sábado, 1 de mayo de 2010

Séptima etapa del GR 83, entre Olot y Beget

¿Para qué sirven las polainas y los chupitos en la nieve?


Grmanos y GRmanas


Memorable etapa, de las que permanecen en la retina. Se le pueden poner muchos adjetivos a un paisaje con la nieve como protagonista, lleno de matices, de gradaciones, sin asomo de primavera más que en algunas mentes en el camino de vuelta, el invierno en los árboles, el frío llevadero con sudores incluidos. Y con la inexperiencia a los mandos de un vehículo que apenas se sabía por dónde se dirigía al destino final. Quien ponía Baget en el GPS ni lo detectaba. Tampoco le sonaba el nombre bien escrito, él que se autotitulaba como experto en viajes internacionales. Vueltas y más vueltas para ir y para volver, quizá con la intención de observar los efectos de la gran nevada en los postes “políticamente correctos” según la empresa, pero partidos y sin electricidad por la amplia Girona.
La gran nevada provocó esa historia oculta que hay detrás de cada etapa. Los teléfonos no pararon de sonar la noche anterior. Hubo conatos para desconvocar, la prudencia antes que el peligro, el seco asfalto ciudadano antes que el camino mojado. Pero los intentos de movilización para quedarse no triunfaron. De todas formas, las huestes estaban diezmadas y, a día de hoy, tampoco nadie ha investigado las causas de tantas bajas se supone que justificadas: enfermedades, miedos, compromisos, aversiones a la nieve y a sus efectos colaterales. Mucho autocar para poco personal. Quien no vino se perdió comprobar la gran nevada y saber para qué sirven las polainas.

Polainas

Ante la alerta dada, hubo tiendas que agotaron las existencias de tal protección. Fueron pocas personas las equipadas pero las lucieron y bien. Nada más llegar a las inmediaciones de Ca la Nasia (recuérdese una comida de Navidad memorable aquí, con nieve a la puerta), el autocar parecía emular el casi “triunfal” paseo motorizado por Mont-Rebei, se veía que avanzaba “hacia el infinito y más allá”. No paraba y ya casi estaba en medio de un estrecho camino lleno de chopos. Cuando lo hizo, de pronto hubo quienes se agacharon y empezaron a tirar de correas, cintas y presillas. Luego hicieron un discreto desfile de modelos y mostraron polainas a cincuenta euros el par. Pero hubo otro que no llegó a mostrar su diseño más artesanal. Venía provisto de cinta aislante para proteger los pantalones en caso de necesidad. Y si hacía falta usaba también el papel de aluminio del bocadillo como refuerzo. Dos modelos distintos para no mojarse con la nieve. Pero, al final, unos y otros, o sea, todos, notaron las humedades en los bajos. La nieve les mojó los pies en el tramo final. Hasta se vio el espectáculo de los más ortodoxos con los tobillos y las canillas empapadas por el sudor de la polaina. Van, la quitan, la guardan y luego viene la necesidad no cubierta.

Chupitos

La primera parada fue en una curva con nieve a los lados. Mientras se consumaba el acto de la manduca, se efectuaron algunos estudios sociológicos, más profundos a medida que los chupitos pasaban a la sangre y se comprovaba su deseado efecto. El estudio más significativo fue el análisis y la clasificación grupal según fueran los motivos de la asistencia a esta etapa: había gente que vino para no caerse de los primeros puestos de la lista, la antigüedad es un grado y los galones no se pueden perder por una ausencia de este tipo, aunque la meteorología te hiciera dudar; otros vinieron por miedo a algún posible ERE temporal en GRMANIA; las ausencias decían que ya habían quedado marcadas, estigmatizadas con un no diploma u otras condecoraciones venideras. En resumen: los había convencidos de venir, los que no vinieron, los que se apuntaron y se echaron para atrás y los que, aun viniendo, intentaron convencer a otros para quedarse en casa. Como no hubo pacto, pues allí estaban. La nieve empieza a coger tonalidades diversas, los chupitos de anís del mono, los pacharanes y las botas empiezan a flexibilizar las lenguas. Dicen beber una especie de anticongelante especial para aguantar los rigores climáticos previos a la primavera. La moza más versada en alcoholes varios justificó su existencia así: “Yo vivo para dar felicidad a la gente”.

Barros

Olot, Cap Sec, el antiguo Hostal de la Vall del Bac, cal Ferrer, la antigua escuela y seguir hacia el Bosc del Quer, corrimientos de tierras en 1988 con 300 metros del camino original desaparecido, can Cortal, el coll del Salomó y Beget. Todo esto y más con barro, hielo y nieve en una etapa de las de recordar. Fue única e irrepetible. En especial porque entre las polainas y los chupitos se combatió la rigurosidad de un clima que dejaba unas imágenes inolvidables. Desde el Coll de Salomó, el Pirineo de Girona parecía una muralla pintada de blanco, con una masía de las de antes allá abajo y con falsos atisbos de Beget, pueblo que se hizo esperar. Y, en medio, había que haberse puesto de nuevo las polainas, pero como que no. Para qué. La nieve a veces ya aparecía pisada por variadas especies según huellas: antes de la horma humana, dibujos de neumáticos todo terreno, o jabalíes y hasta animales con cuernos (no humanos)


El pueblo

Hay quienes sorteaban licores a quien primero atisbara el destino final. Eran más ganas de llegar que de ser espléndidos, aunque esto siempre se ha dado. Varios anuncios falsos del esperado final no respondían más que a las ganas de levantar una estrella dorada (de vidrio). Como no podía ser menos, la subida final por Can Jeroni desembocó en la joya de un pequeño pueblo con la iglesia como su símbolo más preciado. El marco incomparable fue un restaurante de diseño, con servicio oriental bien “normalizado”, lavabo último grito en un entorno rural y sillas orientadas al sol y a la iglesia. Mientras se producía la reagrupación, el chófer venía presumiendo de una proeza: ser el primero en bajar por una carretera casi prohibida a los autocares, aunque la parte trasera guardaba las muescas de tal valentía.

Los alimentos y las bebidas se fueron compartiendo, mezclas tan diversas que a veces pueden provocar desazones posteriores. Como remate final los nuevos abuelos del grupo sorprendieron al colectivo andarín con bombones y vino pedro xeres. Todo delicioso. Tal cóctel fue tan explosivo que el camino de vuelta fue inenarrable.

De vuelta

A pesar de la bajada de temperatura cuando el sol se retiraba, aquí ocurrió todo lo contrario. Debía de ser por influencia de la frontera francesa de allí al lado, reminiscencias de cuando lo verde empezaba al otro lado de los Pirineos. Pues aquí el verdor de dentro del autocar era más que evidente. Freud y Young lo tendrían fácil para sus estudios de campo. Y, por si fuera poco, se produjo una llamada a quien tiene el tema “bajo mano”, hombre versado en teatros e interpretaciones varias. Su asesoramiento debió enervar aún más los ánimos. Cualquier frase o palabra era motivo para reverdecer el ambiente. “Voy y me pinto el ojo”, dijo una moza: probad a sacar matices y extrapolad a cualquier otra frase afín durante las más de dos horas del viaje de vuelta.
Mientras, en la zona delantera, un ilustre Grmano (que no estaba para escuchar temas “traseros”: de atrás del autocar) sufrió un desmayo que, afortunadamente, no llegó a mayores, sólo a un susto. Quizá si se hubiera colocado en esta zona trasera no hubiera perdido el conocimiento, o sí. Risas, hasta la extenuación.
Entre la nieve, los chupitos, el yantar, Beget y las polainas, pocas etapas han dado tanto de sí. Fueron muchos momentos muy bien aprovechados. Una vez más.
Y, para acabar, recurramos al actual entrenador del Arsenal, Arsène Wenger (otro hombre que, como Pep Guardiola, cuando habla “dice cosas”):

“Un famoso dicho defiende que la única forma de estar en paz contigo mismo es si transformas cada minuto de tu vida en arte”

Evaristo
Terrassa, 4 de abril de 2010

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