Crónica de un ausente desde el punto de llegada
Como que de este GR el jefe no os va a pasar ningún estado de los fondos reservados, paso a informaros del estado de la cuestión.
Es la primera vez que este locuaz plumilla se atreve a dar un paso más allá en su atrevimiento. Hablar de un GR que uno no ha podido hacer implica estar atento a los comentarios, caras, cuerpos y, sobre todo, charlas que surgen una vez que el personal se ha aseado, ha cenado y se ha entregado a esas sobremesas tan propensas a hablar sin esa supuesta censura para quedar en buen lugar. Este cronista epistolar agradece especialmente a los fabricantes de bebidas escocesas por su inestimable ayuda para escribir esta crónica. Imaginaos de qué se trata y acertáis.
Los virus, bacterias o similares provocaron una fuerte y rápida indisposición a quien esto escribe. Pero acudió al albergue por la tarde. Pese a ello, comprobó telefónicamente que a las siete de la mañana la tropa estaba perfectamente formada. El punto de salida fue el albergue La Valira de La Seu d’Urgell, situado en una calle cuyo nombre solicitará al obispo de La Seu y copríncipe de Andorra que lo retire como si fuera de un Franco cualquiera. Se llama Joaquim Viola Lafuerza. ¡Qué nombre en esta época de tantas violencias domésticas!
Según fuentes bien informadas, la situación estratégica del parque automovilístico en el punto de llegada de la etapa se resolvió satisfactoriamente, tal como había previsto el máximo estratega del grupo. El traslado al punto de inicio discurrió con total normalidad. Los primeros kilómetros al parecer se realizaron por asfalto hasta un punto en que un francés (hombre, se entiende) propició la práctica de esa lengua por parte de quienes habían efectuado el bachiller en el idioma de Molière o asistentes a escuelas de idiomas. Oídos avezados comprobaron el don de lenguas de nuestro gran jefe, el cual fue capaz hasta de usar construcciones de gran habilidad lingüística.
El inicio de la zona de sendero por tierra sorprendió por su pronunciado ascenso, verdadero factor sorpresa que templó el grupo y puso a cada participante en su lugar. Las malas lenguas, los rumores y ciertos cuchicheos sin confirmar que han llegado a esta redacción lo interpretaron como una prueba de fuego que el jefe guardaba en su agenda para ver cuál era la calidad física. Ante esta situación, el grupo se estiró tanto que, al parecer, redujo bastante las fuerzas y algunas mentes ya comenzaron a elaborar pensamientos de dudosa calidad montañera. No obstante, la recompensa de tamaño esfuerzo pronto llegó. Primero con bajadas relativamente placenteras, que luego se empinaban (con perdón) para volver a su estado de descenso (que no de flacidez). Así transcurrió la marcha, aderezada por impresionantes paisajes con Andorra al fondo y el Comapedrosa a lo lejos (por cierto, objetivo aún pendiente).
Las primeras declaraciones de los participantes, recogidas en el punto de llegada final del albergue, no abundaron en detalles sobre los descansos ni sobre el tiempo total invertido. Sin embargo, en el transcurrir de la velada nocturna los efluvios etílicos de la sobremesa descubrieron ciertos detalles de gran interés. Lo que en un principio fueron rumores, al final, desgraciadamente se confirmaron. Varios testigos y testigas coincidieron en que las paradas fueron mucho más frecuentes de lo habitual. Incluso llegaron a un número inusual en los ocho años de historia del grupo. Los caminantes fijos, eventuales y accidentales así lo confirmaron. Continuas paradas, estiramiento del grupo, hasta un asistente que no quiere que se publique su nombre en esta gacetilla manifestó que en algunos descansos se oyeron ronquidos. Así, como suena, ronquidos en un GR. Fue tal el estado de dejación, de descanso, de reflexión somnolienta y quizá de anarquía que hasta hubo voluntarios que jugaron un papel de instigadores para aumentar el ritmo en la marcha. Otros asistentes recordaron que esto no hubiera ocurrido si ciertas personas ausentes hubieran estado. La placidez y el disfrute del camino compensaron la ausencia de marcialidad. Así justificaron los hechos los asistentes.
Hubo momentos en que el máximo jefe, a menudo en posiciones muy avanzadas, se despojó de sus galones y asumió la condición de zapador: transportando piedras para pasar los innumerables torrentes, disponiendo troncos o follaje (¿?) para facilitar el paso. El grupo se seguía estirando y estirando. Y éste fue el motivo para justificar tantas paradas. Que si para juntar a todos, que si se ha de descansar, que si desayunar, comer. Incluso, al parecer, después de la comida surgieron de todas las mochilas tal cantidad de variedades de chocolate que la degustación se prolongó en el tiempo más de lo previsto. Nadie, por cierto, comprobó los efectos libidinosos de tal manjar. Y eso que en el albergue hubo una mujer que atestiguó que “els homes de menys de trenta anys són foc d’encenalls”, para alabar las virtudes de los que ya han superado esta edad.
De vuelta al albergue, después de la cena, apareció lo que faltaba por ver en un GR. Es cierto que en la etapa estuvo la bota de quien todos saben, pero nadie esperaba la sorpresa de la sobremesa. Como recordaréis, el año pasado se consumieron botellas de preparados burbujeantes del Penedès, fruto de una inversión efectuada por un pintor beneficiado por la burbuja inmobiliaria y también un detalle del gran jefe. Pero, según se desprende del análisis de los hechos posteriores, aquellas bebidas eran de baja graduación. En esta ocasión el protagonista fue el whisky. Nuestro estimado Pedro utilizó una potente arma que hace destapar algunas conciencias y pone en acción muchas lenguas. Este plumilla observó cómo el trasiego de vasos, el ir y venir a por latas de fantas y similares fue continuo. Incluso hubo quien solicitó insistentemente cubitos de hielo a la cocina, vasos y más vasos, aparecieron añejos turrones de la temporada pasada, y chocolate y más chocolate. Los líquidos y combinados que echaban al gaznate prolongaron la velada hasta la medianoche. Las virtudes de estos brebajes deben ser tantas que a la mañana siguiente nadie tenía ni agujetas ni mareos, Tampoco se observó por la noche salidas intempestivas hacia los lavabos para efectuar deposiciones o regurgitamientos imprevistos. Las puertas batientes de los lavabos no crujieron, más bien los sonidos nocturnos procedieron de gargantas muy sonoras, y en algunas habitaciones con sonido cuadrafónico.
La mañana siguiente se dedicó a solaz albedrío: compras en Andorra, gente que fue a la catedral a cumplir con sus obligaciones o con su interés artístico, un grupo discutía de corridas (de toros, se entiende), paseos por el canal. En medio de esta dispersión de personal, se produjo una secreta reunión del alto estado mayor del GR. Micrófonos ocultos instalados al efecto grabaron cintas que tratan sobre posibles proyectos e incluso sobre algunos ascensos en la escala de oficiales. Hay ciertos miembros que no paran de hacer meritorios servicios, como si aspiraran a alguna finalidad aún no identificada. No obstante parece ser que pronto la autoridad competente entregará despachos de ascenso a algunos miembros. Sí, miembros. Entre los nuevos proyectos que se trataron en ese cónclave figuran el GR del Moianés y el que va de Barcelona a Montserrat.
Para acabar, destacar que este cronista fue testigo de que el máximo jefe también domina el tema de riesgos laborales y primeros auxilios. Tuvo que efectuar una rápida intervención a la hija de Ramón el pintor y demostró gran agilidad en el traslado de heridos. Por cierto, la niña sufre un pequeño esguince sin mayores consecuencias.
Dicho esto, hasta aquí la crónica de alguien que no fue y se atreve a contarlo. Quienes fueron pueden impugnar esta parrafada o abundar en más detalles sobre la etapa, si se atreven.
El cronista intempestivo
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