Cuando el “quita y pon” es tendencia primaveral
El chirrido de los frenos de las bicicletas presagiaba terrenos inestables, irregularidades y caminos resbaladizos, prolegómenos anunciados en el cartel inicial a modo de bienvenida: “Alella, municipi del Parc Serralada Litoral”. En el inicio de la etapa del GR 92, en Font de la Cera (carretera BP-5002 hacia Alella) las gotas de agua y las previsiones de los radares se evidenciaban en ciclistas que aparecían de bajada.
El personal andarín comenzó con dudas y asamblea urgente detrás del autocar. ¿Una asamblea con personal afiliado al anarcosenderismo? Las gotas y las inmediatas previsiones recogieron al público andarín en el interior del vehículo mientras “escampava la boira” (en sentido literal y figurado). ¿No deseábamos agua? Dudas, esperas, evitar divisiones del reducido grupo, mejor caminar en grupo y…darle tiempo al tiempo. En ningún caso, nada comparable a lo que se le atribuye a Enstein: “¿Qué sabe el pez del agua donde nada toda la vida?”.
Los ciclistas ahora seguidores de la moda del gravel y similares se divertían con el barro, la gravilla y las pruebas en la frenada de hierros muy estudiados, aerodinámicos, con ruedas que soportaban tecnologías diversas y más o menos peso corporal. Alguien recordaba otros tiempos, cuando la zapatilla era la única forma de detener la máquina rodante, a costa de las reacciones de la madre que gastó los ahorros en aquellas nuevas zapas pero no para desgastarlas como eficaces frenos que también provocaban olor a suela quemada. “¿Te lo has pasado bien frenando, eh?, ahora disfrutarás cuando pises y las piedras también te frenen los avances”. No había dinero para más novedades en los pies.
El agua (calificada por el escritor y filósofo alemán Novalis como “un caos sensible”), la primavera, la formación personal, los platos y las casi lascivas fijaciones ajenas en cuerpos físicos añejos estuvieron presentes entre conurbanizaciones, naturaleza, viñas, muchas flores, edificios, mogollones de todo tipo, líneas eléctricas y centros religiosos en zonas altas y con amplias perspectivas (como casi siempre).
Platos
El GR 92, desde el Coll Font Cera de Alella hasta Montcada i Reixac (wikiloc, 15,75 km, con trozos no bien marcados o modificaciones del trazado original) según nuestro robot conductor wikiloc discurría por espacios variados:
- Coll dels Nou Pins (3.6 km)
- Coll de Montalegre (5.6 km)
- Coll de l'Home (6.6 km)
- Bassa de Fregons (8.4 km)
- Puente de Mas Oliver (9.5 km)
- Font de Can Mas (10.1 km)
- Mirador de Sant Jeroni (10.5 km)
- Monestir de Sant Jeroni de la Murtra (11.1 km)
- Ermita de Sant Climent (12.1 km)
- Coll de Puig Castellar (12.8 km)
- Coll de la Torre dels Frares (13.7 km)
- Torre dels Frares (14.5 km)
- Font de Montcada (15.4 km)
Desde niveles humanos prácticos, una vez cruzada una urbanización inicial, el GR seguía con buenas vistas panorámicas “entre dos aguas”, continuaba marcando la división de las vertientes de las sierras que conformaban el litoral. La meteorología presagiaba inestabilidad y la ansiada lluvia, aunque “nunca llueve a gusto de todos”. Con lo que el cambio de vestuario y la estética preventiva fueron un hecho periódico, ni qué decir que a años luz de los cambios de vestuario recientes en conciertos tipo Taylor Swift en Madrid y similares (sin olvidar el de AC/DC en Sevilla). Ni lentejuelas, pulseras, outfits, y menos swifties que se reconocieran por allí entre el joven público seguidor de otro fenómeno mundial norteamericano. Quizá entre hijos, hijas, nietos o nietas sí. Lo de Taylor Swift sí que fue un continuo "quita y pon" firmado por diseñadores del lujo.
Además de vestuarios y lencería diversa (oculta), se lucieron flamantes paraguas. Un no parar de abrir y cerrar mochilas, cubrecuerpos y cubrecabezas. Y de vigilar no olvidar objetos. En nada similar a quien dice que si deja el móvil sin quererlo no sabe cómo volver a casa, dentro de su ciudad. El aparato ya es la persona y sabe de ti más que tú. Hasta con las atrevidas preguntas que una máquina te exige que demuestres: no soy un robot. O sea, personas verificando a un robot que no eres un robot.
Els “Camins del Maresme” guiaban con direcciones diversas hacia el coll del Turó d’en Galceran, coll de Montalegre, la Conreria, la Coscollada, el Turó de l’Home, Can Ruti y otros entornos a visitar. Recordatorio sobre posicionamiento: estás en el Parc Serralada de Marina. Lo verificaba el poderoso cartel de la Diputació de Barcelona. Más allá, otro pequeño cartel más “cassolà” colgado de un árbol: camí antic de Martorelles.
Ciertas viñas servían para recodar que se estaban plantando en el anterior recorrido por este GR (años 2006-2007). Viñas primaverales que miraban al mar y que eran la antesala del edificio de un centro educativo que se veía a lo lejos en la Conreria. Primero, cruce de la B-500 de Mollet del Vallès a Badalona. Pronto fue identificado por quienes recordaban tramos vitales donde las acciones de instruir, educar, formar, deformar y transformar podrían estar presentes. Aquel centro, antes religioso (Seminario Menor de Santa Maria de Montalegre, aún presente y visible la imagen de esta Santa de susodicho nombre)) y hoy de una Fundación (alberg La Conreria- Fundació Pere Tarrès), acogió al personal a la entrada y permitió visitar el claustro repartidor de salas. Anécdotas, espectros antiguos, recuerdos, imaginarios, vidas vividas que pudieron dejar marcas posteriores o no. Como en todas partes. Hubo quien, más pragmático, dijo que estar aquí le ofrecía una ventaja: allí en cada comida se podían comer tres platos. Si hubiera estado en su casa, solo uno. Mientras, fuera, anuncios de restaurantes (a 5 minutos, carnes a la brasa), de frente la Font dels Castanyers, urbanizaciones y sendas. Máquinas de todo tipo y condición conducidas por cerebros variopintos tensaban la vigilancia andarina, con carreteras y caminos que comunicaban ambas vertientes.
Después de pasar por algunos colls y cruzar carreteras y sendas diversas, a lo lejos se divisaba un complejo sanitario que aportaba seguridad vital. La Diputació insistía en situarnos en el Parc de la Serralada de Marina con la cantinela publicitaria a menudo incumplida: “Está prohibida la circulación de bicicletas por caminos de menos de 3 metros de ancho”: ¿y quién lo controla? O, más allá: ¿quién vigila a quien prohíbe?
La bajada al Hospital Germans Trias i Pujol (Can Ruti) exigió afrontar un terreno erosionado. Luego, más cruces, torrente de L’Amigó, paso de la carretera BV-5011, el Mas Oliver flanqueado por dos piedras y un lugar de manduca con supuestas originalidades en la denominación: Cal Dimoni. Seguíamos por el Camí de la Carrerada. Con posteriores anuncios de algo habitual: finca privada, propiedad particular y demás.
Curiosidades: este hospital marca aproximadamente la mitad de todo el recorrido del GR 92.
Perspectivas
El discurrir caminante acercó también edificios religiosos, entre quita y pon de prendas, cubremochilas mejor o peor colocados, mochilas escoradas y otras con signos de entrar en fase de limpieza gracias a las gotas caídas. Alguien comparaba estos procesos algo estresantes con el turismo cuando se está de vacaciones (la jubilación ya casi ignora esta palabra): ante el frenetismos actual de los viajes, se necesitan unas vacaciones para descansar de las mencionadas vacaciones. Gente más sesuda decía que esto del ver casi por obligación se convierte en espejos donde deformamos realidades y luego nos las llevamos fotografiadas. Por otro motivo distinto, se citó al inefable humorista Gila y su forma de explicarse en aquella época. Este texto cierra con un recuerdo a una de sus intervenciones más “turísticas”.
Ópticas
Mientras, monasterios en la serralada de La Marina, como el de Sant Jeroni de la Murtra (del siglo XV, antiguo monasterio jerónimo, bien cultural de interés nacional, con siete entidades acogidas allí; y a 5 euros la visita guiada, sin ver descuento a la especie humana que más crece: el personal jubilado), la Font del Lleó (cartel de la fuente y útil para la vestimenta de la etapa: “deu-nos l’aigua de la vida” en una fuente natural “sin garantía sanitaria” pero con mensaje específico para creyentes: “Senyor el nostre cor té set de vos”) o la ermita de Sant Climent (cartel con achaques tipográficos), con el regalo de campos de flores amarillas en su acceso a lo alto. Allí, más postes eléctricos. Y cipreses. Desde arriba, barrios, con usos variados de esta electricidad. La perspectiva era amplia y el imaginario permitía estudios sociológicos, con predominio de determinadas clases sociales de las que se alejan otras más minoritarias y según ellas, más selectas (mejor: más selectivas)
Para quien no lo viera, un cartel indicaba que Sant Jeroni pertenece a la Red de Murtras. ¿Y qué es una Murtra? “Un espacio de acogida para quienes deseen retirarse en soledad y silencio… y que le lleve a la persona al encuentro consigo misma y al encuentro fuera de sí misma” (continúa en la web LA MURTRA).
Fuera, el encuentro con un anuncio para acercarse a las verduras ecológicas y frutas de mucha proximidad, cultivadas en Badalona. Conreu Sereny, producción ecológica, venta directa y, como no podía faltar: km 0. También, otra demanda: en aquella balsa de al lado para el riego, no introduzcas especies exóticas (imaginación al poder).
El coll dels Avions se rodeaba del poblado ibérico de Puig Castellar y, al fondo, una cresta que limitaba Santa Coloma de Gramenet i Motcada i Reixac. No eran las siete colinas romanas pero sí se apreciaban los símbolos de núcleos urbanos para acoger a la población anónima que vino a trabajar y a luchar por lo que hoy disfrutamos, en medio de cementeras, dentro de barracas, luego bloques de pisos, con vías de tren o autopistas por doquier y ruidos cercanos que evitan molestias a otros a la vez que les aportar también comodidades. Formarían parte de aquel libro y frase de quien vino a vivir su infancia en barracas de Montjuïc, Paco Candel: “Els altres catalans”.
Al fondo, la pronunciada bajada hacia el destino final. El agua del río Besós y su amplio cauce fue un signo de vital importancia, así como también la cerveza y similares en el bar final. Antes, la planta EDAR de Montcada, estación depuradora de muchas aguas residuales, imprescindible para nuestra cómoda vida. ¡Qué haríamos sin este entramado! Cerca, olores de carnes a la brasa entre huertos al lado del río, cultivos y ocios productivos para comer. Al lado, carteles que anunciaban posibilidades naturales para proporcionar más salud. También, con los ya habituales tags y graffitis de rigor.
El bar acogedor, oscuro dentro, deleitaba al personal que usaba sus escasos lavabos con un gran mensaje escrito a la entrada: “No hi ha…major satisfacció que un bon entrepà i una bona digestió!!”. ¡Qué mejor sitio promocional para recordarlo que a la entrada a los lavabos! Publicidad a la contra. El bar-restaurante “Els Tres Cantons” de Montcada tuvo la deferencia de atendernos.
Allí, fuera, se produjo un hecho histórico, quizá fruto de un mal enfoque de los soportes ópticos que ayudaban a determinados ojos humanos. Alguien del grupo se cambió de camiseta en la calle. O sea, hizo un "quita y pon" más. Este trance originó primero una exhibición corporal natural propia de las circunstancias sudorosas. Luego se escuchó una frase sugerente de quien mientras fumaba oteaba aquellas carnes ya viejas (tipo mojama) y sin los supuestos encantos que nunca tuvo. Piropos que si hubieran sido al revés, a saber cómo respondería el personal acompañante de lenguas y ojos lanzados.
Viajes, análisis, turismo, experiencias, repetición una vez más de la misma historia con el latiguillo del “ hace años a mí me pasó esto que te voy a contar”, senderos y visitas conformaron parte de las distracciones matinales.
Como que en algún momento del camino se citó a Gila, qué mejor que acudir a él para cerrar y conocer su interpretación sobre el turismo en “El tour turístico” (duración: 1:11).