras que vinieron de allende los mares a la eucaristía de fin de año. Tres filas de mesas preparadas al efecto en las que sentaron sus reales las huestes que hoy conforman aquel germen nacido en el mas d’En Barbeta, en Sitges. No obstante, destacar algunas leonesas ausencias y, también, quien con mucha ilusión estaba volando a tierras chinas para fortalecer a la tercera generación de GRMANIA.
El proceso de desarrollo de los actos que a continuación se relatan fue estudiado con mucho detenimiento por un experto en celebraciones diversas allí presente que, a modo de observador experimentado, comprobó cómo este grupo no se sale de los cánones establecidos en la sociología de la fiesta hispana. Veamos el desarrollo de la secuencia:
1. Llegada a la sala: suspicaces movimientos para colocarse en lugares estratégicos. Ciertas personas tienden a juntarse por diversas afinidades. Llama la atención cómo algunos hombres se arriman a las mismas mujeres que en la comida del año pasado.
2. Saludos a los que llegan, acercamiento de caras para hacer que se besa y saludarse efusivamente porque en realidad hay alegría.
3. Inicio de la comida, observación del ambiente y descorche de los primeros vinos que comienzan a lubricar el pensamiento.
4. Diversos brindis por sectores y risas explosivas en algunas zonas (en este caso en la sección femenina, como casi siempre).
5. Dato original: durante el segundo plato, presentación del cava personalizado y muy bien gestionado por nuestro webmaster. Degustación y apertura de los espumosos catalanes llevando a la práctica el lema de “bibito amice quia vita brevis est” .
6. Una botella tras otra, fueron cayendo las 21 que se consumieron. Los ánimos ya pedían canciones y músicas propias del momento, fiesta, alegría y “xerinola”.
7. Reparto de letrillas y coplillas. Al verlas, este observador sospechó que las había escogido alguien de “Ciutadans pel Canvi”, aunque buscó quién estaba desnudo y con una hoja de parra y no lo encontró. Después supo que venían de León, que un especialista las había seleccionado con algún que otro aire provocador.
8. Empiezan los ritmos, coros y danzas. La pericia y sabiduría de la juerga se pone en marcha. Expertos en rasgar la botella de anís del Mono, en tocar la guitarra, toqueteadores de panderetas, golpeadores de la taza del café con ritmo, palmeadores, bailaores por servillanas, tonadilleros varios, saeteros y espontáneos diversos. Y los coros de acompañamiento.
9. Canciones, villancicos e himnos en varias lenguas y al gusto de todos. Sin discriminaciones posibles. El tono sube y el grupo participante cada vez se hace más numeroso. La sala vocifera con ritmo y llama la atención de un señor que no para de extraer sus conclusiones. ¿Qué pensaba? ¿Por qué miraba tanto?
10. El observador experto en saraos varios pronostica que pronto llegará la etapa llamada “Asturias, patria querida”. No falla en casi ninguna celebración de este estilo. No puede faltar el himno más conocido y aquí tampoco. Clamor popular, voces unidas a coro que escenifican una letra que va más allá que la voz.
11. De Asturias a Navarra. Otro recurso casi imprescindible, “los estudiantes navarros”. Luego, versiones y más versiones en una velada magnífica con participación mayoritaria. Éxito total.
12. Llegada la hora del final, otra cita imprescindible como colofón, “l’hora dels adéus” escenificada como corresponde pero de verdad.
Mientras el numeroso grupo se retiraba, se procedía a abrir el mercado del cava, con una continua circulación de dineros y números para abreviar el reparto final. En medio de la vorágine, alguien se aproximó a aquel señor observador que, instalado en una mesa con dos señoras, no había parado de interesarse por GRMANIA, de oír las canciones y de acercarse a escucharlas. Las tres personas anónimas se expresaron. Les llamó la atención el acto, la fraternidad y saber algo más de quiénes éramos, cuál era nuestra historia y qué hacíamos. Después aprovecharon el momento para transmitir a todo el grupo su admiración por quienes hoy aún son capaces de llevar a cabo empresas como ésta.
Entre comidas, cavas, fiestas y alegría el nuevo año ya será el número once. Un año más de sinergias, de optimismo y de ese milagro que nació hace diez años. El mismo que, con esta frase, transmite Albert Figueras en su libro “Optimizar la vida”:
“Vivimos rodeados de milagros que a menudo, absortos en nosotros mismos, no reconocemos. Milagros que nacen de la ternura, la esperanza, el coraje y el optimismo”.
Feliz año 11
Evaristo (ayatolá de la fe senderista)
Terrassa, 20 de diciembre de 2006
http://afondonatural.blogspot.com
Pasar de lo superficial al fondo no es fácil. Tener buen fondo cuesta. Pero, tranquilos, aquí no se va a tope ni a fondo. Todo con naturalidad.
miércoles, 20 de diciembre de 2006
domingo, 17 de diciembre de 2006
Roma: una tentación sin pecado
Desde el primer piso de la estación ferroviaria romana de Termini se puede observar una multitud de personas que se mueven sin cesar hacia su destino (o, por lo menos, hacia alguna dirección). Desde la plaza del Vaticano, un voluminoso gentío observa el centro religioso cristiano, entra o sale del Vaticano o, simplemente, contempla el lugar testigo de tantos acontecimientos tan importantes para la historia de la humanidad. Un país en otro país, un enorme gentío que se traslada de un lugar a otro, donde las creencias religiosas parecen convivir, como un símbolo más de lo que debería ocurrir en todos los lugares.
Desde los restos arqueológicos de los diferentes foros romanos, en pleno centro histórico de Roma, también una gran multitud revive pasados acontecimientos, tantos cambios provocados por esos pueblos que por aquí han pasado. Al pie de las ruinas dejadas por Trajano, Augusto, César y tantos más, el turismo de masas pasea sus conocimientos históricos como si de un viaje en el tiempo se tratara en una ciudad que es la suma de tantas glorias, derrotas, asesinatos, barbaridades humanas y glorificaciones espirituales.
Desde las salas de los dos aeropuertos también se deduce que, después del aterrizaje, la gente se lanzará a descubrir los tópicos anunciados en la propaganda turística y vivirá esas aventuras o anécdotas que suscita cualquier viaje y que son la base para poner una nota diferencial a la hora de contarlo.
Son cuatro lugares entre otros muchos en los que el cruce de públicos diversos en la actual Roma simbolizan historias pasadas en una ciudad plagada de pueblos y culturas, de piedras sueltas, de monumentos que se asientan sobre otros anteriores y de esos lenguajes y símbolos explícitos u ocultos que ayudan a interpretar y entender a esta urbe. Una ciudad muy distinta a aquella original asentada en la zona delimitada por el Capitolio, Quirinal, Viminal, Esquilino, Celio, Aventino y Palatino. Las siete legendarias colinas que acogieron a tantos Rómulos y Remos amamantados por una realidad que debían construir.
La Roma eterna se presenta a cada turista como una ciudad mediterránea que ofrece lo que tiene, llena de personas acostumbradas a convivir con visitantes de todas las partes del mundo. Visitas continuas que confieren muchas mentalidades al centro de la ciudad, volcado al turismo como fuente continua de ingresos y de pensamientos, o de formas de entender la vida, abierto a guiar a paseantes desorientados, sea cual sea su origen o lengua de uso.
Roma se te ofrece en los tres estados de la materia y es una ciudad capaz de complacer cualquier objetivo que te propongas, aunque sólo sea mental. Hace tantos siglos que se fundó, ha acumulado tantos estados de ánimo que te puede mostrar siempre ese rincón que tu imaginación se había formado previamente, hacer realidad la más almibarada versión del mejor folleto turístico. Incluso hasta te puede hacer creer que aquellos dos niños y la loba simbolizan a tantos visitantes que alimentan sus ansias viajeras en este lugar.
La tentación de la Roma sólida está formada por esos edificios que aparecen en cualquier esquina. Iglesias conocidas y muy visitadas como, por supuesto, el entorno del Vaticano; Santa Maria Maggiore, con esa leyenda de la nieve en agosto; San Pietro in Vincoli y su Moisés de Miguel Ángel; la de Santa Maria in Trastevere; las diferentes capas de la magnífica iglesia de San Clemente, excelente iglesia descubierta al turismo en las excavaciones del subsuelo; la cripta Balbi. También la solidez romana, cómo no, se ve en tantos restos de aquellos romanos que construyeron, destruyeron, hicieron de nuevo y, ahora, reconstruyen o limpian tantos edificios, en muchas ocasiones aprovechados por pueblos posteriores. Piedras recicladas para muchas construcciones, columnas paganas que acabaron en iglesias o casas particulares, obeliscos traídos de lejanas tierras coronados por santos en vez de por sus titulares, estatuas, anfiteatros, esculturas en posturas diversas, plazas y más plazas en las que a un antiguo mercado se le asoma, altivo, cualquier ostentoso edificio oficial. Tanta y tan sólida arquitectura, aunque haya alguna en tierra, en lista de espera para su restauración o a punto de caer. La admiración para los responsables de conservación de edificios en una ciudad donde, si encima del suelo es visible tal cantidad, en el subsuelo las capas aún no descubiertas deben reservarse para asombros posteriores.
Pero la solidez romana es visible también en otras manifestaciones más mundanas que cualquier persona viajera puede necesitar. Tantas piedras colocadas allí permiten también sólidos placeres con otras bases muy gustosas. Por ejemplo, las diversas formas que le dan a la harina hasta convertirla en pastas de diversas formas, bases de pizzas que luego se llenarán de variados ingredientes, y otras comidas que atienden también las necesidades de tantas nacionalidades que son las que confirman la eternidad de esta ciudad.
Roma también es líquida. Una tentación muy placentera que se acrecienta en esos veranos mediterráneos en que el calor obliga a buscar alivio en bebidas diversas. La frescura de las esculturas que degluten agua invita a mojarse por dentro. Y Roma cuida los detalles acuáticos con el regalo de mucha agua fresca en multitud de fuentes que esperan en cualquier esquina, sencillos ingenios curvados en forma de nariz con un agujero para que el agua se convierta en una muy funcional forma de beber. O esas compañeras de los viajes ciudadanos, las botellas de agua envasada. Agua y vino. Además de usarse para las ceremonias religiosas, Italia brinda con buenos vinos blancos y tintos, refrescos y aperitivos originales que sirven para homenajear al dios Baco mientras sus efluvios te conceden el bienestar buscado. Agua, vino y café. La merecida fama de este brebaje adquiere en Italia los límites de la perfección. Más concentrado al estilo italiano, espresso, más largo al gusto americano, capuccinos, caffelatte, en forma de granizado, todos confirman el poder estimulante de una fama ganada a cada sorbo.
Agua, café y los helados. Cómo no probar tantos gustos y tan bien elaborados. Ese placer que se derrite mientras te pone en contacto con originales y creativos sabores. En cualquier lado los conos y tarrinas te acercan a nuevas sensaciones y agradables combinaciones sugeridas por dicharacheros dependientes, que simbolizan esa forma de saber hacer y saber estar propia de la gente romana. Claro que, hablando de vacaciones estivales y del calor, el asfalto adquiere casi también un estado líquido en algunas horas del día. Pasos de cebra desdibujados o no repintados, el tráfico que parece obedecer a unas normas muy particulares, el movimiento continuo en un flujo rápido de peatones y vehículos. Es una forma de funcionar distinta, mediterránea, cercana a tantos países que conforman la llamada por los antiguos “La bañera de Ulises”.
Roma en estado gaseoso, la tentación de introducirse en una atmósfera caliente, en los olores que ofrece una gran ciudad, mezcla de los habituales fluidos corporales en época de calor, de los más selectos perfumes, de la humedad de los subterráneos de algunos edificios, de ambientadores universales en recintos cerrados, del incienso de algunas iglesias y de aromas de las más variadas comidas de locales típicos romanos y de otras nacionalidades. Roma es un híbrido de culturas pasadas y actuales en la que predomina la influencia de la religión, el poder de tantos Papas como si fueran sucesores de imperios pasados. Infinidad de iglesias, imágenes religiosas por doquier junto a otras paganas. El turismo admira y retrata las huellas del poder civil y eclesiástico aunque, bien mirado, la sociedad civil romana parece haberse adaptado a todas las tendencias y, siempre, abierta a acoger a sus visitantes. Y, como gran consuelo aéreo estival, el aire acondicionado.
Las tentaciones conviven con las proclamas religiosas, aquella dolce vita debe ser tan real como las sofisticadas marcas de Via de Condotti y otros aledaños de la Plaza de España, o tantos uniformes religiosos que se ven, o toda clase de policías de una capital de Estado (con otro incluido dentro), y personas sin techo que piden por las calles. Los contrastes existen, como en cualquier lado.
Los diferentes planos de Roma parecen diferentes estratos de una imaginaria pirámide que se pierde en tiempos remotos. El subsuelo, no hace falta decirlo, debe estar tan escondido que será difícil llegar al primero que dejó aquí sus huellas. Debajo de la actual ciudad deben entreverse capas y más capas de otras formas de entender la vida. Fosos, cementerios, catacumbas que, si se nos dejan mostrar, es por su resistencia a las barbaridades posteriores o por quedar cubiertos por la tierra protectora. De eso saben mucho tantos emperadores, Papas, monjes, mártires e invasores que por aquí pasaron. Difícil tarea la de una ciudad que no es capaz de mostrar todas sus entrañas por exceso de materia prima.
El suelo romano concentra aquellos tres estados de la materia y rutas, paseos, propuestas de todo tipo y a gusto de cada bolsillo. Un paseo por el corazón de Roma. Un paseo entre romanos, judíos y cristianos. Un paseo entre Papas y príncipes. Un paseo por los misterios medievales y los tesoros del Renacimiento. Un paseo por el Trastevere y por la isola Tiberina. Un paseo por cafés, por parques, por las calles de moda y de la moda, por la noche romana. ¿Más paseos, más ideas? ¡Adelante!
Qué decir de las gentes que cualquier viajero puede contemplar en Roma. Tú te sientes en medio de un público diverso, en continuo movimiento. Se mueve la población nativa en una ciudad rápida, llena de esa prisa que a veces da la sensación de rozar un caos controlado por hábitos parecidos y por ese sexto sentido de la rutina costumbrista. Las motos son uno de los símbolos de esta urbe. Abundan y conviven con automovilistas y peatones. La telefonía móvil sorprende por su enorme penetración. ¿Qué se dirán todo el tiempo? Cualquier momento es bueno para mostrar el último diseño (italiano o no) y para comunicarse con esa cadencia sonora, tan pegadiza y atractiva. El tono de las conversaciones parece desconocer cualquier exceso sonoro señal de enfado. Tampoco para el turismo, ávido de verlo todo en el tiempo asignado, con mapas y otros artilugios digitales. Es uno de los grandes motores de la ciudad. Gentes muy diversas caben aquí, también mucha población flotante que no está aquí sólo por sus encantos sino para sobrevivir. Todos forman una mezcla de vestidos, comidas, olores y aspectos que simbolizan el mestizaje que se impone. Hábitos, uniformes, ropa de marca, culto al cuerpo, amor por el diseño y cuidado del detalle, el encanto de las formas y de la estética conviven con personas sin techo, con etnias diversas y con la forma de ser de cada uno.
Son algunos atractivos de un entorno del que uno se marcha con la intención de volver. Y no es un eufemismo al uso ni hace falta ninguna genialidad publicitaria para convencernos. Otros han pasado por aquí desde hace tantos años que algo habrán dejado. Pero no nos llevaremos nada en nuestro camino de vuelta a casa. Porque...volveremos.
Tal como proclamaba el eslogan de una valla publicitaria de una calle romana: “Una tentación sin pecado”. No, no era un mensaje religioso ni turístico. Era comercial o, quizá, transmitía esa emoción subliminal que provoca la vuelta a esta ciudad.
Ciao, Roma.
Desde los restos arqueológicos de los diferentes foros romanos, en pleno centro histórico de Roma, también una gran multitud revive pasados acontecimientos, tantos cambios provocados por esos pueblos que por aquí han pasado. Al pie de las ruinas dejadas por Trajano, Augusto, César y tantos más, el turismo de masas pasea sus conocimientos históricos como si de un viaje en el tiempo se tratara en una ciudad que es la suma de tantas glorias, derrotas, asesinatos, barbaridades humanas y glorificaciones espirituales.
Desde las salas de los dos aeropuertos también se deduce que, después del aterrizaje, la gente se lanzará a descubrir los tópicos anunciados en la propaganda turística y vivirá esas aventuras o anécdotas que suscita cualquier viaje y que son la base para poner una nota diferencial a la hora de contarlo.
Son cuatro lugares entre otros muchos en los que el cruce de públicos diversos en la actual Roma simbolizan historias pasadas en una ciudad plagada de pueblos y culturas, de piedras sueltas, de monumentos que se asientan sobre otros anteriores y de esos lenguajes y símbolos explícitos u ocultos que ayudan a interpretar y entender a esta urbe. Una ciudad muy distinta a aquella original asentada en la zona delimitada por el Capitolio, Quirinal, Viminal, Esquilino, Celio, Aventino y Palatino. Las siete legendarias colinas que acogieron a tantos Rómulos y Remos amamantados por una realidad que debían construir.
La Roma eterna se presenta a cada turista como una ciudad mediterránea que ofrece lo que tiene, llena de personas acostumbradas a convivir con visitantes de todas las partes del mundo. Visitas continuas que confieren muchas mentalidades al centro de la ciudad, volcado al turismo como fuente continua de ingresos y de pensamientos, o de formas de entender la vida, abierto a guiar a paseantes desorientados, sea cual sea su origen o lengua de uso.
Roma se te ofrece en los tres estados de la materia y es una ciudad capaz de complacer cualquier objetivo que te propongas, aunque sólo sea mental. Hace tantos siglos que se fundó, ha acumulado tantos estados de ánimo que te puede mostrar siempre ese rincón que tu imaginación se había formado previamente, hacer realidad la más almibarada versión del mejor folleto turístico. Incluso hasta te puede hacer creer que aquellos dos niños y la loba simbolizan a tantos visitantes que alimentan sus ansias viajeras en este lugar.
La tentación de la Roma sólida está formada por esos edificios que aparecen en cualquier esquina. Iglesias conocidas y muy visitadas como, por supuesto, el entorno del Vaticano; Santa Maria Maggiore, con esa leyenda de la nieve en agosto; San Pietro in Vincoli y su Moisés de Miguel Ángel; la de Santa Maria in Trastevere; las diferentes capas de la magnífica iglesia de San Clemente, excelente iglesia descubierta al turismo en las excavaciones del subsuelo; la cripta Balbi. También la solidez romana, cómo no, se ve en tantos restos de aquellos romanos que construyeron, destruyeron, hicieron de nuevo y, ahora, reconstruyen o limpian tantos edificios, en muchas ocasiones aprovechados por pueblos posteriores. Piedras recicladas para muchas construcciones, columnas paganas que acabaron en iglesias o casas particulares, obeliscos traídos de lejanas tierras coronados por santos en vez de por sus titulares, estatuas, anfiteatros, esculturas en posturas diversas, plazas y más plazas en las que a un antiguo mercado se le asoma, altivo, cualquier ostentoso edificio oficial. Tanta y tan sólida arquitectura, aunque haya alguna en tierra, en lista de espera para su restauración o a punto de caer. La admiración para los responsables de conservación de edificios en una ciudad donde, si encima del suelo es visible tal cantidad, en el subsuelo las capas aún no descubiertas deben reservarse para asombros posteriores.
Pero la solidez romana es visible también en otras manifestaciones más mundanas que cualquier persona viajera puede necesitar. Tantas piedras colocadas allí permiten también sólidos placeres con otras bases muy gustosas. Por ejemplo, las diversas formas que le dan a la harina hasta convertirla en pastas de diversas formas, bases de pizzas que luego se llenarán de variados ingredientes, y otras comidas que atienden también las necesidades de tantas nacionalidades que son las que confirman la eternidad de esta ciudad.
Roma también es líquida. Una tentación muy placentera que se acrecienta en esos veranos mediterráneos en que el calor obliga a buscar alivio en bebidas diversas. La frescura de las esculturas que degluten agua invita a mojarse por dentro. Y Roma cuida los detalles acuáticos con el regalo de mucha agua fresca en multitud de fuentes que esperan en cualquier esquina, sencillos ingenios curvados en forma de nariz con un agujero para que el agua se convierta en una muy funcional forma de beber. O esas compañeras de los viajes ciudadanos, las botellas de agua envasada. Agua y vino. Además de usarse para las ceremonias religiosas, Italia brinda con buenos vinos blancos y tintos, refrescos y aperitivos originales que sirven para homenajear al dios Baco mientras sus efluvios te conceden el bienestar buscado. Agua, vino y café. La merecida fama de este brebaje adquiere en Italia los límites de la perfección. Más concentrado al estilo italiano, espresso, más largo al gusto americano, capuccinos, caffelatte, en forma de granizado, todos confirman el poder estimulante de una fama ganada a cada sorbo.
Agua, café y los helados. Cómo no probar tantos gustos y tan bien elaborados. Ese placer que se derrite mientras te pone en contacto con originales y creativos sabores. En cualquier lado los conos y tarrinas te acercan a nuevas sensaciones y agradables combinaciones sugeridas por dicharacheros dependientes, que simbolizan esa forma de saber hacer y saber estar propia de la gente romana. Claro que, hablando de vacaciones estivales y del calor, el asfalto adquiere casi también un estado líquido en algunas horas del día. Pasos de cebra desdibujados o no repintados, el tráfico que parece obedecer a unas normas muy particulares, el movimiento continuo en un flujo rápido de peatones y vehículos. Es una forma de funcionar distinta, mediterránea, cercana a tantos países que conforman la llamada por los antiguos “La bañera de Ulises”.
Roma en estado gaseoso, la tentación de introducirse en una atmósfera caliente, en los olores que ofrece una gran ciudad, mezcla de los habituales fluidos corporales en época de calor, de los más selectos perfumes, de la humedad de los subterráneos de algunos edificios, de ambientadores universales en recintos cerrados, del incienso de algunas iglesias y de aromas de las más variadas comidas de locales típicos romanos y de otras nacionalidades. Roma es un híbrido de culturas pasadas y actuales en la que predomina la influencia de la religión, el poder de tantos Papas como si fueran sucesores de imperios pasados. Infinidad de iglesias, imágenes religiosas por doquier junto a otras paganas. El turismo admira y retrata las huellas del poder civil y eclesiástico aunque, bien mirado, la sociedad civil romana parece haberse adaptado a todas las tendencias y, siempre, abierta a acoger a sus visitantes. Y, como gran consuelo aéreo estival, el aire acondicionado.
Las tentaciones conviven con las proclamas religiosas, aquella dolce vita debe ser tan real como las sofisticadas marcas de Via de Condotti y otros aledaños de la Plaza de España, o tantos uniformes religiosos que se ven, o toda clase de policías de una capital de Estado (con otro incluido dentro), y personas sin techo que piden por las calles. Los contrastes existen, como en cualquier lado.
Los diferentes planos de Roma parecen diferentes estratos de una imaginaria pirámide que se pierde en tiempos remotos. El subsuelo, no hace falta decirlo, debe estar tan escondido que será difícil llegar al primero que dejó aquí sus huellas. Debajo de la actual ciudad deben entreverse capas y más capas de otras formas de entender la vida. Fosos, cementerios, catacumbas que, si se nos dejan mostrar, es por su resistencia a las barbaridades posteriores o por quedar cubiertos por la tierra protectora. De eso saben mucho tantos emperadores, Papas, monjes, mártires e invasores que por aquí pasaron. Difícil tarea la de una ciudad que no es capaz de mostrar todas sus entrañas por exceso de materia prima.
El suelo romano concentra aquellos tres estados de la materia y rutas, paseos, propuestas de todo tipo y a gusto de cada bolsillo. Un paseo por el corazón de Roma. Un paseo entre romanos, judíos y cristianos. Un paseo entre Papas y príncipes. Un paseo por los misterios medievales y los tesoros del Renacimiento. Un paseo por el Trastevere y por la isola Tiberina. Un paseo por cafés, por parques, por las calles de moda y de la moda, por la noche romana. ¿Más paseos, más ideas? ¡Adelante!
Qué decir de las gentes que cualquier viajero puede contemplar en Roma. Tú te sientes en medio de un público diverso, en continuo movimiento. Se mueve la población nativa en una ciudad rápida, llena de esa prisa que a veces da la sensación de rozar un caos controlado por hábitos parecidos y por ese sexto sentido de la rutina costumbrista. Las motos son uno de los símbolos de esta urbe. Abundan y conviven con automovilistas y peatones. La telefonía móvil sorprende por su enorme penetración. ¿Qué se dirán todo el tiempo? Cualquier momento es bueno para mostrar el último diseño (italiano o no) y para comunicarse con esa cadencia sonora, tan pegadiza y atractiva. El tono de las conversaciones parece desconocer cualquier exceso sonoro señal de enfado. Tampoco para el turismo, ávido de verlo todo en el tiempo asignado, con mapas y otros artilugios digitales. Es uno de los grandes motores de la ciudad. Gentes muy diversas caben aquí, también mucha población flotante que no está aquí sólo por sus encantos sino para sobrevivir. Todos forman una mezcla de vestidos, comidas, olores y aspectos que simbolizan el mestizaje que se impone. Hábitos, uniformes, ropa de marca, culto al cuerpo, amor por el diseño y cuidado del detalle, el encanto de las formas y de la estética conviven con personas sin techo, con etnias diversas y con la forma de ser de cada uno.
Son algunos atractivos de un entorno del que uno se marcha con la intención de volver. Y no es un eufemismo al uso ni hace falta ninguna genialidad publicitaria para convencernos. Otros han pasado por aquí desde hace tantos años que algo habrán dejado. Pero no nos llevaremos nada en nuestro camino de vuelta a casa. Porque...volveremos.
Tal como proclamaba el eslogan de una valla publicitaria de una calle romana: “Una tentación sin pecado”. No, no era un mensaje religioso ni turístico. Era comercial o, quizá, transmitía esa emoción subliminal que provoca la vuelta a esta ciudad.
Ciao, Roma.
miércoles, 22 de noviembre de 2006
GR92, etapa de La Fosca a Sant Feliu de Guíxols
Por sus huellas no los conoceréis
GRmanos y GRmanas,
¿Un camino con continuas subidas y bajadas, muy acondicionado en muchos tramos, pista americana en otros, y en proceso de embellecimiento con granito en algunos? ¿Una senda donde las huellas que dejas se borran de forma natural? ¿Un sitio donde los túneles te sorprenden con vistas inesperadas y donde, desde lo alto, la vista es de foto ilustrativa de libro de estudiantes? ¿Un camino donde no hace mucho todo era una alfombra textil (de toallas y pareados) con intenso olor a bronceados y fritangas? ¿Una senda con poblaciones encadenadas que representan el mayor estatus de la zona, incluidas la Baronesa y su difunto y beodo barón? ¿Tantas huellas de ricos con buen gusto?
Todo debe formar parte de una realidad expresada en aquella pintada que había en una pared al lado de una playa por donde pasamos: “Mundo Guay”.
Tales incógnitas se despejaron a lo largo de una etapa que transcurrió por la más típica costa brava, ésa que a los niños del interior nos hizo ver las diferencias que había entre la bravía costa de aquí con la habitual imagen de mucha arena y muy extendida hasta el infinito y más allá de lugares más planos. El “bressol” de la Costa Brava dicen que anda por aquí y, junto a estos estímulos paisajísticos con belleza de alto standing, siempre se enganchan los pudientes que pueden instalar sus reales en sitios con habitaciones con muy buenas vistas. Todo tan bien que hasta han sometido al GR a encajonamientos varios, lo han delimitado por vericuetos y zizgzags propios de un zoco de ciudad árabe, o han cambiado su curso hacia el interior para salvar mansiones o entradas con barca.
Los inicios
Muchas personas aunque menos de las previstas se dieron cita a las horas convenidas y con un autocar puntual por primera vez. ¿Paradas? Casi servicio a la carta en lo que es, a nuestro servicio. Hasta hubo una parada más de lo normal para recoger y presentar en sociedad a aquella dama del hielo que hoy se deshizo y se convirtió en agua, llevando al “huerto” (perdón, “al agua”) a uno y solo un ilustre, atlético y aguerrido mozo, e incluso adulterando bebidas (con agua de mar) que al final fueron ingeridas por nuestro coordinador general. ¡Qué atrevimiento para empezar! Igual que el de otra pasajera en la fila del gallinero del autocar. Amenazaba con ponerse el biquini y lucir palmito como sirena otoñal en aguas de dudosa temperatura. No lo hizo, si bien sí que se atrevió a provocar y enervar a santos varones (con “v”) que ya están fuera del mercado, ocupado éste hoy día por gañanes con más posibles.
El momento del amanecer por la autopista hacia las Europas descubrió las primeras nieves que emblanquecían las puntas de los Pirineos, allá a lo lejos, mientras los árboles de ribera adornaban con su vestuario ocre los campos de cereales ya nacidos o aquellos otros recién arados, sometidos al descanso del barbecho. El sol permitió ver esos pueblos de la Girona del interior, con las espadañas de las iglesias en alto, siempre en el centro, verdaderas atalayas o faros qua antes debían alumbrar con más fe que ahora. Sin embargo, estas comarcas están en pie de guerra a causa de la actual gallina de los huevos de oro. Bien lo saben las endesas, iberdrolas, fenosas, e.ons y similares que, con tanto dinero fruto de los superavits de tantos Pacos Poceros, son compradas por ellos y quieren traer más energía de Francia a través de una línea de muy alta tensión, a la que se oponen muchas personas de estas zonas. El AVE es una buena y verdadera excusa.
La comarca de La Selva no es tal pero sí tiene muchos árboles y cada vez más almacenes de todo tipo, granjas y mucho movimiento ocasionado por el transporte, o sea, todo se mueve sin parar. Poco a poco el Baix Empordà se notaba porque las lomas de cualquier promontorio estaban conquistadas por urbanizaciones y casas que ascendían hasta arriba. Sus dueños querían ver el mar al fondo y, para eso, o bajar ellos a la orilla o subir sus casas a la cima. El autocar nos situó abajo y enfiló hacia La Fosca.
Encajonados hacia el mar
Todo muy urbanizado, hasta el GR. La ley de costas debe tener algún subapartado dedicado a los caminos de ronda y similares. Se empezó por terreno asfaltado, todo construido o en proceso de terminar con los pocos espacios aún demasiado naturales, con las típicas furgonetas y camiones de obras varias. Pronto las callejuelas del núcleo urbanizado de turno tenían una doble función y también acogían a caminantes que se interrogaban por qué eso y a dónde se saldría. Pues al mar, ¿dónde sino? Con terrazas espléndidas que inspiraron a sectores femeninos muy cuidadosos con los detalles prácticos: hubo quien se imaginó allí enfrente, con un desayuno con croissants recientes, con churros y chocolate humeante. Alguien, quizá más carnívora, recordó aquella idea que tuvo en Caín (León) con una tienda de campaña y un solterón hijo único en medio del prado y quiso trasladar tan grata utopía a estos lares, mirando al mar.
Lo que sí se veían era el brillo y las tonalidades del agua del mar, aquel azul del texto escolar al lado de variadas formas de acantilados, con vegetación mediterránea y también algunas especies de eucaliptos que ya empiezan a conquistar estas zonas. Un muy urbanizado GR, apto para paseos de después de cenar con zapato lustroso y la tez bien morena fruto de una jornada agotadora …echados en la playa o en la cubierta de un yate.
El desayuno y las micciones cara al mar
La playa de La Fosca estaba reluciente, igual que el resto de los recortes costeros. Tonalidades azuladas, brillos como espejos, fondos lejanos, arena casi solitaria y ausencia de bullicio. Los puertos deportivos se parecen a un caramelo sólo al alcance de una minoría, con mucha fibra kevlar, mástiles, cabos y amarres bien sujetos para evitar los quebraderos financieros de posibles tormentas (marinas, no económicas). Hay muchos, y más que llegarán pero, por suerte, Palamós también sabe lo que es un puerto de pescadores con sus afamadas y caras gambas. Por lo demás, la primera línea de mar es un continuo más de lo mismo, la industria turística casi quieta ahora, el paisaje humano reducido a pocos prototipos y muchas persianas cerradas. Por aquí aún hay muchos monumentos a pescadores, a la ya casi olvidada industria del corcho, a la guerra con cañones y a maestros de la habanera como el inefable Ortega Monasterio.
El camino se sometía al dictado de la belleza y casi al mismo guión: subir y bajar, subir, el pueblo abajo, puerto deportivo, playa, tipos, subir y vuelta a repetir. Pero quizá la mayor originalidad estaba en el discurrir de la senda. Y, claro, en el guión siempre hay una hoja que dice “Parada a desayunar”. Y en Sant Antoni de Calonge se cumplió ese enunciado a rajatabla. Fue al final de la playa, después de un promontorio por el que se accedía a una más de tantas calas. Un lugar para contemplar si no fuera porque en el grupo se produjo una curiosa dispersión y oteo de rincones no al alcance de voyeurs. La vejiga apretaba, quizá por el efecto de ver tanta agua fuera. Había que buscar un supuesto excusado y, la especie hombre, debía tener en cuenta la dirección del viento, no siendo que lo que sale hacia fuera te vuelva a mojar. Se desconoce si padecían el mismo apretujón interior aquella pareja que, entre arrumacos y carantoñas debajo de la arboleda, no tenían entre su cometido vigilar qué hacía tal grupo o a aquellos dos abuelos extranjeros que demostraron su poderío con la bicicleta.
Allí aparecieron las viandas, botas y similares y también las bebidas posteriores. Ya circulan dos termos de café y uno de té. Empiezan las primeras comparaciones como si de un seminario de aromaterapia se tratara. Mientras, listado de calçotada, últimas evacuaciones de mozas más recatadas y el camino seguía en suave ascensión.
Gritos en el agua
La sucesión de calas era continua, gracias a un camino que es un cúmulo de sorpresas. Ya no sólo era que te enseñara los farallones y cortados de cada zona, que sus balcones fueran de los mejores; podía estar asfaltado, tener luces o no tenerlas, bajar en fuerte pendiente, estar bien marcado o sin marcas, con oscuros túneles que te sorprendían al final con la blanca espuma de las olas, con vallas que te obligaban a estirar, tensar y encoger con corrección; o ascender por encima de embarcaderos, o rodear mansiones, o contemplar decoradas fachadas con flores, o bajar al trote porque te lo ponían a “h…” Y otra cala tan envidiable como la anterior pero menos que la siguiente, con un urbanismo bastante comedido en zonas casi acotadas para según qué especies humanas.
Sant Antoni de Calonge, la riera de Calonge, Punta Valentina (fortificación que da nombre a la zona), playa de Treumal, playa de Belladona, la de Sa Cova y…
En un momento dado, ya en Platja d’Aro, se empezaron a oír gritos en el agua. En un primer momento parecían de auxilio. Después, alguien mal pensado dijo que ese sonido podía disimular supuestos gemidos. No, a nadie se le pasó por la imaginación la hipotética posibilidad de que se hiciera realidad aquella frase del grupo musical Radio Futura: “Dicen que tienes un tacto divino, y quien te toca se queda con él”. Hasta que los dos seres de las aguas fueron identificados llamaron la atención. Eran una pareja, habían dejado sus ropas allí tiradas, rebozadas de arena al lado de otra joven pareja, la cual estaba también en la arena. Alguien creyó detectarles una posible y ligera subida de tensión motivada por sus posturas y actos.
Debió haber presuntas apuestas encubiertas porque, al parecer, tenían que haber sido dos mujeres y el experto nadador pero la del biquini se vendió al mejor postor. Saciadas sus ansias marinas, ambos salieron como si nada. Una voz anónima dijo que ese master en natación esta vez sí que se había llevado el conejo al agua.
La pérgola de….
Platja d’Aro tiene fama de ser un pueblo muy bien aireado. Mucho viento y más edificios. También se veía cierto paisaje humano muy propio de estas épocas de vacas flacas turísticas: auxiliares sudamericanas paseando entrañables abuelas, mesas bien surtidas de envidiables aperitivos, abuelos ya en el otoño de la vida que sesteaban en los bancos y otros que reconfortaban sus varices con ese medicamento natural que es el agua del mar. Mientras, alguien muy versado en negocios que le “pintan” bien, miraba hacia un yate en el mar que avanzaba en la misma dirección que los caminantes. Imaginó en voz alta que pronto su futuro desplazamiento sería así, como si de otro Paco el Pocero se tratara. No se vio reflejado en aquella otra pareja que tenía a su derecha: ambos, sudorosos, descansaban después del recorrido con unas bicis de montaña bien embarradas.
El camino seguía y enseñaba más calas y más puntas, muchas de ellas con influencias del mallorquín en su denominación de origen: Punta Prima, S’Agaró, Cala Pedrosa, Punta del Molar, Punta de Ses Sofreres. En medio, la senda sigue haciendo de las suyas y puede tensarse para subir, aflojarse o extenderse por en medio de arena donde las pisadas se convierten en huellas que pronto las hará desparecer el mar. No deja de ser la mejor forma de andar por los caminos: que tu paso no deje señales de que has arrastrado tus huesos por él.
Nuestro proceder debe ser una excepción, la cual se ve confirmada por las construcciones de gran solera y, entre ellas La Gavina, ese lujoso hotel por donde aún debe pasear el espectro de Elisabet Taylor y sucedáneos. También los rincones de gran belleza y buena perspectiva enmarcan fotos, postales, cuadros y demás modalidades para empaquetar paisajes. Pronto corrió la voz de que, no muy lejos de allí, aún debe buscar los restos del descorche de la penúltima botella destilada el espíritu abrevador de un insigne barón alemán, dueño de hierros y ascensores, que cayó en manos de cierta baronesa con residencia en el final de etapa y con renombrado museo en Madrid, guerrera ella con su alcalde por un quítame allá esas pajas (perdón, esos árboles del paseo de Recoletos). Y allí cerca destacaba una pérgola con buenos paisajes y caída libre. Un marco incomparable para retratarse en grupo. La estampa se hizo aunque no estábamos todos los que éramos. A partir de aquí, paso ligero por parte de algunos andarines que creyeron que aquel paseo tan bien acondicionado era para preparaciones atléticas. A un lado, señoriales mansiones. A otro, el mar con acantilados, algunos de los cuales ya son famosos por practicantes de las vías ferratas. Mientras, las diferentes especies de gaviotas despliegan su envergadura y muestran sus poderes aéreos.
Uno de los últimos pueblos del Baix Empordà, a cinco metros sobre el nivel del mar, nos recibió con la buena cara de la ya habitual carta de presentación: el puerto deportivo. Sant Feliu de Guíxols se atribuye la propiedad del topónimo “Costa Brava”, algo que no les debía importar mucho a caminantes deseosos de abrevar con buenas jarras. Si de cultura se trata, además de los Eldorados Petits y similares ejemplos gastronómicos, aquí empezó o acabó la vía férrea que partía hacia Ogassa. Lejos queda aquel año de 1842, cuando se creó para dar salida al mar al carbón de aquellas zonas. 1969 fue el año de su defunción. Hoy, como bien saben los amantes de la bicicleta, es una de las vías verdes más típicas. También el corcho es pasto de la memoria. No así la comida y la bebida del final de la etapa.
Bien aireados en una terraza, atendidos por ese personal que nos ayudará a cobrar las futuras pensiones, la comida discurrió con la placidez habitual en medio de un grupo muy numeroso. Y, de postre, la lotería oficial de los amigos de la montaña. El administrador oficial repartió números. Después, otro espontáneo hizo lo propio pero, cándido él, ya daba premio en efectivo con cada número. Devolvía más cambio de la cuenta. Por tanto, los números ya tocaban en el acto.
Lleno el ánimo con tanta costa brava, sin huellas a la vista, quizá ya las pisadas de la arena borradas por el mar para que nadie se entere de nuestros pasos, es justo agradecerle a la naturaleza lo que ella nos brinda. Atendamos la voz de los sabios como Giordano Bruno, quien dejó este buen sabor de boca en una de sus frases:
“Que la naturaleza sea la ley de la razón, no la razón la ley de la naturaleza”.
Evaristo
Terrassa, 21 de noviembre de 2006
http://afondonatural.blogspot.com
GRmanos y GRmanas,
¿Un camino con continuas subidas y bajadas, muy acondicionado en muchos tramos, pista americana en otros, y en proceso de embellecimiento con granito en algunos? ¿Una senda donde las huellas que dejas se borran de forma natural? ¿Un sitio donde los túneles te sorprenden con vistas inesperadas y donde, desde lo alto, la vista es de foto ilustrativa de libro de estudiantes? ¿Un camino donde no hace mucho todo era una alfombra textil (de toallas y pareados) con intenso olor a bronceados y fritangas? ¿Una senda con poblaciones encadenadas que representan el mayor estatus de la zona, incluidas la Baronesa y su difunto y beodo barón? ¿Tantas huellas de ricos con buen gusto?
Todo debe formar parte de una realidad expresada en aquella pintada que había en una pared al lado de una playa por donde pasamos: “Mundo Guay”.
Tales incógnitas se despejaron a lo largo de una etapa que transcurrió por la más típica costa brava, ésa que a los niños del interior nos hizo ver las diferencias que había entre la bravía costa de aquí con la habitual imagen de mucha arena y muy extendida hasta el infinito y más allá de lugares más planos. El “bressol” de la Costa Brava dicen que anda por aquí y, junto a estos estímulos paisajísticos con belleza de alto standing, siempre se enganchan los pudientes que pueden instalar sus reales en sitios con habitaciones con muy buenas vistas. Todo tan bien que hasta han sometido al GR a encajonamientos varios, lo han delimitado por vericuetos y zizgzags propios de un zoco de ciudad árabe, o han cambiado su curso hacia el interior para salvar mansiones o entradas con barca.
Los inicios
Muchas personas aunque menos de las previstas se dieron cita a las horas convenidas y con un autocar puntual por primera vez. ¿Paradas? Casi servicio a la carta en lo que es, a nuestro servicio. Hasta hubo una parada más de lo normal para recoger y presentar en sociedad a aquella dama del hielo que hoy se deshizo y se convirtió en agua, llevando al “huerto” (perdón, “al agua”) a uno y solo un ilustre, atlético y aguerrido mozo, e incluso adulterando bebidas (con agua de mar) que al final fueron ingeridas por nuestro coordinador general. ¡Qué atrevimiento para empezar! Igual que el de otra pasajera en la fila del gallinero del autocar. Amenazaba con ponerse el biquini y lucir palmito como sirena otoñal en aguas de dudosa temperatura. No lo hizo, si bien sí que se atrevió a provocar y enervar a santos varones (con “v”) que ya están fuera del mercado, ocupado éste hoy día por gañanes con más posibles.
El momento del amanecer por la autopista hacia las Europas descubrió las primeras nieves que emblanquecían las puntas de los Pirineos, allá a lo lejos, mientras los árboles de ribera adornaban con su vestuario ocre los campos de cereales ya nacidos o aquellos otros recién arados, sometidos al descanso del barbecho. El sol permitió ver esos pueblos de la Girona del interior, con las espadañas de las iglesias en alto, siempre en el centro, verdaderas atalayas o faros qua antes debían alumbrar con más fe que ahora. Sin embargo, estas comarcas están en pie de guerra a causa de la actual gallina de los huevos de oro. Bien lo saben las endesas, iberdrolas, fenosas, e.ons y similares que, con tanto dinero fruto de los superavits de tantos Pacos Poceros, son compradas por ellos y quieren traer más energía de Francia a través de una línea de muy alta tensión, a la que se oponen muchas personas de estas zonas. El AVE es una buena y verdadera excusa.
La comarca de La Selva no es tal pero sí tiene muchos árboles y cada vez más almacenes de todo tipo, granjas y mucho movimiento ocasionado por el transporte, o sea, todo se mueve sin parar. Poco a poco el Baix Empordà se notaba porque las lomas de cualquier promontorio estaban conquistadas por urbanizaciones y casas que ascendían hasta arriba. Sus dueños querían ver el mar al fondo y, para eso, o bajar ellos a la orilla o subir sus casas a la cima. El autocar nos situó abajo y enfiló hacia La Fosca.
Encajonados hacia el mar
Todo muy urbanizado, hasta el GR. La ley de costas debe tener algún subapartado dedicado a los caminos de ronda y similares. Se empezó por terreno asfaltado, todo construido o en proceso de terminar con los pocos espacios aún demasiado naturales, con las típicas furgonetas y camiones de obras varias. Pronto las callejuelas del núcleo urbanizado de turno tenían una doble función y también acogían a caminantes que se interrogaban por qué eso y a dónde se saldría. Pues al mar, ¿dónde sino? Con terrazas espléndidas que inspiraron a sectores femeninos muy cuidadosos con los detalles prácticos: hubo quien se imaginó allí enfrente, con un desayuno con croissants recientes, con churros y chocolate humeante. Alguien, quizá más carnívora, recordó aquella idea que tuvo en Caín (León) con una tienda de campaña y un solterón hijo único en medio del prado y quiso trasladar tan grata utopía a estos lares, mirando al mar.
Lo que sí se veían era el brillo y las tonalidades del agua del mar, aquel azul del texto escolar al lado de variadas formas de acantilados, con vegetación mediterránea y también algunas especies de eucaliptos que ya empiezan a conquistar estas zonas. Un muy urbanizado GR, apto para paseos de después de cenar con zapato lustroso y la tez bien morena fruto de una jornada agotadora …echados en la playa o en la cubierta de un yate.
El desayuno y las micciones cara al mar
La playa de La Fosca estaba reluciente, igual que el resto de los recortes costeros. Tonalidades azuladas, brillos como espejos, fondos lejanos, arena casi solitaria y ausencia de bullicio. Los puertos deportivos se parecen a un caramelo sólo al alcance de una minoría, con mucha fibra kevlar, mástiles, cabos y amarres bien sujetos para evitar los quebraderos financieros de posibles tormentas (marinas, no económicas). Hay muchos, y más que llegarán pero, por suerte, Palamós también sabe lo que es un puerto de pescadores con sus afamadas y caras gambas. Por lo demás, la primera línea de mar es un continuo más de lo mismo, la industria turística casi quieta ahora, el paisaje humano reducido a pocos prototipos y muchas persianas cerradas. Por aquí aún hay muchos monumentos a pescadores, a la ya casi olvidada industria del corcho, a la guerra con cañones y a maestros de la habanera como el inefable Ortega Monasterio.
El camino se sometía al dictado de la belleza y casi al mismo guión: subir y bajar, subir, el pueblo abajo, puerto deportivo, playa, tipos, subir y vuelta a repetir. Pero quizá la mayor originalidad estaba en el discurrir de la senda. Y, claro, en el guión siempre hay una hoja que dice “Parada a desayunar”. Y en Sant Antoni de Calonge se cumplió ese enunciado a rajatabla. Fue al final de la playa, después de un promontorio por el que se accedía a una más de tantas calas. Un lugar para contemplar si no fuera porque en el grupo se produjo una curiosa dispersión y oteo de rincones no al alcance de voyeurs. La vejiga apretaba, quizá por el efecto de ver tanta agua fuera. Había que buscar un supuesto excusado y, la especie hombre, debía tener en cuenta la dirección del viento, no siendo que lo que sale hacia fuera te vuelva a mojar. Se desconoce si padecían el mismo apretujón interior aquella pareja que, entre arrumacos y carantoñas debajo de la arboleda, no tenían entre su cometido vigilar qué hacía tal grupo o a aquellos dos abuelos extranjeros que demostraron su poderío con la bicicleta.
Allí aparecieron las viandas, botas y similares y también las bebidas posteriores. Ya circulan dos termos de café y uno de té. Empiezan las primeras comparaciones como si de un seminario de aromaterapia se tratara. Mientras, listado de calçotada, últimas evacuaciones de mozas más recatadas y el camino seguía en suave ascensión.
Gritos en el agua
La sucesión de calas era continua, gracias a un camino que es un cúmulo de sorpresas. Ya no sólo era que te enseñara los farallones y cortados de cada zona, que sus balcones fueran de los mejores; podía estar asfaltado, tener luces o no tenerlas, bajar en fuerte pendiente, estar bien marcado o sin marcas, con oscuros túneles que te sorprendían al final con la blanca espuma de las olas, con vallas que te obligaban a estirar, tensar y encoger con corrección; o ascender por encima de embarcaderos, o rodear mansiones, o contemplar decoradas fachadas con flores, o bajar al trote porque te lo ponían a “h…” Y otra cala tan envidiable como la anterior pero menos que la siguiente, con un urbanismo bastante comedido en zonas casi acotadas para según qué especies humanas.
Sant Antoni de Calonge, la riera de Calonge, Punta Valentina (fortificación que da nombre a la zona), playa de Treumal, playa de Belladona, la de Sa Cova y…
En un momento dado, ya en Platja d’Aro, se empezaron a oír gritos en el agua. En un primer momento parecían de auxilio. Después, alguien mal pensado dijo que ese sonido podía disimular supuestos gemidos. No, a nadie se le pasó por la imaginación la hipotética posibilidad de que se hiciera realidad aquella frase del grupo musical Radio Futura: “Dicen que tienes un tacto divino, y quien te toca se queda con él”. Hasta que los dos seres de las aguas fueron identificados llamaron la atención. Eran una pareja, habían dejado sus ropas allí tiradas, rebozadas de arena al lado de otra joven pareja, la cual estaba también en la arena. Alguien creyó detectarles una posible y ligera subida de tensión motivada por sus posturas y actos.
Debió haber presuntas apuestas encubiertas porque, al parecer, tenían que haber sido dos mujeres y el experto nadador pero la del biquini se vendió al mejor postor. Saciadas sus ansias marinas, ambos salieron como si nada. Una voz anónima dijo que ese master en natación esta vez sí que se había llevado el conejo al agua.
La pérgola de….
Platja d’Aro tiene fama de ser un pueblo muy bien aireado. Mucho viento y más edificios. También se veía cierto paisaje humano muy propio de estas épocas de vacas flacas turísticas: auxiliares sudamericanas paseando entrañables abuelas, mesas bien surtidas de envidiables aperitivos, abuelos ya en el otoño de la vida que sesteaban en los bancos y otros que reconfortaban sus varices con ese medicamento natural que es el agua del mar. Mientras, alguien muy versado en negocios que le “pintan” bien, miraba hacia un yate en el mar que avanzaba en la misma dirección que los caminantes. Imaginó en voz alta que pronto su futuro desplazamiento sería así, como si de otro Paco el Pocero se tratara. No se vio reflejado en aquella otra pareja que tenía a su derecha: ambos, sudorosos, descansaban después del recorrido con unas bicis de montaña bien embarradas.
El camino seguía y enseñaba más calas y más puntas, muchas de ellas con influencias del mallorquín en su denominación de origen: Punta Prima, S’Agaró, Cala Pedrosa, Punta del Molar, Punta de Ses Sofreres. En medio, la senda sigue haciendo de las suyas y puede tensarse para subir, aflojarse o extenderse por en medio de arena donde las pisadas se convierten en huellas que pronto las hará desparecer el mar. No deja de ser la mejor forma de andar por los caminos: que tu paso no deje señales de que has arrastrado tus huesos por él.
Nuestro proceder debe ser una excepción, la cual se ve confirmada por las construcciones de gran solera y, entre ellas La Gavina, ese lujoso hotel por donde aún debe pasear el espectro de Elisabet Taylor y sucedáneos. También los rincones de gran belleza y buena perspectiva enmarcan fotos, postales, cuadros y demás modalidades para empaquetar paisajes. Pronto corrió la voz de que, no muy lejos de allí, aún debe buscar los restos del descorche de la penúltima botella destilada el espíritu abrevador de un insigne barón alemán, dueño de hierros y ascensores, que cayó en manos de cierta baronesa con residencia en el final de etapa y con renombrado museo en Madrid, guerrera ella con su alcalde por un quítame allá esas pajas (perdón, esos árboles del paseo de Recoletos). Y allí cerca destacaba una pérgola con buenos paisajes y caída libre. Un marco incomparable para retratarse en grupo. La estampa se hizo aunque no estábamos todos los que éramos. A partir de aquí, paso ligero por parte de algunos andarines que creyeron que aquel paseo tan bien acondicionado era para preparaciones atléticas. A un lado, señoriales mansiones. A otro, el mar con acantilados, algunos de los cuales ya son famosos por practicantes de las vías ferratas. Mientras, las diferentes especies de gaviotas despliegan su envergadura y muestran sus poderes aéreos.
Uno de los últimos pueblos del Baix Empordà, a cinco metros sobre el nivel del mar, nos recibió con la buena cara de la ya habitual carta de presentación: el puerto deportivo. Sant Feliu de Guíxols se atribuye la propiedad del topónimo “Costa Brava”, algo que no les debía importar mucho a caminantes deseosos de abrevar con buenas jarras. Si de cultura se trata, además de los Eldorados Petits y similares ejemplos gastronómicos, aquí empezó o acabó la vía férrea que partía hacia Ogassa. Lejos queda aquel año de 1842, cuando se creó para dar salida al mar al carbón de aquellas zonas. 1969 fue el año de su defunción. Hoy, como bien saben los amantes de la bicicleta, es una de las vías verdes más típicas. También el corcho es pasto de la memoria. No así la comida y la bebida del final de la etapa.
Bien aireados en una terraza, atendidos por ese personal que nos ayudará a cobrar las futuras pensiones, la comida discurrió con la placidez habitual en medio de un grupo muy numeroso. Y, de postre, la lotería oficial de los amigos de la montaña. El administrador oficial repartió números. Después, otro espontáneo hizo lo propio pero, cándido él, ya daba premio en efectivo con cada número. Devolvía más cambio de la cuenta. Por tanto, los números ya tocaban en el acto.
Lleno el ánimo con tanta costa brava, sin huellas a la vista, quizá ya las pisadas de la arena borradas por el mar para que nadie se entere de nuestros pasos, es justo agradecerle a la naturaleza lo que ella nos brinda. Atendamos la voz de los sabios como Giordano Bruno, quien dejó este buen sabor de boca en una de sus frases:
“Que la naturaleza sea la ley de la razón, no la razón la ley de la naturaleza”.
Evaristo
Terrassa, 21 de noviembre de 2006
http://afondonatural.blogspot.com
sábado, 11 de noviembre de 2006
Bruguera 2006
La presentación de Eva y la ascensión al Balandrau, en un picante encuentro anual en Bruguera
Tres generaciones distintas se reunieron en la ya tradicional convocatoria anual de Bruguera 2006. Tres franjas de edades entre las que ya se comenzaba a pergeñar la línea sucesoria de este proyecto de GRMANIA que, medio en broma medio en serio, ya va por el año once de su existencia. La presentación en sociedad de la nueva GRmana Eva García confirmó que esperanzas futuras de continuidad hay y que o seguirá siendo por la línea global y de mestizaje o no será. En Bruguera se cocinaron muchas cosas, se dijeron más y se observaron algunas curiosidades en torno a la tercera adolescencia de caminantes que consideran ya el otoño como si fuera una primavera más de sus vidas.
El Balandrau, las setas, las reflexiones a tumba abierta sobre GRMANIA, los cuerpos, las insinuaciones y la convivencia, he ahí lo más destacable de Bruguera 2006.
El Balandrau
La seriedad de este trabajo por proyectos que representa cada salida extra se vio cumplida cuando a las 14,45 horas del sábado 4 de noviembre trece personas hollaron la cumbre de 2584 metros de altura. Entre ellas, dos muchachos de 12 años. Y se confirmó más aún cuando a las 18,30 horas toda la expedición regresó sana y salva a sus coches en dirección a Bruguera. Los 3200 metros de desnivel salvados fue una victoria más que ya figura en el currículum de las expediciones especiales hacia objetivos concretos de alto valor: confirman que ha pasado un año más de vida con un pico menos que conquistar.
La estación de Ribes de Freser se ha convertido en el encuentro inicial de las huestes que vienen de Terrassa y las que proceden de Bruguera, donde durmieron la noche anterior. Allí, con planos diversos en la mano, se decidió a dónde ir y por dónde. Si bien una GRmana nos puso en bandeja una ruta posible que nos preparó el fin de semana anterior (gracias de verdad), la expedición agradeció el esfuerzo realizado pero consideró que en aquel momento sus cuerpos pedían más guerra con más desniveles y kilómetros.
El inicio discurrió por el camino que sale de la carretera de Ribes a Queralbs, en la central hidroeléctrica de Daió, senda ya andada el año pasado en su parte primera. Como que para llegar hay que empezar, así fue. En medio de bosques con hojas a punto de decorado de salvapantallas otoñal, con cascadas de esa agua que cada vez escasea más, entre piedras talladas por otras generaciones que las pisaron para otros fines laborales, con las huellas de aquellos ingenieros que le dan el nombre al camino y que dejaron la canalización de parte del agua hacia la central de Daió. Suave subida para tensar los músculos, coger la temperatura adecuada y despertar un estómago que pronto pidió sustancias comestibles. Y aquí también aparecieron las primeras insinuaciones.
Una dama, a los postres, alegó que se iba a comer un rosco, quizá el único del día; a lo que un caballero le respondió que suerte de ella que podía disfrutar de tamaña degustación. La respuesta se centró en las ventajas y la seguridad del rosco diario del casado, cosa no confirmada por el hombre en cuestión. La temperatura ya se caldeaba, y no es que hubiera calor exterior. La subida se empinaba por un camino que dejaba ver las siluetas de la alta montaña del Pirineo oriental. A medida que se ascendía aparecía la silueta del recorrido del agua canalizada y también esas montañas del Ripollès que, año tras año, vamos conquistando. El camino sirvió para repasar la actualidad mundial, con muchas pinceladas al mundo escolar (vicio propio de los de la tiza, versión antigua del moderno ratón), con paradas para juntar al grupo y bromear sobre las alturas y las bajuras.
Los prados alpinos enseñaron su césped a medida que el pino rojo iba quedando abajo. El excelente día descubría las consecuencias de los aludes de nieve en los árboles, lo bien cuidada que estaba la senda de los ingenieros y ese nuevo mundo que aparece al subir mientras desaparece en la lejanía aquel otro por donde hace poco pasamos. El discurrir del río Freser ponía el sonido de fondo cuando el agua caía en las pozas y formaba esos “gorgs” que pronto hivernarían helados hasta la primavera.
De los 1140 metros del principio ahora ya estábamos a 2100 metros. Por lo tanto, el albergue de Coma de Vaca estaba ahí, con placas solares y excursionistas en sus alrededores. Llegados a este punto, parecía que la cima del Balandrau estaba cerca. Espejismos que muestran las ganas de acabar. No estaba tan cerca. Tres notas alegraron el tramo final de ascensión: los corzos que saltaban y hacían monerías allí cerca, las figuras de hielo que se formaban a los lados del arroyo y la dama del hielo. Sí, una persona invitada que demostró la alegría que puede provocar algo tan frío. Tiempo al tiempo.
Después de la ascensión, vueltas y más vueltas, la expedición se acercaba a una cumbre que no llegaba nunca. Lo que sí nos empezaba a rodear era la niebla, unas grises cortinas que transformaban ya un bello paisaje en algo que podía ser fantasmagórico, donde podíamos ser desorientados fantasmas sin saber cómo bajar de allá arriba. A las 14,45 hollamos la cima del Balandrau. Desde allí el mundo se veía tapado por esa niebla que inquietó a la expedición y provocó temor. El punto geodésico testificaba que era verdad que estábamos en el Balandrau. Cerca había otro promontorio que dividía los términos de Tregurà y Queralbs, con un mapa de relieve para mentes despiertas.
La comida en medio de la niebla fue expectante por la inseguridad de la bajada y por las dos propuestas para bajar por caminos distintos. Mientras se aclaraba la bajada, hubo una dama que sólo estaba preocupada por saber dónde estaba la bota. Satisfecha quedó cuando la puso en vertical y le hizo olvidar esas cuestiones tan nimias de qué hacer si no sabemos por dónde vamos de regreso. Foto de rigor, café caliente de termo, dulce y bajada por el camino de subida para asegurarse que ya se conocía.
La moda casual, el destape y la dama del hielo
Ya de bajada, el sudor del esfuerzo convirtió en pasarela real un momento del camino. Un caballero, alegando que tenía calor, en un momento en que estaba rodeado de damas, se quitó prendas superiores dejando ver sus ahora ya públicas zonas medianas traseras. Aquello parecía la pasarela (no Cibeles), una forma de moda casual y no para enseñar si la prenda en cuestión era Unno, Uommo, Calvin Klein o M&M (Mercadillo de los Miércoles). Sus posaderas llamaron la atención y hasta hubo damas que estuvieron atentas por si en otro quiebro volvía a repetir el pase de moda de altura.
Con la temperatura ya elevada, intervino la dama del hielo. La invitada en cuestión se entretuvo en introducir trozos del frío elemento por la parte superior de la espalda. En su camino descendente quizá sería un buen refrigerante para momentos de alto voltaje. Así se divertía ella mientras las cabras pirenaicas la contemplaban con curiosidad. En ésas estaba cuando, al paso por una zona helada, nuestro modelo casual sufrió un resbalón y fue a dar con aquella nalga en el hielo. Suerte de la cartera en ese bolsillo. La VISA le salvó también de este aprieto y no pareció quedarle marcas. Él ya solicitaba masajes femeninos en esas zonas. Con la niebla al fondo y las gracias heladas de esa dama, la bajada fue más rápida de lo previsto.
Se despejó la niebla y se acercaba la noche. Era un placer observar cómo los árboles de mil colores quedaban desfigurados por una cortina de niebla arriba, con esas tonalidades que resaltaban aún al oscurecer. La luna llena y las estrellas quedaban tapadas y el camino lleno de hojas secas obligaba a concentrarse dónde poner el pie. Pronto las luces de la central de Daió anunciaban que los coches estaban allí. Antes, la tabla de estiramientos y, después, Bruguera.
La postal de Bruguera y el poder de la soltería
Allí se encontraba nuestro pueblo de cada otoño, en un paisaje ya conocido pero no por ello menos sorprendente. La casa ya estaba en su punto, con el fuego encendido y con nuestra estrella de la jornada. Eva García nos sorprendió con su hospitalidad, nos recibió bien y se acostumbró a todos, siempre con buen apetito. Desconocemos qué pensaría de aquellos seres con mochilas, bastones, gritando y abriendo sin parar la nevera en busca de cervezas.
El acto eucarístico de la preparación de la cena fue un movimiento global para tener a punto esos condumios diversos. Todos parecen verificar que el Balandrau fue una buena disculpa para el posterior goce de algunos sentidos. Hasta un caballero nuevo en Bruguera se asustó cuando, al abrir la nevera, observó la cantidad de líquidos allí apilados. Pronto descubriría su destino final y el continuo descorche.
Ahí estábamos cuando aquellas damas de las almejas de la última etapa del GR, esta vez nos sorprendieron con sus setas. Son eficaces expertas también en este producto. Y las probamos (las setas) en un revuelto con huevos. Buena combinación ésta de setas y huevos. Daba gusto. O sea, gustaba.
La cena, como cada año, estaba bien nutrida. Antes de las castañas de la maestra del tema, hubo de todo y mucho. A pesar de que se notaba el cansancio de tanto desnivel acumulado en las piernas, la esquina final de la mesa estaba ocupada por el grupo de mozas de costumbre. Y allí, con ellas, estaba un buen mozo con poderes sobre ellas. Él ya nos había sorprendido con el diseño de la decoración de platos libaneses de “humus” (gracias a ella, que los hizo y no pudo venir). Y ahora, cual “boy” en una fiesta de despedida de solteras, les alegraba la vida con bromas mutuas, chistes e insinuaciones nocturnas. Debió irles bien porque, al día siguiente, hubo suaves empujones, quiebros y caídas provocadas con apretujones incluidos.
A pesar de que nos faltaba la guitarra y el experto en los temas anteriores, la dama del hielo también explicaba con demostración práctica chistes de monjas y de su concepción carnal del cuerpo masculino.
Poco a poco las previsibles agujetas hicieron retirar al personal a sus aposentos nocturnos. La noche no dejó ver las estrellas para que, quien traía la carta astral de esa noche, nos impartiera la enésima lección magistral. Los deseos de despedida fueron los de siempre: “Más gemidos y menos ronquidos”. Los roncadores profesionales demostraron su preparación. De lo otro, nadie dijo si lo puso en práctica.
El paseo matinal, los cursillos madrileños y las opiniones sobre GRMANIA
Bien desayunados, para justificar la posterior comida se ofreció un paseo matinal en suave subida. No quedaba más remedio que ir para asentar el opíparo desayuno. Allí acudieron los de siempre y parte de las solteras de oro. Los prados fueron testigos de caídas casuales de ellas encima del hombre de moda, de muchas fotos con Eva y el Taga al fondo y con conversaciones variadas. No quedaba más remedio que abundar en los temas de actualidad. No se trataba de precocinar allí lo que otros hacían lejos en aquel momento, pactos, tripartitos y similares eufemismos. Aquí había buen entendimiento y no importaba tampoco el origen de los allí presentes.
En un lugar idílico, con mucha hoja seca en el suelo, el sol del mediodía y las hojas secas que iban cayendo, allí una persona docta informó de los nuevos cursillos que hace unos días se pusieron en marcha en Madrid por su popular alcalde. Una vez explicados, se sopesó la posibilidad de solicitarlos a algún centro de recursos o lugar que se nutra de fondos europeos. Los sesudos temas en cuestión que se explicaron en Madrid versaban sobre unos talleres de temas muy vitales: uno sobre el arte de la felación, otro sobre cómo hacer una orgía, cómo hacer un trío, un cuarteto, un quinteto, etc. Los doctos presentes ya se imaginaban la programación pedagógica en su apartado teórico y práctico. Y se ilusionaban con el certificado correspondiente para los sex (enios).
Después de tanta elucubración de la enésima adolescencia, esperaba la mesa central de la cocina para preparar el ágape final. Preparativos y posterior concentración de la mayoría en este espacio. Allí se degustaba un variado aperitivo, bien regado. En estos momentos de jolgorio es cuando la lengua dicharachera se libera de la presilla de la censura y, medio en broma o en serio, algunas damas dejaron caer su idea de que GRMANIA está gobernado por hombres. A lo que un docto mozo justificó que siempre consulta con su cuadro de asesoras secretas antes de tomar cualquier decisión, para evitar males mayores. Por allí se anunció que pronto alguien de la cadena de mando enviaría una “fatua” sobre la seguridad en las salidas. Otro anunció que pronto se presentaría oficialmente “la gran corrida”. Alguien apuntó que cada vez hay más mujeres. Otro dijo que en GRMANIA cada vez hay más MANÍAS y menos GR. Una mujer alegó que por qué no vienen más hombres, si alguna mano masculina los discrimina. En fin, entre los alcoholes previos a la comida, la alegría sirvió para hacer una cura de sinceridad y reírse de todo un poco, y primero de nosotros mismo.
Después de la comida, a la hora del reparto de alimentos sobrantes, las bromas adolescentes continuaron. Un mozo repartía un plátano y dos naranjas entre algunas damas. No rechazaban el obsequio, por cierto. También hubo mozos que lo cogieron. Con este ambiente está claro que Epicuro puede a Licurgo.
Al caer la tarde la hora anunciaba que llegaba el momento de partir. Es esa hora en que mejor estás, con comida suficiente y ganas de estar aquí algunos días más. Buena señal en medio de buena gente. También con planes y asignaturas pendientes para el próximo año: subir a Bastiments, el coll de la Marrana (con perdón), pic de l’Infern, etc. El Ripollès siempre nos sorprenderá.
Pero eso serán objetivos para el próximo año, también en Bruguera.
Evaristo
Terrassa, 8 de noviembre de 2006
Tres generaciones distintas se reunieron en la ya tradicional convocatoria anual de Bruguera 2006. Tres franjas de edades entre las que ya se comenzaba a pergeñar la línea sucesoria de este proyecto de GRMANIA que, medio en broma medio en serio, ya va por el año once de su existencia. La presentación en sociedad de la nueva GRmana Eva García confirmó que esperanzas futuras de continuidad hay y que o seguirá siendo por la línea global y de mestizaje o no será. En Bruguera se cocinaron muchas cosas, se dijeron más y se observaron algunas curiosidades en torno a la tercera adolescencia de caminantes que consideran ya el otoño como si fuera una primavera más de sus vidas.
El Balandrau, las setas, las reflexiones a tumba abierta sobre GRMANIA, los cuerpos, las insinuaciones y la convivencia, he ahí lo más destacable de Bruguera 2006.
El Balandrau
La seriedad de este trabajo por proyectos que representa cada salida extra se vio cumplida cuando a las 14,45 horas del sábado 4 de noviembre trece personas hollaron la cumbre de 2584 metros de altura. Entre ellas, dos muchachos de 12 años. Y se confirmó más aún cuando a las 18,30 horas toda la expedición regresó sana y salva a sus coches en dirección a Bruguera. Los 3200 metros de desnivel salvados fue una victoria más que ya figura en el currículum de las expediciones especiales hacia objetivos concretos de alto valor: confirman que ha pasado un año más de vida con un pico menos que conquistar.
La estación de Ribes de Freser se ha convertido en el encuentro inicial de las huestes que vienen de Terrassa y las que proceden de Bruguera, donde durmieron la noche anterior. Allí, con planos diversos en la mano, se decidió a dónde ir y por dónde. Si bien una GRmana nos puso en bandeja una ruta posible que nos preparó el fin de semana anterior (gracias de verdad), la expedición agradeció el esfuerzo realizado pero consideró que en aquel momento sus cuerpos pedían más guerra con más desniveles y kilómetros.
El inicio discurrió por el camino que sale de la carretera de Ribes a Queralbs, en la central hidroeléctrica de Daió, senda ya andada el año pasado en su parte primera. Como que para llegar hay que empezar, así fue. En medio de bosques con hojas a punto de decorado de salvapantallas otoñal, con cascadas de esa agua que cada vez escasea más, entre piedras talladas por otras generaciones que las pisaron para otros fines laborales, con las huellas de aquellos ingenieros que le dan el nombre al camino y que dejaron la canalización de parte del agua hacia la central de Daió. Suave subida para tensar los músculos, coger la temperatura adecuada y despertar un estómago que pronto pidió sustancias comestibles. Y aquí también aparecieron las primeras insinuaciones.
Una dama, a los postres, alegó que se iba a comer un rosco, quizá el único del día; a lo que un caballero le respondió que suerte de ella que podía disfrutar de tamaña degustación. La respuesta se centró en las ventajas y la seguridad del rosco diario del casado, cosa no confirmada por el hombre en cuestión. La temperatura ya se caldeaba, y no es que hubiera calor exterior. La subida se empinaba por un camino que dejaba ver las siluetas de la alta montaña del Pirineo oriental. A medida que se ascendía aparecía la silueta del recorrido del agua canalizada y también esas montañas del Ripollès que, año tras año, vamos conquistando. El camino sirvió para repasar la actualidad mundial, con muchas pinceladas al mundo escolar (vicio propio de los de la tiza, versión antigua del moderno ratón), con paradas para juntar al grupo y bromear sobre las alturas y las bajuras.
Los prados alpinos enseñaron su césped a medida que el pino rojo iba quedando abajo. El excelente día descubría las consecuencias de los aludes de nieve en los árboles, lo bien cuidada que estaba la senda de los ingenieros y ese nuevo mundo que aparece al subir mientras desaparece en la lejanía aquel otro por donde hace poco pasamos. El discurrir del río Freser ponía el sonido de fondo cuando el agua caía en las pozas y formaba esos “gorgs” que pronto hivernarían helados hasta la primavera.
De los 1140 metros del principio ahora ya estábamos a 2100 metros. Por lo tanto, el albergue de Coma de Vaca estaba ahí, con placas solares y excursionistas en sus alrededores. Llegados a este punto, parecía que la cima del Balandrau estaba cerca. Espejismos que muestran las ganas de acabar. No estaba tan cerca. Tres notas alegraron el tramo final de ascensión: los corzos que saltaban y hacían monerías allí cerca, las figuras de hielo que se formaban a los lados del arroyo y la dama del hielo. Sí, una persona invitada que demostró la alegría que puede provocar algo tan frío. Tiempo al tiempo.
Después de la ascensión, vueltas y más vueltas, la expedición se acercaba a una cumbre que no llegaba nunca. Lo que sí nos empezaba a rodear era la niebla, unas grises cortinas que transformaban ya un bello paisaje en algo que podía ser fantasmagórico, donde podíamos ser desorientados fantasmas sin saber cómo bajar de allá arriba. A las 14,45 hollamos la cima del Balandrau. Desde allí el mundo se veía tapado por esa niebla que inquietó a la expedición y provocó temor. El punto geodésico testificaba que era verdad que estábamos en el Balandrau. Cerca había otro promontorio que dividía los términos de Tregurà y Queralbs, con un mapa de relieve para mentes despiertas.
La comida en medio de la niebla fue expectante por la inseguridad de la bajada y por las dos propuestas para bajar por caminos distintos. Mientras se aclaraba la bajada, hubo una dama que sólo estaba preocupada por saber dónde estaba la bota. Satisfecha quedó cuando la puso en vertical y le hizo olvidar esas cuestiones tan nimias de qué hacer si no sabemos por dónde vamos de regreso. Foto de rigor, café caliente de termo, dulce y bajada por el camino de subida para asegurarse que ya se conocía.
La moda casual, el destape y la dama del hielo
Ya de bajada, el sudor del esfuerzo convirtió en pasarela real un momento del camino. Un caballero, alegando que tenía calor, en un momento en que estaba rodeado de damas, se quitó prendas superiores dejando ver sus ahora ya públicas zonas medianas traseras. Aquello parecía la pasarela (no Cibeles), una forma de moda casual y no para enseñar si la prenda en cuestión era Unno, Uommo, Calvin Klein o M&M (Mercadillo de los Miércoles). Sus posaderas llamaron la atención y hasta hubo damas que estuvieron atentas por si en otro quiebro volvía a repetir el pase de moda de altura.
Con la temperatura ya elevada, intervino la dama del hielo. La invitada en cuestión se entretuvo en introducir trozos del frío elemento por la parte superior de la espalda. En su camino descendente quizá sería un buen refrigerante para momentos de alto voltaje. Así se divertía ella mientras las cabras pirenaicas la contemplaban con curiosidad. En ésas estaba cuando, al paso por una zona helada, nuestro modelo casual sufrió un resbalón y fue a dar con aquella nalga en el hielo. Suerte de la cartera en ese bolsillo. La VISA le salvó también de este aprieto y no pareció quedarle marcas. Él ya solicitaba masajes femeninos en esas zonas. Con la niebla al fondo y las gracias heladas de esa dama, la bajada fue más rápida de lo previsto.
Se despejó la niebla y se acercaba la noche. Era un placer observar cómo los árboles de mil colores quedaban desfigurados por una cortina de niebla arriba, con esas tonalidades que resaltaban aún al oscurecer. La luna llena y las estrellas quedaban tapadas y el camino lleno de hojas secas obligaba a concentrarse dónde poner el pie. Pronto las luces de la central de Daió anunciaban que los coches estaban allí. Antes, la tabla de estiramientos y, después, Bruguera.
La postal de Bruguera y el poder de la soltería
Allí se encontraba nuestro pueblo de cada otoño, en un paisaje ya conocido pero no por ello menos sorprendente. La casa ya estaba en su punto, con el fuego encendido y con nuestra estrella de la jornada. Eva García nos sorprendió con su hospitalidad, nos recibió bien y se acostumbró a todos, siempre con buen apetito. Desconocemos qué pensaría de aquellos seres con mochilas, bastones, gritando y abriendo sin parar la nevera en busca de cervezas.
El acto eucarístico de la preparación de la cena fue un movimiento global para tener a punto esos condumios diversos. Todos parecen verificar que el Balandrau fue una buena disculpa para el posterior goce de algunos sentidos. Hasta un caballero nuevo en Bruguera se asustó cuando, al abrir la nevera, observó la cantidad de líquidos allí apilados. Pronto descubriría su destino final y el continuo descorche.
Ahí estábamos cuando aquellas damas de las almejas de la última etapa del GR, esta vez nos sorprendieron con sus setas. Son eficaces expertas también en este producto. Y las probamos (las setas) en un revuelto con huevos. Buena combinación ésta de setas y huevos. Daba gusto. O sea, gustaba.
La cena, como cada año, estaba bien nutrida. Antes de las castañas de la maestra del tema, hubo de todo y mucho. A pesar de que se notaba el cansancio de tanto desnivel acumulado en las piernas, la esquina final de la mesa estaba ocupada por el grupo de mozas de costumbre. Y allí, con ellas, estaba un buen mozo con poderes sobre ellas. Él ya nos había sorprendido con el diseño de la decoración de platos libaneses de “humus” (gracias a ella, que los hizo y no pudo venir). Y ahora, cual “boy” en una fiesta de despedida de solteras, les alegraba la vida con bromas mutuas, chistes e insinuaciones nocturnas. Debió irles bien porque, al día siguiente, hubo suaves empujones, quiebros y caídas provocadas con apretujones incluidos.
A pesar de que nos faltaba la guitarra y el experto en los temas anteriores, la dama del hielo también explicaba con demostración práctica chistes de monjas y de su concepción carnal del cuerpo masculino.
Poco a poco las previsibles agujetas hicieron retirar al personal a sus aposentos nocturnos. La noche no dejó ver las estrellas para que, quien traía la carta astral de esa noche, nos impartiera la enésima lección magistral. Los deseos de despedida fueron los de siempre: “Más gemidos y menos ronquidos”. Los roncadores profesionales demostraron su preparación. De lo otro, nadie dijo si lo puso en práctica.
El paseo matinal, los cursillos madrileños y las opiniones sobre GRMANIA
Bien desayunados, para justificar la posterior comida se ofreció un paseo matinal en suave subida. No quedaba más remedio que ir para asentar el opíparo desayuno. Allí acudieron los de siempre y parte de las solteras de oro. Los prados fueron testigos de caídas casuales de ellas encima del hombre de moda, de muchas fotos con Eva y el Taga al fondo y con conversaciones variadas. No quedaba más remedio que abundar en los temas de actualidad. No se trataba de precocinar allí lo que otros hacían lejos en aquel momento, pactos, tripartitos y similares eufemismos. Aquí había buen entendimiento y no importaba tampoco el origen de los allí presentes.
En un lugar idílico, con mucha hoja seca en el suelo, el sol del mediodía y las hojas secas que iban cayendo, allí una persona docta informó de los nuevos cursillos que hace unos días se pusieron en marcha en Madrid por su popular alcalde. Una vez explicados, se sopesó la posibilidad de solicitarlos a algún centro de recursos o lugar que se nutra de fondos europeos. Los sesudos temas en cuestión que se explicaron en Madrid versaban sobre unos talleres de temas muy vitales: uno sobre el arte de la felación, otro sobre cómo hacer una orgía, cómo hacer un trío, un cuarteto, un quinteto, etc. Los doctos presentes ya se imaginaban la programación pedagógica en su apartado teórico y práctico. Y se ilusionaban con el certificado correspondiente para los sex (enios).
Después de tanta elucubración de la enésima adolescencia, esperaba la mesa central de la cocina para preparar el ágape final. Preparativos y posterior concentración de la mayoría en este espacio. Allí se degustaba un variado aperitivo, bien regado. En estos momentos de jolgorio es cuando la lengua dicharachera se libera de la presilla de la censura y, medio en broma o en serio, algunas damas dejaron caer su idea de que GRMANIA está gobernado por hombres. A lo que un docto mozo justificó que siempre consulta con su cuadro de asesoras secretas antes de tomar cualquier decisión, para evitar males mayores. Por allí se anunció que pronto alguien de la cadena de mando enviaría una “fatua” sobre la seguridad en las salidas. Otro anunció que pronto se presentaría oficialmente “la gran corrida”. Alguien apuntó que cada vez hay más mujeres. Otro dijo que en GRMANIA cada vez hay más MANÍAS y menos GR. Una mujer alegó que por qué no vienen más hombres, si alguna mano masculina los discrimina. En fin, entre los alcoholes previos a la comida, la alegría sirvió para hacer una cura de sinceridad y reírse de todo un poco, y primero de nosotros mismo.
Después de la comida, a la hora del reparto de alimentos sobrantes, las bromas adolescentes continuaron. Un mozo repartía un plátano y dos naranjas entre algunas damas. No rechazaban el obsequio, por cierto. También hubo mozos que lo cogieron. Con este ambiente está claro que Epicuro puede a Licurgo.
Al caer la tarde la hora anunciaba que llegaba el momento de partir. Es esa hora en que mejor estás, con comida suficiente y ganas de estar aquí algunos días más. Buena señal en medio de buena gente. También con planes y asignaturas pendientes para el próximo año: subir a Bastiments, el coll de la Marrana (con perdón), pic de l’Infern, etc. El Ripollès siempre nos sorprenderá.
Pero eso serán objetivos para el próximo año, también en Bruguera.
Evaristo
Terrassa, 8 de noviembre de 2006
jueves, 26 de octubre de 2006
GR92, etapa de Begur a Cala Fosca (Palamós)
El paisaje marítimo de la Costa Brava
desde un GR con buenas vistas
GRmanos y GRmanas,
Los buenos propósitos para la presente temporada sobre el servicio de puerta a puerta no parecen brillar por su eficacia. Los diferentes grupos deberán distribuirse los walki tallkis ya desde el día anterior a la salida y así, situados cada uno en una punta de la ciudad, tranquilizar los nervios de quienes esperan un autobús que no llega. Los veinte minutos de retraso parecieron ser la otra cara de la moneda cuando, de camino a la búsqueda del segundo grupo, un cartel electoral te recordaba la consigna publicitaria del momento: “Fets, no paraules”. De eso se debe tratar también con esta empresa de desvencijadas diligencias.
Reservas con antelación
Los dulces sueños del conductor animaron la espera y propiciaron el primer cruce de palabras, mientras los controladores de la lista oficial azuzaban la vista para saber si faltaba alguien o no (además del conductor). El continuo desfile de vehículos de presuntos “caçadores de bolets” no ensombrecía la figura esperada. Al final vino y se iniciaron movimientos de reserva de plazas entre quienes primero ojeaban las mejores posiciones. Sí, se observaron las primeras prendas que verificaban que ese asiento estaba reservado para ausentes que pronto se presentarían en el lugar elegido. Con o sin asiento, hubo acomodo y sobraron plazas. Incluso no fallaron quienes venían de una boda, pasaron por el tren de lavado de casa, dejaron la pajarita, cogieron los útiles de paseo y disimularon sus sueños como bien pudieron. También hubo nuevas caras y “nuevos” repetidores que parece que han sido bien tratados.
Begur a la vista con subidas
Bagur nos acogió al lado de ese monumento que no pasaría la primera inspección de riesgos “públicos” sobre seguridad viaria. Hierro retorcido a pie de calle, arte por tierra y estética oxidada, simbología que necesita un tiempo para ser comprendida. GRMANIA no iba a eso y tampoco era cuestión de destapar las interpretaciones subjetivas ante tanto arte como allí estaba tirado por los suelos.
La pregunta casi siempre se repite y la auténtica respuesta sólo se sabe al final. Si hay o no subidas y cuántas. División de opiniones, como en los toros (dicen), etapa llana, llana, llana. Los escépticos que sudan y no disfrutan con “las llanas subidas” arrugaron el entrecejo cuando los inicios fueron en ascensión. Ni curvas de nivel ni prospecciones de GPS ni dibujos de expertos. Los latidos del corazón y las rodillas demuestran que la llanura debe estar en otras zonas. Al lado del mar, apenas grandes alturas pero…
A pie con buenos balcones
Ir por la recortada costa de esta zona tiene unos encantos que obligan o a utilizar medios acuáticos, aéreos o pedestres de desplazamiento y contemplación. La belleza de la brava costa sólo nos estaba permitida a pie, o acuática si había un momento de despiste y caías al fondo, o aérea si eras tan soñador que todo era etéreo y te la imaginabas como las postales, aun a riesgo de no pisar el suelo y sufrir las consecuencias. Los balcones venideros invitaban a asomarse al mar y perderse en su inmensidad.
La calle Gurugú asomó en una bajada y fue la puerta de entrada a Tamariu, a escasos cinco metros sobre el nivel de un mar que estábamos casi tocando. Un bello rincón que nos mostró ese mar tranquilo que ya había lavado muchos cuerpos estivales, un sitio más donde disfrutar del sol de otoño de forma tranquila, calmado desayuno en una terraza al sol, buena compañía y ningún otro objetivo que no fuera dejar la mente en blanco e imaginarse qué habrá más allá de la línea del horizonte. O sea, pura palabrería cuando la realidad nos sugiere que busquemos las escaleras de la playa para sentarnos y observemos cómo viven los que se lo montan de otra manera. Las gradas marinas mostraban la playa con restos de todo tipo y, donde antes los pescadores ponían sus peces a secar al sol, ahora hay neoprenos de submarinistas que demuestran cómo cambian los tiempos y, o adaptarse o morir: mejor, el buen vivir del turismo.
Bocadillos de cara al mar
El azul del mar, la claridad de la luz, la tranquilidad y los momentos pausados propiciaron un agradable desayuno con un regalo de lujo: un limpio y agradable lavabo de hotel a nuestra disposición. Un sitio para visitar en otras ocasiones y con otras intenciones. O, por lo menos eso manifestó un sujeto que, mientras degustaba su bocadillo, no paraba de entornar la vista hacia aquellas mesas con buenos desayunos al estilo británico.
El GR no había hecho más que comenzar y se trataba de seguir los caminos de ronda que se perfilaban como continuos puntos de observación de la más típica costa de estas latitudes. Más que los habituales senderos, parecían caminos civilizados, bien reconstruidos, hasta con barandillas y señalización de ayuda. Aquella etapa llana se notaba de continuas subidas y bajadas. El acantilado arriba, la cala abajo, subida, suave llanura, vuelta a bajar. Vegetación mediterránea y casi ausencia de grúas, señal inequívoca de que o todo ya está especulado u otros aires empiezan a soplar en estas zonas tan castigadas por la vorágine del ladrillo y por la tradicional tramontana. O esas luchas ecologistas que, como en la playa de El Castell, han dado sus frutos.
Calas y faros
Cala Pedrosa hacía honor a su nombre de piedra, a la que se legaba después de una pronunciada bajada escoltada por protecciones de madera. Tan abajo implicaba subir, ir por una senda estrecha en medio de torrentes llenos de vegetación. Había momentos en que los sitios podían corresponder a cualquier otro de esos lugares por los que se paga mucho dinero para fotografiarse con él al fondo. Y aquí están y por ellos pasamos. Poco a poco nos aproximábamos a los 180 metros de la montaña de Sant Sebastià, que era el final del macizo de Begur. Grandes pinares descubrían de vez en cuando alguna mansión bien disimulada, cuyos propietarios se especulaba que fueran los amos de tantos juegos, casinos y máquinas de origen en Doña María y residencia real ni se sabe dónde. De la fiscal, mejor no imaginar.
La ermita de al lado de la torre descubre a ésta, un torreón no apto para instintos suicidas, más que nada porque no te dejan subir hasta arriba y casi todas las ventanas están bien cerradas. No obstante, hubo quienes, después de traspasar al “simpático” mozo de la entrada, se atrevieron a llegar arriba, abrir una ventana e imaginarse caballeros luchando por aquellas dos descocadas damas que dejaban entrever sus encantos. Sí, eran reales y parecían extranjeras. Estaban abajo, junto a unos aguerridos atletas de otras latitudes. Las vistas, espectaculares (se entiende las del paisaje). Reagrupamiento al lado del lavabo y del bar cercano al faro. Comentarios en torno a la locuacidad de un mozo de los nuestros que presumía de sus encantos parlanchines con varias damas a la vez. Lo que también era causa que se sumaba a cierta lentitud general que se observó cuando aún quedaban bastantes kilómetros.
Llafranc con vistas
Por tanto, bajada rápida hacia Llafranc, otra encantadora cala con penetrante olor a salitre, a guisos marineros y a sardinas a punto de ser acompañadas de frescas bebidas. También había cuerpos al sol y atrevidos bañistas. Todos daban mucha sana envidia a quienes sólo los veíamos y pasábamos más o menos rápidos. No era cuestión de detenerse a pensar en las inocentes simplezas de cualquier libro de texto de primaria: el mar es azul, los prados son verdes, la arena está en la playa, el sol calienta, el niño se baña. Mentes más rebuscadas podrían añadir lo buenas que estarían esas sardinas, la playa no se limpia, la carne es débil y la buena vida gusta a todos.
En esas estábamos cuando las primeras unidades y las últimas iban exageradamente separadas. Pararse para reagruparse, unos “haciendo la goma” y otros no llegando, la solución en Calella de Palafrugell.
El camino era variado y muy diverso, apto para todos los gustos. Mar y montaña, cazadores y pescadores, unidades motorizadas y a pie, familias, parejas y soledades entregadas a disfrutar del otoño cuando la masa ya no está, o sea, está masificada en otro lugar. Seguimos por encantadores caminos de Ronda, adornados hasta con túneles que hacen agacharse a cabezas altas. Peldaños de escaleras que te hacen dudar si cogerlos de dos en dos o de tres en tres: lo hagas como lo hagas, casi siempre los últimos pasos siempre se quedan cortos y debes salvar el tobillo “in extremis”. Hubo pérdidas por esa velocidad que imprimen los que piensan que se va más deprisa si los primeros corren. O sea, que aprendan los últimos.
Calella de Palafrugell y la filosofía
Calella de Palafrugell asomó por una de sus playas, al final de la cual hubo una espera general, cuerpos por tierra cansados de tanta “llana” subida y reagrupamiento en una de las tierras cuna de las habaneras, cerca de la televisiva cala en la que los modernos lobos de mar con boina al uso y camiseta a rayas blancas y azules se dejan ver en sus barcas, que reflejan su silueta en las olas de la noche. Allí escuchan “El meu avi” y similares o esperan a “la bella Lola” mientras los granos de café crepitan en el cremat regalo de la casa (o de Ron Pujol). Son esas canciones coloniales que Marina Rossell las clasifica como “las músicas con filosofía”.
Amenazas y bodas
La salida de esta turística población se dirige hacia la urbanización El Golfet (nombre de golf, de golfo o de “golfo”) para subir hasta los 139 metros del Puig del Terme. Desde aquí, entre las escopetas de los cazadores y sus perros, se llega a la cala Castell, símbolo de las recientes luchas de los ecologistas en contra de las amenazas inmobiliarias de los de casi siempre. De momento gana la belleza de un lugar en donde se observan construcciones abandonadas y alguna casa cerrada.
A continuación otro sitio encantador, cala S’Alguer, donde las antiguas casas de pescadores tienen su viejo refugio para las barcas y donde sus habitantes distribuían velas para actos nocturnos. Quizá pudieran estar preparando algo para la pareja de novios que se hacían fotos unos metros más allá. Se supone que, ya una vez desposados, se entregaban a los lances del amor fotografiado y querían inmortalizarse casi al bordo del acantilado. Después de dar el paso de la unión, no se trataba ya de empezar con un paso en falso y caer al abismo antes de iniciar la convivencia de verdad. El grupo de GRmanos que por allí pasaban los saludaron con el manido “vivan los novios”, detalle que agradeció la novia mientras posaba para la toma fotográfica.
Comidas, estiramientos y exhibición de almejas
Poco a poco parte del grupo llegó al final previo al previsto inicialmente. Cala Fosca fue el lugar escogido para rematar la etapa. Allí los concurrentes desplegaron sus saberes respecto a estiramientos y, miraras donde miraras, todos estiraban. Hasta un gato hacía lo propio, algo que, por cierto, siempre hacen aunque se levanten de dormir. Ante tantos ejercicios urge diseñar una tabla de estiramientos y, al toque de un buen pito, todos en formación y a la vez hagan movimientos más o menos coordinados. Pero no todos se entregaban a esta acertada operación. Pronto la terraza de un bar la habían reservado para todo el grupo.
Mesas, jarras, vinos, cafés, chocolates, los primeros turrones, dulces. Todo formó parte de ese tercer tiempo de cualquier partido en el que los agradables comentarios de la jugada, bien regados y mejor comidos, hacen más por el bienestar del equipo que el tiempo en activo.
Los postres, como siempre por estas épocas, sirvieron para esquilmar los bolsillos con variadas loterías y para diseñar otros actos posteriores.
En esas estábamos cuando un grupo de damas se entregó al disfrute de los beneficios del agua marina. Después de cierto tiempo, se presentaron ante el grupo luciendo sus almejas. Sí, habían ido al agua y traían almejas mojadas. Y las había grandes y pequeñas. Unas más rojas quizá por la clase o por la corta edad, otras más oscuras. Debido a la situación se debieron cohibir y estaban cerradas, no les tentaba abrirse y enseñarnos sus entrañas. Quien más sabía de animales disfrutaba y disertaba con tantas enseñanzas sobre esos seres vivos tan atractivos en sus diferentes estados y acepciones.
El tiempo pasaba, el sol perdía fuerzas y tocaba dejar esta cala y estos paisajes, estos caminos que te enseñan las maravillas de una costa idealizada porque así lo propicia la realidad. Un paisaje, un mar, una senda, unas personas y un destino.
Y una enigmática frase a la que recurre el actual Premio Nobel de Literatura, Orham Pamuk, que es una cita del escritor turco Ahmet Rasín:
“La belleza del paisaje está en su amargura”
Evaristo
Terrassa, 24 de octubre de 2006
desde un GR con buenas vistas
GRmanos y GRmanas,
Los buenos propósitos para la presente temporada sobre el servicio de puerta a puerta no parecen brillar por su eficacia. Los diferentes grupos deberán distribuirse los walki tallkis ya desde el día anterior a la salida y así, situados cada uno en una punta de la ciudad, tranquilizar los nervios de quienes esperan un autobús que no llega. Los veinte minutos de retraso parecieron ser la otra cara de la moneda cuando, de camino a la búsqueda del segundo grupo, un cartel electoral te recordaba la consigna publicitaria del momento: “Fets, no paraules”. De eso se debe tratar también con esta empresa de desvencijadas diligencias.
Reservas con antelación
Los dulces sueños del conductor animaron la espera y propiciaron el primer cruce de palabras, mientras los controladores de la lista oficial azuzaban la vista para saber si faltaba alguien o no (además del conductor). El continuo desfile de vehículos de presuntos “caçadores de bolets” no ensombrecía la figura esperada. Al final vino y se iniciaron movimientos de reserva de plazas entre quienes primero ojeaban las mejores posiciones. Sí, se observaron las primeras prendas que verificaban que ese asiento estaba reservado para ausentes que pronto se presentarían en el lugar elegido. Con o sin asiento, hubo acomodo y sobraron plazas. Incluso no fallaron quienes venían de una boda, pasaron por el tren de lavado de casa, dejaron la pajarita, cogieron los útiles de paseo y disimularon sus sueños como bien pudieron. También hubo nuevas caras y “nuevos” repetidores que parece que han sido bien tratados.
Begur a la vista con subidas
Bagur nos acogió al lado de ese monumento que no pasaría la primera inspección de riesgos “públicos” sobre seguridad viaria. Hierro retorcido a pie de calle, arte por tierra y estética oxidada, simbología que necesita un tiempo para ser comprendida. GRMANIA no iba a eso y tampoco era cuestión de destapar las interpretaciones subjetivas ante tanto arte como allí estaba tirado por los suelos.
La pregunta casi siempre se repite y la auténtica respuesta sólo se sabe al final. Si hay o no subidas y cuántas. División de opiniones, como en los toros (dicen), etapa llana, llana, llana. Los escépticos que sudan y no disfrutan con “las llanas subidas” arrugaron el entrecejo cuando los inicios fueron en ascensión. Ni curvas de nivel ni prospecciones de GPS ni dibujos de expertos. Los latidos del corazón y las rodillas demuestran que la llanura debe estar en otras zonas. Al lado del mar, apenas grandes alturas pero…
A pie con buenos balcones
Ir por la recortada costa de esta zona tiene unos encantos que obligan o a utilizar medios acuáticos, aéreos o pedestres de desplazamiento y contemplación. La belleza de la brava costa sólo nos estaba permitida a pie, o acuática si había un momento de despiste y caías al fondo, o aérea si eras tan soñador que todo era etéreo y te la imaginabas como las postales, aun a riesgo de no pisar el suelo y sufrir las consecuencias. Los balcones venideros invitaban a asomarse al mar y perderse en su inmensidad.
La calle Gurugú asomó en una bajada y fue la puerta de entrada a Tamariu, a escasos cinco metros sobre el nivel de un mar que estábamos casi tocando. Un bello rincón que nos mostró ese mar tranquilo que ya había lavado muchos cuerpos estivales, un sitio más donde disfrutar del sol de otoño de forma tranquila, calmado desayuno en una terraza al sol, buena compañía y ningún otro objetivo que no fuera dejar la mente en blanco e imaginarse qué habrá más allá de la línea del horizonte. O sea, pura palabrería cuando la realidad nos sugiere que busquemos las escaleras de la playa para sentarnos y observemos cómo viven los que se lo montan de otra manera. Las gradas marinas mostraban la playa con restos de todo tipo y, donde antes los pescadores ponían sus peces a secar al sol, ahora hay neoprenos de submarinistas que demuestran cómo cambian los tiempos y, o adaptarse o morir: mejor, el buen vivir del turismo.
Bocadillos de cara al mar
El azul del mar, la claridad de la luz, la tranquilidad y los momentos pausados propiciaron un agradable desayuno con un regalo de lujo: un limpio y agradable lavabo de hotel a nuestra disposición. Un sitio para visitar en otras ocasiones y con otras intenciones. O, por lo menos eso manifestó un sujeto que, mientras degustaba su bocadillo, no paraba de entornar la vista hacia aquellas mesas con buenos desayunos al estilo británico.
El GR no había hecho más que comenzar y se trataba de seguir los caminos de ronda que se perfilaban como continuos puntos de observación de la más típica costa de estas latitudes. Más que los habituales senderos, parecían caminos civilizados, bien reconstruidos, hasta con barandillas y señalización de ayuda. Aquella etapa llana se notaba de continuas subidas y bajadas. El acantilado arriba, la cala abajo, subida, suave llanura, vuelta a bajar. Vegetación mediterránea y casi ausencia de grúas, señal inequívoca de que o todo ya está especulado u otros aires empiezan a soplar en estas zonas tan castigadas por la vorágine del ladrillo y por la tradicional tramontana. O esas luchas ecologistas que, como en la playa de El Castell, han dado sus frutos.
Calas y faros
Cala Pedrosa hacía honor a su nombre de piedra, a la que se legaba después de una pronunciada bajada escoltada por protecciones de madera. Tan abajo implicaba subir, ir por una senda estrecha en medio de torrentes llenos de vegetación. Había momentos en que los sitios podían corresponder a cualquier otro de esos lugares por los que se paga mucho dinero para fotografiarse con él al fondo. Y aquí están y por ellos pasamos. Poco a poco nos aproximábamos a los 180 metros de la montaña de Sant Sebastià, que era el final del macizo de Begur. Grandes pinares descubrían de vez en cuando alguna mansión bien disimulada, cuyos propietarios se especulaba que fueran los amos de tantos juegos, casinos y máquinas de origen en Doña María y residencia real ni se sabe dónde. De la fiscal, mejor no imaginar.
La ermita de al lado de la torre descubre a ésta, un torreón no apto para instintos suicidas, más que nada porque no te dejan subir hasta arriba y casi todas las ventanas están bien cerradas. No obstante, hubo quienes, después de traspasar al “simpático” mozo de la entrada, se atrevieron a llegar arriba, abrir una ventana e imaginarse caballeros luchando por aquellas dos descocadas damas que dejaban entrever sus encantos. Sí, eran reales y parecían extranjeras. Estaban abajo, junto a unos aguerridos atletas de otras latitudes. Las vistas, espectaculares (se entiende las del paisaje). Reagrupamiento al lado del lavabo y del bar cercano al faro. Comentarios en torno a la locuacidad de un mozo de los nuestros que presumía de sus encantos parlanchines con varias damas a la vez. Lo que también era causa que se sumaba a cierta lentitud general que se observó cuando aún quedaban bastantes kilómetros.
Llafranc con vistas
Por tanto, bajada rápida hacia Llafranc, otra encantadora cala con penetrante olor a salitre, a guisos marineros y a sardinas a punto de ser acompañadas de frescas bebidas. También había cuerpos al sol y atrevidos bañistas. Todos daban mucha sana envidia a quienes sólo los veíamos y pasábamos más o menos rápidos. No era cuestión de detenerse a pensar en las inocentes simplezas de cualquier libro de texto de primaria: el mar es azul, los prados son verdes, la arena está en la playa, el sol calienta, el niño se baña. Mentes más rebuscadas podrían añadir lo buenas que estarían esas sardinas, la playa no se limpia, la carne es débil y la buena vida gusta a todos.
En esas estábamos cuando las primeras unidades y las últimas iban exageradamente separadas. Pararse para reagruparse, unos “haciendo la goma” y otros no llegando, la solución en Calella de Palafrugell.
El camino era variado y muy diverso, apto para todos los gustos. Mar y montaña, cazadores y pescadores, unidades motorizadas y a pie, familias, parejas y soledades entregadas a disfrutar del otoño cuando la masa ya no está, o sea, está masificada en otro lugar. Seguimos por encantadores caminos de Ronda, adornados hasta con túneles que hacen agacharse a cabezas altas. Peldaños de escaleras que te hacen dudar si cogerlos de dos en dos o de tres en tres: lo hagas como lo hagas, casi siempre los últimos pasos siempre se quedan cortos y debes salvar el tobillo “in extremis”. Hubo pérdidas por esa velocidad que imprimen los que piensan que se va más deprisa si los primeros corren. O sea, que aprendan los últimos.
Calella de Palafrugell y la filosofía
Calella de Palafrugell asomó por una de sus playas, al final de la cual hubo una espera general, cuerpos por tierra cansados de tanta “llana” subida y reagrupamiento en una de las tierras cuna de las habaneras, cerca de la televisiva cala en la que los modernos lobos de mar con boina al uso y camiseta a rayas blancas y azules se dejan ver en sus barcas, que reflejan su silueta en las olas de la noche. Allí escuchan “El meu avi” y similares o esperan a “la bella Lola” mientras los granos de café crepitan en el cremat regalo de la casa (o de Ron Pujol). Son esas canciones coloniales que Marina Rossell las clasifica como “las músicas con filosofía”.
Amenazas y bodas
La salida de esta turística población se dirige hacia la urbanización El Golfet (nombre de golf, de golfo o de “golfo”) para subir hasta los 139 metros del Puig del Terme. Desde aquí, entre las escopetas de los cazadores y sus perros, se llega a la cala Castell, símbolo de las recientes luchas de los ecologistas en contra de las amenazas inmobiliarias de los de casi siempre. De momento gana la belleza de un lugar en donde se observan construcciones abandonadas y alguna casa cerrada.
A continuación otro sitio encantador, cala S’Alguer, donde las antiguas casas de pescadores tienen su viejo refugio para las barcas y donde sus habitantes distribuían velas para actos nocturnos. Quizá pudieran estar preparando algo para la pareja de novios que se hacían fotos unos metros más allá. Se supone que, ya una vez desposados, se entregaban a los lances del amor fotografiado y querían inmortalizarse casi al bordo del acantilado. Después de dar el paso de la unión, no se trataba ya de empezar con un paso en falso y caer al abismo antes de iniciar la convivencia de verdad. El grupo de GRmanos que por allí pasaban los saludaron con el manido “vivan los novios”, detalle que agradeció la novia mientras posaba para la toma fotográfica.
Comidas, estiramientos y exhibición de almejas
Poco a poco parte del grupo llegó al final previo al previsto inicialmente. Cala Fosca fue el lugar escogido para rematar la etapa. Allí los concurrentes desplegaron sus saberes respecto a estiramientos y, miraras donde miraras, todos estiraban. Hasta un gato hacía lo propio, algo que, por cierto, siempre hacen aunque se levanten de dormir. Ante tantos ejercicios urge diseñar una tabla de estiramientos y, al toque de un buen pito, todos en formación y a la vez hagan movimientos más o menos coordinados. Pero no todos se entregaban a esta acertada operación. Pronto la terraza de un bar la habían reservado para todo el grupo.
Mesas, jarras, vinos, cafés, chocolates, los primeros turrones, dulces. Todo formó parte de ese tercer tiempo de cualquier partido en el que los agradables comentarios de la jugada, bien regados y mejor comidos, hacen más por el bienestar del equipo que el tiempo en activo.
Los postres, como siempre por estas épocas, sirvieron para esquilmar los bolsillos con variadas loterías y para diseñar otros actos posteriores.
En esas estábamos cuando un grupo de damas se entregó al disfrute de los beneficios del agua marina. Después de cierto tiempo, se presentaron ante el grupo luciendo sus almejas. Sí, habían ido al agua y traían almejas mojadas. Y las había grandes y pequeñas. Unas más rojas quizá por la clase o por la corta edad, otras más oscuras. Debido a la situación se debieron cohibir y estaban cerradas, no les tentaba abrirse y enseñarnos sus entrañas. Quien más sabía de animales disfrutaba y disertaba con tantas enseñanzas sobre esos seres vivos tan atractivos en sus diferentes estados y acepciones.
El tiempo pasaba, el sol perdía fuerzas y tocaba dejar esta cala y estos paisajes, estos caminos que te enseñan las maravillas de una costa idealizada porque así lo propicia la realidad. Un paisaje, un mar, una senda, unas personas y un destino.
Y una enigmática frase a la que recurre el actual Premio Nobel de Literatura, Orham Pamuk, que es una cita del escritor turco Ahmet Rasín:
“La belleza del paisaje está en su amargura”
Evaristo
Terrassa, 24 de octubre de 2006
viernes, 13 de octubre de 2006
Primera etapa de la temporada 06-07
GR 92, etapa de Torroella de Montgrí a Begur
Puesta a punto con turbulencias en el inicio de la temporada
por el Baix Empordà
El rodaje inicial de la nueva temporada empezó con significativas novedades, propias de quienes cuidan cada vez más la consolidación de un servicio de transporte de cercanías. El habitual autobús, muy rodado por los ruidos y chirridos que no cubre la ya perdida insonorización de los bajos, fue testigo de los dos grupos (más uno individual en Mollet) que se formaron a esas horas nocturnas en que los padres excursionistas dejan la cama caliente a los hijos troneras que se incorporan al lecho familiar. Ahí estábamos, subimos y, donde todo parecía comodidad, se empezaron a notar suspicacias que esperemos no vayan a mayores.
El viaje motorizado
Cual autobús de la tercera edad, en que las correrías de los abuelos por reservar el asiento habitual son frenéticas, así parece que podría ocurrir pronto si no se respetan los derechos de antigüedad. Algunas personas ya casi con el mismo asiento reservado de por vida vieron herida su sensibilidad al notar que ya estaba ocupado. Por eso tuvieron que acomodar sus reales posaderas en asientos no adaptados, ergonómicamente hablando, a su lindo culo. De la zona VIP pasaron a espacios traseros. Alguien ya diseñó la estrategia de subir también con el primer grupo y, así, seguir donde siempre.
Y hubo quien se dejó llevar por la costumbre y, cuando montó en el segundo turno, quiso viajar cual polizón que pretende pasar el Estrecho de Gibraltar camuflado en el motor de un camión. De momento, en este rodado carruaje a motor, la mochila no se puede guardar en el motor. Ya veremos más adelante qué pasa. La segunda parada, por otra parte, fue despedida por un ciclista que creía que éramos de a dos ruedas que partían de Viladecavalls a Sitges. Se supone que se dejó llevar por el olfato de que arriba iban también los de BICIMANIA.
El acomodo en el vehículo sirvió para un preocupante desplazamiento de los temas de conversación. Si, después de vacaciones, se suele hablar de éstas en primer lugar, esta vez predominaron las consultas en voz alta sobre achaques varios, disfunciones de miembros, pruebas de rodaje de extremidades en cartera, recuperaciones de convalecencias anteriores y ese nuevo dolor que te sorprende cada día cuando te levantas y que ya te da que pensar. Incluso, para completar el retrato, desde atrás hubo quien se interesó por conocer a quién pertenecía esa nueva calva que veía en lontananza. En esencia, haberlas haylas y, en potencia, cada temporada alguna más. No obstante, al acabar la etapa, alguien creyó reconocer la vitalidad de un miembro del grupo por lo que contaba, pero fue una desgraciada mala interpretación tal como se comprobará más adelante. En el fondo, son esos altibajos, esas turbulencias que preocupan pero que, de momento, aún se pueden corregir con presteza y apósitos y no suelen necesitar de aterrizajes forzosos dirigidos por el facultativo de turno.
El viaje a pie
Atrás quedaba en la memoria Torroella de Montgrí y su castillo allá arriba. La dirección ahora era hacia la parte baja. El golf de esta población nos encajonaba entre este césped artificial, cual si fuera una esponja que chupa muchos trasvases de agua, y el río Ter en su tramo final antes de entregarse al mar cercano un poco más allá. El camino llano estaba adornado por esas mecedoras vegetales que son las cañas y por campos de árboles frutales ya sin fruta. Algunos amantes de vegetales ajenos oteaban las superficies arbóreas para tomar prestado ese manjar que sabe mejor cuando se coge con la mano, es gratis y lo cultiva otro. Higos, granadas y manzanas fueron el regalo para los más atrevidos. En otoño las orillas de los caminos te agradecen tu paseo con estas dádivas vegetales.
El Baix Empordà era la tierra de la puesta a punto de inicio de temporada. Del río Ter al río Daró, en una superficie plana que exige pasar por el pueblo de Gualta, donde se aprecia su molino de agua y, a la salida, hubo que tensar los cuádriceps para ascender al lugar donde los bocadillos se compartieron con la vista de los promontorios del macizo de Montgrí y sus salientes en el mar, las islas Medes. El Turó de Font Pasquala, con sus 92 metros, sació el apetito que se debió abrir por la suave ascensión desde los 15 metros iniciales hasta esta cima.
La atalaya con vistas al fondo ofreció una excelente perspectiva a lo lejos, una cierta diseminación del grupo allí al lado y, más a la mano, bocadillos, magreos a la bota y otras lindezas comestibles dieron paso a seguir en suave bajada hacia Fontanilles. Esta tierra, colonizada por tantas civilizaciones que entraron por el cercano mar, ha pasado a ser idealizada por tantos burgueses e intelectuales que la han tomado y que han establecido comparaciones con la Provenza francesa o la Toscana italiana. Pero aquí, además de pueblos con labradores y viejas casas en donde el cerebro produce libros después de largas tertulias muy bien regadas, hay olor a purines, barro y trabajo. También masías fortificadas con torreones de vigilancia, escondidas entre la frondosidad de palmeras, olivos y demás vegetación mediterránea.
En esta zona también se cultiva el arroz. Diferentes cosechadoras trabajaban en la recolección mientras otros, senderistas ellos, tiraban de las ramas de las higueras, abrían granadas y olisqueaban otras frutillas de las que se desconocía su propietario. Con las manos pegajosas llegó Palau Sator. A un lado quedó la iglesia de Santa María. Nosotros, a lo nuestro. Las señales ayudaban a seguir con la esperanza de que el próximo pueblo, Fontclara, hiciera honor a su nombre y nos regalara esa fuente para el lavado de extremidades superiores. No, el agua estaba en los canales de los arrozales y no era apta para otros menesteres.
Ya se empezaba a notar que aquellas quejas sobre la salud se acrecentaban a medida que los kilómetros situaban a cada uno en su lugar. Tampoco se puede pedir más al principio de temporada. Las puestas a punto no debían ser violentas. Poco a poco y a buen paso. O sea, vigilar siempre dónde se pone el pie. Algo que parece mecánico, un acto reflejo muy bien practicado que no lo es tanto. Meter la pata o tener mala pata está al alcance de cualquiera. O por no hablar de los tobillos y demás piezas de las extremidades andantes que a veces olvidan su uso y provocan que lo que está arriba se arrastre por los suelos y todos nos solidaricemos con el papel del caminante caído, aunque el dolor real sólo lo siente sólo él.
Pals enseñó su mejor cara, o sea, esa zona medieval de gran encanto, con El Pedró como un inmejorable lugar para mirar a lo lejos, con varios poyos preparados para el jubilado, el turista cansado o el GRmano que ya piensa en cuándo acabará la etapa. Al lado de los asientos de piedra había una fuente, la oficina de turismo y las típicas tiendas de regalos nativos (made in China).
Mientras los efluvios líquidos refrescaban y refrigeraban los cuerpos, otros aprovecharon para aliviar vejigas y ascender a un punto alto en el que ratificar que era verdad que este verano tiraron las antenas de Radio Liberty, instaladas desde cuando el general ayudaba a los estadounidenses a transmitir mensajes con la verdad absoluta hacia los países del Este. Ahora la playa de este pueblo ha quedado libre de esas instalaciones. Porque aquí también hay playa y parquímetros activos y paredes reconstruidas y mucho encanto de otras épocas. Y pequeños accidentes, cómo no.
Un desgraciado “viaje” hacia abajo
Tanta belleza de este pueblo quedó eclipsada por esos incidentes que cualquiera puede protagonizar. En un momento inesperado la sorpresa se convierte en sangre. Hablas, ríes, te relajas, observas lo bien que estás cuando estás bien y, de golpe, un miserable bordillo te condena a comprobar la dureza de tu cabeza cuando da y rebota en el cemento. Parecía imposible pero era real y, en esta ocasión, tenía nombre de hombre poeta pero podíamos haber sido cualquiera. De hecho, no hace tanto otros tuvimos que morder el polvo del asfalto y sacrificamos el juego óseo llamado tobillo. El rapsoda afectado tomó la situación como venía y, como días después pudimos comprobar, el golpe le provocó una grata conexión neuronal y un ripio elevó el incidente a la categoría lírica. Ya tenía otra experiencia con aquella maligna zarza de antaño, enganchada a una oreja. Ahora el estorbo de un reborde le creó una muesca en la frente y en la nariz, o sea, otra herida de guerra que confirma que sigue activo y en marcha.
Y, como siempre, también hay por allí algún maligno que incita a reírse de lo malo, ese chistoso que compara la dureza de una cabeza humana con un adoquín, que implora al dios Murphi en estos casos y que demuestra que los humanos, al final, siempre nos reímos de lo malo, mientras le pase a otro. Y a otro también se le resentía aquel tobillo lastimado por aquella vecina que recibió al recién llegado con cajas destempladas. Gajes de este oficio que es el andar y ver un paisaje que incita a esa tranquilidad protegida del viento de la Tramontana por los cipreses.
Dicen que, para las personas del Medievo, cuando veían a uno de estos árboles al lado de una casa, el viajero podía entrar. Si eran dos o tres, podía comer y dormir. Y si había más, más vale que pasara de largo. Era un cementerio. Aquí, muchos cipreses en hilera simbolizan la protección de las tierras de ese viento que inspiró o enloqueció a artistas y a otras especies del género humano.
Bifurcaciones, suaves giros y caminos en bastante buen estado driblaban algunas históricas masías escondidas por la vegetación. Por ejemplo Can Pou de Ses Garites, masía fortificada gótico-renacentista que vaya usted a saber de quién será. Más adelante ya se notaba que el final estaba cerca. Begur obligó a tensar los músculos y ascender hasta la zona más ajardinada de un pueblo que lo corona un gran castillo. El final de etapa agrupó a la tropa y dio lugar a esas indecisiones típicas de muchas ideas al mismo tiempo. Subir o no al castillo, buscar un bar de este turístico pueblo para que te esquilmen por saciar tu sed, marchar y parar en algún otro.
Tres “viajes” al día
Mientras las ideas se aclaraban, se volvió a hablar de salud y de hazañas que, si hubieran sido verdad, glorificarían al sujeto actor. En uno de los corrillos cercanos al autocar, un GRmano con patrimonio empresarial explicaba que hasta echaba tres al día. Los ecos de esta conversación suscitaron el interés de una dama la cual, con ojos casi desorbitados, le preguntó si a su edad era capaz de tanto. A lo que tal sujeto le aclaró que, ya que se estaba decidiendo a dónde ir a tomar la jarra, él en verano echaba tres jarras de cerveza al gaznate cada día como mínimo. Aclarados cuáles eran los poderes placenteros reales, nadie se aventuró a caer en las redes especulativas de los bares turísticos y hubo que visitar un sitio ya conocido de Torroella de Montgrí.
El reposo del viaje
A las faldas del castillo, una pareja de turistas que estaba sentada en la terraza de autos, quedó rodeada por el grupo. Se supone que, cuando vuelvan a su país, explicarán que los excursionistas de aquí acaban las etapas consumiendo cervezas por cajas. Porque, en esta ocasión, nada de jarras, cajas sobre la mesa. Y los condumios habituales. Por hoy ya estaba bien.
El camino de vuelta, como casi siempre, divide al grupo entre los amantes del sueño de Morfeo y quienes se entregan a los placeres de la lengua, como si de una digestión oral se tratara. El paisaje desde la ventana era una sucesión de hitos típicos de este territorio pero con imágenes curiosas. Hablemos de territorio desde el asiento de atrás. Las rotondas de las carreteras secundarias son incesantes, giros y más giros para que tantas urbanizaciones tengan acceso a la comunicación por el asfalto. Obras inacabables, antes de terminar una casi hay que arreglar la antigua, una cercana torre de una masía fortificada convive con tantas torres de alta tensión y, allá a lo lejos, asoman grandes torres de edificios turísticos. A la entrada de Calonge han colocado la estructura esférica del Forum 2004. Un entramado de hierros de gratos recuerdos para algunos GRmanos que nadaron por la noche en aquel espectáculo llamado “Moure el món”. Tuberías metálicas que ahora les toca descansar porque los clientes de los parques acuáticos han vuelto al secano de su actividad diaria. Mención especial merece ese nuevo golpe de efecto al lado de la carretera. En una zona verde un pequeño rebaño de ovejas pastan tranquilamente. No se mueven. No comen. Brillan. De blanco inmaculado. Inmutables, el artista que las creó y el mandamás que gestionó tal genialidad debieron ganar algún premio FAD de diseño. O alguna subvención europea. Es el territorio.
Y acabaremos con una cita, una frase que nuestro coordinador general de GRMANIA dejó caer a los cuatro vientos en el viaje de vuelta, dirigida a mentes despiertas (o sea, que en aquel momento no dormían):
“ No podemos darle la espalda a la realidad territorial”
Evaristo
Terrassa, 9 de octubre de 2006
Puesta a punto con turbulencias en el inicio de la temporada
por el Baix Empordà
El rodaje inicial de la nueva temporada empezó con significativas novedades, propias de quienes cuidan cada vez más la consolidación de un servicio de transporte de cercanías. El habitual autobús, muy rodado por los ruidos y chirridos que no cubre la ya perdida insonorización de los bajos, fue testigo de los dos grupos (más uno individual en Mollet) que se formaron a esas horas nocturnas en que los padres excursionistas dejan la cama caliente a los hijos troneras que se incorporan al lecho familiar. Ahí estábamos, subimos y, donde todo parecía comodidad, se empezaron a notar suspicacias que esperemos no vayan a mayores.
El viaje motorizado
Cual autobús de la tercera edad, en que las correrías de los abuelos por reservar el asiento habitual son frenéticas, así parece que podría ocurrir pronto si no se respetan los derechos de antigüedad. Algunas personas ya casi con el mismo asiento reservado de por vida vieron herida su sensibilidad al notar que ya estaba ocupado. Por eso tuvieron que acomodar sus reales posaderas en asientos no adaptados, ergonómicamente hablando, a su lindo culo. De la zona VIP pasaron a espacios traseros. Alguien ya diseñó la estrategia de subir también con el primer grupo y, así, seguir donde siempre.
Y hubo quien se dejó llevar por la costumbre y, cuando montó en el segundo turno, quiso viajar cual polizón que pretende pasar el Estrecho de Gibraltar camuflado en el motor de un camión. De momento, en este rodado carruaje a motor, la mochila no se puede guardar en el motor. Ya veremos más adelante qué pasa. La segunda parada, por otra parte, fue despedida por un ciclista que creía que éramos de a dos ruedas que partían de Viladecavalls a Sitges. Se supone que se dejó llevar por el olfato de que arriba iban también los de BICIMANIA.
El acomodo en el vehículo sirvió para un preocupante desplazamiento de los temas de conversación. Si, después de vacaciones, se suele hablar de éstas en primer lugar, esta vez predominaron las consultas en voz alta sobre achaques varios, disfunciones de miembros, pruebas de rodaje de extremidades en cartera, recuperaciones de convalecencias anteriores y ese nuevo dolor que te sorprende cada día cuando te levantas y que ya te da que pensar. Incluso, para completar el retrato, desde atrás hubo quien se interesó por conocer a quién pertenecía esa nueva calva que veía en lontananza. En esencia, haberlas haylas y, en potencia, cada temporada alguna más. No obstante, al acabar la etapa, alguien creyó reconocer la vitalidad de un miembro del grupo por lo que contaba, pero fue una desgraciada mala interpretación tal como se comprobará más adelante. En el fondo, son esos altibajos, esas turbulencias que preocupan pero que, de momento, aún se pueden corregir con presteza y apósitos y no suelen necesitar de aterrizajes forzosos dirigidos por el facultativo de turno.
El viaje a pie
Atrás quedaba en la memoria Torroella de Montgrí y su castillo allá arriba. La dirección ahora era hacia la parte baja. El golf de esta población nos encajonaba entre este césped artificial, cual si fuera una esponja que chupa muchos trasvases de agua, y el río Ter en su tramo final antes de entregarse al mar cercano un poco más allá. El camino llano estaba adornado por esas mecedoras vegetales que son las cañas y por campos de árboles frutales ya sin fruta. Algunos amantes de vegetales ajenos oteaban las superficies arbóreas para tomar prestado ese manjar que sabe mejor cuando se coge con la mano, es gratis y lo cultiva otro. Higos, granadas y manzanas fueron el regalo para los más atrevidos. En otoño las orillas de los caminos te agradecen tu paseo con estas dádivas vegetales.
El Baix Empordà era la tierra de la puesta a punto de inicio de temporada. Del río Ter al río Daró, en una superficie plana que exige pasar por el pueblo de Gualta, donde se aprecia su molino de agua y, a la salida, hubo que tensar los cuádriceps para ascender al lugar donde los bocadillos se compartieron con la vista de los promontorios del macizo de Montgrí y sus salientes en el mar, las islas Medes. El Turó de Font Pasquala, con sus 92 metros, sació el apetito que se debió abrir por la suave ascensión desde los 15 metros iniciales hasta esta cima.
La atalaya con vistas al fondo ofreció una excelente perspectiva a lo lejos, una cierta diseminación del grupo allí al lado y, más a la mano, bocadillos, magreos a la bota y otras lindezas comestibles dieron paso a seguir en suave bajada hacia Fontanilles. Esta tierra, colonizada por tantas civilizaciones que entraron por el cercano mar, ha pasado a ser idealizada por tantos burgueses e intelectuales que la han tomado y que han establecido comparaciones con la Provenza francesa o la Toscana italiana. Pero aquí, además de pueblos con labradores y viejas casas en donde el cerebro produce libros después de largas tertulias muy bien regadas, hay olor a purines, barro y trabajo. También masías fortificadas con torreones de vigilancia, escondidas entre la frondosidad de palmeras, olivos y demás vegetación mediterránea.
En esta zona también se cultiva el arroz. Diferentes cosechadoras trabajaban en la recolección mientras otros, senderistas ellos, tiraban de las ramas de las higueras, abrían granadas y olisqueaban otras frutillas de las que se desconocía su propietario. Con las manos pegajosas llegó Palau Sator. A un lado quedó la iglesia de Santa María. Nosotros, a lo nuestro. Las señales ayudaban a seguir con la esperanza de que el próximo pueblo, Fontclara, hiciera honor a su nombre y nos regalara esa fuente para el lavado de extremidades superiores. No, el agua estaba en los canales de los arrozales y no era apta para otros menesteres.
Ya se empezaba a notar que aquellas quejas sobre la salud se acrecentaban a medida que los kilómetros situaban a cada uno en su lugar. Tampoco se puede pedir más al principio de temporada. Las puestas a punto no debían ser violentas. Poco a poco y a buen paso. O sea, vigilar siempre dónde se pone el pie. Algo que parece mecánico, un acto reflejo muy bien practicado que no lo es tanto. Meter la pata o tener mala pata está al alcance de cualquiera. O por no hablar de los tobillos y demás piezas de las extremidades andantes que a veces olvidan su uso y provocan que lo que está arriba se arrastre por los suelos y todos nos solidaricemos con el papel del caminante caído, aunque el dolor real sólo lo siente sólo él.
Pals enseñó su mejor cara, o sea, esa zona medieval de gran encanto, con El Pedró como un inmejorable lugar para mirar a lo lejos, con varios poyos preparados para el jubilado, el turista cansado o el GRmano que ya piensa en cuándo acabará la etapa. Al lado de los asientos de piedra había una fuente, la oficina de turismo y las típicas tiendas de regalos nativos (made in China).
Mientras los efluvios líquidos refrescaban y refrigeraban los cuerpos, otros aprovecharon para aliviar vejigas y ascender a un punto alto en el que ratificar que era verdad que este verano tiraron las antenas de Radio Liberty, instaladas desde cuando el general ayudaba a los estadounidenses a transmitir mensajes con la verdad absoluta hacia los países del Este. Ahora la playa de este pueblo ha quedado libre de esas instalaciones. Porque aquí también hay playa y parquímetros activos y paredes reconstruidas y mucho encanto de otras épocas. Y pequeños accidentes, cómo no.
Un desgraciado “viaje” hacia abajo
Tanta belleza de este pueblo quedó eclipsada por esos incidentes que cualquiera puede protagonizar. En un momento inesperado la sorpresa se convierte en sangre. Hablas, ríes, te relajas, observas lo bien que estás cuando estás bien y, de golpe, un miserable bordillo te condena a comprobar la dureza de tu cabeza cuando da y rebota en el cemento. Parecía imposible pero era real y, en esta ocasión, tenía nombre de hombre poeta pero podíamos haber sido cualquiera. De hecho, no hace tanto otros tuvimos que morder el polvo del asfalto y sacrificamos el juego óseo llamado tobillo. El rapsoda afectado tomó la situación como venía y, como días después pudimos comprobar, el golpe le provocó una grata conexión neuronal y un ripio elevó el incidente a la categoría lírica. Ya tenía otra experiencia con aquella maligna zarza de antaño, enganchada a una oreja. Ahora el estorbo de un reborde le creó una muesca en la frente y en la nariz, o sea, otra herida de guerra que confirma que sigue activo y en marcha.
Y, como siempre, también hay por allí algún maligno que incita a reírse de lo malo, ese chistoso que compara la dureza de una cabeza humana con un adoquín, que implora al dios Murphi en estos casos y que demuestra que los humanos, al final, siempre nos reímos de lo malo, mientras le pase a otro. Y a otro también se le resentía aquel tobillo lastimado por aquella vecina que recibió al recién llegado con cajas destempladas. Gajes de este oficio que es el andar y ver un paisaje que incita a esa tranquilidad protegida del viento de la Tramontana por los cipreses.
Dicen que, para las personas del Medievo, cuando veían a uno de estos árboles al lado de una casa, el viajero podía entrar. Si eran dos o tres, podía comer y dormir. Y si había más, más vale que pasara de largo. Era un cementerio. Aquí, muchos cipreses en hilera simbolizan la protección de las tierras de ese viento que inspiró o enloqueció a artistas y a otras especies del género humano.
Bifurcaciones, suaves giros y caminos en bastante buen estado driblaban algunas históricas masías escondidas por la vegetación. Por ejemplo Can Pou de Ses Garites, masía fortificada gótico-renacentista que vaya usted a saber de quién será. Más adelante ya se notaba que el final estaba cerca. Begur obligó a tensar los músculos y ascender hasta la zona más ajardinada de un pueblo que lo corona un gran castillo. El final de etapa agrupó a la tropa y dio lugar a esas indecisiones típicas de muchas ideas al mismo tiempo. Subir o no al castillo, buscar un bar de este turístico pueblo para que te esquilmen por saciar tu sed, marchar y parar en algún otro.
Tres “viajes” al día
Mientras las ideas se aclaraban, se volvió a hablar de salud y de hazañas que, si hubieran sido verdad, glorificarían al sujeto actor. En uno de los corrillos cercanos al autocar, un GRmano con patrimonio empresarial explicaba que hasta echaba tres al día. Los ecos de esta conversación suscitaron el interés de una dama la cual, con ojos casi desorbitados, le preguntó si a su edad era capaz de tanto. A lo que tal sujeto le aclaró que, ya que se estaba decidiendo a dónde ir a tomar la jarra, él en verano echaba tres jarras de cerveza al gaznate cada día como mínimo. Aclarados cuáles eran los poderes placenteros reales, nadie se aventuró a caer en las redes especulativas de los bares turísticos y hubo que visitar un sitio ya conocido de Torroella de Montgrí.
El reposo del viaje
A las faldas del castillo, una pareja de turistas que estaba sentada en la terraza de autos, quedó rodeada por el grupo. Se supone que, cuando vuelvan a su país, explicarán que los excursionistas de aquí acaban las etapas consumiendo cervezas por cajas. Porque, en esta ocasión, nada de jarras, cajas sobre la mesa. Y los condumios habituales. Por hoy ya estaba bien.
El camino de vuelta, como casi siempre, divide al grupo entre los amantes del sueño de Morfeo y quienes se entregan a los placeres de la lengua, como si de una digestión oral se tratara. El paisaje desde la ventana era una sucesión de hitos típicos de este territorio pero con imágenes curiosas. Hablemos de territorio desde el asiento de atrás. Las rotondas de las carreteras secundarias son incesantes, giros y más giros para que tantas urbanizaciones tengan acceso a la comunicación por el asfalto. Obras inacabables, antes de terminar una casi hay que arreglar la antigua, una cercana torre de una masía fortificada convive con tantas torres de alta tensión y, allá a lo lejos, asoman grandes torres de edificios turísticos. A la entrada de Calonge han colocado la estructura esférica del Forum 2004. Un entramado de hierros de gratos recuerdos para algunos GRmanos que nadaron por la noche en aquel espectáculo llamado “Moure el món”. Tuberías metálicas que ahora les toca descansar porque los clientes de los parques acuáticos han vuelto al secano de su actividad diaria. Mención especial merece ese nuevo golpe de efecto al lado de la carretera. En una zona verde un pequeño rebaño de ovejas pastan tranquilamente. No se mueven. No comen. Brillan. De blanco inmaculado. Inmutables, el artista que las creó y el mandamás que gestionó tal genialidad debieron ganar algún premio FAD de diseño. O alguna subvención europea. Es el territorio.
Y acabaremos con una cita, una frase que nuestro coordinador general de GRMANIA dejó caer a los cuatro vientos en el viaje de vuelta, dirigida a mentes despiertas (o sea, que en aquel momento no dormían):
“ No podemos darle la espalda a la realidad territorial”
Evaristo
Terrassa, 9 de octubre de 2006
Romería de Terrassa a Montserrat 2006
Progresamos adecuadamente, también en las romerías
Muy cerca, al lado de la sede episcopal de este obispado terrasense, en pleno centro de la ciudad, la plaza poco a poco se fue despejando de sus inquilinos habituales para dar paso a otros ocupantes temporales. Antes de que la concentración de profesionales del fuego lúdico pasaran por aquí (“dracs” de diferentes poblaciones), con sus habituales explosiones y ruidos, otras personas, pacíficas ellas, sólo podrían asustar a quienes por su sedentarismo se extrañaran de los kilómetros que tenían pensado recorrer, con nocturnidad y sin alevosía. Los cuatro Grmanos que llegaron primero, componentes del equipo organizador, poco a poco se vieron satisfechos por la concentración de romeros y romeras con ganas de marcha nocturna. Cada vez había más personas pero faltaba el obispo. Los múltiples quehaceres parece que no le permiten acudir a la cita anual, aunque sea sólo para saludar. Tampoco se le pediría que anduviera toda la noche por esos caminos de Dios. Aunque, bien mirado, este argumento quizá le podría motivar a buscarlo también en medio de las sendas bajo las estrellas.
Las tiendas cerradas daban paso al equipo nacional en la televisión (o sea, el Barça), a planes de salidas o de estancias caseras, al gusto que se debe sentir al no hacer nada o bien a prepararse para esos placeres del “sábado sabadete” del dicho popular. Todo ello podía ser el enemigo a batir por quienes dudaran entre venir o quedarse.
La plaza Vella, centro de paseo, de ver y ser vistos, de cruces de escolares de centros concertadas, parecía estar a la expectativa de las dos concentraciones citadas antes. Mientras algunos comerciantes protegían sus negocios del fuego enemigo con cartones (o sea, se convertían por momentos en acaparadores de cartones), los peregrinos llegaban con cara de satisfacción y expectantes ante las incógnitas de la noche.
En esas estábamos cuando un presunto devoto y casi seguro aspirante a beodo, pululaba por la puerta catedralicia no se sabe si a la búsqueda de su fe. Su cosquilleo interior le inducía a buscar con fruición al padre prior. Hizo un primer intento de acercarse al grupo organizador pero un subalterno del coordinador general de GRMANIA apercibió al susodicho fiel de que quien él decía no era el padre prior. No contento con la respuesta, quiso comprobarlo in situ. Para ello se dirigió a nuestro jefe y le sugirió si era o no era la persona que buscaba. Por supuesto que le ratificó que no era con lo que, raudo y veloz, se introdujo dentro del recinto sagrado.
Allí dentro la ceremonia religiosa acabó con un discurso de nuestro enlace con los asuntos eclesiásticos. Al parecer puso los puntos sobre las íes en voz alta. Por los resultados obtenidos se deduce que su capacidad de convicción fue muy eficaz. Allá arriba recordó, con la habilidad oratoria que le caracteriza, las normas de la romería. Después lució el brazalete verde fluorescente, distintivo de la organización. Los fieles se apercibieron de por dónde iba la convocatoria y respondieron con gran corrección.
Fuera del lugar de culto se observaba un continuo desfile de hábitos y uniformes. Ver el aspecto de los romeros ya les delataba de que no iban de partys, botellones o similares. No obstante, hubo quienes lucían atuendo más propio para ir al cole que no de caminatas. Eran muy jóvenes los que publicitaban el último modelo de calzado de la marca del stick. Al final, llegaron. También se observaban atalayas: lejos despuntaba, por encima de los tejados, la torre del Palau. A media distancia se veían las torres catedralicias y, allí al lado, sobresalían las puntas de los bastones que emergían de las mochilas junto con comidas, bebidas y demás parafernalia para el camino.
Otros hábitos andantes a aquellas horas en la céntrica plaza: algunas mujeres musulmanas , un reducido colectivo de monjas (ambos grupos bien guarnidos y en dirección contraria) y, cómo no, bastantes adolescentes vestidos casi uniformemente por ese hábito que es la moda imperante tipo fashion: piercings varios y en muchos sitios, primeras marcas luciéndolas por todo lo que cubre el cuerpo, móviles que no paraban de verificar su existencia activa con sus sonidos para no comunicar nada. No, ellos iban de paso a sitios más divertidos.
Otro hábito que también estaba en la plaza pertenecía a los cuatro miembros de la Policía Municipal. Con un coche esperaban la salida de la romería. Excelente su trabajo. Cortaron calles, permitieron ir por el centro de la calzada y evitaron todos los posibles riesgos del tráfico rodado. Tampoco se puede dejar de mencionar el trabajo de las tres personas de la Cruz Roja de Terrassa junto con la ambulancia. Su compañía tranquilizó tanto los ánimos como cuando los organizadores vieron que se unía al grupo nuestra cardióloga. A partir de ese momento los corazones latieron más tranquilos. O en el momento en que uno de los nuestros verificó que el médico de su madre también estaba presente. Con estas saludables compañías se anda igual pero no es lo mismo.
Y, ya que de andar se trata, la romería inició el recorrido en una plaza ya casi desierta. Tamaña expedición pasó por calles peatonales céntricas, sede de librerías reconocidas; al lado del edificio municipal, cuyos inquilinos deberían darse cuenta de la importancia de una romería que se acerca al milenio (cuando llegue aquel día seguro que aparecen en la foto oficial); la Rambla no fue ninguna barrera porque el buen hacer de los gendarmes facilitó el cruce; ascensión por Pare Llaurador, donde una grmana paseaba y un grmano bajaba en coche; la salida por Sant Marc (como se ve, por el nombre de las calles se sigue oliendo a religión) condujo la mesnada hacia el trasvase, acondicionado por la autoridad competene para pasar y, con los frontales y linternas preparados, calentamiento muscular en suave subida para penetrar en la oscuridad de la noche.
Des el furgón de cola ya se empezó a observar quiénes se iban quedando hacia atrás. Un grupo de asiduas a otras romerías cargaron sus baterías con la bebida de las alas y, aunque no le debieron salir estas extremidades, sí se notó la taurina en las continuas risas y demás palabrería que el cerebro produce. Primera retirada, muy bien calibrada por una persona que valoró sus fuerzas y decidió que éste no era su sitio en esta ocasión. Descenso acompañado de la música de los canes que formaban un concierto continuo al paso de la romería. Retenciones en los pasos estrechos. Todo con corrección y a un paso adecuado a caminantes no iniciados.
Nuestro paso del Rubicón siempre es la carretera de Manresa. Sin embargo, ya hubiera querido César disponer de tamaña ayuda. Si antes hablábamos de hábitos y uniformes, cómo no agradecer la excelente labor de Los Mossos d’Esquadra. Salvo cuando hay accidentes, pocas veces esta carretera, a ests horas, fue testigo de tamaño despliegue. Dos vehículos policiales, uno en cada dirección, con las luces destellantes, lo mimso la ambulancia de la Cruz Roja; los altavoces de los coches policiales obligando a la circulación a pararse. Motivo en voz alta: atención, pasa una romería. Con estas compañías uno se puede mover bien por el mundo. Un servicio de primera para romeros que ya pedían pararse a reponer fuerzas.
La subida a Coll Cardús se anunciaba con todo el recinto de ocio del restaurante lleno de luces y de voces. Las bodas del interior hacían salir a airearse al exterior a personas con abundante ingestión de combinados etílicos. Les daba el aire y dejaban expandirse sus pulmones con sonidos diversos, cánticos de taberna a última hora y otras expresiones guturales de difícil articulación. Mucho traje, mucho vehículo de alta cilindrada y la alegría de los eventos mientras, en un rincón libre del aparcamiento, la romería degustaba y compartía las viandas que llevaba. Las trajeadas y perfumadas personas preguntaban quiénes eran (se supone que la incógnita no la dirigían a sí mismos), qué hacían y a dónde iban. Los más cuerdos lo comprendieron con presteza. Se desconoce si los vehículos de los Mossos, poco después, los esperarían a la bajada de la celebración para calibrar el estado del aliento.
El camino continuó y, como a menudo nos pasa, hubo despistes que provocaron retrocesos para rehacer el sentido lógico de la romería. Son esos matices que, con un positivo sentido de la superación, se corregirán para la próxima vez. Mientras, alfa-omega no paraban de entrar en tertulia por las ondas para agrupar, tirar, parar o preguntar por el estado de la expedición. Todo en orden en dirección al bar de la estación de Vacarisses. La parada fue más breve de lo normal. Apareció un toque de silbato no oficial y hubo que atender a quienes se quedaban fríos y querían marcha, seguir hasta el final.
Las señales de la Matagalls, de reciente recuerdo, no originaron pérdidas. El destino final se veía aunque la habitual niebla ascendía y lo ocultaba, quizá para animar a las personas más temerosas de tamaña subida. No verla para subirla mejor, ésa debía ser la estrategia de la niebla. Abajo, Monistrol, concentración momentánea en la que, como cada año, hay un reducido grupo que opta por dirigirse al Cremallera que sale una hora después.
Llamó la atención el interés de esa pareja que vino de Córdoba a la romería. Conocieron la montaña por primera vez y andando. Su primer contacto con Montserrat era ese día. Subieron y quedaron asombrados de cómo fueron capaces de tanto. Después bajarían en autocar y se enorgullecerían de su proeza. Estos sí que progresaron adecuadamente.
A la hora habitual, en torno a las ocho de la mañana, todos arriba. La coca y las bebidas entonaban los ánimos mientras había que parpadear más de la cuenta para evitar ese sueño deseado. Quien quiso participó en los actos religiosos que se oficiaron detrás de la Moreneta. Entre algún cabezazo que otro, los de arriba y quienes estaban tomando el sol en la plazo, todos celebraban a su manera el deber cumplido y el descanso merecido que vendría a continuación.
Mientras la romería motorizada llegaba, comía y rezaba, la nocturna ya sólo pensaba en retirarse a sus aposentos horizontales y entregarse al merecido descanso. Aunque no todos.
Objetivo cumplido. Ya queda una romería menos para las mil.
Muy cerca, al lado de la sede episcopal de este obispado terrasense, en pleno centro de la ciudad, la plaza poco a poco se fue despejando de sus inquilinos habituales para dar paso a otros ocupantes temporales. Antes de que la concentración de profesionales del fuego lúdico pasaran por aquí (“dracs” de diferentes poblaciones), con sus habituales explosiones y ruidos, otras personas, pacíficas ellas, sólo podrían asustar a quienes por su sedentarismo se extrañaran de los kilómetros que tenían pensado recorrer, con nocturnidad y sin alevosía. Los cuatro Grmanos que llegaron primero, componentes del equipo organizador, poco a poco se vieron satisfechos por la concentración de romeros y romeras con ganas de marcha nocturna. Cada vez había más personas pero faltaba el obispo. Los múltiples quehaceres parece que no le permiten acudir a la cita anual, aunque sea sólo para saludar. Tampoco se le pediría que anduviera toda la noche por esos caminos de Dios. Aunque, bien mirado, este argumento quizá le podría motivar a buscarlo también en medio de las sendas bajo las estrellas.
Las tiendas cerradas daban paso al equipo nacional en la televisión (o sea, el Barça), a planes de salidas o de estancias caseras, al gusto que se debe sentir al no hacer nada o bien a prepararse para esos placeres del “sábado sabadete” del dicho popular. Todo ello podía ser el enemigo a batir por quienes dudaran entre venir o quedarse.
La plaza Vella, centro de paseo, de ver y ser vistos, de cruces de escolares de centros concertadas, parecía estar a la expectativa de las dos concentraciones citadas antes. Mientras algunos comerciantes protegían sus negocios del fuego enemigo con cartones (o sea, se convertían por momentos en acaparadores de cartones), los peregrinos llegaban con cara de satisfacción y expectantes ante las incógnitas de la noche.
En esas estábamos cuando un presunto devoto y casi seguro aspirante a beodo, pululaba por la puerta catedralicia no se sabe si a la búsqueda de su fe. Su cosquilleo interior le inducía a buscar con fruición al padre prior. Hizo un primer intento de acercarse al grupo organizador pero un subalterno del coordinador general de GRMANIA apercibió al susodicho fiel de que quien él decía no era el padre prior. No contento con la respuesta, quiso comprobarlo in situ. Para ello se dirigió a nuestro jefe y le sugirió si era o no era la persona que buscaba. Por supuesto que le ratificó que no era con lo que, raudo y veloz, se introdujo dentro del recinto sagrado.
Allí dentro la ceremonia religiosa acabó con un discurso de nuestro enlace con los asuntos eclesiásticos. Al parecer puso los puntos sobre las íes en voz alta. Por los resultados obtenidos se deduce que su capacidad de convicción fue muy eficaz. Allá arriba recordó, con la habilidad oratoria que le caracteriza, las normas de la romería. Después lució el brazalete verde fluorescente, distintivo de la organización. Los fieles se apercibieron de por dónde iba la convocatoria y respondieron con gran corrección.
Fuera del lugar de culto se observaba un continuo desfile de hábitos y uniformes. Ver el aspecto de los romeros ya les delataba de que no iban de partys, botellones o similares. No obstante, hubo quienes lucían atuendo más propio para ir al cole que no de caminatas. Eran muy jóvenes los que publicitaban el último modelo de calzado de la marca del stick. Al final, llegaron. También se observaban atalayas: lejos despuntaba, por encima de los tejados, la torre del Palau. A media distancia se veían las torres catedralicias y, allí al lado, sobresalían las puntas de los bastones que emergían de las mochilas junto con comidas, bebidas y demás parafernalia para el camino.
Otros hábitos andantes a aquellas horas en la céntrica plaza: algunas mujeres musulmanas , un reducido colectivo de monjas (ambos grupos bien guarnidos y en dirección contraria) y, cómo no, bastantes adolescentes vestidos casi uniformemente por ese hábito que es la moda imperante tipo fashion: piercings varios y en muchos sitios, primeras marcas luciéndolas por todo lo que cubre el cuerpo, móviles que no paraban de verificar su existencia activa con sus sonidos para no comunicar nada. No, ellos iban de paso a sitios más divertidos.
Otro hábito que también estaba en la plaza pertenecía a los cuatro miembros de la Policía Municipal. Con un coche esperaban la salida de la romería. Excelente su trabajo. Cortaron calles, permitieron ir por el centro de la calzada y evitaron todos los posibles riesgos del tráfico rodado. Tampoco se puede dejar de mencionar el trabajo de las tres personas de la Cruz Roja de Terrassa junto con la ambulancia. Su compañía tranquilizó tanto los ánimos como cuando los organizadores vieron que se unía al grupo nuestra cardióloga. A partir de ese momento los corazones latieron más tranquilos. O en el momento en que uno de los nuestros verificó que el médico de su madre también estaba presente. Con estas saludables compañías se anda igual pero no es lo mismo.
Y, ya que de andar se trata, la romería inició el recorrido en una plaza ya casi desierta. Tamaña expedición pasó por calles peatonales céntricas, sede de librerías reconocidas; al lado del edificio municipal, cuyos inquilinos deberían darse cuenta de la importancia de una romería que se acerca al milenio (cuando llegue aquel día seguro que aparecen en la foto oficial); la Rambla no fue ninguna barrera porque el buen hacer de los gendarmes facilitó el cruce; ascensión por Pare Llaurador, donde una grmana paseaba y un grmano bajaba en coche; la salida por Sant Marc (como se ve, por el nombre de las calles se sigue oliendo a religión) condujo la mesnada hacia el trasvase, acondicionado por la autoridad competene para pasar y, con los frontales y linternas preparados, calentamiento muscular en suave subida para penetrar en la oscuridad de la noche.
Des el furgón de cola ya se empezó a observar quiénes se iban quedando hacia atrás. Un grupo de asiduas a otras romerías cargaron sus baterías con la bebida de las alas y, aunque no le debieron salir estas extremidades, sí se notó la taurina en las continuas risas y demás palabrería que el cerebro produce. Primera retirada, muy bien calibrada por una persona que valoró sus fuerzas y decidió que éste no era su sitio en esta ocasión. Descenso acompañado de la música de los canes que formaban un concierto continuo al paso de la romería. Retenciones en los pasos estrechos. Todo con corrección y a un paso adecuado a caminantes no iniciados.
Nuestro paso del Rubicón siempre es la carretera de Manresa. Sin embargo, ya hubiera querido César disponer de tamaña ayuda. Si antes hablábamos de hábitos y uniformes, cómo no agradecer la excelente labor de Los Mossos d’Esquadra. Salvo cuando hay accidentes, pocas veces esta carretera, a ests horas, fue testigo de tamaño despliegue. Dos vehículos policiales, uno en cada dirección, con las luces destellantes, lo mimso la ambulancia de la Cruz Roja; los altavoces de los coches policiales obligando a la circulación a pararse. Motivo en voz alta: atención, pasa una romería. Con estas compañías uno se puede mover bien por el mundo. Un servicio de primera para romeros que ya pedían pararse a reponer fuerzas.
La subida a Coll Cardús se anunciaba con todo el recinto de ocio del restaurante lleno de luces y de voces. Las bodas del interior hacían salir a airearse al exterior a personas con abundante ingestión de combinados etílicos. Les daba el aire y dejaban expandirse sus pulmones con sonidos diversos, cánticos de taberna a última hora y otras expresiones guturales de difícil articulación. Mucho traje, mucho vehículo de alta cilindrada y la alegría de los eventos mientras, en un rincón libre del aparcamiento, la romería degustaba y compartía las viandas que llevaba. Las trajeadas y perfumadas personas preguntaban quiénes eran (se supone que la incógnita no la dirigían a sí mismos), qué hacían y a dónde iban. Los más cuerdos lo comprendieron con presteza. Se desconoce si los vehículos de los Mossos, poco después, los esperarían a la bajada de la celebración para calibrar el estado del aliento.
El camino continuó y, como a menudo nos pasa, hubo despistes que provocaron retrocesos para rehacer el sentido lógico de la romería. Son esos matices que, con un positivo sentido de la superación, se corregirán para la próxima vez. Mientras, alfa-omega no paraban de entrar en tertulia por las ondas para agrupar, tirar, parar o preguntar por el estado de la expedición. Todo en orden en dirección al bar de la estación de Vacarisses. La parada fue más breve de lo normal. Apareció un toque de silbato no oficial y hubo que atender a quienes se quedaban fríos y querían marcha, seguir hasta el final.
Las señales de la Matagalls, de reciente recuerdo, no originaron pérdidas. El destino final se veía aunque la habitual niebla ascendía y lo ocultaba, quizá para animar a las personas más temerosas de tamaña subida. No verla para subirla mejor, ésa debía ser la estrategia de la niebla. Abajo, Monistrol, concentración momentánea en la que, como cada año, hay un reducido grupo que opta por dirigirse al Cremallera que sale una hora después.
Llamó la atención el interés de esa pareja que vino de Córdoba a la romería. Conocieron la montaña por primera vez y andando. Su primer contacto con Montserrat era ese día. Subieron y quedaron asombrados de cómo fueron capaces de tanto. Después bajarían en autocar y se enorgullecerían de su proeza. Estos sí que progresaron adecuadamente.
A la hora habitual, en torno a las ocho de la mañana, todos arriba. La coca y las bebidas entonaban los ánimos mientras había que parpadear más de la cuenta para evitar ese sueño deseado. Quien quiso participó en los actos religiosos que se oficiaron detrás de la Moreneta. Entre algún cabezazo que otro, los de arriba y quienes estaban tomando el sol en la plazo, todos celebraban a su manera el deber cumplido y el descanso merecido que vendría a continuación.
Mientras la romería motorizada llegaba, comía y rezaba, la nocturna ya sólo pensaba en retirarse a sus aposentos horizontales y entregarse al merecido descanso. Aunque no todos.
Objetivo cumplido. Ya queda una romería menos para las mil.
sábado, 23 de septiembre de 2006
Matagalls - Montserrat: tú y tus circunstancias
La clásica de las clásicas de las travesías largas en Cataluña tiene nombre de dos montañas, dos atalayas que ofrecen perspectivas de varias comarcas y también de muchos esfuerzos. Has oído hablar de la hazaña de un cura que, al parecer, recorrió esta distancia hace ya unos años. También conoces que la tradición senderista, montañera y de aire libre aquí fue un buen refugio para cultivar semillas nacionalistas, independistas o de valores patrios. Actualmente, aún hay público que sigue con esta llama y con aquellos objetivos que, aunque con las trabas propias de cada situación política, esperan verlos factibles algún día. No se dan por rendidos aunque a veces sólo les quede el consuelo de las fronteras mentales, las banderas y demás parafernalia al uso.
Sin embargo, hoy una de las banderas para muchas personas es el deporte, el tiempo libre, el contacto con la naturaleza y la superación de esas barreras que tú te impones para dejar constancia de que eres capaz de remontar un objetivo más. Si no te lo crees, observa atentamente, escucha y extrae conclusiones. Ya sé que lo haces y que sigues programas de aventura, que Internet te incita a apuntarte a ese penúltimo recorrido que acaban de inventar y que significa un reto más, que tantas revistas bautizadas como de “outdoor” o tiempo libre le hacen un guiño a tu moral: ¿podré yo hacerlo también?.
Inviertes tu tiempo libre en objetivos aparentemente inútiles. Buscas la complicidad de tus amistades que sospechas son fáciles de convencer, diseñas uno o varios planes de entrenamiento, sales corriendo del trabajo para preparar tu cuerpo. Ya entras al gimnasio con estrés, series, estiramientos, deportes varios, rutas por el bosque, natación. La ilusión de saber que lograrlo depende de ti y de tus circunstancias. Y haces lo que puedes para que éstas no te jueguen una mala pasada. Aunque de sobra sabes que, al final, los planes son unos y la realidad, otra. Pero tu mente está en ello y segrega esas hormonas básicas para que no decaiga la planificación prevista. Eres consciente de que, para estas travesías y para cualquier otra actividad de resistencia, tu cerebro te puede conducir hacia el objetivo final o bien traicionar o, incluso, ser la pieza básica para una retirada a tiempo. Que, a menudo, puede convertirse en una victoria. Y ahí viene la duda en momentos de crisis que, sin ser negativos, también hay que tener previstos.
Igual pasa con la vestimenta adecuada y el manual de consejos al uso. Fíjate en el gran negocio que ahora se mueve en torno a este mundo cuya público objetivo es el urbanita con ganas de salir de su realidad y volver a ella con resultados positivos fruto de su participación en tantas convocatorias de senderismo, kilómetros verticales, travesías, carreras de montaña o salidas más populares durante los fines de semana. Si te dejas llevar por lo último del mercado, necesitas varios armarios para guardar tanto como hay. El marketing y la investigación no paran aunque todos estos productos deberían tener más en cuenta las opiniones que se oyen en las esperas de las salidas. Las personas practicantes son quienes más han contrastado la validez o no de esos productos en la práctica diaria. Aprendes más con los consejos de quien está al lado que con los test de productos que se publican, sospechosos de esconder promociones encubiertas. Introdúcete en un gran grupo, escucha y pregunta. Aprenderás. Después, colabora con tu experiencia a que los demás se beneficien de tus enseñanzas.
Bien, pues dejemos ya las situaciones generales y vayamos a las particularidades de la clásica de las clásicas, la XXVII edición de la Matagalls – Montserrat.
Planteamientos veraniegos
La continua propaganda veraniega y el espíritu de vacaciones obligatorias (y a ser posible a lugares exóticos y lejanos), a veces traslada a segundo plano ese compromiso casi anual con la Matagalls. Suerte que hay veces en que en junio ya recibes el aviso de que la tengas en cuenta. Bueno, la dejas para la vuelta. O, en el mejor de los casos, la dejas en cartera por si en los ratos libres estivales buscas momentos para hacer algo más que estirar las piernas.
¿Enemigos de la Matagalls? Los habituales en épocas veraniegas: las bebidas, el buen yantar, el musculoso abdomen cervecero y la placidez del mínimo esfuerzo, bien ganado después de tantos nervios acumulados. ¿Eres capaz de renunciar a tales placeres? Quizá no valga la pena. ¿Qué sería de la vida sin ellos? No, no mencionaremos los otros. Hasta te atreves a dar cortos paseos, a nadar, a progresar en la velocidad. Calor, viajes, sudor. Ya está la solución: salir a primera hora de la mañana a entrenar. Buena idea si no te la echara abajo la salida nocturna de horas antes. Porque, por la mañana y de vacaciones cuesta levantarse pronto. Pasan los días y te encuentras de nuevo con aquella lista de temas pendientes. Si has sido capaz de apuntar esta salida y de ponerla como prioritaria a la vuelta, ya estás perdido.
Vuelves y continúa siendo verano
El nuevo año cada vez empieza más en septiembre que no en el primer día de enero. Por tanto ahí, a la vuelta de la esquina, ya se asoma ella. Pero, ¿y este nuevo año? Dudas, o no. Al final, si has probado este tipo de marchas, es fácil de cambiar esa pregunta por otra: ¿y este año por qué no? Decidido. Aquí está la disculpa para recuperar la forma perdida y la vuelta a llenar las pilas de la ilusión por lo efímero. Sí, aún sigue siendo verano y ya estás en ello. Diseñas planes de mantenimiento, de ir un poco más allá cada día, te juntas con alguien más y para vosotros aquel concepto del verano ya ha derivado en este nuevo de preparación de la Matagalls –Montserrat. Por si fuera poco, vives en una ciudad con barrios desde donde se ve Montserrat. Tú, en Terrassa, ves esta mágica montaña cada día. Hasta cuando friegas los platos tu ventana está encarada hacia allá. Has hecho acopio en tu mente de tantas imágenes inolvidables. Esos matices de las puestas o salidas de sol, de esa niebla que asciende desde Vacarisses y dibuja o difumina los perfiles tan conocidos, de días apagados de luz en los que resaltan en lontananza los escasos rayos de sol que la tiñen de tantos matices de colores. Vas porque está ahí, porque cualquier salida con final en Montserrat es diferente. Y lo dices tú, que pretendes no mezclar lo religioso ni los significados de identidad con el poder mágico de un perfil único.
Como para defraudarlos
También te aportan energía esas personas que te metieron en este mundillo del deporte rápido por la montaña o por el llano. A veces piensas en voz alta y recuerdas tantas personas anónimas, tantos grupos excursionistas, tantos policías, protección civil, ambulancias, clubs de todo tipo que, por un módico precio de inscripción, se esfuerzan en organizarlo todo para que tú disfrutes. A esas personas las defraudarías si no te apuntas. Sí, reciben críticas en ocasiones, nadie es perfecto, tú también les has criticado pero, al final, en frío, siempre les agradeces su anónima labor para que esto funcione. Y es mucha la gente que colabora en estas “empresas” sin ánimo de lucro. Bueno, más que empresas parecen ONGs. Cataluña es un gran ejemplo: tantas marchas de la copa catalana, rallys, salidas populares y gente o grupos que nunca aparecerán en ningún programa de salidas. La mayoría de domingos y muchos sábados son testigos del movimiento matinal de mochilas, ropa técnica, bocadillos, bebidas e ilusión en acabar la semana no refugiado en un sofá junto al mando a distancia, sino en contacto tú con tus fuerzas en medio de la naturaleza. Un ejemplo, para que veas, ese grupo que tú conoces y en el que estás, www.grmania.com Hay tantos grupos que te los resumo en éste. Pero no olvides que el Club Excursionista de Gràcia es el impulsor de la clásica de las clásicas. Este año tampoco les vas a defraudar. Sólo agradecer su ilusión y esfuerzos para que llenes tu mente con las sensaciones del recorrido y recibas a cambio, además de su continua ayuda, una camiseta antes de salir y un obsequio al terminar. ¿Qué más les puedes pedir?
Ahora va en serio
Ya sí, gimnasio, marchas largas, carreras, renuncias gastronómicas. Pasta cada día. Nada de alcohol. Tentaciones nuevas: hablas con quienes han probado suplementos dietéticos, hierbas, preparados que responden a cierta ayuda mental que aseguran revertirá en tu físico. ¿Será ético tomar estas sustancias? No son raras, las venden en cualquier sitio, no hay investigaciones tipo Operación Puerto detrás que te puedan perseguir. Suplementos vitamínicos, reforzantes de cartílagos, glucosas y similares, apósitos diversos, masajes, estiramientos varios. Y, sobre todo, vaselina. No te rías ni pienses en otras cosas, es indispensable. Todo para que tú puedas mejorar tus circunstancias. A ver quién no tiene una bolsita en casa con esa poción mágica personal que te fortalece en momentos de duda.
Tan en serio va que te preparas también en las distancias largas. Empiezas con tu simulación del esfuerzo cada vez un poco más allá. Programas salidas algunos sábados de madrugada para volver a la hora de comer con más de cincuenta kilómetros en tu hoja de servicios. Recibes el amanecer con los ladridos de perros de las urbanizaciones, coches aparcados bajo la luz de la luna con mucho placer dentro mientras tú no vienes de fiesta sino que vas de trabajo. En vez de alcohol, agua; la resaca son las ojeras por no haber dormido lo suficiente, el desayuno en la cama es el bocadillo y las sábanas son poco más que la camiseta, el pantalón corto y el chubasquero por si llueve. Tiras millas, sigues y no te cruzas con casi nadie. Y te vuelves a hacer de nuevo tu vieja pregunta: para qué reivindicar tanto marcar senderos, turismo ecológico y vida sana si casi nunca te cruzas con nadie caminando. Menos mal el éxito de las bicicletas de montaña. Saludos, compañeros. No, con quienes tienes malas experiencias es con algunos conductores de quads o de motos todo terreno. Hay de todo pero algunos te obligan a salirte del camino debido a su prepotencia. A pesar de todo, sigues y crees que ahora te toca esto. En otros momentos también disfrutas con lo que ahora renuncias. Tenlo en cuenta. No todo va a ser sacrificio y sufrimiento. Siguiente paso: papeles.
La inscripción, un paso más
Un formulismo necesario. A dónde vas hoy día sin papeles. Supones que, visto lo visto, a muchos sitios pero no a la Matagalls- Montserrat. Bueno, también hay quien usa otras estrategias. Para ser más auténtico todo, quieres inscribirte en el lugar de autos. Aprovechas llenar la tarde con otros asuntos y, uno de ellos, es ir a la sede del Club Excursionista de Gràcia.
Todo un viaje. Sales del tren y parece como si fueran los primeros kilómetros desde Collformic. Apretujones, sudores, prisas. Colas como para reservar hora de salida el día de la partida o para los avituallamientos masificados. Llegas con tus ocho encargos de inscripción al Passatge Mulet, una corta calle en donde se encuentran las mentes pensantes que organizan la clásica. Una hora antes de la apertura de las inscripciones ya hay gente. ¿Tema de conversación? Fácil suposición, monotemático. Todos participan contando sus experiencias, la sonrisa de quienes cantan llegadas y ese conocimiento que le facilitas a quien está a tu lado por si les sirve para algo. Tus circunstancias se enriquecen con las de los demás. O, lo que en términos modernos de Management, hoy se llamaría Gestión del Conocimiento de la Matagalls-Montserrat. En estos momentos disfrutas desde la quietud de un viejo sofá: se te agolpan recuerdos, los comparas con lo que escuchas, animas a indecisos y casi nunca sacas a relucir algún abandono o esos momentos nocturnos en que, en medio del bosque y al amparo de las estrellas, te haces las estereotipadas preguntas al uso: ¿qué hago yo aquí a estas horas con lo bien que estaría en otro sitio? ¿Quién me habría mandado repetir un año más? No, de eso no se habla mientras pides inscripciones, observas esa camiseta roja con los nombres por donde pasarás y tu gran preocupación del momento es acertar con las tallas de los ausentes.
Con toda la carga burocrática y de vestimenta vuelves al punto de partida. La suerte está echada.
Preparados, listos...
El día de la fecha acuérdate que vino precedido por tormentas continuas y un tiempo inestable. Cada día pendiente del tiempo en la televisión, con Internet a tope para descubrir si en algún sitio había alguna predicción que coincidiera con tus intereses. Nubes y claros y chubascos dispersos. El tópico. Pero esta vez se cumplió. Por la mañana, a la hora de salir desde Terrassa, el cielo te despidió con una ligera lluvia. Buenos principios, pensaste. No pasa nada. Adelante. Será una nube pasajera. Así animaste a quienes también creían que se hace camino al andar. Dirección Vic, salida Seva, carretera de Collformic. 1143 metros de altura. Mossos d’esquadra. Carretera con cinta indicadora de que si aparcabas empezabas la Matagalls ganando un disgusto y perdiendo puntos y dinero. Y atisbo de la primera cola. A eso ibas. O sea, a hacer poca cola para librarte de lo que estaba por venir. Ya a las 11,15 horas había lista de espera. Y también esa invitación en rojo: “Gaudeix” (Disfruta). Te lo sugería la Coca Cola, ¿quién sino? Además, te invitaba a beber.
Tú y tu compañía respetaste el orden mientras, un poco más allá, te sorprendió una persona a la que saludaste. Un hombre de tierras gironinas con el que coincidiste en una salida anterior en la Selva del Camp. Más de 65 años a sus espaldas y una hoja de servicios intachable: cinco Maratón de los Sables (lo de maratón es un corto eufemismo), aventuras en marchas por Jordania, multitud de salidas de todo tipo y su siguiente proyecto, después del de hoy: una gran escapada por Mali, andando, por supuesto. Lo mirabas con sana envidia y admiración. El rastro de tanto esfuerzo se dejaba notar en su musculatura, en nada de ropas de colorines chillones, sólo unas zapatillas desgastadas más por el abuso que por el uso.
Por lo demás, el paisaje humano era variopinto con tendencia a la paulatina aglomeración, sólo despejada cuando la asignación de horas colocó a cada uno bajo las órdenes del reloj oficial. Gente, mucha gente. 2695 personas parece ser que pasaron por el punto de salida. Y salieron, claro.
La hora de la comida campestre, ya sabes, pasta de todo tipo, hidratos de carbono para dar y tomar, bebidas energéticas, zumos, frutas y reposo mientras el cielo plomizo te refrigeraba con gotas intermitentes de agua. Malos augurios para empezar.
En estos momentos, si hay que descubrir la parte del cuerpo más mimada, sin duda la incógnita es fácil de resolver. Los pies aquí viste que eran tratados a cuerpo de rey: manoseados, masajeados, aseados, untados con pociones diversas, protegidos y casi momificados con protecciones varias. Capas de tiritas, vaselina, parches de última generación, calcetines anti no se sabe cuántas cosas, polvos mágicos, ungüentos que te transmitían cierta seguridad en el andar. Después, ajustes de mochilas, pruebas anatómicas, comprobación del más mínimo atisbo de rozadura, milimétrica colocación de cada recurso y, con todo esto, ya puedes decir que ahora sí, la suerte está echada.
…¡Ya!
Aquel reloj en el punto de salida con la hora oficial te daba el testigo de que, a partir de este momento, tú eras tú y tus circunstancias. Saliste de los primeros pero, antes que nadie, los veteranos. Un detalle amable hacia quienes no parecía que pertenecieran a ese eufemismo de la tercera edad. Había que verlos. Aquí sí que eran todos los que estaban. Acumulaban muchas vueltas en el cuentakilómetros imaginario de sus pies. Estaban orgullosos de acudir a la cita, debían pasar mentalmente lista para saber las ausencias, quiénes ya o no podían o el destino les había conducido por otros caminos eternos. Parecían formar parte de cierta selección natural, orgullosos ellos y ellas y el resto deseando llegar así allí cuando pase el tiempo.
Los 25 que salían cada minuto transformaron el camino en esa serpiente multicolor que se prolonga sin fin. Mientras, te adelantaban las máquinas humanas, una nueva especie de seres que no llevan casi nada encima, que pasan como un halo a tu lado y que, la mejor forma de verlos es adivinarlos. Veloces, musculosos, fruto de gimnasios y técnicas variadas, se abren paso sólo por su impulso, el cual a veces es más agresivo y chulesco de lo que exige el guión de estas marchas. Tú a lo tuyo. Rapidez, sorteo de charcas, resbalones en el barro, te dejas caer sin caerte, claro. La testosterona te provoca una fuerza explosiva que te impulsa a acabar pronto la bajada hacia Aiguafreda.
Una vez allí, ya lo sabes, todo lo que baja te gusta que suba y aquí los toboganes son continuos. Menos mal que los oasis de cada avituallamiento te reconfortan. No haces colas porque vas en el pelotón primero. Controles, avituallamientos, luces a lo lejos, algunas casas de pagès en medio de un cielo en el que quieren despuntar las estrellas siempre que las nubes las dejen.
El estiramiento de los grupos dispersa a los participantes y también aísla a quienes ya venían solos o se han quedado así por imperativos de fuerza o de ritmo. Pero no pasa nada. Te pegas a alguien y varias luces iluminan mejor que una. Solidaridad en el camino, búsqueda de las señales verdes y rojas, alguna conversación aunque sea de la especie fática y también algún teléfono móvil que recuerda las modernas señales de la civilización.
A medida que la noche se estira, los efectos se dejan sentir. Ves suaves cojeras que evolucionarán a algo más, mentes en blanco que se balancean mientras caminan, andares más desacompasados que horas antes e, incluso, te cruzas con aquellos jóvenes explosivos que debieron gastar todas las reservas de glucógeno en sorprenderte con su aire en los primeros kilómetros. Así es la vida en la Matagalls. Les dices si necesitan algo, les ofreces lo que tienes y les prestas unas palabras de ánimo. Vamos, muchacho que Sant Llorenç Savall está cerca.
Después de la enésima bajada, ahí lo tienes. Debes estar contento. Antes el control estaba situado a la puerta del cementerio. No, no era una figura literaria. Los de dentro no debían notar el paisaje humano de los de fuera. Ahora ya lo tienen un poco más lejos. Allí están instaladas carpas, personas que esperan en el punto crítico. Ese espacio en que confirmas o no qué haces tú aquí a estas horas, y más si te han venido a reconfortar con detalles gastronómicos, mantas, agua y sal. La duda ofende pero aquí se da más de lo que debería.
Lo lógico, seguir. El té, el caldo, fruta, bocadillos y tu voluntad de acabar te conducen a enfocar el frontal al fondo y de frente. Queda más o menos la mitad pero los kilómetros ya descuentan. Sigues hasta encontrarte con pronunciadas subidas que te conducirán a los donuts de Matadepera (ya sabes, el avituallamiento que este año se encumbró en las alturas, abandonó la parte baja de esta zona de viviendas no obreras y te recibió aquí arriba). No haces ruido para que no se molesten ni los perros ni loss amos de esas torres que ya te gustaría saber cómo se consiguen tener, y no con un sueldo. Bajas para, una vez arriba otra vez, ver ya al fondo el destino final. Las luces de Montserrat te dan fuerzas para llegar, si bien ya conoces la forma: subir, bajar y subir. Otro cementerio, en esta ocasión el de Vacarisses, a cuya entrada te avituallan por última vez hasta que acabes. Pocas personas se ven por esta zona. A tu lado va aquel joven que llevaba una linterna que funcionaba con una dinamo que tenía que girar a menudo con una manivela. Qué mérito ir así. Otro iba escorado por una ampolla, tú sorprendiste a una gran piedra con tal patada que perderás por segunda vez en un año la uña del dedo gordo del pie izquierdo, tu compañero vomitó varias veces, había gente sentada al lado del camino y otros que se juraron llegar aunque fuera a rastras. Claro que hubo quien, para ser reconfortada y animarla a acabar en Montserrat, le trajeron churros para desayunar y una caravana para hacer cómodamente sus necesidades.
Y, por último…
Además del primero que llegó en poco más de ocho horas, esto es parte del rito de la clásica de las clásicas y de otras salidas de este tipo. Ánimo que los perfiles de la montaña están al lado. Una vez situado en su falda, en Monistrol, te sorprendiste a ti mismo con un derroche de fuerzas y gastaste las penúltimas energías que te quedaban (en algún depósito en reserva) en subir hasta el control final en 29 minutos. Para ti y para tus compañeros fue una proeza con la que acabaste, una más, esta institución andante.
Una vez ya con el detalle y el agradecimiento al Club Excursionista de Gràcia por los servicios prestados, miraste hacia abajo y deseaste suerte a quienes con ilusión se imaginaban llegar a donde tú estabas. Hubo quienes honraron sus creencias con una visita al recinto sagrado y a la Moreneta.
No, lo importante no es el tiempo. El camino, el viaje hacia esa Ítaca es lo que importa. Un año más estás aquí, quién sabe qué pasará el próximo. Viste compensados tus esfuerzos, casi todo salió bien pero también llevabas un plan B por si algo se torcía. Al final, lo que más valoras son los planes, la preparación, las ilusiones.
En caso de que las circunstancias no te sean favorables o, si lo tuyo es descubrirle nuevos sabores o matices, recuerda: el año que viene siempre te quedará de nuevo la Matagalls – Montserrat.
Sin embargo, hoy una de las banderas para muchas personas es el deporte, el tiempo libre, el contacto con la naturaleza y la superación de esas barreras que tú te impones para dejar constancia de que eres capaz de remontar un objetivo más. Si no te lo crees, observa atentamente, escucha y extrae conclusiones. Ya sé que lo haces y que sigues programas de aventura, que Internet te incita a apuntarte a ese penúltimo recorrido que acaban de inventar y que significa un reto más, que tantas revistas bautizadas como de “outdoor” o tiempo libre le hacen un guiño a tu moral: ¿podré yo hacerlo también?.
Inviertes tu tiempo libre en objetivos aparentemente inútiles. Buscas la complicidad de tus amistades que sospechas son fáciles de convencer, diseñas uno o varios planes de entrenamiento, sales corriendo del trabajo para preparar tu cuerpo. Ya entras al gimnasio con estrés, series, estiramientos, deportes varios, rutas por el bosque, natación. La ilusión de saber que lograrlo depende de ti y de tus circunstancias. Y haces lo que puedes para que éstas no te jueguen una mala pasada. Aunque de sobra sabes que, al final, los planes son unos y la realidad, otra. Pero tu mente está en ello y segrega esas hormonas básicas para que no decaiga la planificación prevista. Eres consciente de que, para estas travesías y para cualquier otra actividad de resistencia, tu cerebro te puede conducir hacia el objetivo final o bien traicionar o, incluso, ser la pieza básica para una retirada a tiempo. Que, a menudo, puede convertirse en una victoria. Y ahí viene la duda en momentos de crisis que, sin ser negativos, también hay que tener previstos.
Igual pasa con la vestimenta adecuada y el manual de consejos al uso. Fíjate en el gran negocio que ahora se mueve en torno a este mundo cuya público objetivo es el urbanita con ganas de salir de su realidad y volver a ella con resultados positivos fruto de su participación en tantas convocatorias de senderismo, kilómetros verticales, travesías, carreras de montaña o salidas más populares durante los fines de semana. Si te dejas llevar por lo último del mercado, necesitas varios armarios para guardar tanto como hay. El marketing y la investigación no paran aunque todos estos productos deberían tener más en cuenta las opiniones que se oyen en las esperas de las salidas. Las personas practicantes son quienes más han contrastado la validez o no de esos productos en la práctica diaria. Aprendes más con los consejos de quien está al lado que con los test de productos que se publican, sospechosos de esconder promociones encubiertas. Introdúcete en un gran grupo, escucha y pregunta. Aprenderás. Después, colabora con tu experiencia a que los demás se beneficien de tus enseñanzas.
Bien, pues dejemos ya las situaciones generales y vayamos a las particularidades de la clásica de las clásicas, la XXVII edición de la Matagalls – Montserrat.
Planteamientos veraniegos
La continua propaganda veraniega y el espíritu de vacaciones obligatorias (y a ser posible a lugares exóticos y lejanos), a veces traslada a segundo plano ese compromiso casi anual con la Matagalls. Suerte que hay veces en que en junio ya recibes el aviso de que la tengas en cuenta. Bueno, la dejas para la vuelta. O, en el mejor de los casos, la dejas en cartera por si en los ratos libres estivales buscas momentos para hacer algo más que estirar las piernas.
¿Enemigos de la Matagalls? Los habituales en épocas veraniegas: las bebidas, el buen yantar, el musculoso abdomen cervecero y la placidez del mínimo esfuerzo, bien ganado después de tantos nervios acumulados. ¿Eres capaz de renunciar a tales placeres? Quizá no valga la pena. ¿Qué sería de la vida sin ellos? No, no mencionaremos los otros. Hasta te atreves a dar cortos paseos, a nadar, a progresar en la velocidad. Calor, viajes, sudor. Ya está la solución: salir a primera hora de la mañana a entrenar. Buena idea si no te la echara abajo la salida nocturna de horas antes. Porque, por la mañana y de vacaciones cuesta levantarse pronto. Pasan los días y te encuentras de nuevo con aquella lista de temas pendientes. Si has sido capaz de apuntar esta salida y de ponerla como prioritaria a la vuelta, ya estás perdido.
Vuelves y continúa siendo verano
El nuevo año cada vez empieza más en septiembre que no en el primer día de enero. Por tanto ahí, a la vuelta de la esquina, ya se asoma ella. Pero, ¿y este nuevo año? Dudas, o no. Al final, si has probado este tipo de marchas, es fácil de cambiar esa pregunta por otra: ¿y este año por qué no? Decidido. Aquí está la disculpa para recuperar la forma perdida y la vuelta a llenar las pilas de la ilusión por lo efímero. Sí, aún sigue siendo verano y ya estás en ello. Diseñas planes de mantenimiento, de ir un poco más allá cada día, te juntas con alguien más y para vosotros aquel concepto del verano ya ha derivado en este nuevo de preparación de la Matagalls –Montserrat. Por si fuera poco, vives en una ciudad con barrios desde donde se ve Montserrat. Tú, en Terrassa, ves esta mágica montaña cada día. Hasta cuando friegas los platos tu ventana está encarada hacia allá. Has hecho acopio en tu mente de tantas imágenes inolvidables. Esos matices de las puestas o salidas de sol, de esa niebla que asciende desde Vacarisses y dibuja o difumina los perfiles tan conocidos, de días apagados de luz en los que resaltan en lontananza los escasos rayos de sol que la tiñen de tantos matices de colores. Vas porque está ahí, porque cualquier salida con final en Montserrat es diferente. Y lo dices tú, que pretendes no mezclar lo religioso ni los significados de identidad con el poder mágico de un perfil único.
Como para defraudarlos
También te aportan energía esas personas que te metieron en este mundillo del deporte rápido por la montaña o por el llano. A veces piensas en voz alta y recuerdas tantas personas anónimas, tantos grupos excursionistas, tantos policías, protección civil, ambulancias, clubs de todo tipo que, por un módico precio de inscripción, se esfuerzan en organizarlo todo para que tú disfrutes. A esas personas las defraudarías si no te apuntas. Sí, reciben críticas en ocasiones, nadie es perfecto, tú también les has criticado pero, al final, en frío, siempre les agradeces su anónima labor para que esto funcione. Y es mucha la gente que colabora en estas “empresas” sin ánimo de lucro. Bueno, más que empresas parecen ONGs. Cataluña es un gran ejemplo: tantas marchas de la copa catalana, rallys, salidas populares y gente o grupos que nunca aparecerán en ningún programa de salidas. La mayoría de domingos y muchos sábados son testigos del movimiento matinal de mochilas, ropa técnica, bocadillos, bebidas e ilusión en acabar la semana no refugiado en un sofá junto al mando a distancia, sino en contacto tú con tus fuerzas en medio de la naturaleza. Un ejemplo, para que veas, ese grupo que tú conoces y en el que estás, www.grmania.com Hay tantos grupos que te los resumo en éste. Pero no olvides que el Club Excursionista de Gràcia es el impulsor de la clásica de las clásicas. Este año tampoco les vas a defraudar. Sólo agradecer su ilusión y esfuerzos para que llenes tu mente con las sensaciones del recorrido y recibas a cambio, además de su continua ayuda, una camiseta antes de salir y un obsequio al terminar. ¿Qué más les puedes pedir?
Ahora va en serio
Ya sí, gimnasio, marchas largas, carreras, renuncias gastronómicas. Pasta cada día. Nada de alcohol. Tentaciones nuevas: hablas con quienes han probado suplementos dietéticos, hierbas, preparados que responden a cierta ayuda mental que aseguran revertirá en tu físico. ¿Será ético tomar estas sustancias? No son raras, las venden en cualquier sitio, no hay investigaciones tipo Operación Puerto detrás que te puedan perseguir. Suplementos vitamínicos, reforzantes de cartílagos, glucosas y similares, apósitos diversos, masajes, estiramientos varios. Y, sobre todo, vaselina. No te rías ni pienses en otras cosas, es indispensable. Todo para que tú puedas mejorar tus circunstancias. A ver quién no tiene una bolsita en casa con esa poción mágica personal que te fortalece en momentos de duda.
Tan en serio va que te preparas también en las distancias largas. Empiezas con tu simulación del esfuerzo cada vez un poco más allá. Programas salidas algunos sábados de madrugada para volver a la hora de comer con más de cincuenta kilómetros en tu hoja de servicios. Recibes el amanecer con los ladridos de perros de las urbanizaciones, coches aparcados bajo la luz de la luna con mucho placer dentro mientras tú no vienes de fiesta sino que vas de trabajo. En vez de alcohol, agua; la resaca son las ojeras por no haber dormido lo suficiente, el desayuno en la cama es el bocadillo y las sábanas son poco más que la camiseta, el pantalón corto y el chubasquero por si llueve. Tiras millas, sigues y no te cruzas con casi nadie. Y te vuelves a hacer de nuevo tu vieja pregunta: para qué reivindicar tanto marcar senderos, turismo ecológico y vida sana si casi nunca te cruzas con nadie caminando. Menos mal el éxito de las bicicletas de montaña. Saludos, compañeros. No, con quienes tienes malas experiencias es con algunos conductores de quads o de motos todo terreno. Hay de todo pero algunos te obligan a salirte del camino debido a su prepotencia. A pesar de todo, sigues y crees que ahora te toca esto. En otros momentos también disfrutas con lo que ahora renuncias. Tenlo en cuenta. No todo va a ser sacrificio y sufrimiento. Siguiente paso: papeles.
La inscripción, un paso más
Un formulismo necesario. A dónde vas hoy día sin papeles. Supones que, visto lo visto, a muchos sitios pero no a la Matagalls- Montserrat. Bueno, también hay quien usa otras estrategias. Para ser más auténtico todo, quieres inscribirte en el lugar de autos. Aprovechas llenar la tarde con otros asuntos y, uno de ellos, es ir a la sede del Club Excursionista de Gràcia.
Todo un viaje. Sales del tren y parece como si fueran los primeros kilómetros desde Collformic. Apretujones, sudores, prisas. Colas como para reservar hora de salida el día de la partida o para los avituallamientos masificados. Llegas con tus ocho encargos de inscripción al Passatge Mulet, una corta calle en donde se encuentran las mentes pensantes que organizan la clásica. Una hora antes de la apertura de las inscripciones ya hay gente. ¿Tema de conversación? Fácil suposición, monotemático. Todos participan contando sus experiencias, la sonrisa de quienes cantan llegadas y ese conocimiento que le facilitas a quien está a tu lado por si les sirve para algo. Tus circunstancias se enriquecen con las de los demás. O, lo que en términos modernos de Management, hoy se llamaría Gestión del Conocimiento de la Matagalls-Montserrat. En estos momentos disfrutas desde la quietud de un viejo sofá: se te agolpan recuerdos, los comparas con lo que escuchas, animas a indecisos y casi nunca sacas a relucir algún abandono o esos momentos nocturnos en que, en medio del bosque y al amparo de las estrellas, te haces las estereotipadas preguntas al uso: ¿qué hago yo aquí a estas horas con lo bien que estaría en otro sitio? ¿Quién me habría mandado repetir un año más? No, de eso no se habla mientras pides inscripciones, observas esa camiseta roja con los nombres por donde pasarás y tu gran preocupación del momento es acertar con las tallas de los ausentes.
Con toda la carga burocrática y de vestimenta vuelves al punto de partida. La suerte está echada.
Preparados, listos...
El día de la fecha acuérdate que vino precedido por tormentas continuas y un tiempo inestable. Cada día pendiente del tiempo en la televisión, con Internet a tope para descubrir si en algún sitio había alguna predicción que coincidiera con tus intereses. Nubes y claros y chubascos dispersos. El tópico. Pero esta vez se cumplió. Por la mañana, a la hora de salir desde Terrassa, el cielo te despidió con una ligera lluvia. Buenos principios, pensaste. No pasa nada. Adelante. Será una nube pasajera. Así animaste a quienes también creían que se hace camino al andar. Dirección Vic, salida Seva, carretera de Collformic. 1143 metros de altura. Mossos d’esquadra. Carretera con cinta indicadora de que si aparcabas empezabas la Matagalls ganando un disgusto y perdiendo puntos y dinero. Y atisbo de la primera cola. A eso ibas. O sea, a hacer poca cola para librarte de lo que estaba por venir. Ya a las 11,15 horas había lista de espera. Y también esa invitación en rojo: “Gaudeix” (Disfruta). Te lo sugería la Coca Cola, ¿quién sino? Además, te invitaba a beber.
Tú y tu compañía respetaste el orden mientras, un poco más allá, te sorprendió una persona a la que saludaste. Un hombre de tierras gironinas con el que coincidiste en una salida anterior en la Selva del Camp. Más de 65 años a sus espaldas y una hoja de servicios intachable: cinco Maratón de los Sables (lo de maratón es un corto eufemismo), aventuras en marchas por Jordania, multitud de salidas de todo tipo y su siguiente proyecto, después del de hoy: una gran escapada por Mali, andando, por supuesto. Lo mirabas con sana envidia y admiración. El rastro de tanto esfuerzo se dejaba notar en su musculatura, en nada de ropas de colorines chillones, sólo unas zapatillas desgastadas más por el abuso que por el uso.
Por lo demás, el paisaje humano era variopinto con tendencia a la paulatina aglomeración, sólo despejada cuando la asignación de horas colocó a cada uno bajo las órdenes del reloj oficial. Gente, mucha gente. 2695 personas parece ser que pasaron por el punto de salida. Y salieron, claro.
La hora de la comida campestre, ya sabes, pasta de todo tipo, hidratos de carbono para dar y tomar, bebidas energéticas, zumos, frutas y reposo mientras el cielo plomizo te refrigeraba con gotas intermitentes de agua. Malos augurios para empezar.
En estos momentos, si hay que descubrir la parte del cuerpo más mimada, sin duda la incógnita es fácil de resolver. Los pies aquí viste que eran tratados a cuerpo de rey: manoseados, masajeados, aseados, untados con pociones diversas, protegidos y casi momificados con protecciones varias. Capas de tiritas, vaselina, parches de última generación, calcetines anti no se sabe cuántas cosas, polvos mágicos, ungüentos que te transmitían cierta seguridad en el andar. Después, ajustes de mochilas, pruebas anatómicas, comprobación del más mínimo atisbo de rozadura, milimétrica colocación de cada recurso y, con todo esto, ya puedes decir que ahora sí, la suerte está echada.
…¡Ya!
Aquel reloj en el punto de salida con la hora oficial te daba el testigo de que, a partir de este momento, tú eras tú y tus circunstancias. Saliste de los primeros pero, antes que nadie, los veteranos. Un detalle amable hacia quienes no parecía que pertenecieran a ese eufemismo de la tercera edad. Había que verlos. Aquí sí que eran todos los que estaban. Acumulaban muchas vueltas en el cuentakilómetros imaginario de sus pies. Estaban orgullosos de acudir a la cita, debían pasar mentalmente lista para saber las ausencias, quiénes ya o no podían o el destino les había conducido por otros caminos eternos. Parecían formar parte de cierta selección natural, orgullosos ellos y ellas y el resto deseando llegar así allí cuando pase el tiempo.
Los 25 que salían cada minuto transformaron el camino en esa serpiente multicolor que se prolonga sin fin. Mientras, te adelantaban las máquinas humanas, una nueva especie de seres que no llevan casi nada encima, que pasan como un halo a tu lado y que, la mejor forma de verlos es adivinarlos. Veloces, musculosos, fruto de gimnasios y técnicas variadas, se abren paso sólo por su impulso, el cual a veces es más agresivo y chulesco de lo que exige el guión de estas marchas. Tú a lo tuyo. Rapidez, sorteo de charcas, resbalones en el barro, te dejas caer sin caerte, claro. La testosterona te provoca una fuerza explosiva que te impulsa a acabar pronto la bajada hacia Aiguafreda.
Una vez allí, ya lo sabes, todo lo que baja te gusta que suba y aquí los toboganes son continuos. Menos mal que los oasis de cada avituallamiento te reconfortan. No haces colas porque vas en el pelotón primero. Controles, avituallamientos, luces a lo lejos, algunas casas de pagès en medio de un cielo en el que quieren despuntar las estrellas siempre que las nubes las dejen.
El estiramiento de los grupos dispersa a los participantes y también aísla a quienes ya venían solos o se han quedado así por imperativos de fuerza o de ritmo. Pero no pasa nada. Te pegas a alguien y varias luces iluminan mejor que una. Solidaridad en el camino, búsqueda de las señales verdes y rojas, alguna conversación aunque sea de la especie fática y también algún teléfono móvil que recuerda las modernas señales de la civilización.
A medida que la noche se estira, los efectos se dejan sentir. Ves suaves cojeras que evolucionarán a algo más, mentes en blanco que se balancean mientras caminan, andares más desacompasados que horas antes e, incluso, te cruzas con aquellos jóvenes explosivos que debieron gastar todas las reservas de glucógeno en sorprenderte con su aire en los primeros kilómetros. Así es la vida en la Matagalls. Les dices si necesitan algo, les ofreces lo que tienes y les prestas unas palabras de ánimo. Vamos, muchacho que Sant Llorenç Savall está cerca.
Después de la enésima bajada, ahí lo tienes. Debes estar contento. Antes el control estaba situado a la puerta del cementerio. No, no era una figura literaria. Los de dentro no debían notar el paisaje humano de los de fuera. Ahora ya lo tienen un poco más lejos. Allí están instaladas carpas, personas que esperan en el punto crítico. Ese espacio en que confirmas o no qué haces tú aquí a estas horas, y más si te han venido a reconfortar con detalles gastronómicos, mantas, agua y sal. La duda ofende pero aquí se da más de lo que debería.
Lo lógico, seguir. El té, el caldo, fruta, bocadillos y tu voluntad de acabar te conducen a enfocar el frontal al fondo y de frente. Queda más o menos la mitad pero los kilómetros ya descuentan. Sigues hasta encontrarte con pronunciadas subidas que te conducirán a los donuts de Matadepera (ya sabes, el avituallamiento que este año se encumbró en las alturas, abandonó la parte baja de esta zona de viviendas no obreras y te recibió aquí arriba). No haces ruido para que no se molesten ni los perros ni loss amos de esas torres que ya te gustaría saber cómo se consiguen tener, y no con un sueldo. Bajas para, una vez arriba otra vez, ver ya al fondo el destino final. Las luces de Montserrat te dan fuerzas para llegar, si bien ya conoces la forma: subir, bajar y subir. Otro cementerio, en esta ocasión el de Vacarisses, a cuya entrada te avituallan por última vez hasta que acabes. Pocas personas se ven por esta zona. A tu lado va aquel joven que llevaba una linterna que funcionaba con una dinamo que tenía que girar a menudo con una manivela. Qué mérito ir así. Otro iba escorado por una ampolla, tú sorprendiste a una gran piedra con tal patada que perderás por segunda vez en un año la uña del dedo gordo del pie izquierdo, tu compañero vomitó varias veces, había gente sentada al lado del camino y otros que se juraron llegar aunque fuera a rastras. Claro que hubo quien, para ser reconfortada y animarla a acabar en Montserrat, le trajeron churros para desayunar y una caravana para hacer cómodamente sus necesidades.
Y, por último…
Además del primero que llegó en poco más de ocho horas, esto es parte del rito de la clásica de las clásicas y de otras salidas de este tipo. Ánimo que los perfiles de la montaña están al lado. Una vez situado en su falda, en Monistrol, te sorprendiste a ti mismo con un derroche de fuerzas y gastaste las penúltimas energías que te quedaban (en algún depósito en reserva) en subir hasta el control final en 29 minutos. Para ti y para tus compañeros fue una proeza con la que acabaste, una más, esta institución andante.
Una vez ya con el detalle y el agradecimiento al Club Excursionista de Gràcia por los servicios prestados, miraste hacia abajo y deseaste suerte a quienes con ilusión se imaginaban llegar a donde tú estabas. Hubo quienes honraron sus creencias con una visita al recinto sagrado y a la Moreneta.
No, lo importante no es el tiempo. El camino, el viaje hacia esa Ítaca es lo que importa. Un año más estás aquí, quién sabe qué pasará el próximo. Viste compensados tus esfuerzos, casi todo salió bien pero también llevabas un plan B por si algo se torcía. Al final, lo que más valoras son los planes, la preparación, las ilusiones.
En caso de que las circunstancias no te sean favorables o, si lo tuyo es descubrirle nuevos sabores o matices, recuerda: el año que viene siempre te quedará de nuevo la Matagalls – Montserrat.