LOA AL GR 7
Nuestro coordinador general me ha
propuesto que tire de disco duro y presente el GR7 a partir de las
vivencias de hace diez años. ¿Cómo negarse a las órdenes de tu
inmediato superior en los tiempos en que estamos? La mejor puesta en
sociedad del GR es que después de tantos años queremos volver a
hacerlo. ¡Qué ganas de patear de nuevo la ruta que, aun naciendo en
Esparta y acabando en Tarifa, nosotros la repetimos desde Andorra! O
sea, podemos comprar un cartón de tabaco en El Punt de Trobada,
aromatizarlo en Rasquera y llevarlo hasta Tarifa, que es donde el GR
acaba. Y de allí bajarlo al moro y reconvertirlo con otras hierbas.
Loar y glosar el GR7 puede ser tan
largo como el recorrido hasta nuestro destino final en Fredes, en
Castellón. Pero lo acortaremos. Un sendero que fue el primero que se
marcó en todo el Estado, en 1974. Como que tampoco hace falta
convencer a un público senderista muy seguro del reto, bien está
enumerar posibilidades históricas como punto de partida a otras
vivencias que tendremos a partir de septiembre.
Por aquello de llevar la contraria,
iremos desde donde lo dejamos a donde lo empezamos. Teníamos más
cabellos, más potencias y quizá más proyectos pero en un momento
en que algunos nos extasiábamos con la Andorra menos visitada por
las hordas consumistas. Los campos de tabaco, con sus enormes hojas,
fueron ese manto que cubrió la más memorable de las etapas vividas
hasta ahora, por su crudeza y belleza de alta montaña. Hacerla
justifica el reto. Grau Roig fue el origen de una gran aventura,
triscando por pendientes pronunciadas, con piedras que te caían de
quien pisaba más arriba. Parecíamos hollar els Pessons cuando
nuestra famosa desorientación nos llevó a alturas no buscadas.
Sudor, altitud y cansancio con vistas a la estación de esquí de Pas
de la Casa Grau Roig. Allá arriba hubo intrépidos del agua fría
que refrigeraron sus partes a temperatura cortante a principios de
septiembre. No se sabe por qué pero de aquella pareja nunca más se
supo como caminante en el grupo. Y por poco le perdemos la pista a
quien por culpa de unas setas ahuecó el ala. Desorientados, con
amenazas de tormenta eléctrica, menos mal que un pastor hizo entrar
en razón a un grupo tan estudiado y quijotesco. Aquella etapa por la
zona alta de la Vall Madríu descubrió más el valle como un lugar
para sufrir que no sus riquezas como patrimonio de la humanidad.
Nunca olvidaremos la cara desencajada de una Grmana aquí presente
que por poco se me tira a la yugular.
Y qué decir de las andanzas por
Tuixent, donde seguíamos disfrutando de un conductor al que más
vale no ponerle adjetivos. Allí olvidamos a un Grmano, quizá
seducido por los ungüentos de los ancestros de las históricas
trementinaires. Otro individuo más ya sin rastro de él. Pero
también Tuixent pasó a la historia por caminar con nieve hasta la
cintura en algunos tramos. Memorable experiencia. De las que no se
olvidan.
Por el Solsonès visitamos Sant
Llorenç de Morunys , subimos el primer Coll de Jou, y entramos en el
cementerio modernista de Olius, nos perfumamos con el olor a
santidad en el santurio de El Miracle pero el olfato predominante
por el camino salía de las granjas de cerdos. Y nos hicimos una foto
en el monolito del centro de Catalunya, en Pinós, en medio de niebla
y humedades diversas.
La Catalunya central nos permitió ver
las obras de l'eix transversal en Sant Pere Sallavinera. La semana
pasada seguía con conos y un solo carril por sentido porque la
empresa constructora reconoció haberlo hecho mal. ¿Os suena a algo?
Para no alargar el relato, damos un salto y nos detenemos en terreno
de Tarragona: Mont-Ral, Arbolí, subida al segundo Colldejou, (solo
que este se escribe todo junto), la serra de Llaberia, Tivissa, la
Rasquera del derecho a decidir sobre la marihuana, Benifallet. Allí
hubo dos protagonistas, el viento y esos animales casi innombrables
en toda Catalunya menos en Tarragona: los toros. En la zona de Els
Ports de Beseit el viento casi nos levantaba y no lo hizo porque casi
todos en aquella época ya empezábamos a desarrollar la musculatura
abdominal. Y, por si fuera poco, en momentos de cansancio esos toros
que pastaban se te quedaban mirando en tono desafiante. Uno hasta
intentó embestir a un Grmano. El senderista dice que nunca volvió a
correr tanto y tan veloz como aquel día. Y otro Grmano, también
ausente del grupo, se entregó a un astado y, de tan cansado como
estaba, se dirigío a él y le dijo: “Yo no puedo correr, haz
conmigo lo que quieras pero rápido”. El toro se apiadó del
desarmado caminante.
Las tierras cercanas al río Ebro nos
recordaron batallas y guerras civiles. Alguien llevó hasta una
bandera republicana, enseña con la que nos fotografiamos y cantamos
lo que ya os imagináis. Aquel bar de Paüls tenía algunas bombas
como decoración y pista para lo que nunca debería volver a ocurrir.
Pero de lo que no nos salvamos fue de la enorme cantidad de agua que
cayó cuando cruzamos el Ebro. Era época de mandarinas y seguro que
en Mallorca debieron llegar algunas flotando. Bueno, otras
alimentaron a los Grmanos que las tomaron prestadas de aquellos
campos tan bien decorados. Poco a poco nos acercábamos al punto que
puede ser principio y final, Fredes. Llegar hasta allí fue largo
pero valió la pena.
El GR 7 está ahí, los recuerdos
anteriores forman parte del recorrido y de alguna variante que
también hicimos. ¿Qué pasará en septiembre? Lo mejor es que, diez
años después, nos volvemos a atrever con un largo sendero, con
subidas y bajadas, madrugones y buenas siestas de regreso en el
autocar. La aventura está ahí. Sírvanse ustedes. Hay barra libre.
Pero no dejen de consumir el GR7. A partir de septiembre.