Entre razas autóctonas y artes medievales
y contemporáneas
GRmanas y GRmanos:
Sobre cómo el frío también va por dentro – Por qué la línea curva es la tendencia que alarga los GRs – Sobre razas autóctonas en la fila de los récords – sobre polvazos por los caminos – de por qué hubo que pasar por la piedra – sobre cómo el arte y la magia son para grandes minorías.
La meteorología, ciencia, arte o magia, ya dejaba notar su primer ramalazo del próximo invierno. Las señales se veían en la cantidad de fajos y refajos que el respetable público traía consigo a la etapa. Y razones no le faltaban. A pesar de que mirar los termómetros callejeros implica un juego de pronósticos a ver quién acierta o quién la dice más gorda (la temperatura), los apéndices corporales delataban la fría realidad. Ya lo expresó con exactitud nuestro rapsoda cuando dijo que las narices se quedaban como si uno hubiera caído de cara dentro de un congelador. Tal expresiva imagen también se comprobó en el interior del carruaje a motor. Los cristales por dentro estaban helados. Pero, a pesar de los menos bajo cero, allí estábamos, enfilando el norte.
Otros, en otros vuelos
Unos allí y otros cuerpos situados en otras direcciones. Algunos, convalecientes. Ojalá les dure poco la puesta a punto. Otros, más al norte europeo, visitando museos tan “impresionistas” como la fábrica de cervezas Heineken o los “impresionantes” escaparates nocturnos de los que aún quedan en el barrio rojo de Amsterdam; alguna, en donde hay más dineros guardados que chocolates y relojes suizos exportados; y alguien, quizá ya debajo de las aguas del océano Índico, en inmersiones hacia otras realidades. Aunque para otros, otros mundos, como el de esa isla caribeña en que alguien del grupo fue tratado hace poco a cuerpo de alta alcurnia comunista. Y el resto, acercándose a Banyoles y empezando a enfilar la línea curva de una etapa que era una provocación por lo aparentemente corta que se presentaba. ¿Corta? ¿La alargamos?
La curvatura del círculo a pie
Los escasos kilómetros planificados eran una apuesta muy tentadora para ver quién los hace más largos. De entrada, para que se vea que se le da consistencia turística, propuesta de vuelta casi completa al lago de Banyoles a pie. Antes, acercamiento en autobús. Bien planificado. La realidad era que ya había quienes lo habían pateado antes del botellón anterior, otros se atrevieron a dar la vuelta al ruedo entre andarines matinales, paseantes de cánidos y otras especies deportivas. Pasear por la orilla de esta masa de agua es hacerlo entre las brumas matinales que dejan ver cómo se despierta ese cuadro líquido en medio de la llanura. Y se observa que los colores de las señales de los GR también están en el agua a aquellas horas: las corcheras separadoras de los trazados indicadores de piragüistas eran blancos y rojos, como si fuera una provocación para atrevidos caminantes encima del agua. O varias piragüas también blancas y rojas. O quienes por allí circulamos con otra visión del conjunto, distinta a aquella otra parada del pasado botellón, tan bien mojada por dentro.
Ya agrupados, el Club Natació Banyoles congregaba a náuticos diversos, estilizados cuerpos fruto de largas sesiones al lado de aguas tan olímpicas. Pero, antes de completar la vuelta, con ampliación del GR incluida, el personal no sabía que se iba a adentrar en los preparativos de un acontecimiento histórico.
Pollinos Guiness autóctonos
La feria de Sant Martirià, junto con la de Firestany, montaba las estructuras. Un acontecimiento histórico que arranca en 1368 cuando Pere IV concedió el permiso para una feria por donde ahora pasa el GR. La raza autóctona del burro de aquí tenía una cita que querían que fuera un récord. Tenían que poner en fila india, atados, el mayor número de rucs, guaràns de la raza Asinina Catalana. Ya empezaban a llegar a su espacio reservado, pero también se congregaban otras razas de animales de aquí: el cavall cerdà bretó, el pollastre de pota blava del Prat de Llobregat, el gos d’atura y la vaca bruna. Por en medio de animales, la zona no permitía ver marcas pero sí oficios diversos de artesanos, productos alimenticios y bares ambulantes. Había casi de todo menos marcas.
Cuando éstas parecía que asomaban, hubo un grupo que salió en estampida. Se convirtieron en veloces fagocitadores de kilómetros, enfilaron el camino y se tiraron a completar el círculo del lago, incluso pasaron más allá del punto de salida (o de parada del autocar). Mientras, otros oteaban los perfiles, husmeaban, preguntaban, giraban el mapa y llegaban a la conclusión de que era hora de juntarse para la primera parada gastronómica en un alto. Vuelta atrás y subida a lo más encima del llano, a los restos de la ermita del santo del día. El cuentakilómetros indicaba que se habían modificado las distancias iniciales aunque aún casi parecía que la inamovilidad era evidente: se empezó al lado del lago (a 165 metros de altura), se recorrió éste y se come mirándolo al fondo, desde 255 metros de altura. La curva más alargada en una suave subida al mirador de L’Estany. Y aún casi no hemos empezado.
El vuelo del polvo y la sugerencia de la sonda
Desde el mirador el camino sigue por la llanura de la comarca, por en medio de tierras sembradas, masías, granjas, fábricas de piensos, pequeñas urbanizaciones con mansiones incorporadas y esos contrastes que deja ver la luz, entre el rojo terruño y el verde ya mortecino de las pocas plantas que aún hay. Bifurcaciones, cruces, la tranquilidad vuelve y estira las pequeñas comunidades hablantes que trotan. Pronto, Serinyà, pueblo con antepasados prehistóricos que se han convertido en objeto de devoción turística. Muchos escolares infantiles y adultos han pasado por allí: es una mirada atrás desde hoy. La cueva allí al lado y el núcleo antiguo del pueblo, con aspecto de estar cuidado, con la mejor pose para ser retratado por el ojo digital. Por ejemplo, una iglesia apta para subir y ver desde arriba el llano. O pequeños rincones con encanto.
El camino sigue por un entorno de momento bien marcado. No parece tener pérdidas, y eso que ya se avisa de que los momentos de estiramientos deben compensarse también con el encogimiento grupal. No obstante, pequeñas sorpresas siempre las hay. Y más si momentáneas necesidades fisiológicas te obligan a sacar, menear, meter, bajar, subir, limpiar, componer, vestirse. Te retiras y buscas un excusado natural y, cuando pretendes ver a alguien, nada. No queda ni el polvo. Menos mal que hay quienes van en grupo a estos menesteres y buscan consuelos o soluciones en conjunto. Al final, reincorporación al grupo con asomo de una nueva iniciativa para no perder el tiempo ni el grupo: “A la próxima etapa acudiremos sondadas”.
Alguien se extasió con el colorido de la tierra recién arada. El sol iluminaba la hilera continua de surcos y descubría la tierra que antes había estado abajo. Momento que aprovechó quien procede del campo extremeño para impartir una auténtica lección del barbecho y la sementera. Es esa cultura rural de tantos desertores del arado que nos reciclamos hace años en jóvenes urbanitas del extrarradio.
Y también hubo dos de diferente sexo que se internaron en el bosque con motivo de la búsqueda de señales. Al reincorporarse al sendero, la coincidencia hizo que, debido a lo seco del suelo, alguien inocente que los vio proclamara: “¡Qué polvazo!” En realidad, la ausencia de lluvias dejó las placenteras sospechas en sólo suciedad en las zapatillas.
El juego al despiste y el paso por la piedra
Las marcas no parecían verse bien siempre. Y un sujeto se dedicó al juego de la confusión. Amagaba con conducirnos hacia una dirección. Pero casi todos sospechábamos que era la contraria. Al final algunos sesudos observadores no se creyeron los ardides del caminante. Pensaron que en vez de un juego era un cúmulo de errores en la orientación de quien, por otra parte, ha demostrado buen olfato para las señales en otras ocasiones.
En ésas estábamos cuando el camino parecía ir de frente. Encima de una piedra permanecía un pensador profesional que dejaba discurrir el sentido de la búsqueda y captura de la marca auténtica. Antes de que se siguiera el camino incorrecto, levantó sus reales y descubrió que lo que tenía debajo eran las marcas del GR que se debían seguir. “Ahora pasaréis todos por la piedra”, dijo. Y así se hizo.
El tiempo y los kilómetros preconizaban que quedaba poco para el final. Aún no se veían señales de tan histórico y turístico pueblo pero el cielo mostraba curiosos vuelos. Por ejemplo, el de tantas gaviotas en la zona del río Fluvià. Nuestro lobo de mar luego olfateó que estas aves se trasladaban hacia los basureros del interior, como si de auténticas carroñeras se tratase. Otros, a pesar de tantas dioptrías, fueron capaces de enfocar la bifocal al cielo y distinguir algo parecido a parapentes con motor. Iban más altos que las gaviotas y también con más ruido. Cerca había una feria de estos objetos voladores a motor. Y, poco a poco, ya nos aproximábamos al arte medieval recubierto por vivos colores de eso que ahora se llama Arte Contemporáneo, sólo al alcance en su totalidad de algunos iniciados. Del burro tipo raza autóctona íbamos a pasar a otras especies artísticas de altos vuelos.
Besalú, magia, arte y también polvo
A estas alturas de la vida turística, qué decir de este pueblo si no fuera por el asombro del colorido con que vistieron el torreón central de paso del puente. Un buen efecto óptico con cierto ramalazo de arte contemporáneo. El cromatismo moderno que contrasta con lo medieval del pueblo, un lugar con un cementerio donde enterraron maquis, un casco antiguo medieval y mucha magia durante aquel fin de semana.
Antes de refocilarnos con tantas artes, los estómagos pedían una parada y se hizo. El lugar, regentado por foráneos acogidos en un bar llamado “Fórum”, tenía una terraza con mesas protegidas con una buena capa de polvo. Esto sí que era un gran polvazo. La limpieza la hicieron con una de esas bayetas tipo limpiaparabrisas de semáforo que te exige el pago del diezmo. Después, tal arte tenían que hasta excitaron las iras de algunos profesionales degustadores de cerveza. Si en sus países se toma del tiempo o templada, en la patria de tantas razas autóctonas se sirve fría. Y sino, me quejo y se la devuelvo. Y así hicieron.
Los postres, como de costumbre por estas fechas, fueron un buen momento para esquilmar las carteras con loterías variadas. Aunque la suerte aún estaba por llegar, allí al lado había que visitar por enésima vez la población. El arco recubierto provocó recuerdos de esos museos de arte contemporáneos que son la moda. Sitios ansiados por cualquier población que se precie de estar a la última. Cuadros y objetos sólo (in)comprendidos por la selección artificial de las mentes más avispadas. Más allá, el pueblo y la magia.
Aquel fin de semana se inauguraba el I Festival de Magia de Besalú, con cena mágica, espectáculo de serpientes, magia en globo y gran gala nocturna para condecorar al mago de siempre…¿quién? Pues al Màgic Andreu.
Entre tanto, al lado de la iglesia, ojo avizor estaban los del tradicional negocio a pie de calle: “el poder de la tierra, la cabanya dels bruixots del Pirineu, ajos mágicos”. O ese puesto de la echadora de cartas que por 20 euros te adivina lo divino y lo humano, todo con el ritual olor y los adornos al uso. Por las paredes, otra tradición cada vez más autóctona: anuncio del “sopar independentista”.
Visto lo visto, vuelta atrás, acomodo para la siesta de rigor y regreso al punto de partida. La luz del otoño aporta al paisaje pistas para llegar a otra forma de entenderlo. Poco a poco, de tanto usarlo para disfrutar de él, de ese intento por interiorizar campos, naturaleza y luces, recorriéndolo en cuerpo y alma, quizá llegue algún día en que uno se pueda acercar a aquello que dijo Aldous Huxley:
“El hábito convierte los placeres suntuosos en necesidades cotidianas”
Evaristo
Terrassa, 22 de noviembre de 2007
http://afondonatural.blogspot.com
Pasar de lo superficial al fondo no es fácil. Tener buen fondo cuesta. Pero, tranquilos, aquí no se va a tope ni a fondo. Todo con naturalidad.
miércoles, 28 de noviembre de 2007
domingo, 4 de noviembre de 2007
Segunda etapa del GR 1, entre Llampaies y Banyoles
Entre la diversidad de paisajes y la uniformidad de olores
GRmanas y GRmanos:
De cómo los más veteranos no son los más “rodados” – ¿quién buscaba sillas vacías? - sobre caminar a la sombra del Canigó – sobre el rekuerdo (con K) del final, al principio – sobre animales sin efecto Axe –sobre obeliscos vegetales- sobre remos, remadas y ….- de mares interiores en otoño- sobre bodas, botellones y calentones. Sobre poesías encima del agua que hay que pisar.
Cuando parecía que al día siguiente el rugido de la élite de los motores hacía soñar a más de uno con milagros de alta gama, la realidad se acercó hasta la primera parada en forma de un veterano profesional que casi se estrenaba con su vehículo de treinta y siete plazas. No había dudas de que la FIA no andaba detrás de posibles alteraciones técnicas. No era por eso que alguna puerta no se abría, que la marcha atrás parecía no sincronizada o que los botones del tablero casi eran unos desconocidos puestos allí para ser descubiertos sobre la marcha. La apuesta se simbolizó en ese cruce general de dedos para que las sorpresas no fueran más allá que para risa y jerigonza global. La veteranía dice que es un grado pero en esta ocasión pudo más la suerte que la experiencia. No obstante, la experiencia de pasar por tantas manos hace que el grupo andarín acoja cada nueva cara al volante como un bautismo más.
Camino sin sillas
Llampaies, principio hacia el mar Mediterráneo. Llampaies, principio hacia ese mar interior llamado Lago de Banyoles. Dos direcciones contrarias que forman parte del mismo GR, que tienen en común superficies más o menos llanas con montículos, con un final en grandes masas de agua, sean dulces o saladas. Y con otro final común: botellones a la orilla de ambas superficies. En medio, no había las tan buscadas sillas pero sí animales; no se olía a cautivadores y femeninos (se supone) perfumes pero sí a quienes desconocían el humano efecto Axe; no se apreciaban barcas pero sí asfalto en todas direcciones; no había frutas para degustar pero sí campos y más campos con algunas hortalizas bien visibles y bien valladas; no rugían las olas en la orilla pero sí zumbaban tantos y tantos camiones o motores de fin de semana, dejando en medio idílicas masías perturbado su bucolismo campestre por el rugido de veteranos (estos sí) camioneros o por el tubo de escape de tantos y tantos cerdos productores de carnes y derivados olfativos. Sillas, algunas en las masías abiertas; sillares, en los arcos de las más antiguas; sillones, en alguna terraza con abuelos al sol. Pero de las otras sillas, ni rastro.
Recuerdos del final
Entre los 120 metros del nivel del mar del punto de partida hasta los 165 de la llegada a Banyoles, el paisaje sorprendió con pequeños toques de atención para no caer en la monotonía. Muchas barriadas, agrupaciones de casas, masías solas, establecimientos agropecuarios, cruces diversos a carreteras de más o menos solera, un continuo sorteo de caminos bien marcados que también enseñaron nuevas marcas. Hasta aquí llega la brocha del grupo terrassense que ha marcado con señales amarillas y azules la vieja vía romana denominada Vía Augusta. En muchos tramos no deja de ser la referencia más antigua por la que se guiaron para las modernas autopistas o para esa otra vía paralela con nombre de AVE, aunque le cueste iniciar el primer vuelo.
Las ondulaciones del terreno brindaban los tonos ocres de las tierras aradas, con rectos surcos que se perdían en la distancia, si es que antes la lluvia no los había desdibujado. O se alternaban con esos campos de maíz para ser convertido en forraje o triturado para el invierno. Son los contrastes del otoño en unas tierras que se columpian entre el Alt Empordà i el Pla de l’Estany (si miramos el terreno, lo de alto y llano daría pie a más de una tertulia), situadas en medio de cadenas montañosas a lo lejos y, aquí cerca, pequeñas poblaciones como Orriols. Parada y fonda. ¿Dónde? Qué mejor lugar que a la sombra de la pared del viejo cementerio, en un antiguo entorno parecido a una plaza con una calle que va al castillo y otra a la iglesia. Al lado, el cementerio viejo. Y aquí, botas, condumios, cafés y líquidos varios. Son momentos más para disfrutar que no para leer la inscripción que recuerda lo inevitable. Quizá fue escrita por un ácrata de los de la K (“tanka per a l’entrada al cementiri”), pero sus humildes versos debían pretender poner las cosas en su sitio:
No tan sols els vius
Sense memòria es perden,
Vianant
Aquest és el lloc,
Teva és l’ombra
Ressucita ara els teus morts
Versos quizá premonitorios de otro casual encuentro en Banyoles con alguien relacionado con la muerte, un ser andante que guía a vivos y a difuntos, como descubriremos después. Y versos que tienen otra continuación también al final, en Banyoles. Y un tema, éste, que hizo proclamar al escritor ruso Dostowiesky, que “Europa es un cementerio”.
Obeliscos vegetales
La comarca presuntamente llana era una suma de contrastes ondulados. Las suaves lomas dibujaban olas en un terreno amable, o en barbecho, despejado de vegetación en general aunque también protegido por masas boscosas bien cuidadas. Un paseo muy agradable por caminos abiertos unas veces, o amparados otras por muchas encinas. La verticalidad se manifestaba en las boyas metálicas para guardar y distribuir el pienso en las granjas, construcciones metálicas que asomaban y anunciaban que esos animales tan limpios y gustosos se engordaban al lado. Pero, sin duda, eran las viejas encinas las que parecían monumentos vegetales en los patios de algunas masías. Se presentaban en medio de la zona de entrada, rodeadas por cemento y allí entronizadas como la mejor decoración para recibir al posible visitante. Árboles centenarios considerados con el mayor respeto posible, símbolos de muchas generaciones de antepasados que las vieron crecer con esa lentitud propia de algunos vegetales mediterráneos. Herencias que transmiten un gran respeto por la naturaleza y por el trabajo bien hecho. Ellas allí y nosotros aquí, viendo los diferentes rostros del Pla de l’Estany.
Animales en clausura
La zona, una de las más habitadas de Catalunya por animales de granja, ratifica a sus inquilinos por su típico olor. Profundo, de aquellos que no hace falta respirar hondo por si se acaba. No. Permanece con insistencia, sin efectos Axe o disimuladas impregnaciones para hacer oler lo que no es. La alimentación tan industrial diseñada por laboratorios brinda estos resultados. Cerdos en serie, carnes según la fluctuación de la lonja de Bellpuig y uno de esos animales de los que se aprovecha todo. Y también asomaban ya algunas ocas y patos, quizá importados de los vecinos del norte, allí donde su carne es tan habitual como aquí otras. La producción en serie nos alimenta.
Espíritus literarios
Pasadas algunas casas de recreo o de inversión, de las que te hacen imaginar la supuesta opulencia ajena, la llanura permitía ver la sierra Transversal al fondo. Además de tantas antenas como se ven por todos los puntos más altos, destacaba una atalaya literaria. La Mare de Deu del Mont despuntaba como símbolo que permitió a Jacint Verdaguer allí escribir su obra “Canigó”. Se veía al fondo y uno se imaginaba al cura de Folgueroles allí recluido escribiendo versos tan afamados. Es el mismo cura del que también vimos la casa donde murió en aquella etapa que pasaba por Valldoreix. O también, ya de nuevo bajando de las alturas, aquí al lado la imaginación te llevaba a Javier Cercas, a buscar el santuario de El Cullell, donde Sánchez Mazas y los suyos se convirtieron en protagonistas de “Soldados de Salamina”. Una zona ya descubierta al turismo, como muy bien demostraba uno de nuestros andarines, destacado guía de la romería nocturna. Él ya había experimentado en su cuerpo y mente este recorrido, lo que confirma aquella teoría ya expuesta: nombre turístico que cites en un GR, seguro que alguien levanta la mano y dice: “Yo ya estuve allí”.
Cerca, Banyoles
La llanura cercana a esta población brindaba de nuevo ese paisaje que parece una transición antes de entrar en zona volcánica propiamente dicha. Los campos de al lado acababan en Banyoles, una vez franqueada la carretera de Girona a Olot. Entrar en esta población, famosa por tristes exposiciones de humanos disecados y apergaminados, es también observar esa realidad de mezclas de razas y de personas, de convivencia diversa y tranquila entre gentes de muchos lugares. Como las calles desconcertaban, uno va y pregunta a quien iba bien vestido repartiendo sospechosos papeles. Se le veía muy habituado a tratar con los vivos. Sus indicaciones fueron muy completas y precisas. Pero, por lo que llevaba, también conocía muy a fondo el “Polvo eres”: era un operario de la funeraria que repartía recordatorios de un entierro. De aquellos cementerios pasamos a la antesala de lo que nos espera.
Y, al lado del lago, ya nos esperaban quienes ya lo habían pateado porque el veterano conductor los había trasladado aquí. Aunque sólo hicieron la mitad del GR, seguro que la espectacularidad de la masa líquida les obligó a recorrerlo a pie.
Botellones, remos, calentones y celebraciones
La sede de las pruebas de remo y piragüismo de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 estaba espléndida. La superficie lacustre parecía un gran mar de los de tierra adentro, con sus pesqueras, con esas pequeñas edificaciones que parecían flotar encima del agua, barcos de paseo y otros deportivos, de esos de remar. La tranquilidad imbuía un ambiente otoñal: plataneros y otros árboles de ribera que rodean el lago, ya con los colores ocres y amarillos de las hojas, ya con sus ramas cimbreadas por el aire. Mientras el agua y el botellón mojaban exteriores e interiores, allí sentados se podían apreciar esas fotos hechas aquí por Navia, de las que decoran artísticos calendarios de pared: en un momento dado la brisa provocó la caída de mortecinas hojas sobre el agua de la orilla, mientras al fondo los patos y las gaviotas se dejaban mecer por las suaves olas del agua y, en medio, algunas piraguas se abrían paso a base de mover los remos. Estampas que permanecen en la retina como auténticas combinaciones paisajísticas, parecidas a las que los pintores de la escuela de Olot recogen en sus cuadros.
Mientras el lago se ofrecía tal cual, la doble fila de cansados y hambrientos andarines se dedicaba al agradable arte del comer y del beber. Al lado de un cartel con prohibiciones varias, se consumó la alimentación a pesar de estar fuera de la ley. Neveras desplegadas, bebidas frías y condumios varios. A los postres, sorpresa y agradecimientos al padre (y ya suegro), al marido, a Marta y a Martí (que no haya malos pensamientos como si los dúos ya fueran tríos). Qué detalle la invitación a tarta y a Martí Sardà, el excelente cava que sirvió para animar posteriores elucubraciones relacionadas con el calentamiento global. Nuestro compañero de caminos y su hermano nos deleitaron con esas burbujas tan celebradas.
Claro que la subida del nivel alcohólico les sirvió a ciertas personas para contemplar con otros ojos a quienes se afanaban en fortalecerse con los dos remos. Aquéllos allá moviendo esas dos extremidades artificiales en el agua y ese reducido colectivo, a la orilla, entregándose a ensoñaciones fruto no de la inocencia de la edad. Llegaron a imaginarse qué hacer con terceros remos en las piraguas, cómo manejar este último y cuál sería el manual de instrucciones para elucubraciones más que eróticas: remo, remada y…
Pero no todo quedó ahí a la orilla. De nuevo en el autocar, acomodados los cuerpos a los duros respaldos, la imaginación de las burbujas siguió trabajando y produciendo piezas insinuantes de alto calibre, hasta que el sueño reparador situó las lenguas en su sitio y el cerebro al ralentí.
En la orilla del lago, a nivel del agua, también estaba presente la poesía. No se asemejaba a la de aquel cementerio de Orriols, ni a la de “Canigó”. Eran unos versos que se pisaban. No quedaba más remedio. Para acceder a la Oficina de Turismo de Banyoles la sorpresa era un paso con el agua debajo y un vidrio que había que traspasar, el cual te brindaba la posibilidad de ver, leer y pensar en un halago más a este lago para recordar:
Cada color del mon
se t’encomana, estany,
cal.lidoscopi cristal.lí
blau cel del cel
en pau i blaumarí
quan et xarbota
un cop de tramontana,
tens segon com,
foscors de serralada
o bé t’imagines
del gris blanqiinós
dels núvols
i tot d’una et fos verd
si presagies
la tamborinada
J.N. Santaeululàlia
2006
Evaristo
Terrassa, 25 de octubre de 2007
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GRmanas y GRmanos:
De cómo los más veteranos no son los más “rodados” – ¿quién buscaba sillas vacías? - sobre caminar a la sombra del Canigó – sobre el rekuerdo (con K) del final, al principio – sobre animales sin efecto Axe –sobre obeliscos vegetales- sobre remos, remadas y ….- de mares interiores en otoño- sobre bodas, botellones y calentones. Sobre poesías encima del agua que hay que pisar.
Cuando parecía que al día siguiente el rugido de la élite de los motores hacía soñar a más de uno con milagros de alta gama, la realidad se acercó hasta la primera parada en forma de un veterano profesional que casi se estrenaba con su vehículo de treinta y siete plazas. No había dudas de que la FIA no andaba detrás de posibles alteraciones técnicas. No era por eso que alguna puerta no se abría, que la marcha atrás parecía no sincronizada o que los botones del tablero casi eran unos desconocidos puestos allí para ser descubiertos sobre la marcha. La apuesta se simbolizó en ese cruce general de dedos para que las sorpresas no fueran más allá que para risa y jerigonza global. La veteranía dice que es un grado pero en esta ocasión pudo más la suerte que la experiencia. No obstante, la experiencia de pasar por tantas manos hace que el grupo andarín acoja cada nueva cara al volante como un bautismo más.
Camino sin sillas
Llampaies, principio hacia el mar Mediterráneo. Llampaies, principio hacia ese mar interior llamado Lago de Banyoles. Dos direcciones contrarias que forman parte del mismo GR, que tienen en común superficies más o menos llanas con montículos, con un final en grandes masas de agua, sean dulces o saladas. Y con otro final común: botellones a la orilla de ambas superficies. En medio, no había las tan buscadas sillas pero sí animales; no se olía a cautivadores y femeninos (se supone) perfumes pero sí a quienes desconocían el humano efecto Axe; no se apreciaban barcas pero sí asfalto en todas direcciones; no había frutas para degustar pero sí campos y más campos con algunas hortalizas bien visibles y bien valladas; no rugían las olas en la orilla pero sí zumbaban tantos y tantos camiones o motores de fin de semana, dejando en medio idílicas masías perturbado su bucolismo campestre por el rugido de veteranos (estos sí) camioneros o por el tubo de escape de tantos y tantos cerdos productores de carnes y derivados olfativos. Sillas, algunas en las masías abiertas; sillares, en los arcos de las más antiguas; sillones, en alguna terraza con abuelos al sol. Pero de las otras sillas, ni rastro.
Recuerdos del final
Entre los 120 metros del nivel del mar del punto de partida hasta los 165 de la llegada a Banyoles, el paisaje sorprendió con pequeños toques de atención para no caer en la monotonía. Muchas barriadas, agrupaciones de casas, masías solas, establecimientos agropecuarios, cruces diversos a carreteras de más o menos solera, un continuo sorteo de caminos bien marcados que también enseñaron nuevas marcas. Hasta aquí llega la brocha del grupo terrassense que ha marcado con señales amarillas y azules la vieja vía romana denominada Vía Augusta. En muchos tramos no deja de ser la referencia más antigua por la que se guiaron para las modernas autopistas o para esa otra vía paralela con nombre de AVE, aunque le cueste iniciar el primer vuelo.
Las ondulaciones del terreno brindaban los tonos ocres de las tierras aradas, con rectos surcos que se perdían en la distancia, si es que antes la lluvia no los había desdibujado. O se alternaban con esos campos de maíz para ser convertido en forraje o triturado para el invierno. Son los contrastes del otoño en unas tierras que se columpian entre el Alt Empordà i el Pla de l’Estany (si miramos el terreno, lo de alto y llano daría pie a más de una tertulia), situadas en medio de cadenas montañosas a lo lejos y, aquí cerca, pequeñas poblaciones como Orriols. Parada y fonda. ¿Dónde? Qué mejor lugar que a la sombra de la pared del viejo cementerio, en un antiguo entorno parecido a una plaza con una calle que va al castillo y otra a la iglesia. Al lado, el cementerio viejo. Y aquí, botas, condumios, cafés y líquidos varios. Son momentos más para disfrutar que no para leer la inscripción que recuerda lo inevitable. Quizá fue escrita por un ácrata de los de la K (“tanka per a l’entrada al cementiri”), pero sus humildes versos debían pretender poner las cosas en su sitio:
No tan sols els vius
Sense memòria es perden,
Vianant
Aquest és el lloc,
Teva és l’ombra
Ressucita ara els teus morts
Versos quizá premonitorios de otro casual encuentro en Banyoles con alguien relacionado con la muerte, un ser andante que guía a vivos y a difuntos, como descubriremos después. Y versos que tienen otra continuación también al final, en Banyoles. Y un tema, éste, que hizo proclamar al escritor ruso Dostowiesky, que “Europa es un cementerio”.
Obeliscos vegetales
La comarca presuntamente llana era una suma de contrastes ondulados. Las suaves lomas dibujaban olas en un terreno amable, o en barbecho, despejado de vegetación en general aunque también protegido por masas boscosas bien cuidadas. Un paseo muy agradable por caminos abiertos unas veces, o amparados otras por muchas encinas. La verticalidad se manifestaba en las boyas metálicas para guardar y distribuir el pienso en las granjas, construcciones metálicas que asomaban y anunciaban que esos animales tan limpios y gustosos se engordaban al lado. Pero, sin duda, eran las viejas encinas las que parecían monumentos vegetales en los patios de algunas masías. Se presentaban en medio de la zona de entrada, rodeadas por cemento y allí entronizadas como la mejor decoración para recibir al posible visitante. Árboles centenarios considerados con el mayor respeto posible, símbolos de muchas generaciones de antepasados que las vieron crecer con esa lentitud propia de algunos vegetales mediterráneos. Herencias que transmiten un gran respeto por la naturaleza y por el trabajo bien hecho. Ellas allí y nosotros aquí, viendo los diferentes rostros del Pla de l’Estany.
Animales en clausura
La zona, una de las más habitadas de Catalunya por animales de granja, ratifica a sus inquilinos por su típico olor. Profundo, de aquellos que no hace falta respirar hondo por si se acaba. No. Permanece con insistencia, sin efectos Axe o disimuladas impregnaciones para hacer oler lo que no es. La alimentación tan industrial diseñada por laboratorios brinda estos resultados. Cerdos en serie, carnes según la fluctuación de la lonja de Bellpuig y uno de esos animales de los que se aprovecha todo. Y también asomaban ya algunas ocas y patos, quizá importados de los vecinos del norte, allí donde su carne es tan habitual como aquí otras. La producción en serie nos alimenta.
Espíritus literarios
Pasadas algunas casas de recreo o de inversión, de las que te hacen imaginar la supuesta opulencia ajena, la llanura permitía ver la sierra Transversal al fondo. Además de tantas antenas como se ven por todos los puntos más altos, destacaba una atalaya literaria. La Mare de Deu del Mont despuntaba como símbolo que permitió a Jacint Verdaguer allí escribir su obra “Canigó”. Se veía al fondo y uno se imaginaba al cura de Folgueroles allí recluido escribiendo versos tan afamados. Es el mismo cura del que también vimos la casa donde murió en aquella etapa que pasaba por Valldoreix. O también, ya de nuevo bajando de las alturas, aquí al lado la imaginación te llevaba a Javier Cercas, a buscar el santuario de El Cullell, donde Sánchez Mazas y los suyos se convirtieron en protagonistas de “Soldados de Salamina”. Una zona ya descubierta al turismo, como muy bien demostraba uno de nuestros andarines, destacado guía de la romería nocturna. Él ya había experimentado en su cuerpo y mente este recorrido, lo que confirma aquella teoría ya expuesta: nombre turístico que cites en un GR, seguro que alguien levanta la mano y dice: “Yo ya estuve allí”.
Cerca, Banyoles
La llanura cercana a esta población brindaba de nuevo ese paisaje que parece una transición antes de entrar en zona volcánica propiamente dicha. Los campos de al lado acababan en Banyoles, una vez franqueada la carretera de Girona a Olot. Entrar en esta población, famosa por tristes exposiciones de humanos disecados y apergaminados, es también observar esa realidad de mezclas de razas y de personas, de convivencia diversa y tranquila entre gentes de muchos lugares. Como las calles desconcertaban, uno va y pregunta a quien iba bien vestido repartiendo sospechosos papeles. Se le veía muy habituado a tratar con los vivos. Sus indicaciones fueron muy completas y precisas. Pero, por lo que llevaba, también conocía muy a fondo el “Polvo eres”: era un operario de la funeraria que repartía recordatorios de un entierro. De aquellos cementerios pasamos a la antesala de lo que nos espera.
Y, al lado del lago, ya nos esperaban quienes ya lo habían pateado porque el veterano conductor los había trasladado aquí. Aunque sólo hicieron la mitad del GR, seguro que la espectacularidad de la masa líquida les obligó a recorrerlo a pie.
Botellones, remos, calentones y celebraciones
La sede de las pruebas de remo y piragüismo de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 estaba espléndida. La superficie lacustre parecía un gran mar de los de tierra adentro, con sus pesqueras, con esas pequeñas edificaciones que parecían flotar encima del agua, barcos de paseo y otros deportivos, de esos de remar. La tranquilidad imbuía un ambiente otoñal: plataneros y otros árboles de ribera que rodean el lago, ya con los colores ocres y amarillos de las hojas, ya con sus ramas cimbreadas por el aire. Mientras el agua y el botellón mojaban exteriores e interiores, allí sentados se podían apreciar esas fotos hechas aquí por Navia, de las que decoran artísticos calendarios de pared: en un momento dado la brisa provocó la caída de mortecinas hojas sobre el agua de la orilla, mientras al fondo los patos y las gaviotas se dejaban mecer por las suaves olas del agua y, en medio, algunas piraguas se abrían paso a base de mover los remos. Estampas que permanecen en la retina como auténticas combinaciones paisajísticas, parecidas a las que los pintores de la escuela de Olot recogen en sus cuadros.
Mientras el lago se ofrecía tal cual, la doble fila de cansados y hambrientos andarines se dedicaba al agradable arte del comer y del beber. Al lado de un cartel con prohibiciones varias, se consumó la alimentación a pesar de estar fuera de la ley. Neveras desplegadas, bebidas frías y condumios varios. A los postres, sorpresa y agradecimientos al padre (y ya suegro), al marido, a Marta y a Martí (que no haya malos pensamientos como si los dúos ya fueran tríos). Qué detalle la invitación a tarta y a Martí Sardà, el excelente cava que sirvió para animar posteriores elucubraciones relacionadas con el calentamiento global. Nuestro compañero de caminos y su hermano nos deleitaron con esas burbujas tan celebradas.
Claro que la subida del nivel alcohólico les sirvió a ciertas personas para contemplar con otros ojos a quienes se afanaban en fortalecerse con los dos remos. Aquéllos allá moviendo esas dos extremidades artificiales en el agua y ese reducido colectivo, a la orilla, entregándose a ensoñaciones fruto no de la inocencia de la edad. Llegaron a imaginarse qué hacer con terceros remos en las piraguas, cómo manejar este último y cuál sería el manual de instrucciones para elucubraciones más que eróticas: remo, remada y…
Pero no todo quedó ahí a la orilla. De nuevo en el autocar, acomodados los cuerpos a los duros respaldos, la imaginación de las burbujas siguió trabajando y produciendo piezas insinuantes de alto calibre, hasta que el sueño reparador situó las lenguas en su sitio y el cerebro al ralentí.
En la orilla del lago, a nivel del agua, también estaba presente la poesía. No se asemejaba a la de aquel cementerio de Orriols, ni a la de “Canigó”. Eran unos versos que se pisaban. No quedaba más remedio. Para acceder a la Oficina de Turismo de Banyoles la sorpresa era un paso con el agua debajo y un vidrio que había que traspasar, el cual te brindaba la posibilidad de ver, leer y pensar en un halago más a este lago para recordar:
Cada color del mon
se t’encomana, estany,
cal.lidoscopi cristal.lí
blau cel del cel
en pau i blaumarí
quan et xarbota
un cop de tramontana,
tens segon com,
foscors de serralada
o bé t’imagines
del gris blanqiinós
dels núvols
i tot d’una et fos verd
si presagies
la tamborinada
J.N. Santaeululàlia
2006
Evaristo
Terrassa, 25 de octubre de 2007
http://afondonatural.blogspot.com
viernes, 12 de octubre de 2007
Romería 2007: ambiente juvenil y Salesiano
Pero, ¿realmente funciona el mundo por la noche cuando, aparentemente, parece que casi está parado o va al ralentí? Por supuesto que no es una pregunta para noctámbulos, trabajadores nocturnos y otras especies varias de esas que se refugian en la oscuridad para verse menos y ser vistos con otra apariencia. Y sí es una cuestión como para plantearse de vez en cuando, en esos momentos en que los párpados se entornan a medianoche y se olvidan hasta de su existencia.
Una vez al año, por lo menos, un colectivo de personas intentan perpetuar una tradición casi milenaria y recorrer una prudente distancia que les sitúe al día siguiente allá arriba, en Montserrat. Todo de noche, funcionando con nocturnidad, descubriendo otra forma de discurrir el tiempo cuando el cuerpo pide reposo a unas horas y despertarse a otras. Pero no. El camino está ahí, el final allá y, en medio, esas luces serpenteantes que transforman las sombras en formas fugaces por breves momentos. Unas 170 personas acudieron este año a la convocatoria para ir a pie. Cerca de 400, para subir al día siguiente en autocar.
Preparativos y trabajos
Las casualidades y la suerte siempre juegan algunas cartas de la partida pero la mayoría se las rifan la preparación, los contactos, el trabajo y, sobre todo, la ilusión. Ganar o perder, el éxito o el fracaso llegan al final, cuando haces recuento y tu balanza personal se decanta por un lado u otro. En este caso, ganadores fueron todas las personas que participaron en una labor que, como cada año, se inicia en el mes de junio. La realidad demuestra que la perfección no se debe dar con frecuencia pero, en este caso, se pone encima de la mesa y la organización primero se mira en sus posibles errores. Luego, se proyecta más allá y establece unas metas a superar.
Junto a la Federació de Cristians de Terrassa, grupo Avant, ese reducido grupo de GRMANIA (casi siempre los mismos, ¡y mira que se agradecería ser más!: total, es una noche de tu vida dedicada a esta causa) Ambos celebran las reuniones de junio y de septiembre. Redactan y revisan el programa de la romería a pie (en este caso específico). Pero también cargan el equipo de transmisiones, “afeitan” las zarzas, recorren el camino varias veces, contactan con el bar de Vacarisses para que esté abierto ese día, gestionan la presencia de los Mossos d’Esquadra, Policía Municipal, Creu Roja; colocan tablones en las rieras, distribuyen cintas en puntos confusos, se sitúan en la marcha, se quedan en zonas difíciles, aguantan la presión de los que quieren pasar a los de cabeza, atienden a quienes se quedan atrás porque van mal, evitan que no se produzcan cortes en el grupo, animan a quien lo necesita, hablan con todos, ayudan a repartir el desayuno a la llegada, distribuyen las personas en el autocar de vuelta.... Y evalúan mejoras para la romería del año que viene. Carmen, Cati, Ana, Jaume, Paco García, Carlos, Pepe, Cesc y el que escribe fueron el equipo habitual (Fina no pudo asistir por problemas en el pie pero estuvo como eficaz soporte y colocadora de distintivos a la salida), junto a la inestimable ayuda de Jesús y Josep. Y qué decir del muy eficaz trabajo de la Policía Municipal de Terrassa para salir de la ciudad, de Mossos d’Esquadra para atravesar la carretera de Manresa, de Creu Roja como acompañantes durante todo el camino, de la Policía Municipal de Vacarisses en la estación. O cómo agradecer a la meteorología el trato que nos dispensó: días antes nos había mojado los caminos para que no se levantara polvo y la lluvia excusó su presencia durante todo el recorrido. Parece de broma pero esta enumeración da fe de lo que supone la romería a pie. Y cada año. Con éste, ya son cinco de colaboración. Y más que vendrán.
Inicios
Debajo de la figura de Don Bosco, dentro del colegio de Salesians de Terrassa, se situó el punto de acreditaciones. O sea, de pagar, recoger el justificante del desayuno y autocar y el foulard. Allá arriba, él implorando la juventud, desde una placa. Abajo, cerca, la exposición de Salesians con motivo del 50 aniversario del centro educativo. Un recuerdo en los primeros paneles para Don Rómulo Piñol, salesiano que estuvo diez años en Terrassa, fundador de las Escuelas Salesianas de FP de la ciudad y de la parroquia Maria Auxiliadora. Al lado, a la entrada, venta de la camiseta azul conmemorativa con la palabra JUNTS a gran tamaño. En eso estábamos también nosotros, en juntarnos para emprender la marcha.
Poco a poco el personal iba llenando la estancia, la iglesia y la calle. Alegría, saludos, preparativos y observación de la indumentaria. Bastaba una mirada de arriba abajo para hacerse una primera impresión. Arriba, anudado al cuello, el foulard conmemorativo. La distinción marca de la casa, el símbolo de reconocimiento para no perderse, el recuerdo. Abajo, el calzado. Resultaba curiosa la observación a un nivel tan bajo. Como la juventud abundaba, sus hábitos se repetían. Por ejemplo, las típicas zapatillas de tenis lisas se preparaban para afrontar un terreno distinto al asfalto (mientras, la organización se imaginaba lo peor en las subidas). Una joven con botas de caña, de las de lucir el tipo. Relucientes marcas que salían de su ámbito, del espejismo adolescente, para comprobar su agarre en subidas escarpadas. O esas mochilas escolares con uso montañero ahora. Y palos de caminar. Bastantes. También muchas personas diseminadas por los alrededores en un ambiente distendido y jovial.
La misa convocó a bastantes parroquianos, pero no a todos. A la hora de finalizar las plegarias, hubo que invitar a entrar al público para que Jaume recordara las normas de la romería. Eran tantos que no cabían en la iglesia. Fuera, más gente y los dos vehículos de la Guardia Urbana. Con puntualidad no británica y sí hispana se inició la marcha. El tradicional toque de silbato de la organización y el coche policial ponía los imaginarios cronómetros a cero. La romería acababa de comenzar.
Primer tramo hasta la cena
El primer tramo transcurría por asfalto puro y duro. La fila empezaba a estirarse, eso sí, respetando las aceras y dando escaso trabajo a las autoridades policiales. Orden y concierto. Respeto a los espacios habilitados para caminar. Hasta que las casas dieron paso al camino propiamente dicho. El suelo estaba mojado pero, aún así, las suelas mantenían las figuras erguidas aunque en bastantes ocasiones paradas o a marcha lenta. Los estrechamientos de las sendas obligaron al paso de uno en uno, con lo que las retenciones parecían las habituales en hora punta. La primera sorpresa llegó con una pequeña pero pronunciada bajada y subida zigzagueante. El olfato de los dos miembros de Cruz Roja les situó en los puntos más resbaladizos. Sus manos aportaron seguridad y ayuda a romeros y romeras. Ganada altura de nuevo, pronto empezaron a oírse los vehículos de la carretera a Manresa. Mientras, la organización se comunicaba por medio de los cuatro walkis. En el ambiente flotaba la incógnita de si los Mossos d’Esquadra ya nos esperaban en la habitual curva peligrosa, un tramo difícil de tres carriles con un incesante goteo de coches y camiones de la basura que iban a descargar a Coll Cardús. Los Mossos avisaron que ya venían y llegaron a la hora justa. Antes de verlos, la subida del Molinot exigía vigilancia hacia la vegetación. El “afeitado” de este año fue suficiente pero ya se prevé un buen rasurado para el próximo.
El paso viario fue muy seguro gracias a la policía autonómica, a la que no nos cansaremos de agradecer sus servicios a estas horas. Un buen despliegue de coches. No marcharon hasta que la última persona no abandonó el tramo de carretera por donde va la romería. Después, subida hacia la tradicional sorpresa de cada año, la hora de la cena en los alrededores de la Masia Donadeu. ¿Qué ocurriría esta vez?
El capítulo de este año
Encima del túnel de Coll Cardús existe un complejo de restauración que cada vez parece mayor y mejor iluminado, señal que el negocio debe ir viento en popa. El camino de la romería pasa por las dos zonas de aparcamiento y este punto es el tradicional espacio para cenar sobre la una de la madrugada. Parece evidente que una romería casi milenaria debió pasar por esta zona mucho antes que se hiciera la casa original de la mansión actual. Por tanto, se deduce que los derechos de paso son centenarios. Pues bien, el equipo gestor o responsable del negocio se entretiene cada año en poner trabas para no parar. Perturban la romería y a sus responsables con objeciones dichas a veces con educación y otras con prepotencia. Algún año hubo amenazas con la policía por invadir un patio ajardinado. La propiedad privada manda, amigo Sancho, aunque en aquella ocasión se reconociera el desliz y se asegurara que todo quedaría limpio al acabar. Otro año dejaron caer molestias varias. El año pasado la romería debió ser muy atractiva para algunos trajeados invitados a una boda. Mientras los romeros cenaban, algunos concelebrantes paseaban sus atuendos y asentaban sus condumios y efluvios etílicos por entre quienes cenaban bocadillos sentados en el suelo. Incluso se interesaban por nuestroobjetivos. Parecíamos ser para ellos un reclamo turístico más o una curiosidad de la que hablar, antes de volver al interior y seguir la fiesta. ¿Y este año?
Uno, que por una vez no fue centro de quejas, intentará reproducir la conversación que hubo entre dos responsables y algunos responsables de la organización de la romería. Como siempre, alegaron invasión de una propiedad privada al hecho de sentarse al borde del camino de paso (público, se supone) o en un aparcamiento vacío. Parece que olvidan la historia de la romería. Su supuesta capacidad disuasoria y de convencimiento les llevó a utilizar la segunda tanda de estrategias oratorias. Atacaron con un argumento demoledor: “¿Qué creéis vosotros que pensaría el padre de la novia si ahora se asomara al balcón del restaurante y os viera a todos aquí, con la imagen que nos creáis?” La mente de los escuchantes había quedado dinamitada con tan sólidos razonamientos. Con esta estrategia pensaban convencer a unos romeros que iban a estar unos veinte minutos allí sentados, sin perturbar a nadie y recogiendo cada uno los restos de sus condumios. Mientras, algunos miraban si alguien asomaba al balcón nupcial y ponía mala cara por ver tal paisaje humano, a modo de extras de una película que no has contratado para tu boda. No. No salió el padre de la novia. Cuando las mentes de los representantes de la Masia Donadeu ya no debían producir más sólidas líneas argumentales, un miembro de la organización de la romería les lanzó un reto para el que sólo tuvieron la callada por respuesta: “¿De verdad que alguien de la boda se les ha quejado a ustedes de que unos romeros estén aquí abajo, cenando unos bocadillos mientras hacen un alto en el camino hacia Montserrat?”
El año que viene, siguiente capítulo de las tribulaciones de unos caminantes que hacen una parada en los entornos de www.masiadonadeu.com . Observad su imagen publicitaria en la web, con sus bellos interiores, y contrastadla con la imagen real que ofrecen a la romería de Terrassa a Montserrat.
Hacia Vacarisses
Este tramo permite ver el final y más cosas. Las luces del aparcamiento montserratino (otro buen negocio, por lo que se ve) dejaban entrever la silueta de unas montañas aún poco definidas. La casi ausencia de la luz lunar obligó aún más a seguir a quien va delante: a las linternas y frontales. Los agrupamientos continuos aportaban seguridad a la marcha y compañía en medio de la oscuridad de la noche. La extrema juventud de muchos romeros transmitía ganas de caminar. El jolgorio, las bromas, el lenguaje o la jerga propia de la edad daban vida al paso de las horas y a las evidentes señales de estar haciendo algo que no es habitual a esas horas tan soñadoras. Las preguntas típicas de “¿cuándo llegamos?” sonaban a cantinela escolar. O las aseveraciones de que nunca más volveré a venir, o tengo hambre, sed o dónde hay un lavabo por aquí. Ya ni las modernas orejas, o sea, los auriculares metidos hasta los tímpanos, alegraban el supuesto aburrimiento adolescente del paso de las horas caminando. Pero pronto llegó la estación de Vacarisses. Bar, parada y fonda. No estábamos solos. Nuestros acompañantes de otros años, los de Sabadell, que también se dirigen a Montserrat, allí estaban. Cómo no, el bar abierto ante la segura posibilidad de hacer más caja esta noche que durante muchos días.
Las luces azules destellantes anunciaban la presencia de la policía municipal de Vacarisses. Eran personas conocidas que acudían porque un vecino les había llamado a esas horas “porque había gente que hacía mucho ruido”. Cómo no, hablar sin cantar, comentar sin ensordecer, pasar no en silencio. Hasta llegar a este punto de avituallamiento voluntario y opcional sin ser monjes de clausura que tienen un día de asueto. Mientras, la organización estaba preocupada porque no hubiera mezclas “anti natura” entre romeros de Sabadell y Terrassa. Al poco rato, primero partieron los de Sabadell y luego el resto.
Montserrat, cada vez más cerca
Se veía cada vez mejor. Aún era de noche pero la fresca humedad delataba que el día no tardaría en llegar. Por este tramo, orden y concierto, músicas del tipo “Tres cascabeles lleva mi caballo” que sonaban por los walkis, y otras que martilleaban los oídos poco despiertos de juventud muy joven. En este tramo ya se veía que en las últimas filas alguien renqueaba o se escoraba hacia un lado. Paso lento, un palo cualquiera que funcionaba como bastón, la linterna ya sin pilas, pasos cortos y muy estudiados, las ganas de llegar a Monistrol y subir en el tren cremallera. Sólo fue una persona, el resto, sin problemas seguía su marcha. Montserrat ya se veía y el cielo se vestía de amanecer. Cruzado el Llobregat, Monistrol significó una bocanada de olor a pan recién hecho que despedía un horno. Un buen aroma antes de efectuar la habitual parada de la plaza para animar al personal y atacar el tramo final, ése que te eleva y que te muestra el espectáculo del amanecer, de formarse un nuevo día (y van….mirad el DNI).
Las últimas casas del pueblo poco a poco pasan de verse al lado a quedar allá al fondo. A medida que el esfuerzo crece, el paisaje se abre y el día viene. Son pocas curvas las de fuerte subida. El final de cada una es un fotograma más amplio de esa película que es ver la realidad matinal cada vez más arriba. El camino de la Matagalls-Montserrat, no por más conocido es menos sorprendente. Por aquí han pasado muchos estados de ánimo, fuerzas muy justas o casi inexistentes, lamentos, excesos de energía y de atletismo, heridas y ampollas varias, ilusión por rebajar unos minutos, ganas de conseguir el reto. Como el de algunas personas que no pensaban llegar ni a Monistrol. Ella tenía asma y le había dicho a su hijo que no sería capaz de subir a Montserrat andando. Él decía haber hecho muchas y largas caminatas, pero aquí le sobrevino una bajada de fuerzas. Ella iba lenta pero andaba. Él no podía. Tuvo que pararse varias veces. Ni la glucosa le sentó bien. Vomitó y esperó convencido de que su cuerpo le funciona a veces así pero no le impedirá llegar arriba. Ella se esfuerza y sueña con llamar a su hijo desde arriba. Pero aún no lo tiene claro. Su marido, a su lado, la anima. Él ha quedado más abajo. Se recupera con tranquilidad y hace ver que “sus pájaras” tienen esos vuelos. Ella y su acompañante siguen poco a poco. Mientras, los últimos de la organización les aseguran a ambos que no les dejarán solos. Que subirán todos. Él se reincopora al objetivo final y sube por territorio muy conocido. Ella ya lo tiene claro, tanto que ve el monasterio, se le llena la cara de alegría y se hacen una foto. Qué mejor paisaje para ello. Las últimas escaleras te brindan una barandilla y unas vistas únicas. Son las ocho de la mañana con las cortinas de nieblas que dibujan un paisaje de brumas. El sol parece estar justo encima de donde estuvimos cenando y sintiendo curiosos razonamientos. Su rojizo color parece desdibujado por dos líneas blancas de niebla. El río Llobregat está muy abajo, con una carretera aún tranquila. Fotos, muchas fotos en un momento en que el desayuno y el descanso final esperan a tantas personas como consiguieron su objetivo.
Atrás quedaron las preocupaciones organizativas, los esfuerzos, la tensión propia del camino con tantas personas, el funcionamiento en una noche camino de Montserrat. Y también el grato recuerdo de tantos padres, alumnos y profesores Salesianos que se implicaron muy activamente. Muchos jóvenes. Los mismos a los que se debió dirigir Don Bosco en la placa de su colegio de Terrassa, con aquella frase que los recuerda así:
“Us estimo perquè sou joves”
Evaristo
Terrassa, 12 de octubre de 2007
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Una vez al año, por lo menos, un colectivo de personas intentan perpetuar una tradición casi milenaria y recorrer una prudente distancia que les sitúe al día siguiente allá arriba, en Montserrat. Todo de noche, funcionando con nocturnidad, descubriendo otra forma de discurrir el tiempo cuando el cuerpo pide reposo a unas horas y despertarse a otras. Pero no. El camino está ahí, el final allá y, en medio, esas luces serpenteantes que transforman las sombras en formas fugaces por breves momentos. Unas 170 personas acudieron este año a la convocatoria para ir a pie. Cerca de 400, para subir al día siguiente en autocar.
Preparativos y trabajos
Las casualidades y la suerte siempre juegan algunas cartas de la partida pero la mayoría se las rifan la preparación, los contactos, el trabajo y, sobre todo, la ilusión. Ganar o perder, el éxito o el fracaso llegan al final, cuando haces recuento y tu balanza personal se decanta por un lado u otro. En este caso, ganadores fueron todas las personas que participaron en una labor que, como cada año, se inicia en el mes de junio. La realidad demuestra que la perfección no se debe dar con frecuencia pero, en este caso, se pone encima de la mesa y la organización primero se mira en sus posibles errores. Luego, se proyecta más allá y establece unas metas a superar.
Junto a la Federació de Cristians de Terrassa, grupo Avant, ese reducido grupo de GRMANIA (casi siempre los mismos, ¡y mira que se agradecería ser más!: total, es una noche de tu vida dedicada a esta causa) Ambos celebran las reuniones de junio y de septiembre. Redactan y revisan el programa de la romería a pie (en este caso específico). Pero también cargan el equipo de transmisiones, “afeitan” las zarzas, recorren el camino varias veces, contactan con el bar de Vacarisses para que esté abierto ese día, gestionan la presencia de los Mossos d’Esquadra, Policía Municipal, Creu Roja; colocan tablones en las rieras, distribuyen cintas en puntos confusos, se sitúan en la marcha, se quedan en zonas difíciles, aguantan la presión de los que quieren pasar a los de cabeza, atienden a quienes se quedan atrás porque van mal, evitan que no se produzcan cortes en el grupo, animan a quien lo necesita, hablan con todos, ayudan a repartir el desayuno a la llegada, distribuyen las personas en el autocar de vuelta.... Y evalúan mejoras para la romería del año que viene. Carmen, Cati, Ana, Jaume, Paco García, Carlos, Pepe, Cesc y el que escribe fueron el equipo habitual (Fina no pudo asistir por problemas en el pie pero estuvo como eficaz soporte y colocadora de distintivos a la salida), junto a la inestimable ayuda de Jesús y Josep. Y qué decir del muy eficaz trabajo de la Policía Municipal de Terrassa para salir de la ciudad, de Mossos d’Esquadra para atravesar la carretera de Manresa, de Creu Roja como acompañantes durante todo el camino, de la Policía Municipal de Vacarisses en la estación. O cómo agradecer a la meteorología el trato que nos dispensó: días antes nos había mojado los caminos para que no se levantara polvo y la lluvia excusó su presencia durante todo el recorrido. Parece de broma pero esta enumeración da fe de lo que supone la romería a pie. Y cada año. Con éste, ya son cinco de colaboración. Y más que vendrán.
Inicios
Debajo de la figura de Don Bosco, dentro del colegio de Salesians de Terrassa, se situó el punto de acreditaciones. O sea, de pagar, recoger el justificante del desayuno y autocar y el foulard. Allá arriba, él implorando la juventud, desde una placa. Abajo, cerca, la exposición de Salesians con motivo del 50 aniversario del centro educativo. Un recuerdo en los primeros paneles para Don Rómulo Piñol, salesiano que estuvo diez años en Terrassa, fundador de las Escuelas Salesianas de FP de la ciudad y de la parroquia Maria Auxiliadora. Al lado, a la entrada, venta de la camiseta azul conmemorativa con la palabra JUNTS a gran tamaño. En eso estábamos también nosotros, en juntarnos para emprender la marcha.
Poco a poco el personal iba llenando la estancia, la iglesia y la calle. Alegría, saludos, preparativos y observación de la indumentaria. Bastaba una mirada de arriba abajo para hacerse una primera impresión. Arriba, anudado al cuello, el foulard conmemorativo. La distinción marca de la casa, el símbolo de reconocimiento para no perderse, el recuerdo. Abajo, el calzado. Resultaba curiosa la observación a un nivel tan bajo. Como la juventud abundaba, sus hábitos se repetían. Por ejemplo, las típicas zapatillas de tenis lisas se preparaban para afrontar un terreno distinto al asfalto (mientras, la organización se imaginaba lo peor en las subidas). Una joven con botas de caña, de las de lucir el tipo. Relucientes marcas que salían de su ámbito, del espejismo adolescente, para comprobar su agarre en subidas escarpadas. O esas mochilas escolares con uso montañero ahora. Y palos de caminar. Bastantes. También muchas personas diseminadas por los alrededores en un ambiente distendido y jovial.
La misa convocó a bastantes parroquianos, pero no a todos. A la hora de finalizar las plegarias, hubo que invitar a entrar al público para que Jaume recordara las normas de la romería. Eran tantos que no cabían en la iglesia. Fuera, más gente y los dos vehículos de la Guardia Urbana. Con puntualidad no británica y sí hispana se inició la marcha. El tradicional toque de silbato de la organización y el coche policial ponía los imaginarios cronómetros a cero. La romería acababa de comenzar.
Primer tramo hasta la cena
El primer tramo transcurría por asfalto puro y duro. La fila empezaba a estirarse, eso sí, respetando las aceras y dando escaso trabajo a las autoridades policiales. Orden y concierto. Respeto a los espacios habilitados para caminar. Hasta que las casas dieron paso al camino propiamente dicho. El suelo estaba mojado pero, aún así, las suelas mantenían las figuras erguidas aunque en bastantes ocasiones paradas o a marcha lenta. Los estrechamientos de las sendas obligaron al paso de uno en uno, con lo que las retenciones parecían las habituales en hora punta. La primera sorpresa llegó con una pequeña pero pronunciada bajada y subida zigzagueante. El olfato de los dos miembros de Cruz Roja les situó en los puntos más resbaladizos. Sus manos aportaron seguridad y ayuda a romeros y romeras. Ganada altura de nuevo, pronto empezaron a oírse los vehículos de la carretera a Manresa. Mientras, la organización se comunicaba por medio de los cuatro walkis. En el ambiente flotaba la incógnita de si los Mossos d’Esquadra ya nos esperaban en la habitual curva peligrosa, un tramo difícil de tres carriles con un incesante goteo de coches y camiones de la basura que iban a descargar a Coll Cardús. Los Mossos avisaron que ya venían y llegaron a la hora justa. Antes de verlos, la subida del Molinot exigía vigilancia hacia la vegetación. El “afeitado” de este año fue suficiente pero ya se prevé un buen rasurado para el próximo.
El paso viario fue muy seguro gracias a la policía autonómica, a la que no nos cansaremos de agradecer sus servicios a estas horas. Un buen despliegue de coches. No marcharon hasta que la última persona no abandonó el tramo de carretera por donde va la romería. Después, subida hacia la tradicional sorpresa de cada año, la hora de la cena en los alrededores de la Masia Donadeu. ¿Qué ocurriría esta vez?
El capítulo de este año
Encima del túnel de Coll Cardús existe un complejo de restauración que cada vez parece mayor y mejor iluminado, señal que el negocio debe ir viento en popa. El camino de la romería pasa por las dos zonas de aparcamiento y este punto es el tradicional espacio para cenar sobre la una de la madrugada. Parece evidente que una romería casi milenaria debió pasar por esta zona mucho antes que se hiciera la casa original de la mansión actual. Por tanto, se deduce que los derechos de paso son centenarios. Pues bien, el equipo gestor o responsable del negocio se entretiene cada año en poner trabas para no parar. Perturban la romería y a sus responsables con objeciones dichas a veces con educación y otras con prepotencia. Algún año hubo amenazas con la policía por invadir un patio ajardinado. La propiedad privada manda, amigo Sancho, aunque en aquella ocasión se reconociera el desliz y se asegurara que todo quedaría limpio al acabar. Otro año dejaron caer molestias varias. El año pasado la romería debió ser muy atractiva para algunos trajeados invitados a una boda. Mientras los romeros cenaban, algunos concelebrantes paseaban sus atuendos y asentaban sus condumios y efluvios etílicos por entre quienes cenaban bocadillos sentados en el suelo. Incluso se interesaban por nuestroobjetivos. Parecíamos ser para ellos un reclamo turístico más o una curiosidad de la que hablar, antes de volver al interior y seguir la fiesta. ¿Y este año?
Uno, que por una vez no fue centro de quejas, intentará reproducir la conversación que hubo entre dos responsables y algunos responsables de la organización de la romería. Como siempre, alegaron invasión de una propiedad privada al hecho de sentarse al borde del camino de paso (público, se supone) o en un aparcamiento vacío. Parece que olvidan la historia de la romería. Su supuesta capacidad disuasoria y de convencimiento les llevó a utilizar la segunda tanda de estrategias oratorias. Atacaron con un argumento demoledor: “¿Qué creéis vosotros que pensaría el padre de la novia si ahora se asomara al balcón del restaurante y os viera a todos aquí, con la imagen que nos creáis?” La mente de los escuchantes había quedado dinamitada con tan sólidos razonamientos. Con esta estrategia pensaban convencer a unos romeros que iban a estar unos veinte minutos allí sentados, sin perturbar a nadie y recogiendo cada uno los restos de sus condumios. Mientras, algunos miraban si alguien asomaba al balcón nupcial y ponía mala cara por ver tal paisaje humano, a modo de extras de una película que no has contratado para tu boda. No. No salió el padre de la novia. Cuando las mentes de los representantes de la Masia Donadeu ya no debían producir más sólidas líneas argumentales, un miembro de la organización de la romería les lanzó un reto para el que sólo tuvieron la callada por respuesta: “¿De verdad que alguien de la boda se les ha quejado a ustedes de que unos romeros estén aquí abajo, cenando unos bocadillos mientras hacen un alto en el camino hacia Montserrat?”
El año que viene, siguiente capítulo de las tribulaciones de unos caminantes que hacen una parada en los entornos de www.masiadonadeu.com . Observad su imagen publicitaria en la web, con sus bellos interiores, y contrastadla con la imagen real que ofrecen a la romería de Terrassa a Montserrat.
Hacia Vacarisses
Este tramo permite ver el final y más cosas. Las luces del aparcamiento montserratino (otro buen negocio, por lo que se ve) dejaban entrever la silueta de unas montañas aún poco definidas. La casi ausencia de la luz lunar obligó aún más a seguir a quien va delante: a las linternas y frontales. Los agrupamientos continuos aportaban seguridad a la marcha y compañía en medio de la oscuridad de la noche. La extrema juventud de muchos romeros transmitía ganas de caminar. El jolgorio, las bromas, el lenguaje o la jerga propia de la edad daban vida al paso de las horas y a las evidentes señales de estar haciendo algo que no es habitual a esas horas tan soñadoras. Las preguntas típicas de “¿cuándo llegamos?” sonaban a cantinela escolar. O las aseveraciones de que nunca más volveré a venir, o tengo hambre, sed o dónde hay un lavabo por aquí. Ya ni las modernas orejas, o sea, los auriculares metidos hasta los tímpanos, alegraban el supuesto aburrimiento adolescente del paso de las horas caminando. Pero pronto llegó la estación de Vacarisses. Bar, parada y fonda. No estábamos solos. Nuestros acompañantes de otros años, los de Sabadell, que también se dirigen a Montserrat, allí estaban. Cómo no, el bar abierto ante la segura posibilidad de hacer más caja esta noche que durante muchos días.
Las luces azules destellantes anunciaban la presencia de la policía municipal de Vacarisses. Eran personas conocidas que acudían porque un vecino les había llamado a esas horas “porque había gente que hacía mucho ruido”. Cómo no, hablar sin cantar, comentar sin ensordecer, pasar no en silencio. Hasta llegar a este punto de avituallamiento voluntario y opcional sin ser monjes de clausura que tienen un día de asueto. Mientras, la organización estaba preocupada porque no hubiera mezclas “anti natura” entre romeros de Sabadell y Terrassa. Al poco rato, primero partieron los de Sabadell y luego el resto.
Montserrat, cada vez más cerca
Se veía cada vez mejor. Aún era de noche pero la fresca humedad delataba que el día no tardaría en llegar. Por este tramo, orden y concierto, músicas del tipo “Tres cascabeles lleva mi caballo” que sonaban por los walkis, y otras que martilleaban los oídos poco despiertos de juventud muy joven. En este tramo ya se veía que en las últimas filas alguien renqueaba o se escoraba hacia un lado. Paso lento, un palo cualquiera que funcionaba como bastón, la linterna ya sin pilas, pasos cortos y muy estudiados, las ganas de llegar a Monistrol y subir en el tren cremallera. Sólo fue una persona, el resto, sin problemas seguía su marcha. Montserrat ya se veía y el cielo se vestía de amanecer. Cruzado el Llobregat, Monistrol significó una bocanada de olor a pan recién hecho que despedía un horno. Un buen aroma antes de efectuar la habitual parada de la plaza para animar al personal y atacar el tramo final, ése que te eleva y que te muestra el espectáculo del amanecer, de formarse un nuevo día (y van….mirad el DNI).
Las últimas casas del pueblo poco a poco pasan de verse al lado a quedar allá al fondo. A medida que el esfuerzo crece, el paisaje se abre y el día viene. Son pocas curvas las de fuerte subida. El final de cada una es un fotograma más amplio de esa película que es ver la realidad matinal cada vez más arriba. El camino de la Matagalls-Montserrat, no por más conocido es menos sorprendente. Por aquí han pasado muchos estados de ánimo, fuerzas muy justas o casi inexistentes, lamentos, excesos de energía y de atletismo, heridas y ampollas varias, ilusión por rebajar unos minutos, ganas de conseguir el reto. Como el de algunas personas que no pensaban llegar ni a Monistrol. Ella tenía asma y le había dicho a su hijo que no sería capaz de subir a Montserrat andando. Él decía haber hecho muchas y largas caminatas, pero aquí le sobrevino una bajada de fuerzas. Ella iba lenta pero andaba. Él no podía. Tuvo que pararse varias veces. Ni la glucosa le sentó bien. Vomitó y esperó convencido de que su cuerpo le funciona a veces así pero no le impedirá llegar arriba. Ella se esfuerza y sueña con llamar a su hijo desde arriba. Pero aún no lo tiene claro. Su marido, a su lado, la anima. Él ha quedado más abajo. Se recupera con tranquilidad y hace ver que “sus pájaras” tienen esos vuelos. Ella y su acompañante siguen poco a poco. Mientras, los últimos de la organización les aseguran a ambos que no les dejarán solos. Que subirán todos. Él se reincopora al objetivo final y sube por territorio muy conocido. Ella ya lo tiene claro, tanto que ve el monasterio, se le llena la cara de alegría y se hacen una foto. Qué mejor paisaje para ello. Las últimas escaleras te brindan una barandilla y unas vistas únicas. Son las ocho de la mañana con las cortinas de nieblas que dibujan un paisaje de brumas. El sol parece estar justo encima de donde estuvimos cenando y sintiendo curiosos razonamientos. Su rojizo color parece desdibujado por dos líneas blancas de niebla. El río Llobregat está muy abajo, con una carretera aún tranquila. Fotos, muchas fotos en un momento en que el desayuno y el descanso final esperan a tantas personas como consiguieron su objetivo.
Atrás quedaron las preocupaciones organizativas, los esfuerzos, la tensión propia del camino con tantas personas, el funcionamiento en una noche camino de Montserrat. Y también el grato recuerdo de tantos padres, alumnos y profesores Salesianos que se implicaron muy activamente. Muchos jóvenes. Los mismos a los que se debió dirigir Don Bosco en la placa de su colegio de Terrassa, con aquella frase que los recuerda así:
“Us estimo perquè sou joves”
Evaristo
Terrassa, 12 de octubre de 2007
http://afondonatural.blogspot.com
domingo, 23 de septiembre de 2007
Primera etapa del GR 1, entre Llampaies i Sant Martí d’Empúries
Empúries: inicio de historias, de frases y de caminos
GRmanas y GRmanos:
Sobre frenadas, vidrios y hielos- sobre qué hacía una silla sola en la carretera - De cómo hay maestros bajo sospecha - Sobre conexiones virtuales a la geografía mundial donde no hay acceso -De porqué esta epístola nunca estará colgada en Sant Martí d’Empúries - De cómo podrían ser las libaciones contemporáneas en un entorno griego y romano.
Un fuerte frenazo y el tintineo de vidrios y hielos fueron sonidos que se cruzaron en el primer punto de embarque de la nueva temporada 07-08. Es ese momento en que escuchas el estruendo y tu oído espera saber si el desenlace final suena a chapa estrujada o no. No hubo tal deformación de ningún chasis y tampoco se sabe a ciencia cierta si el rápido conductor, antes, se sometió a varias pruebas de levantamiento de vidrio con hielo incluido sobre barra fija. Con lo que allí se trajinaba era con los preparativos del próximo botellón. Mientras se esperaba a quien al final faltaba porque no venía, las neveras se sometían a ajustes varios para que cupieran todas las cervezas rebosantes de alcohol y sucedáneos sin. El gran botellón se desarrollaría “en un marco incomparable” cargado de historia, nubes y alguna boda (“mariage”, según los indicadores de dirección de la boda francesa). Luego, la carga líquida se completó en la segunda parada. Con todo a punto para aliviar los gaznates y reponer líquidos perdidos, la salida significó demostrar que GRMANIA sigue viva. Y también copiada. Y orgullosos de que, delante, fuera un autocar que ha seguido los pasos de esta cofradía y se mueva por la virtualidad de Internet para luego sacrificarse por caminos reales, pedregosos, polvorientos o vaya usted a saber cómo.
Pero no estábamos todos los que érams. Mención especial a quienes se reponen de rodillas, talones, espolones y otros miembros. Que la estatua de Asklepios, el dios griego de la medicina (que es la insignia de las ruinas de Empúries) acuda hoy en su cura y mañana quizá en la nuestra. Y tampoco estaba quien tenemos ganas de ver pero Girona y su granja no le deja. O de nuestras enviadas especiales a Praga y a sus montañas. A pesar de la inestabilidad del tiempo, nos trató como ese día nos debía corresponder.
Estados líquidos
Si el hielo inicial anunciaba buenas y frescas bebidas, pronto se derritió y una nevera actuó como involuntario refrigerador de las espaldas. Su desagüe provocó que las mochilas acogieran el frío líquido y, luego, despertaran los cuerpos empezando por la parte posterior. Tal suceso ocurrió en Llampaies, punto de inicio de la etapa, a 120 metros sobre el nivel del mar. Allí ya estaba él, el submarinista y hombre polifacético donde los haya. Al lado, la lucha de la zona contra la línea de muy alta tensión en forma de pancarta: “No mateu el futur dels postres pobles”. Una forma de entender el futuro que creen se opone a la energía para el AVE, la industria, contra los apagones, etc.
Las gotas de agua también ensombrecieron el camino matinal con una niebla que parecía esperar a que el sol la ayudara a desaparecer. Luego, la claridad asomó, el sol también y algunas gotas de agua a modo de líquido refrigerante para, ya al final, rebajar la temperatura los menos con un baño en el histórico mar y, todos, degustando el frescor de las bebidas bien colocadas al principio.
Una silla en el camino
La etapa, hecha en dirección contraria a lo políticamente correcto, discurría al principio paralela a la carretera. Mientras alguna sesuda mente seguía pensando en el futuro de aquellos pueblos, apareció ella. No, ella no. Sólo la silla. Al lado, una botella de agua. Detrás, una bolsa de basura. La silla, sola. No debía ser el futuro. O sí para según quiénes. Tampoco se veían coches al lado. Ni tractores. Podía ser una representación teatral o un símbolo para aguzar el ingenio de transeúntes avispados. O una de esas ocurrencias dalinianas propias de la tierra de la Tramuntana. La imaginación podía producir rostros, situaciones, placeres, países del este o del oeste, con o sin papeles, descargas machistas, chulos. O podía ser una trampa para que uno piense en lo que no debe y se te vea el plumero.
Olores
A no mucha distancia de Llampaies estaba Camallera, un pueblo con un agradable olor a comida. Otra vez la imaginación podía componer escenas matinales con un mantel puesto, comodidad y todo el día por delante. La realidad fue cierta desorientación de marcas y alguna sugerencia para parar a desayunar. Qué razón tenían los perros de Pavlov. Reconducido el grupo ya en buena dirección, el camino discurrió entre el típico paisaje de l’Empordà. Esa Toscana a la catalana, con bellos pueblos de casas antiguas, la bucólica vida rural al lado de los penetrantes olores a purines varios, los animales en las granjas y otros fuera. Por ejemplo una enorme rata que, en posición delantera, nos sacó de este pueblo como si fuera una oficiosa guía turística local. O alguna ardilla muerta por el camino. O esos animales que se supone que pasarían a mejor vida víctimas del tiroteo de los próximos cazadores. O aquel asno con semblante de pegatina de coche (catalán) que asomaba por una puerta (por aquí nunca veréis un toro de Osborne: el enemigo). O esos perros ladradores que parece que se les va la fuerza por la boca (se supone). Mientras, olores y más olores donde había tierras recién abonadas. La humedad del día que poco se acrecienta y te anuncia que el histórico mar Mediterráneo está cerca, en un enclave en el que desembarcaron antiguos pueblos allá por el siglo IX antes de Cristo.
Maestros de la sospecha
No. No. Nadie sospecha de la profesión más abundante en GRMANIA. Que nadie de la tiza o de las TIC se moleste. Es que hay tal pozo de ciencia desplegado por los caminos que uno sólo puede reflejar el único discurso que oye. Las antenas personales no pueden dar fe de todas las jugosas conversaciones. Y a veces son auténticas lecciones en versión peripatética. Uno empieza a caminar con las neuronas vacías y acaba la etapa con las conexiones cerebrales a tope. Nuestro filósofo fue hábilmente interpelado por el coordinador general de la orden andarina. Su inquietud cultural (una de tantas) era saber qué significa la expresión “Maestros de la sospecha”. El ilustrado GRmano disertó sobre Nietzhe y Freud para situar el tema. Este escriba captó que la base de los fundamentos teóricos de muchas ideologías ha surgido de ciertas sospechas o bien del orden imperante o de otras ideas. Lo que ha dado lugar a nuevas ideologías. Para más información, consulten al experto, a Internet o castiguen su mente encima de la almohada. Pero, por favor, no sospechen de sus maestros. Y menos de los que caminan a su lado.
Conexión virtual al entorno mundial
Transcurrido un tiempo prudencial se produjo la parada para el primer avituallamiento. Un momento que demostró una vez más cómo sin ADSL uno puede estar conectado a nuestro Google Earth en versión doméstica, sin hilos ni cables ni satélites. Tú nombras un país más o menos conocido que esté en rutas turísticas y siempre hay alguien que ha estado en él. Es tal el archivo mental de gente tan viajada que las anécdotas y puntos de vista son inagotables. Al final parece que tú también estuviste en él. O sea, sin cansarte, sin pagar precios más o menos caros o baratos, sin sudar y sin esperar en el aeropuerto, lo has recorrido mientras realmente vas siguiendo el GR. En resumen, dos o más viajes en uno. Y más en la primera etapa de la temporada, cuando nuestro amigo alemán aún nos permite recordar algo más (gracias, sr. Alzheimer, hace poco fue su día, aunque cada vez está más presente a diario). Y te enteras de que alguien fue a Las Vegas, se alojó en un hotel de “la Paris” y pensaba que tal señorita no se iba a preocupar de ponerle toallas a sus clientes. Llevaba toallas de aquí. Paris Hilton no necesita toallas sino otras cosas (por lo que dice o da a entender ella). O de las excelencias culinarias rebosantes de colesterol que se metía nuestro enviado especial al Camino de Santiago (por cierto, de nuevo felicidades por el redondeo de tu cifra). O de las dificultades comunicativas para entenderse en China. O de los problemas con el inglés de quien fue a Londres. O de las maravillas de las montañas y paisajes de Eslovenia: los Alpes en plan barato. Incluso admiramos con la imaginación algunas bellezas eslavas (rusas en concreto). En fin, tú pregunta sobre un sitio y la solución, en la próxima etapa. A eso se llama compartir conocimiento vivido y pateado.
Entornos
La suavidad del camino propició un inicio tranquilo, sin sobresaltos. Hasta se cumplieron las instrucciones del coordinador. Los reagrupamientos demostraron que una sugerencia casi puede ser una orden encubierta. La altura máxima, 165 metros, dio paso a un discurrir de lomas, campos de cultivo, masías y tiros. En un momento dado un indicador perecía ser un antecedente de las posteriores consecuencias. “El Faixà d’Or”, caza, era como si te pedía ponerte en guardia y a salvo ante los tiroteadotes que anunciaban su presencia con pólvora. Luego, otro cartel: “Caça amb reglamentació específica”, confirmaba lo dicho, ratificado por cartuchos vaciados recientemente y con un indicador de dirección de GR por los suelos. Si en China había problemas comunicativos, qué decir de aquel poste allí tirado. Cómo interpretarlo. Sospechas de una estrategia de los cazadores para el despiste. Al final, expertos en bricolage senderista lo dejaron como debía ser. Más allá, la refriega entre los pinos parecía la de un país en conflicto.
El Puig de Sant Pere, a 135 metros, evidenciaba pérdida de altura y confirmaba que el día no nos permitía ver el mar desde estos entornos. Como tampoco se pudo catar ninguna manzana con denominación de origen de la zona. Sólo hubo que conformarse con granadas silvestres, verdes, abiertas y abandonadas al mejor postor.
Viladamat, a 6 metros, estaba cerca. Su plaza de Catalunya no podía faltar, así como esa combinación de viejas casas con las otras. Ya se adivinaba el final pero aún quedaba el paso por la riera de Pelacalç i por Cinclaus, a 5 metros. Curiosa población ésta, con una enorme masía llena de maquinaria y paja para los animales, el restaurante de rigor y la nueva moda de las casas rurales. En medio, una iglesia, la de Santa Reparada. Confirmado: estaba en buen estado. Por lo menos por fuera.
A partir de aquí la elevación orográfica del fondo era el fin, Sant Martí d’Empúries. El primer asentamiento griego de la zona, hoy ocupado por una plaza llena de restaurantes, una iglesia para lo del “mariage”, un gran paseo heredado de las olimpíadas del 92, un aparcamiento y un cartel indicador de la ruta ciclista por el Fluvià. Por cierto, aquí nunca se podría colgar esta epístola. El cartel informativo sólo estaba escrito en catalán, inglés y francés.
De las ánforas a las latas
La parada, al lado del antiguo puerto griego, situó a GRMANIA dentro de aquellas historias de etruscos, fenicios, griegos y romanos que, ya desde el siglo IX a. de C. visitaron el lugar. Las gradas olímpicas del paseo lleno de tamarindos ofrecían un mar cargado de culturas con un cielo plomizo. La playa, ya vacía porque ahora ya no tocaba ir, era un territorio para disfrutar y bañarse. Cinco fueron los mojados por fuera y todos también por dentro con las bebidas frescas. Aquel moderno botellón podía ser un trasiego moderno de viejos líquidos, fruto del comercio de ánforas, que tiempo ha se desarrolló aquí. Antes, el emporio del comercio con vino, aceite y otros productos. Ahora, latas frías, hielo y comidas variadas. Al fondo, uno se imaginaba aquellos barcos antiguos pero sólo veía pasar una embarcación de recreo con Roses en una punta de la bahía y L’Escala en la otra. O recordaba cuando, en 1992, aquí llegó la llama olímpica, en un sitio donde ahora ondea una bandera azul a la calidad de la playa, una pareja de novios se somete a la típica sesión de fotos y algún político pasea.
Después de vaciar casi las neveras, a la hora de los postres, los bombones de celebración del aniversario de quien sabe de caminos de Santiago suscitaron una frase de esperanza, dicha por nuestro filósofo para él. Quizá se imaginaba aquí encarnando ahora los espíritus de los pensadores de aquella época cuando, con el bombón en la mano, se dirigió a él y, en voz alta, con el mar al fondo le dijo: “Yo no soy antiguo, soy eterno”. Qué mejor lugar para una frase de frontispicio.
Al final no pudo faltar que el ojo digital inmortalizara el momento ante el muro de los restos del espigón griego. Allí empezaba el GR1, en un lugar testigo de tanta historia. Como por ejemplo, el inicio de nuestro actual GR.
Y, en este entorno tan historiado, quien no hace mucho redondeó sus años, el mismo que hace poco había acabado su primera Matagalls-Montserrat, pronunció otra de esas frases como para pensar:
“La vida es poliédrica”
Evaristo
Terrassa, 23 de septiembre de 2007
http://afondonatural.blogia.com
GRmanas y GRmanos:
Sobre frenadas, vidrios y hielos- sobre qué hacía una silla sola en la carretera - De cómo hay maestros bajo sospecha - Sobre conexiones virtuales a la geografía mundial donde no hay acceso -De porqué esta epístola nunca estará colgada en Sant Martí d’Empúries - De cómo podrían ser las libaciones contemporáneas en un entorno griego y romano.
Un fuerte frenazo y el tintineo de vidrios y hielos fueron sonidos que se cruzaron en el primer punto de embarque de la nueva temporada 07-08. Es ese momento en que escuchas el estruendo y tu oído espera saber si el desenlace final suena a chapa estrujada o no. No hubo tal deformación de ningún chasis y tampoco se sabe a ciencia cierta si el rápido conductor, antes, se sometió a varias pruebas de levantamiento de vidrio con hielo incluido sobre barra fija. Con lo que allí se trajinaba era con los preparativos del próximo botellón. Mientras se esperaba a quien al final faltaba porque no venía, las neveras se sometían a ajustes varios para que cupieran todas las cervezas rebosantes de alcohol y sucedáneos sin. El gran botellón se desarrollaría “en un marco incomparable” cargado de historia, nubes y alguna boda (“mariage”, según los indicadores de dirección de la boda francesa). Luego, la carga líquida se completó en la segunda parada. Con todo a punto para aliviar los gaznates y reponer líquidos perdidos, la salida significó demostrar que GRMANIA sigue viva. Y también copiada. Y orgullosos de que, delante, fuera un autocar que ha seguido los pasos de esta cofradía y se mueva por la virtualidad de Internet para luego sacrificarse por caminos reales, pedregosos, polvorientos o vaya usted a saber cómo.
Pero no estábamos todos los que érams. Mención especial a quienes se reponen de rodillas, talones, espolones y otros miembros. Que la estatua de Asklepios, el dios griego de la medicina (que es la insignia de las ruinas de Empúries) acuda hoy en su cura y mañana quizá en la nuestra. Y tampoco estaba quien tenemos ganas de ver pero Girona y su granja no le deja. O de nuestras enviadas especiales a Praga y a sus montañas. A pesar de la inestabilidad del tiempo, nos trató como ese día nos debía corresponder.
Estados líquidos
Si el hielo inicial anunciaba buenas y frescas bebidas, pronto se derritió y una nevera actuó como involuntario refrigerador de las espaldas. Su desagüe provocó que las mochilas acogieran el frío líquido y, luego, despertaran los cuerpos empezando por la parte posterior. Tal suceso ocurrió en Llampaies, punto de inicio de la etapa, a 120 metros sobre el nivel del mar. Allí ya estaba él, el submarinista y hombre polifacético donde los haya. Al lado, la lucha de la zona contra la línea de muy alta tensión en forma de pancarta: “No mateu el futur dels postres pobles”. Una forma de entender el futuro que creen se opone a la energía para el AVE, la industria, contra los apagones, etc.
Las gotas de agua también ensombrecieron el camino matinal con una niebla que parecía esperar a que el sol la ayudara a desaparecer. Luego, la claridad asomó, el sol también y algunas gotas de agua a modo de líquido refrigerante para, ya al final, rebajar la temperatura los menos con un baño en el histórico mar y, todos, degustando el frescor de las bebidas bien colocadas al principio.
Una silla en el camino
La etapa, hecha en dirección contraria a lo políticamente correcto, discurría al principio paralela a la carretera. Mientras alguna sesuda mente seguía pensando en el futuro de aquellos pueblos, apareció ella. No, ella no. Sólo la silla. Al lado, una botella de agua. Detrás, una bolsa de basura. La silla, sola. No debía ser el futuro. O sí para según quiénes. Tampoco se veían coches al lado. Ni tractores. Podía ser una representación teatral o un símbolo para aguzar el ingenio de transeúntes avispados. O una de esas ocurrencias dalinianas propias de la tierra de la Tramuntana. La imaginación podía producir rostros, situaciones, placeres, países del este o del oeste, con o sin papeles, descargas machistas, chulos. O podía ser una trampa para que uno piense en lo que no debe y se te vea el plumero.
Olores
A no mucha distancia de Llampaies estaba Camallera, un pueblo con un agradable olor a comida. Otra vez la imaginación podía componer escenas matinales con un mantel puesto, comodidad y todo el día por delante. La realidad fue cierta desorientación de marcas y alguna sugerencia para parar a desayunar. Qué razón tenían los perros de Pavlov. Reconducido el grupo ya en buena dirección, el camino discurrió entre el típico paisaje de l’Empordà. Esa Toscana a la catalana, con bellos pueblos de casas antiguas, la bucólica vida rural al lado de los penetrantes olores a purines varios, los animales en las granjas y otros fuera. Por ejemplo una enorme rata que, en posición delantera, nos sacó de este pueblo como si fuera una oficiosa guía turística local. O alguna ardilla muerta por el camino. O esos animales que se supone que pasarían a mejor vida víctimas del tiroteo de los próximos cazadores. O aquel asno con semblante de pegatina de coche (catalán) que asomaba por una puerta (por aquí nunca veréis un toro de Osborne: el enemigo). O esos perros ladradores que parece que se les va la fuerza por la boca (se supone). Mientras, olores y más olores donde había tierras recién abonadas. La humedad del día que poco se acrecienta y te anuncia que el histórico mar Mediterráneo está cerca, en un enclave en el que desembarcaron antiguos pueblos allá por el siglo IX antes de Cristo.
Maestros de la sospecha
No. No. Nadie sospecha de la profesión más abundante en GRMANIA. Que nadie de la tiza o de las TIC se moleste. Es que hay tal pozo de ciencia desplegado por los caminos que uno sólo puede reflejar el único discurso que oye. Las antenas personales no pueden dar fe de todas las jugosas conversaciones. Y a veces son auténticas lecciones en versión peripatética. Uno empieza a caminar con las neuronas vacías y acaba la etapa con las conexiones cerebrales a tope. Nuestro filósofo fue hábilmente interpelado por el coordinador general de la orden andarina. Su inquietud cultural (una de tantas) era saber qué significa la expresión “Maestros de la sospecha”. El ilustrado GRmano disertó sobre Nietzhe y Freud para situar el tema. Este escriba captó que la base de los fundamentos teóricos de muchas ideologías ha surgido de ciertas sospechas o bien del orden imperante o de otras ideas. Lo que ha dado lugar a nuevas ideologías. Para más información, consulten al experto, a Internet o castiguen su mente encima de la almohada. Pero, por favor, no sospechen de sus maestros. Y menos de los que caminan a su lado.
Conexión virtual al entorno mundial
Transcurrido un tiempo prudencial se produjo la parada para el primer avituallamiento. Un momento que demostró una vez más cómo sin ADSL uno puede estar conectado a nuestro Google Earth en versión doméstica, sin hilos ni cables ni satélites. Tú nombras un país más o menos conocido que esté en rutas turísticas y siempre hay alguien que ha estado en él. Es tal el archivo mental de gente tan viajada que las anécdotas y puntos de vista son inagotables. Al final parece que tú también estuviste en él. O sea, sin cansarte, sin pagar precios más o menos caros o baratos, sin sudar y sin esperar en el aeropuerto, lo has recorrido mientras realmente vas siguiendo el GR. En resumen, dos o más viajes en uno. Y más en la primera etapa de la temporada, cuando nuestro amigo alemán aún nos permite recordar algo más (gracias, sr. Alzheimer, hace poco fue su día, aunque cada vez está más presente a diario). Y te enteras de que alguien fue a Las Vegas, se alojó en un hotel de “la Paris” y pensaba que tal señorita no se iba a preocupar de ponerle toallas a sus clientes. Llevaba toallas de aquí. Paris Hilton no necesita toallas sino otras cosas (por lo que dice o da a entender ella). O de las excelencias culinarias rebosantes de colesterol que se metía nuestro enviado especial al Camino de Santiago (por cierto, de nuevo felicidades por el redondeo de tu cifra). O de las dificultades comunicativas para entenderse en China. O de los problemas con el inglés de quien fue a Londres. O de las maravillas de las montañas y paisajes de Eslovenia: los Alpes en plan barato. Incluso admiramos con la imaginación algunas bellezas eslavas (rusas en concreto). En fin, tú pregunta sobre un sitio y la solución, en la próxima etapa. A eso se llama compartir conocimiento vivido y pateado.
Entornos
La suavidad del camino propició un inicio tranquilo, sin sobresaltos. Hasta se cumplieron las instrucciones del coordinador. Los reagrupamientos demostraron que una sugerencia casi puede ser una orden encubierta. La altura máxima, 165 metros, dio paso a un discurrir de lomas, campos de cultivo, masías y tiros. En un momento dado un indicador perecía ser un antecedente de las posteriores consecuencias. “El Faixà d’Or”, caza, era como si te pedía ponerte en guardia y a salvo ante los tiroteadotes que anunciaban su presencia con pólvora. Luego, otro cartel: “Caça amb reglamentació específica”, confirmaba lo dicho, ratificado por cartuchos vaciados recientemente y con un indicador de dirección de GR por los suelos. Si en China había problemas comunicativos, qué decir de aquel poste allí tirado. Cómo interpretarlo. Sospechas de una estrategia de los cazadores para el despiste. Al final, expertos en bricolage senderista lo dejaron como debía ser. Más allá, la refriega entre los pinos parecía la de un país en conflicto.
El Puig de Sant Pere, a 135 metros, evidenciaba pérdida de altura y confirmaba que el día no nos permitía ver el mar desde estos entornos. Como tampoco se pudo catar ninguna manzana con denominación de origen de la zona. Sólo hubo que conformarse con granadas silvestres, verdes, abiertas y abandonadas al mejor postor.
Viladamat, a 6 metros, estaba cerca. Su plaza de Catalunya no podía faltar, así como esa combinación de viejas casas con las otras. Ya se adivinaba el final pero aún quedaba el paso por la riera de Pelacalç i por Cinclaus, a 5 metros. Curiosa población ésta, con una enorme masía llena de maquinaria y paja para los animales, el restaurante de rigor y la nueva moda de las casas rurales. En medio, una iglesia, la de Santa Reparada. Confirmado: estaba en buen estado. Por lo menos por fuera.
A partir de aquí la elevación orográfica del fondo era el fin, Sant Martí d’Empúries. El primer asentamiento griego de la zona, hoy ocupado por una plaza llena de restaurantes, una iglesia para lo del “mariage”, un gran paseo heredado de las olimpíadas del 92, un aparcamiento y un cartel indicador de la ruta ciclista por el Fluvià. Por cierto, aquí nunca se podría colgar esta epístola. El cartel informativo sólo estaba escrito en catalán, inglés y francés.
De las ánforas a las latas
La parada, al lado del antiguo puerto griego, situó a GRMANIA dentro de aquellas historias de etruscos, fenicios, griegos y romanos que, ya desde el siglo IX a. de C. visitaron el lugar. Las gradas olímpicas del paseo lleno de tamarindos ofrecían un mar cargado de culturas con un cielo plomizo. La playa, ya vacía porque ahora ya no tocaba ir, era un territorio para disfrutar y bañarse. Cinco fueron los mojados por fuera y todos también por dentro con las bebidas frescas. Aquel moderno botellón podía ser un trasiego moderno de viejos líquidos, fruto del comercio de ánforas, que tiempo ha se desarrolló aquí. Antes, el emporio del comercio con vino, aceite y otros productos. Ahora, latas frías, hielo y comidas variadas. Al fondo, uno se imaginaba aquellos barcos antiguos pero sólo veía pasar una embarcación de recreo con Roses en una punta de la bahía y L’Escala en la otra. O recordaba cuando, en 1992, aquí llegó la llama olímpica, en un sitio donde ahora ondea una bandera azul a la calidad de la playa, una pareja de novios se somete a la típica sesión de fotos y algún político pasea.
Después de vaciar casi las neveras, a la hora de los postres, los bombones de celebración del aniversario de quien sabe de caminos de Santiago suscitaron una frase de esperanza, dicha por nuestro filósofo para él. Quizá se imaginaba aquí encarnando ahora los espíritus de los pensadores de aquella época cuando, con el bombón en la mano, se dirigió a él y, en voz alta, con el mar al fondo le dijo: “Yo no soy antiguo, soy eterno”. Qué mejor lugar para una frase de frontispicio.
Al final no pudo faltar que el ojo digital inmortalizara el momento ante el muro de los restos del espigón griego. Allí empezaba el GR1, en un lugar testigo de tanta historia. Como por ejemplo, el inicio de nuestro actual GR.
Y, en este entorno tan historiado, quien no hace mucho redondeó sus años, el mismo que hace poco había acabado su primera Matagalls-Montserrat, pronunció otra de esas frases como para pensar:
“La vida es poliédrica”
Evaristo
Terrassa, 23 de septiembre de 2007
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jueves, 6 de septiembre de 2007
Carros de Foc: al filo de lo posible, ¿por qué no?
Los 5240 metros del viejo túnel de Vielha son un agujero al final del cual te conduce a muchas luces, todo depende de la chispa que ilumine tus objetivos cuando salgas a ese paisaje atlántico, verde y diferente. Esa enorme perforación es un buen símbolo de un largo camino, tortuoso, a veces con algo más de visibilidad, con un pavimento indefinible, con algunos pasados desprendimientos de grandes rocas y con el descanso que supone llegar al final sabiendo que, alguna vez, se pondrá en marcha el nuevo que aún están construyendo. Un túnel que, para muchos, es la frontera que les traspasa al esquí, al descanso, al relax, a la capacidad económica, al alterne con otras categorías bancarias, a la naturaleza no se sabe en qué estado y también, por qué no, a los retos.
Ahí, en Vielha, donde las vacas de plástico adornan algunas tiendas porque de las otras casi no quedan, donde las grúas entronizan la piedra, la madera y el tejado de pizarra en pendiente, donde los prados segados se pueden contar casi con los dedos de una mano, donde al entrar ves un tractor en un prado y, cuando sales, sigue estando allí como si fuera un monumento nacional consagrado a tiempos pasados, donde las hablas y los modales de muchos paseantes les delatan como de un círculo de clase social unida por la nieve de primera, aquí en medio también está la sede de Carros de Foc.
Dice la propaganda informativa que en 1987 un grupo de intrépidos guardas decidieron hacer la travesía Ribagorza- Pallars-Arán en un día. Esa hazaña hizo que Óscar Balcells y otros la ofrecieran como un reto, adaptada a las fuerzas de cada uno: en menos de 24 horas para una selecta minoría (¿serán unas superpersonas?), en varias etapas para el resto. Veinte años después, tres mortales individuos quisieron ver la luz después del túnel y se sometieron a la prueba de hacer Carros de Foc en tres jornadas y media. Una decisión que quizá sea vista como algo sencillo para los héroes de menos de 24 horas (dicho sea con mucha admiración y más sana envidia) pero una dura apuesta para quienes, desde www.grmania.com pretenden dar un paso al frente, sin ser más que nadie que no lo dé. Un atrevimiento o una bravuconada más. Se discute si algo inconsciente o no.
He aquí una visión personal y distendida de las vivencias entresacadas de una experiencia que vale la pena pasar y repetir. Que está al filo de lo posible.
¿Por qué no?
Es la gran duda. Si yo, a mi edad y situación corporal seré capaz de acabar el círculo de los nueve refugios. Si congeniaremos con el resto del grupo, cuando las chispas suelen saltar por motivos aparentemente superficiales. Si la mente será capaz de mantener el tipo, cuando el armazón óseo y muscular se ve sometido a muchos dobleces, balanceos de mochila, roces y escoceduras diversos, torceduras y muchos sudores que resbalan con más velocidad de la que uno es capaz de subir las empinadas pendientes. Por qué no someterse a la variabilidad temporal, a estar sin cobertura telefónica en medio de la inmensidad de las piedras, donde subir y bajar se convierte en una monotonía. Si las uñas de los pies aguantarán los embates con las piedras o adoptarán un poisterior color negro hasta reponerse por enésima vez. Cómo interiorizaré esos duros paisajes llenos de encanto natural. Qué trato me darán tantas enormes piedras, al lado de las cuales yo casi no soy nada. Bloques inmensos, lagos y más lagos. Las rodillas y los tobillos, habituados al asfalto, cómo reaccionarán a un maltrato que no se merecen. Y la vida en unos refugios diversos, con horarios distintos y lavabos y duchas y comidas y camas y literas y personas. Cómo reaccionar ante esa unión que propicia el medio, en que el compartir y el ayudar suele ser lo más habitual, donde el aprendizaje puede ser mutuo mientras abras los ojos para comprobar qué sabe el otro y tú qué le puedes enseñar. ¿Por qué no someterse a estas y otras hipótesis?
Preparativos y accesorios
A menudo el placer del camino comienza en los preparativos. Cuando acaba, en ese momento en que la memoria endulza los recuerdos y casi todo ahora es mejor de lo que fue, el ritual iniciático de llegar al principio tiene gran valor. Se lanza una idea a un grupo habituado a caminar. Las reacciones de rechazo o de entusiasmo definen las voluntades. Quienes se apuntan lo hacen con cierta ilusión más o menos ingenua. Luego, las circunstancias, la lógica y la razón ponen las cosas en su justo lugar. Al final, de muchos se pasa a pocos. Quizá, los justos. Aunque no estén todos los que son.
La magia de Internet ayuda mucho a situarse. Observas blogs, webs, vivencias, descripciones de experiencias personales. Mucha información. Y perfiles. ¡Vaya sierra tan dentada que será el camino! Puntas afiladas que bajan hasta el fondo para repetirse hasta el final. ¿Seremos capaces de tanto?
Y…¿qué me pongo? Porque el ajuar es significativo. Escoger algo con que llenar la mochila implica dejar otras cosas. ¿Lo necesitaremos todo? Descartar significa elegir y aquello a lo que renuncias puede que te esté presente en tu memoria. Pero, en estos momentos, en un grupo tan reducido de tres siempre hay quien comparte su orden a modo de ayuda. Él es ordenado.
Días antes se presenta con una hoja. En un lado está el sorprendente perfil. En la otra cara aparece una lista clasificada por apartados: ropa, frío, lluvia, calor, higiene, farmacia, ocio, seguridad, comida y otros. Cada capítulo, con sus subapartados. Mirad si se me olvida algo, dice. Pero, ¿cabrá todo en una mochila que hemos de transportar por más de 55 km, más de 9000 metros de desnivel, a alturas entre 2000 y 2800 metros sobre el nivel del mar? ¿Habrá que apretarla con el pie? El departamento de accesorios es inacabable. Compras y más compras de novedades…por si acaso. Después, durante el camino, el reto no sólo es acarrearla a las espaldas. En cada refugio, parada y fonda:: saca y mete, coloca y aprieta, regula y carga. Cada poco, lo mismo: pon si hace frío, quita si sudas, busca en el fondo aquello que debía estar encima, coloca mejor lo que te martiriza en las costillas, guarda la basura al lado de la ropa sucia y de la comida y del móvil, y de… La montaña es esto. Lujos, los justos. Higiene, la que se puede. Escrúpulos, los menos. Olores, muy humanos y repetidos. Y el peso, mayor entre menos días quedan.
Mientras te preparas, la vida al final de vacaciones te puede repercutir en tu estado de ánimo. Porque, la última reunión “antes de” fue en este caso a la puerta de un ayuntamiento. Debajo de los mástiles desnudos de banderas, en dos bancos se repasan vacaciones y materiales. Hay acompañantes que han venido a dar ánimos. Alguien muy experimentada en montañas estuvo en Eslovenia. También conocía Carros. Alguien no fue tan lejos pero aseguró que rezaría mucho para asegurar el tiempo más favorable. Alguien más se había apuntado pero fue prudente y se retiró. Mientras, allí al lado, pasaba alguien con una pierna enyesada y en silla de ruedas. Era una persona conocida. Su experiencia, en aquel momento, no motivaba pero tampoco se podía descartar. Se lesionó bajando Sant Jeroni, en Montserrat. Un helicóptero la izó. El bombero la animó en esa experiencia única por la que otros pagan mucho dinero. Sus acompañantes grababan el desarrollo. Luego, lo colgaron en You tube. He ahí una moderna realidad. Un riesgo o una vivencia que debíamos evitar.
Los profetas de arriba
Antes de salir, cómo no ponerse en manos de los gurús del tiempo. Nuestros adivinos de la meteorología de sobra saben que parecen divinidades, pitonisas mediáticas a las que se les pide que acierten el tiempo que mejor nos conviene. Como si los meteosats de turno estuvieran domesticados por el ocio y llover, en época de sequías, fuera símbolo del mal tiempo y el calor, bajo la escasa capa de ozono, significara disfrutar sin sudar. No obstante, miramos y remiramos. Sabios franceses, andorranos, de aquí (evito nacionalidad para no herir), todos con su bola de cristal. Y alguien, ella, que nos aseguró que rezaría mucho por lo que se nos podía venir encima.
El inicio
Carros de Foc es tan libre que tú te adaptas a ella. Tanto, que si no quieres no vas. Y si vas, la empiezas por donde quieras. En nuestro caso, En contra de las agujas del reloj, por el punto más alejado por ser el de más cómodo acceso. Perdón, “cómodo” a estas alturas, entre comillas. El túnel, la estereotipada imagen del Parador de Vielha, repetida hasta la saciedad. La ciudad, aún vacía. Subida por esa carretera en que tantas colas se forman en invierno hacia Baquería Beret. Los de la clase social respectiva la deben echar de menos. Llegada a Arties. Una vaca de plástico, de promoción de una tienda de recuerdos. Parador de Arties. Al lado, el bar de trabajadores de primera hora de la mañana. Contrastes. Primer café en un entorno cercano. La plaza de esa zona del pueblo también tiene otra vaca. Una escultura, claro. Aquí ahora la vaca de oro ya no es de aquella ganadería: la nieve, ese moderno oro blanco, natural o cada vez más artificial. Subida hasta el aparcamiento. Empieza a llover. Y nosotros, refugiados en un indicador de rutas, cogemos fuerzas mientras una babosa negra, un gran limaco, se pasea despanzurrado a nuestro lado. ¿Señal de buena o mala suerte?
Dejamos las supersticiones a un lado, otro café de termo esta vez, atuendos bien puestos y arriba. Muy arriba para empezar. Las señales de un GR nos hacen pensar en nuestras amistades de www.grmania.com. Es el GR 11. Sigue lloviendo. Poco a poco la senda conduce hasta el primer refugio, el de Restanca, a 2010 metros de altura. Nuestro punto de partida. Mientras, el granizo nos golpea. Malos augurios. Sin embargo, bastones y para arriba. Primera presa. Serán tantos embalses, tantos lagos. Da gusto saber que aún hay tanta agua dulce cuando cada vez está más codiciada.
Restanca y arriba
Hemos escogido que el inicio sea aquí. A 2010 metros de altura sobre el nivel del mar. Dentro, ella nos facilita la acreditación. Debemos sellarla en cada refugio. Tenemos suerte. Arrecia la lluvia cuando estamos dentro. Disfrutamos con el agua que cae encima de esa otra agua del pantano. Desde la puerta aún vemos cómo cae una cascada enfrente. En medio de tanta agua baja parte de un grupo de escaladores vascos. Traen una mala noticia. Una chica se hizo un esguince en el pie. Estaba allá arriba. Se la veía. Hay que llamar al helicóptero. Se hace. Vendrá cuando pueda. Traslado hasta abajo. Ambulancia de bomberos. Final, en el hospital de Vielha. Pero ella y su grupo deciden ir bajando poco a poco. En medio de la lluvia. Con riesgos. Llegan hasta nosotros con grandes mochilas de material. Hierros, anclajes, fijaciones, arneses. La chica cree que debe seguir bajando. Mientras, nosotros esperamos que pare para seguir. Buen momento para aprender. Un escalador aconsejaba que, en momentos así, en medio del monte, había que tirar todo el hierro y seguir. Pero eran más de 300 euros. Nuestra aportación: había que permanecer “arranados” en el suelo. Como ranas mojadas, extendidas, caladas hasta el fondo para evitar el temeroso rayo. Pero una cosa es decir y otra es hacer.
Escampa un poco. Decidimos subir más arriba (obsérvese que aquí, la palabra “arriba” tiene una acepción muy vertical, resbaladiza, cortante y saltarina de bloque en bloque). Vuelve a llover. Y en esas estamos cuando, a nuestra edad, tuvimos una grata sorpresa. ¿Quién nos iba a decir que, en este estado, una moza nos piropeara? Pues sí. Oímos a lo lejos: “¡Mira qué tres jóvenes tan fashion vienen ahí con anorak rojo!” Gratamente sorprendidos, aún lo valoramos más cuando la atrevida joven lo dijo estando todos ellos aparentemente emparejados. Ufanos y envalentonados, la subida acabó pasada por agua. Las vistas, para qué ponerle adjetivos.
Ya arriba (algo que es un decir, porque aquí no se para de subir) las señales hacia el refugio de Ventosa nos llevaron a una confusión. La descubrimos cuando unos vascos, a pesar de que nos informaron bien, nos hicieron desconfiar de nuestra inseguridad. Total, cuatro kilómetros de error y mil metros de desnivel. A modo de calentamiento. De vuelta al punto inicial, encuentro con una pareja de conocidos, todo ya previsto, y dirección hacia Ventosa. Lagos y más lagos, el agua mecida por el viento, de un azul que puede pasar a negro, con olas que brillan con los rayos del sol. Aguas limpias y también con algas, juncos o similares plantas que, todo lo largas que son, se estiran encima como hilos sin fin. Y ranas. Sí, en el recorrido hubo ranas. Pero no “arranadas”. Y sapos. Y vacas y caballos. Aquí estaban a sus anchas. Adornaban el suelo con sus excrementos, perturbaban el silencio ellas con sus esquilas y ellos con sus relinchos.
Pronto, esta corta etapa de aproximación llegó al final. A 2220 metros estaba nuestro lugar de pernoctación, el refugio Joan Ventosa i Calvell, el Ventosa. Nombre que es apellido pero que hace honor al fuerte viento que nos acompañó toda la noche.
Ventosa
Un tronco a modo de fuente dibujaba su perfil con el agua desparramada por el viento mientras allá abajo, el estany Negre hacía honor a su nombre. Más abajo, Boí. Ya lo sabíamos, el refugio no tenía agua caliente. De fría sí había y casi todos notaron sus caricias. Buen ambiente, colocación en una gran habitación y descubrimiento del entorno. Sobre la habitación, un enorme pabellón. Uno de los recién llegados solicitó dormir en un lugar de fácil acceso como para acudir rápido al lavabo debido a micciones prostáticas urgentes. El paisaje humano era variado: había quienes efectuaban estiramientos (al día siguiente descubriríamos por qué), pasaban el tiempo, interpretaban mapas, cocinaban, hablaban o se contaban batallas pasadas.
Allí había hasta gente conocida de Terrassa, Barcelona, nuestro punto de salida. Daba igual el origen. La altura une y es muy fácil la socialización, compartir aquellos puntos de vista que te puedan ayudar a llegar. Poco a poco, más personas perfumadas por olores diversos, con aire de limpieza y reposo, esperaban la temprana hora de la cena. Es ese momento en que compartes la comida con quien te toca. Da igual quien fuera. Se hacía notar un gran grupo de holandeses, quienes venían aquí con un guía para acercarse a esas montañas de las que su plano país carece. Dentro, en la cocina, llamaba la atención un joven. Dijeron que era un sherpa nepalí. Participaba en un intercambio, según rumores bien intencionados. Algunas jóvenes se movían con agilidad, junto a muchachos prestos a servir sopas, comida para vegetarianos, civet de jabalí y postres.
Si a las 19 horas se cena, a las 22 horas la luz artificial desaparece. A dormir para madrugar en un refugio con una ducha y dos lavabos para mucha gente. Agradecer el esfuerzo que supone atender un albergue de altura no debía estar reñido con ofrecer unos lavabos dignos. Nuestra calificación: un dos (escala del uno al cinco, nota máxima).
Pronto, a las 5,30, decidimos levantarnos para ver cuál era el cariz de un día que aparentaba muchas nubes bajas y un tiempo inestable. ¿Qué hacer, seguir o no cuando el día anterior muchos no se atrevieron a pasar el cercano puerto del Contraix, al que nos dirigíamos? Ir o no ir, he ahí nuestra cuestión.
Del Contraix al refugio LLong
Por aquella zona, el panorama era oscuro. Niebla baja, densa. Día ensombrecido. Para animarnos (o engañarnos), qué buen recurso que acomodar la meteorología a nuestros deseos. Es un espejismo muy usado, también en la vida diaria.
Desayuno enlatado, de esos que producen muchos desechos, comida en una mochila recompuesta de nuevo y…la decisión. Nos aproximaremos al Contraix a ver qué nos pasa. Dudas…muchas. Primero, encontrar el camino. Luego, acomodarnos a la fama de un elevado paso que te sorprende con el tamaño de sus piedras, con la búsqueda de los auténticos hitos o mojones, empinada subida. Y todo en medio de una densa niebla. Nos atrevimos, como tantos otros. Quisimos experimentar qué pasaba. Nos pusimos a prueba. Pero llegamos solos arriba, a 2748 metros, a esa zona en que algunos no pudieron menos que pintar su bandera catalana del alma. Como si la montaña no estuviera por encima de colores variados y gustos particulares más o menos excluyentes.
La bajada, técnica y no fácil. Es lo que tiene la verticalidad de la alta montaña: en pocos giros subes y en otros tantos bajas. Sudar, sudar, con aquella niebla apenas se notaba. Tampoco nadie nos cruzaba, hasta que, más abajo, las compañías nos ofrecían su presencia. Predominaban las personas de otros países en todo el recorrido. Más que los peninsulares. Gente lenta y veloz, cada uno a su paso. Pequeños y mayores que ascendían por donde bajábamos. El silencio de la pronunciada bajada se rompía con el ritmo de una cascada de agua a nuestra derecha. De escuchar el silencio a oír el tintineo de tanta agua que baja a los innumerables lagos. La riqueza líquida allí en medio. También en el suelo. La experiencia del resbalón era fácil. Saltos en medio de charcos, intercambio de tiempos entre los que suben y los que descienden. Temas: la meteorología, el sol, la dificultad, la procedencia, el destino, la amabilidad de saber que aquella persona está viviendo lo mismo que tú. Alguien con alguien que se hablan. Desconocidos unidos por una empresa común sin ánimo de lucro. Cuerpos y mentes enfrentados al ¿Yo también podré conseguirlo?
Ya abajo el sol nos muestra una de esas típicas estampas de Aigues Tortes. Familias que pasean, que disfrutan de un paisaje al que llegaron desde Boí en un vehículo que es un taxi todo terreno. Modelos variados: ese niño que le recuerda a su padre que echa de menos la Nintendo, una bella mujer que lleva en una mochila a su hijo, un marido que dice que ya hizo Carros de Foc, un joven padre con el vídeo y una madre con el ojo digital que persiguen a un niño retozón, parejas mayores que se enfrentan a las dificultades de un camino que conduce hacia el estany LLong. Puentes de madera, excursionistas ilusionados y nosotros que vamos a sellar al refugio LLonch, a 1987 metros. Ilusiona ver el sol radiante que ilumina tal paisaje con gente que se acerca hasta aquí. Y agentes rurales aparcados al lado del refugio. Dentro, ambiente de almuerzo, amabilidad para indicar el camino correcto y lavabos. Algunos que estuvieron durmiendo aquí los califican con un 1 (sobre 5, máximo). Malos.
Del Llong hasta La Colomina
Después de una cierta confusión inicial, el camino comenzó a enfilarse (otra vez, y van..) Hacia la collada de Dellui, a 2577 metros. Subir es ver por encima, es mirar con otra perspectiva, aunque el sol te haga sudar sin parar. Un calor hasta agradable por la fresca brisa que nos acariciaba, como si quisiera añadir algo de placer a la ascensión. Del otro lado se veía la persistente niebla del Contrauix, felizmente superado. Aquí sol y, a lo lejos, nuestra gloria de llegar al refugio donde dormir. En medio, una agradable senda que insinúa que sus márgenes sirvieron para conducir vagonetas de piedras por los restos de aquellas vías. ¿Dónde estarían los que construyeron esos caminos tan bien conservados? Trabajos duros de altura para tantas presas de las compañías eléctricas. Héroes anónimos que no aparecerán en ningún sitio. Gente que nos ayuda a ver. A tener electricidad. Hasta a pensar en esos imperios energéticos que se permiten no conservar sus líneas y dejar a miles de personas sin luz en Barcelona. Pensábamos en las OPAS entre ellas, en sus inversiones en América Latina, en su poder como para que no teman a ninguna medida o expediente sancionador. Es la economía, amigo. La energía manda cada vez más.
Y nosotros allí, entre embalses que se comunican entre ellos por túneles, que bombean agua de un lado a otro. Paredes que contienen el agua acumulada, aunque el nivel sea bajo. Arriba, en el puerto Dellui, el espectáculo gratuito de las masas de agua controladas por las paredes artificiales. Agua azulada, negra, con suaves olas, limpia, fría, envidiable. Tan arriba aún hay metros de vías, restos de otros tiempos que parecen pasarelas ancladas en pasados trabajos, en esfuerzos no imaginados con la tecnología de hoy día.
Pronto volvemos a ver familias, ociosas personas que se extasían como nosotros, que apuran el paseo antes de volver al coche por el funicular que conduce al estany Gento. Primero, el paso de La Portella, a 2335 metros. Giro a la izquierda, hacia arriba, como siempre. Las señales del GR nos guían hasta el refugio de Colomina, a 2415 metros, situado en una zona tan despejada que la fuerte sonoridad del viento nos acompañará hasta el amanecer. Una construcción cedida por esa compañía del apagón barcelonés, con reminiscencias de las cintas de las oraciones de los sherpas, con el tejado asegurado con tirantes de hierro, ventanas rosas y buen ambiente en el interior. Detrás, un lago, uno más. Todo sorpresas. Muchas y muy humanas.
Una tecnológica. Desde aquí dos compañías de telefonía móvil permiten conectarse con el mundanal ruido. Dicho y hecho. Aprovechamos la cobertura para ahorrar preocupaciones, sufrimientos y nervios a los seres queridos. ¿Cómo estarán allá arriba? Bien, gracias.
Otra sorprendente persona es la titular del refugio. Hasta este año, disfrutaba del récord de tiempo en Carrfos de Foc. Enric Lucas no estaba allí pero sí otro joven ayudante que se preparaba para el día siguiente. Por la mañana se podía empezar la prueba en menos de 24 horas. Era nuestra prueba pero no era nuestro reto ni n nuestro tiempo. De momento.
Más sorpresas, un grupo de Benidorm que se preparaba para participar. Muchos, bomberos. Buena gente, gran ambiente. Y otro grupo andaluz de Cazorla y Córdoba. Algunos formaban parte de un grupo excursionista con un nombre de su web más que real, http://www.llegacomopuedas.com/. Nos sentimos partícipes de esa denominación. Ducha de agua caliente, qué placer, y unos lavabos en mejor estado. Un 3 le asignamos. Tensa emoción contenida se notaba entre quienes se preparaban para el reto. Poner todo a punto no es fácil. Más cuando no sabes si acertarás con lo justo que necesitarás. Una mochila pequeña, depósito con agua, cortavientos, sustancias varias de apoyo energético. Ilusión. Preguntas al compañero que más sabe. Todo a punto. Y más. Por si acaso. Nervios. Para celebrarlo quieren seguir con la tradición: una cerveza para cada uno. Pero no. Esta vez el helicóptero no pudo volar y evitó que se cumpliera el rito. No había cervezas para nadie. Bueno, las tomaremos cuando acabemos Carros de Foc, dijeron.
La noche fue sonora: el viento mecía nuestros sueños. O eran una caja de sorpresas como para taparse más con las mantas. O implorar que el tejado no saliera volando. Antes del amanecer, movimientos que anunciaban los preparativos previos al inicio del reto de hacerla en 24 horas. Los de Benidorm, con la adrenalina a tope. Pertrechados, ilusionados, equipados para lanzarse a por todo. Temperatura del ambiente exterior: cero grados. Ni frío ni calor.
Hacia el refugio de Amitges
Pronto también partimos, protegidos por la baja temperatura, con una sensación térmica de frío por un viento que daría paso a una jornada de sol y calor, pero con ráfagas de ese aire fresco que coloca tu actividad física en el punto mejor para disfrutar sin agobiarte por el intenso sudor. Dejábamos un paisaje de montañas con perfiles redondeados para adentrarnos de nuevo en lo nuestro, en esos picos jóvenes, crestas duras, puertos altos y bajadas rápidas. Detrás, más pantanos, la punta del refugio, casas de aquellos trabajadores de las presas. Delante, un camino con escalera de piedra. Nos aprovechábamos del trabajo de otros. Nos ayudaba a subir una empinada pendiente con los habituales lagos y un paisaje típico de las zonas alpinas. Poco a poco nos acercábamos al refugio de Joseph Maria Blanc, a 2318 metros. Una bajada pronunciada, como todas, por un camino bien señalizado, un GR con destino próximo el refugio y con continuación por una pista, útil para quienes prefieren esto a subir por el Monestero. O sea, bajar al refugio y volver para atrás para divisar a un lado el Peguera y al otro el Monestero.
La vista fue una experiencia más. Una enorme masa de agua al fondo con el dibujo de una pequeña península en medio. Cerca, casas de ingenieros y el refugio. Un paisaje alpino, un sueño, abrir los ojos e imaginarse allí, con calma, con amores, con ganas de desconectar de la cotidianeidad para recargar la paz interior. Un sitio para volver, para estar, para compartir. Un lujo en nuestro camino: café de cafetera, teléfono, lavabos que se merecen un 5, atenciones, limpieza, bebidas varias, entorno impresionante, vistas inolvidables. Pequeña parada con un joven informático que venía con nosotros momentáneamente. Un solitario con el que compartimos un trozo de camino, desde La Colomina.
El Joseph Maria Blanc (apuntadlo para ir o volver, por favor) significó también una división. Dos personas fueron por la pista, siguieron el camino de los túneles, el habitual de Carros en menos de 24 horas. Las otras dos probaron la ruta del Monestero. Retrocedieron, subieron bastante y se reencontraron con señales vistas antes que, cómo no, indicaban más ascensión. Mientras, los lagos y pantanos vistos desde arriba, con esos reflejos en el agua, con esa ondulada oscuridad que produce el aire en el líquido elemento. Agua, tierra, sol, cielo. Y nosotros dos allí. Y los problemas habituales de la vida diaria no hacían acto de presencia. Borrado mental de la cotidianeidad. Lucha y orientación. Búsqueda del camino que sube y que nos conducirá a una bajada de esas que figuran en las estampas más estereotipadas del parque de Aigües Tortes. Antes, más subida y auxilio.
Ya bajaba algún intrépido héroe de los que se enfrentaban con menos de 24 horas. Era el día de la Skyrunner de este año, 31 de agosto-1 de septiembre de 2007. La ascensión nos hizo cruzar a una familia con tres personas desorientadas. Ya estaban muy arriba. Iban al refugio de La Colomina por un camino equivocado. Con esa lástima que produce cuando ves gastadas unas fuerzas que se podían haber reservado, nuestros mapas les pusieron en el buen camino. Tuvieron que bajar de nuevo y rehacer la marcha. Hoy les tocó a ellos, a menudo también nosotros.
La collada de Monestero, a 2715 metros, nos enseñó este pico (1877 metros) , al Peguera (2984) y, allá al fondo, Els Encantats y el lago de Sant Maurici. Pero todo allá lejos. Era nuestro destino pero antes había dudas, retos y bajadas. Piedras que se movían por la pendiente, zapatillas llenas de tierra. Luego, piedras de mayor tamaño. Después, bloques como los del Contraix. Saltos de uno a otro. Atención a por dónde pasar sin quedar encajonado con la mochila.. Cuidado con los bastones. Si caen por algún agujero, allí queda.
Un camino con este tipo de piedras también tiene sus ventajas. Las piernas quedan tatuadas por pequeños cortes que parecen imperceptibles al principio. Después, marcas con sangre incluida. El granito también alisa las manos. Si vas sin guantes, cualquier callo o dureza pronto desaparece por el efecto lija de esta piedra. Duele, arremete, molesta. Mejor, guantes.
Mojones que había que buscar. Restos de un camino que, siempre en fuerte bajada, te lleva a otra zona de bloques. Hasta que te das de frente con una pared vertical. Vértigo. Miedo. Peligro. Búsqueda de atajos o rodeos para evitarlo. Un mal momento superado después con un rodeo que te descubre que te has de buscar la vida si quieres seguir.
Ya en el fondo del valle llegó otra recompensa. Riachuelos en forma de meandros que confluían en otro más grande. Prados de alta montaña. Aguas poco profundas, limpias, cristalinas. Hierba para sentarse y comer (no comerla). Gente de paso que amenizaba la tertulia. Muchos vascos que venían de esas montañas. Amabilidad, ganas de hablar, de animarnos unos a otros. Es la montaña y la vida. ¿Más regalos?, más abajo. Nosotros, en medio de las postales de calendario. Sí, imaginadlas y acertaréis. Era la recompensa que buscábamos en una ruta poco frecuentada ya por Carros de Foc pero aconsejada por quienes saben regalarte sitios que te llenarán. Paraísos cercanos, al alcance de quien crea que se descubren porque están ahí, gratis. Al filo de lo posible, de tus posibilidades, vaya.
Una pareja francesa solicitó ayuda en su mapa y, en este punto, nuestro compañero, que había venido con el joven informático, se reincorporó. Cerca, el refugio Mallafré, a 1893 metros. Lavabos, según opiniones, un 1. Malos. Ambiente opíparo: la gente comía. Destacaban unas jóvenes vascas que, dicharacheras ellas, hacían el GR 11 hacia Cap de Creus. Nosotros seguimos hacia Sant Maurici y el refugio de Amitges.
Estábamos entrando en zona turística de primer orden. La más concurrida del parque, donde los taxis todo terreno tienen su feudo y su negocio. También se sospechaba de encuentros de jóvenes de determinado movimiento religioso. Por sus ademanes los conoceréis. Como a nosotros, claro. Por debajo de la pared del famoso embalse llegamos a la fuente que está debajo de la oficina de información. Entorno lleno de gente. Ambiente familiar, incluso había quienes subían por el camino del refugio, hasta la cascada, más arriba, o donde el ojo digital de nuevo plasmara la típica y repetida imagen del lago con Els Encantats al fondo. Y, casi seguro, ellos en primer plano. Testimonio de que llegaron hasta allí, que respiraron aquellos aires, que vieron un entorno natural en un día diferente.
La subida a Amitges era la última parte del esforzado regalo de una etapa iniciada a cero grados a las siete de la mañana. Vuelta a ver más lagos, gente que volvía después del día de montaña. Calor, el camino se tensa, cada vez más, fuerzas las justas, curvas en subida, más ascensión, no se acaba nunca, ¡vaya regalo final!, casi ni queda agua, a ver si llega el refugio. Y sí, allí arriba estaba Amitges y su caja de sorpresas. Muchas. Algunas, muy sorprendentes y muy humanas.
De Amitges hasta el punto de salida inicial, Restanca
Con más de un 5 calificaríamos a un buen refugio de montaña, el de Amitges, a 2367 metros. Valentí y compañía hacen un gran trabajo. Y se nota en las caras y en los ánimos de quienes le visitan. Ese día, 31 de agosto, lleno hasta la bandera. Suele convertirse en un punto favorito para iniciar la Skyrunner, o sea, acabar Carros de Foc en menos de 24 horas. ¡Qué atrevimiento! Para nosotros, son superpersonas quienes lo consiguen. ¿Quiénes son y dónde están? Algunas, allí mismo. Unas repiten la proeza. Otras, la intentan. De repetidores, cerca de nosotros había rostros conocidos: Ángel Moreno, de Mataró; Antonio García, de Matadepera; Dulcet, de Terrassa. Disculpas a los no identificados. Eran bastantes, algunos y algunas, con gran habilidad para la tertulia, para darte consejos. Para la humildad que conlleva saberte fuerte o débil, depende de tu preparación física y mental y, también, según el tiempo, las fuerzas y la suerte.
Buena y variada gente, joven y no tanto. Sana envidia la que teníamos los neófitos que empezábamos por tres días y medio. “Caeréis en probarla en menos de 24 horas”, nos repetían. Casi todos acaban cayendo, aseguraban.
Una presencia destacada, un símbolo del esfuerzo, Kiko Soler. El grande, el campeón de las carreras de montaña por medio mundo. Un mito muy humano, allí al lado. Humilde, cordial, abierto a dar consejos, a enseñar su experiencia, a que todos disfrutemos como si las aportaciones de cada uno valieran tanto o igual que sus muchos kilómetros acariciando piedras por subidas y bajadas sin fin. Dando ánimos. Invitando a participar. Él lo hacía por primera vez. Tuvimos tiempo de verlo en acción al día siguiente.
La terraza de Amitges era una invitación a mirar Els Encantats y todo el entorno. Ver cómo oscurece y la fresca temperatura de hace primero ir a buscar ropa y, luego, retirarte hacia el interior. Más tarde, después de la cena a las 19,30, el cielo a lo amplio. Infinidad de estrellas, la luna ya menos llena, la luz de la noche que convierte a las montañas en siluetas difuminadas en la oscuridad. Allá arriba se estaba bien, dentro y fuera.
Cenar es disfrutar en grupo, sentarte con quien hace un momento no conocías, o sí. Formar una momentánea familia en la que tú eres un igual, todos unidos por parecidas finalidades en aquel momento. Y después, mapas, rutas, planes. Mientras, ya iban llegando participantes de la Skyrunner. Aplausos y vítores de ánimo. Instantáneas para reflexionar: un joven de 25 años tuvo que retirarse cuando le quedaban pocas horas para acabar en el tiempo previsto. Una fuerte bronquitis le alejó del objetivo final. Él lo afrontó de forma positiva, igual que quienes estábamos a su lado: la ruta estará el año que viene, una retirada a tiempo a veces es una gran victoria, la salud es la base y los ánimos, que no decaigan. Eso le pasa a cualquiera. Son los riesgos de esta aventura. Al filo de lo posible. O no. Pronto, muchos se reincorporarían a la misma actividad. Otros, quizá el año que viene. Últimos preparativos, despertadores, móviles, a las 22 horas sin luz y a dormir.
Movimiento de materiales diversos y de frontales pasada la medianoche. Tocaba la diana del inicio para los que se retaban a sí mismos. No paraba de entrar gente a sellar el forfait y a reponer fuerzas de forma rápida.
Antes de despuntar el alba, ya en camino otra vez. Subida a ls collada de Ratera, a 2543 metros, bajada en medio de una escarcha evidente. Hacia el refugio de Saboredo, a 2310 metros. Pequeño, con tres jóvenes que esperaban. La bandera de turno, a la vista en un mástil. Lejos, la estación de Baquería Beret. Allí, amabilidad y fuerte olor a cloaca. No vimos ni usamos los lavabos. Sin calificativo numérico. A continuación el camino se dirigió hacia el refugio de Colomèrs, a 2138 metros, ya en el valle de Arán. Vacas, caballos pastando, excursionistas por los prados comiendo. Nosotros, hacia uno de los refugios peor calificados por la gente de paso. Los lavabos, menos que un cero. ¿Los aprobarían los inspectores de Sanidad? Decían que la suciedad era real. Vimos al joven que ni se preocupaba de dirigirte a sellar el forfait. Abandonó el mando y se fue a correr con quien primero pasó. El refugio de Colomèrs, tal como está, muy desaconsejable. Hace perder la afición.
Luego, por entre presas, dejamos el GR 11 y nos dirigimos a una de las subidas que dejan huella, la collada de Caldes, a 2568 metros. Interminable. Empinada. Con un falso final. Pero la recompensa de altura era ver un gran paisaje por un lado y, por el otro, al fondo, la Maladeta, el glaciar del Aneto, Els Posets. Y, pronto, el final. Quedaba poco para acabar. Estaba al alcance de los pies. Bajada, corta y fuerte subida, lagos, señales y dirección hacia el punto de partida, el refugio de Restanca. Una zona en la que pudimos ver cóm o bajaba y luego subía Kilo Soler, el grande. El símbolo de tantas personas que se dedican a esto, algunas ganan títulos pero no dinero. No son futbolistas o tenistas de élite. No salen en los medios. No anuncian ni son patrocinados por esas marcas. Parece que su actividad es de tercera categoría con un esfuerzo extra de primera.
El final estaba allí al lado. La camiseta conmemorativa, la cerveza , el pic nic, el recuento de nuestras 27 horas en tres días y medio. Los malos pensamientos nos acecharon: debía ser el mal de altura. Porque algunos, en nuestro interior, ya nos retamos. Anotamos la posibilidad de probarla en otro tiempo.
El descenso final, fuera ya de la ruta, nos aproximó al coche y a Artíes. Con una de sus plazas en donde niños rollizos estaban subidos a aquella vaca decorativa que había en medio. Estaban felices con su animal, mientras sus congéneres tenían aparcado su todo terreno de lujo cerca, o sus motos o quads allí al lado mientras reponían fuerzas con los pinchos del restaurante vasco de allí al lado.
Ya de vuelta recordamos esa frase que tanta gente debe leer en la actual exposición “Las Edades del Hombre”, que aún está en Ponferrada, León, titulada “Yo camino” y centrada en El Camino de Santiago:
“Los pasos aligeran al medir las últimas leguas y los pulmones se dilatan de tal manera que parece no haber aire en todo poniente para saciarlos”.
Evaristo
Terrassa, 6 de septiembre de 2007
Ahí, en Vielha, donde las vacas de plástico adornan algunas tiendas porque de las otras casi no quedan, donde las grúas entronizan la piedra, la madera y el tejado de pizarra en pendiente, donde los prados segados se pueden contar casi con los dedos de una mano, donde al entrar ves un tractor en un prado y, cuando sales, sigue estando allí como si fuera un monumento nacional consagrado a tiempos pasados, donde las hablas y los modales de muchos paseantes les delatan como de un círculo de clase social unida por la nieve de primera, aquí en medio también está la sede de Carros de Foc.
Dice la propaganda informativa que en 1987 un grupo de intrépidos guardas decidieron hacer la travesía Ribagorza- Pallars-Arán en un día. Esa hazaña hizo que Óscar Balcells y otros la ofrecieran como un reto, adaptada a las fuerzas de cada uno: en menos de 24 horas para una selecta minoría (¿serán unas superpersonas?), en varias etapas para el resto. Veinte años después, tres mortales individuos quisieron ver la luz después del túnel y se sometieron a la prueba de hacer Carros de Foc en tres jornadas y media. Una decisión que quizá sea vista como algo sencillo para los héroes de menos de 24 horas (dicho sea con mucha admiración y más sana envidia) pero una dura apuesta para quienes, desde www.grmania.com pretenden dar un paso al frente, sin ser más que nadie que no lo dé. Un atrevimiento o una bravuconada más. Se discute si algo inconsciente o no.
He aquí una visión personal y distendida de las vivencias entresacadas de una experiencia que vale la pena pasar y repetir. Que está al filo de lo posible.
¿Por qué no?
Es la gran duda. Si yo, a mi edad y situación corporal seré capaz de acabar el círculo de los nueve refugios. Si congeniaremos con el resto del grupo, cuando las chispas suelen saltar por motivos aparentemente superficiales. Si la mente será capaz de mantener el tipo, cuando el armazón óseo y muscular se ve sometido a muchos dobleces, balanceos de mochila, roces y escoceduras diversos, torceduras y muchos sudores que resbalan con más velocidad de la que uno es capaz de subir las empinadas pendientes. Por qué no someterse a la variabilidad temporal, a estar sin cobertura telefónica en medio de la inmensidad de las piedras, donde subir y bajar se convierte en una monotonía. Si las uñas de los pies aguantarán los embates con las piedras o adoptarán un poisterior color negro hasta reponerse por enésima vez. Cómo interiorizaré esos duros paisajes llenos de encanto natural. Qué trato me darán tantas enormes piedras, al lado de las cuales yo casi no soy nada. Bloques inmensos, lagos y más lagos. Las rodillas y los tobillos, habituados al asfalto, cómo reaccionarán a un maltrato que no se merecen. Y la vida en unos refugios diversos, con horarios distintos y lavabos y duchas y comidas y camas y literas y personas. Cómo reaccionar ante esa unión que propicia el medio, en que el compartir y el ayudar suele ser lo más habitual, donde el aprendizaje puede ser mutuo mientras abras los ojos para comprobar qué sabe el otro y tú qué le puedes enseñar. ¿Por qué no someterse a estas y otras hipótesis?
Preparativos y accesorios
A menudo el placer del camino comienza en los preparativos. Cuando acaba, en ese momento en que la memoria endulza los recuerdos y casi todo ahora es mejor de lo que fue, el ritual iniciático de llegar al principio tiene gran valor. Se lanza una idea a un grupo habituado a caminar. Las reacciones de rechazo o de entusiasmo definen las voluntades. Quienes se apuntan lo hacen con cierta ilusión más o menos ingenua. Luego, las circunstancias, la lógica y la razón ponen las cosas en su justo lugar. Al final, de muchos se pasa a pocos. Quizá, los justos. Aunque no estén todos los que son.
La magia de Internet ayuda mucho a situarse. Observas blogs, webs, vivencias, descripciones de experiencias personales. Mucha información. Y perfiles. ¡Vaya sierra tan dentada que será el camino! Puntas afiladas que bajan hasta el fondo para repetirse hasta el final. ¿Seremos capaces de tanto?
Y…¿qué me pongo? Porque el ajuar es significativo. Escoger algo con que llenar la mochila implica dejar otras cosas. ¿Lo necesitaremos todo? Descartar significa elegir y aquello a lo que renuncias puede que te esté presente en tu memoria. Pero, en estos momentos, en un grupo tan reducido de tres siempre hay quien comparte su orden a modo de ayuda. Él es ordenado.
Días antes se presenta con una hoja. En un lado está el sorprendente perfil. En la otra cara aparece una lista clasificada por apartados: ropa, frío, lluvia, calor, higiene, farmacia, ocio, seguridad, comida y otros. Cada capítulo, con sus subapartados. Mirad si se me olvida algo, dice. Pero, ¿cabrá todo en una mochila que hemos de transportar por más de 55 km, más de 9000 metros de desnivel, a alturas entre 2000 y 2800 metros sobre el nivel del mar? ¿Habrá que apretarla con el pie? El departamento de accesorios es inacabable. Compras y más compras de novedades…por si acaso. Después, durante el camino, el reto no sólo es acarrearla a las espaldas. En cada refugio, parada y fonda:: saca y mete, coloca y aprieta, regula y carga. Cada poco, lo mismo: pon si hace frío, quita si sudas, busca en el fondo aquello que debía estar encima, coloca mejor lo que te martiriza en las costillas, guarda la basura al lado de la ropa sucia y de la comida y del móvil, y de… La montaña es esto. Lujos, los justos. Higiene, la que se puede. Escrúpulos, los menos. Olores, muy humanos y repetidos. Y el peso, mayor entre menos días quedan.
Mientras te preparas, la vida al final de vacaciones te puede repercutir en tu estado de ánimo. Porque, la última reunión “antes de” fue en este caso a la puerta de un ayuntamiento. Debajo de los mástiles desnudos de banderas, en dos bancos se repasan vacaciones y materiales. Hay acompañantes que han venido a dar ánimos. Alguien muy experimentada en montañas estuvo en Eslovenia. También conocía Carros. Alguien no fue tan lejos pero aseguró que rezaría mucho para asegurar el tiempo más favorable. Alguien más se había apuntado pero fue prudente y se retiró. Mientras, allí al lado, pasaba alguien con una pierna enyesada y en silla de ruedas. Era una persona conocida. Su experiencia, en aquel momento, no motivaba pero tampoco se podía descartar. Se lesionó bajando Sant Jeroni, en Montserrat. Un helicóptero la izó. El bombero la animó en esa experiencia única por la que otros pagan mucho dinero. Sus acompañantes grababan el desarrollo. Luego, lo colgaron en You tube. He ahí una moderna realidad. Un riesgo o una vivencia que debíamos evitar.
Los profetas de arriba
Antes de salir, cómo no ponerse en manos de los gurús del tiempo. Nuestros adivinos de la meteorología de sobra saben que parecen divinidades, pitonisas mediáticas a las que se les pide que acierten el tiempo que mejor nos conviene. Como si los meteosats de turno estuvieran domesticados por el ocio y llover, en época de sequías, fuera símbolo del mal tiempo y el calor, bajo la escasa capa de ozono, significara disfrutar sin sudar. No obstante, miramos y remiramos. Sabios franceses, andorranos, de aquí (evito nacionalidad para no herir), todos con su bola de cristal. Y alguien, ella, que nos aseguró que rezaría mucho por lo que se nos podía venir encima.
El inicio
Carros de Foc es tan libre que tú te adaptas a ella. Tanto, que si no quieres no vas. Y si vas, la empiezas por donde quieras. En nuestro caso, En contra de las agujas del reloj, por el punto más alejado por ser el de más cómodo acceso. Perdón, “cómodo” a estas alturas, entre comillas. El túnel, la estereotipada imagen del Parador de Vielha, repetida hasta la saciedad. La ciudad, aún vacía. Subida por esa carretera en que tantas colas se forman en invierno hacia Baquería Beret. Los de la clase social respectiva la deben echar de menos. Llegada a Arties. Una vaca de plástico, de promoción de una tienda de recuerdos. Parador de Arties. Al lado, el bar de trabajadores de primera hora de la mañana. Contrastes. Primer café en un entorno cercano. La plaza de esa zona del pueblo también tiene otra vaca. Una escultura, claro. Aquí ahora la vaca de oro ya no es de aquella ganadería: la nieve, ese moderno oro blanco, natural o cada vez más artificial. Subida hasta el aparcamiento. Empieza a llover. Y nosotros, refugiados en un indicador de rutas, cogemos fuerzas mientras una babosa negra, un gran limaco, se pasea despanzurrado a nuestro lado. ¿Señal de buena o mala suerte?
Dejamos las supersticiones a un lado, otro café de termo esta vez, atuendos bien puestos y arriba. Muy arriba para empezar. Las señales de un GR nos hacen pensar en nuestras amistades de www.grmania.com. Es el GR 11. Sigue lloviendo. Poco a poco la senda conduce hasta el primer refugio, el de Restanca, a 2010 metros de altura. Nuestro punto de partida. Mientras, el granizo nos golpea. Malos augurios. Sin embargo, bastones y para arriba. Primera presa. Serán tantos embalses, tantos lagos. Da gusto saber que aún hay tanta agua dulce cuando cada vez está más codiciada.
Restanca y arriba
Hemos escogido que el inicio sea aquí. A 2010 metros de altura sobre el nivel del mar. Dentro, ella nos facilita la acreditación. Debemos sellarla en cada refugio. Tenemos suerte. Arrecia la lluvia cuando estamos dentro. Disfrutamos con el agua que cae encima de esa otra agua del pantano. Desde la puerta aún vemos cómo cae una cascada enfrente. En medio de tanta agua baja parte de un grupo de escaladores vascos. Traen una mala noticia. Una chica se hizo un esguince en el pie. Estaba allá arriba. Se la veía. Hay que llamar al helicóptero. Se hace. Vendrá cuando pueda. Traslado hasta abajo. Ambulancia de bomberos. Final, en el hospital de Vielha. Pero ella y su grupo deciden ir bajando poco a poco. En medio de la lluvia. Con riesgos. Llegan hasta nosotros con grandes mochilas de material. Hierros, anclajes, fijaciones, arneses. La chica cree que debe seguir bajando. Mientras, nosotros esperamos que pare para seguir. Buen momento para aprender. Un escalador aconsejaba que, en momentos así, en medio del monte, había que tirar todo el hierro y seguir. Pero eran más de 300 euros. Nuestra aportación: había que permanecer “arranados” en el suelo. Como ranas mojadas, extendidas, caladas hasta el fondo para evitar el temeroso rayo. Pero una cosa es decir y otra es hacer.
Escampa un poco. Decidimos subir más arriba (obsérvese que aquí, la palabra “arriba” tiene una acepción muy vertical, resbaladiza, cortante y saltarina de bloque en bloque). Vuelve a llover. Y en esas estamos cuando, a nuestra edad, tuvimos una grata sorpresa. ¿Quién nos iba a decir que, en este estado, una moza nos piropeara? Pues sí. Oímos a lo lejos: “¡Mira qué tres jóvenes tan fashion vienen ahí con anorak rojo!” Gratamente sorprendidos, aún lo valoramos más cuando la atrevida joven lo dijo estando todos ellos aparentemente emparejados. Ufanos y envalentonados, la subida acabó pasada por agua. Las vistas, para qué ponerle adjetivos.
Ya arriba (algo que es un decir, porque aquí no se para de subir) las señales hacia el refugio de Ventosa nos llevaron a una confusión. La descubrimos cuando unos vascos, a pesar de que nos informaron bien, nos hicieron desconfiar de nuestra inseguridad. Total, cuatro kilómetros de error y mil metros de desnivel. A modo de calentamiento. De vuelta al punto inicial, encuentro con una pareja de conocidos, todo ya previsto, y dirección hacia Ventosa. Lagos y más lagos, el agua mecida por el viento, de un azul que puede pasar a negro, con olas que brillan con los rayos del sol. Aguas limpias y también con algas, juncos o similares plantas que, todo lo largas que son, se estiran encima como hilos sin fin. Y ranas. Sí, en el recorrido hubo ranas. Pero no “arranadas”. Y sapos. Y vacas y caballos. Aquí estaban a sus anchas. Adornaban el suelo con sus excrementos, perturbaban el silencio ellas con sus esquilas y ellos con sus relinchos.
Pronto, esta corta etapa de aproximación llegó al final. A 2220 metros estaba nuestro lugar de pernoctación, el refugio Joan Ventosa i Calvell, el Ventosa. Nombre que es apellido pero que hace honor al fuerte viento que nos acompañó toda la noche.
Ventosa
Un tronco a modo de fuente dibujaba su perfil con el agua desparramada por el viento mientras allá abajo, el estany Negre hacía honor a su nombre. Más abajo, Boí. Ya lo sabíamos, el refugio no tenía agua caliente. De fría sí había y casi todos notaron sus caricias. Buen ambiente, colocación en una gran habitación y descubrimiento del entorno. Sobre la habitación, un enorme pabellón. Uno de los recién llegados solicitó dormir en un lugar de fácil acceso como para acudir rápido al lavabo debido a micciones prostáticas urgentes. El paisaje humano era variado: había quienes efectuaban estiramientos (al día siguiente descubriríamos por qué), pasaban el tiempo, interpretaban mapas, cocinaban, hablaban o se contaban batallas pasadas.
Allí había hasta gente conocida de Terrassa, Barcelona, nuestro punto de salida. Daba igual el origen. La altura une y es muy fácil la socialización, compartir aquellos puntos de vista que te puedan ayudar a llegar. Poco a poco, más personas perfumadas por olores diversos, con aire de limpieza y reposo, esperaban la temprana hora de la cena. Es ese momento en que compartes la comida con quien te toca. Da igual quien fuera. Se hacía notar un gran grupo de holandeses, quienes venían aquí con un guía para acercarse a esas montañas de las que su plano país carece. Dentro, en la cocina, llamaba la atención un joven. Dijeron que era un sherpa nepalí. Participaba en un intercambio, según rumores bien intencionados. Algunas jóvenes se movían con agilidad, junto a muchachos prestos a servir sopas, comida para vegetarianos, civet de jabalí y postres.
Si a las 19 horas se cena, a las 22 horas la luz artificial desaparece. A dormir para madrugar en un refugio con una ducha y dos lavabos para mucha gente. Agradecer el esfuerzo que supone atender un albergue de altura no debía estar reñido con ofrecer unos lavabos dignos. Nuestra calificación: un dos (escala del uno al cinco, nota máxima).
Pronto, a las 5,30, decidimos levantarnos para ver cuál era el cariz de un día que aparentaba muchas nubes bajas y un tiempo inestable. ¿Qué hacer, seguir o no cuando el día anterior muchos no se atrevieron a pasar el cercano puerto del Contraix, al que nos dirigíamos? Ir o no ir, he ahí nuestra cuestión.
Del Contraix al refugio LLong
Por aquella zona, el panorama era oscuro. Niebla baja, densa. Día ensombrecido. Para animarnos (o engañarnos), qué buen recurso que acomodar la meteorología a nuestros deseos. Es un espejismo muy usado, también en la vida diaria.
Desayuno enlatado, de esos que producen muchos desechos, comida en una mochila recompuesta de nuevo y…la decisión. Nos aproximaremos al Contraix a ver qué nos pasa. Dudas…muchas. Primero, encontrar el camino. Luego, acomodarnos a la fama de un elevado paso que te sorprende con el tamaño de sus piedras, con la búsqueda de los auténticos hitos o mojones, empinada subida. Y todo en medio de una densa niebla. Nos atrevimos, como tantos otros. Quisimos experimentar qué pasaba. Nos pusimos a prueba. Pero llegamos solos arriba, a 2748 metros, a esa zona en que algunos no pudieron menos que pintar su bandera catalana del alma. Como si la montaña no estuviera por encima de colores variados y gustos particulares más o menos excluyentes.
La bajada, técnica y no fácil. Es lo que tiene la verticalidad de la alta montaña: en pocos giros subes y en otros tantos bajas. Sudar, sudar, con aquella niebla apenas se notaba. Tampoco nadie nos cruzaba, hasta que, más abajo, las compañías nos ofrecían su presencia. Predominaban las personas de otros países en todo el recorrido. Más que los peninsulares. Gente lenta y veloz, cada uno a su paso. Pequeños y mayores que ascendían por donde bajábamos. El silencio de la pronunciada bajada se rompía con el ritmo de una cascada de agua a nuestra derecha. De escuchar el silencio a oír el tintineo de tanta agua que baja a los innumerables lagos. La riqueza líquida allí en medio. También en el suelo. La experiencia del resbalón era fácil. Saltos en medio de charcos, intercambio de tiempos entre los que suben y los que descienden. Temas: la meteorología, el sol, la dificultad, la procedencia, el destino, la amabilidad de saber que aquella persona está viviendo lo mismo que tú. Alguien con alguien que se hablan. Desconocidos unidos por una empresa común sin ánimo de lucro. Cuerpos y mentes enfrentados al ¿Yo también podré conseguirlo?
Ya abajo el sol nos muestra una de esas típicas estampas de Aigues Tortes. Familias que pasean, que disfrutan de un paisaje al que llegaron desde Boí en un vehículo que es un taxi todo terreno. Modelos variados: ese niño que le recuerda a su padre que echa de menos la Nintendo, una bella mujer que lleva en una mochila a su hijo, un marido que dice que ya hizo Carros de Foc, un joven padre con el vídeo y una madre con el ojo digital que persiguen a un niño retozón, parejas mayores que se enfrentan a las dificultades de un camino que conduce hacia el estany LLong. Puentes de madera, excursionistas ilusionados y nosotros que vamos a sellar al refugio LLonch, a 1987 metros. Ilusiona ver el sol radiante que ilumina tal paisaje con gente que se acerca hasta aquí. Y agentes rurales aparcados al lado del refugio. Dentro, ambiente de almuerzo, amabilidad para indicar el camino correcto y lavabos. Algunos que estuvieron durmiendo aquí los califican con un 1 (sobre 5, máximo). Malos.
Del Llong hasta La Colomina
Después de una cierta confusión inicial, el camino comenzó a enfilarse (otra vez, y van..) Hacia la collada de Dellui, a 2577 metros. Subir es ver por encima, es mirar con otra perspectiva, aunque el sol te haga sudar sin parar. Un calor hasta agradable por la fresca brisa que nos acariciaba, como si quisiera añadir algo de placer a la ascensión. Del otro lado se veía la persistente niebla del Contrauix, felizmente superado. Aquí sol y, a lo lejos, nuestra gloria de llegar al refugio donde dormir. En medio, una agradable senda que insinúa que sus márgenes sirvieron para conducir vagonetas de piedras por los restos de aquellas vías. ¿Dónde estarían los que construyeron esos caminos tan bien conservados? Trabajos duros de altura para tantas presas de las compañías eléctricas. Héroes anónimos que no aparecerán en ningún sitio. Gente que nos ayuda a ver. A tener electricidad. Hasta a pensar en esos imperios energéticos que se permiten no conservar sus líneas y dejar a miles de personas sin luz en Barcelona. Pensábamos en las OPAS entre ellas, en sus inversiones en América Latina, en su poder como para que no teman a ninguna medida o expediente sancionador. Es la economía, amigo. La energía manda cada vez más.
Y nosotros allí, entre embalses que se comunican entre ellos por túneles, que bombean agua de un lado a otro. Paredes que contienen el agua acumulada, aunque el nivel sea bajo. Arriba, en el puerto Dellui, el espectáculo gratuito de las masas de agua controladas por las paredes artificiales. Agua azulada, negra, con suaves olas, limpia, fría, envidiable. Tan arriba aún hay metros de vías, restos de otros tiempos que parecen pasarelas ancladas en pasados trabajos, en esfuerzos no imaginados con la tecnología de hoy día.
Pronto volvemos a ver familias, ociosas personas que se extasían como nosotros, que apuran el paseo antes de volver al coche por el funicular que conduce al estany Gento. Primero, el paso de La Portella, a 2335 metros. Giro a la izquierda, hacia arriba, como siempre. Las señales del GR nos guían hasta el refugio de Colomina, a 2415 metros, situado en una zona tan despejada que la fuerte sonoridad del viento nos acompañará hasta el amanecer. Una construcción cedida por esa compañía del apagón barcelonés, con reminiscencias de las cintas de las oraciones de los sherpas, con el tejado asegurado con tirantes de hierro, ventanas rosas y buen ambiente en el interior. Detrás, un lago, uno más. Todo sorpresas. Muchas y muy humanas.
Una tecnológica. Desde aquí dos compañías de telefonía móvil permiten conectarse con el mundanal ruido. Dicho y hecho. Aprovechamos la cobertura para ahorrar preocupaciones, sufrimientos y nervios a los seres queridos. ¿Cómo estarán allá arriba? Bien, gracias.
Otra sorprendente persona es la titular del refugio. Hasta este año, disfrutaba del récord de tiempo en Carrfos de Foc. Enric Lucas no estaba allí pero sí otro joven ayudante que se preparaba para el día siguiente. Por la mañana se podía empezar la prueba en menos de 24 horas. Era nuestra prueba pero no era nuestro reto ni n nuestro tiempo. De momento.
Más sorpresas, un grupo de Benidorm que se preparaba para participar. Muchos, bomberos. Buena gente, gran ambiente. Y otro grupo andaluz de Cazorla y Córdoba. Algunos formaban parte de un grupo excursionista con un nombre de su web más que real, http://www.llegacomopuedas.com/. Nos sentimos partícipes de esa denominación. Ducha de agua caliente, qué placer, y unos lavabos en mejor estado. Un 3 le asignamos. Tensa emoción contenida se notaba entre quienes se preparaban para el reto. Poner todo a punto no es fácil. Más cuando no sabes si acertarás con lo justo que necesitarás. Una mochila pequeña, depósito con agua, cortavientos, sustancias varias de apoyo energético. Ilusión. Preguntas al compañero que más sabe. Todo a punto. Y más. Por si acaso. Nervios. Para celebrarlo quieren seguir con la tradición: una cerveza para cada uno. Pero no. Esta vez el helicóptero no pudo volar y evitó que se cumpliera el rito. No había cervezas para nadie. Bueno, las tomaremos cuando acabemos Carros de Foc, dijeron.
La noche fue sonora: el viento mecía nuestros sueños. O eran una caja de sorpresas como para taparse más con las mantas. O implorar que el tejado no saliera volando. Antes del amanecer, movimientos que anunciaban los preparativos previos al inicio del reto de hacerla en 24 horas. Los de Benidorm, con la adrenalina a tope. Pertrechados, ilusionados, equipados para lanzarse a por todo. Temperatura del ambiente exterior: cero grados. Ni frío ni calor.
Hacia el refugio de Amitges
Pronto también partimos, protegidos por la baja temperatura, con una sensación térmica de frío por un viento que daría paso a una jornada de sol y calor, pero con ráfagas de ese aire fresco que coloca tu actividad física en el punto mejor para disfrutar sin agobiarte por el intenso sudor. Dejábamos un paisaje de montañas con perfiles redondeados para adentrarnos de nuevo en lo nuestro, en esos picos jóvenes, crestas duras, puertos altos y bajadas rápidas. Detrás, más pantanos, la punta del refugio, casas de aquellos trabajadores de las presas. Delante, un camino con escalera de piedra. Nos aprovechábamos del trabajo de otros. Nos ayudaba a subir una empinada pendiente con los habituales lagos y un paisaje típico de las zonas alpinas. Poco a poco nos acercábamos al refugio de Joseph Maria Blanc, a 2318 metros. Una bajada pronunciada, como todas, por un camino bien señalizado, un GR con destino próximo el refugio y con continuación por una pista, útil para quienes prefieren esto a subir por el Monestero. O sea, bajar al refugio y volver para atrás para divisar a un lado el Peguera y al otro el Monestero.
La vista fue una experiencia más. Una enorme masa de agua al fondo con el dibujo de una pequeña península en medio. Cerca, casas de ingenieros y el refugio. Un paisaje alpino, un sueño, abrir los ojos e imaginarse allí, con calma, con amores, con ganas de desconectar de la cotidianeidad para recargar la paz interior. Un sitio para volver, para estar, para compartir. Un lujo en nuestro camino: café de cafetera, teléfono, lavabos que se merecen un 5, atenciones, limpieza, bebidas varias, entorno impresionante, vistas inolvidables. Pequeña parada con un joven informático que venía con nosotros momentáneamente. Un solitario con el que compartimos un trozo de camino, desde La Colomina.
El Joseph Maria Blanc (apuntadlo para ir o volver, por favor) significó también una división. Dos personas fueron por la pista, siguieron el camino de los túneles, el habitual de Carros en menos de 24 horas. Las otras dos probaron la ruta del Monestero. Retrocedieron, subieron bastante y se reencontraron con señales vistas antes que, cómo no, indicaban más ascensión. Mientras, los lagos y pantanos vistos desde arriba, con esos reflejos en el agua, con esa ondulada oscuridad que produce el aire en el líquido elemento. Agua, tierra, sol, cielo. Y nosotros dos allí. Y los problemas habituales de la vida diaria no hacían acto de presencia. Borrado mental de la cotidianeidad. Lucha y orientación. Búsqueda del camino que sube y que nos conducirá a una bajada de esas que figuran en las estampas más estereotipadas del parque de Aigües Tortes. Antes, más subida y auxilio.
Ya bajaba algún intrépido héroe de los que se enfrentaban con menos de 24 horas. Era el día de la Skyrunner de este año, 31 de agosto-1 de septiembre de 2007. La ascensión nos hizo cruzar a una familia con tres personas desorientadas. Ya estaban muy arriba. Iban al refugio de La Colomina por un camino equivocado. Con esa lástima que produce cuando ves gastadas unas fuerzas que se podían haber reservado, nuestros mapas les pusieron en el buen camino. Tuvieron que bajar de nuevo y rehacer la marcha. Hoy les tocó a ellos, a menudo también nosotros.
La collada de Monestero, a 2715 metros, nos enseñó este pico (1877 metros) , al Peguera (2984) y, allá al fondo, Els Encantats y el lago de Sant Maurici. Pero todo allá lejos. Era nuestro destino pero antes había dudas, retos y bajadas. Piedras que se movían por la pendiente, zapatillas llenas de tierra. Luego, piedras de mayor tamaño. Después, bloques como los del Contraix. Saltos de uno a otro. Atención a por dónde pasar sin quedar encajonado con la mochila.. Cuidado con los bastones. Si caen por algún agujero, allí queda.
Un camino con este tipo de piedras también tiene sus ventajas. Las piernas quedan tatuadas por pequeños cortes que parecen imperceptibles al principio. Después, marcas con sangre incluida. El granito también alisa las manos. Si vas sin guantes, cualquier callo o dureza pronto desaparece por el efecto lija de esta piedra. Duele, arremete, molesta. Mejor, guantes.
Mojones que había que buscar. Restos de un camino que, siempre en fuerte bajada, te lleva a otra zona de bloques. Hasta que te das de frente con una pared vertical. Vértigo. Miedo. Peligro. Búsqueda de atajos o rodeos para evitarlo. Un mal momento superado después con un rodeo que te descubre que te has de buscar la vida si quieres seguir.
Ya en el fondo del valle llegó otra recompensa. Riachuelos en forma de meandros que confluían en otro más grande. Prados de alta montaña. Aguas poco profundas, limpias, cristalinas. Hierba para sentarse y comer (no comerla). Gente de paso que amenizaba la tertulia. Muchos vascos que venían de esas montañas. Amabilidad, ganas de hablar, de animarnos unos a otros. Es la montaña y la vida. ¿Más regalos?, más abajo. Nosotros, en medio de las postales de calendario. Sí, imaginadlas y acertaréis. Era la recompensa que buscábamos en una ruta poco frecuentada ya por Carros de Foc pero aconsejada por quienes saben regalarte sitios que te llenarán. Paraísos cercanos, al alcance de quien crea que se descubren porque están ahí, gratis. Al filo de lo posible, de tus posibilidades, vaya.
Una pareja francesa solicitó ayuda en su mapa y, en este punto, nuestro compañero, que había venido con el joven informático, se reincorporó. Cerca, el refugio Mallafré, a 1893 metros. Lavabos, según opiniones, un 1. Malos. Ambiente opíparo: la gente comía. Destacaban unas jóvenes vascas que, dicharacheras ellas, hacían el GR 11 hacia Cap de Creus. Nosotros seguimos hacia Sant Maurici y el refugio de Amitges.
Estábamos entrando en zona turística de primer orden. La más concurrida del parque, donde los taxis todo terreno tienen su feudo y su negocio. También se sospechaba de encuentros de jóvenes de determinado movimiento religioso. Por sus ademanes los conoceréis. Como a nosotros, claro. Por debajo de la pared del famoso embalse llegamos a la fuente que está debajo de la oficina de información. Entorno lleno de gente. Ambiente familiar, incluso había quienes subían por el camino del refugio, hasta la cascada, más arriba, o donde el ojo digital de nuevo plasmara la típica y repetida imagen del lago con Els Encantats al fondo. Y, casi seguro, ellos en primer plano. Testimonio de que llegaron hasta allí, que respiraron aquellos aires, que vieron un entorno natural en un día diferente.
La subida a Amitges era la última parte del esforzado regalo de una etapa iniciada a cero grados a las siete de la mañana. Vuelta a ver más lagos, gente que volvía después del día de montaña. Calor, el camino se tensa, cada vez más, fuerzas las justas, curvas en subida, más ascensión, no se acaba nunca, ¡vaya regalo final!, casi ni queda agua, a ver si llega el refugio. Y sí, allí arriba estaba Amitges y su caja de sorpresas. Muchas. Algunas, muy sorprendentes y muy humanas.
De Amitges hasta el punto de salida inicial, Restanca
Con más de un 5 calificaríamos a un buen refugio de montaña, el de Amitges, a 2367 metros. Valentí y compañía hacen un gran trabajo. Y se nota en las caras y en los ánimos de quienes le visitan. Ese día, 31 de agosto, lleno hasta la bandera. Suele convertirse en un punto favorito para iniciar la Skyrunner, o sea, acabar Carros de Foc en menos de 24 horas. ¡Qué atrevimiento! Para nosotros, son superpersonas quienes lo consiguen. ¿Quiénes son y dónde están? Algunas, allí mismo. Unas repiten la proeza. Otras, la intentan. De repetidores, cerca de nosotros había rostros conocidos: Ángel Moreno, de Mataró; Antonio García, de Matadepera; Dulcet, de Terrassa. Disculpas a los no identificados. Eran bastantes, algunos y algunas, con gran habilidad para la tertulia, para darte consejos. Para la humildad que conlleva saberte fuerte o débil, depende de tu preparación física y mental y, también, según el tiempo, las fuerzas y la suerte.
Buena y variada gente, joven y no tanto. Sana envidia la que teníamos los neófitos que empezábamos por tres días y medio. “Caeréis en probarla en menos de 24 horas”, nos repetían. Casi todos acaban cayendo, aseguraban.
Una presencia destacada, un símbolo del esfuerzo, Kiko Soler. El grande, el campeón de las carreras de montaña por medio mundo. Un mito muy humano, allí al lado. Humilde, cordial, abierto a dar consejos, a enseñar su experiencia, a que todos disfrutemos como si las aportaciones de cada uno valieran tanto o igual que sus muchos kilómetros acariciando piedras por subidas y bajadas sin fin. Dando ánimos. Invitando a participar. Él lo hacía por primera vez. Tuvimos tiempo de verlo en acción al día siguiente.
La terraza de Amitges era una invitación a mirar Els Encantats y todo el entorno. Ver cómo oscurece y la fresca temperatura de hace primero ir a buscar ropa y, luego, retirarte hacia el interior. Más tarde, después de la cena a las 19,30, el cielo a lo amplio. Infinidad de estrellas, la luna ya menos llena, la luz de la noche que convierte a las montañas en siluetas difuminadas en la oscuridad. Allá arriba se estaba bien, dentro y fuera.
Cenar es disfrutar en grupo, sentarte con quien hace un momento no conocías, o sí. Formar una momentánea familia en la que tú eres un igual, todos unidos por parecidas finalidades en aquel momento. Y después, mapas, rutas, planes. Mientras, ya iban llegando participantes de la Skyrunner. Aplausos y vítores de ánimo. Instantáneas para reflexionar: un joven de 25 años tuvo que retirarse cuando le quedaban pocas horas para acabar en el tiempo previsto. Una fuerte bronquitis le alejó del objetivo final. Él lo afrontó de forma positiva, igual que quienes estábamos a su lado: la ruta estará el año que viene, una retirada a tiempo a veces es una gran victoria, la salud es la base y los ánimos, que no decaigan. Eso le pasa a cualquiera. Son los riesgos de esta aventura. Al filo de lo posible. O no. Pronto, muchos se reincorporarían a la misma actividad. Otros, quizá el año que viene. Últimos preparativos, despertadores, móviles, a las 22 horas sin luz y a dormir.
Movimiento de materiales diversos y de frontales pasada la medianoche. Tocaba la diana del inicio para los que se retaban a sí mismos. No paraba de entrar gente a sellar el forfait y a reponer fuerzas de forma rápida.
Antes de despuntar el alba, ya en camino otra vez. Subida a ls collada de Ratera, a 2543 metros, bajada en medio de una escarcha evidente. Hacia el refugio de Saboredo, a 2310 metros. Pequeño, con tres jóvenes que esperaban. La bandera de turno, a la vista en un mástil. Lejos, la estación de Baquería Beret. Allí, amabilidad y fuerte olor a cloaca. No vimos ni usamos los lavabos. Sin calificativo numérico. A continuación el camino se dirigió hacia el refugio de Colomèrs, a 2138 metros, ya en el valle de Arán. Vacas, caballos pastando, excursionistas por los prados comiendo. Nosotros, hacia uno de los refugios peor calificados por la gente de paso. Los lavabos, menos que un cero. ¿Los aprobarían los inspectores de Sanidad? Decían que la suciedad era real. Vimos al joven que ni se preocupaba de dirigirte a sellar el forfait. Abandonó el mando y se fue a correr con quien primero pasó. El refugio de Colomèrs, tal como está, muy desaconsejable. Hace perder la afición.
Luego, por entre presas, dejamos el GR 11 y nos dirigimos a una de las subidas que dejan huella, la collada de Caldes, a 2568 metros. Interminable. Empinada. Con un falso final. Pero la recompensa de altura era ver un gran paisaje por un lado y, por el otro, al fondo, la Maladeta, el glaciar del Aneto, Els Posets. Y, pronto, el final. Quedaba poco para acabar. Estaba al alcance de los pies. Bajada, corta y fuerte subida, lagos, señales y dirección hacia el punto de partida, el refugio de Restanca. Una zona en la que pudimos ver cóm o bajaba y luego subía Kilo Soler, el grande. El símbolo de tantas personas que se dedican a esto, algunas ganan títulos pero no dinero. No son futbolistas o tenistas de élite. No salen en los medios. No anuncian ni son patrocinados por esas marcas. Parece que su actividad es de tercera categoría con un esfuerzo extra de primera.
El final estaba allí al lado. La camiseta conmemorativa, la cerveza , el pic nic, el recuento de nuestras 27 horas en tres días y medio. Los malos pensamientos nos acecharon: debía ser el mal de altura. Porque algunos, en nuestro interior, ya nos retamos. Anotamos la posibilidad de probarla en otro tiempo.
El descenso final, fuera ya de la ruta, nos aproximó al coche y a Artíes. Con una de sus plazas en donde niños rollizos estaban subidos a aquella vaca decorativa que había en medio. Estaban felices con su animal, mientras sus congéneres tenían aparcado su todo terreno de lujo cerca, o sus motos o quads allí al lado mientras reponían fuerzas con los pinchos del restaurante vasco de allí al lado.
Ya de vuelta recordamos esa frase que tanta gente debe leer en la actual exposición “Las Edades del Hombre”, que aún está en Ponferrada, León, titulada “Yo camino” y centrada en El Camino de Santiago:
“Los pasos aligeran al medir las últimas leguas y los pulmones se dilatan de tal manera que parece no haber aire en todo poniente para saciarlos”.
Evaristo
Terrassa, 6 de septiembre de 2007
martes, 21 de agosto de 2007
París: sabores venidos de todas partes
A menudo la realidad de la calle y la fantasía del celuloide o del folleto en papel couché caminan por sendas `paralelas, que convergen o no en esa riada humana que hoy se denomina comercialmente como Turismo. Qué mejor que París para husmear el sentido de ese trasfondo tan homenajeado por tantos visitantes y por tanta literatura.
Es evidente. El siempre nos quedará París se transforma en el todos hemos estado en la capital de Francia o la estamos pateando ahora. Y, los que aún no han pasado por sus mitos, andan en ello o la tienen en cartera. O sea, la recorren al ritmo que los intereses le marcan. Da mucho de sí. Es sorprendente. No la acabas casi nunca. Hay que volver. Es una grata experiencia. Uno se enamora de tantos amores allí sospechosamente realizados. Uno busca cigüeñas, pero todas debieron partir en un imaginario camino de vuelta con el paquete abdominal incorporado. Alguien intenta recuperar el halo de tanta inspiración y la halla si es capaz de descubrir sus adentros más creativos. Buscar y encontrar, dos caras de una moneda que a veces también puede caer de canto. Ver y sentir, dos formas diferentes de conjugar el verbo Viajar.
Gustos
Un restaurante de la Rue Avron preconizaba una posible cara de una realidad exterior: “Saveurs venues d’ailleurs” Seguro que en su interior las degustaciones debían de ser muy sabrosas. Fuera, su mensaje publicitario podía simbolizar ese París diverso, mestizo, lleno de colorido humano, a simple vista formado por una simbiosis de caras como espejos de gentes de todo el mundo. No, no es un cuatro tenedores ni tampoco el anónimo juez de Michelín lo incluirá en una de sus guías. Pertenece a una de esas calles de las afueras, donde las músicas de los locales denotan a sus dueños, una de esas calles con muchos mundos allí mismo, olores a comidas locales de todos los continentes. Sabores a mentalidades distintas, recuerdos de orígenes ya lejanos, emigraciones generacionales más o menos integradas en esa realidad aparentemente normalizada. Etnias diversas, vestidas al uso, cafetines, tiendas, productos, músicas, bailes, reminiscencias de costumbres nostálgicas. Esos sabores pertenecen a París, a su diversidad, a la última derecha ganadora en las urnas, al torrente humano que enriquece sus calles. Si de lo que se trata es de conocer el mundo por sus gentes, París bien vale una vuelta. Al mundo, claro.
Visiones
Mientras en algunas zonas peninsulares españolas aún parecen recontar los inmigrantes recién llegados, aquí ya hace años que están instalados. Incluso parecen ser de aquí y hacen lo mismo que sus homónimos, los nativos de más allá. París abierta a la francofonía africana, a aquellas colonias o territorios conquistados con las armas o desarmados por la miseria, a aquella grandeza reducida a la nostalgia, a un idioma aún en la cresta de la ola y a una pureza formada por diversas gotas. Ningún color parece alterar el ritmo diario. Una integración trabajada desde hace años, labrada después de quemar etapas de racismo, de huida del diferente, de cambiarse de sitio en el transporte público, de marginación. Sabores diversos para una realidad. Sin embargo, el poliedro tiene más caras, algunas desconocidas para el turista típico. No, en sus ganas de descubrirla ya habrá olvidado los nombres de esos barrios donde dicen que no se atreve a entrar la policía, allá en la zona norte. No debe ser verdad. Como tampoco recordará los coches quemados, las revueltas, las denuncias de abandono al que no es francés de cuarta generación, esas otras realidades de la más dura marginalidad de muchos venidos de otros lugares. Esa diversidad no es turística, parece ocasional. Mejor es comprobar los progresos integradores de las zonas habituales, innegables, muy positivos y simbólicos para esos otros barrios. Claro que, también Disney hace de las suyas en lo de la integración comercial y mundial. Tamaño apósito no queda lejos.
Apariencias
Además de la normalidad integradora, la globalización está presente en todos los lugares. Costumbres que no se exportan porque se dan al mismo tiempo, aparecen y desaparecen; tópicos que se transforman en realidades internacionalmente repetidas; curiosidades para copiar u olvidar, iconos y más iconos. Las imágenes transmitidas como peculiaridades, que son un símbolo de estar varios peldaños por encima, poco a poco pierden intensidad. La limpieza o suciedad, la lectura en transportes públicos, la educación, la amabilidad, el buen gusto, la moda al pie de calle, el suave tono de voz, el estilo, el saber hacer. Casi todo: depende. ¿De qué? De esas costumbres que nos igualan, del enorme poder del iPod que se repite y estandariza los timpanos, de los escaparates que son de las mismas tiendas que están en casi todas las esquinas de la aldea global, de esa moda internacionalizante, del teléfono móvil que hace sonar o vibrar a casi todo, del gusto que depende de quien lo lleve. Pero pesan más las buenas costumbres, la discreción, los suaves modales, las buenas apariencias, la amabilidad. O, por lo menos, son las que más se vieron. También son las que quedan de París. Debe ser lo que parece. Estamos en zonas turísticas: mirando y mirándonos. El Louvre, El Pompidou, la isla de la ciudad, la Villette, museos, arte de aquí o de allá listo para ser consumido en su justa medida. El turismo cansa, de sobran lo saben los bancos hábilmente situados en los centros que muestran las artes. Si ellos hablaran…
Inspiraciones
Aquellos mitos en donde se inspiraron los espíritus de eternos pensadores han dado paso a la evolución temporal, a nuevas tendencias acordes con los tiempos. Los viejos cafés se han adaptado a esta época y también quienes buscan a las musas ya no se conforman con tiempos anteriores. Si ya ha perdido el uso la palabra “café” para la actual denominación de origen del moderno “bistrot” o bar o el Starbooks de turno, también sus inquilinos responden a los actuales patrones. Aunque no todos. El fluir el tiempo debe ser el mismo, no así algunas formas exteriores. En vez de la libreta y el bolígrafo, el Mac portátil asoma sus tapas blancas mientras la versatilidad del diseño de la manzana funciona como memoria de las posibles inspiraciones, estimuladas por ese café negro tan líquido de Paris.
Aún permanecen para uso turístico aquellos históricos lugares, pero adaptados a las actuales comodidades. Las nostalgias temporales funcionan si la cultura, los recuerdos y la imaginación son capaces de reconstruir mentalmente los procesos creativos de aquellos pensadores, existencialistas o no. Aunque, si paseas por las calles con los ojos abiertos, puedes efectuar una aproximación al trasfondo de cualquier paseante, sea de esta ciudad o de cualquier otro núcleo urbano. Y qué mejor incógnita para pasar el tiempo que intentar descubrir quién es quién por sus apariencias.
Perfiles
La verticalidad humana de visitantes y residentes se acompaña de tantas puntas que descuellan en el paisaje urbano. Entre los habituales edificios de acero, hormigón y vidrio cómo no referirse a la verticalidad del edificio que dicen que es el más visitado del planeta, esa torre que Gustave Eiffel dejó para uso turístico e icono urbano. Al parecer, se salvó de muchas amenazas. Ahora su rentabilidad es manifiesta. Allá arriba, aquellos ingenieros tienen su representación histórica y son observados por los miles de turistas que, previo pago de una cantidad más que simbólica, hacen colas abajo para ver Paris desde arriba. El amasijo de hierros no sólo provoca los disparadores de las cámaras digitales. Hay quienes establecen comparaciones con los más contemporáneos y le reconocen su valía. Una atalaya desde la que observar, situar, retratarse y evitar la imposible tentativa al suicidio desde tan arriba, todo tan protegido.
Más verticalidad de allende los mares, más iconos importados y muy rentables, símbolos cinematográficos, puerta de entrada a la fantasía universalizada por las grandes productoras cinematográficas, el celuloide de carne y hueso en un entorno para visitar. Eurodisney /Wall Disney París y su castillo como puerta de entrada, un icono más dentro de un mundo visible que implora a los sueños, a la imaginación de tantas rentables fantasías. Es esa escenografía cuidada hasta el detalle, la realidad del cine que conduce a un incesante flujo de personas que deambulan hasta la siguiente cola de espera. Deprisa a la siguiente atracción, un desfile de suave adrenalina que se consume a pequeñas dosis. Una atracción tachada que se cataloga según el criterio de cada cual. Y, más deprisa, a otra área temática.
Plazas, obeliscos, arcos de triunfos, edificios y árboles, muchos árboles. Una realidad vertical, como la de tantas personas que se mueven por entornos tan elevados.
Polémicas
La historia de la arquitectura heredada parece que se ha visto envuelta por la polémica. Son esos edificios que hoy pasto del turismo con ojo digital y que pertenecen a una herencia con muchos rechazos en su momento. Quizá no haya muchos casos pero éstos representan una parte del todo. ¿Ejemplos? La Torre Eiffel enfureció a muchos parisienses de una época. Algunos de sus actuales descendientes orgullosos están de tener en pie el edificio más visitado por las hordas turísticas. Divisas y también la religión, o la altitud, o las vistas o la propaganda hacen que el Sagrat Coeur sea otro centro de peregrinación de foráneos, con la consiguiente oposición para su construcción en su momento. O, más reciente, lo mismo le ocurrió al Centro Pompidou, polémico y rompedor al enseñar el vientre como fachada y guardar el arte a la vista de quien no pague la entrada. Hoy, la admiración llega hasta el restaurante, una singularidad con restricción del paso a quien no vaya a los menesteres propios del negocio.
Suspiros, sensaciones y sentimientos
La admiración ante los asombrosos edificios, las visiones de una ciudad envolvente, los barrios literarios, el buen gusto del refinamiento culinario francés, el intenso olor a preparados con mantequilla, las mezclas de culturas gastronómicas, los efectos del cruce de los restos de afamados perfumes ya desvanecidos por los efluvios del sudor. Esa chica que espera nerviosa su turno para acceder al ordenador del hotel con Internet gratuito, que llora desconsolada sin que quien la ve pueda animarla en una lengua común que no sea el dolor. Ese conductor de autobús que se preocupa con mimo de que las familias con pequeños a bordo puedan ocupar dos asientos, en el camino hacia el aeropuerto. Esos puntos de información que, con toda la amabilidad posible, se ponen en tu lugar y te facilitan más de lo que les pides. Esas personas que, cuando el vagón del metro está lleno, se levantan de sus asientos situados en la plataforma para que puedan caber más personas de pie. Ese restaurante que muestra la reliquia de un texto original de Rimbaud, enmarcado en un decorado lleno de hojas secas, como señales de aquel París que se fue. Esos paraguas que no paran de abrirse y que funcionan como una maquinaria muy bien engrasada por las circunstancias meteorológicas habituales. Esas flores que sorprenden a quien se separa unos metros de Notre Dame para pasear por en medio de olores, plantas, decorados y naturaleza dentro de uno de los mercados de la flor más afamados de la isla. Aquel mercadillo de todo un poco que concentra a una gran diversidad etnográfica, donde el bolsillo tiene acceso a objetos variopintos de uso habitual, servido por vendedores expertos en el trato directo. O bien, los modelos exclusivos de John Galliano, matices de alta moda para público exclusivo / excluyente. Y el sentimiento de estar siempre vigilado por tantas cámaras instaladas en casi todos los lugares, la privación de la libertad, la ausencia de intimidad, la invitación a la complicidad con una sonrisa porque la grabación siempre está activada. La supuesta sensación de seguridad a cambio de una libertad muy vigilada.
Finales
“Le monde tourne autour de moi”, quizá pueda resumir un imaginario egocentrismo aplicable a tantos París como pueden encontrarse en la realidad, en los mundos imaginarios de las artes, en esa imagen mental con que uno se presenta en una ciudad y que le ha de devolver aumentada y no deformada por tantos espejos cóncavos como pudiera encontrarse. Siempre quedarán el cine, Casablanca, los mitos y las sensaciones preconcebidas. Aunque sean las vividas las más reales. Ese lema, que pertenece a un mensaje publicitario de uno de tantos perfumes que hablan en francés también fuera de su tierra natal, bien le podría servir a cada turista que se cree descubridor más que viajero, persona de paso en un mundo que ve pero que quizá no siente.
Y todo y más en una ciudad crisol de tantos sabores venidos de tantos lugares.
Evaristo
Es evidente. El siempre nos quedará París se transforma en el todos hemos estado en la capital de Francia o la estamos pateando ahora. Y, los que aún no han pasado por sus mitos, andan en ello o la tienen en cartera. O sea, la recorren al ritmo que los intereses le marcan. Da mucho de sí. Es sorprendente. No la acabas casi nunca. Hay que volver. Es una grata experiencia. Uno se enamora de tantos amores allí sospechosamente realizados. Uno busca cigüeñas, pero todas debieron partir en un imaginario camino de vuelta con el paquete abdominal incorporado. Alguien intenta recuperar el halo de tanta inspiración y la halla si es capaz de descubrir sus adentros más creativos. Buscar y encontrar, dos caras de una moneda que a veces también puede caer de canto. Ver y sentir, dos formas diferentes de conjugar el verbo Viajar.
Gustos
Un restaurante de la Rue Avron preconizaba una posible cara de una realidad exterior: “Saveurs venues d’ailleurs” Seguro que en su interior las degustaciones debían de ser muy sabrosas. Fuera, su mensaje publicitario podía simbolizar ese París diverso, mestizo, lleno de colorido humano, a simple vista formado por una simbiosis de caras como espejos de gentes de todo el mundo. No, no es un cuatro tenedores ni tampoco el anónimo juez de Michelín lo incluirá en una de sus guías. Pertenece a una de esas calles de las afueras, donde las músicas de los locales denotan a sus dueños, una de esas calles con muchos mundos allí mismo, olores a comidas locales de todos los continentes. Sabores a mentalidades distintas, recuerdos de orígenes ya lejanos, emigraciones generacionales más o menos integradas en esa realidad aparentemente normalizada. Etnias diversas, vestidas al uso, cafetines, tiendas, productos, músicas, bailes, reminiscencias de costumbres nostálgicas. Esos sabores pertenecen a París, a su diversidad, a la última derecha ganadora en las urnas, al torrente humano que enriquece sus calles. Si de lo que se trata es de conocer el mundo por sus gentes, París bien vale una vuelta. Al mundo, claro.
Visiones
Mientras en algunas zonas peninsulares españolas aún parecen recontar los inmigrantes recién llegados, aquí ya hace años que están instalados. Incluso parecen ser de aquí y hacen lo mismo que sus homónimos, los nativos de más allá. París abierta a la francofonía africana, a aquellas colonias o territorios conquistados con las armas o desarmados por la miseria, a aquella grandeza reducida a la nostalgia, a un idioma aún en la cresta de la ola y a una pureza formada por diversas gotas. Ningún color parece alterar el ritmo diario. Una integración trabajada desde hace años, labrada después de quemar etapas de racismo, de huida del diferente, de cambiarse de sitio en el transporte público, de marginación. Sabores diversos para una realidad. Sin embargo, el poliedro tiene más caras, algunas desconocidas para el turista típico. No, en sus ganas de descubrirla ya habrá olvidado los nombres de esos barrios donde dicen que no se atreve a entrar la policía, allá en la zona norte. No debe ser verdad. Como tampoco recordará los coches quemados, las revueltas, las denuncias de abandono al que no es francés de cuarta generación, esas otras realidades de la más dura marginalidad de muchos venidos de otros lugares. Esa diversidad no es turística, parece ocasional. Mejor es comprobar los progresos integradores de las zonas habituales, innegables, muy positivos y simbólicos para esos otros barrios. Claro que, también Disney hace de las suyas en lo de la integración comercial y mundial. Tamaño apósito no queda lejos.
Apariencias
Además de la normalidad integradora, la globalización está presente en todos los lugares. Costumbres que no se exportan porque se dan al mismo tiempo, aparecen y desaparecen; tópicos que se transforman en realidades internacionalmente repetidas; curiosidades para copiar u olvidar, iconos y más iconos. Las imágenes transmitidas como peculiaridades, que son un símbolo de estar varios peldaños por encima, poco a poco pierden intensidad. La limpieza o suciedad, la lectura en transportes públicos, la educación, la amabilidad, el buen gusto, la moda al pie de calle, el suave tono de voz, el estilo, el saber hacer. Casi todo: depende. ¿De qué? De esas costumbres que nos igualan, del enorme poder del iPod que se repite y estandariza los timpanos, de los escaparates que son de las mismas tiendas que están en casi todas las esquinas de la aldea global, de esa moda internacionalizante, del teléfono móvil que hace sonar o vibrar a casi todo, del gusto que depende de quien lo lleve. Pero pesan más las buenas costumbres, la discreción, los suaves modales, las buenas apariencias, la amabilidad. O, por lo menos, son las que más se vieron. También son las que quedan de París. Debe ser lo que parece. Estamos en zonas turísticas: mirando y mirándonos. El Louvre, El Pompidou, la isla de la ciudad, la Villette, museos, arte de aquí o de allá listo para ser consumido en su justa medida. El turismo cansa, de sobran lo saben los bancos hábilmente situados en los centros que muestran las artes. Si ellos hablaran…
Inspiraciones
Aquellos mitos en donde se inspiraron los espíritus de eternos pensadores han dado paso a la evolución temporal, a nuevas tendencias acordes con los tiempos. Los viejos cafés se han adaptado a esta época y también quienes buscan a las musas ya no se conforman con tiempos anteriores. Si ya ha perdido el uso la palabra “café” para la actual denominación de origen del moderno “bistrot” o bar o el Starbooks de turno, también sus inquilinos responden a los actuales patrones. Aunque no todos. El fluir el tiempo debe ser el mismo, no así algunas formas exteriores. En vez de la libreta y el bolígrafo, el Mac portátil asoma sus tapas blancas mientras la versatilidad del diseño de la manzana funciona como memoria de las posibles inspiraciones, estimuladas por ese café negro tan líquido de Paris.
Aún permanecen para uso turístico aquellos históricos lugares, pero adaptados a las actuales comodidades. Las nostalgias temporales funcionan si la cultura, los recuerdos y la imaginación son capaces de reconstruir mentalmente los procesos creativos de aquellos pensadores, existencialistas o no. Aunque, si paseas por las calles con los ojos abiertos, puedes efectuar una aproximación al trasfondo de cualquier paseante, sea de esta ciudad o de cualquier otro núcleo urbano. Y qué mejor incógnita para pasar el tiempo que intentar descubrir quién es quién por sus apariencias.
Perfiles
La verticalidad humana de visitantes y residentes se acompaña de tantas puntas que descuellan en el paisaje urbano. Entre los habituales edificios de acero, hormigón y vidrio cómo no referirse a la verticalidad del edificio que dicen que es el más visitado del planeta, esa torre que Gustave Eiffel dejó para uso turístico e icono urbano. Al parecer, se salvó de muchas amenazas. Ahora su rentabilidad es manifiesta. Allá arriba, aquellos ingenieros tienen su representación histórica y son observados por los miles de turistas que, previo pago de una cantidad más que simbólica, hacen colas abajo para ver Paris desde arriba. El amasijo de hierros no sólo provoca los disparadores de las cámaras digitales. Hay quienes establecen comparaciones con los más contemporáneos y le reconocen su valía. Una atalaya desde la que observar, situar, retratarse y evitar la imposible tentativa al suicidio desde tan arriba, todo tan protegido.
Más verticalidad de allende los mares, más iconos importados y muy rentables, símbolos cinematográficos, puerta de entrada a la fantasía universalizada por las grandes productoras cinematográficas, el celuloide de carne y hueso en un entorno para visitar. Eurodisney /Wall Disney París y su castillo como puerta de entrada, un icono más dentro de un mundo visible que implora a los sueños, a la imaginación de tantas rentables fantasías. Es esa escenografía cuidada hasta el detalle, la realidad del cine que conduce a un incesante flujo de personas que deambulan hasta la siguiente cola de espera. Deprisa a la siguiente atracción, un desfile de suave adrenalina que se consume a pequeñas dosis. Una atracción tachada que se cataloga según el criterio de cada cual. Y, más deprisa, a otra área temática.
Plazas, obeliscos, arcos de triunfos, edificios y árboles, muchos árboles. Una realidad vertical, como la de tantas personas que se mueven por entornos tan elevados.
Polémicas
La historia de la arquitectura heredada parece que se ha visto envuelta por la polémica. Son esos edificios que hoy pasto del turismo con ojo digital y que pertenecen a una herencia con muchos rechazos en su momento. Quizá no haya muchos casos pero éstos representan una parte del todo. ¿Ejemplos? La Torre Eiffel enfureció a muchos parisienses de una época. Algunos de sus actuales descendientes orgullosos están de tener en pie el edificio más visitado por las hordas turísticas. Divisas y también la religión, o la altitud, o las vistas o la propaganda hacen que el Sagrat Coeur sea otro centro de peregrinación de foráneos, con la consiguiente oposición para su construcción en su momento. O, más reciente, lo mismo le ocurrió al Centro Pompidou, polémico y rompedor al enseñar el vientre como fachada y guardar el arte a la vista de quien no pague la entrada. Hoy, la admiración llega hasta el restaurante, una singularidad con restricción del paso a quien no vaya a los menesteres propios del negocio.
Suspiros, sensaciones y sentimientos
La admiración ante los asombrosos edificios, las visiones de una ciudad envolvente, los barrios literarios, el buen gusto del refinamiento culinario francés, el intenso olor a preparados con mantequilla, las mezclas de culturas gastronómicas, los efectos del cruce de los restos de afamados perfumes ya desvanecidos por los efluvios del sudor. Esa chica que espera nerviosa su turno para acceder al ordenador del hotel con Internet gratuito, que llora desconsolada sin que quien la ve pueda animarla en una lengua común que no sea el dolor. Ese conductor de autobús que se preocupa con mimo de que las familias con pequeños a bordo puedan ocupar dos asientos, en el camino hacia el aeropuerto. Esos puntos de información que, con toda la amabilidad posible, se ponen en tu lugar y te facilitan más de lo que les pides. Esas personas que, cuando el vagón del metro está lleno, se levantan de sus asientos situados en la plataforma para que puedan caber más personas de pie. Ese restaurante que muestra la reliquia de un texto original de Rimbaud, enmarcado en un decorado lleno de hojas secas, como señales de aquel París que se fue. Esos paraguas que no paran de abrirse y que funcionan como una maquinaria muy bien engrasada por las circunstancias meteorológicas habituales. Esas flores que sorprenden a quien se separa unos metros de Notre Dame para pasear por en medio de olores, plantas, decorados y naturaleza dentro de uno de los mercados de la flor más afamados de la isla. Aquel mercadillo de todo un poco que concentra a una gran diversidad etnográfica, donde el bolsillo tiene acceso a objetos variopintos de uso habitual, servido por vendedores expertos en el trato directo. O bien, los modelos exclusivos de John Galliano, matices de alta moda para público exclusivo / excluyente. Y el sentimiento de estar siempre vigilado por tantas cámaras instaladas en casi todos los lugares, la privación de la libertad, la ausencia de intimidad, la invitación a la complicidad con una sonrisa porque la grabación siempre está activada. La supuesta sensación de seguridad a cambio de una libertad muy vigilada.
Finales
“Le monde tourne autour de moi”, quizá pueda resumir un imaginario egocentrismo aplicable a tantos París como pueden encontrarse en la realidad, en los mundos imaginarios de las artes, en esa imagen mental con que uno se presenta en una ciudad y que le ha de devolver aumentada y no deformada por tantos espejos cóncavos como pudiera encontrarse. Siempre quedarán el cine, Casablanca, los mitos y las sensaciones preconcebidas. Aunque sean las vividas las más reales. Ese lema, que pertenece a un mensaje publicitario de uno de tantos perfumes que hablan en francés también fuera de su tierra natal, bien le podría servir a cada turista que se cree descubridor más que viajero, persona de paso en un mundo que ve pero que quizá no siente.
Y todo y más en una ciudad crisol de tantos sabores venidos de tantos lugares.
Evaristo
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