Por El Corredor de la diversidad de vistas
GRmanos y GRmanas,
“Era hermosa, alegre, bonita. Daba gusto ver a tantas personas decentes allí congregadas” (repítase este estribillo cinco veces).
Os dice esto un indecente que no estuvo allí (en Madrid días ha) pero sí aquí. Tal cancioncilla “pepera del de la barba” se puede aplicar a una etapa que transcurrió por el Corredor del Montnegre, en medio de mucha decencia personal y más belleza de los entornos naturales, una diversidad de vistas, un paseo por el filo de dos vertientes que enseñan varias comarcas naturales.
La buena forma física del respetable público activo de esta hornada andarina es más que evidente que existe. Su progresión sólo la detiene el tributo de las esporádicas lesiones o las paradas técnicas para el mantenimiento de las piezas que exigen revisión y puesta a punto, o bien una intensa mano de tres en uno. Sólo hay que repasar la hoja de servicios individual para ver que la superación se demuestra en maratones, medias maratones y convocatorias afines. ¿Cómo se explica si no que once representantes de GRMANIA acudieran a la última edición de los Tres Monasterios y llegaran todos y todas en un tiempo más que decente?
Hasta la actividad física no tiene fin y las aficiones o devociones se extienden por bicicletas, políticas municipales, teatros, buceos, futuras expediciones a duras rutas o a montañas de países lejanos, por ejemplo Eslovenia. Un grupo casi incombustible que a veces necesita de algunas paradas técnicas para el engrase de las piezas.
¿Y qué decir de esa tendencia al adelgazamiento general que no para de tener cada vez más acólitos? Sólo hay que ver de perfil al respetable para observar unas líneas más que estilizadas, aun sin llegar al modelo tableta de chocolate abdominal. Todo se copia. El hecho de que el coordinador general siguiera un régimen tan eficaz sentó un precedente con bastantes seguidores, aunque también con honrosas excepciones que confirman la apreciación anterior. Incluso hubo quienes se quedaron con tallas de camisetas inferiores a su envergadura para obligarse a caber en ellas pero sin estallarlas. O sea, manos a la obra.
Vallgorguina
Con esta introducción tan activa y estilizada la etapa se planteaba como una rutina más. Nadie se quejó de los 27 km y los 1.200 metros de desnivel acumulado. Un paseo a modo de entrenamiento para cuerpos lustrosos y bien paseados. Aunque, para paseo de reconocimiento previo del terreno, la salida que nuestro experto en GPS hizo al punto de llegada. Quería dejarlo todo atado y bien atado y, en un momento de relax de las tareas docentes, nos aseguró el retorno. Buen trabajo una vez más.
Sin dolmen
Por esos avatares de los caminos marcados, el famoso dolmen de Vallgorguina quedó para otra ocasión. Un sitio muy historiado en aquelarres, ceremonias mágicas o espectáculos que no se sabe si son sólo eso o hay más. Ir a ver estas piedras tan bien colocadas representaba dar una vuelta no prevista. No obstante, quien no se conforma es porque no quiere. Bien puesto también estaba el romero florecido en una de las casas adosadas del principio de la etapa. Y bien se fijó en el detalle vegetal la botánica del grupo, la cual admiró que esta especie se asemejara a una planta colgante que bajaba por una pared. Pero no todo quedó aquí. El GPS y su domesticador no acertaban a encontrar el río de Vallgorguina que los satélites marcaban como que debía estar allí. Pues no. Estaba más allá porque su sitio era ocupado por unas cuantas nuevas construcciones que le hicieron cambiar su curso natural. Ya veremos si un día se sale de madre a ver qué pasa.
Lo que algunos sí reconocían era ese terreno inicial, por donde transcurre la Marxassa en dirección a Mataró. Qué experiencias aquellas en que en este pueblo te atienden con una opípara comida una vez hechos más de cincuenta km desde Montseny hasta aquí. Y allí estábamos, enfilando la subida inicial. Un desnivel de más de 400 metros que calentaba los cuerpos y ya te enseñaba desde lo alto ese paisaje que regala el estar situado varios metros por encima de los más comunes de los mortales.
La altura mostraba lejanos perfiles de conocidos territorios, muchos de ellos pisados en esas salidas que te enseñan el otro país de este territorio, o la otra cara de la misma moneda. De los 222 metros de Vallgorguina hasta los 632 de El Corredor, un sitio con restaurante que anuncia su proximidad cuando la pituitaria comienza a oler el perfumado aroma de las carnes a la brasa a tan temprana hora. Como animales de Pavlov, parecía que allí estaba el sitio de la primera parada. Y no. Sólo hubo visita de reconocimiento, lectura de algunos platos de la carta por quienes ya planearon visitas gastronómicas posteriores y reconocimiento de un entorno no muy adecuado como para una parada campestre con bocadillos descubiertos.
La parada
El territorio está muy bien parcelado hasta en lugares como éste, preservados aún de las embestidas urbanas ascendentes de las zonas limítrofes. La presión del ladrillo va subiendo. Y la fuerza de la naturaleza en primavera enerva la sabia vegetal y los campos recomponen el verde perdido. Campos de cereales. Cerezos ya con sus frutos formados. Tantos capullos (sin ofender) a punto de convertirse en esa explosión de colores y de los sabores de las posteriores frutas.
Mientras, la zona de ocio de Can Bordoi acogió la cita obligada con los condumios. Pero no a todos. Hubo quien, explosivo él, no atendió a la parada reglamentaria y se proyectó en la lejanía del camino sin fin. Menos mal que la telefonía móvil, además de para hacer presupuestos o para perseguir impagados, le sirvió para reconsiderar su soledad, retroceder hasta la civilización andarina y reconciliarse con el orden establecido (en la II Trobada).
Más Corredor
La etapa estaba llena de subidas y bajadas continuas, diversas vistas de parecidos paisajes pero desde ángulos diferentes, un espacio apto para multitud de esos vehículos que ya forman parte de la aventura. O bien la aventura son sólo ellos. Debe ser el placer del acelerador y de la frenada continua. Desde el Puig de L’Aguilar, de 525 metros, hasta la Torrassa del Moro (413), y de aquí al Coll de Parpers (295). En medio, aspectos pintorescos como esas casas recicladas en casas de colonias, o esa otra masía con sabor añejo, en donde aparecía una anciana mimetizada casi con la suciedad ganadera del entorno entre gallinas, perros y aperos de labranza. Una versión desgraciadamente más moderna de los avatares del camino en estos tiempos era pensar en Pablo, ese joven recordado con flores artificiales y con la foto de la moto que le condujo hasta la eternidad. Corredores (con minúscula) imitados por quienes te echan de los caminos al empujarte con su artilugio de dos o cuatro ruedas y un potente motor.
La felicidad allí al lado
El final se entreveía pero aún no llegaba, y eso que ya se acumulaban 25 km en las piernas. En medio de estas circunstancias, el coll de Parpers fue testigo de cómo quien no se conforma es porque no quiere. Allí, a la sombra de un monumento a todas las víctimas de la Guerra Civil de 1936-1939, un ilustre y reciente miembro del club de los 50 llegó a esta zona limítrofe entre el Maresme y el Vallès Oriental, situada encima del túnel de la carretera entre Granollers y Mataró, y proclamó un sofisma que se podía comprobar en la práctica: “¡Qué poco cuesta ser feliz!” Estaba viendo una gasolinera ya clausurada y, a la sombra, una pareja de felices ancianos jugaba a las cartas en una mesa plegable, ambos sentados en dos modelos de sillas de tijera diferentes. Se les veía pletóricos y muy animados. Igual que al pagés que pasaba por allí. Llevaba su máquina cargada de estiércol, con los restos de un puro en la boca. Tuvo que parar en la subida para reducir la velocidad y llegar a su destino. Transmitía gran humanidad, paz consigo mismo y felicidad. Lo mismo que aquel ciclista que venía de Alicante. Paró en el coll para preguntarle a los últimos del grupo cómo se llegaba a Corró d’Avall, localidad que algunos de los allí presentes era la primera vez que descubrían que se situaba cerca de Granollers. Y también se le veía feliz en su esfuerzo, él, joven y apuesto, con un cuerpo esculpido por la práctica continua de triatlons. Por lo que se ve, ellos eran tan felices como quienes a punto estábamos de llegar al destino final de hoy, pero a pie.
Parada y fonda
La vuelta pasó por la parada técnica en el tradicional bar. La Roca del Vallès recibió a la expedición en un aparcamiento enfrente del cual, milagros de la tiza, se encontraba el instituto del pueblo y, cómo no, en obras de ampliación. Esta zona y esa carretera hacia Vilanova del Vallès y Montornés, al día siguiente algunos GRmanos la volverían a repetir pero no en autocar, sino con las zancadas propias de una media maratón.
En el bar hubo curiosos descubrimientos y aprendizajes muy significativos. Por ejemplo, en un cenáculo, una dama confundió el juego del Teto con el del Tétrix. Un destacado submarinista le explicó que el Teto es lo mismo que el Aconcagua, pero que éste se practica debajo del agua. O las recetas de las patatas a lo pobre, de la técnica del fumet de pescado y otros manjares que invitaron a prácticas culinarias posteriores. Y eso que no estaba nuestra profesora de gastronomía.
Una etapa, por tanto, decente, alegre, hermosa y bonita.
Como decía Confucio:
“Cada cosa tiene su belleza pero no todos pueden verla”
Evaristo
Terrassa, 28 de marzo de 2007
http://afondonatural.blogspot.com