sábado, 17 de noviembre de 2012

Camí de Sant Jaume, de Manresa a Montserrat


Brumas, nieblas y otras realidades camino a Montserrat

Las excursiones a menudo son esos tiempos en que uno sale a pasear en grupo más con un objetivo social que paisajístico. Hablar significa enfrascarse en temas que no permiten mirar más allá de las zapatillas y estar pendiente del encadenado de conversaciones con más o menos sentido. Preguntar, responder, dialogar, reírse, planificar, pontificar, ironizar, discursos, monólogos, soliloquios, he ahí el paisaje hablado que se extiende como una bruma por encima de los árboles y vegetación diversa. Hacer dos cosas a la vez exige entrenamiento, mente ágil y predisposición para aprovechar tanto el tiempo que, a veces el cansancio mental de tanta disociación cognitiva, hace que se pierda el hilo de los temas.

Ir de Manresa a Montserrat por el Cami de Sant Jaume en noviembre implica someterse a un tiempo imprevisible. La espesa niebla inicial evitaba no ver radares de control de velocidad en la carretera, una depuradora identificada por su olor desde kilómetros atrás. Cerca, un campo de golf cubierto por una brillante capa de hielo en las madrugadas invernales. Una gasolinera víctima de los precios baratos de otras. La catedral y cuevas donde dicen que nacieron fundadores de instituciones religiosas con gran poder en España. Una carretera habituada al asfalto ensangrentado por los efectos de variados accidentes. Manresa y un polígono industrial en lo alto con un aireado nombre: “Bufalvent”.

Nadie prevía la densa niebla cuando, en el punto de salida, la publicidad de un poste recordaba esa palabra tan habitual, temida, apreciada y soñada: “Seny”. Un término propio de las míticas y hondas raíces de este pueblo, ahora usado como buque insignia de un anuncio diferente de un banco. El dinero usa variados trucos para llegar a ese sentido común (seny) que no parecen ser muy habituales de estos bancos expertos en desahucios sin escrúpulos. En campaña electoral los Mesías con brazos abiertos te miraban desde las farolas, con una mandíbula propia de ejecutivos y políticos sin escrúpulos, con colores y más colores en trapos, y con una estrella en una bandera que ningún Photoshop se dejó que la eliminara. Se asemejaba a un original tanga que tapaba vergüenzas dejando al descubierto el quiero pero no puedo y sí quiero. Al contrario. Algún pensador tipo estatua de Rodin definía su iconografía desde lo alto. Otros ponían rostros e imagen a proyectos diversos. Mensajes de bancos, de políticos, graffittis, papeles. Palabras, imágenes y temas.

Manresa por la C-58 y esos profundos olores. Ahora molestan al pasar. Parecen fruto de una tecnología con indefinición tecnológica, ausencia de filtros para que el personal no sepa que el comer produce residuos, estos se han de tratar y el olor apetecible se convierte en su contrario. Allí, al lado del último tramo del río Cardener antes de desembocar en el Llobregat, se inició la etapa que tiene como objetivo el mítico monasterio de Montserrat. El reto santo, patriótico, excursionista, de paso, turístico, en fin, el objetivo que cada persona se marque ante una montaña original y mítica. El murmullo del agua fluvial formaba parte de un paisaje sombrío, oscuro por una densa niebla que parecía formar parte de las riberas de ríos, ya habituados a desprender vapor y concentrase humedades variadas.

Hacia Castellgalí

Pronto los cruces asfaltados enfilaron el objetivo hacia Castellgalí por estrechos senderos húmedos y propensos a descubrir hongos variados. El otoño deja sus huellas en muestras de setas que nadie ha cogido porque no son comestibles. Cerca de los Ferrocarriles de la Generalitat, el camino se enfila para bajar de nuevo y descubrir que el más allá apenas se percibe. Poco a poco, la bruma inicial se despeja y los campos arados muestran que la agricultura aún exitse en esta zona del Bages. Tierra rojiza de al revés, una capa dada la vuelta para que el invierno proteja esas semillas que pronto han de germinar. El panorama no queda libre de fábricas, talleres y anuncios de un próximo poblado. Las charcas y el barro sorteado por ocasionales ciclistas y avezados excursionistas humedecen un ambiente caldeado por otras circunstancias. La crisis, las elecciones autonómicas, los bancos, la próxima huelga general, los funcionarios, los parados, los que apenas sobreviven son temas recurrentes en medio de la tranquilidad rural. Incluso menciones a personas del grupo que parecen haber evolucionado en su singladura política e ideológica. O amorosa. Cambios no explicados si no se hablan. Y, a veces, mejor ocultarlos. O miembros de la cofradía andarina que no vienen y se les disculpa con burdas mentiras cuando quien pregunta sabe la respuesta y quien habla disimula. Ya queda dicho que los peligros vienen a veces más de las preguntas que de las respuestas.

La plaza de Castellgalí acogió al personal con deseos primarios insatisfechos. Botas, botes, comidas variadas y postres diversos que ya comenzaban a anunciar las insaciables Navidades. Alguien esperaba con un carro de los de supermercado y dos mochilas. Y alguien interpretó a esta persona como perteneciente a esa inacabable cola de personas que les falta lo indispensable y ansían ayudas más o menos oficiales. Se decía que así estamos, que cada vez peor, que la solidaridad es la única vía cuando el camino nos conduce a la destrucción del bienestar y a un cambio de sistema, sin hablar que siempre les toca a los mismos parecer unos “antisistemas”sin quererlo. Pero no, falsa alarma. No esperaba ayudas. Consumía el tiempo hasta que le vinieran a buscar para trasladarse a un campo de fútbol, se supone que con mochilas llenas de equipajes ajenos: no tenía aspecto de cultivar la forma física. Ante esta realidad, la reflexión giraría en cómo y porqué interpretamos las señales humanas según una realidad terrible a la que parece ya nos hemos acostumbrado. Y no. Esto no debería formar parte del paisaje habitual. Ni siquiera ser un espejismo o un rastro del futuro.

En las esperas, la tecnología brinda fugaces estelas de otras realidades. La memoria digital de la telefonía móvil transporta todo tipo de discursos semánticos. Ya cualquier tema puede empezar en el móvil, o bien que él demuestre las hipótesis con pruebas gráficas. En momentos de asueto siempre hay temas recurrentes: el género masculino fue radiografiado por una caminanta como poseedor de una sola neurona cuando alguien recurrió a los manidos temas sexuales a pie de calle. Quizá sea que o esas etapas ya no volverán, o se echan de menos o quizá los almendros pronto comiencen a florecer. O alguien espera encontrar un nuevo “mirlo blanco” (en versión masculina o femenina).

Sin nieblas

En el discurrir de las marcas jacobeas en dirección a Montserrat, las urbanizaciones con vistas a la montaña sagrada dan sentido económico al paisaje. Un buen momento para que quienes se relacionan con temas laborales de estadística o Hacienda enriquezcan la terminología económica del fraude con “el carrusel de las truchas”. Son esos movimientos de productos que, en manos expertas, fluyen por las fronteras y cuya finalidad es el fraude internacional de impuestos, con pingües beneficios. Estrategias y triquiñuelas de guante blanco con corbata y traje, con bufetes de abogados detrás y rufianes de mucha monta a los que sus escrúpulos apenas les imponen limitaciones que no sean las cuentas bancarias.
El paisaje se despeja en dirección al término de Marganell, con las agujas al fondo y más campos labrados por doquier. Pocos paseantes pero algunos sí. Un grupo de jubilados se dirigen a una jovial jubilada del grupo para suplicar la consumación de la ruta ante el monasterio señalado. El de las clases pasivas alegaba su gran fe en los milagros de la Moreneta, recordaba sus incursiones allá arriba y animaba a terminar el recorrido. Un camino que pasaría por la derruida casa donde se fabricaban perfumes artesanales, “La Fassina”, por la riera de Marganell causante de destrucciones ocasionales, Sant Cristófor, más rieras y casas aisladas con árboles de hoja amarilla a punto de caer, más urbanizaciones ya casi a los pies de Montserrat y una pista asfaltada que condujo al personal hacia el objetivo final.

Ya con el fotográfico perfil montserratino al alcance, el monasterio de Sant Benet a un lado, se supone que con la mediática monja Teresa Forcadas allí dentro, el camino se adentró en la zona que da acceso a una de las mayores concentraciones de mosaicos dedicados a las santidades vírgenes, el camí dels Degotalls. Una zona víctima de grandes caídas de piedras, con enormes redes de alambre para prevenir accidentes. Un acceso a tantas escaladas hacia las alturas de paredes verticales con vías consagradas (se supone que por la afluencia de tanta gente y por la Virgen protectora de accidentes). El fin se acercaba. Las riadas habituales de turistas, visitantes, deportistas, devotos y peregrinos mostraba la especie humana en algunas de sus categorías. Puede que la fe mueva montañas pero también da sentido vital a la espiritualidad, aporta grandes beneficios económicos y vende territorios atractivos.

Montserrat no pasa desapercibido. Atrae. Tiene magnetismo. Supone esfuerzo. Es el principio y fin de proyectos. Se usa a conveniencia de ideales, intereses y utopías. Sirve para manipular y para sincerarse. Tiene gran belleza. La altura invita. Bajar es volver. Estar es vivir.