Desde el primer piso de la estación ferroviaria romana de Termini se puede observar una multitud de personas que se mueven sin cesar hacia su destino (o, por lo menos, hacia alguna dirección). Desde la plaza del Vaticano, un voluminoso gentío observa el centro religioso cristiano, entra o sale del Vaticano o, simplemente, contempla el lugar testigo de tantos acontecimientos tan importantes para la historia de la humanidad. Un país en otro país, un enorme gentío que se traslada de un lugar a otro, donde las creencias religiosas parecen convivir, como un símbolo más de lo que debería ocurrir en todos los lugares.
Desde los restos arqueológicos de los diferentes foros romanos, en pleno centro histórico de Roma, también una gran multitud revive pasados acontecimientos, tantos cambios provocados por esos pueblos que por aquí han pasado. Al pie de las ruinas dejadas por Trajano, Augusto, César y tantos más, el turismo de masas pasea sus conocimientos históricos como si de un viaje en el tiempo se tratara en una ciudad que es la suma de tantas glorias, derrotas, asesinatos, barbaridades humanas y glorificaciones espirituales.
Desde las salas de los dos aeropuertos también se deduce que, después del aterrizaje, la gente se lanzará a descubrir los tópicos anunciados en la propaganda turística y vivirá esas aventuras o anécdotas que suscita cualquier viaje y que son la base para poner una nota diferencial a la hora de contarlo.
Son cuatro lugares entre otros muchos en los que el cruce de públicos diversos en la actual Roma simbolizan historias pasadas en una ciudad plagada de pueblos y culturas, de piedras sueltas, de monumentos que se asientan sobre otros anteriores y de esos lenguajes y símbolos explícitos u ocultos que ayudan a interpretar y entender a esta urbe. Una ciudad muy distinta a aquella original asentada en la zona delimitada por el Capitolio, Quirinal, Viminal, Esquilino, Celio, Aventino y Palatino. Las siete legendarias colinas que acogieron a tantos Rómulos y Remos amamantados por una realidad que debían construir.
La Roma eterna se presenta a cada turista como una ciudad mediterránea que ofrece lo que tiene, llena de personas acostumbradas a convivir con visitantes de todas las partes del mundo. Visitas continuas que confieren muchas mentalidades al centro de la ciudad, volcado al turismo como fuente continua de ingresos y de pensamientos, o de formas de entender la vida, abierto a guiar a paseantes desorientados, sea cual sea su origen o lengua de uso.
Roma se te ofrece en los tres estados de la materia y es una ciudad capaz de complacer cualquier objetivo que te propongas, aunque sólo sea mental. Hace tantos siglos que se fundó, ha acumulado tantos estados de ánimo que te puede mostrar siempre ese rincón que tu imaginación se había formado previamente, hacer realidad la más almibarada versión del mejor folleto turístico. Incluso hasta te puede hacer creer que aquellos dos niños y la loba simbolizan a tantos visitantes que alimentan sus ansias viajeras en este lugar.
La tentación de la Roma sólida está formada por esos edificios que aparecen en cualquier esquina. Iglesias conocidas y muy visitadas como, por supuesto, el entorno del Vaticano; Santa Maria Maggiore, con esa leyenda de la nieve en agosto; San Pietro in Vincoli y su Moisés de Miguel Ángel; la de Santa Maria in Trastevere; las diferentes capas de la magnífica iglesia de San Clemente, excelente iglesia descubierta al turismo en las excavaciones del subsuelo; la cripta Balbi. También la solidez romana, cómo no, se ve en tantos restos de aquellos romanos que construyeron, destruyeron, hicieron de nuevo y, ahora, reconstruyen o limpian tantos edificios, en muchas ocasiones aprovechados por pueblos posteriores. Piedras recicladas para muchas construcciones, columnas paganas que acabaron en iglesias o casas particulares, obeliscos traídos de lejanas tierras coronados por santos en vez de por sus titulares, estatuas, anfiteatros, esculturas en posturas diversas, plazas y más plazas en las que a un antiguo mercado se le asoma, altivo, cualquier ostentoso edificio oficial. Tanta y tan sólida arquitectura, aunque haya alguna en tierra, en lista de espera para su restauración o a punto de caer. La admiración para los responsables de conservación de edificios en una ciudad donde, si encima del suelo es visible tal cantidad, en el subsuelo las capas aún no descubiertas deben reservarse para asombros posteriores.
Pero la solidez romana es visible también en otras manifestaciones más mundanas que cualquier persona viajera puede necesitar. Tantas piedras colocadas allí permiten también sólidos placeres con otras bases muy gustosas. Por ejemplo, las diversas formas que le dan a la harina hasta convertirla en pastas de diversas formas, bases de pizzas que luego se llenarán de variados ingredientes, y otras comidas que atienden también las necesidades de tantas nacionalidades que son las que confirman la eternidad de esta ciudad.
Roma también es líquida. Una tentación muy placentera que se acrecienta en esos veranos mediterráneos en que el calor obliga a buscar alivio en bebidas diversas. La frescura de las esculturas que degluten agua invita a mojarse por dentro. Y Roma cuida los detalles acuáticos con el regalo de mucha agua fresca en multitud de fuentes que esperan en cualquier esquina, sencillos ingenios curvados en forma de nariz con un agujero para que el agua se convierta en una muy funcional forma de beber. O esas compañeras de los viajes ciudadanos, las botellas de agua envasada. Agua y vino. Además de usarse para las ceremonias religiosas, Italia brinda con buenos vinos blancos y tintos, refrescos y aperitivos originales que sirven para homenajear al dios Baco mientras sus efluvios te conceden el bienestar buscado. Agua, vino y café. La merecida fama de este brebaje adquiere en Italia los límites de la perfección. Más concentrado al estilo italiano, espresso, más largo al gusto americano, capuccinos, caffelatte, en forma de granizado, todos confirman el poder estimulante de una fama ganada a cada sorbo.
Agua, café y los helados. Cómo no probar tantos gustos y tan bien elaborados. Ese placer que se derrite mientras te pone en contacto con originales y creativos sabores. En cualquier lado los conos y tarrinas te acercan a nuevas sensaciones y agradables combinaciones sugeridas por dicharacheros dependientes, que simbolizan esa forma de saber hacer y saber estar propia de la gente romana. Claro que, hablando de vacaciones estivales y del calor, el asfalto adquiere casi también un estado líquido en algunas horas del día. Pasos de cebra desdibujados o no repintados, el tráfico que parece obedecer a unas normas muy particulares, el movimiento continuo en un flujo rápido de peatones y vehículos. Es una forma de funcionar distinta, mediterránea, cercana a tantos países que conforman la llamada por los antiguos “La bañera de Ulises”.
Roma en estado gaseoso, la tentación de introducirse en una atmósfera caliente, en los olores que ofrece una gran ciudad, mezcla de los habituales fluidos corporales en época de calor, de los más selectos perfumes, de la humedad de los subterráneos de algunos edificios, de ambientadores universales en recintos cerrados, del incienso de algunas iglesias y de aromas de las más variadas comidas de locales típicos romanos y de otras nacionalidades. Roma es un híbrido de culturas pasadas y actuales en la que predomina la influencia de la religión, el poder de tantos Papas como si fueran sucesores de imperios pasados. Infinidad de iglesias, imágenes religiosas por doquier junto a otras paganas. El turismo admira y retrata las huellas del poder civil y eclesiástico aunque, bien mirado, la sociedad civil romana parece haberse adaptado a todas las tendencias y, siempre, abierta a acoger a sus visitantes. Y, como gran consuelo aéreo estival, el aire acondicionado.
Las tentaciones conviven con las proclamas religiosas, aquella dolce vita debe ser tan real como las sofisticadas marcas de Via de Condotti y otros aledaños de la Plaza de España, o tantos uniformes religiosos que se ven, o toda clase de policías de una capital de Estado (con otro incluido dentro), y personas sin techo que piden por las calles. Los contrastes existen, como en cualquier lado.
Los diferentes planos de Roma parecen diferentes estratos de una imaginaria pirámide que se pierde en tiempos remotos. El subsuelo, no hace falta decirlo, debe estar tan escondido que será difícil llegar al primero que dejó aquí sus huellas. Debajo de la actual ciudad deben entreverse capas y más capas de otras formas de entender la vida. Fosos, cementerios, catacumbas que, si se nos dejan mostrar, es por su resistencia a las barbaridades posteriores o por quedar cubiertos por la tierra protectora. De eso saben mucho tantos emperadores, Papas, monjes, mártires e invasores que por aquí pasaron. Difícil tarea la de una ciudad que no es capaz de mostrar todas sus entrañas por exceso de materia prima.
El suelo romano concentra aquellos tres estados de la materia y rutas, paseos, propuestas de todo tipo y a gusto de cada bolsillo. Un paseo por el corazón de Roma. Un paseo entre romanos, judíos y cristianos. Un paseo entre Papas y príncipes. Un paseo por los misterios medievales y los tesoros del Renacimiento. Un paseo por el Trastevere y por la isola Tiberina. Un paseo por cafés, por parques, por las calles de moda y de la moda, por la noche romana. ¿Más paseos, más ideas? ¡Adelante!
Qué decir de las gentes que cualquier viajero puede contemplar en Roma. Tú te sientes en medio de un público diverso, en continuo movimiento. Se mueve la población nativa en una ciudad rápida, llena de esa prisa que a veces da la sensación de rozar un caos controlado por hábitos parecidos y por ese sexto sentido de la rutina costumbrista. Las motos son uno de los símbolos de esta urbe. Abundan y conviven con automovilistas y peatones. La telefonía móvil sorprende por su enorme penetración. ¿Qué se dirán todo el tiempo? Cualquier momento es bueno para mostrar el último diseño (italiano o no) y para comunicarse con esa cadencia sonora, tan pegadiza y atractiva. El tono de las conversaciones parece desconocer cualquier exceso sonoro señal de enfado. Tampoco para el turismo, ávido de verlo todo en el tiempo asignado, con mapas y otros artilugios digitales. Es uno de los grandes motores de la ciudad. Gentes muy diversas caben aquí, también mucha población flotante que no está aquí sólo por sus encantos sino para sobrevivir. Todos forman una mezcla de vestidos, comidas, olores y aspectos que simbolizan el mestizaje que se impone. Hábitos, uniformes, ropa de marca, culto al cuerpo, amor por el diseño y cuidado del detalle, el encanto de las formas y de la estética conviven con personas sin techo, con etnias diversas y con la forma de ser de cada uno.
Son algunos atractivos de un entorno del que uno se marcha con la intención de volver. Y no es un eufemismo al uso ni hace falta ninguna genialidad publicitaria para convencernos. Otros han pasado por aquí desde hace tantos años que algo habrán dejado. Pero no nos llevaremos nada en nuestro camino de vuelta a casa. Porque...volveremos.
Tal como proclamaba el eslogan de una valla publicitaria de una calle romana: “Una tentación sin pecado”. No, no era un mensaje religioso ni turístico. Era comercial o, quizá, transmitía esa emoción subliminal que provoca la vuelta a esta ciudad.
Ciao, Roma.
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