domingo, 4 de junio de 2006

Etapa 5 del GR 92: de Torroella de Montgrí a Cala Mongó

El impacto en la vista y en los tobillos del macizo del Montgrí

GRmanos y GRmanas,

La pareja brasileña de la tercera edad que permanecía en la parada del autobús no salía de su asombro cuando su tranquila espera se vio turbada por un apelotonamiento grupal y por los nerviosos paseos de quien controla el servicio de autobús. El viaje de cierre de temporada podía verse alterado por una confusión de vehículo, hecho que provocaría supuestas personas sobrantes, o sea, sin espacio legal para asentar sus reales posaderas. El error en el cambio de uno de 37 por el presente de 30 plazas se vio recompensado por esas hadas que ayudan en estas tareas. Es la ley de Murphi pero en sentido positivo (una utopía, vaya).
Las bajas de ultimísima hora, algunas sin la correspondiente justificación verbal hecha con antelación y otra por despiste de fechas, propiciaron que no hubiera que acudir a otras estrategias para salvar la papeleta y evitar una trifulca oral de altos decibelios. Los abuelos brasileños notaron luego la habitual tranquilidad en GRMANIA y pudieron esperar a su autobús para, según ellos, ir a Andorra con el sosiego necesario para elegir el Sombrero de Copas adecuado.
Al parecer, las últimas cifras de los viajes confirman cierta estabilidad en torno a 30 plazas. También es cierto que nos gustaría traspasar esta horquilla con la grata compañía de personas que convalecen de arreglos de bisagras varias, ajustes óseos diversos y otras operaciones de “chapa y pintura” para pasar la ITV necesaria que les permita acudir a las etapas de GR sin los ya normales chirridos propios de la edad . Sus experiencias en estos menesteres nos servirán a quienes, tarde o temprano, acabaremos en parecidos “talleres”. Deseamos su pronta recuperación.
Además, entre las gratas sorpresas de este escribiente, hoy domingo apareció una entre tanta acumulación de correos electrónicos. Era la grata fotografía de una nueva GRMANA, Eva García Arnau. Un anhelo de nuestro destacado responsable de salidas especiales que este verano se hará realidad. Esperamos que pronto también sea colmada la espera de otra persona del grupo y también conozcamos a la segunda niña, ambas se supone que continuadoras del actual espíritu GRMANO.
El último viaje de la temporada a tierras de l’Empordà partió hacia su destino por la vía habitual con la intención de hacer la etapa en sentido contrario, todo por el bien de la higiene colectiva y para facilitar el enjuague de los sudores y otros efluvios corporales en una de las calas típicas de tan brava costa. Un recorrido que puso a prueba los actos reflejos del pie para sortear tantas piedras como había y proteger los tobillos de torceduras, esguinces y posteriores bajas laborales. Realmente fue casi un trabajo de la nueva “nanotecnología” cuando cada paso significaba buscar instintivamente los centímetros justos para poner el pie, o pisar la piedra por el reborde justo, o calibrar si ésta se mueve o no, o bien calcular si ese desgaste brillante debido a tantas pisadas anteriores no provocaría un corrimiento descendente de la zapatilla que te haría zozobrar y sentir el temible “crac-crac” de la lesión de rigor. Pero no. Nadie incumplió lo que le dictaba su experiencia andarina y los tobillos salieron reforzados de la prueba de caminar por el Montgrí.
Girona, Celrà, la carretera en dirección a La Bisbal, más allá a la derecha el castillo de Púbol, entorno daliniano donde está enterrada su amada Gala Dalí (se supone que ya sin amantes) y giro a la izquierda para entrar en los diez kilómetros de carretera local que nos dejarían en Torroella de Montgrí. Un paisaje que ya nos enseñaba en lontananza el perfil del macizo, coronado por la silueta de un castillo que, a medida que nos acercábamos, se definía más como tal y como destino ascendente inicial de la etapa. Mientras, los campos del Baix Empordà mostraban las incipientes cabezas helicoidales de los girasoles subvencionados, las hileras de árboles frutales a cada lado, las redes protectoras contra el pedrisco y, más allá a la izquierda, otro más moderno color verde acorde con los nuevos usos del suelo agrícola. Un pequeño campo de golf enseñaba su tonalidad verdosa tratada para la ocasión, con suaves subidas y bajadas y aún sin jugadores.
Torroella ded Montgrí, capital de la comarca, situada a la sombra del macizo que le da el apellido, con una iglesia que acoge cada año su afamado festival internacional de música estival, con las aguas finales del Ter antes de su desembocadura, el museo de Can Quintana, el convento de los Agustinos, desde esta población partimos hacia el castillo. Y allí, al lado de un restaurante que se autoanunciaba como experto en cocina de temporada y del territorio, apareció un madrugador intercultural, con camiseta chillona que daba vida a su negra piel, que se refugiaba ante la caída de agua del piso superior de aquella casa. Un toque extraterritorial para habitantes ya de aquí, muy a pesar de esos peperos que les ven como globales delincuentes, aunque sean aquellos los promotores de tierras míticas y de marbellas varias.
La ascensión al castillo fue tranquila para todos excepto para los primeros de la fila y para una figura atlética que apareció al final y despareció en un momento. Según alegó el sujeto que subía corriendo, se estaba preparando para las cien millas del Himalaya, en octubre próximo. Nosotros, mientras, ya admirábamos desde los 315 metros de altura sobre el nivel de aquel mar de al lado un castillo muy bien restaurado en 1988, construido por el rey Jaime II entre 1294 y 1301, de planta cuadrangular con cuatro torres, de un estilo de transición entre el románico y el gótico. Los de más vértigo agradecimos las medidas de seguridad que facilitaban la subida y la contemplación de los límites entre el Baix i l’Alt Empordà.
Un extenso territorio donde imperaba a sus anchas la familia Torroella en el siglo XI, con los privilegios que os suponéis. Una población que tuvo su apogeo en el siglo XIV, cuando fue el principal centro de l’Empordà y descanso de los reyes. Nuestra ascensión nos permitió admirar las dos vertientes del macizo del Montgrí. Parcelas de terreno que conforman continuas cuadrículas de los colores ya amarillentos del cereal con el verde de los frutales, girasoles y encharcados arrozales. Siguiendo el curso del Ter se observa su desembocadura en la playa de l’Estartit, cerca de donde un Grmano hoy ausente se asienta en verano, descansa de su continua actividad teatral y se disfraza de lobo de mar con barca (que no cayuco) para descubrir los paisajes de las islas Medes, donde tantas inmersiones submarinas hizo en sus tiempos jóvenes.
Al abrigo del castillo, el almuerzo gozó de buenas vistas y mejores botas hacia estos grandes espacios, con los límites de la playa que marca el cap de Begur al fondo y, cerca, las puntas de las Medes en un entorno de un parque natural submarino de alto valor ecológico. El descenso puso a prueba los tobillos, los cuales no pararon de ser sometidos a las presiones propias de las piedras que conforman esa costa brava tan admirada.
La bajada fue por los restos de un bosque no se sabe cuántas veces quemado, con una supuesta caseta de observación que debe hacerlo ella sola (no se veían observadores humanos en su interior) y un pronunciado descenso hasta el área recreativa llamada Caseta de Dunes. Un espacio para abrevar de la fuente pública, con arena y sedimentos dejados por los ríos Muga y Fluvià, los cuales fueron asentados y fijados en el siglo XIX con los pinos que nos daban sombra. Cerca, la iglesia de Santa Caterina.
Ya en superficie plana, el viaje discurría hacia el destino final por la llamada “Ruta del Vent”, un camino compartido por la susodicha ruta y por el GR 92. Las vistas se veían salpicadas por el mar y por varios bunkers de la época guerrera, aquella que dio paso a las conquistas turísticas posteriores. Ahora aquellos camuflados puntos de defensa se ven muy superados por los vistosos atentados al medio ambiente, símbolos del culto al turismo desmesurado, la especulación y la fiebre de tener una segunda residencia como patrimonio casi indispensable, aunque los grandes espacios naturales se vean desdibujados por tanta artificialidad de tan mal gusto para ser ocupados veinte días al año.
Ya cerca del final, poco a poco la ruta nos acercaba a los acantilados verticales de esta costa, el olor a agua de mar nos embargaba mientras todo era vigilar dónde ponías el pie, tensabas los tendones y ajustabas las pisadas. Íbamos por un camino de Ronda, esos que giran las calas, las muestran desde arriba, te hacen rodear los acantilados, ascender y descender mientras algunos cuerpos empiezan a tostarse al sol, cubiertos o no con esas tiras estivales que, algunas, su precio se dispara en proporción inversa al tamaño del textil.
Nosotros nos descuidamos los tangas y tuvimos que presumir de modelos varios que introdujimos en las aguas frías de Cala Montgó, un placer para las posibles agujetas de las piernas, un gozo para las varices y para las plantas de los pies. La ocupación de la playa por parte de GRMANIA parecía un campamento de la antigua OJE o Sección Femenina, con las mochilas en el centro y los cuerpos al sol a los lados. La mayoría bañados por fuera, una minoría sólo por dentro en el chiringuito de al lado y una selección por dentro y por fuera, todos partimos hacia nuestros orígenes, es decir, al punto de salida en Torroella de Montgrí, a la búsqueda de un bar con precios populares.
Después de la tranquila comida en una terraza con vistas al castillo de Montgrí, degustación de jarras y de nísperos y cerezas de producción propia, la partida hacia Terrassa no permitió estirar las sesteantes piernas con una rápida subida y bajada al susodicho montículo. Sí se comprobó, en cambio, algún mareo de alguna Grmana docta en las artes del baño a grandes profundidades protegida por neoprenos de calidad superior. A pelo, los baños cambian y las temperaturas también. Detrás de ella, en el autocar pudimos apreciar cómo otra persona era venteada muy cuidadosamente con una toalla para alivio de otro conato de mareo. Al final, ambas llegaron recuperadas y, quienes soñaron en sus asientos con Morfeo, también. En el fondo, los sueños, sueños son (que diría quien lo pronunció hace siglos).
Final de curso escolar andarín y principio de la planificación del tradicional viaje veraniego. Qué mejor que acudir al escritor Italo Calvinho para que ideas ajenas alimenten ignorancias propias:

“Vete de viaje, explora todas las costas y busca esa ciudad. Después vuelve a decirme si mi sueño responde a la verdad”, le dice el emperador Kubblai Khan a Marco Polo en el libro de Italo Calvinho “Las ciudades invisibles”.

Evaristo
Terrassa, 4 de junio de 2006

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