lunes, 27 de diciembre de 2010

Quinta etapa del Meridiano Verde, entre Sant Martí Sescorts y Sant Julià de Vilatorta

Ante la nieve y el frío, calor humano

GRAMANOS Y GRMANAS

Última etapa del año no exenta de anécdotas de todo tipo, por tierras en donde vivieron dos de los grandes de la literatura catalana: Miquel Martí i Pol i Jacint Verdaguer. Roda de Ter y Folgueroles fueron testigos de sus vidas y de sus obras, un legado que apreciamos, aunque algunos debieramos leerlos más y aplicar sus pensamientos a la vida diaria.
De los 531 metros de altura de Sant Martí a los 611 de Sant Julià, poco mal de altura pudo sobrevenir. Aunque sí se subió a contemplar primero vistas fantásticas sobre el río Ter y, después, ya con autocar y con escaleras, el primer piso del restaurante Puiglagulla, el cual puso a gran altura al grupo en una celebración espléndida. En medio, los del bulder entrenándose en grandes piedras.
El personal respiró hondo cuando vio que en esta ocasión se reincorporaba al grupo el mejor y más organizado guía que por aquí ha pasado. Se había retirado del mundanal ruido caminante por culpa de una bicicleta desbocada que no sabía quién era el sujeto que la montaba. En verano parece ser que un mal quiebro le hizo dar con sus huesos contra algún relieve que lo dejó postrado. Pero vuelve a estar en forma él y sobre todo su GPS de élite.
El ambiente navideño se hacía notar en las zambombas, panderetas, gorros, carracas y demás elementos que conferían al ambiente ese halo de celebración anual en comunidad. La meteorología pronosticaba frío y nieve. Un ambiente gélido con esos avisos amenazantes de los servicios que predicen el tiempo. A veces parecen la espada de Damocles que condenan al personal a estar en casa y lo internan en estancias cerradas por si se resfría, coge la gripe o pone en evidencia a los servicios de emergencia, en caso de que se desmadre el tiempo y no sean capaces ni de discernir por dónde empezar su actuación. Nos protegen tanto que después nos convertimos en unos inadaptados.
Pero no, allí estaba GRMANIA desafiante. Contra el frío externo, el calor humano. Apareció aquel pueblo de la otra etapa, sólo descubierto por aquella inmensa minoría que se arriesgó a llegar hasta él sorteando la lluvia, la niebla, el barro y la desorientación. Las granjas perfumaban el ambiente, ocas bien engordadas que desconocían el destino que les esperaba, tractores con ese heno de profundo olor, alguna fábrica en una hondonada y, al fondo, esos perfiles que el gran guía identificaba con todo detalle. Que si Casserres, Collsacabra, pantano de Sau, Pirineo. El juego de la neblina y las nubes que definían a medias unos contornos lejanos, con el sol mortecino y sin fuerza. El agua granulada en forma de nieve que caía y seguía tiñendo el suelo de blanco, el hielo acumulado y bien conservado por el frío ambiente, capas y más capas de ropa encima mientras las conversaciones discurrían sin parar con ese enérgico tono tan del país.

Bellezas

La desnudez es de gran belleza (a veces, claro). En invierno las ramas de los árboles sin hojas definen unos perfiles claros, multitud de formas que apuntan a lo alto y dejan entrever esas estructuras que serán cubiertas por las hojas. Las varas desnudas de la vegetación son como para reseguirlas con la vista y adivinar cómo serán cuando llegue la primavera. Mientras, el paisaje también descubrió otros desnudos. ¿Qué hacía ella allí, echada en el suelo, apenas sin ropa? Daba pena por el frío que estaba pasando, pero no era normal que en comarca antes tan piadosa, con Lauras i “ciutats dels sants” i mossens como el gran Verdaguer, uno sintiera tentaciones carnales ante la vista de esa chica tan ligera de atuendo, entre tanto frío. ¿Quién había dejado tirada allí en medio del camino aquella hoja de revista con una chica así?

Leyendas urbanas

Entre tanto, pronto apareció la población donde nació Miquel Martí i Pol. Roda de Ter recibió al personal en un entorno gélido, con la nieve presente y el vecindario recogido en sus aposentos. La plaça d'Espanya brindó sus bancos, una fuente sin agua, sus columpios y juegos infantiles para recuperar fuerzas, aunque fuera más pronto que otras veces. A pesar de los copos de nieve, los condumios afluyeron, botas, petacas, exquisitos dulces artesanos de membrillo y otras lindezas gastronómicas.
En éstas estábamos cuando el personal comienza a desperdigarse. El guía desaparece con una calle, otros le siguen, hay quien sigue vaciando la petaca alegando el frío ambiente, gente que continúa en otra dirección, otros permanecen en la plaza. El desconcierto dio paso al análisis en profundidad y a las leyendas urbanas. Alguien dijo que una parte del personal estaba en un bar disfrutando de chocolate y churros. Pura leyenda urbana...¿o no? Otros, que el más ordenado guía en vez de hacer lo propio con el grupo, era víctima del funcionamiento ajeno: ya se había dado cuenta de que también se puede vivir con ciertas dosis de desorden y de anarquía. Los mejor pensados alegaron que algunos habían seguido el halo del gran poeta Martí i Pol y buscaban su fábrica al lado del Ter, esa ruta literaria de quien trabajó e inspiró a uno de los grandes cantautores: Lluis Llach. Versos y otros textos escritos repetidos, leídos, hermosos, como por ejemplo éste, muy apto para unos tiempos de cambio:

"Podem dir no. O podem rectificar. Encara que costi.
Un canvi total, per escandalós que sigui, és millor
que un continuïsme castrador. I de vegades no cal
arribar al canvi total. Traçar-se una nova línea de
conducta. I seguir-la. Amb discreció i respecte pels
altres, que s´esforcen a representar dignament el seu
paper. Però amb tenacitat. "Que em senti viure!" com
deia en un poema. Que em senti jo. Que nedi, contra
corrent, és clar, com sempre. I potser com tothom. "
Miquel Martí i Pol


Escalada

Al final, el grupo se reencontró a la salida del pueblo, no sin antes pasar por el ayuntamiento, cruzar el pont Vell, la capilla de la Verge del Sòl del Pont, la casa del suegro del poeta y contemplar al río Ter y la fábrica donde trabajó Martí i Pol. Dejamos a un poeta y seguimos el Meridiano, paralelo al río y al GR que sigue el Ter desde su nacimiento hasta L'Estartit. A la derecha está la font dels Molins. Más adelante, una presa en el Ter da fe de aguas embalsadas con fines industriales de épocas pasadas. Se llega a la font de les Bruixes, con relieves producidos por el agua helada, estalactitas a punto de foto. Una zona llena de vías de escalada en paredes rocosas verticales, sin practicantes visibles en aquellos momentos. Sin embargo, más adelante, siguiendo la pista, se llegará a una balsa helada y a dispersos bloques de piedra donde los del bulder trepaban con la seguridad de una colchoneta que amortiguaría una posible caída. El entorno era el Pla de Savassona, a 626 metros. Ermita, grandes vistas, tumbas donde alguien probó si cabía o no, el río Ter al fondo y el castell de Savassona cerca. Turismo familiar, agua helada y bajada hacia el llano para seguir hasta llegar al final. Mientras, recetas de postres navideños, o sea, la parte práctica y golosa de cara a las sobremesas navideñas.

Sant Julià de Vilatorta

El día parecía despejarse aunque la época del año contaba con pocas horas de claridad por estos meridianos (nunca mejor dicho). Al fondo ya se vislumbraban las primeras construcciones de un pueblo con historias que contar. Por ejemplo, que antes se llamaba Sant Julià de les Olles por la cantidad de hornos donde se cocía cerámica vidriada. Una iglesia, la de Sant Julià, en torno a la cual se conformó la población. Las casas modernistas que se observan fueron de familias burguesas de Barcelona que, a principio del siglo XX, escogieron este lugar para veranear. El clima submediterráneo continental les cautivó en verano. En invierno, las típicas nieblas de Osona desaparecen pronto aquí debido a su altura.
Hoy este pueblo se le ve bien equipado, con áreas deportivas amplias, urbanizaciones por doquier y, muy cerca, el municipio de Vilalleons, unidos ambos desde 1945, con un entorno lleno de pinos y una carretera con muchas y viradas curvas que asciende hasta el santuario de Puig l'Agulla. Al lado, el restaurante del mismo nombre, lugar de concentración y del ágape navideño.

XXX

En el primer piso del restaurante, con un menú muy de la comarca, el personal se fue caldeando a medida que las viandas y los alcoholes preparaban el terreno para los actos posteriores. Se observó algún acercamiento femenino a un varón en concreto, todo fruto de pactos previos a la comida. Se desconoce si hubo arrumacos, carantoñas y testimonios gráficos que inmortalizaran los supuestos contactos.
La sobremesa fue un despliegue textil muy bien logrado. Nunca hasta ahora las letras “X” y las “L” fueron tan buscadas, intercambiadas o ajustadas a los cuerpos. El mercado quechua (nunca mejor dicho) se consiguió con el regalo del polar personalizado. Un gran trabajo el que hicieron los expertos en esta industria. Hasta se observó a alguna persona muy afectada psicológicamente por el efecto XXXL: le tocó esta talla, lo que le impactó. El efecto se redujo cuando consiguió rebajar una “X”: logró una talla XXL y la consiguiente responsabilidad como para tener que comer más y rellenar la XXXL original.
Cánticos religiosos y profanos en varios idiomas dieron paso al final de otro encuentro más, de esos que unen y que propician también acordarse de los que no estaban presentes. Ante la nieve y el frío, siempre el calor humano.
Y ya que estamos en el mundo TIC, acabemos con una frase dicha por el consejero delegado de la red social TWITTER (más profunda de lo que aparenta):

Respirar es necesario para vivir
pero no es el objetivo de la vida”



Evaristo
23 de diciembre de 2010

domingo, 26 de diciembre de 2010

Cuarta etapa del Meridiano Verde, entre Vidrà y Sant Martí Sescorts

Pero.....¿dónde está Sant Martí Sescort?



Grmanos y Grmanas


Tiempo ha que la última etapa ya pasó a los archivos de la poca memoria que aún nos queda. Y qué decir de las anteriores andanzas del personal por esos caminos y montañas, a pie o en bicicleta. Para situarnos en el presente bien está echar la vista atrás.

Bruguera 2010

Muy atrás queda el tradicional fin de semana en Bruguera (Ripollès). Dos días con sus noches, con regusto a buenos torreznos, carnes a la brasa, muy variadas ensaladas, bebidas a discreción y muchas, muchas setas. El nuevo fichaje masculino de este año contribuyó con sus tocinos (o sea, los que trajo para comer) y butifarras para poner los colesteroles en su sitio desde la noche del viernes. Aquello prometía, gastronómicamente hablando. Sin duda que las jornadas no desmerecieron en absoluto a las de años anteriores. Y menos aún las hazañas históricas que un habitante del pueblo nos contó. Por esas tierras hubo solteros pastores de ovejas que, por ahorrar, dejaron muchos millones al Estado cuando murieron sin herederos. Ahora apenas quedan cuidadores de rebaños, millones sí deben quedar por algún paraíso (fiscal, se supone; o sea, el mejor para algunos) y sobre el Estado, mejor no hablar de su estado (valga la redundancia). También el buen señor estaba sorprendido con los nuevos propietarios de una gran casa. Unos días el amo traía un buen grupo de señoritas rubias. Otro día, morenas. Otro destrozaba un coche de lujo y apenas se extrañaba de la hazaña deportiva.
La niebla de la tarde-noche del viernes dio paso a un espléndido día del sábado. Una jornada memorable donde, por fin, se pudo completar el camino que antiguos ingenieros hicieron para acceder a los pantanos. El primer tren (y el más barato) condujo al destacamento a las alturas. Desde allí hubo buenas vistas, con el incipiente manto blanco que adornaba el Puigmal. Dudas (como siempre) en el camino inicial de bajada y ese regalo que ofrece madrugar y situar tu chasis corporal a tanta altura. La mente se abre a esos perfiles que dejan entrever las brumas matinales. La silueta de los caballos parecen modelos recortados por los primeros rayos del sol. Ya hay hielo y esos carámbanos que adornan los márgenes de los arroyos. Un frío que propició algún quiebro al pasar alguna piedra. El hielo apenas se veía pero sí un camino que subía y bajaba sin parar. El refugio de Coma de Vaca fue un alto en el camino para continuar por un recorrido ya conocido y afrontar el reto: llegar a comer a Bruguera pensando en la bendita “agua de cebada”( las frías cervezas con estrella en la nevera), en los cestos preparados para “caçar, buscar, collir bolets”. El ágape nocturno habitual no fue frugal. Como siempre. Y dio paso a una sobremesa de las irrepetibles. Así como en otras ocasiones los cantos y jolgorios eran habituales, en esta ocasión el argumento de una película dio paso a sesudas intervenciones sobre la inmigración, el racismo, Palestina, Israel y temas afines. El nivel era más elevado que el de cualquier universidad. ¡Cuánta sabiduría circula por estas mentes! Algo ayudaron gotas y más gotas de una botella del Sr. Daniel's Don Jack (sin dar tiempo a comparar las diferencias entre su método de destilado de Tennessee con el bourbon) y otros destilados. El atleta tuvo que hacer café bien cargado con esta disculpa: “Es que si no me lo tomo, no puedo dormir” (cita textual). También alguien citaba al estroncio, una sustancia que tenía el vino.
No obstante, también en esta ocasión hubo otro hecho inédito: el nuevo invitado aportó una gran caja de croissants de muchas clases. Daban ganas de cogerlos. Pero, ¿quién se atrevía? ¿Por qué no? Ojo avizor estaba el insigne atleta. Cuando veía que alguien cogía uno, ponía en marcha su calculadora mental y le traducía la gula del croissant: “Lo que has comido se traduce en veinte minutos de esfuerzo (o media hora de bicicleta, una hora corriendo o 500 metros nadando)”. Y si cogías también un chupito, inmediatamente te sumaba veinte minutos más de esfuerzo para quemarlo. Hubo quien se puso como penitencia no comer ninguno, otros cogían uno cuando el atleta se distraía, y habrá quien aún debe estar haciendo ejercicio atrasado por los que comió. Pero el atleta consiguió parte de su objetivo: aquella caja de croissants no se acabó.
El domingo se llenaron más cestos, hubo limpieza de hongos y tertulias matinales sobre temas divinos y humanos, después de un copioso desayuno. Los temas pedagógicos aparecieron, (más bien hazañas y batallas de clase con educandos que no se dejan con facilidad, son discípulos díscolos) relatados con amplios detalles por quien lo sabe adornar todo con su memoria prodigiosa. Alguien le recordó que todo le pasaba porque aún no había hecho las programaciones, sin tener en cuenta las competencias. También se oyó una frase en un contexto concreto, como si fuera el diagnóstico moderno a un mal actua de algún alumnadol: Negativismo desafiante e hiperactividad oral. Y eso que el docente es competente en casi todo. Dicho lo cual, entre comidas y bebidas se volvió a la ciudad, con cierta pena por el buen ambiente en un lugar al que sólo se va una vez al año. Podrían ser más veces.

Otras hazañas

La anterior etapa del Meridià, por algún relato llegado a este plumilla, ya que no fue, debió de ser de ambiente alpino, con prados, animales y paisajes dignos de ser mirados. No obstante, los espías del plumilla en la etapa transmitieron con urgencia que, a siete kilómetros de Vidrà, más de la mitad de la columna se insubordinó. Abandonaron la ruta oficial y tomaron un atajo que parecía más evidente que real. Debieron encontrarse con un gran cortado delante de sus narices y tuvieron que deshacer lo andado. Una hora más tarde debieron llegar al final de la etapa. La unidad de castigos no debió atreverse a incoar expedientes disciplinarios. Había mucho mando que debía sufrir un castigo ejemplar. Por lo que se optó por indicarles que el GPS tiene más razón que un atajo.
Otro destacamento partió hacia la ruta dels Castells de la Segarra. Y dio con la abuela de un campeón motorizado, quien fue muy locuaz con un personal que también debió apostar a loterías que no les sacaron de su situación actual.
Tiempo después, GRMANIA recibió un SOS urgente. Una ilustre y submarina Grmana fue atacada por un animal de cuatro patas y su estado posterior al accidente merecía atenciones. La preocupación fue inmediata, hasta que se vio que el cuadrúpedo debía ir más suelto que el amo. Dicen que alguien dijo que era un buen semental (el caballo, se cree). Y rumores sin confirmar distribuyeron un bulo por Internet que insinuaba que la ciclista esperaba dejarse sorprender no por sementales caballos sino por otro tipo de bípedos animales más humanos. La realidad es que, afortunadamente, todo quedó en un gran susto y en una bicicleta destrozada.
Para completar los preámbulos de personal tan activo, otro insigne Grmano vino tan embelesado con el otoño de La Mola en su retina que organizó una salida matinal en sábado. Los buenos principios deben tener mejores finales. Y qué mejor que la concelebración en torno a una alargada mesa y unas buenas migas, con sus contundentes ingredientes. Genial la idea y su ejecución. Por no hablar de deportistas destacados y una insigne moza que está que se sale. Y el abuelo que no para.

Y ahora volvamos al presente y recuperemos el tiempo invertido en la última etapa con la misma pregunta:

¿Dónde está Sant Martí Sescorts?

Hasta allí debíamos llegar pero ni fue fácil ni llegaron todos. De hecho, la lista inicial se vio reducida por justificaciones diversas. Hubo buen ambiente en la parte final del autocar. Como siempre. La refriega dialéctica dio un repaso a la actualidad mundial. Pocos temas quedaron sin tocar. Todos humanos. Y todas las crisis habidas y por haber. Alguien jugó a adivino quiromante y su bola debió detectar algún atisbo de superación. Dijo entrever repuntes, curvas ascendentes hacia la salvación universal. De momento el paisaje sí dejaba ver puntas de algún castillo situado en las alturas, casas en lo alto y brumas que escondían las heladas del Ripollès. Las nieblas matinales parecían teñir el ambiente económico y también el meteorológico del día de autos. Desde Sant Quirze de Besora hasta Vidrà, las curvas de la serpenteante carretera descubrían un otoño ya marchito y anunciaban que el punto de inicio se acercaba. Nada más llegar alguien advirtió de una fonda llamada “Escarra”. Dejado llevar por la traición de su mala lectura, del subconsciente político y de frases ya célebres, inmediatamente replicó: “Pues los andaluces sabemos que allí también se pagan impuestos; o no se pagan, como aquí”

El cielo, amenazante

Las mochilas bien pertrechadas de atuendos diversos tenían razón. La aparente claridad matinal debía ser un espejismo que preconizaba un cambio de tiempo inminente. Los 997 metros de altura de Vidrà situaban el camino por encima de un río que se veía muy abajo. Senda vallada, vistas fantásticas y llegada a un punto con buen nombre: la Tosca dels Degollats. Espectacular roca con diminutas gotas de agua que discurrían por un recorrido marcado por los años. A continuación esas gotas tan turísticas cambiaron de origen y las nubes empezaron a ofrecérnoslas de forma persistente y vertical. Buen momento para atender necesidades primarias y rebuscar por las mochilas. De allí salieron capas protectoras y curiosos paraguas. Quienes no los llevaban eran delgados corredores que se entrenaban por aquellos caminos, provocando cierta envidia a algunos comensales. Menos mal que las botas y los líquidos destilados ayudan a entonar los espíritus. Las costumbres cambian. Más alcohol y menos dulce. Años ha por estas fechas prenavideñas los polvorones circulaban por doquier. Ahora el peso sí importa.
Agua por arriba y por abajo. El personal tuvo que traspasar y vadear varias veces algunos ríos. Todo estaba preparado. La serpiente multicolor en fila india fue pisando por las piedras que tocaban, sin incidencias destacables. Pero en el mojado ambiente ya se fraguaba la disección del grupo. La humedad persistente provocó una mirada hacia el interior (de las vías respiratorias primero) e hizo prevalecer la salud a llegar al final de la etapa por el recorrido marcado. Una parte importante decidió que estar sobre cubierto en el bar de la cooperativa del pueblo más cercano, Sant Pere de Torelló, permitía mojarse por dentro con tranquilidad y relajación, en agradable conversación y mejores aperitivos. Loable decisión que fue acogida con éxito. No obstante, hubo penitentes amantes del camino que osaron seguirlo, a pesar de las inclemencias meteorológicas y las dudas del GPS.
Quienes lo siguieron quedaron maravillados por una manada de caballos que se movían con ritmo. Parecían de calendario ecologista. Su esbeltez fue muy admirada por quien sufrió una agresión equina días antes. Y algo debieron observar porque la miraban con interés.
Las dudas del GPS fueron mínimas. Todo correcto hasta que se pidió orientación a ciclistas. Aquí entró en marcha la subjetividad, lo que dio lugar a las pérdidas por los paisajes de Osona. También se descubrieron partes ocultas de la comarca: masías más auténticas que las del anuncio de las pizzas de aquí, que en su día fueron espléndidas, condenadas al paulatino abandono, sólo habitadas por animales y por tractores parados, con estanques con patos, animales de pluma pero sin gente a quien preguntar. Otro ciclista aún confundió más. Al final el gran rodeo de más de ocho kilómetros reafirmó la constancia y el esfuerzo del grupo. El paisaje de campos ocres, niebla y humedad situó a quien caminaba en ese ambiente propio del lugar. La pregunta era: “Pero,..¿dónde está Sant Martí Sescorts?” Un conductor de un coche ayudó a situar el punto final donde esperaba el autocar. Antes, las granjas de la zona confirmaban la industria de la comarca. Alguien muy documentada explicó que en Cataluña hay 44 millones del género porcino (evitemos la palabra original), que se los llevan a muchos sitios de Europa y aquí quedan los purines y otros restos orgánicos. De granjas había por doquier. Olores típicos, salas de despiece y el pueblo.

Finales

Costó llegar a donde estaba el grueso del grupo. Hoy los conductores parece que sólo saben guiarse por el GPS. Aquellos fiables mapas en papel para algunos ya pasaron a la historia. Y, claro, el aparato programó una gran vuelta y le llevó hasta la entrada del túnel de Bracons. El rodeo fue curioso. Menos mal que el cambio de sentido condujo a todos al bar susodicho. Un sitio recio, con lavabos masculinos como los de antes del diseño, partidas de cartas y fuertes olores a humanidad fumadora. Las cuatro horas de espera a quienes acortaron el camino les sirvieron para resolver asuntos de loterías y cuentas diversas. Todo acabó bien, como siempre.
Y, como siempre, acudamos a la inteligencia ajena para finalizar, y si es la de una mujer, aún mejor. La actriz belga Vanessa Van Durme, aquel día, declaró a EL PAIS:

"Las mujeres nunca decimos del todo la verdad, no lo olvides. Para que las cosas funcionen tenemos que haceros creer que sois más inteligentes, ese es el secreto, querido, acariciar la testosterona"

Evaristo
Terrassa, 5 de diciembre de 2010
http://afondonatural.blogspot.com

sábado, 2 de octubre de 2010

Segunda etapa del Meridiano Verde, entre Llanars y Sant Pau de Segúries

Emociones terrestres y aéreas en tierra de vacas


Grmanos y GRmanas

Después de varios meses, septiembre parece como si fuera el uno de enero: nuevo año, nuevos propósitos, metas alcanzables o no. Si encima por en medio ha habido vacaciones, el primer encuentro sirve para hacer “la ruta del beso”: ósculos diversos de hombres a mujeres y viceversa, o entre mujeres, pero no entre hombres. Tras las vacaciones se mencionan las otras rutas: aquellos viajes soñados y muy bien planificados. Son el auto-regalo del año. Se explicaron bastantes aéreos y terrestres: muchos kilómetros en traslados por los aires, un queroseno se supone que bien gastado; igual que el combustible de los vehículos terrestres. Tierra y aire, dos elementos muy presentes también en la segunda etapa del Merdià Verd.
Los números iniciales aquí casi nunca cuadran. Los mensajes de gozo o de la queja vía digital por traspasar la barrera del cuatro, en cuanto a asistencia, pronto se vieron menguados por la realidad. Todos sumamos pero las ausencias restan. No. Esta vez tampoco se llegó a la cuarentena de público, y eso que el nuevo servicio de autocares mejora con creces a los anteriores.

Por tierra

Una vez dentro del vehículo, los recuerdos viajeros ocuparon los primeros momentos. Hasta hubo impactos visuales y de marcas. Alguien se presentó con un gorro de los quechuas peruanos, a pesar de que los sudores le podían resbalar pronto por la cara. El cubrecabezas era auténtico, quechua. No como otros, que lucían la marca con ese nombre proveniente de unos grandes almacenes franceses de deportes y fabricación Dios sabe dónde. Claro que hubo quien se percató de que otros llevaban indumentaria de la marca Millet: decían que la semiótica declaraba más amable la peruana auténtica que no las reminiscencias a aquella obra de teatro “Los ladrones somos gente honrada”, o sea, personas impecables que esquilmaron palacios de la música.
También dentro, en la zona de atrás apareció fauna diversa. Un alto mando escenificó con pelos, sonidos y casi con señales cómo un can por poco despedaza a dos ilustres ciclistas por la ruta del Duero, camino de su desembocadura en tierras portuguesas. Menos mal que vieron recompensados sus esfuerzos con abundante comida y bebida, hasta a veces caer en esa inconsciencia muy humana: “A veces comemos y bebemos sin conocimiento”. Lo que confirma aquello que dice una frase muy popular: que las personas somos de los escasos animales que comemos cuando no tenemos hambre, bebemos cuando no tenemos sed (y me debería reservar escribir lo siguiente, aunque me lo aplico a mí mismo: “habla sin tener nada que decir”). Y hablando de comida, las unidades trasladadas al disfrute quechua recordaban sopas, baños, desiertos con no tan esotéricas marcas y daban su impresión sobre recuerdos de báscula: hubo quienes engordaron y quienes adelgazaron a esas alturas, con caminos incas bien alimentados y males de altura diversos, con o sin mascar la hoja de coca.
También otros animales ocuparon su espacio, aunque fueran diminutos. Parece ser que la peregrinación jacobea atrae a tanto personal desde antiguo que se reviven aquellos rituales tan normales en edades pasadas con poca higiene: las plagas de chinches en los albergues. La penitencia debe consistir en rascarse sin cesar. Más tarde, más animales de gran pose habían “adornado” el camino con sus particulares marcas, de mayor impacto visual que las del Meridiano Verde.

Marcas

El valle del Ter dio paso al valle de Camprodon y al punto de salida, Llanars, a 992 metros de altura. Zona residencial mimetizada con el paisaje por imperativo municipal. Todo en orden y armonía. Pero casi todo gracias a la billetera de los pudientes que se permiten el lujo de pagar residencias para un mes al año. Al final del pueblo, descarga del personal para iniciar la marcha primera de la temporada. La multitud en fila descendió para subir de inmediato. Pronto hubo una disgregación femenina que, en vez de ir hacia la derecha, se dirigió “al fondo a la izquierda”, papel en mano. En grupo parece que todo se hace mejor. De nuevo agrupados se inició la búsqueda de algo parecido a marcas o sucedáneos. El aviso de días antes alertaba del ojo avizor, dioptrías a diestra y siniestra, husmeo de rastros verdes (del Meridiano). El personal parecía no acostumbrarse a los supuestos nuevos colores. Más de trece años siguiendo los blancos y rojos de cada GR como para memorizar (a estas alturas del desgaste neuronal) nuevos colores y encima camuflados con el verdor del ambiente. No era tarea fácil. Pronto se atisbaron señales blancas y amarillas que subían y...a por ellas. Otras marcas también abundaban: alambres extendidas o tiradas por el suelo. Aquello parecían los prolegómenos de una pista americana. Subía, estaba mojada y había que superar resbalones diversos. Unos por el barro, las piedras mojadas y las enormes boñigas de vacas. Éstas sí que eran buenas marcas. Se veían bien y se pisaban mejor si no se veían. Realmente el sendero subía con alegres estiramientos de los músculos. Nadie sospechaba que aquella señal verde a la izquierda iba a levantar tanta polvareda y otros efectos secundarios muy aéreos. Una triste raya pintada encima de una piedra. A su lado, dos pequeñas rayas blancas y amarillas. Nunca una raya dio tanto de sí.
Subir, subir, resbalar, agarrarse a las ramas, clavar los bastones, asomar la nariz a las alturas, a la inmensidad del valle de Camprodón. Es como si subieras en un medio aéreo lento y la amplitud te descubriera cómo es el mundo desde arriba. Una invitación a un paseo aéreo...¡quién pudiera ver el valle desde arriba! Luminosidad, las montañas de Vallter, Bastiments, Taga, Núria. Paisajes aún sin reminiscencias del otoño, al fondo el mar, a un lado Montserrat. Uno de esos marcos incomparables que recordaban esos programas televisivos de paisajes desde el aire. ¡Quién pudiera apreciar este trozo de Catalunya desde allá arriba! O esos paisajes de autor preferidos por aquellos personajes de la magnífica serie televisiva.
Poco a poco el ascenso se endurecía aún más. Alguien desde la primera fila iba solo y pasaba muchos nervios por la gran responsabilidad asumida. También empezaron a rumorearse sospechas de posibles confusiones. Los GPS no parecían estar de acuerdo con la ruta seguida. Ruidos de sables en pequeño comité. Ante el temor que se podía producir en el ambiente, qué mejor que parar a almorzar (desayunar aquí). Las espléndidas vistas invitaron a dar buena cuenta de las viandas, vaciar las petacas y tratar de lo divino y de lo humano. Y recordar que alguien celebraba su onomástica ese mismo día. La cosa no estaba para regalos, con las vistas y panorámicas desde allí había de sobra. Para qué imaginarse en levantar el vuelo (en sentido literal) y salir hacia otro lugar, subir, bajar...tal vez volar.

Paseos

Se veían aves que surcaban el cielo con la parsimonia de la conducción de las corrientes térmicas. Mientras, se impuso buscar el camino. Para ello, se tomó como referente una casa situada en la ruta verdadera. Había que llegar, bajar en medio de ramas y excrementos de vacas. Ardua empresa, en medio de vegetación, pendientes mojadas y piedras propensas al resbalón. La vigilancia era extrema pero...Pasó. Alguien (podíamos ser cualquiera de nosotros: si caminas, puedes resbalar) se lesionó y hubo que probar si en este país los servicios de emergencias son lentos o rápidos. También había que comprobar si aquello de los grados de los GPS son verdad o no. Y si los teléfonos móviles servían para algo, si aquella manta térmica que ha hecho más Grs que su propietario era efectiva, si echarse en una pendiente resbala o no, si se aguanta el dolor, si hay solidaridad, si se ayuda, si se espera. Todo y más funcionó a la maravilla. En especial quien se lesionó. Con gran fortaleza hizo lo que debía. El sonido más esperado era un zumbido del motor de un helicóptero. Tardó poco en oírse. Parecían desorientados, como si no supieran la dirección pero los bomberos por algo son tan admirados (una de las profesiones con mejor imagen). No parecía una escena de las típicas como Apolaypse Now ni de otras tramas peliculeras. Eran cuatro fibrosos bomberos que venían a ayudar e izar por los aires a quien lo necesitaba. Bajaron, atendieron, ascendieron y ofrecieron una visión del Ripollès desde el aire a quien no tenía ganas de buscar su paisaje favorito. Ni siquiera admirar esos cuatro cuerpos, en un ambiente cerrado, aéreo, acristalado, con buenas vistas y a tanta altura. El cuerpo no estaba para otros menesteres que no fuera llegar pronto y recibir las atenciones del galeno de turno. Había que confiar en el cuerpo de bomberos. Un paseo que no tenía que haber ocurrido. Una ascensión por los aires que no fue un regalo, aunque fuera el día de su santo.

De vuelta

Mientras se producía el traslado y el vehículo se perdía por los aires en dirección al hospital de Capdevánol, el personal reflexionaba sobre lo divino y lo humano, sobre los bomberos y, en especial, dónde ponía los pies en la bajada. Estaba bajo “el efecto helicóptero”, el primero en tantos años de servicio a los caminos. Nunca los movimientos reflejos de los pies pensaron tanto dónde ajustarse al suelo. Andares calculados, esperas, agrupamientos, ajustes de bastones. Todo era seguridad, la propia de un mundo adulto que previene todo, que no arriesga, que aún tiene en mente que elevarse por los aires de esta manera es ver el cielo de la salvación, aspiración que aún no toca (a quienes como religiosos crean en él). La aventura física es la justa, por ejemplo, retroceder para verificar dónde se produjo la confusión. Y así se hizo. Volver la vista atrás, evaluar el despiste, sopesar la postura de la piedra de la raya verde, acordarse de las consignas previas del coordinador, demostrar que ir “por libre”, muy sueltos y con poco orden y menos concierto tiene unos efectos colaterales. Encima en aquella etapa había muchos invitados. Y mira que los GPS observaban algo raro. Al fin y al cabo, se comió un bocadillo de altura y se vivieron momentos de solidaridad: en esta ocasión el fin justifica los medios.

Reincorporaciones

Ya de vuelta, una pareja que iba de paseo a reconocer el medio, aseguró que las marcas que seguían eran las no seguidas por el grupo. Bajada rápida hacia el autocar dirección a Capdevánol con una duda existencial que siguió después entre algunas personas del grupo: hacer o no hacer el Meridiano Verde, repetir otro GR, hacer alguno nuevo de una larga lista, aventurarse a afrontar de nuevo la etapa de autos, iniciar un GR corto o largo, bajar a Tarragona, seguir en Girona o permanecer en Barcelona. Dudas virtuales enviadas por correo electrónico que a saber quién y cómo se despejan. El caso es moverse pero a saber hacia dónde. Incógnitas vitales (como la vida misma): qué camino tomar, si me puedo confundir, a qué debo renunciar, cómo elegir, quién me ha de guiar.
Mientras, una cerveza en un bar con una terraza cara al sol o en la sombra propiciaba el reposo de los pocos kilómetros hechos. Pero siempre hay alguna gran noticia: por el fondo de la plaza apareció quien subió montañas, se lesionó, surcó los aires, paseó en ambulancia, entró en un hospital, se estiró en una camilla, intervinieron los doctores y ahora lucía un brazo en cabestrillo, buen ánimo: una aventura con final feliz que algún día contará.
A los postres, surgió una tómbola solidaria con nosotros mismos. Era como una auto-ONG: todo queda en casa. Sorteo de varios lotes de productos, previo pago de una cantidad simbólica por participar. En momentos de crisis hay que agudizar el ingenio. La bolsa dio más vida económica al grupo y planteó una curiosidad expectante: qué elegirían las personas afortunadas. El detalle fue que los primeros premiadoss escogieron líquidos sin alcohol, lo que motivó fuertes ovaciones de quienes esperaban un golpe de suerte alcohólica. Los últimos afortunados no tenían más remedio que elegir lo deseado: licores y brebajes varios con cierta graduación. Como, tristemente, no podían elegir otra cosa...

Lo que no tiene elección es la edad. Una temporada más en la madurez, un año más, una etapa de la vida que debería tener en cuenta la frase de Víctor Hugo (un consuelo, vaya):

“Los cincuenta son la juventud de la edad madura”


Terrassa, 29 de septiembre de 2010

http://afondonatural.blogspot.com

sábado, 1 de mayo de 2010

Octava etapa del GR 3, entre Beget y coll de la Guilla

Devociones duras con final feliz


Grmanos y Grmanas



Las devociones hoy son variadas y ya no hay nadie que conduzca a los rebaños por el mismo redil, aunque a veces estas prácticas tan devotas son duras. Caminar es trasladarse pero también abrirse a paisajes diversos, y no sólo físicos. La cultura en fechas marcadas por un día al año tiñen todo de un manto literario desde el primer momento, pero perdura durante el resto de los días, con tanto grueso tomo como uno acapara a modo de despensa literaria para subsistir. Pero también hay oportunidades para prácticas diversas y destapes de (in)conscientes en público.
Los inicios fueron noticiosos. A pie de autocar alguien se presentó con el diario de la ciudad “recién cocinado”, y nunca mejor dicho si se tiene en cuenta que quien lo traía convive con una cocinera docente y practicante. Los principios fueron buenos. El toque cultural del día iría creciendo, aunque no sólo de la letra se vive.

Majestades

Hay quienes tienen tanto libro metido en la cabeza que, cuando hablan, degluten cultura bien digerida. Aquí los ojos del personal se han paseado por muchas páginas, pantallas, pizarras, países y hasta conciencias. El nivel es alto y el lenguaje puede usarse también para jugar a equívocos, frases con tres sentidos, traiciones de las estructuras, insinuar más que decir, o explicar las cosas tal como se te pasan por la cabeza. Pero lo mejor es cazar a alguien por lo que no quiso decir, que es quizá en lo que estaba pensando. La memoria aún funciona bien y quienes caen en la tentación de recordar otros tiempos, pronto huyen del tópico de la nostalgia para decir que eso ahora se llama tener memoria. Por tanto, el mejor sudoku es asistir a un GR. Es aquello de las batallitas de cuando yo estudiaba, de qué hacía con mi adolescencia, o de si aquello era esfuerzo y esto es placer fácil. O, también, hablar de temas actuales: esquizofrenias simples (tal cual), problemas mentales, juventud divino tesoro, o qué había debajo de las sotanas. Y tratar sobre temas duros pero claros. Se detectó en el autocar cierta dama que presumía de probar libaciones diversas con graduaciones etílicas variadas. Ante la extrañeza de su cambio vital (ella que venía del deporte), alguien le preguntó si a su edad ahora se había tirado al vicio. “Yo lo que tenía que hacer era tirarme a un hombre”, fue su sincera respuesta. Devociones que, para consumarlas, necesitan de bastante dureza. Y, en el viaje de vuelta, le puso nombre y apellidos al sujeto en cuestión. Al momento, un hombre versado en medicinas diversas, ante el cuadro clínico que observaba, diagnosticó que lo que se necesitaba era añadirle bastante bromuro al vino de la bota.
Si de lo eclesiástico se trata, este grupo sufrió cierta tomadura de pelo por parte de Sa Majestad. Tan viajera es la afamada figura que, después de acudir a exposiciones varias en Barcelona, ahora no estaba en su sitio. Pasaba la ITV en Valldoreix, chequeo y revisión no anunciada por los lugareños hasta que estás dentro del recinto sagrado y compruebas que, una vez más, te han engañado previo pago de la entrada. Menos mal que la devoción debe ir por dentro, si es que la hay. Nadie te dice nada hasta que apoquinas el pecunio estipulado y luego te encomiendas al Señor y dices para tus adentros: “Perdónalos porque otra vez me han estafado”. Esto no debe tener relación con las anécdotas contadas sobre la educación en seminarios, el mamporro y la humillación. La versión moderna también se trató, con esos magreos, tocamientos y demás profundizaciones de pederastas amparados por algunos de la curia y vilipendiados por la mayoría. Excepciones lamentables. Un gran dibujo allí en medio de una iglesia espectacular, con un nativo que el único arte que demostraba era el cobrar y expedir el papelito del tiquet y poca cosa más. Hasta estos lares y en estos tiempos uno se siente en manos del destino, admirando la gran obra arquitectónica como consuelo final.
Claro que, para alivio del gaznate, el restaurante Can Jeroni esperaba al respetable con la cafetera encendida. Ante lo divino siempre hay recursos más humanos y placeres momentáneos que animan. Mientras los modernos inodoros aliviaban las vejigas matinales, el café corría por las venas para enfrentarse a la primera gran subida. Tertulia, relax, agua de la fuente y momentáneo olvido de lo que debía venir. Después de la devoción, la dureza de la primera subida hacia la zona de oración. Parece que seguimos en un entorno litúrgico.

El oratorio

Cierto. La primera subida templó los ánimos y empezó a situar a cada uno en su sitio. El estiramiento del grupo era lógico, con Beget allá abajo en medio de un pequeño valle con paisajes que despertaban del letargo invernal. La primavera hacía intentos para anunciarse en unos caminos del exilio, sendas pisadas por aquellas gentes que tuvieron que huir a la fuerza en aquellas guerras aún no apagadas, con jueces condenados por querer destapar duras realidades y enterrar a los muertos como se lo merecen. Los de siempre siguen “dando guerra”.
Como que la hora de partida era muy temprana, no pareció que el café saciara al personal. Apenas dos kilómetros recorridos y hubo que parar a reponer fuerzas en el coll de Golofreu, a 940 metros, no tanto por orar a Sant Antoni de can França sino para encomendarse a la mástica y a otro santo. Después de los postres sí que hubo oraciones pero a santos profanos. Allí se cumplió con la promesa de traer alcoholes leoneses y, de paso, elevar el nivel cultural y profano del respetable (no todo va a a ser sagrado) invocando todos a Genarín, “santo” protector de esta etapa, junto con el Sant Jordi más literario. Genaro se comportó y, después de recitarle los consabidos versos: “Y siguiendo sus costumbres/que nunca fueron un lujo/bebamos en su memoria/una copina de orujo”, el orujo de dos clases corrió por las venas, como si tuviera un efecto de empuje para las próximas subidas. No obstante, hubo quienes notaron los efectos de tanta celebración, y atribuían a Genarín la causa de no subir bien. Pero subieron y éste podría ser el quinto milagro de tan ilustre y añorado santo leonés, muy “bebido” en la noche del Jueves a Viernes Santo en la capital leonesa.

Fronteras

El grupo se acercaba a uno de los pasos más desgraciados del final de la Guerra Civil española, el coll de Malrem. Ahora un pastor eléctrico te hacía saltar para evitar sentir el suave crepitar de la entrepierna, el cosquilleo en los bajos. Pero entre finales de enero y febrero de 1939, por aquí tuvieron que huir más de 5.000 exiliados. Muchos actos se han celebrado en este lugar a 1.130 metros de altitud, hoy paseado por franceses a la búsqueda de setas primaverales, vacas entregadas a sus quehaceres y excursionistas diversos que ríen para no llorar por tanta ignominia. El recuerdo es para ellos.
La bajada discurrió por el margen izquierdo de la riera. Aguas ya francesas y cruce con nuestros vecinos del norte. En el paisaje humano llamó la atención una moza decorada con los colores de la bandera catalana, sin saber uno de los idiomas de la Catalunya Nord. Detrás venía él con bastante cansancio encima ante el tirón de la joven. El espino albar ponía las tonalidades blancas en medio de prados alpinos, bosques caducifolios de castaños y hayas y tiernos despuntes de hojas de tonos verdosos muy claros.
Pronto La Menere, en el alto Vallespir, a 778 metros de altitud, se presentó como un pequeño núcleo poblado que te recibe con una tienda que copia el nombre del camino del norte, una fuente con agua no tratada que sabe mejor que la de tantos tratos de las ciudades y un lavabo público. Un detalle francés a tener en cuenta, así como el disponer también de una depuradora. Son esas notas diferenciales del territorio hermano. El pueblo quedaba atrás y la subida, delante.
De hecho, la ascensión no paró hasta el final. Sobre el trazado del camino se ocupó nuestro guía. Profundizó en el el discurrir orográfico del recorrido y llegó a la conclusión de que iba por mal sitio. O sea, según este hombre creíble y muy versado en conducir mesnadas andarinas, no tenía sentido dar un gran rodeo para llegar al destino final. Según él, quien lo trazó, no tuvo en cuenta la lógica. Delante lo que había era un espectacular bosque aún desnudo, con multitud de castaños grisáceos que esperaban que la naturaleza les hiciera cobrar vida de nuevo. Y tú allí en medio de tanta altivez, pensando en que ante aquello eres un ser insignificante y no más importante de lo debido.

Milagros

El final de una parte de la subida sirvió para reposar, esperar al grupo y situarse en un lugar muy cercano a Notre Dame du Corral, enclave religioso. Quizá fuera por estar al lado de un nuevo oratorio o por influencia de San Genarín, pero allí mismo se produjo algo parecido a un milagro tecnológico. Un Grmano que llevaba un walki-talki, lo tenia en la parte baja del el bolsillo, ésa que casi roza otras partes, y de pronto se le puso a vibrar. Notaba cierto cosquilleo extraño muy cercano a sus entrañas erógenas y vio que no había apéndices humanos al lado, ni propios ni extraños. Aquello no era normal, la función de vibrador se desconocía. La antena del aparato, de cierta dureza, también se agitaba con fruición, igual que el resto de la máquina. Tamaña excitación tuvo que ser cortada de cuajo a base de desmontar la fuente de alimentación, faena que costó bastante. Se desconocen los porqués pero ahí queda el consuelo con la máquina.

Col de la Guilla y el final

La fuerte subida, cercana a una casa, desembocó en el coll de la Guilla, a 1.194 metros de altitud, un lugar donde antes decían que se veían caballos salvajes y hoy se ve la amplitud de un paisaje abierto, una carretera serpenteante y el autocar que esperaba para la consumación de la jornada en un restaurante de Espinavell.
Coll d'Ares nos introdujo en el valle de Camprodon y nos condujo al pequeño pueblo donde el restaurante Les Planes nos esperaba, con una señora muy versada en servir embutidos y platillos propios de la zona. Buenos manjares para el apetito provocado por tantas subidas.
Y allí discurrió la otra parte del día, la alimentación del cerebro que provocará una mejor mente y un gran corazón. Antes, unos versos muy bien recitados por quien sabe mucho de competencias lingüísticas y habilidades lectoras. Después, quien tiene su corazón colmado de gozos recurrió a una obra literaria muy bien aconsejada. Al parecer, ya se la había leído antes. Se le notaba en la claridad mental de sus palabras y en las continuas apelaciones a tratar bien el corazón. Últimamente él es un experto. Día y noche. Un gran libro que, de la mano de Valentí Fuster y Luis Rojas Marcos, nos ayudará en el arte de mejorar. Y una copa de cava que hay que agradecer a quien el día anterior celebró su santo, en honor a libros y a rosas. Un final feliz.


Como no podía ser menos, ante tanta literatura, recordemos las palabras de Franz Kafka para finalizar:

“Un libro tiene que ser el hacha que rompa nuestra mar congelada”



Evaristo
Terrassa, 1 de mayo de 2010

Séptima etapa del GR 83, entre Olot y Beget

¿Para qué sirven las polainas y los chupitos en la nieve?


Grmanos y GRmanas


Memorable etapa, de las que permanecen en la retina. Se le pueden poner muchos adjetivos a un paisaje con la nieve como protagonista, lleno de matices, de gradaciones, sin asomo de primavera más que en algunas mentes en el camino de vuelta, el invierno en los árboles, el frío llevadero con sudores incluidos. Y con la inexperiencia a los mandos de un vehículo que apenas se sabía por dónde se dirigía al destino final. Quien ponía Baget en el GPS ni lo detectaba. Tampoco le sonaba el nombre bien escrito, él que se autotitulaba como experto en viajes internacionales. Vueltas y más vueltas para ir y para volver, quizá con la intención de observar los efectos de la gran nevada en los postes “políticamente correctos” según la empresa, pero partidos y sin electricidad por la amplia Girona.
La gran nevada provocó esa historia oculta que hay detrás de cada etapa. Los teléfonos no pararon de sonar la noche anterior. Hubo conatos para desconvocar, la prudencia antes que el peligro, el seco asfalto ciudadano antes que el camino mojado. Pero los intentos de movilización para quedarse no triunfaron. De todas formas, las huestes estaban diezmadas y, a día de hoy, tampoco nadie ha investigado las causas de tantas bajas se supone que justificadas: enfermedades, miedos, compromisos, aversiones a la nieve y a sus efectos colaterales. Mucho autocar para poco personal. Quien no vino se perdió comprobar la gran nevada y saber para qué sirven las polainas.

Polainas

Ante la alerta dada, hubo tiendas que agotaron las existencias de tal protección. Fueron pocas personas las equipadas pero las lucieron y bien. Nada más llegar a las inmediaciones de Ca la Nasia (recuérdese una comida de Navidad memorable aquí, con nieve a la puerta), el autocar parecía emular el casi “triunfal” paseo motorizado por Mont-Rebei, se veía que avanzaba “hacia el infinito y más allá”. No paraba y ya casi estaba en medio de un estrecho camino lleno de chopos. Cuando lo hizo, de pronto hubo quienes se agacharon y empezaron a tirar de correas, cintas y presillas. Luego hicieron un discreto desfile de modelos y mostraron polainas a cincuenta euros el par. Pero hubo otro que no llegó a mostrar su diseño más artesanal. Venía provisto de cinta aislante para proteger los pantalones en caso de necesidad. Y si hacía falta usaba también el papel de aluminio del bocadillo como refuerzo. Dos modelos distintos para no mojarse con la nieve. Pero, al final, unos y otros, o sea, todos, notaron las humedades en los bajos. La nieve les mojó los pies en el tramo final. Hasta se vio el espectáculo de los más ortodoxos con los tobillos y las canillas empapadas por el sudor de la polaina. Van, la quitan, la guardan y luego viene la necesidad no cubierta.

Chupitos

La primera parada fue en una curva con nieve a los lados. Mientras se consumaba el acto de la manduca, se efectuaron algunos estudios sociológicos, más profundos a medida que los chupitos pasaban a la sangre y se comprovaba su deseado efecto. El estudio más significativo fue el análisis y la clasificación grupal según fueran los motivos de la asistencia a esta etapa: había gente que vino para no caerse de los primeros puestos de la lista, la antigüedad es un grado y los galones no se pueden perder por una ausencia de este tipo, aunque la meteorología te hiciera dudar; otros vinieron por miedo a algún posible ERE temporal en GRMANIA; las ausencias decían que ya habían quedado marcadas, estigmatizadas con un no diploma u otras condecoraciones venideras. En resumen: los había convencidos de venir, los que no vinieron, los que se apuntaron y se echaron para atrás y los que, aun viniendo, intentaron convencer a otros para quedarse en casa. Como no hubo pacto, pues allí estaban. La nieve empieza a coger tonalidades diversas, los chupitos de anís del mono, los pacharanes y las botas empiezan a flexibilizar las lenguas. Dicen beber una especie de anticongelante especial para aguantar los rigores climáticos previos a la primavera. La moza más versada en alcoholes varios justificó su existencia así: “Yo vivo para dar felicidad a la gente”.

Barros

Olot, Cap Sec, el antiguo Hostal de la Vall del Bac, cal Ferrer, la antigua escuela y seguir hacia el Bosc del Quer, corrimientos de tierras en 1988 con 300 metros del camino original desaparecido, can Cortal, el coll del Salomó y Beget. Todo esto y más con barro, hielo y nieve en una etapa de las de recordar. Fue única e irrepetible. En especial porque entre las polainas y los chupitos se combatió la rigurosidad de un clima que dejaba unas imágenes inolvidables. Desde el Coll de Salomó, el Pirineo de Girona parecía una muralla pintada de blanco, con una masía de las de antes allá abajo y con falsos atisbos de Beget, pueblo que se hizo esperar. Y, en medio, había que haberse puesto de nuevo las polainas, pero como que no. Para qué. La nieve a veces ya aparecía pisada por variadas especies según huellas: antes de la horma humana, dibujos de neumáticos todo terreno, o jabalíes y hasta animales con cuernos (no humanos)


El pueblo

Hay quienes sorteaban licores a quien primero atisbara el destino final. Eran más ganas de llegar que de ser espléndidos, aunque esto siempre se ha dado. Varios anuncios falsos del esperado final no respondían más que a las ganas de levantar una estrella dorada (de vidrio). Como no podía ser menos, la subida final por Can Jeroni desembocó en la joya de un pequeño pueblo con la iglesia como su símbolo más preciado. El marco incomparable fue un restaurante de diseño, con servicio oriental bien “normalizado”, lavabo último grito en un entorno rural y sillas orientadas al sol y a la iglesia. Mientras se producía la reagrupación, el chófer venía presumiendo de una proeza: ser el primero en bajar por una carretera casi prohibida a los autocares, aunque la parte trasera guardaba las muescas de tal valentía.

Los alimentos y las bebidas se fueron compartiendo, mezclas tan diversas que a veces pueden provocar desazones posteriores. Como remate final los nuevos abuelos del grupo sorprendieron al colectivo andarín con bombones y vino pedro xeres. Todo delicioso. Tal cóctel fue tan explosivo que el camino de vuelta fue inenarrable.

De vuelta

A pesar de la bajada de temperatura cuando el sol se retiraba, aquí ocurrió todo lo contrario. Debía de ser por influencia de la frontera francesa de allí al lado, reminiscencias de cuando lo verde empezaba al otro lado de los Pirineos. Pues aquí el verdor de dentro del autocar era más que evidente. Freud y Young lo tendrían fácil para sus estudios de campo. Y, por si fuera poco, se produjo una llamada a quien tiene el tema “bajo mano”, hombre versado en teatros e interpretaciones varias. Su asesoramiento debió enervar aún más los ánimos. Cualquier frase o palabra era motivo para reverdecer el ambiente. “Voy y me pinto el ojo”, dijo una moza: probad a sacar matices y extrapolad a cualquier otra frase afín durante las más de dos horas del viaje de vuelta.
Mientras, en la zona delantera, un ilustre Grmano (que no estaba para escuchar temas “traseros”: de atrás del autocar) sufrió un desmayo que, afortunadamente, no llegó a mayores, sólo a un susto. Quizá si se hubiera colocado en esta zona trasera no hubiera perdido el conocimiento, o sí. Risas, hasta la extenuación.
Entre la nieve, los chupitos, el yantar, Beget y las polainas, pocas etapas han dado tanto de sí. Fueron muchos momentos muy bien aprovechados. Una vez más.
Y, para acabar, recurramos al actual entrenador del Arsenal, Arsène Wenger (otro hombre que, como Pep Guardiola, cuando habla “dice cosas”):

“Un famoso dicho defiende que la única forma de estar en paz contigo mismo es si transformas cada minuto de tu vida en arte”

Evaristo
Terrassa, 4 de abril de 2010

Sexta etapa del GR 83, entre Planes d'Hostoles y Olot

Resbalones volcánicos a bajo cero


Grmanos y GRmanas

La corazonada del día empezó con buenos principios. ¡Mira que resulta descorazonador esperar, esperar y esperar a que llegue el autocar y que no se presente! El corazón empieza a latir y las pulsaciones parecen adelantarse a un posible despiste de uno de tantos conductores como se han dado a conocer. Pero no, los buenos presentimientos se cumplieron. Tres cuartos de hora antes de la salida allí estaba, relajado, sin saber a dónde ir, despreocupado de la ruta, sin más sistemas de navegación que sus gruesos dedos, el ojo avizor y dejarse llevar por quien buenamente le orientara qué carretera coger. Ni se inmutaba, el pulso constante, mínimas preocupaciones, velocidad adecuada y sobresaltos los menos. No parecía necesitar pruebas de esfuerzo, sus latidos no le debían delatar anormalidades coronarias, a juzgar por las formas (aunque a lo mejor la fiesta iba por dentro).


Preparativos

No cabe duda de que hay padres espirituales que, mientras confías tus huesos al que va conduciendo delante, ellos te van preparando el camino hacia otras edades. Mira que dicen que es difícil afrontar “el fluir del río de la vida”. Pues aquí es fácil porque “quien a buen árbol se arrima...” Y hay quienes se protegen de lo que vaya a venir con los consejos de quien de los menesteres de las próximas edades sabe porque se las trabaja y debe vivir bien con sus cuidados.
Viendo a la tercera edad se aprende y se descubre en lo que uno también caerá. Ellos también tienen su corazoncito, sus toques eróticos, incluso hasta hablan de encumbrados ex-presidentes que se dedicaban a volar en aviones preparados al efecto lujurioso y, después de tanta práctica oral también en despachos ovales, va y le sorprende un infarto. Al parecer, ya hace tiempo que las válvulas no le iban, pero otros músculos sí. Con lo que la conversación también discurría hacia los derroteros pecaminosos de padres espirituales de verdad que caen en los placeres de la carne, o sea, acelerones sanguíneos muy humanos que no respetan ni la edad ni las creencias ni la tonsura. A lo que el padre espiritual ficticio sentencia y justifica: “Picha tiesa no cree en Dios”. Pero los chinos, que ahora también demuestran ser muy listos, ya lo dijeron en uno de sus proverbios: “Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón”. Pues a ello vamos.

Tierras

También se aprende en estos caminos cuando se juega a la confusión de los sonidos, tu oído como ya no capta bien todos los matices tiene que interpretar más de la cuenta para adivinar el objeto de la charla. Sin Sonotone ya empieza a ser complicada la vida. Por ejemplo, una moza va y dice: “Para encontrar uno joven y bueno, tiene que ser difícil y caro” y añade: “A mí los de l'Empordà me entran bien” Para resumir: “ Mejor que los envejecidos, me gusta más la chispa de los jóvenes” . Y aún pregona gustos más germánicos: “También me gustan mucho los de la cuenca del Rhin”.
No cabe dudar a lo que se refería. No, no era aquello que te hace ser incrédulo en Dios. Más fácil, aún. Hablaba de vinos y de sus gustos. Por cierto, afirmaba que un buen vaso es bueno para el corazón, órgano que también transmite: “La boca pronuncia lo que el corazón apunta”. Al final ella acabó acudiendo a mayores graduaciones que le produjeran más efectos beneficiosos.
El camino parecía discurrir por terrenos estudiados desde la infancia. Era aquel juego de la imaginación en que el profesorado se empeñaba en que adivinaras que hace miles de años allí había un volcán. Y tú no lo veías porque la televisión podía más que el profe. Los árboles ocultaban aquellas explosiones terribles de las películas. Pues allí estaba el personal. Con los pies con sobrepeso por culpa del barro acumulado. Con varias iglesias y ermitas, Cogolls, una ermita que funcionó como castillo y antiguo templo pagano llamada Sant Salvador de Puig-Alder, que ahora es un refugio para caminantes. Un entorno que anuncia que el parque volcánico de la Garrotxa se aproxima. No sin antes cruzar una tierra arada que desemboca en una casa como si del Rastro madrileño se tratara.
Los latidos aumentan a medida que los resbalones volcánicos verifican la inestabilidad del terreno. Zapatillas bien protegidas por capas y capas de restos de pasadas erupciones mientras el pausado discurrir por entre frondosas masas de bosque hace que las distancias entre grupos sean más que alargadas.
Las masías aisladas entre restos de cráteres parecían estampas de épocas a punto de pasar página. Aquellos animales cuidados por personas ya mayores eran símbolos de un presente ya pasado. Parecían adornos bucólicos de un paisaje aderezado por altiplanos, ermitas y esa placidez previa a la entrada en la gran aglomeración de hayedos sin hojas. Todo en un ambiente plomizo, enmascarado por los colores grises y marrones de la naturaleza en reposo. No era un disfraz de carnaval, era el invierno que mantenía la temperatura constante: a bajo cero. Lástima que uno de nuestros Grmanos no pudiera asistir a este paisaje invernal, siguiendo indicaciones de reposo de galenos cardiólogos. Siempre hay que hacer caso a quienes tienen el corazón entre manos.

Latidos

A pesar de las pérdidas en caminos fáciles pero con marcas enmascaradas, aquellas tierras volcánicas se presentaban tentadoras como para someterse a otros ritmos al final del recorrido. Olot significaba el final, pero también la reflexión , la puesta en común de sentimientos, la celebración de cambios, la valoración de frutos cosechados tras muchos pasos en amorosa compañía. Atravesar la capital de la Garrotxa descubrió fábricas de embutidos, zonas industriales y una sorpresa no imaginada por quien procede de las antípodas. Allí, al final, antes de entrar, ella observó que esos animales que viven a 3.000 km. de su lugar de nacimiento, aquí se ofrecían ya puestos en el plato. El bar destino final presumía de ofrecer carne de canguro. O sea, un gran salto de estos marsupiales hasta trasladarse congelados a tierras famosas por sus chacinas y derivados del cerdo.
El intenso frío y el anuncio de los primeros copos de nieve se combatieron con los calores artificiales y con la demostración efectiva de los resultados de otros calores ya muy consolidados. El reservado para la ocasión acogió a un personal ávido de postres, cavas y demostraciones de lo que el corazón es capaz de hacer. Y allí, en aquel ambiente tan expectante, él hizo una confesión en público a corazón abierto. Hay que descubrirse ante nuestro mejor contador de cuentos, que esta vez no nos sorprendió con uno de los suyos. La prueba del corazón no engaña y si se declama en público, es sinceridad compartida. Fueron entrañables momentos donde lo evidente se vistió de amor emocionado y bien escrito.
Hace unos años nadie pensaría en que tantos sudores y caminos iban a dar lugar a que una experta en corazones ajenos tuviera su “corasón partío” entre un experimentado y veterano Grmano y un niño que también le ha cambiado la vida. Esta vez no le quedó más remedio que ocuparse en serio de su propio corazón y descubrir por qué latía más fuerte. El 1 de enero de 2008 pasó algo, el pasear perros sacó a paseo otras sensaciones, todo se consolidó y aquí están las pruebas en la frecuencia cardíaca de ella mientras oía las palabras de él, se percataba de la glosa escrita por quien pasaba los sentimientos por el tamiz de la filosofía y, al final, veía el audiovisual tan bien compuesto por quien sin estar, también estaba allí.
Los dulces y los brindis consagraron una sobremesa en honor a ellos, aunque el electrocardiograma de ella se predecía más que alteradoen aquellos momentos. Y, para rematar la jornada, qué mejor que hacerlo con esa bebida que dicen que es muy buena para mantener el tono cardíaco: el whisky. Los chupitos debían tener propiedades medicinales, a tenor de los tragos repetidos y de los efectos posteriores. Una moza llegó a declarar que los mejor de los GR es el camino de vuelta en el autocar. No es extraño.
Y para todos los que ya gozamos de veteranía, ese mismo día 13 de febrero el nutricionista José María Ordovás, en EL PAÍS, nos dejaba un buen consejo:

“La fórmula de la longevidad es acostarse cada noche con la idea de que al día siguiente se tiene una misión”


Nota:
(No cabe duda de que tantos motivos fueron más que suficientes para que uno haya recurrido en tantas ocasiones a la palabra “Corazón” y sus efectos en esta epístola. En homenaje a ella, a sus amores y a sus cumpleaños)


Terrassa, 4 de marzo de 2010

Quinta etapa del GR 83, entre Osor i Planes d'Hostoles

En invierno también se puede dar el salto y sudar


Grmanas y Grmanos

La inauguración del año 2010 estuvo llena de oportunidades para probar platos variados, frase poco afortunada cuando se dice después de la glotonería navideña. Pero eran “otros platos” los que, en sentido figurado, pasarían por delante del personal. Qué decir de la fortaleza física del grupo, una cuadrilla altamente eficaz en etapas de fuertes subidas y bajadas. No se puede pasar por alto el poder para encaramarse y cruzar fronteras prohibidas. O qué decir de esa acomodación al ritmo bailarín de la sardana al final de la etapa, verdadero mimetismo con las tradiciones autonómicas.

Habilidades

De hecho, las habilidades físicas calentaron un ambiente propio de un invierno con sus rigores casi olvidados. Quienes se interesan más por los tiempos hechos en las carreras y a veces menos por los procedimientos, esta vez aguzaron su ingenio y memoria para dar rienda suelta a sus “habilidades” en marcha. En el autocar se contaron divertidas anécdotas, quizá precursoras de saltos posteriores. Por ejemplo, ese nadador que, en plena competición con el graderío lleno a rebosar, se tira, pierde las gafas, vuelve a cogerlas y se las pone, mientras sus competidores (de entre 70 y 80 años) le demuestran que a su edad van más deprisa en el agua que en tierra. O ese otro sujeto que, en un campeonato de España, se le suelta el bañador y ha de dedicarse a bajar tiempo y a subir la ínfima prenda en cada viraje para evitar el aireo de partes reducidas a la mínima expresión (por la acción del agua, se entiende). Y qué decir de quien pulveriza los tiempos de las carreras por asfalto pero en una fue tan veloz, con la vista tan fija en el horizonte, que no se dio cuenta de que delante de sus narices tenía una señal vertical de tráfico. El choque brutal con el apéndice nasal no le impidió luchar, una vez más, contra el cronómetro.
Visto este planteamiento inicial, cualquier empresa del camino puede ser acometida. Con estas habilidades no hay valla que se resista. Desde la salida de Osor, las cuestas iniciales pronosticaban que el perfil con dientes de sierra sobre el plano era verídico. Hasta unos perros ladraban nada más salir, quizá era una señal de advertencia canina llena de matices. Pronto la subida abre el paisaje y calienta músculos resentidos por las bajas temperaturas. La Mare de Déu del Part no era ninguna indirecta a nadie del grupo, era una ermita que predecía que después vendría el Coll de Nafré, a 610 metros. Este punto dejaba ver un amplio horizonte, con formaciones rocosas que algunos les encontraban almas gemelas. Pero la superficie a la que nos acercábamos sin duda estaba llena de agua.

Susqueda

El agua embalsada se asomaba dibujando formas diversas según hubiera aproximación o lejanía, según las curvas dejaran ver las partes o casi el todo. En bajada lo que seguro que asomaría sería la gran pared. El muro de cemento, esa obra de ingeniería que tantas polémicas creó en otras zonas, o que tantas inauguraciones pasadas recogieron los NO-DOS. Una vez cerca, las señales estaban claras: había que comer. Primero la manduca, luego el estudio de la zona y después la dicotomía entre los más estrictos seguidores de las marcas y los liberales que no les importa adaptarse al medio y respetar las normas añadidas.
Llenos los estómagos, las mentes confabulaban sobre cómo seguir el camino. Había que cruzar la pared por el acceso superior habitual. Pero una puerta metálica franqueaba el paso. Para los máximos seguidores del reglamento GR, su religión les impedía pecar contra las marcas y rodear por la carretera. Ser del sector estricto implica unas obligaciones. La solución fue evidente. Cierto retraso del grupo general y asalto a la verja, emulando la tradición de los mozos almonteños con la virgen del Rocío, el Muro de Berlín o a propiedades de ricos en momentos de necesidad. Contaban con orgullo cómo sus cuerpos se cimbreaban y ondulaban sus cinturas para que el salto de obstáculos fuera limpio. Incluso hubo un varón que dice que aprovechó su desinteresada solidaridad para intentar colocar sus manos como soporte o como empuje para amasar posaderas ajenas y femeninas e izarlas hacia lo alto. Al mismo tiempo, el resto describió una amplia curva para sortear el impedimento geográfico por un paso honroso, sin atentar a la normativa vigente. Mientras este personal se adaptaba al medio y acometía la subida desde la zona más baja, alguien con vista de lince oteaba el horizonte hacia las dos verjas prohibidas por la autoridad competente. Intentaba adivinar si aquello que colgaba de una alambrada era un escroto o no. Decía que con la edad esta bolsa masculina cada vez va más ligera, es un colgajo mayor y se balancea más, lo que pudiera dar lugar a que una púa de la verja hiciera mella en la envoltura testicular y rasgara tamañas partes. Nada, ni escroto ni lesión en el perineo ni gónadas ni otras glándulas de nadie quedaron heridas, sueltas y a la intemperie. Pasaron victoriosos ambas verjas por el arco de triunfo. Dieron el salto con soltura.

Subidas

De los 330 metros de Susqueda hubo que ascender hasta los 806 metros de Sant Martí Sacalm. Continuada subida a la que se temía, no tanto por falta de fuerzas sino por los estragos navideños en cuerpos castigados por celebrar con devoción culinaria nacimientos divinos. Una antigua pedrera enseñaba sus entrañas vacías mientras la ascensión continuaba sin parar hasta el final. A cada curva las vistas del pantano se agrandaban. De un lado pasábamos al otro. El agua en medio, allá abajo mientras otros líquidos en forma de sudor asomaban como efecto del esfuerzo. Sudores que pronto se enfriaban. Pero no. La subida no paraba. Cada uno a su ritmo. Mirar hacia arriba. Esto no acaba nunca. Otra vuelta. El pantano cada vez más grande. O sea, subimos sin parar. Y allá abajo estábamos hace un momento. O sea, hemos subido más. Y más sudor. Fíjate, restos de nieve. O sea, antes el agua líquida del pantano, ahora las gotas de sudor que se evaporan o bajan por la frente, ahí el agua sólida y blanca a los lados del camino. La pista parece no tener final. Se corona arriba pero sigue subiendo. Pronto se adivina el poblado disperso de Sant Martí Sacalm. Casa de pagès, ovejas, vacas. Vida animal. Y, como un faro marino, allá arriba está la Mare de Déu del Far. No, no se trata de seguir subiendo. Llegados a este punto, bajemos.

Temas digitales

La bajada era seguida, mojada y con cuidado. Piedras que resbalaban. Ese musgo verde tan peligroso si se pone la zapatilla de goma encima. Si todo lo que sube baja, bajemos. Pero antes, los primeros tuvieron un pensamiento digital. Se imaginaron cómo iría nuestro rapsoda con su dedo. Intuían cómo lo iría ajustando al suelo, un movimiento para acá, otro para allá. Ahora lo levanto. Luego lo acomodo. Que no tropiece con una piedra. Que no me lo toque nadie. El dedo saltarín de un lado a otro dentro de la bota se comportó tan bien que le dejó llegar por sus propios medios. Luego también se supo que otro atleta tuvo que enfrentarse con su uña rebelde. Otro dedo retando a su propietario. Pudo el dueño. Días después, lo trasladó a tierras alicantinas y lo sometió a una media maratón. Y ahí está con la gratificación: un tiempo brillante. Todo gracias al esfuerzo y al buen comportamiento del dedo.

Redimir penas

El cruce con la vía verde del carrilet hacia Girona anunciaba el final. Bicicletas y cazadores esperaban al acabar en Les Planes D'Hostoles, a 350 metros. Poco a poco el grupo se juntó y el autocar trasladó al personal al meollo del pueblo de Anglès. A ese sitio donde en diciembre hubo comida navideña pero ahora tocaba otra versión más apegada al entorno. El sitio escogido estaba en el centro del pueblo. Una feria multiétnica y multiproducto era el marco incomparable de la ambientación posnavideña e invernal. Junto al bar, en la misma plaza, una cobla tocaba sardanas. Como cuando la valla, aquí también hubo división: una parte del personal comió fuera y disfrutó con el ameno sonido de las sardanas, mientras se formaban corros de gente que bailaba. Otros se refugiaron en el interior, en un bar añejo, de los historiados, el bar Gubau.
Llegados a los postres, el plan parecía sacado de la película “El Golpe”: con amplia sonrisa el afortunado encargado de la lotería devolvía el dinero jugado, asesorado por su ayudante de campo. Lejos, observaba la escena el recaudador de la paga mensual por derechos a salir de excursión. Él veía la cara de felicidad del personal, cómo introducían en sus carteras el reintegro de la lotería. ¡Ay, infelices, ignorantes! Cuando el reparto llegó a su fin, se levantó el recaudador y su ayudante y atacó a los bolsillos. ¡Qué poco duran las alegrías en casa de los pobres! Aquellos billetes fueron a parar a quien de temas bancarios sabe mucho. Pero las cifras no cuadraban. Inmediatamente se formó un sanedrín de crisis en una mesa. Repasaban cifras, se estrujaban los sesos para averiguar dónde estaban los veinte euros que faltaban. Hubo incluso intervención especial de expertos fiscales y auditores.
Mientras, el grupo del exterior estaba realizando una labor que nunca seremos capaces de agradecerles. Imbuidos por el hilo musical de la sardana en directo mientras comían, se lanzaron al ruedo y bailaban con gran soltura de movimientos. En realidad, GRMANIA tenía una deuda con Anglès y ellos estaban redimiendo las penas. Aquella promesa navideña de cantar sólo villancicos en catalán se incumplió con creces en el restaurante Ca L'Elisa. Por tanto, había que saldar la deuda, redimir aquella afrenta con la cultura del país y con el incumplimiento de la palabra dada. Ésta era la mejor ocasión para hacerlo. Y se hizo. Y también se descubrió que quien más sabía bailar sardanas era porque en su juventud este baile le sirvió para no se sabe qué con un amor platónico.
Con la lección aprendida, con la deuda saldada, con el orgullo del deber cumplido y con la mirada hacia el frente (hacia el autocar, claro), llegó el momento de partir. Pero antes cada persona tuvo un detalle con el pueblo hermano de Haití. Ahora fue un acreditado bancario quien recaudó los donativos y los ingresó donde corresponde. Fue algo más que un detalle para cerrar. Un buen momento para recordar aquella frase de Kevin Kelly:

“Nadie es tan inteligente como todos a la vez”


Terrassa, 30 de enero de 2010

viernes, 1 de enero de 2010

Cuarta etapa del GR 83, entre Sant Hilari Sacalm y Osor

Resistir para celebrar


Grmanos y Grmanas



“Resistir es vencer”, era la pintada que recibió a un grupo tan variopinto como éste en Sant Hilari Sacalm. Acostumbrados a otras épocas de alto voltaje reivindicativo, la frase tan actualizada debía responder no a cambios políticos sino a preocupaciones ambientales. No querían la línea de muy alta tensión. Por eso había que resistir. Aunque, si de resistencia hablamos, el actual autocar sometió al personal a un frío invernal dentro del habitáculo. Claro que hubo que resistir el aire frío, la ventilación inoportuna, los intentos de calentar el ambiente. Y qué mejor que entretener la mente colectiva con disquisiciones variadas que focalizaran los fríos hacia cuestiones candentes.

En la parte de atrás un grupo se lanzó al ruedo (nunca mejor dicho) de si corridas sí o no. Como que de unas todos estaban de acuerdo se pasó a las otras. Y aquí hubo quienes creyeron que Cataluña es diferente, va un paso más allá y debe prohibir tamaña aberración. Otros estaban en contra de tamaño espectáculo pero estaban en contra también de tantas prohibiciones como cada vez hay. Del ardor dialéctico se pasó a pedir consultas y más consultas, referendums y lo que haga falta. Y más en la zona donde estamos, casi con las urnas aún calientes de independencia. Llegados a este punto, se solicitó también hacer otra consulta sobre si los pájaros domésticos deben estar dentro de la jaula o no. O si los billetes de Félix Millet deben estar dentro de una caja fuerte o se debería abrir y esparcirlos urbi et orbe. También se hubiera podido debatir ese caso que honra a Grmania, quizá de los únicos en esta comunidad autónoma: ese Grmano seguidor de un galáctico y “christiano”club de fútbol que fue un entusiasta organizador de una consulta independentista (para que ganara el sí, por supuesto). Puestos a acoger, que vengan cuantas saharauis quieran. Aquí cabemos todos.

De pie

El camino fue un puro trámite en días previos al invierno. Amplia superficie, sin dificultad. Un paseo tranquilo, calmado, justificable por el estado de la naturaleza y por las celebraciones finales. Mucho personal, un hito en las cifras de afluencia de esta hermandad. Mientras, el infiltrado observador, perteneciente a grupos paralelos muy serios y bien organizados (casi cuadriculados), notaba los movimientos del personal. Su escepticismo era evidente. Como si pensara en a dónde iba esta gente y qué se traían entre manos en momentos anteriores a la Navidad (llamadas ahora “fiestas de invierno” por las máximas autoridades educativas catalanas). Pero este sujeto se debería convencer luego que las apariencias engañan. Y así debió quedar cuando los actos del público comensal le demostraron que, con aparente poco orden pero sí con mucho concierto (buenos maestros/as de juergas tenemos), se articuló una jornada memorable, de las que hacen historia. A pesar de intercambios de impresiones divergentes en regalos y otros temas (necesarios para ver mejor la realidad), el programa de actos siguió un ritmo marcado casi “en ningún sitio”. Anarquía organizada con un sabor muy agradable .

El frío apretaba, la desolación invernal aclaraba el paisaje, al fondo el Canigó nevado, camino despejado, el sol se cotizaba al alza. Paisajes abiertos, tranquilidad, campechanía, relajación, pocos kilómetros, ninguna dificultad, suave subida, bajada hasta el final.

El desayuno también marcó otro hito. Transcurrió de pie, muy poco personal en tierra. Y una parte del suelo era una pura capa de látex usado. Restos de placeres condenados por ligas antiabortistas, puritanos al uso y censores de los buenos momentos de la carne.

Celebraciones

Subida. En la parte de arriba se desechó llegar aún a lo más alto. Para qué. Se iba a lo que se iba, para qué dar rodeos y hacer cundir el camino. Tranquilidad, animales sueltos, perros sujetados para evitar lances, pista forestal plana, relajación general hasta Osor. Un vistazo a la iglesia, autocar y a comer en Ca L'Elisa, en Anglès. Gran ambiente, el personal dio la sensación de satisfacción. Una parte del sector femenino anotó cierta evolución de la lascivia a la gula. Habrá que tenerlo en cuenta. La animación subió de tono, el cava personalizado completó el efecto acumulado de los alcoholes anteriores. El equipo de animación fue excelente (“Todo esto lo hacemos por ellos”, se sinceró el gran animador a la salida). Quien buscó el local se hacía cruces. La promesa previa que casi le juró al dueño para que nos acogiera se hizo añicos. Le había prometido que se cantarían villancicos en catalán. No parece que el Asturias patria querida, el vino de Asunción y el todos queremos más le molestara en absoluto. Hasta no nos cobró los cafés y ofreció repetir de todos los platos. Visto lo cual, se contempla volver en otras ocasiones.

Después de jornadas como ésta y de tantos años pasados en agradable compañía con todos vosotros y vosotras, permitidme cerrar el año con un texto antológico de Mario Benedetti, poeta y escritor uruguayo que murió este año que pronto acaba:

Primero que todo
Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace en menos tiempo de lo esperado.
Me gusta la gente con capacidad para medir las consecuencias de sus acciones, la gente que no deja las soluciones al azar.
Me gusta la gente estricta con su gente y consigo misma, pero que no pierda de vista que somos humanos y nos podemos equivocar.
Me gusta la gente que piensa que el trabajo en equipo, entre amigos, produce más que los caóticos esfuerzos individuales.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos serenos y razonables.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó.
Me gusta la gente que al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente; a éstos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente fiel y persistente, que no fallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente que trabaja por resultados. Con gente como esa, me comprometo a lo que sea, ya que con haber tenido esa gente a mi lado me doy por bien retribuido.
Mario Benedetti


Terrassa, 23 de diciembre de 2009
Evaristo
http://afondonatural.blogspot.com