jueves, 26 de octubre de 2006

GR92, etapa de Begur a Cala Fosca (Palamós)

El paisaje marítimo de la Costa Brava
desde un GR con buenas vistas


GRmanos y GRmanas,

Los buenos propósitos para la presente temporada sobre el servicio de puerta a puerta no parecen brillar por su eficacia. Los diferentes grupos deberán distribuirse los walki tallkis ya desde el día anterior a la salida y así, situados cada uno en una punta de la ciudad, tranquilizar los nervios de quienes esperan un autobús que no llega. Los veinte minutos de retraso parecieron ser la otra cara de la moneda cuando, de camino a la búsqueda del segundo grupo, un cartel electoral te recordaba la consigna publicitaria del momento: “Fets, no paraules”. De eso se debe tratar también con esta empresa de desvencijadas diligencias.

Reservas con antelación

Los dulces sueños del conductor animaron la espera y propiciaron el primer cruce de palabras, mientras los controladores de la lista oficial azuzaban la vista para saber si faltaba alguien o no (además del conductor). El continuo desfile de vehículos de presuntos “caçadores de bolets” no ensombrecía la figura esperada. Al final vino y se iniciaron movimientos de reserva de plazas entre quienes primero ojeaban las mejores posiciones. Sí, se observaron las primeras prendas que verificaban que ese asiento estaba reservado para ausentes que pronto se presentarían en el lugar elegido. Con o sin asiento, hubo acomodo y sobraron plazas. Incluso no fallaron quienes venían de una boda, pasaron por el tren de lavado de casa, dejaron la pajarita, cogieron los útiles de paseo y disimularon sus sueños como bien pudieron. También hubo nuevas caras y “nuevos” repetidores que parece que han sido bien tratados.

Begur a la vista con subidas

Bagur nos acogió al lado de ese monumento que no pasaría la primera inspección de riesgos “públicos” sobre seguridad viaria. Hierro retorcido a pie de calle, arte por tierra y estética oxidada, simbología que necesita un tiempo para ser comprendida. GRMANIA no iba a eso y tampoco era cuestión de destapar las interpretaciones subjetivas ante tanto arte como allí estaba tirado por los suelos.
La pregunta casi siempre se repite y la auténtica respuesta sólo se sabe al final. Si hay o no subidas y cuántas. División de opiniones, como en los toros (dicen), etapa llana, llana, llana. Los escépticos que sudan y no disfrutan con “las llanas subidas” arrugaron el entrecejo cuando los inicios fueron en ascensión. Ni curvas de nivel ni prospecciones de GPS ni dibujos de expertos. Los latidos del corazón y las rodillas demuestran que la llanura debe estar en otras zonas. Al lado del mar, apenas grandes alturas pero…

A pie con buenos balcones

Ir por la recortada costa de esta zona tiene unos encantos que obligan o a utilizar medios acuáticos, aéreos o pedestres de desplazamiento y contemplación. La belleza de la brava costa sólo nos estaba permitida a pie, o acuática si había un momento de despiste y caías al fondo, o aérea si eras tan soñador que todo era etéreo y te la imaginabas como las postales, aun a riesgo de no pisar el suelo y sufrir las consecuencias. Los balcones venideros invitaban a asomarse al mar y perderse en su inmensidad.
La calle Gurugú asomó en una bajada y fue la puerta de entrada a Tamariu, a escasos cinco metros sobre el nivel de un mar que estábamos casi tocando. Un bello rincón que nos mostró ese mar tranquilo que ya había lavado muchos cuerpos estivales, un sitio más donde disfrutar del sol de otoño de forma tranquila, calmado desayuno en una terraza al sol, buena compañía y ningún otro objetivo que no fuera dejar la mente en blanco e imaginarse qué habrá más allá de la línea del horizonte. O sea, pura palabrería cuando la realidad nos sugiere que busquemos las escaleras de la playa para sentarnos y observemos cómo viven los que se lo montan de otra manera. Las gradas marinas mostraban la playa con restos de todo tipo y, donde antes los pescadores ponían sus peces a secar al sol, ahora hay neoprenos de submarinistas que demuestran cómo cambian los tiempos y, o adaptarse o morir: mejor, el buen vivir del turismo.

Bocadillos de cara al mar

El azul del mar, la claridad de la luz, la tranquilidad y los momentos pausados propiciaron un agradable desayuno con un regalo de lujo: un limpio y agradable lavabo de hotel a nuestra disposición. Un sitio para visitar en otras ocasiones y con otras intenciones. O, por lo menos eso manifestó un sujeto que, mientras degustaba su bocadillo, no paraba de entornar la vista hacia aquellas mesas con buenos desayunos al estilo británico.
El GR no había hecho más que comenzar y se trataba de seguir los caminos de ronda que se perfilaban como continuos puntos de observación de la más típica costa de estas latitudes. Más que los habituales senderos, parecían caminos civilizados, bien reconstruidos, hasta con barandillas y señalización de ayuda. Aquella etapa llana se notaba de continuas subidas y bajadas. El acantilado arriba, la cala abajo, subida, suave llanura, vuelta a bajar. Vegetación mediterránea y casi ausencia de grúas, señal inequívoca de que o todo ya está especulado u otros aires empiezan a soplar en estas zonas tan castigadas por la vorágine del ladrillo y por la tradicional tramontana. O esas luchas ecologistas que, como en la playa de El Castell, han dado sus frutos.

Calas y faros

Cala Pedrosa hacía honor a su nombre de piedra, a la que se legaba después de una pronunciada bajada escoltada por protecciones de madera. Tan abajo implicaba subir, ir por una senda estrecha en medio de torrentes llenos de vegetación. Había momentos en que los sitios podían corresponder a cualquier otro de esos lugares por los que se paga mucho dinero para fotografiarse con él al fondo. Y aquí están y por ellos pasamos. Poco a poco nos aproximábamos a los 180 metros de la montaña de Sant Sebastià, que era el final del macizo de Begur. Grandes pinares descubrían de vez en cuando alguna mansión bien disimulada, cuyos propietarios se especulaba que fueran los amos de tantos juegos, casinos y máquinas de origen en Doña María y residencia real ni se sabe dónde. De la fiscal, mejor no imaginar.
La ermita de al lado de la torre descubre a ésta, un torreón no apto para instintos suicidas, más que nada porque no te dejan subir hasta arriba y casi todas las ventanas están bien cerradas. No obstante, hubo quienes, después de traspasar al “simpático” mozo de la entrada, se atrevieron a llegar arriba, abrir una ventana e imaginarse caballeros luchando por aquellas dos descocadas damas que dejaban entrever sus encantos. Sí, eran reales y parecían extranjeras. Estaban abajo, junto a unos aguerridos atletas de otras latitudes. Las vistas, espectaculares (se entiende las del paisaje). Reagrupamiento al lado del lavabo y del bar cercano al faro. Comentarios en torno a la locuacidad de un mozo de los nuestros que presumía de sus encantos parlanchines con varias damas a la vez. Lo que también era causa que se sumaba a cierta lentitud general que se observó cuando aún quedaban bastantes kilómetros.

Llafranc con vistas

Por tanto, bajada rápida hacia Llafranc, otra encantadora cala con penetrante olor a salitre, a guisos marineros y a sardinas a punto de ser acompañadas de frescas bebidas. También había cuerpos al sol y atrevidos bañistas. Todos daban mucha sana envidia a quienes sólo los veíamos y pasábamos más o menos rápidos. No era cuestión de detenerse a pensar en las inocentes simplezas de cualquier libro de texto de primaria: el mar es azul, los prados son verdes, la arena está en la playa, el sol calienta, el niño se baña. Mentes más rebuscadas podrían añadir lo buenas que estarían esas sardinas, la playa no se limpia, la carne es débil y la buena vida gusta a todos.
En esas estábamos cuando las primeras unidades y las últimas iban exageradamente separadas. Pararse para reagruparse, unos “haciendo la goma” y otros no llegando, la solución en Calella de Palafrugell.
El camino era variado y muy diverso, apto para todos los gustos. Mar y montaña, cazadores y pescadores, unidades motorizadas y a pie, familias, parejas y soledades entregadas a disfrutar del otoño cuando la masa ya no está, o sea, está masificada en otro lugar. Seguimos por encantadores caminos de Ronda, adornados hasta con túneles que hacen agacharse a cabezas altas. Peldaños de escaleras que te hacen dudar si cogerlos de dos en dos o de tres en tres: lo hagas como lo hagas, casi siempre los últimos pasos siempre se quedan cortos y debes salvar el tobillo “in extremis”. Hubo pérdidas por esa velocidad que imprimen los que piensan que se va más deprisa si los primeros corren. O sea, que aprendan los últimos.

Calella de Palafrugell y la filosofía

Calella de Palafrugell asomó por una de sus playas, al final de la cual hubo una espera general, cuerpos por tierra cansados de tanta “llana” subida y reagrupamiento en una de las tierras cuna de las habaneras, cerca de la televisiva cala en la que los modernos lobos de mar con boina al uso y camiseta a rayas blancas y azules se dejan ver en sus barcas, que reflejan su silueta en las olas de la noche. Allí escuchan “El meu avi” y similares o esperan a “la bella Lola” mientras los granos de café crepitan en el cremat regalo de la casa (o de Ron Pujol). Son esas canciones coloniales que Marina Rossell las clasifica como “las músicas con filosofía”.

Amenazas y bodas

La salida de esta turística población se dirige hacia la urbanización El Golfet (nombre de golf, de golfo o de “golfo”) para subir hasta los 139 metros del Puig del Terme. Desde aquí, entre las escopetas de los cazadores y sus perros, se llega a la cala Castell, símbolo de las recientes luchas de los ecologistas en contra de las amenazas inmobiliarias de los de casi siempre. De momento gana la belleza de un lugar en donde se observan construcciones abandonadas y alguna casa cerrada.
A continuación otro sitio encantador, cala S’Alguer, donde las antiguas casas de pescadores tienen su viejo refugio para las barcas y donde sus habitantes distribuían velas para actos nocturnos. Quizá pudieran estar preparando algo para la pareja de novios que se hacían fotos unos metros más allá. Se supone que, ya una vez desposados, se entregaban a los lances del amor fotografiado y querían inmortalizarse casi al bordo del acantilado. Después de dar el paso de la unión, no se trataba ya de empezar con un paso en falso y caer al abismo antes de iniciar la convivencia de verdad. El grupo de GRmanos que por allí pasaban los saludaron con el manido “vivan los novios”, detalle que agradeció la novia mientras posaba para la toma fotográfica.

Comidas, estiramientos y exhibición de almejas

Poco a poco parte del grupo llegó al final previo al previsto inicialmente. Cala Fosca fue el lugar escogido para rematar la etapa. Allí los concurrentes desplegaron sus saberes respecto a estiramientos y, miraras donde miraras, todos estiraban. Hasta un gato hacía lo propio, algo que, por cierto, siempre hacen aunque se levanten de dormir. Ante tantos ejercicios urge diseñar una tabla de estiramientos y, al toque de un buen pito, todos en formación y a la vez hagan movimientos más o menos coordinados. Pero no todos se entregaban a esta acertada operación. Pronto la terraza de un bar la habían reservado para todo el grupo.
Mesas, jarras, vinos, cafés, chocolates, los primeros turrones, dulces. Todo formó parte de ese tercer tiempo de cualquier partido en el que los agradables comentarios de la jugada, bien regados y mejor comidos, hacen más por el bienestar del equipo que el tiempo en activo.
Los postres, como siempre por estas épocas, sirvieron para esquilmar los bolsillos con variadas loterías y para diseñar otros actos posteriores.
En esas estábamos cuando un grupo de damas se entregó al disfrute de los beneficios del agua marina. Después de cierto tiempo, se presentaron ante el grupo luciendo sus almejas. Sí, habían ido al agua y traían almejas mojadas. Y las había grandes y pequeñas. Unas más rojas quizá por la clase o por la corta edad, otras más oscuras. Debido a la situación se debieron cohibir y estaban cerradas, no les tentaba abrirse y enseñarnos sus entrañas. Quien más sabía de animales disfrutaba y disertaba con tantas enseñanzas sobre esos seres vivos tan atractivos en sus diferentes estados y acepciones.
El tiempo pasaba, el sol perdía fuerzas y tocaba dejar esta cala y estos paisajes, estos caminos que te enseñan las maravillas de una costa idealizada porque así lo propicia la realidad. Un paisaje, un mar, una senda, unas personas y un destino.
Y una enigmática frase a la que recurre el actual Premio Nobel de Literatura, Orham Pamuk, que es una cita del escritor turco Ahmet Rasín:

“La belleza del paisaje está en su amargura”

Evaristo
Terrassa, 24 de octubre de 2006

viernes, 13 de octubre de 2006

Primera etapa de la temporada 06-07

GR 92, etapa de Torroella de Montgrí a Begur

Puesta a punto con turbulencias en el inicio de la temporada
por el Baix Empordà


El rodaje inicial de la nueva temporada empezó con significativas novedades, propias de quienes cuidan cada vez más la consolidación de un servicio de transporte de cercanías. El habitual autobús, muy rodado por los ruidos y chirridos que no cubre la ya perdida insonorización de los bajos, fue testigo de los dos grupos (más uno individual en Mollet) que se formaron a esas horas nocturnas en que los padres excursionistas dejan la cama caliente a los hijos troneras que se incorporan al lecho familiar. Ahí estábamos, subimos y, donde todo parecía comodidad, se empezaron a notar suspicacias que esperemos no vayan a mayores.

El viaje motorizado

Cual autobús de la tercera edad, en que las correrías de los abuelos por reservar el asiento habitual son frenéticas, así parece que podría ocurrir pronto si no se respetan los derechos de antigüedad. Algunas personas ya casi con el mismo asiento reservado de por vida vieron herida su sensibilidad al notar que ya estaba ocupado. Por eso tuvieron que acomodar sus reales posaderas en asientos no adaptados, ergonómicamente hablando, a su lindo culo. De la zona VIP pasaron a espacios traseros. Alguien ya diseñó la estrategia de subir también con el primer grupo y, así, seguir donde siempre.
Y hubo quien se dejó llevar por la costumbre y, cuando montó en el segundo turno, quiso viajar cual polizón que pretende pasar el Estrecho de Gibraltar camuflado en el motor de un camión. De momento, en este rodado carruaje a motor, la mochila no se puede guardar en el motor. Ya veremos más adelante qué pasa. La segunda parada, por otra parte, fue despedida por un ciclista que creía que éramos de a dos ruedas que partían de Viladecavalls a Sitges. Se supone que se dejó llevar por el olfato de que arriba iban también los de BICIMANIA.
El acomodo en el vehículo sirvió para un preocupante desplazamiento de los temas de conversación. Si, después de vacaciones, se suele hablar de éstas en primer lugar, esta vez predominaron las consultas en voz alta sobre achaques varios, disfunciones de miembros, pruebas de rodaje de extremidades en cartera, recuperaciones de convalecencias anteriores y ese nuevo dolor que te sorprende cada día cuando te levantas y que ya te da que pensar. Incluso, para completar el retrato, desde atrás hubo quien se interesó por conocer a quién pertenecía esa nueva calva que veía en lontananza. En esencia, haberlas haylas y, en potencia, cada temporada alguna más. No obstante, al acabar la etapa, alguien creyó reconocer la vitalidad de un miembro del grupo por lo que contaba, pero fue una desgraciada mala interpretación tal como se comprobará más adelante. En el fondo, son esos altibajos, esas turbulencias que preocupan pero que, de momento, aún se pueden corregir con presteza y apósitos y no suelen necesitar de aterrizajes forzosos dirigidos por el facultativo de turno.

El viaje a pie

Atrás quedaba en la memoria Torroella de Montgrí y su castillo allá arriba. La dirección ahora era hacia la parte baja. El golf de esta población nos encajonaba entre este césped artificial, cual si fuera una esponja que chupa muchos trasvases de agua, y el río Ter en su tramo final antes de entregarse al mar cercano un poco más allá. El camino llano estaba adornado por esas mecedoras vegetales que son las cañas y por campos de árboles frutales ya sin fruta. Algunos amantes de vegetales ajenos oteaban las superficies arbóreas para tomar prestado ese manjar que sabe mejor cuando se coge con la mano, es gratis y lo cultiva otro. Higos, granadas y manzanas fueron el regalo para los más atrevidos. En otoño las orillas de los caminos te agradecen tu paseo con estas dádivas vegetales.
El Baix Empordà era la tierra de la puesta a punto de inicio de temporada. Del río Ter al río Daró, en una superficie plana que exige pasar por el pueblo de Gualta, donde se aprecia su molino de agua y, a la salida, hubo que tensar los cuádriceps para ascender al lugar donde los bocadillos se compartieron con la vista de los promontorios del macizo de Montgrí y sus salientes en el mar, las islas Medes. El Turó de Font Pasquala, con sus 92 metros, sació el apetito que se debió abrir por la suave ascensión desde los 15 metros iniciales hasta esta cima.
La atalaya con vistas al fondo ofreció una excelente perspectiva a lo lejos, una cierta diseminación del grupo allí al lado y, más a la mano, bocadillos, magreos a la bota y otras lindezas comestibles dieron paso a seguir en suave bajada hacia Fontanilles. Esta tierra, colonizada por tantas civilizaciones que entraron por el cercano mar, ha pasado a ser idealizada por tantos burgueses e intelectuales que la han tomado y que han establecido comparaciones con la Provenza francesa o la Toscana italiana. Pero aquí, además de pueblos con labradores y viejas casas en donde el cerebro produce libros después de largas tertulias muy bien regadas, hay olor a purines, barro y trabajo. También masías fortificadas con torreones de vigilancia, escondidas entre la frondosidad de palmeras, olivos y demás vegetación mediterránea.
En esta zona también se cultiva el arroz. Diferentes cosechadoras trabajaban en la recolección mientras otros, senderistas ellos, tiraban de las ramas de las higueras, abrían granadas y olisqueaban otras frutillas de las que se desconocía su propietario. Con las manos pegajosas llegó Palau Sator. A un lado quedó la iglesia de Santa María. Nosotros, a lo nuestro. Las señales ayudaban a seguir con la esperanza de que el próximo pueblo, Fontclara, hiciera honor a su nombre y nos regalara esa fuente para el lavado de extremidades superiores. No, el agua estaba en los canales de los arrozales y no era apta para otros menesteres.
Ya se empezaba a notar que aquellas quejas sobre la salud se acrecentaban a medida que los kilómetros situaban a cada uno en su lugar. Tampoco se puede pedir más al principio de temporada. Las puestas a punto no debían ser violentas. Poco a poco y a buen paso. O sea, vigilar siempre dónde se pone el pie. Algo que parece mecánico, un acto reflejo muy bien practicado que no lo es tanto. Meter la pata o tener mala pata está al alcance de cualquiera. O por no hablar de los tobillos y demás piezas de las extremidades andantes que a veces olvidan su uso y provocan que lo que está arriba se arrastre por los suelos y todos nos solidaricemos con el papel del caminante caído, aunque el dolor real sólo lo siente sólo él.
Pals enseñó su mejor cara, o sea, esa zona medieval de gran encanto, con El Pedró como un inmejorable lugar para mirar a lo lejos, con varios poyos preparados para el jubilado, el turista cansado o el GRmano que ya piensa en cuándo acabará la etapa. Al lado de los asientos de piedra había una fuente, la oficina de turismo y las típicas tiendas de regalos nativos (made in China).
Mientras los efluvios líquidos refrescaban y refrigeraban los cuerpos, otros aprovecharon para aliviar vejigas y ascender a un punto alto en el que ratificar que era verdad que este verano tiraron las antenas de Radio Liberty, instaladas desde cuando el general ayudaba a los estadounidenses a transmitir mensajes con la verdad absoluta hacia los países del Este. Ahora la playa de este pueblo ha quedado libre de esas instalaciones. Porque aquí también hay playa y parquímetros activos y paredes reconstruidas y mucho encanto de otras épocas. Y pequeños accidentes, cómo no.

Un desgraciado “viaje” hacia abajo

Tanta belleza de este pueblo quedó eclipsada por esos incidentes que cualquiera puede protagonizar. En un momento inesperado la sorpresa se convierte en sangre. Hablas, ríes, te relajas, observas lo bien que estás cuando estás bien y, de golpe, un miserable bordillo te condena a comprobar la dureza de tu cabeza cuando da y rebota en el cemento. Parecía imposible pero era real y, en esta ocasión, tenía nombre de hombre poeta pero podíamos haber sido cualquiera. De hecho, no hace tanto otros tuvimos que morder el polvo del asfalto y sacrificamos el juego óseo llamado tobillo. El rapsoda afectado tomó la situación como venía y, como días después pudimos comprobar, el golpe le provocó una grata conexión neuronal y un ripio elevó el incidente a la categoría lírica. Ya tenía otra experiencia con aquella maligna zarza de antaño, enganchada a una oreja. Ahora el estorbo de un reborde le creó una muesca en la frente y en la nariz, o sea, otra herida de guerra que confirma que sigue activo y en marcha.
Y, como siempre, también hay por allí algún maligno que incita a reírse de lo malo, ese chistoso que compara la dureza de una cabeza humana con un adoquín, que implora al dios Murphi en estos casos y que demuestra que los humanos, al final, siempre nos reímos de lo malo, mientras le pase a otro. Y a otro también se le resentía aquel tobillo lastimado por aquella vecina que recibió al recién llegado con cajas destempladas. Gajes de este oficio que es el andar y ver un paisaje que incita a esa tranquilidad protegida del viento de la Tramontana por los cipreses.
Dicen que, para las personas del Medievo, cuando veían a uno de estos árboles al lado de una casa, el viajero podía entrar. Si eran dos o tres, podía comer y dormir. Y si había más, más vale que pasara de largo. Era un cementerio. Aquí, muchos cipreses en hilera simbolizan la protección de las tierras de ese viento que inspiró o enloqueció a artistas y a otras especies del género humano.
Bifurcaciones, suaves giros y caminos en bastante buen estado driblaban algunas históricas masías escondidas por la vegetación. Por ejemplo Can Pou de Ses Garites, masía fortificada gótico-renacentista que vaya usted a saber de quién será. Más adelante ya se notaba que el final estaba cerca. Begur obligó a tensar los músculos y ascender hasta la zona más ajardinada de un pueblo que lo corona un gran castillo. El final de etapa agrupó a la tropa y dio lugar a esas indecisiones típicas de muchas ideas al mismo tiempo. Subir o no al castillo, buscar un bar de este turístico pueblo para que te esquilmen por saciar tu sed, marchar y parar en algún otro.

Tres “viajes” al día

Mientras las ideas se aclaraban, se volvió a hablar de salud y de hazañas que, si hubieran sido verdad, glorificarían al sujeto actor. En uno de los corrillos cercanos al autocar, un GRmano con patrimonio empresarial explicaba que hasta echaba tres al día. Los ecos de esta conversación suscitaron el interés de una dama la cual, con ojos casi desorbitados, le preguntó si a su edad era capaz de tanto. A lo que tal sujeto le aclaró que, ya que se estaba decidiendo a dónde ir a tomar la jarra, él en verano echaba tres jarras de cerveza al gaznate cada día como mínimo. Aclarados cuáles eran los poderes placenteros reales, nadie se aventuró a caer en las redes especulativas de los bares turísticos y hubo que visitar un sitio ya conocido de Torroella de Montgrí.

El reposo del viaje

A las faldas del castillo, una pareja de turistas que estaba sentada en la terraza de autos, quedó rodeada por el grupo. Se supone que, cuando vuelvan a su país, explicarán que los excursionistas de aquí acaban las etapas consumiendo cervezas por cajas. Porque, en esta ocasión, nada de jarras, cajas sobre la mesa. Y los condumios habituales. Por hoy ya estaba bien.
El camino de vuelta, como casi siempre, divide al grupo entre los amantes del sueño de Morfeo y quienes se entregan a los placeres de la lengua, como si de una digestión oral se tratara. El paisaje desde la ventana era una sucesión de hitos típicos de este territorio pero con imágenes curiosas. Hablemos de territorio desde el asiento de atrás. Las rotondas de las carreteras secundarias son incesantes, giros y más giros para que tantas urbanizaciones tengan acceso a la comunicación por el asfalto. Obras inacabables, antes de terminar una casi hay que arreglar la antigua, una cercana torre de una masía fortificada convive con tantas torres de alta tensión y, allá a lo lejos, asoman grandes torres de edificios turísticos. A la entrada de Calonge han colocado la estructura esférica del Forum 2004. Un entramado de hierros de gratos recuerdos para algunos GRmanos que nadaron por la noche en aquel espectáculo llamado “Moure el món”. Tuberías metálicas que ahora les toca descansar porque los clientes de los parques acuáticos han vuelto al secano de su actividad diaria. Mención especial merece ese nuevo golpe de efecto al lado de la carretera. En una zona verde un pequeño rebaño de ovejas pastan tranquilamente. No se mueven. No comen. Brillan. De blanco inmaculado. Inmutables, el artista que las creó y el mandamás que gestionó tal genialidad debieron ganar algún premio FAD de diseño. O alguna subvención europea. Es el territorio.
Y acabaremos con una cita, una frase que nuestro coordinador general de GRMANIA dejó caer a los cuatro vientos en el viaje de vuelta, dirigida a mentes despiertas (o sea, que en aquel momento no dormían):
“ No podemos darle la espalda a la realidad territorial”

Evaristo
Terrassa, 9 de octubre de 2006

Romería de Terrassa a Montserrat 2006

Progresamos adecuadamente, también en las romerías

Muy cerca, al lado de la sede episcopal de este obispado terrasense, en pleno centro de la ciudad, la plaza poco a poco se fue despejando de sus inquilinos habituales para dar paso a otros ocupantes temporales. Antes de que la concentración de profesionales del fuego lúdico pasaran por aquí (“dracs” de diferentes poblaciones), con sus habituales explosiones y ruidos, otras personas, pacíficas ellas, sólo podrían asustar a quienes por su sedentarismo se extrañaran de los kilómetros que tenían pensado recorrer, con nocturnidad y sin alevosía. Los cuatro Grmanos que llegaron primero, componentes del equipo organizador, poco a poco se vieron satisfechos por la concentración de romeros y romeras con ganas de marcha nocturna. Cada vez había más personas pero faltaba el obispo. Los múltiples quehaceres parece que no le permiten acudir a la cita anual, aunque sea sólo para saludar. Tampoco se le pediría que anduviera toda la noche por esos caminos de Dios. Aunque, bien mirado, este argumento quizá le podría motivar a buscarlo también en medio de las sendas bajo las estrellas.
Las tiendas cerradas daban paso al equipo nacional en la televisión (o sea, el Barça), a planes de salidas o de estancias caseras, al gusto que se debe sentir al no hacer nada o bien a prepararse para esos placeres del “sábado sabadete” del dicho popular. Todo ello podía ser el enemigo a batir por quienes dudaran entre venir o quedarse.
La plaza Vella, centro de paseo, de ver y ser vistos, de cruces de escolares de centros concertadas, parecía estar a la expectativa de las dos concentraciones citadas antes. Mientras algunos comerciantes protegían sus negocios del fuego enemigo con cartones (o sea, se convertían por momentos en acaparadores de cartones), los peregrinos llegaban con cara de satisfacción y expectantes ante las incógnitas de la noche.
En esas estábamos cuando un presunto devoto y casi seguro aspirante a beodo, pululaba por la puerta catedralicia no se sabe si a la búsqueda de su fe. Su cosquilleo interior le inducía a buscar con fruición al padre prior. Hizo un primer intento de acercarse al grupo organizador pero un subalterno del coordinador general de GRMANIA apercibió al susodicho fiel de que quien él decía no era el padre prior. No contento con la respuesta, quiso comprobarlo in situ. Para ello se dirigió a nuestro jefe y le sugirió si era o no era la persona que buscaba. Por supuesto que le ratificó que no era con lo que, raudo y veloz, se introdujo dentro del recinto sagrado.
Allí dentro la ceremonia religiosa acabó con un discurso de nuestro enlace con los asuntos eclesiásticos. Al parecer puso los puntos sobre las íes en voz alta. Por los resultados obtenidos se deduce que su capacidad de convicción fue muy eficaz. Allá arriba recordó, con la habilidad oratoria que le caracteriza, las normas de la romería. Después lució el brazalete verde fluorescente, distintivo de la organización. Los fieles se apercibieron de por dónde iba la convocatoria y respondieron con gran corrección.
Fuera del lugar de culto se observaba un continuo desfile de hábitos y uniformes. Ver el aspecto de los romeros ya les delataba de que no iban de partys, botellones o similares. No obstante, hubo quienes lucían atuendo más propio para ir al cole que no de caminatas. Eran muy jóvenes los que publicitaban el último modelo de calzado de la marca del stick. Al final, llegaron. También se observaban atalayas: lejos despuntaba, por encima de los tejados, la torre del Palau. A media distancia se veían las torres catedralicias y, allí al lado, sobresalían las puntas de los bastones que emergían de las mochilas junto con comidas, bebidas y demás parafernalia para el camino.
Otros hábitos andantes a aquellas horas en la céntrica plaza: algunas mujeres musulmanas , un reducido colectivo de monjas (ambos grupos bien guarnidos y en dirección contraria) y, cómo no, bastantes adolescentes vestidos casi uniformemente por ese hábito que es la moda imperante tipo fashion: piercings varios y en muchos sitios, primeras marcas luciéndolas por todo lo que cubre el cuerpo, móviles que no paraban de verificar su existencia activa con sus sonidos para no comunicar nada. No, ellos iban de paso a sitios más divertidos.
Otro hábito que también estaba en la plaza pertenecía a los cuatro miembros de la Policía Municipal. Con un coche esperaban la salida de la romería. Excelente su trabajo. Cortaron calles, permitieron ir por el centro de la calzada y evitaron todos los posibles riesgos del tráfico rodado. Tampoco se puede dejar de mencionar el trabajo de las tres personas de la Cruz Roja de Terrassa junto con la ambulancia. Su compañía tranquilizó tanto los ánimos como cuando los organizadores vieron que se unía al grupo nuestra cardióloga. A partir de ese momento los corazones latieron más tranquilos. O en el momento en que uno de los nuestros verificó que el médico de su madre también estaba presente. Con estas saludables compañías se anda igual pero no es lo mismo.
Y, ya que de andar se trata, la romería inició el recorrido en una plaza ya casi desierta. Tamaña expedición pasó por calles peatonales céntricas, sede de librerías reconocidas; al lado del edificio municipal, cuyos inquilinos deberían darse cuenta de la importancia de una romería que se acerca al milenio (cuando llegue aquel día seguro que aparecen en la foto oficial); la Rambla no fue ninguna barrera porque el buen hacer de los gendarmes facilitó el cruce; ascensión por Pare Llaurador, donde una grmana paseaba y un grmano bajaba en coche; la salida por Sant Marc (como se ve, por el nombre de las calles se sigue oliendo a religión) condujo la mesnada hacia el trasvase, acondicionado por la autoridad competene para pasar y, con los frontales y linternas preparados, calentamiento muscular en suave subida para penetrar en la oscuridad de la noche.
Des el furgón de cola ya se empezó a observar quiénes se iban quedando hacia atrás. Un grupo de asiduas a otras romerías cargaron sus baterías con la bebida de las alas y, aunque no le debieron salir estas extremidades, sí se notó la taurina en las continuas risas y demás palabrería que el cerebro produce. Primera retirada, muy bien calibrada por una persona que valoró sus fuerzas y decidió que éste no era su sitio en esta ocasión. Descenso acompañado de la música de los canes que formaban un concierto continuo al paso de la romería. Retenciones en los pasos estrechos. Todo con corrección y a un paso adecuado a caminantes no iniciados.
Nuestro paso del Rubicón siempre es la carretera de Manresa. Sin embargo, ya hubiera querido César disponer de tamaña ayuda. Si antes hablábamos de hábitos y uniformes, cómo no agradecer la excelente labor de Los Mossos d’Esquadra. Salvo cuando hay accidentes, pocas veces esta carretera, a ests horas, fue testigo de tamaño despliegue. Dos vehículos policiales, uno en cada dirección, con las luces destellantes, lo mimso la ambulancia de la Cruz Roja; los altavoces de los coches policiales obligando a la circulación a pararse. Motivo en voz alta: atención, pasa una romería. Con estas compañías uno se puede mover bien por el mundo. Un servicio de primera para romeros que ya pedían pararse a reponer fuerzas.
La subida a Coll Cardús se anunciaba con todo el recinto de ocio del restaurante lleno de luces y de voces. Las bodas del interior hacían salir a airearse al exterior a personas con abundante ingestión de combinados etílicos. Les daba el aire y dejaban expandirse sus pulmones con sonidos diversos, cánticos de taberna a última hora y otras expresiones guturales de difícil articulación. Mucho traje, mucho vehículo de alta cilindrada y la alegría de los eventos mientras, en un rincón libre del aparcamiento, la romería degustaba y compartía las viandas que llevaba. Las trajeadas y perfumadas personas preguntaban quiénes eran (se supone que la incógnita no la dirigían a sí mismos), qué hacían y a dónde iban. Los más cuerdos lo comprendieron con presteza. Se desconoce si los vehículos de los Mossos, poco después, los esperarían a la bajada de la celebración para calibrar el estado del aliento.
El camino continuó y, como a menudo nos pasa, hubo despistes que provocaron retrocesos para rehacer el sentido lógico de la romería. Son esos matices que, con un positivo sentido de la superación, se corregirán para la próxima vez. Mientras, alfa-omega no paraban de entrar en tertulia por las ondas para agrupar, tirar, parar o preguntar por el estado de la expedición. Todo en orden en dirección al bar de la estación de Vacarisses. La parada fue más breve de lo normal. Apareció un toque de silbato no oficial y hubo que atender a quienes se quedaban fríos y querían marcha, seguir hasta el final.
Las señales de la Matagalls, de reciente recuerdo, no originaron pérdidas. El destino final se veía aunque la habitual niebla ascendía y lo ocultaba, quizá para animar a las personas más temerosas de tamaña subida. No verla para subirla mejor, ésa debía ser la estrategia de la niebla. Abajo, Monistrol, concentración momentánea en la que, como cada año, hay un reducido grupo que opta por dirigirse al Cremallera que sale una hora después.
Llamó la atención el interés de esa pareja que vino de Córdoba a la romería. Conocieron la montaña por primera vez y andando. Su primer contacto con Montserrat era ese día. Subieron y quedaron asombrados de cómo fueron capaces de tanto. Después bajarían en autocar y se enorgullecerían de su proeza. Estos sí que progresaron adecuadamente.
A la hora habitual, en torno a las ocho de la mañana, todos arriba. La coca y las bebidas entonaban los ánimos mientras había que parpadear más de la cuenta para evitar ese sueño deseado. Quien quiso participó en los actos religiosos que se oficiaron detrás de la Moreneta. Entre algún cabezazo que otro, los de arriba y quienes estaban tomando el sol en la plazo, todos celebraban a su manera el deber cumplido y el descanso merecido que vendría a continuación.
Mientras la romería motorizada llegaba, comía y rezaba, la nocturna ya sólo pensaba en retirarse a sus aposentos horizontales y entregarse al merecido descanso. Aunque no todos.
Objetivo cumplido. Ya queda una romería menos para las mil.