Lujos (in)necesarios con toques chumbos
Grmanos y GRmanas:
Iniciar una nueva temporada senderista es uno de esos lujos necesarios a partir del mes de septiembre. Tras casi tres meses llenos de actividades diversas, el reencuentro pudo haber significado un pleno histórico pero no. Las cifras parecían una declaración de buenas intenciones, como si de un año o curso nuevo se tratara. Algo de eso debió adivinar quien se encarga de los carruajes y... lo nunca visto. Un lujo innecesario. Autocar de dos pisos y 80 plazas. Parecía un autobús de uso turístico, un papa-móvil o uno de esos escenarios para pasear los ídolos pentacampeones. Los más aventureros, los amantes de emociones cercanas al balanceo, los que antes iban al “gallinero” en los cines, quienes querían ver el mundo de forma más amplia: escalera de caracol y arriba. Abajo quedó un personal más sosegado, propenso a tocar temas culturales y de cualquier otra categoría. Por allí se paseó Lisbet Salander, gozó de grandes admiraciones entre quienes devoraron las casi tres mil páginas de su fallecido autor. También estuvo presente la catedral de Vitoria, por aquello de los pilares de la tierra. Aunque también los hubo que, más pegados a la realidad, consultaban el libro del GR 83 y conducían al novel conductor hacia el nuevo destino.
Por tierras diferentes
En Mataró ya se ojearon playas donde lucir abdominales y bronceados con (y mejor sin) marcas del bañador. Una ciudad tan textil para bañistas que dejaron en casa prendas tan escasas de telas como aquellos tangas ya históricos. Pronto los aires del interior venían cargados de perfumes reivindicativos. La carretera adquiría altura mientras las pancartas de nuevos presidentes, las banderas esteladas y las pintadas diversas anunciaban que se iba a tener el honor de atravesar el pueblo que ya muchos sabían colocar en el mapa sin recurrir a Google Maps. Hasta hubo quienes intentaban adivinar cuál era la piedra independentista que causó roturas falangistas. Así como antes estos pueblos servían de protección ante ataques por mar, ahora lo nuevo parece ser que sopla de tierra hacia todos los confines.
A 360 metros
Desde estas alturas se veía un panorama prelitoral con ribetes marinos. La urbanización de Collsacreu fue el inicio de un tranquilo recorrido hacia el preciado baño y la jarra bien fría, servida por un histórico amante de las Harley-Davison al borde del mar. De salida, los ánimos se preparaban para un recorrido no exigente, por pistas y cuesta abajo. Un territorio cercano al santuario del Corredor, la font del Mal Pas, Sant Martí de Mata, Sant Miquel de Mata, Parque Natural del Montnegre-Corredor, el Mataró agrícola, la ermita de Sant Simó y la playa. Pero quienes quisieron bañarse tuvieron que hacer una operación de dos en uno. Presionar una mochila para que quepa el atuendo de baño, envuelto entre el bocadillo, la ensalada,el repuesto de ropa interior (o no), la toalla y demás enseres para retozar honestamente en el agua. Por su aspecto los conoceréis a esos seres que ven una boya en el agua y quieren conquistarla.
Joyas
Los amplios caminos propiciaron una diversidad humana relacionada con la gran urbe de abajo. Era sábado y tocaba deporte. Bicicletas de gran valor, atuendos casi con tejidos inteligentes, multicolores, fibras en cuerpos con ganas de subir. La fiebre deportiva se acompañó con algunos vehículos motorizados que sorteaban al personal como podían. Eso sin faltar vigilantes del Parque de diversos uniformes, pero todos empujados por combustibles fósiles.
Y allí en medio del camino, a menudo aparecía él. Solitario, de tonalidades rosáceas tirando a rojizas, a merced de cualquier neumático o zapatilla. Anunciaba que el otoño estaba allí, que cerca vivía el resto de su familia, que se podía recolectar y comer. Aquel madroño solitario era la joya de la estación meteorológica, tan frágil e ingenuo como para tener que sortear peligros diversos, depositado en medio del camino. Pero él no engañaba. Si lo cogías no te sorprendía con “regalos” envenenados. No era como otros que llegarían más tarde, tan carnosos ellos, tan grandes, tan simbólicos, tan a la mano (nunca mejor dicho). Su pequeñez, esfericidad y suave rugosidad exterior contrastaba con la grandiosidad tan perversa de ese otro fruto tan mediterráneo, tan engatusador, al que “como panal de rica miel” algunos grmanos acudieron y fueron víctimas de sus encantos en forma de espinas finas y frágiles, de 2 a 3 mm de longitud. Días después aún buscan con la lupa y espíritu detectivesco alguno de sus restos, bien en los dedos o en el fondo del paladar. Y qué decir de esos otros frutos, engordados y a punto de caer de los árboles de la denominación Quercus. Una de esas bellotas, al final del camino, flotaba en el mar, solitaria, presta a ser cogida para averiguar qué mano la depositó en el agua. Allí estaba, a merced de esas olas que mecían las carnes pasadas por agua del personal.
Celebraciones
Diversas flechas blancas en el suelo amenizaban el paso con la incógnita de la dirección y el motivo. Parecían inducir a cierta confusión a quienes bajaban con ganas de ambiente marino. Pronto los sentidos y la memoria se pusieron atentos al dato. Al día siguiente pasaría por allí una carrera por el Alzheimer. Seguro que con tantas flechas las pérdidas serían mínimas. En caso contrario, la celebración memorística sería bien hallada. Y si de eventos próximos se trata, hay alguien que ya afila los dientes con próximos viajes australes. Y aunque el motivo sea un casorio atrasado, dice el sujeto que ya no será como antes. A pesar del frío del ambiente exterior, no cree que pase demasiado tiempo en la habitación. Pero eso pertenece a la intimidad.
Paseos chungos
La etapa discurría sin sobresaltos. Tanta monotonía de paisaje mediterráneo necesitaba de algún aliciente juguetón. Las viñas sólo tenían hojas, los interculturales plantaban nuevas cosechas de hortalizas mientras la nativa les miraba, los huertos ya sólo eran ramas que pedían limpieza, tal quietud fue alterada por esas plantas procedentes de América, traídas por los indianos de algunas casas de más abajo, extendidas por Europa. Parecían una tentación al borde del camino, con sus frutos abiertos, excitantes, con finos pelillos casi invisibles. Los más precavidos no se dejaron tentar por la manzana prohibida y pasaron de largo. Seguro que no recordaban que las culturas prehispánicas usaban su jugo para combatir las fiebres, o que las pencas asadas aliviaban dolores. Los higos chumbos, en este caso, fueron más bien chungos.
Los que alargaron la mano se podían dividir en varias subespecies: quienes eran del sur, conocían el procedimiento, protegían la mano, llevaban navaja y degustaban el fruto con sumo cuidado; quienes, siendo del sur, se lanzaron sin protección a la planta para coger de una vez cuantos fueran capaces los cinco dedos; y los que no entendían nada del tema por ser del norte, cogieron uno protegidos por un pañuelo de papel y lo apretaron para que no se cayera.
El degustador con fruición quiso que sus papilas gustativas contactaran al máximo con esos jugos tan medicinales. Vio, tocó, abrió, degustó y se relamió. Pero el supuesto placer se convirtió en dolor. Pronto notó su lengua adornada por graciosos pelillos, clavados en todas partes, difíciles de dejarse ver por mucho que se relamiera o intentara cazarlos a dedo limpio. Porque estos apéndices también se adornaban con tan diminutos piercings. Con tanto sitio al que atender, el hecho se convirtió en broma y se diseñaron posibles estrategias para deshacerse de tan fino aguijones. Que si dar la mano, que si besos íntimos bien restregados, lavados bucales, pinzas con mucha paciencia. Y hasta las musas se debieron dar por aludidas, tanto que pusieron en marcha las mejores y más literarias neuronas. El evento dio lugar a una producción poética de gran calidad.
El otro individuo también degustó el fruto y después vino la penitencia. Por todos los sitios había huellas de pelusa blanca bien clavada. Enfocaba bien las lentes progresivas pero nada. Se las quitaba y menos. Las situaba a la altura de la punta de la nariz y podía cazar algo. Las yemas de los dedos no estaban para teclear letras. Sólo quedaba suspirar por pinzas de precisión y gran paciencia. Ni el agua del mar fue un remedio.
Días después ambos sujetos parece ser que fueron capaces de desprenderse de tan graciosa capa. Recordarán la medicina del higo chumbo con todas sus propiedades.
Playas
Los barrancos, ermitas y campos de cultivo dieron paso al frente marítimo de Mataró. Había sed de playa y de otras cosas. Después del encuentro entre los despistados y los que siguieron las marcas, la playa ofrecía alternativas. O refugiarse en el bar L'Espigó, o bañarse o fotografiarse en el monumento al GR 83. La alternativa fue hacer todo con libre albedrío.
Primero, las fotos delante de aquel monumento al GR 83. No tenía nada que ver con aquel otro que iniciaba el GR 1, los restos del puerto griego en la rada de Sant Martí d'Empúries. Éste, moderno, a merced del viento cargado de arena, hierros que saludaban a quienes empezaban el camino o acogían a quienes lo finalizaban. Fotos, posturas, disparos automáticos, píxels para la posterioridad.
El amante de las Harley Davison recibió al personal en la arena. Mostró sus múltiples tatuajes, su servicio con cervezas bien frías,un aspecto que denotaba mucha historia detrás. En un momento tranquilo dijo ser uno de los cuatro que iniciaron el amor y la estética que estos mitos norteamericanos de dos ruedas imponen. Antes eran los auténticos. Ahora se veía demasiado acompañado por disfrazados de fin de semana que, bajo la apariencia propia del estilo Harley, esconden muchos beneficios económicos a fin de mes. Pero estaba contento porque su bar abría todo el año, ofrecía conciertos de música, congregaba a parroquianos de la tribu motera y, sobre todo, cerraba por las noches. Huía de las sombras para buscar otras.
Quienes se midieron en las olas lucieron morenos estivales, textiles diversos y tabletas abdominales no comparables con la foto del verano. Nadie le hacía sombra a aquel de la foto en Cerdeña, español hasta la médula, fotografiado con una musculatura casi exagerada. Dijo que su secreto era hacer dos mil abdominales diarias, tener entrenador personal y ocupaciones de alto calado y mayores beneficios. Para más señas, sus recuerdos políticos y su profundidad de pensamiento siguen haciendo historia. El personal nadó, encontró la bellota, la cogió, la pasó. Unos llegaron a la boya. Otros se ducharon y lucieron sus prestaciones y “cajas de herramientas” al natural. Al final se reintegraron al amparo del excelente anfitrión, que sacó jarras y jarras exuberantes, allí al lado del mar. Un lujo necesario, apetecible, saludable.
Dicho lo cual, uno podría imaginarse acompañado por ése que pedía perdón a las señoras por no levantarse en la tumba, Groucho Marx. Seguro que en momentos tan chungos llenos de pelillos y, con la genialidad que le caracterizaba, podría repetirnos en voz alta dos consejos que este plumilla se aplica:
“ No puedo decir que no estoy en desacuerdo contigo”
“ Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente”.
Evaristo
Terrassa, 6 de octubre de 2009
http://afondonatural.blogspot.com
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