sábado, 2 de octubre de 2010

Segunda etapa del Meridiano Verde, entre Llanars y Sant Pau de Segúries

Emociones terrestres y aéreas en tierra de vacas


Grmanos y GRmanas

Después de varios meses, septiembre parece como si fuera el uno de enero: nuevo año, nuevos propósitos, metas alcanzables o no. Si encima por en medio ha habido vacaciones, el primer encuentro sirve para hacer “la ruta del beso”: ósculos diversos de hombres a mujeres y viceversa, o entre mujeres, pero no entre hombres. Tras las vacaciones se mencionan las otras rutas: aquellos viajes soñados y muy bien planificados. Son el auto-regalo del año. Se explicaron bastantes aéreos y terrestres: muchos kilómetros en traslados por los aires, un queroseno se supone que bien gastado; igual que el combustible de los vehículos terrestres. Tierra y aire, dos elementos muy presentes también en la segunda etapa del Merdià Verd.
Los números iniciales aquí casi nunca cuadran. Los mensajes de gozo o de la queja vía digital por traspasar la barrera del cuatro, en cuanto a asistencia, pronto se vieron menguados por la realidad. Todos sumamos pero las ausencias restan. No. Esta vez tampoco se llegó a la cuarentena de público, y eso que el nuevo servicio de autocares mejora con creces a los anteriores.

Por tierra

Una vez dentro del vehículo, los recuerdos viajeros ocuparon los primeros momentos. Hasta hubo impactos visuales y de marcas. Alguien se presentó con un gorro de los quechuas peruanos, a pesar de que los sudores le podían resbalar pronto por la cara. El cubrecabezas era auténtico, quechua. No como otros, que lucían la marca con ese nombre proveniente de unos grandes almacenes franceses de deportes y fabricación Dios sabe dónde. Claro que hubo quien se percató de que otros llevaban indumentaria de la marca Millet: decían que la semiótica declaraba más amable la peruana auténtica que no las reminiscencias a aquella obra de teatro “Los ladrones somos gente honrada”, o sea, personas impecables que esquilmaron palacios de la música.
También dentro, en la zona de atrás apareció fauna diversa. Un alto mando escenificó con pelos, sonidos y casi con señales cómo un can por poco despedaza a dos ilustres ciclistas por la ruta del Duero, camino de su desembocadura en tierras portuguesas. Menos mal que vieron recompensados sus esfuerzos con abundante comida y bebida, hasta a veces caer en esa inconsciencia muy humana: “A veces comemos y bebemos sin conocimiento”. Lo que confirma aquello que dice una frase muy popular: que las personas somos de los escasos animales que comemos cuando no tenemos hambre, bebemos cuando no tenemos sed (y me debería reservar escribir lo siguiente, aunque me lo aplico a mí mismo: “habla sin tener nada que decir”). Y hablando de comida, las unidades trasladadas al disfrute quechua recordaban sopas, baños, desiertos con no tan esotéricas marcas y daban su impresión sobre recuerdos de báscula: hubo quienes engordaron y quienes adelgazaron a esas alturas, con caminos incas bien alimentados y males de altura diversos, con o sin mascar la hoja de coca.
También otros animales ocuparon su espacio, aunque fueran diminutos. Parece ser que la peregrinación jacobea atrae a tanto personal desde antiguo que se reviven aquellos rituales tan normales en edades pasadas con poca higiene: las plagas de chinches en los albergues. La penitencia debe consistir en rascarse sin cesar. Más tarde, más animales de gran pose habían “adornado” el camino con sus particulares marcas, de mayor impacto visual que las del Meridiano Verde.

Marcas

El valle del Ter dio paso al valle de Camprodon y al punto de salida, Llanars, a 992 metros de altura. Zona residencial mimetizada con el paisaje por imperativo municipal. Todo en orden y armonía. Pero casi todo gracias a la billetera de los pudientes que se permiten el lujo de pagar residencias para un mes al año. Al final del pueblo, descarga del personal para iniciar la marcha primera de la temporada. La multitud en fila descendió para subir de inmediato. Pronto hubo una disgregación femenina que, en vez de ir hacia la derecha, se dirigió “al fondo a la izquierda”, papel en mano. En grupo parece que todo se hace mejor. De nuevo agrupados se inició la búsqueda de algo parecido a marcas o sucedáneos. El aviso de días antes alertaba del ojo avizor, dioptrías a diestra y siniestra, husmeo de rastros verdes (del Meridiano). El personal parecía no acostumbrarse a los supuestos nuevos colores. Más de trece años siguiendo los blancos y rojos de cada GR como para memorizar (a estas alturas del desgaste neuronal) nuevos colores y encima camuflados con el verdor del ambiente. No era tarea fácil. Pronto se atisbaron señales blancas y amarillas que subían y...a por ellas. Otras marcas también abundaban: alambres extendidas o tiradas por el suelo. Aquello parecían los prolegómenos de una pista americana. Subía, estaba mojada y había que superar resbalones diversos. Unos por el barro, las piedras mojadas y las enormes boñigas de vacas. Éstas sí que eran buenas marcas. Se veían bien y se pisaban mejor si no se veían. Realmente el sendero subía con alegres estiramientos de los músculos. Nadie sospechaba que aquella señal verde a la izquierda iba a levantar tanta polvareda y otros efectos secundarios muy aéreos. Una triste raya pintada encima de una piedra. A su lado, dos pequeñas rayas blancas y amarillas. Nunca una raya dio tanto de sí.
Subir, subir, resbalar, agarrarse a las ramas, clavar los bastones, asomar la nariz a las alturas, a la inmensidad del valle de Camprodón. Es como si subieras en un medio aéreo lento y la amplitud te descubriera cómo es el mundo desde arriba. Una invitación a un paseo aéreo...¡quién pudiera ver el valle desde arriba! Luminosidad, las montañas de Vallter, Bastiments, Taga, Núria. Paisajes aún sin reminiscencias del otoño, al fondo el mar, a un lado Montserrat. Uno de esos marcos incomparables que recordaban esos programas televisivos de paisajes desde el aire. ¡Quién pudiera apreciar este trozo de Catalunya desde allá arriba! O esos paisajes de autor preferidos por aquellos personajes de la magnífica serie televisiva.
Poco a poco el ascenso se endurecía aún más. Alguien desde la primera fila iba solo y pasaba muchos nervios por la gran responsabilidad asumida. También empezaron a rumorearse sospechas de posibles confusiones. Los GPS no parecían estar de acuerdo con la ruta seguida. Ruidos de sables en pequeño comité. Ante el temor que se podía producir en el ambiente, qué mejor que parar a almorzar (desayunar aquí). Las espléndidas vistas invitaron a dar buena cuenta de las viandas, vaciar las petacas y tratar de lo divino y de lo humano. Y recordar que alguien celebraba su onomástica ese mismo día. La cosa no estaba para regalos, con las vistas y panorámicas desde allí había de sobra. Para qué imaginarse en levantar el vuelo (en sentido literal) y salir hacia otro lugar, subir, bajar...tal vez volar.

Paseos

Se veían aves que surcaban el cielo con la parsimonia de la conducción de las corrientes térmicas. Mientras, se impuso buscar el camino. Para ello, se tomó como referente una casa situada en la ruta verdadera. Había que llegar, bajar en medio de ramas y excrementos de vacas. Ardua empresa, en medio de vegetación, pendientes mojadas y piedras propensas al resbalón. La vigilancia era extrema pero...Pasó. Alguien (podíamos ser cualquiera de nosotros: si caminas, puedes resbalar) se lesionó y hubo que probar si en este país los servicios de emergencias son lentos o rápidos. También había que comprobar si aquello de los grados de los GPS son verdad o no. Y si los teléfonos móviles servían para algo, si aquella manta térmica que ha hecho más Grs que su propietario era efectiva, si echarse en una pendiente resbala o no, si se aguanta el dolor, si hay solidaridad, si se ayuda, si se espera. Todo y más funcionó a la maravilla. En especial quien se lesionó. Con gran fortaleza hizo lo que debía. El sonido más esperado era un zumbido del motor de un helicóptero. Tardó poco en oírse. Parecían desorientados, como si no supieran la dirección pero los bomberos por algo son tan admirados (una de las profesiones con mejor imagen). No parecía una escena de las típicas como Apolaypse Now ni de otras tramas peliculeras. Eran cuatro fibrosos bomberos que venían a ayudar e izar por los aires a quien lo necesitaba. Bajaron, atendieron, ascendieron y ofrecieron una visión del Ripollès desde el aire a quien no tenía ganas de buscar su paisaje favorito. Ni siquiera admirar esos cuatro cuerpos, en un ambiente cerrado, aéreo, acristalado, con buenas vistas y a tanta altura. El cuerpo no estaba para otros menesteres que no fuera llegar pronto y recibir las atenciones del galeno de turno. Había que confiar en el cuerpo de bomberos. Un paseo que no tenía que haber ocurrido. Una ascensión por los aires que no fue un regalo, aunque fuera el día de su santo.

De vuelta

Mientras se producía el traslado y el vehículo se perdía por los aires en dirección al hospital de Capdevánol, el personal reflexionaba sobre lo divino y lo humano, sobre los bomberos y, en especial, dónde ponía los pies en la bajada. Estaba bajo “el efecto helicóptero”, el primero en tantos años de servicio a los caminos. Nunca los movimientos reflejos de los pies pensaron tanto dónde ajustarse al suelo. Andares calculados, esperas, agrupamientos, ajustes de bastones. Todo era seguridad, la propia de un mundo adulto que previene todo, que no arriesga, que aún tiene en mente que elevarse por los aires de esta manera es ver el cielo de la salvación, aspiración que aún no toca (a quienes como religiosos crean en él). La aventura física es la justa, por ejemplo, retroceder para verificar dónde se produjo la confusión. Y así se hizo. Volver la vista atrás, evaluar el despiste, sopesar la postura de la piedra de la raya verde, acordarse de las consignas previas del coordinador, demostrar que ir “por libre”, muy sueltos y con poco orden y menos concierto tiene unos efectos colaterales. Encima en aquella etapa había muchos invitados. Y mira que los GPS observaban algo raro. Al fin y al cabo, se comió un bocadillo de altura y se vivieron momentos de solidaridad: en esta ocasión el fin justifica los medios.

Reincorporaciones

Ya de vuelta, una pareja que iba de paseo a reconocer el medio, aseguró que las marcas que seguían eran las no seguidas por el grupo. Bajada rápida hacia el autocar dirección a Capdevánol con una duda existencial que siguió después entre algunas personas del grupo: hacer o no hacer el Meridiano Verde, repetir otro GR, hacer alguno nuevo de una larga lista, aventurarse a afrontar de nuevo la etapa de autos, iniciar un GR corto o largo, bajar a Tarragona, seguir en Girona o permanecer en Barcelona. Dudas virtuales enviadas por correo electrónico que a saber quién y cómo se despejan. El caso es moverse pero a saber hacia dónde. Incógnitas vitales (como la vida misma): qué camino tomar, si me puedo confundir, a qué debo renunciar, cómo elegir, quién me ha de guiar.
Mientras, una cerveza en un bar con una terraza cara al sol o en la sombra propiciaba el reposo de los pocos kilómetros hechos. Pero siempre hay alguna gran noticia: por el fondo de la plaza apareció quien subió montañas, se lesionó, surcó los aires, paseó en ambulancia, entró en un hospital, se estiró en una camilla, intervinieron los doctores y ahora lucía un brazo en cabestrillo, buen ánimo: una aventura con final feliz que algún día contará.
A los postres, surgió una tómbola solidaria con nosotros mismos. Era como una auto-ONG: todo queda en casa. Sorteo de varios lotes de productos, previo pago de una cantidad simbólica por participar. En momentos de crisis hay que agudizar el ingenio. La bolsa dio más vida económica al grupo y planteó una curiosidad expectante: qué elegirían las personas afortunadas. El detalle fue que los primeros premiadoss escogieron líquidos sin alcohol, lo que motivó fuertes ovaciones de quienes esperaban un golpe de suerte alcohólica. Los últimos afortunados no tenían más remedio que elegir lo deseado: licores y brebajes varios con cierta graduación. Como, tristemente, no podían elegir otra cosa...

Lo que no tiene elección es la edad. Una temporada más en la madurez, un año más, una etapa de la vida que debería tener en cuenta la frase de Víctor Hugo (un consuelo, vaya):

“Los cincuenta son la juventud de la edad madura”


Terrassa, 29 de septiembre de 2010

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