domingo, 6 de febrero de 2011

Sexta etapa del Meridiano Verde, entre Sant Julià de Vilatorta y Viladrau

El agua y la cerveza del Montseny, ni a temperatura ambiente

GRmanos y GRmanas

Pocas cosas como el clima para saber si uno de esos líquidos que se beben está a temperatura ambiente o no. Por ello a menudo los frigoríficos ayudan al placer de saborear con deleite el brebaje de turno. Pues en esta ocasión no hicieron falta las neveras. Ese agua tan afamada, procedente de una montaña esquilmada, agujereada, saqueada por las multinacionales de turno, no se podía beber a temperatura ambiente. El exterior era gélido y el líquido elemento (purificado, tratado ya con ozono, potabilizado, envasado con bouquets específicos de cada marca) a diez grados bajo cero estaba demasiado sólido. El agua del Montseny que corría por esta etapa del Meridiano Verde no estaba en sus mejores condiciones.
Y qué decir de ese otro nuevo invento, una cerveza con nombre de esta montaña que se elabora en sus estribaciones. Otro producto más, de gran calidad, artesanal (¿qué no se denomina así hoy día? El marketing manda), imposible de beber en la calle a la temperatura que dice el envase: entre 8 y 15ºC. Por tanto, la cosa iba de líquidos en un ambiente glacial. Una etapa como para no sudar.

Capas

El personal había interiorizado muy bien los mensajes meteorológicos y tenía muy claro aquellos versos que a alguien, en su etapa de escolar, le valieron una reprimenda. Al final los tendréis. Sobre fríos hay muchas clasificaciones, observables en la etapa: frío real, interno, externo, psicológico, grupal, de carácter y el último: frío mediático. Es aquel al que hay que creer porque, aun siendo cierto, todos lo sentimos a base de repetírnoslo hasta la saciedad. El frío ya ha salido de los ascensores y es un tema recurrente en invierno.
Uno de sus efectos inmediatos fue la teoría de las capas llevada al extremo. Tanto a la hora de subir como de bajar del autocar, hubo cuerpos más disimulados que si de un burka se tratara. Ni los ojos asomaban. O sea, hacía frío a diez bajo cero.
Lo que sí se veía era el potente GPS de un guía demasiado programado, que horas antes había acabado una etapa nocturna en bicicleta. El muchacho es incombustible. Ya pensaba en el ascenso a un pico al día siguiente. Igual que otro, que presumía de su hazaña bien entrenada en la media maratón de la ciudad. El trote en las alturas granadinas le encumbró su ego competitivo.

Más sobre temperaturas

Aparte del tiempo invernal, existe un fenómeno que ya comienza a ser estudiado. No se trata de que en la zona de atrás del autocar haya que poner ropa de abrigo para subsistir. Pero se ha observado cómo una persona que antes dormitaba plácidamente en la zona de atrás ha desparecido. Se ha situado en zonas intermedias y bien cerca de alguna persona de sexo opuesto. Quizá sea por el placer del calor o por la fluidez conversacional sobre temas con más temperatura. No obstante, a lo largo de la etapa se vio cómo este desplazamiento ya provoca sus bromas (y las fotos hechas así lo delatan), dentro y fuera del habitáculo motorizado.

Bifurcaciones

En pocas etapas como ésta ha habido más caminos que se separan. El plano estaba lleno de una realidad apta para confundirse. Pero no. Con el guía actual, difícil. Ya se pierde el placer de la duda, del debate, del comentario jocos. Demasiada seguridad contra el volver atrás y quitar galones a quien interpretó mal los signos gráficos. Parques de las siete fuentes, ruinas del castillo de Bellpuig, paso superior por encima de un túnel de l'Eix Transversal, terraplenes y pequeña subida para divisar el paisaje. Un camino lleno de piedras en forma de losas, donde confluye el GR 2, por donde pasa la marcha Rupit-Taradell.

Cantinela

Llegados a este punto alto, el guía tuvo que repetir hasta la saciedad el nombre orográfico del horizonte. Venía alguien y empezaba con lo del santuario de Bellmunt al fondo, el Puigmal, sierra d'Ensija, Cadí, Pedraforca....Acabó extenuado con tal recitado de tantos nombres asignados imaginariamente a puntos geográficos lejanos. Se desconoce qué quedó en las mentes de los escuchantes.
Lo que sí se identificó pronto fue el santuario de Puig-L'agulla, lugar donde se concelebró por Navidad. Hasta hubo quienes se imaginaron fuentes de embutidos en las mesas exteriores y máquinas de cafés a tida marcha. El cartel te invitaba a esperar hasta tres días después, día en que volvían de vacaciones. Y no era cuestión, allí a la sombra y a unos grados bajo cero. O sea, subida y búsqueda de zona ancha y al sol para reponer fuerzas. Se encontró en un recodo de la ancha pista. Mientras, siempre pasa lo mismo: se observa un desperdigamiento del personal a la búsqueda de lavabos diversos. El frío reinante desató la imaginación masculina y hasta hubo propuestas tecnológicas de última generación: cómo encontrar el apéndice para la micción cuando queda reducido al ridículo. Desde un hilo conductor hasta el uso de supuestas pinzas reconocedoras, un concurso de ideas cuando el quién te ha visto y quién te ve sorprende.

Marcas

Después del vaciado de viandas, saciados los gaznates con el vodka original de Tovarich, paladeados los vinos perfumados y degustados los matices de chocolates diversos, el camino no ofrecía dificultad alguna. Causaron honda sensación los recursos incónicos de las originales marcas. En un palo, una chapa de una botella de agua Viladrau era indudable que guiaba al destino final, cual rudimentaria flecha de dirección.
Mientras el camino discurría, hubo quienes deleitaron al escuchante con nuevas recetas de cocina. Otros profundizaban en los excesos del dueño del mayor harén actual. Hasta resucitaron oficios ya olvidados y, sin duda ahora no usados por el rufián y magnate italiano: el de palanganero.
La principal marca era la del frío. El sol apenas se atrevía a despuntar, mientras los árboles eran seres aparentemente muertos. Ausencia de excursionistas en los tramos medios y finales. Como casi siempre. Al principio, dos seres se entrenaban a saber para qué retos montañeros. Pronto unas antenas auguraban que el estino final estaba cerca. Y así fue.

Almas

El recibimiento del pueblo de Viladrau no pudo ser mejor. De aspecto señorial, un marco verde con buenas aguas, tranquilidad, reposo y paz. Nada más acercarse a la iglesia, el gran interrogante en un cartel: “¿Qué has hecho de tu bautismo?”. El enfrentamiento ante cuestión tan profunda y personal provocó muecas, dudas y quizá también pensamientos internos. El consejo episcopal diocesano venía en la siguiente frase, que apelaba a que seamos santos. Enfrente de este lema, había un viejo edifico con otro letrero al lado de su añeja puerta. Era el hogar de jubilados “la flor del Montseny”. Los allí presentes estábamos en medio de los dos letreros. Más allá, otro que anunciaba la artesanal cerveza del Montseny. Todo en las cercanías de la plaza mayor, donde resaltaba un gran cartel que decoraba una pared con el dibujo estereotipado de un abuelo y de una abuela: “Respecteu als avis que són la majestat del poble”.
Mientras los más terrenales se nutrían de cervezas, cocas, panes y otros manjares, el resto buscó un bar con solera y de los candidatos al premio de ahorradores hasta el infinito y más allá. Sorprendía con sus letreros en el interior, donde pedía que la gente trajera ya cargados los ordenadores portátiles y teléfonos móviles. También disponía de una estufa de las de antes en la zona central. Pero sólo tenía finalidades decorativas.
En lo que no se escatimaron esfuerzos fue en la celebración de los primeros cincuenta años de alguien cuyo asiento en el autocar ya casi nunca está libre. Entre arrumacos y carantoñas, las fotos dan fe de que se conserva muy bien, con vitalidad y siempre pendiente de sus trabajos profesionales. Tarta, bebidas espirituosas, dulces y buen ambiente hasta que hubo que salir del pueblo en dirección al autocar. No sin antes observar cómo en este pueblo se preocupan de sus recursos, de resaltar sus encantos, fuentes, ermitas, masías, rutas, espacios naturales y a tamaño gigante.

Pero el frío seguía y anunciaba una noche como para taparse. El invierno recordaba hechos de la infancia. Un momento en que un profesor pidió a sus alumnos que inventaran una poesía con alto valor literario añadido. Casi todos recibieron pescozones y pellizcos varios porque el tal profesor no vio arte en versos tan originales como éste:

El invierno es la estación de la manta,
pues mucho frío siento
y ciertamente no miento
que del frío nadie se aguanta
si no es con manta”


Evaristo
Terrassa, 6 de febrero de 2011