¡Por
fin libertarios en Andorra!
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Gisclareny 2013: cambio de menús y de tendencias
¡Qué
curioso es acceder a Andorra en autocar muy de mañana y hacerlo de
manera solitaria, como si fuera el primer cargamento humano listo
para vaciar algunos estantes de los supermercados y “quemar” la
banda magnética de la tarjeta de crédito o débito! O huir de
ciertos festejos trasnochados para reencontrarse con mínimos
descuentos en bienes de consumo habituales. Pues no era ni el momento
ni la finalidad de quienes dejaron atrás “punts de trobada” que
sí harían su función al volver. En la subida hacia el punto de
partida de la segunda etapa del GR 7, en Les Escaldes, se produjo un
encuentro publicitario de grandes dimensiones con la Banca Mora y sus
argumentos para invertir, mientras un poco más arriba había dos
edificaciones con o sin aparente conexión con el mundo financiero:
el matadero y el centro penitenciario del país de los Pirineos.
Alguien oteaba el horizonte por si encontraba la otra punta de este
triángulo vital: el cementerio. Solo se acertaba a ver el hospital
Nuestra Señora de Meritxell (más vitalidad) y la punta de la torre
de la catedral andorrana del agua: Caldea (limpieza vital). Y, de
subida, la delegación de una empresa pesquera gallega cuyo actual
presidente es el propietario de una afamada cervecera (DAMM),
encausado en un fraude de 74 millones de euros, con una fianza hoy de
1.400 millones impuesta por el juez Ruz. Una de las “estrellas
doradas” de la corrupción: de Barcelona, que se codea con lo mejor
de cada casa y se autoproclama de los más patriotas.
Inicio
Allí
cerca se comenzaron a ver las edificaciones al fondo, la vida abajo
en el valle, y más perspectiva habría cuando se inició la subida
desde los 1.023 metros hasta los 1.735 en apenas cuatro kilómetros.
Con cuatro grados de temperatura entrar en calor llegaría pronto.
Curiosa esta vida de caminante, en que se empieza sin calentar en
medio de un frondoso bosque de pinos derechos como una vela. A
aquellas horas iniciales de la mañana, la progresión del ascenso no
facilitaba pruebas de lo que vendría después: esas curvas de nivel
que, bien sudadas, obligaban a quitar ropa, a pararse a coger aire y
a tener malos pensamientos hacia quien se le ocurrió empezar de esta
manera. Pero no había otra alternativa. Había que llegar a la cima
del collet de la Palomera. Desde allí se veía el valle de La
Valira, el Salòria y, al fondo, el Alt Urgell,
Al
sol
La
distancia entre la cabeza y la cola fue considerable, acrecentada por
un cansancio bien documentado en cada tramo y continuamente
retransmitido vía walki con una frase lapidaria: “Esto no se acaba
nunca”. El mejor wikiloc, mapa o GPS eran las gotas de sudor que
bajaban mientras no se paraba de subir. A aquellas horas y en zona de
sombra con buenos desniveles, buscar el sol exigía llegar arriba y
triscar por las peñas que comenzaban a dorarse con los primeros
rayos. Los que llegaron fueron a por ellos y los encontraron arriba.
Los últimos lo disfrutaron más abajo. Galileo podría aportar
pruebas evidentes de sus teorías y sería bien entendido, no como en
aquellas épocas.
Alguien
comentó que una buena forma de terapia en GRMANIA es el escarnio
público ante supuestos errores. Que el procedimiento siga con el
respeto de siempre. Si tampoco reímos aquí, ¿dónde sino?
Acumulaciones
Las
máquinas al final verificarían que los 992 metros de desnivel
positivo junto a los 921 de negativo hicieron mella en los espíritus
y en los cuerpos. La altura junto con el sudor deben tener
propiedades extrañas: el elixir de un GR pirenaico en sus inicios. A
2,5 km por hora: velocidad muy respetable entre público que ve lejos
la juventud y cerca otras edades. En estas circunstancias, la
rebelión o el motín no tocan aunque a menudo el cerebro produce
pensamientos negativos mientras la distancia entre grupos se
acrecienta.
Libertarios, no libertinos
He
ahí la expresión ratificada a lo largo de tantos años de ponerla
en práctica: nuestro principal sello de identidad que alguien tuvo que
recordar. En estos tiempos de control, de pensamiento único y de
manipulación de nuestros cerebros, menos mal que la socorrida frase
de “salimos cuando queremos y llegamos cuando podemos” demuestra
que en la entropía el desorden también ayuda al orden. Que la
libertad no es libertinaje. Juegos de contrarios que abundan en
muchos órdenes de la vida. Y que nadie se rasgue sus vestiduras
mentales. A estas edades, que tampoco sean las ropas físicas: la
ética por encima de estéticas ya alteradas por los años.
Bordas
y lujos
De
bajada a niveles más vivibles se pasó por una de esas bordas que
aún no se han reconvertido en viviendas de lujo o restaurantes. La
puerta, abierta. Una fuente a la entrada. Dentro, evidencias de que
las vacas dormían allí. Símbolos de esa Andorra rural que sólo se
aprecia si la caminas a estas alturas. Pero, más abajo, esas
urbanizaciones que por fuera respetan la estética de la pizarra y la
piedra y por dentro responden al lujo y mobiliario del poder
económico de sus amos. Trabajadores de diferentes procedencias
mantenían aposentos de públicos que bien podrían ser los jefes de
Banca Mora. Mientras, la bajada al asfalto era un amago para
ascensiones posteriores. Los primeros oasis en curvas del camino
simbolizaban la vida que fluye, las aguas que confluyen al final en
el río Valira y después en el Segre en La seu d'Urgell.
¿Y
el otoño?
Las
subidas, bajadas y caminatas por la exuberante vegetación bien
regada por la abundante agua no daban señales de que estuviéramos
en otoño. No se sabe si es calentamiento global o procesos normales
de la naturaleza en esta civilización peculiar. Pero el colorido de
la estación más fotografiada del año apenas se percibía. Y eso
que el GR recorría longitudinalmente Andorra a 1.300 metros de
altura, seguía el tumulto comercial. Del cual apenas se veían los
tejados de algunas construcciones que, si eran edificios comerciales,
a veces se aprovechaban para aparcamientos. Enfrente, en la otra
parte del valle, carreteras y pistas a alturas bien aprovechadas. Se
caminaba en paralelo a Santa Coloma, Aixovall, Sant julià de Loria
(Naturlandia abajo y la estación de esquí de fondo La Rabassa
arriba), Certés, Llumeneres, Aubinyà, Juberri (nombre de
connotaciones vascas: Berri significa Nuevo) y el centro comercial El
Punt de Trobada en vez del destino natural: La Farga de Moles.
Huyendo del comercio pero con fin en el Punto, o sea, en el quid de la
cuestión.
Aromas
Ya
habían advertido que los campos de tabaco, ya cortado, abundarían
por el recorrido. Esa planta que colgaba de las vigas de casas muy
bien aireadas. Del verde al marrón hasta marzo, muy venteadas en
esas altitudes. Era el tributo a la compensación arancelaria por los
permisos para la venta de marcas foráneas que colonizan el
territorio y acrecientan las ansias del contrabando: la economía
sumergida a base de eludir los impuestos a los Estados que se
benefician de drogas legalizadas por ellos mismos. La salud importa
pero se ve que no es incompatible con la creciente fiscalidad ni con
los bares expeditos de humos diversos. Las máquinas retrataban esas
ajadas hojas como recuerdo para algunos del origen de aquellos
placenteros aromas: el elixir de una época que ahora se cambia por
salud, vitalidad y el aire puro de estas alturas. Las endorfinas como
compensación a otras carencias.
Jóvenes
labradores recogían enormes calabazas y explicaban el proceso del
tabaco. También podrían haber explicado su peculiar reciclaje de
los bastones de caminar y de esquiar: les servían para delimitar las
fincas de tabaco.
Más
allá, granjas de vacas vigiladas por malcarados perros que
ahuyentaban al caminante sin salir de su radio de acción. Cerca,
enormes fardos de plástico, herméticamente cerrados para que la
hierba fermentada acabara bien su proceso. Aun con todo, el
penetrante olor traspasaba hasta los primeros resfriados.
Balcones
El
GR parecía esculpido en la piedra con tramos aéreos, pasos
estrechos y precipicios disimulados con la vegetación de la zona. El
sube y baja continuo proponía amplias panorámicas, balcones sin
barandilla y piedras trabajadas para favorecer el paso. Era la otra
Andorra al alcance de unas zapatillas de montaña pero eso sí: ¡ojo
avizor!
Identidades
La
avanzadilla inicial no supo hasta el final cómo iba el desperdigado
pelotón y el rifirrafe que se produjo a la hora de ejecutar un plan
B que bien podría haber sido también el plan A. Algo debió pasar
cuando la cara de un formal Grmano pronunció una frase lapidaria:
“¡Nunca más!” En “El Punt” hubo un encuentro diverso: los
primeros con grandes jarras, los segundos contentos, y los del
autocar con división de opiniones e interpretaciones. Algunos
enfadados, con atisbos de mandíbula desencajada. Una estrecha
carretera hizo estragos en el chófer y pasajeros al pretender hacer
efectivo el “de puerta a puerta”. De ahí las caras largas, los
bramidos, los bufidos encubiertos y el nunca más de gente muy
moderada. Todo junto trajo consigo una excelsa reflexión nocturna en
la que se glorificó la base de GRMANIA: el espíritu libertario, el
“tans caps, tans barrets”, la sensación de caos aparente que
siempre acaba bien. Después de más de 17 años de existencia, esta
etapa confirmó las señas de una identidad muy consolidada. Ni
walkis al final, ni avanzadillas ni normas, estatutos o similares. La
identidad libertaria nos une a estas alturas de la existencia: aunque
solo se vea en cada GR. Y esto ocurra en la casi medieval Andorra.
El
Punto final
Fuera,
en la carretera de entrada (o de salida, según se mire) colas de
vehículos. El amo de un lujoso coche que se quejaba porque el
enganche de la mochila y un bastón de un Grmano le tocaron la
impoluta carrocería. Aglomeración humana dentro del Punt de
Trobada. Como si lo regalaran todo. Expendedurías de potingues a los
que acudían personas a pedir las marcas de alto standing en oferta permanente. Una señora
montó una gran cola por querer aplicársela allí mismo a su hijo y pretender ver ya los efectos. Tan monos ambos. Grmano con una garrafa
de alcohol para alquimias etílicas. Cajas de puritos de marca. Los
añorados paquetes de azúcar. El chocolate. Y el autocar. Cerca: el
punto de salida. Con una duda: ¿lo libertario es sello de calidad,
de distinción o significa estar en beta permanente?
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Gisclareny
2013: cambio de menús y de tendencias
Alguien
decía que Gisclareny tiene un toque mágico, se mire para donde se
mire. Quizá ésta fue la razón por la que Mosen Cima se instaló
aquí después de probar otros lugares anteriores. La amplitud del
fondo, el Pedraforca, Sant Miquel de Turbians, la soledad y la
cambiante meteorología o la magia de un lugar que ya forma parte de
nuestra pequeña historia. Pero se avecinan cambios.
En
esta ocasión, el acopio de víveres fue eficiente pero el momento
vital del consumidor final ya no es el que era. Mucho personal, casi
se colgó el cartel de “completo”, toques románticos de Grmanos
para que no todo fueran los placeres de la gula pero al final hubo
unos excedentes alimentarios que bien hubieran merecido la entrega
posterior al Banco de Alimentos. También puede que influyera la
semioculta planificación cultural que un sesudo equipo quiso
infiltrar en los momentos anteriores o posteriores a la cena
conventual del sábado.
Menús
La
tentativa inicial a resolver la cena del viernes con preparados
diversos e individuales quedó definida gracias a la predisposición
de quien tiene tiempo libre, sabe olisquear por los mercados,
detectar alimentos de calidad y escoger lo mejor para su público más
fiel: butifarra ibérica y chistorra de la mejor calidad, junto con
las ensaladas del Capitàn Enciam, decoradas con los agridulces
granos de la otoñal granada. El resto de condumios ya estáaban
consolidados por la fuerza de las buenas costumbres y las manos de
quien sabe batir huevos, hacer tortillas o sorprender con aperitivos
con aromas de la nocturna chistorra.
Mesas
En
Gisclareny hay dos mesas eucarísticas: la más alargada para estar
sentados, disfrutando, pasando platos, viendo, consumiendo y
departiendo hasta sobre el informe PISA. Y la más corta en la cocina
donde, mientras se prepara el ágape oficial, discurre el pequeño
bocado, la tapa, el platillo, el trago corto pero continuado, la
bolsa que se abre, el embutido que se trocea, la sorpresa de quien
aporta lo inesperado.
Bebidas
En
esta ocasión la cerveza quedó en un muy segundo plano. El rey
indiscutible fue el vino, con lo que habrá que tomar nota y evitar
ser unos lateros en el alto Berguedà: en porrón, en botella, en
trago largo o corto, cualquier formato era bien recibido. Pocos
restos de botellas olvidadas y mucha apertura. Hasta hubo que enviar
un SOS a quien venía más tarde para abastecer a tantos catadores de
Somontanos, Riojas o licores artesanales y muy consolidadas Ratafías.
Culturas
En
diferentes mentideros corrió el rumor de que dos personas preparaban
una oferta cultural para antes o después de la cena del sábado.
Querían aportar un toque reflexivo al encuentro y que fuera más
allá de lo tradicional. Parece ser que el actual Papa era el
inspirador de la propuesta, que se ofrecería de manera voluntaria en
un reservado de la casa. La idea maduraba pero la localización
temporal no encajó. En realidad, la mesa de la cocina era una dura
competencia a aquella otra cultura. Allí se trabajaba a fondo la
marca del vino, la denominación de origen del chorizo, el aderezo de
las conservas en vinagre, el gracioso toque a los huevos o la forma
de revolver aquellas patatas que esperaban el toque definitivo de la
maestra de este arte culinario. Al final, parece ser que se optó
porque la nueva propuesta fuera por la vía digital, con lo que en un
futuro habrá una posibilidad más para pensar en nuestro yo
interior.
No
obstante, la otra cara de la moneda fue la repetición de la clase
magistral sobre astronomía. Allí, con las estrellas como techo y la
estelada en un mástil, el público rebobinó los aprendizajes
olvidados por quien tanto esfuerzo pone en tamaño empeño año tras
año.
Caminos
El
día fuerte, el sábado, el equipo A llevó a cabo una ruta por una
zona de Cavalls del Vent hasta llegar als Empedrats, para después
ascender casi al Coll del Pendís, bajar por el refugio de Sant Jordi
(donde explicaban por qué ya no dejan entrar ni las mochilas a las
habitaciones), seguir por Els Empedrats y volver a Gisclareny por un
sendero de gran recorrido. Quien sabe de tortillas y tiene una mano
excelente para manjares diversos diseñó un recorrido exigente,
precioso y con fuertes desniveles. Por ella no pasan los años. De
los 900 a los 1.400 metros, bajada, subida a 1.600, bajada de nuevo y
última subida para bajar a Gisclareny y subir de nuevo hasta El
Roser. Más de nueve horas por en medio de bosques llenos de setas,
la humedad de las sombras, fuertes subidas, el refugio de Sant Jordi,
el agua, las piedras, los senderos camuflados con árboles cortados.
Agradable encuentro con los equipos B y C antes de llegar al aula de
naturaleza de La Salle (al final de Els Empedrats), mientras manos
expertas buscaban y siempre encontraban setas por los alrededores de
la casa.
Si
la meteorología fue la adecuada, la compañía fue aún mejor. Que
los ánimos no decaigan y la tradición siga perpetuándose. La magia
de Gisclareny vale la pena.
Evaristo