martes, 21 de agosto de 2007

París: sabores venidos de todas partes

A menudo la realidad de la calle y la fantasía del celuloide o del folleto en papel couché caminan por sendas `paralelas, que convergen o no en esa riada humana que hoy se denomina comercialmente como Turismo. Qué mejor que París para husmear el sentido de ese trasfondo tan homenajeado por tantos visitantes y por tanta literatura.
Es evidente. El siempre nos quedará París se transforma en el todos hemos estado en la capital de Francia o la estamos pateando ahora. Y, los que aún no han pasado por sus mitos, andan en ello o la tienen en cartera. O sea, la recorren al ritmo que los intereses le marcan. Da mucho de sí. Es sorprendente. No la acabas casi nunca. Hay que volver. Es una grata experiencia. Uno se enamora de tantos amores allí sospechosamente realizados. Uno busca cigüeñas, pero todas debieron partir en un imaginario camino de vuelta con el paquete abdominal incorporado. Alguien intenta recuperar el halo de tanta inspiración y la halla si es capaz de descubrir sus adentros más creativos. Buscar y encontrar, dos caras de una moneda que a veces también puede caer de canto. Ver y sentir, dos formas diferentes de conjugar el verbo Viajar.

Gustos
Un restaurante de la Rue Avron preconizaba una posible cara de una realidad exterior: “Saveurs venues d’ailleurs” Seguro que en su interior las degustaciones debían de ser muy sabrosas. Fuera, su mensaje publicitario podía simbolizar ese París diverso, mestizo, lleno de colorido humano, a simple vista formado por una simbiosis de caras como espejos de gentes de todo el mundo. No, no es un cuatro tenedores ni tampoco el anónimo juez de Michelín lo incluirá en una de sus guías. Pertenece a una de esas calles de las afueras, donde las músicas de los locales denotan a sus dueños, una de esas calles con muchos mundos allí mismo, olores a comidas locales de todos los continentes. Sabores a mentalidades distintas, recuerdos de orígenes ya lejanos, emigraciones generacionales más o menos integradas en esa realidad aparentemente normalizada. Etnias diversas, vestidas al uso, cafetines, tiendas, productos, músicas, bailes, reminiscencias de costumbres nostálgicas. Esos sabores pertenecen a París, a su diversidad, a la última derecha ganadora en las urnas, al torrente humano que enriquece sus calles. Si de lo que se trata es de conocer el mundo por sus gentes, París bien vale una vuelta. Al mundo, claro.

Visiones
Mientras en algunas zonas peninsulares españolas aún parecen recontar los inmigrantes recién llegados, aquí ya hace años que están instalados. Incluso parecen ser de aquí y hacen lo mismo que sus homónimos, los nativos de más allá. París abierta a la francofonía africana, a aquellas colonias o territorios conquistados con las armas o desarmados por la miseria, a aquella grandeza reducida a la nostalgia, a un idioma aún en la cresta de la ola y a una pureza formada por diversas gotas. Ningún color parece alterar el ritmo diario. Una integración trabajada desde hace años, labrada después de quemar etapas de racismo, de huida del diferente, de cambiarse de sitio en el transporte público, de marginación. Sabores diversos para una realidad. Sin embargo, el poliedro tiene más caras, algunas desconocidas para el turista típico. No, en sus ganas de descubrirla ya habrá olvidado los nombres de esos barrios donde dicen que no se atreve a entrar la policía, allá en la zona norte. No debe ser verdad. Como tampoco recordará los coches quemados, las revueltas, las denuncias de abandono al que no es francés de cuarta generación, esas otras realidades de la más dura marginalidad de muchos venidos de otros lugares. Esa diversidad no es turística, parece ocasional. Mejor es comprobar los progresos integradores de las zonas habituales, innegables, muy positivos y simbólicos para esos otros barrios. Claro que, también Disney hace de las suyas en lo de la integración comercial y mundial. Tamaño apósito no queda lejos.

Apariencias
Además de la normalidad integradora, la globalización está presente en todos los lugares. Costumbres que no se exportan porque se dan al mismo tiempo, aparecen y desaparecen; tópicos que se transforman en realidades internacionalmente repetidas; curiosidades para copiar u olvidar, iconos y más iconos. Las imágenes transmitidas como peculiaridades, que son un símbolo de estar varios peldaños por encima, poco a poco pierden intensidad. La limpieza o suciedad, la lectura en transportes públicos, la educación, la amabilidad, el buen gusto, la moda al pie de calle, el suave tono de voz, el estilo, el saber hacer. Casi todo: depende. ¿De qué? De esas costumbres que nos igualan, del enorme poder del iPod que se repite y estandariza los timpanos, de los escaparates que son de las mismas tiendas que están en casi todas las esquinas de la aldea global, de esa moda internacionalizante, del teléfono móvil que hace sonar o vibrar a casi todo, del gusto que depende de quien lo lleve. Pero pesan más las buenas costumbres, la discreción, los suaves modales, las buenas apariencias, la amabilidad. O, por lo menos, son las que más se vieron. También son las que quedan de París. Debe ser lo que parece. Estamos en zonas turísticas: mirando y mirándonos. El Louvre, El Pompidou, la isla de la ciudad, la Villette, museos, arte de aquí o de allá listo para ser consumido en su justa medida. El turismo cansa, de sobran lo saben los bancos hábilmente situados en los centros que muestran las artes. Si ellos hablaran…


Inspiraciones
Aquellos mitos en donde se inspiraron los espíritus de eternos pensadores han dado paso a la evolución temporal, a nuevas tendencias acordes con los tiempos. Los viejos cafés se han adaptado a esta época y también quienes buscan a las musas ya no se conforman con tiempos anteriores. Si ya ha perdido el uso la palabra “café” para la actual denominación de origen del moderno “bistrot” o bar o el Starbooks de turno, también sus inquilinos responden a los actuales patrones. Aunque no todos. El fluir el tiempo debe ser el mismo, no así algunas formas exteriores. En vez de la libreta y el bolígrafo, el Mac portátil asoma sus tapas blancas mientras la versatilidad del diseño de la manzana funciona como memoria de las posibles inspiraciones, estimuladas por ese café negro tan líquido de Paris.
Aún permanecen para uso turístico aquellos históricos lugares, pero adaptados a las actuales comodidades. Las nostalgias temporales funcionan si la cultura, los recuerdos y la imaginación son capaces de reconstruir mentalmente los procesos creativos de aquellos pensadores, existencialistas o no. Aunque, si paseas por las calles con los ojos abiertos, puedes efectuar una aproximación al trasfondo de cualquier paseante, sea de esta ciudad o de cualquier otro núcleo urbano. Y qué mejor incógnita para pasar el tiempo que intentar descubrir quién es quién por sus apariencias.

Perfiles
La verticalidad humana de visitantes y residentes se acompaña de tantas puntas que descuellan en el paisaje urbano. Entre los habituales edificios de acero, hormigón y vidrio cómo no referirse a la verticalidad del edificio que dicen que es el más visitado del planeta, esa torre que Gustave Eiffel dejó para uso turístico e icono urbano. Al parecer, se salvó de muchas amenazas. Ahora su rentabilidad es manifiesta. Allá arriba, aquellos ingenieros tienen su representación histórica y son observados por los miles de turistas que, previo pago de una cantidad más que simbólica, hacen colas abajo para ver Paris desde arriba. El amasijo de hierros no sólo provoca los disparadores de las cámaras digitales. Hay quienes establecen comparaciones con los más contemporáneos y le reconocen su valía. Una atalaya desde la que observar, situar, retratarse y evitar la imposible tentativa al suicidio desde tan arriba, todo tan protegido.
Más verticalidad de allende los mares, más iconos importados y muy rentables, símbolos cinematográficos, puerta de entrada a la fantasía universalizada por las grandes productoras cinematográficas, el celuloide de carne y hueso en un entorno para visitar. Eurodisney /Wall Disney París y su castillo como puerta de entrada, un icono más dentro de un mundo visible que implora a los sueños, a la imaginación de tantas rentables fantasías. Es esa escenografía cuidada hasta el detalle, la realidad del cine que conduce a un incesante flujo de personas que deambulan hasta la siguiente cola de espera. Deprisa a la siguiente atracción, un desfile de suave adrenalina que se consume a pequeñas dosis. Una atracción tachada que se cataloga según el criterio de cada cual. Y, más deprisa, a otra área temática.
Plazas, obeliscos, arcos de triunfos, edificios y árboles, muchos árboles. Una realidad vertical, como la de tantas personas que se mueven por entornos tan elevados.


Polémicas
La historia de la arquitectura heredada parece que se ha visto envuelta por la polémica. Son esos edificios que hoy pasto del turismo con ojo digital y que pertenecen a una herencia con muchos rechazos en su momento. Quizá no haya muchos casos pero éstos representan una parte del todo. ¿Ejemplos? La Torre Eiffel enfureció a muchos parisienses de una época. Algunos de sus actuales descendientes orgullosos están de tener en pie el edificio más visitado por las hordas turísticas. Divisas y también la religión, o la altitud, o las vistas o la propaganda hacen que el Sagrat Coeur sea otro centro de peregrinación de foráneos, con la consiguiente oposición para su construcción en su momento. O, más reciente, lo mismo le ocurrió al Centro Pompidou, polémico y rompedor al enseñar el vientre como fachada y guardar el arte a la vista de quien no pague la entrada. Hoy, la admiración llega hasta el restaurante, una singularidad con restricción del paso a quien no vaya a los menesteres propios del negocio.

Suspiros, sensaciones y sentimientos
La admiración ante los asombrosos edificios, las visiones de una ciudad envolvente, los barrios literarios, el buen gusto del refinamiento culinario francés, el intenso olor a preparados con mantequilla, las mezclas de culturas gastronómicas, los efectos del cruce de los restos de afamados perfumes ya desvanecidos por los efluvios del sudor. Esa chica que espera nerviosa su turno para acceder al ordenador del hotel con Internet gratuito, que llora desconsolada sin que quien la ve pueda animarla en una lengua común que no sea el dolor. Ese conductor de autobús que se preocupa con mimo de que las familias con pequeños a bordo puedan ocupar dos asientos, en el camino hacia el aeropuerto. Esos puntos de información que, con toda la amabilidad posible, se ponen en tu lugar y te facilitan más de lo que les pides. Esas personas que, cuando el vagón del metro está lleno, se levantan de sus asientos situados en la plataforma para que puedan caber más personas de pie. Ese restaurante que muestra la reliquia de un texto original de Rimbaud, enmarcado en un decorado lleno de hojas secas, como señales de aquel París que se fue. Esos paraguas que no paran de abrirse y que funcionan como una maquinaria muy bien engrasada por las circunstancias meteorológicas habituales. Esas flores que sorprenden a quien se separa unos metros de Notre Dame para pasear por en medio de olores, plantas, decorados y naturaleza dentro de uno de los mercados de la flor más afamados de la isla. Aquel mercadillo de todo un poco que concentra a una gran diversidad etnográfica, donde el bolsillo tiene acceso a objetos variopintos de uso habitual, servido por vendedores expertos en el trato directo. O bien, los modelos exclusivos de John Galliano, matices de alta moda para público exclusivo / excluyente. Y el sentimiento de estar siempre vigilado por tantas cámaras instaladas en casi todos los lugares, la privación de la libertad, la ausencia de intimidad, la invitación a la complicidad con una sonrisa porque la grabación siempre está activada. La supuesta sensación de seguridad a cambio de una libertad muy vigilada.

Finales
“Le monde tourne autour de moi”, quizá pueda resumir un imaginario egocentrismo aplicable a tantos París como pueden encontrarse en la realidad, en los mundos imaginarios de las artes, en esa imagen mental con que uno se presenta en una ciudad y que le ha de devolver aumentada y no deformada por tantos espejos cóncavos como pudiera encontrarse. Siempre quedarán el cine, Casablanca, los mitos y las sensaciones preconcebidas. Aunque sean las vividas las más reales. Ese lema, que pertenece a un mensaje publicitario de uno de tantos perfumes que hablan en francés también fuera de su tierra natal, bien le podría servir a cada turista que se cree descubridor más que viajero, persona de paso en un mundo que ve pero que quizá no siente.
Y todo y más en una ciudad crisol de tantos sabores venidos de tantos lugares.

Evaristo

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