domingo, 24 de agosto de 2008

Ribadesella: descensos en el tiempo

Los símbolos de diferentes épocas a menudo se plasman en realidades comprobables, aunque las distancias temporales sean evidentes. Un pueblo costero como Ribadesella, antiguo enclave ballenero, importante puerto en el siglo XVIII, ahora se adorna con figuras pasteleras de princesas periodistas, ofrece una gran concentración humana con la disculpa de seguir un evento deportivo, como el descenso del Sella, y también permite ver restos paleolíticos del magdaleniense.
La puerta de entrada a la cueva de Tito Bustillo, en Ribadesella a 6 de agosto de 2008, muestra dos realidades bien diferentes. Fuera, ya hay aparcadas varias autocaravanas, desplegadas muchas tiendas de campaña y decenas de jóvenes se aprovisionan de muchas botellas. Tres días antes del descenso del Sella, el ambiente exterior es el habitual por estas fechas. Traspasada la puerta, el paleolítico superior asoma al fondo de la enorme cavidad que, previa reserva de entrada, enseñan con excelentes explicaciones. 0,60 céntimos es el precio para los adultos, en contra de los 20 euros de quienes montan su tienda en lugares habilitados al efecto.
Al parecer, los primeros habitantes de estas tierras se refugiaron en cavidades cercanas al mar. Aunque éste no estaba tan cercano como ahora, el ambiente era ideal para vivir en aquellos años, con bosques al lado y alimentos al alcance de la mano. Los de hoy también se concentran cerca del agua, el sustento más o menos lo tienen asegurado y los líquidos también. Aquéllos se supone que bebían agua. Éstos, lo que les echen pero que sean derivados de la manzana, de la cebada o de las uvas. Ambos se han juntado para convivir, defenderse, poner en práctica sus creencias o divertirse. Pero los de ahora se arriman tantos en tan poco espacio que los roces dan mucho de sí, los desequilibrios corporales a altas horas son habituales y casi no queda sitio ni para cierta intimidad a la hora de nesidades corporales ineludibles.

Concentraciones seguras
Un pueblo de 7.000 habitantes recibe 300.000 más sólo para tres días. Como se ve, pocas declaraciones de interés turístico internacional reciben tantos devotos. Muchos menos fueron los sujetos que ocuparon estas tierras años ha. Allí sí que había sitio, tanto en el exterior como dentro de una cueva tan inmensa como la de Tito Bustillo. El mar estaba lejos, no así ahora el agua dulce, salada o embotellada. No deja de ser un lujo el establecerse por unos días en una zona ocupada hace tantos años, muy densamente poblada en estas fechas de principios de cada agosto.
Las medidas de seguridad de la zona final del descenso del Sella comienzan a acordonar el territorio desde una semana antes. La organización del evento y el resto de autoridades competentes en el tema deben tenerlo todo muy bien preparado para intentar la ardua tarea de acomodar a tanto gentío de mochila, nevera y tienda de campaña. Los chalecos reflectantes distribuidos por la organización comienzan a aparecer casi al mismo tiempo que las primeras tiendas se instalan en la zona. Uniformes también los hay en la cueva, donde te conducen profesionales de una visita muy bien preparada. La realidad es que entre cámaras de vigilancia y atuendos oficiales parecen querer dar seguridad a casi todo. Por ejemplo, en los aledaños de Ribadesella los jóvenes asistentes que vienen en cuatro ruedas pueden padecer aleatorios controles de seguridad. Los del benemérito cuerpo los someten a inspecciones a la entrada, se supone que a la búsqueda de sustancias, rayas, pastillas, negocios y otros derivados. También a la entrada de la cueva las amenazas se anuncian. Además de los grados de temperatura de su interior, quien se encarga de guíar avisa de prohibiciones varias. En esta vida de órdenes a menudo el NO va por delante, como si no supieran que es más amable avisar con invitaciones redactdas con un lenguaje más cercano, positivo y convincente. La guía previene de posibles delitos si alguien quiere ocupar su memoria digital con imágenes del interior. E implora a acudir también al benemérito cuerpo con el supuesto infractor. A la salida, si alguien quiere llevarse alguna postal o copia digital de las pinturas, imposible conseguirlas en la cueva. Aún no ha llegado hasta aquí el agobio de la tienda con el recuerdo artesano made in China. En el pueblo se encontrarán, dicen.

Grutas
La visita a la cueva significa un viaje en el tiempo, vencer la imaginaria claustrofobia y dejarte guiar. Aunque la entrada peatonal no coincide con la real de aquellas gentes, el nuevo mundo es oscuro para el neófito pero bien estudiado para que comprenda algo de la vida de aquellas personas. Igual que si, con nocturnidad y alevosía, alguien abre la puerta de lona de una tienda de campaña cercana y observa la composición del conjunto. Asegura la guía que los muy antiguos se guardaban allí para refugiarse, hacer rituales, vivir o protegerse. Los muy modernos lo hacen sólo para atender necesidades muy básicas, el resto del tiempo transcurre en el exterior, entre la diversidad de gentes que al final se entienden. El recorrido por los mundos antiguos anuncia sitios con pinturas que no se enseñan. Por ejemplo, El Camarín de las Vulvas. No cabe en ese sitio grupo tan grande para contenidos tan delicados. Claro que en las tiendas de campaña de todo hay y con mucho gozo. En aquellas cavidades había zonas ocultas que guardaban intimidades que nadie explicó a qué se debían. Hoy las intimidades pertenecn a sus propietarios y se enseñan a quien se quiere.

Gotas
La belleza y monumentalidad de la cueva no sólo se debe a las pinturas originales del paleolítico. Durante el recorrido, en un momento dado, la explosión de estalactitas y estalagmitas cautiva la vista. En algunas zonas su espectacularidad dilata las pupilas y propicia que la guía explicara su formación caliza. Gotas y gotas de agua conducidas a través de los tiempos, pinceladas de pinturas de animales más allá, salas, túneles, cavidades verticales u horizontales, lugares por donde descendieron los primeros espeleólogos, entre ellos el homenajeado por su muerte prematura en Picos de Europa con el nombre de la cueva. Gotas y más gotas mezcladas con hielo en concentraciones allá fuera, ajenas a estas historias de debajo tierra. El agua es capaz de deleitar con estas formaciones, de sorprender con el rumor de un río subterráneo que se oye allí, de concentrar a la masa humana con la disculpa del descenso del río Sella, de enervar los ánimos con destilados varios, de enfriar bebidas y hasta de higienizar los cuerpos sometidos a jolgorios diversos.

Cuevas
A Tito Bustillo ya la están clonando. Un simulacro de cueva se prepara allí al lado. Las visitas, el aire humano y el estado de las pinturas animan no a cerrarla pero sí a reproducirla. Cerca habrá una estructura parecida pero diferente. Sin cerrar la original, se acogerán las visitas en otro ambiente más artificial. Hasta ya hay simulaciones en tres dimensiones que recrean aquellos ambientes prehistóricos con auténtica exactitud. Todo sea porque desaparezca esa capa blanca observada encima de algunas recreaciones pictóricas. Seguro que la herencia de aquellas gentes se preservará mejor. Mientras esto ocurre, vale la pena reservar y visitar la original. La calidad de las explicaciones del personal es muy elevada para turistas interesados en aprender más de primera mano.
No será por falta de cavidades en una zona llena de lugares en donde han quedado huellas pictóricas del paso humano. Pero también Cuevas se puede escribir con mayúscula en medio de una frase. Responde a un lugar único y cercano. Un pequeño pueblo donde el ambiente rural aún existe. Donde las vacas y los hórreos son de verdad y hasta se pueden ver cultivos como el limonero, el naranjo o los kiwis. Para apreciar este paisaje, antes de entrar en el pueblo hay que pasar en coche por dentro de la Cuevona del Agua. Imaginación hecha realidad: una cueva de 300 metros, dentro de la cual transcurre una carretera, iluminada parcialmente para apreciar las estalactitats y estalagmitas. Si el conjunto impresiona, más aún llama la atención cuando se desconoce y uno penetra con el coche dentro del conjunto por primera vez. Parece una ficción, una aventura gratuita con un final desconocido. Y gratis.
Más allá aparece el pueblo de Cuevas del Agua. Muchos hórreos, vacas propiedad de un joven soltero con más amor a la vida rural que aparente interés por casarse y un albergue que también es aula de naturaleza. Acercarse a las antiguas escuelas reconvertidas es una experiencia llena de detalles. Cuidado con ellos. Entre más pequeños, más interesantes. En primer lugar, llama la atención la entrada al albergue. La primera incógnita es saber quién está detrás de un entorno en el que se recibe al visitante con una sorprendente frase enmarcada al lado de la puerta: "La esencia del ser es la alegría". Luego, el interés se acrecienta cuando entras y ves el amor por enseñar naturaleza plasmada en una sala llena de lecciones en la pared. Plafones preparados para interpretar el medio natural, amor y delicadeza en el olor, libros apropiados para el objetivo, mobiliario adecuado y una gran persona detrás de todo: Begoña. Una maestra de Madrid que quedó tan enamorada de Asturias y de este lugar que lo ha convertido en uno de sus motivos de vida. Ella, la que incita con su ejemplo a una continua alegría, que atiende al visitante como en los mejores museos, ella encanta la estancia, a pesar de que la vida no siempre le ha sonreído como se merece. Pero fortaleza no le falta. Ojalá. Cuevas también es ella y su trabajo para que los alumnos que visiten su aula de la naturaleza conozcan la ruta de los molinos, la Cuevona en todos sus detalles, los hórreos con el nombre de su propietario y, sobre todo, la amabilidad de enseñar algo que lo vives y te apasiona. Y una frase de Begoña dedicada a aventureros, montañeros, senderistas y otras especies amantes de los grandes espacios: "Las mejores amistades las hice sudando".

Semióticas
Los descensos temporales sitúan al visitante entre los 14.900 años de los ancestros que dejaron sus marcas en Tito Bustillo hasta los contemporáneos que vienen a disfrutar el 72 descenso internacional del río Sella. Dos franjas de tiempo separadas por unos metros de asfalto que exigen ir con los ojos muy abiertos para interpretar el medio. Sobre aquellos años la guía asegura que aún no se han depejado muchas de las incógnitas que se plantean los expertos sobre las pinturas de caballos, vulvas o ciervos. A qué obedecían estas representaciones, qué estado emocional transmitían, en qué circunstancias. Incógnitas distintas a las señales que en estos días se pueden ver en los espacios cercanos al Sella, propensas también a interpretaciones: montones de basura que quedan en el lugar, ausencia de conflictos y buena convivencia entre tanta gente, estados de enajenación mental momentánea inducidos por sustancias diversas, aspectos externos variopintos, diversiones nocturnas, mucho deporte de piraguas y canoas en las aguas del Sella, marcas de todo tipo que responden a algo.
Un habitante del pueblo de Cuevas había reflexionado mucho después de asistir a más de cuarenta descensos por un río muy cercano a su domicilio. Su mente, habituada a un ambiente rural concreto, anotaba ciertas reflexiones sociológicas sobre el evento de gran valor. El lugareño alababa la condición humana. Tanta gente reunida en un espacio de diversión tan reducido apenas provocaba incidentes. Decía que las veces que las fuerzas del orden quisieron ejercer como tales, provocaron lo contrario. Afirmaba que para las gentes de la zona resulta una expolosión de población tan grande que el evento se justifica una vez al año. Y eso a pesar de que queda muy lejos el espíritu inicial no competitivo del primer palista que descendió el río, allá por 1929, Dionisio de la Huerta. Persona recordada cada año con rituales establecidos en cada edición. No se olvidaba del grado de conocimiento de la zona que ha dado este descenso internacional del Sella, con negocios rotundos para algunos, y con el efecto visual que crea en verano un río plagado de unas 2.000 canoas diarias con modernos aventureros que pagan 20 euros por bajar los 16 km del río remando.

Un pueblo, una cueva, un río, un deporte y una fiesta. Gentes diversas que se aventuran a participar y consumir su tiempo vital como creen mejor. Son esas manifestaciones de la vida que, dentro de miles de años, quizá alguien estudie para descifrar qué relación pudo haber entre una canoa, una botella de sidra, un molino, una vulva, un hórreo y otras señales de una fiesta. Pero de eso se ocuparán otros más tarde.

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