domingo, 12 de abril de 2009

Etapa 20 del GR1, entre Hostal Roig y el río Noguera Pallaresa







El triunfo del líquido por caminos del cretácico



Grmanos y Grmanas


¿Qué es un GR? Y uno se lo pregunta después de varias ausencias ajenas a la propia voluntad. Presencias y ausencias: de eso se trata la lista de cada etapa. Con variadas historias detrás que justifican el ir o no ir. Ésa es otra cuestión. Los números fluctúan pero el espíritu y los ánimos permanecen.
Los encuentros iniciales al pie del asfalto, de madrugada, suelen ir más allá de los saludos. A menudo, entre espera y espera del autocar o de senderistas, rezagados, se amenizan los minutos con toques más o menos (in)trascendentes. La salud es lo que importa. Sea la propia o la ajena, ya no es un tema recurrente. Es trascendente. Y el estado físico de los familiares, qué duda cabe que también. Y los cambios en las unidades familiares por tu posición en el espacio doméstico, una realidad. Una mente muy reflexiva dejó caer una profunda observación: cómo cada persona va cambiando de sitio en la larga mesa familiar, en especial en las celebraciones. Lo peor, dijo, es cuando te empieza a tocar la presidencia. Ya sabes, otros que la ocuparon ya no están. Y tú, que ahora estás...


El tiempo

Otro recurso muy manido. Los avisos se dieron. El amanecer parecía dar fe de las predicciones hechas por los actuales gurús mediáticos. Nublado, oscuro, amenazante. Se llegó a decir que habría mal tiempo, como si esas previsiones de lluvia no fueran también sinónimo de buen tiempo. Claro que, el recurso meteorológico, en estas etapas de la vida trae a la mente aquella frase tan significativa: “A medida que pasa el tiempo, se mira más el tiempo que hace que no el que pasa”. Miremos el tiempo, el camino y muchos líquidos.


Lejanos inicios

De punta a punta. Ahí está la clave de acabar todo aquello que empieza. Y de iniciar de nuevo los comentarios en torno a las horas de autocar, a las tortuosas carreteras, a las espaldas redobladas en los asientos, a las vértebras crujientes. Es el precio del recorrido, el regalo de lo que se ha hecho, las distancias que se alejan de aquel día en que las ruinas del puerto griego en Sant Martí d'Empúries fueron testigos de un buen principio. La Catalunya central dio paso a las estribaciones del Montsec, con una orografía irregular, llena de pliegues, alineaciones de montañas, el Pirineo nevado al fondo y, aquí delante, lo que se nombraba como un hostal no era más que una cuadra de ovejas.

Subidas

El intenso olor ovino procedía de un gran corral lleno de esos animales de lana, ajenos a los nuevos visitantes y a las dudas lingüísticas de la puerta. Con letras grandes se leía “Hostal Roig”, pero con cambios. Roig también decía Reig, las vocales parecían verificar que o alguien dudaba en las letras o los de la normalización lingüística corrigieron los errores. Una pareja de personas entradas en años pararon su todoterreno y se interesaron por el personal y sus objetivos. Mientras, las ovejas a lo suyo.
El intenso verde de los cereales contrastaba con las hojas secas de los robles, que aún no se habían despojado de su anterior vestido. Mientras, la subida desde la actual posición de 1095 metros estaba delante. Pero estaba bien diseñada: tranquila, con tiempo como para calentar toda la maquinaria. A lo lejos se empezaron a divisar manchas blancas. Los de las dioptrías dudaban de qué se trataba. Hubo quienes se inclinaban por piedras blancas, otros por los restos de una potente granizada. Hasta que se vio que el estado líquido del agua se convirtió en nieve dura, de la que permanece por tiempo. Su composición granulada verificaba que era vieja y ayudaba más a lavar las manos que a enfriarlas. Fue el primer anuncio blanco de posteriores pasos por bastante nieve para la altura del camino y para la época del año.

Líquidos contra sólidos

Las primeras unidades se independizaron tanto del grupo que tuvieron que retroceder si querían comer con todos. La ausencia de los habituales equipos de transmisión demostraron lo imprescindibles que son. En un recodo se oían las gargantas y se intuía que pronto se aliviarían. Las comidas bajan mejor si son empujadas por brebajes que ayudan a darle un poco más de “vida” al cerebro. En esta etapa se vio cómo gana terreno el líquido frente al sólido. La memoria histórica dirá dónde quedaron aquellas alegrías de tantos chocolates y golosinas. La evolución actual camina veloz hacia las petacas, las botellas y las botas. No hace falta más que observar el entorno. Se impone el líquido. De una bota a dos, de una petaca a dos. Sin incluir ocasionales botellas y, se supone, disimuladas gotas diluidas en mejunjes varios. Es la evolución. La última petaca vino de San Petesburgo. Lenin acompañó en la comida, junto con más simbología de aquellos añejos imperios. Por contra, la otra petaca no quedó callada. Demostró que era de Cuba. O sea, ambas, primas hermanas. Lo que dio lugar a trasiegos varios y a invocar comparaciones entre el capitalismo y el comunismo. Cualquier objeto es bueno para tanto derroche de sabiduría entre trago y trago.

Signos

La subida continuó hasta los 1500 metros. La nieve iba recogiendo las fugaces huellas de caminantes que probaban a no resbalarse, a escudriñar dónde poner el pie o clavar el bastón sin males mayores. Enfrente, plegamientos rocosos, el embalse de Tarradets y el río Noguera Pallaresa, un signo que podía orientar por dónde se situaría el final de la etapa. Pero, antes había sorpresas.
La Portella Blanca, a 1410 metros, significaba bajada por un paso angosto. No, la broma de las cuerdas dejó descansar el vértigo. El camino zigzagueante dejó ver al fondo un conjunto de casas derruidas y una iglesia. Alguien dejó olvidada una azada en un punto del camino. Una señal para interpretar, pues el trabajo estaba en la iglesia y la herramienta allá arriba. Pronto los cuádriceps indicaron que estaban en forma pero con ganas de un cierto respiro.
La iglesia de Rúbies concentró muchas señales. Al lado del ábside el grupo procedió a sacar la ropa protectora de la lluvia que empezaba a caer. Pero dentro de aquel recinto religioso la realidad era variada. Un enorme garrafón estaba delante de la puerta. El supuesto líquido de su interior se había evaporado. El interior era un canto al disfrute. Junto al pantocrátor había colchones y otros restos de procederes diversos. Alguien discutía sobre si eran somieres o colchones. En vez de oficios religiosos ahora debían hacer otros oficios dentro. Fuera, las casas caídas, las señales de tantas historias vitales y esfuerzos a merced del paso del tiempo. Una vez más, es el tiempo que pasa.
La modernidad también tuvo cabida aquí. Dos eran dos quienes observaban el atuendo impermeable del personal. Y clasificaban a los hombres en “fashion” y primarios. Se permitían el lujo de ver y no verse. Y decir en el autocar que, además de algunos bichos, también les gustaban los hombres. Pasen, vean y escuchen...

Restos

La despedida de Rúbies fue en direcciones contrarias: dos grupos por distinto sitio. Convergieron en la bajada hasta el final. Sendas que se adaptaban al nivel del personal, por una superficie mojada y propensa a los efectos colaterales del resbalón.
Quizá uno no se daba cuenta del valor del lugar. Muchos restos de construcciones daban fe de lo poblado que estaba el contorno. A medida que se aproximaba la pedrera de Meià, a 885 metros, los pies entraban en terreno muy historiado. Un lugar con piedras de gran valor, excavadas a principios del siglo XX y transportadas con mulas y burros. Un terreno que figura en los mejores manuales del cretácico, unos restos que se ven en los mejores museos del mundo. La pedrera de Meià ha dado lugar a sesudas investigaciones con títulos como éstos: “Peces elasmobranquios de las calizas litográficas”, “Crustáceos decápodos lacustres de las calizas litográficas del cretáceo inferior en Rúbies”, “Sobre una pluma menna del yacimiento ecocretácico de la pedrera de Meià”, “Dinosaurios de la conca de Tremp”. Un lugar para especialistas en nuestros primeros tiempos mientras uno luchaba por no caerse y terminar la etapa cuanto antes mejor.

El río

Más líquido. El río anunciaba el final del recorrido. Agua por arriba, pegada al cuerpo, y por abajo. Era el Noguera Pallaresa y una carretera nueva. El peregrinaje había acabado, aunque ahora venía otro para encontrar un bar acogedor.
Estábamos en una de las zonas de Catalunya en que hace más calor en verano, con más fósiles, con mucho parapente. Pero apenas sin bares que acojan a GRMANIA en la comarca de La Noguera.
Hasta que hubo uno que recibió al gran grupo. Entre tanta lluvia fuera, se necesitaban líquidos dentro. Allí los hubo. Y también se hizo realidad aquello de comerse un rosco. Varias cajas se distribuyeron por las mesas. Alguien descubrió que, entre otros aditivos, tenían uno llamado “Impulsor”. A esas horas y con aquella química alimentaria, hubo fuerzas como para volver al autocar y seguir de vuelta a Terrassa.
La bruma y la lluvia nos filtró la imagen de un paisaje impresionante. Fue otra forma de ver una realidad mojada por unos suelos cargados de historia.

Con tanto atractivo sólido y líquido, qué mejor que recordar al añorado humorista Jaume Perich con una de sus citas más célebres:

“El alcohol es malo, pero el agua es aún peor: ¡te mata si no la bebes!”




Evaristo
http://afondonatural.blogspot.com
Terrassa,1 de abril de 2009