domingo, 4 de mayo de 2008

Octava etapa del GR1, entre Alpens y el Molí d’en Vilalta

Patrimonio cultural al aire libre primaveral




GRmanas y GRmanos:

Una duda: ¿veinte centímetros o veinte segundos? – Sobre trotadores con feromonas sueltas – acerca de lecciones en torno al color verde – sobre la sabiduría de un letrado guía – sobre Quico y Kiki.



La primavera, la cultura y comer sentados debajo de un tejado ya son elementos aglutinadores que se han pasado a la categoría de tradición cuando toca. Ya son tres los años en que el destacamento andarín se sorprende a sí mismo con títulos literarios, gastronomía puesta en mesa y las diversas manifestaciones de una primavera que ya hace un mes que está aquí.
Y allí estábamos, en los puntos de salida, con autocar más grande de la cuenta y también con más asientos vacíos de los previstos. No obstante, podíamos haber sido más pero las circunstancias también cuentan y restan.

20 segundos

La sociología del espacio del autocar ha alcanzado tal nivel de estabilidad que pronto habrá que personalizar los cabezales de cada asiento con el nombre de quien lo usa. Junto a la hoja Excel de reservas quizá en un futuro habrá que adjuntar los asientos sin dueño consolidado, y también los intocables.
Atrás, sin embargo, la ley es un cierto desorden tanto en contenidos como en continentes. Para empezar el orden del día, primer tema, carreras. Se consiguió adormecer a nuestro hombre experto en calentamientos globales, el cual se situó atrás pero debió echar de menos tener al lado a alguna de aquellas personas que tan bien le acompañarían después en la mesa redonda de la comida.
Pronto se empezó a oír el número 20, el cual era objeto de veneración por parte de dos atletas. No discutían de si el tema era sobre longitudes de 20 cm, se encomendaban al Champion Chip y a Internet para pasarle por la cara del contrario que los 20 segundos de diferencia en la cursa dels Bombers justificaban la temporada. Y mira que pasa rápida esta fracción temporal, pero en el ego personal da mucho de sí. Alguien que pasa de los cincuenta se crecía ante quien aún presume de estar aún en la cuarentena y no es maratoniano.

Blanco al fondo, verde al lado

La claridad del día mostró uno de los primeros matices de esta primavera: el autocar parecía que avanzaba al encuentro de la nieve. Al fondo, el Pirineo Oriental resplandecía con su blanca luz, un decorado que se complementaba con el verdor de los cereales de secano, las primeras amapolas, el estreno de las hojas recién salidas y ese alimento líquido en forma de agua que empujaba a todo hacia la explosión final. Es la primavera, aunque aún los robles no se han atrevido a cubrirse con su nuevo ropaje. Dicho lo cual, hubo oportunidad durante todo el camino para ver, sentir, escuchar y pisar ese patrimonio natural que también es cultura viva.
El Lluçanés, a caballo de muchos sitios, parece una extensión de terreno puesta allí para girar la cabeza en todas las direcciones. La panorámica es como si la zona central de Cataluña girara en torno a ti. Y tú ahí en medio, en la altiplanicie que te brinda muchas posibilidades. De hecho la historia se repite: ha habido muchos lugares por donde GRMANIA ha pasado en que la sensación de infinito es evidente, ver los mismos sitios desde otro punto de vista.

Tradiciones

El patrimonio cultural de esta subcomarca quedó patente antes de bajar del autocar. En una masía nadie se escondía de matar un cerdo a la vista de los transeúntes y viandantes. Una tradición que parece un atentado pero que siempre ha sido lo más natural en el campo. Los matarifes rendían culto a una de las enseñanzas más ancestrales propias de la economía de autosuficiencia. Animales, muchos y sueltos en campos delimitados por pastores eléctricos. Quitar cierres metálicos para pasar, cuidar de las descargas eléctricas, o tentar a la suerte y probar la misma excitación que sintió en sus partes más nobles quien en la anterior etapa probó tal bocado. Las vacas, los toros y toda suerte de caballería ayudaban a entender cómo sería la vida por estas tierras años ha. Y todo con esas masías que responden al típico estereotipo arquitectónico de estas construcciones. Casi ninguna deshabitada, un símbolo de una vida que se repite.

Momentos

El camino propicia tantas actitudes y tantos temas como personas que se junten. Si un oído multiusos y panorámico pudiera recoger hasta el último cuchicheo de cada grupo que se hace y se deshace, sería como para plasmar una generación de conocimiento, o sea, una wikipedia andante. Y amenizada con mucha risa. O con temas más serios. Como el paso de la vida, como aprovechar el momento, como las enseñanzas de aquellos africanos que cada día se reían porque a lo mejor ése era el último de su existencia. Como lo fácil que es que en un segundo te cambie tu existencia. O sea, con ejemplos prácticos: se entiende, por tanto, que aquellos veinte segundos representaran la justificación de una temporada atlética para quien alardea de su proeza.

Al trote

Por una superficie que se mueve entre los 600 y los 800 metros de altitud, con un camino apto para carreras varias, tardaron mucho en salir al trote ligero tres hombres y una mujer. Alegaron entrenarse sin mochila, estirar músculos que no aguantan tanta tranquilidad de la marcha. Se fueron pero se encontraron, antes de parar en el ruso-catalán, con la horma de su sombrero. O sea, el grupo casi giraba en torno a ella y parecía que iban dejando rastros de feromonas delimitadoras del territorio masculino. Pero se encontraron con aquel rebaño de ganado vacuno. Uno del grupo recordó aquel otro encuentro con un toro de lidia allá por els Ports en el GR 7. Y observaron cómo aquellos animales se comportaban casi de forma parecida: toros y vacas, feromonas, territorio, actividad, presumir ante la feminidad. Aunque una cosa era diferente: Lluçà, su monasterio y el guía eran placeres para degustar a sorbos por seres humanos.

El medio y el mensaje

La supuesta altura máxima del terreno dejaba ver al fondo un terreno dado al cultivo de cereales Atrás, Alpens estaba a 860 m, ahora Lluçà a 755. El camino no ofrecía dificultad pero sí vistosidad. Las imágenes de una primavera revitalizada por las últimas lluvias eran espléndidas y muy completas. Junto a alguna masía abandonada, con evidentes restos de oficios y vida en sus entornos, había campos verdes, con matices muy intensos de un color que luego fue explicado muy bien por expertos en tintes textiles. Hasta en algún tramo el camino obligaba a pasar por sembrados de cereales, donde las marcas del paso parecían atentados a la verticalidad conjunta natural del conjunto. Los matices del color no necesitaban de la paleta artificial del Photosop para resaltar una radiante realidad. El olor intenso a pino, el gorjeo de tantos pájaros que parecían estar felices mientras construían su nido. El apareamiento o la alegría de la nueva vida, con el verde cerca y la nieve al fondo. Aquella blanca luminosidad se veía acrecentada por el azul del cielo y ese verde tan cercano. Es un regalo de abril, un mes que intensifica los colores recién nacidos después del letargo invernal. Aquí el medio transmitía muchos mensajes, sólo había que oírlos e interpretarlos.
En la parte más alta del camino, el Coll nord del Castell (a 810 m), una masía con las puertas abiertas, muchas balas de paja, una explanada y, a la izquierda, un letrero: “Lluçà: deixeu el cotxe a descansar i aneu a caminar” Dicho y hecho. El horizonte cercano se componía de los restos de un castillo a la izquierda y un monasterio al fondo, con la línea de la nieve más allá. Un próximo cruce orientaba en cómo llegar al castillo. Cerca, una cruz de término, un gran árbol con sombra y un banco de piedra, con una superficie incrustada con rayas. Uno se podía imaginar cuántas generaciones habrían honrado a aquella cruz y se habrían sentado en aquel banco, a la sombra del majestuoso árbol. Tres símbolos de paso y de una cultura ya antigua. Pronto, la joya: Santa Maria de Lluçà.

El medio es el mensaje

En ésas estábamos cuando McLuhan iba a aparecer encarnado en un ferviente devoto del arte románico del monasterio de Lluçà. Mientras unos llegaban, otros habían detenido su galope en un abrevadero con barra y cerveza. Allí estaba una maravilla del arte y su encantador artificial. Él era catalán viajado a Rusia con billete temporal de vuelta yu parada y fonda en esta obra de arte. Recibía al viajero con demasiado silencio contenido. O sea, su verborrea y ganas de explicar quedaban al alcance del oído presto a escuchar. Claro que él se dirigía al turista con tiempo, no al andarín de paso. Los tesoros le habían embelesado. Para confirmar la belleza de aquel arte, repetía que un equipo de la tele había estado hace poco grabando allí. Sí, la tele. Las cámaras parecían serle de gran valor, el ojo digital verificaba la importancia que percataba el ojo real. Y McLuhan contento con el guía. Como si tanto arte necesitara de la pequeña pantalla para justificar su excelencia.
Hubo sospechas de que un sitio de tanta belleza dejara medio petrificados a tantos amantes del arte como por allí pasaban. El misticismo del lugar, la penumbra del espacio religioso, tanto pantocrátor y el efecto narcotizante de un aroma a tanta cultura religiosa allí dentro, el conjunto levantó sospechas. El grupo se podía estirar, y no por atender a los encantos restauradores de los dos jóvenes de La Primitiva, nombre de la casa de comidas situada enfrente del monasterio. Es la cultura, amigo. Un sitio como para volver y degustar los placeres del buen yantar.

El mensaje de los colores

Una amplia y larga pista parecía alejarse y acercarse al monasterio de Lluçà como si de un juego se tratara. Era el Coll de Plana, a 805 metros, con buenas panorámicas sobre el Lluçanés, Osona, Pirineo Oriental, Montseny, Collsacabra, Sant Llorenç del Munt y Montserrat Era un largo rodeo que servía para alejarse de una parte de la riera de Merlés pero sin dejar de jugar al escondite con el centro religioso.
Al final, para asegurarse de que estábamos todos los que éramos, hubo una parada técnica muy educativa. Son esos momentos en que alguien se sienta, come, bebe, descansa, ríe, se limpia el sudor. O imparte a los ignorantes toda una lección en torno al color verde. Como delante tenía suficiente materia prima, empezó a diferenciar el verde oliva del verde pistacho y del militar. Y usó ejemplos allí presentes para que la lección se entendiera. Tanta pedagogía sirvió también para humanizar otros colores con dos ejemplos muy sencillos. Dos personas que se conocían por andar pero no se identificaban por el nombre, aprovecharon el hecho de hablar de colores para poner encima del verde paisaje dos más en femenino: Blanca y Rosa.

La gastronomía como paisaje

El camino poco a poco tocaba a su fin. Grandes embalses artificiales y antiguos molinos en la riera de Merlès (el Molí d’en Vilalta, a 500 m) ya abandonados dejaban entrever que la tan preciada agua existía. Y también una carretera y un autocar.
El traslado al centro del ágape sirvió para alegrar al personal y para entrar en ambiente. Alguien, cándido él, confundió el nombre del lugar, “Cal Quico” con “Can Kiki”. Quien de esto entiende bastante, comenzó a calentar el ambiente. La traición del inconsciente motivó chanzas de elevado contenido erótico. Pero no pensaba él la que le esperaba en el restaurante.
El lugar era excelente; el rincón, digno de quienes allí comíamos; y la materia prima motivó que ya se programaran varias caminatas más, pero todas con punto de destino en este lugar.
La distribución de comensales hizo que, mira qué casualidad, el que domina muy bien los temas femeninos, quedara solo en una mesa redonda con acreditadas representantes de ese sector. Y, claro, su teatral gracia les alegró la comida. Igual que a todos la invitación a cava de quien celebra su onomástica el 23 de abril.
Pero uno de los platos fuertes de la comida era de papel. Un libro como símbolo, con tantos significados, un punto de libro personalizado, el excelente trabajo de quienes se preocuparon por todo y la oportuna puesta en escena de la ceremonia de entrega, a cargo de quien sabe contar cuentos y declamar en público. Un acto ya institucionalizado que luego debe continuar con la lectura de la “Antologia Poètica” del gran Miquel Martí i Pol.
El poeta nos brindó un trabajo digno de ser paladeado a pequeños sorbos. Y con sus palabras de la página 209 nos quedamos en esta etapa llena de patrimonio cultural y también literario:

“Aquest camí, com tots, acabarà
en un estimball clar, sense paraules,
ni desitjos, ni vent. L’ombra benigna
d’algun ocell em farà companyia,
perquè el record no sigui una feixuga
disbauxa de claror, i en tindré prou
amb no dir res per sentir el fosc embruix
del buit immens que tot ho purifica”


Evaristo
Terrassa, 26 de abril de 2008
http://afondonatural,blogspot.com

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