Los últimos paseos invernales del GR92 por la Costa Brava, bajo los efectos del cambio climático y del INSERSO
GRmanos y GRmanas,
Año Nuevo y otra vez a la acostumbrada tradición de equiparse, madrugar y partir. Pero con los efectos de tanta celebración pegados al cuerpo. Son esos añadidos laterales que cuesta tanto despegarlos de cinturas, dorsos y similares. Y de nuevo el absentismo caminante se dejó notar, con faltas notables de algunas personas que se quedaron postradas mientras hacían volar su imaginación o su móvil para saber por dónde andarían aquéllos, “y yo aquí, triste y cuitado que vivo en esta...”
Pero también hubo quien se quedó sin GR por otras causas y proyectos de vida muy interesantes. Por ejemplo, ella y su mejor regalo navideño, calificado éste de forma cariñosa por su abuelo como “la amarilla”. Un saludo para Aina y, “bienvenida al club”. De países lejanos también hubo visitas notables. Los dominios de GRMANIA se extienden hasta las antípodas. Nueva Zelanda estuvo representada en esta etapa, con lo que se demuestra que la internacionalización es evidente e imparable.
El camino
Las 32 almas allí presentes se movieron por territorios cada vez más cercanos al punto de salida. La habitual carretera dio paso a otros desvíos que poco a poco hacen olvidar la línea de mar, aunque en esta ocasión sí se contó con su presencia. La quietud de la mañana y los últimos estertores de la noche ofrecían un amanecer con un cielo despejado. Las composiciones luminosas provocadas por múltiples reflejos rojizos dibujaban un cielo lleno de efímeras líneas de colores, un cuadro con poco tiempo de vida. Hasta el día siguiente.
En una curva de la sinuosa carretera de la costa, antes de llegar a Tossa de Mar, el personal empezó a moverse por la última etapa de la Costa Brava, la cual desembocaría en donde le asignan el nacimiento a esta abrupta y hermosa línea, Blanes. Una línea extendida que pronto buscó las marcas habituales y empezó a conocer tantas construcciones como uno se pueda imaginar. Más de lo mismo. Pero que no cunda el desánimo: aún quedan huecos por edificar.
Las subidas y bajadas de esta etapa destacaron por multitud de escaleras accesibles para suelas en perfecto estado. Los escalones conducían al fondo de las calas, con desniveles muy considerables y sin la confianza que aporta una barandilla. Las chanclas veraniegas se supone que algún susto habrán dado por estos terrenos tan empinados. Nadie del grupo solicitó los primeros auxilios, señal de que se sabe dónde se pone el pie. Nombres de calas atrevidos como Cala Morisca convivían con otros como Cala Canyelles o Cases de la Llevantina.
A medida que pasaba el tiempo empezaron a aparecer esos seres llamados por algunos “unidades de gasto”, personas de edad bastante adulta que pueden acogerse a baratas vacaciones en temporadas turísticas de vacas flacas. En principio era un continuo goteo de gente que anunciaba dónde estaría el grueso del conjunto. Como ellos ya habrían desayunado, los caminantes allí presentes pararon en un lugar con buenas vistas para satisfacer algunas de sus necesidades básicas.
El sitio era uno de tantos de postal, en un camino de ronda muy urbanizado, quizá pensando en las jubilaciones. En una curva con buenas vistas se produjo la parada para repostar. Unos, dentro de los límites y otros (y otras) fuera, rozando el vértigo dada la caída libre del acantilado. En un ambiente distendido, quien más quien menos miraba abajo y al fondo pero hubo quienes enfocaron las bifocales hacia arriba. ¿Qué había? Una casa de atrevida construcción de la que sobresalía una planta de forma triangular. El hecho de quedar en el aire, casi encima de nuestras cabezas a modo de lejana visera provocó una retahíla de especulaciones que iban más allá del entretenimiento (o de hablar por hablar): se elucubraba con quién la construyó, dónde se pondría el andamio, quién sería el propietario sin vértigo o quién barnizaría aquella madera que se vislumbraba tan arriba. Al lado de esta casa, otra con un balcón con tres cariátides, tres frías observadoras de aspecto gélido que nunca se inmutaban.
Entre tantas especulaciones arquitectónicas, a ras de tierra se produjo un hecho físico con susto y daños colaterales. Dos leoneses probaron la ley de causa-efecto y, sin quererlo, hicieron volar por los aires unas aceitunas artesanales de Aragón gracias al impulso de un buen vino. Aquí se cumplió ese principio de juristas de a pie que dice: “La causa de la causa es causa del mal causado”. Traducido: beber por una bota y bajarla con energía al acabar es capaz de impulsar un recipiente lleno de aceitunas si éste se interpone en el justo momento de la bajada. La desastrosa consecuencia se pudo ver por los suelos. Un hecho fortuito que animará a la propietaria de las aceitunas a traerlas otra vez pero con restricciones de uso según para quién.
Lloret de Mar
“El tiempo que tenemos ya es limitado” fue la primera frase oída a dos jubilados que hacían ganas de comer con un paseo por las afueras de Lloret, por un GR que a su edad desconocían qué era eso. Eran muchos y seguro que más tranquilos que las hordas de jóvenes europeos que llenan este lugar en verano para beber al máximo y tostarse más. Los efectos del INSERSO se dejaban notar en un día espléndido. El público caminaba y observaba esa población flotante que llevaba buen paso y que atravesaba el paseo marítimo con mochilas. Quizá despertaran las envidias entre aquellos GRmanos que cada vez más mencionan la palabra jubilación o ya van tachando los días transcurridos en su calendario mental. Algún día nosotros seremos ellos y otros serán nosotros.
La salida de Lloret condujo al grupo a visitar a una señora al alcance de la mano. El monumento a la Dona Marinera ya estaba ocupado por más jubilados que la miraban a ella, tan espléndida y descocada. Foto de rigor, piruetas para sostenerse al lado de ella y magníficas vistas del entorno mientras las bromas de la tercera o cuarta edad componían un agradable sonido ambiente.
Más allá de Lloret
Este territorio era muy conocido por GRmanos que tienen ladrillos aquí en propiedad. Daban fe de su reconocimiento del entorno hasta prediciendo que en un lugar concreto habría muchos gatos de buen ver y mejor alimentar. Allí estaban. Incluso informaba de que a menudo venía a su propiedad a regar un ficus. Pronto las lenguas viperinas especularon con supuestas versiones más lúdicas y ociosas de estos desplazamientos en solitario a lugar con tanto jolgorio.
Más allá, después de los jardines de Santa Clotilde, una moza anunció una cala a la que, en sus tiempos jóvenes, venía a lucir sus tributos sin ningún tipo de paño en el cuerpo. Tal cala ella la denominaba la “Cala Guarrilla”. La cala bautizada con el topónimo de Boadella estaba operativa y hasta demostró que aún acogía a no textiles. La prueba eran las dos personas que, con esta temperatura, se comportaban con total naturalidad y sin paños.
El castell de Sant Joan, a 173 metros de altura, fue un lugar de esos inolvidables por las vistas que ofrece. Desde este punto asomaba a lo lejos el todo Blanes, enfrente todo el mar y, atrás, parte de ese casi todo que ya se había recorrido, por ejemplo con los jardines Marmutra. Un arco muy bien puesto componía una curiosa fotografía que seguro que figurará en muchos archivos de turistas. Después, escaleras y más empinadas escaleras hasta llegar a los 10 metros de altura de Blanes. En medio, algunas casas con diseño de revista de arquitectura o de suplemento dominical. Y, en Blanes, ¿qué había de especial? Pues ellas y ellos, el paseo marítimo lleno de esas edades a las que todos deberíamos llegar en el mejor estado posible.
Hacia Tordera
La parte final fue apta para quienes se entrenaban para marchas posteriores. Terreno llano, con plantas de acelgas y de alcachofas en medio de campos que descansaban hasta el próximo cultivo.
Pronto Tordera apareció y produjo un suspiro de placer para quienes ya le pesaban demasiado los 27 km recorridos en una etapa después de los ágapes navideños. La avanzadilla tuvo trabajo en buscar el único establecimiento del pueblo con sitio para tantos a esas horas. Allí a las afueras, en “Casa Lucas” discurrió la comida a una hora más tardía de lo habitual. Los postres, como siempre, abundantes y con algunos condumios navideños. Se observó a más de una persona que degustaba plátanos. Buen detalle para entrenarse para la próxima etapa con los calçots. Estos vegetales dan mucho de sí y siempre han sido buenos símbolos de tantas sanas y placenteras prácticas.
No todo acabó aquí. Las nuevas camisetas dieron lugar a un descubrimiento de torsos masculinos. Sobre los femeninos, ninguno, aunque una moza, con su habitual desparpajo y gracejo extremeño manifestó que más vale que a una le sobre que no que le haga falta. ¿Qué será?
La primera etapa del año acabó bien, con un final que fue el principio de la nueva y técnica indumentaria que pronto se pondrá en marcha. Quizá esas camisetas puedan ser un símbolo más de cambios y de progresos. De mejoras que hagan mirar adelante y perseguir otras.
Porque, tal como el presidente de Apple, Steve Jobs, dijo la semana pasada en San Francisco, parafraseando a un gran jugador de hockey hielo:
“Yo patino hacia donde va la pelota, no hacia donde ha estado”
Evaristo
Terrassa, 17 de enero de 2007
http://afondonatural.blogspot.com
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