jueves, 1 de febrero de 2007

Etapa del GR92, entre La Pobla de Montonès y Tarragona

Etapa del GR92, entre La Pobla de Montonès y Tarragona

Una de romanos y muchas de calçots


GRmanos y GRmanas,


El primero, un coche Mercedes. El segundo, un monovolumen usado para transportar a directivos de empresa de ida o vuelta al aeropuerto. El tercero, un autobús de 40 plazas. Parecía una expedición bien organizada y numerosa, con objetivos del más alto nivel. Alto, alto sí que lo era: lo que daba el brazo para levantarlos, descapullarlos, mojarlos y engullirlos.
¿Cargamos? dijo la conductora, expresión que inquietó a usuarias que no entendían el argot de la profesión: cargar y descargar (humanas personas, se entiende). Aún provocó más nuestra transportista cuando nos consultó qué nos parecía si le escuchábamos otra expresión habitual: “¿Hago hoy un servicio?” Aclaró que tenía otro sentido que el grito de guerra de los nocturnos y eróticos alrededores del Nou Camp, por ejemplo.
Ya cargados todos y todas, sin el Mercedes inicial, la dirección concreta era un recorrido preparatorio para justificar los condumios posteriores, sentados a cubierto con cuchillo y tenedor. Una historia de romanos, un santuario y muchas, muchas tejas llenas de calçots.

Hacia abajo

La ruta señalada discurrió paralela a ese pasillo mediterráneo por donde las huestes romanas ya se movieron hace muchos años. Ahora aquella “Via Augusta” ha dado paso a muchas carreteras, viaductos y trenes de baja (la más abundante) o alta velocidad. Las señales de que la voracidad de la civilización no quedará así se comprobaban en las talas longitudinales de vegetación, también paralelas a la antigua vía romana. Al destruir para construir se le llama transformar.
Pero lo nuestro era caminar, sin dejar más huellas que las pisadas. Uno de los caminos después de Altafulla sirvió para comprobar sobre el terreno la temperatura ambiente: en la tierra del suelo los charcos helados así lo demostraban. Los avellanos desnudos y esa vegetación tan típica como el palmito, el algarrobo y algunas viñas se alternaban con los pinares que aún sobreviven a las talas y a los estivales incendios.
La referencia al asfalto era evidente: el tráfico rodado evidenciaba la movilidad continua de la ciudadanía, la libertad de desplazamientos y, para mentes aburridas, entretenerse en imaginarse adónde irá cada vehículo a esa velocidad (se supone que controlada por el carnet por puntos).
Mientras el camino se hace al andar, nos acercamos al primer objetivo cultural programado, ese sitio que es monumento histórico-artístico desde 1931, el Médol. Unos restos romanos cercano a un área de servicio de la red de “Medes”, simbolizada con una palmera. Nada que ver con el obelisco de 16 metros de altura que señala el inicio de la extracción de piedra romana, de donde se dice que sacaron 50.000 metros cúbicos dejando un agujero de más de 200 metros de largo. Se supone que la sangre, el sudor y las lágrimas de tanto esfuerzo perteneció a tantos esclavos que sucumbieron para que hoy todos admiremos el arte romano de Tarragona, sin apenas imaginar a tanta gente anónima que allí pereció “al servicio de…”
Fue una de romanos con prueba pericial incluida. El personal nunca se pudo imaginar la imagen dada a causa de una inoportuna pared que franqueaba el paso. Por la parte de atrás se instaló la “culocracia” (por dónde sino: por atrás), muchos traseros altivos preparados para el impulso. Por delante, foto y clamor popular. Si lo hubieran visto aquellos romanos, el salto no hubiera quedado sólo en eso. Como efectos colaterales, aparte de la instantánea digital, crujido de rodillas y algunos huesos temporalmente desencajados. Menos mal que faltaba poco para el refrigerio a modo de desayuno.

Tentempié inicial

Hubo que sortear la autopista para situarnos en un lugar despejado y con sol. Imitando quizá al obelisco de El Médol, los más osados y osadas degustaron sus bocadillos encima de los restos de un promontorio de cemento. Oteaban un panorama gastronómico bastante uniforme y, también aquí, las máquinas trituradoras de antiguos paisajes aplanaban los espacios para más asfalto. En medio, carteles alusivos a El Médol allí, solos, cubiertos de polvo. En uno, patrocinado por nuestra tienda francesa de moda deportiva, se loaban contemporáneos proyectos en el solar de la pedrera romana. Ejemplos: un concierto de música celebrado allí cuando se declaró Patrimonio histórico. Otro, fallido: el President Macià quiso levantar ahí un monumento “Als Catalans Ilustres”, pero todo quedó en la utopía política. Nuestra realidad era un camino con sorpresas.

De subida

Con los cuerpos más o menos acondicionados, el camino iba sorteando más obras, pueblos y subidas. La respuesta del respetable fue la adecuada. Lamentar sólo uno de esos gajes del oficio, como fue la lesión de una cuidadora profesional de nuestra salud. Desearle una buena recuperación y su pronta reincorporación al servicio de guardia de GRMANIA. Lo demás, lo de siempre. La subida, con esos jadeos propios del esfuerzo y hasta con sudor. El rellano urbanizado sirvió como punto de concentración y de permanencia de las responsables de primeros auxilios. Allí esperaban al vehículo de rescate, operación que se convirtió en una aventura llevada a buen puerto gracias al dominio de la orientación de nuestro coordinador general. Ni GPS ni nada. Para llegar a ese punto utilizó instrumentos manuales de oteo. Tuvo que encaramarse a lo más alto de un pino, asombrando a los allí presentes por su banco de recursos en última instancia. Mientras, el resto ya había tomado posesión de un santuario que dio mucho de sí.

Lorito o Loreto a la vista

Nadie podía imaginar que aquellos cuatro helicópteros que ronroneaban en lontananza fueran como un preámbulo de un santuario relacionado con el vuelo. Colocado allí arriba, el primer recibimiento era un monumento que la aviación le dedicaba a esta virgen, su patrona. Encima de aquella loma, bien soleada y mejor aireada, el edificio en sí era atractivo, colocado en una explanada con el mar al fondo, con un polémico movimiento de obras en medio y con un centro religioso italiano.
La larga espera hizo volar la imaginación y el entorno ofrecía algunos atractivos lingüísticos dignos de destacar. La pared de la entrada, cerca de las aspas del avión, recibe al visitante con una frase como si allí hubiera ladrones de bicicletas: “La teva oblidada bici potser la seva millor eina”. Después aclaran que se recogen bicicletas para la Ciudad de los Muchachos de los Padres Rogacionistas en Manila (Filipinas). Más adentro, la pared del centro religioso expone un rótulo con la cara y el nombre del fundador italiano, Aníbal Maria di Francia y una frase del evangelista Lucas: “Preguem l’amo del camp envii obrers a les seves messes” (Lucas 10,2) e iba firmada por las “Hijas del Divino Celo”. Parece ser que esta frase enervó los ánimos y, por aquello de entretenerse, sirvió para curiosos juegos lingüísticos y diversos matices semánticos. Ya dentro del santuario, llamaba la atención algunas incompatibilidades de las nuevas tecnologías (ya viejas): “Para hablar con Dios no necesitas el teléfono móvil. Apágalo, por favor”. Parecían no saber que “La vida es móvil, móvil es…” Ya sabéis para qué no sirve el celular.
Lo que sí sirve para mucho es ese terreno excavado que se veía entre el santuario y el mar. Podía ser como un Médol romano de ahora. Pero no. Era mucho más, uno de los grandes escándalos inmobiliarios de la zona. Se llama “Terres Cavades”, 101 hectáreas previstas para construir 5.000 viviendas y 20.000 personas más en un futuro. Todo ello gracias a complicidades políticas del ayuntamiento de Tarragona con ese ya habitual entramado de constructores. Quizá era aquí a donde esos especuladores enviarían a aquellos obreros que aparecían en la frase del evangelista Lucas. A los amos de esos campos les enseñaban planos en los que siempre pasaba un vial por encima de su casa. Así vendían sus terrenos. Otra Marbella más, muchos más Pacos el Pocero. Y van…

Muchas tejas de calçots

El último monumento programado, otra de romanos, se tuvo que contemplar desde el autocar. No había tiempo y el destino nos esperaba con retraso. El multitudinario recinto ya estaba muy ocupado, quizá no por aquellos jubilados de Lloret y Blanes vistos durante la etapa anterior. O sí. Mesas dispuestas con salsa, babero y guantes de plástico para auscultar los calçots, mojarlos e ingerirlos después. Respecto a la comida, la normal en estos casos. Tejas y tejas de este tipo de cebollas, con la vista hacia arriba para conseguir un encaje perfecto entre la boca y el calçot. De los fallos dio fe el babero, la mesa y el mantel. Mención especial a esas legumbres que el humorista del grupo definió como “las aflojatodo”. En cuanto a la calidad, división de opiniones como en los toros: hubo palmas y ciertos pitos por parte de los paladares más exigentes, los cuales observaron ciertos defectos de forma culinaria. Si se repitiera en otras ocasiones este tipo de reuniones gastronómicas, se sugiere que las personas que se mueven en estos entornos aporten ideas de sitios cuya relación calidad precio entre dentro de un presupuesto ajustado. También estaría muy bien que otras voluntades pudieran gozar del “placer” de coordinar movimientos de masas de este tipo. Y, cómo no, después de la comida hubo seguimiento de algunas piezas musicales por las parejas más atrevidas que se lanzaron al ruedo del baile. Y algunos, desde la mesa, cuchicheando sobre mira quién baila con quién.
Mención especial para Aina, presentada en sociedad en medio de la sala, un encanto para GRMANIA y también para aquella tercera edad que se deleitaba mirándola. Colaboraremos para que tu futuro sea el mejor posible.
Y la despedida con un pensamiento que habla de búsquedas, conocimiento y recorridos. Lo ha escrito Javier García Sánchez en su último libro titulado como la montaña, “K2”:

“Ya no más vías de ataque sino sutiles y prudentes recorridos de búsqueda, pues si aquéllas dan efímeras glorias, éstos reportan el conocimiento certero”


Evaristo
Terrassa, 29 de enero de 2007

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