Pero, ¿realmente funciona el mundo por la noche cuando, aparentemente, parece que casi está parado o va al ralentí? Por supuesto que no es una pregunta para noctámbulos, trabajadores nocturnos y otras especies varias de esas que se refugian en la oscuridad para verse menos y ser vistos con otra apariencia. Y sí es una cuestión como para plantearse de vez en cuando, en esos momentos en que los párpados se entornan a medianoche y se olvidan hasta de su existencia.
Una vez al año, por lo menos, un colectivo de personas intentan perpetuar una tradición casi milenaria y recorrer una prudente distancia que les sitúe al día siguiente allá arriba, en Montserrat. Todo de noche, funcionando con nocturnidad, descubriendo otra forma de discurrir el tiempo cuando el cuerpo pide reposo a unas horas y despertarse a otras. Pero no. El camino está ahí, el final allá y, en medio, esas luces serpenteantes que transforman las sombras en formas fugaces por breves momentos. Unas 170 personas acudieron este año a la convocatoria para ir a pie. Cerca de 400, para subir al día siguiente en autocar.
Preparativos y trabajos
Las casualidades y la suerte siempre juegan algunas cartas de la partida pero la mayoría se las rifan la preparación, los contactos, el trabajo y, sobre todo, la ilusión. Ganar o perder, el éxito o el fracaso llegan al final, cuando haces recuento y tu balanza personal se decanta por un lado u otro. En este caso, ganadores fueron todas las personas que participaron en una labor que, como cada año, se inicia en el mes de junio. La realidad demuestra que la perfección no se debe dar con frecuencia pero, en este caso, se pone encima de la mesa y la organización primero se mira en sus posibles errores. Luego, se proyecta más allá y establece unas metas a superar.
Junto a la Federació de Cristians de Terrassa, grupo Avant, ese reducido grupo de GRMANIA (casi siempre los mismos, ¡y mira que se agradecería ser más!: total, es una noche de tu vida dedicada a esta causa) Ambos celebran las reuniones de junio y de septiembre. Redactan y revisan el programa de la romería a pie (en este caso específico). Pero también cargan el equipo de transmisiones, “afeitan” las zarzas, recorren el camino varias veces, contactan con el bar de Vacarisses para que esté abierto ese día, gestionan la presencia de los Mossos d’Esquadra, Policía Municipal, Creu Roja; colocan tablones en las rieras, distribuyen cintas en puntos confusos, se sitúan en la marcha, se quedan en zonas difíciles, aguantan la presión de los que quieren pasar a los de cabeza, atienden a quienes se quedan atrás porque van mal, evitan que no se produzcan cortes en el grupo, animan a quien lo necesita, hablan con todos, ayudan a repartir el desayuno a la llegada, distribuyen las personas en el autocar de vuelta.... Y evalúan mejoras para la romería del año que viene. Carmen, Cati, Ana, Jaume, Paco García, Carlos, Pepe, Cesc y el que escribe fueron el equipo habitual (Fina no pudo asistir por problemas en el pie pero estuvo como eficaz soporte y colocadora de distintivos a la salida), junto a la inestimable ayuda de Jesús y Josep. Y qué decir del muy eficaz trabajo de la Policía Municipal de Terrassa para salir de la ciudad, de Mossos d’Esquadra para atravesar la carretera de Manresa, de Creu Roja como acompañantes durante todo el camino, de la Policía Municipal de Vacarisses en la estación. O cómo agradecer a la meteorología el trato que nos dispensó: días antes nos había mojado los caminos para que no se levantara polvo y la lluvia excusó su presencia durante todo el recorrido. Parece de broma pero esta enumeración da fe de lo que supone la romería a pie. Y cada año. Con éste, ya son cinco de colaboración. Y más que vendrán.
Inicios
Debajo de la figura de Don Bosco, dentro del colegio de Salesians de Terrassa, se situó el punto de acreditaciones. O sea, de pagar, recoger el justificante del desayuno y autocar y el foulard. Allá arriba, él implorando la juventud, desde una placa. Abajo, cerca, la exposición de Salesians con motivo del 50 aniversario del centro educativo. Un recuerdo en los primeros paneles para Don Rómulo Piñol, salesiano que estuvo diez años en Terrassa, fundador de las Escuelas Salesianas de FP de la ciudad y de la parroquia Maria Auxiliadora. Al lado, a la entrada, venta de la camiseta azul conmemorativa con la palabra JUNTS a gran tamaño. En eso estábamos también nosotros, en juntarnos para emprender la marcha.
Poco a poco el personal iba llenando la estancia, la iglesia y la calle. Alegría, saludos, preparativos y observación de la indumentaria. Bastaba una mirada de arriba abajo para hacerse una primera impresión. Arriba, anudado al cuello, el foulard conmemorativo. La distinción marca de la casa, el símbolo de reconocimiento para no perderse, el recuerdo. Abajo, el calzado. Resultaba curiosa la observación a un nivel tan bajo. Como la juventud abundaba, sus hábitos se repetían. Por ejemplo, las típicas zapatillas de tenis lisas se preparaban para afrontar un terreno distinto al asfalto (mientras, la organización se imaginaba lo peor en las subidas). Una joven con botas de caña, de las de lucir el tipo. Relucientes marcas que salían de su ámbito, del espejismo adolescente, para comprobar su agarre en subidas escarpadas. O esas mochilas escolares con uso montañero ahora. Y palos de caminar. Bastantes. También muchas personas diseminadas por los alrededores en un ambiente distendido y jovial.
La misa convocó a bastantes parroquianos, pero no a todos. A la hora de finalizar las plegarias, hubo que invitar a entrar al público para que Jaume recordara las normas de la romería. Eran tantos que no cabían en la iglesia. Fuera, más gente y los dos vehículos de la Guardia Urbana. Con puntualidad no británica y sí hispana se inició la marcha. El tradicional toque de silbato de la organización y el coche policial ponía los imaginarios cronómetros a cero. La romería acababa de comenzar.
Primer tramo hasta la cena
El primer tramo transcurría por asfalto puro y duro. La fila empezaba a estirarse, eso sí, respetando las aceras y dando escaso trabajo a las autoridades policiales. Orden y concierto. Respeto a los espacios habilitados para caminar. Hasta que las casas dieron paso al camino propiamente dicho. El suelo estaba mojado pero, aún así, las suelas mantenían las figuras erguidas aunque en bastantes ocasiones paradas o a marcha lenta. Los estrechamientos de las sendas obligaron al paso de uno en uno, con lo que las retenciones parecían las habituales en hora punta. La primera sorpresa llegó con una pequeña pero pronunciada bajada y subida zigzagueante. El olfato de los dos miembros de Cruz Roja les situó en los puntos más resbaladizos. Sus manos aportaron seguridad y ayuda a romeros y romeras. Ganada altura de nuevo, pronto empezaron a oírse los vehículos de la carretera a Manresa. Mientras, la organización se comunicaba por medio de los cuatro walkis. En el ambiente flotaba la incógnita de si los Mossos d’Esquadra ya nos esperaban en la habitual curva peligrosa, un tramo difícil de tres carriles con un incesante goteo de coches y camiones de la basura que iban a descargar a Coll Cardús. Los Mossos avisaron que ya venían y llegaron a la hora justa. Antes de verlos, la subida del Molinot exigía vigilancia hacia la vegetación. El “afeitado” de este año fue suficiente pero ya se prevé un buen rasurado para el próximo.
El paso viario fue muy seguro gracias a la policía autonómica, a la que no nos cansaremos de agradecer sus servicios a estas horas. Un buen despliegue de coches. No marcharon hasta que la última persona no abandonó el tramo de carretera por donde va la romería. Después, subida hacia la tradicional sorpresa de cada año, la hora de la cena en los alrededores de la Masia Donadeu. ¿Qué ocurriría esta vez?
El capítulo de este año
Encima del túnel de Coll Cardús existe un complejo de restauración que cada vez parece mayor y mejor iluminado, señal que el negocio debe ir viento en popa. El camino de la romería pasa por las dos zonas de aparcamiento y este punto es el tradicional espacio para cenar sobre la una de la madrugada. Parece evidente que una romería casi milenaria debió pasar por esta zona mucho antes que se hiciera la casa original de la mansión actual. Por tanto, se deduce que los derechos de paso son centenarios. Pues bien, el equipo gestor o responsable del negocio se entretiene cada año en poner trabas para no parar. Perturban la romería y a sus responsables con objeciones dichas a veces con educación y otras con prepotencia. Algún año hubo amenazas con la policía por invadir un patio ajardinado. La propiedad privada manda, amigo Sancho, aunque en aquella ocasión se reconociera el desliz y se asegurara que todo quedaría limpio al acabar. Otro año dejaron caer molestias varias. El año pasado la romería debió ser muy atractiva para algunos trajeados invitados a una boda. Mientras los romeros cenaban, algunos concelebrantes paseaban sus atuendos y asentaban sus condumios y efluvios etílicos por entre quienes cenaban bocadillos sentados en el suelo. Incluso se interesaban por nuestroobjetivos. Parecíamos ser para ellos un reclamo turístico más o una curiosidad de la que hablar, antes de volver al interior y seguir la fiesta. ¿Y este año?
Uno, que por una vez no fue centro de quejas, intentará reproducir la conversación que hubo entre dos responsables y algunos responsables de la organización de la romería. Como siempre, alegaron invasión de una propiedad privada al hecho de sentarse al borde del camino de paso (público, se supone) o en un aparcamiento vacío. Parece que olvidan la historia de la romería. Su supuesta capacidad disuasoria y de convencimiento les llevó a utilizar la segunda tanda de estrategias oratorias. Atacaron con un argumento demoledor: “¿Qué creéis vosotros que pensaría el padre de la novia si ahora se asomara al balcón del restaurante y os viera a todos aquí, con la imagen que nos creáis?” La mente de los escuchantes había quedado dinamitada con tan sólidos razonamientos. Con esta estrategia pensaban convencer a unos romeros que iban a estar unos veinte minutos allí sentados, sin perturbar a nadie y recogiendo cada uno los restos de sus condumios. Mientras, algunos miraban si alguien asomaba al balcón nupcial y ponía mala cara por ver tal paisaje humano, a modo de extras de una película que no has contratado para tu boda. No. No salió el padre de la novia. Cuando las mentes de los representantes de la Masia Donadeu ya no debían producir más sólidas líneas argumentales, un miembro de la organización de la romería les lanzó un reto para el que sólo tuvieron la callada por respuesta: “¿De verdad que alguien de la boda se les ha quejado a ustedes de que unos romeros estén aquí abajo, cenando unos bocadillos mientras hacen un alto en el camino hacia Montserrat?”
El año que viene, siguiente capítulo de las tribulaciones de unos caminantes que hacen una parada en los entornos de www.masiadonadeu.com . Observad su imagen publicitaria en la web, con sus bellos interiores, y contrastadla con la imagen real que ofrecen a la romería de Terrassa a Montserrat.
Hacia Vacarisses
Este tramo permite ver el final y más cosas. Las luces del aparcamiento montserratino (otro buen negocio, por lo que se ve) dejaban entrever la silueta de unas montañas aún poco definidas. La casi ausencia de la luz lunar obligó aún más a seguir a quien va delante: a las linternas y frontales. Los agrupamientos continuos aportaban seguridad a la marcha y compañía en medio de la oscuridad de la noche. La extrema juventud de muchos romeros transmitía ganas de caminar. El jolgorio, las bromas, el lenguaje o la jerga propia de la edad daban vida al paso de las horas y a las evidentes señales de estar haciendo algo que no es habitual a esas horas tan soñadoras. Las preguntas típicas de “¿cuándo llegamos?” sonaban a cantinela escolar. O las aseveraciones de que nunca más volveré a venir, o tengo hambre, sed o dónde hay un lavabo por aquí. Ya ni las modernas orejas, o sea, los auriculares metidos hasta los tímpanos, alegraban el supuesto aburrimiento adolescente del paso de las horas caminando. Pero pronto llegó la estación de Vacarisses. Bar, parada y fonda. No estábamos solos. Nuestros acompañantes de otros años, los de Sabadell, que también se dirigen a Montserrat, allí estaban. Cómo no, el bar abierto ante la segura posibilidad de hacer más caja esta noche que durante muchos días.
Las luces azules destellantes anunciaban la presencia de la policía municipal de Vacarisses. Eran personas conocidas que acudían porque un vecino les había llamado a esas horas “porque había gente que hacía mucho ruido”. Cómo no, hablar sin cantar, comentar sin ensordecer, pasar no en silencio. Hasta llegar a este punto de avituallamiento voluntario y opcional sin ser monjes de clausura que tienen un día de asueto. Mientras, la organización estaba preocupada porque no hubiera mezclas “anti natura” entre romeros de Sabadell y Terrassa. Al poco rato, primero partieron los de Sabadell y luego el resto.
Montserrat, cada vez más cerca
Se veía cada vez mejor. Aún era de noche pero la fresca humedad delataba que el día no tardaría en llegar. Por este tramo, orden y concierto, músicas del tipo “Tres cascabeles lleva mi caballo” que sonaban por los walkis, y otras que martilleaban los oídos poco despiertos de juventud muy joven. En este tramo ya se veía que en las últimas filas alguien renqueaba o se escoraba hacia un lado. Paso lento, un palo cualquiera que funcionaba como bastón, la linterna ya sin pilas, pasos cortos y muy estudiados, las ganas de llegar a Monistrol y subir en el tren cremallera. Sólo fue una persona, el resto, sin problemas seguía su marcha. Montserrat ya se veía y el cielo se vestía de amanecer. Cruzado el Llobregat, Monistrol significó una bocanada de olor a pan recién hecho que despedía un horno. Un buen aroma antes de efectuar la habitual parada de la plaza para animar al personal y atacar el tramo final, ése que te eleva y que te muestra el espectáculo del amanecer, de formarse un nuevo día (y van….mirad el DNI).
Las últimas casas del pueblo poco a poco pasan de verse al lado a quedar allá al fondo. A medida que el esfuerzo crece, el paisaje se abre y el día viene. Son pocas curvas las de fuerte subida. El final de cada una es un fotograma más amplio de esa película que es ver la realidad matinal cada vez más arriba. El camino de la Matagalls-Montserrat, no por más conocido es menos sorprendente. Por aquí han pasado muchos estados de ánimo, fuerzas muy justas o casi inexistentes, lamentos, excesos de energía y de atletismo, heridas y ampollas varias, ilusión por rebajar unos minutos, ganas de conseguir el reto. Como el de algunas personas que no pensaban llegar ni a Monistrol. Ella tenía asma y le había dicho a su hijo que no sería capaz de subir a Montserrat andando. Él decía haber hecho muchas y largas caminatas, pero aquí le sobrevino una bajada de fuerzas. Ella iba lenta pero andaba. Él no podía. Tuvo que pararse varias veces. Ni la glucosa le sentó bien. Vomitó y esperó convencido de que su cuerpo le funciona a veces así pero no le impedirá llegar arriba. Ella se esfuerza y sueña con llamar a su hijo desde arriba. Pero aún no lo tiene claro. Su marido, a su lado, la anima. Él ha quedado más abajo. Se recupera con tranquilidad y hace ver que “sus pájaras” tienen esos vuelos. Ella y su acompañante siguen poco a poco. Mientras, los últimos de la organización les aseguran a ambos que no les dejarán solos. Que subirán todos. Él se reincopora al objetivo final y sube por territorio muy conocido. Ella ya lo tiene claro, tanto que ve el monasterio, se le llena la cara de alegría y se hacen una foto. Qué mejor paisaje para ello. Las últimas escaleras te brindan una barandilla y unas vistas únicas. Son las ocho de la mañana con las cortinas de nieblas que dibujan un paisaje de brumas. El sol parece estar justo encima de donde estuvimos cenando y sintiendo curiosos razonamientos. Su rojizo color parece desdibujado por dos líneas blancas de niebla. El río Llobregat está muy abajo, con una carretera aún tranquila. Fotos, muchas fotos en un momento en que el desayuno y el descanso final esperan a tantas personas como consiguieron su objetivo.
Atrás quedaron las preocupaciones organizativas, los esfuerzos, la tensión propia del camino con tantas personas, el funcionamiento en una noche camino de Montserrat. Y también el grato recuerdo de tantos padres, alumnos y profesores Salesianos que se implicaron muy activamente. Muchos jóvenes. Los mismos a los que se debió dirigir Don Bosco en la placa de su colegio de Terrassa, con aquella frase que los recuerda así:
“Us estimo perquè sou joves”
Evaristo
Terrassa, 12 de octubre de 2007
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