jueves, 26 de octubre de 2006

GR92, etapa de Begur a Cala Fosca (Palamós)

El paisaje marítimo de la Costa Brava
desde un GR con buenas vistas


GRmanos y GRmanas,

Los buenos propósitos para la presente temporada sobre el servicio de puerta a puerta no parecen brillar por su eficacia. Los diferentes grupos deberán distribuirse los walki tallkis ya desde el día anterior a la salida y así, situados cada uno en una punta de la ciudad, tranquilizar los nervios de quienes esperan un autobús que no llega. Los veinte minutos de retraso parecieron ser la otra cara de la moneda cuando, de camino a la búsqueda del segundo grupo, un cartel electoral te recordaba la consigna publicitaria del momento: “Fets, no paraules”. De eso se debe tratar también con esta empresa de desvencijadas diligencias.

Reservas con antelación

Los dulces sueños del conductor animaron la espera y propiciaron el primer cruce de palabras, mientras los controladores de la lista oficial azuzaban la vista para saber si faltaba alguien o no (además del conductor). El continuo desfile de vehículos de presuntos “caçadores de bolets” no ensombrecía la figura esperada. Al final vino y se iniciaron movimientos de reserva de plazas entre quienes primero ojeaban las mejores posiciones. Sí, se observaron las primeras prendas que verificaban que ese asiento estaba reservado para ausentes que pronto se presentarían en el lugar elegido. Con o sin asiento, hubo acomodo y sobraron plazas. Incluso no fallaron quienes venían de una boda, pasaron por el tren de lavado de casa, dejaron la pajarita, cogieron los útiles de paseo y disimularon sus sueños como bien pudieron. También hubo nuevas caras y “nuevos” repetidores que parece que han sido bien tratados.

Begur a la vista con subidas

Bagur nos acogió al lado de ese monumento que no pasaría la primera inspección de riesgos “públicos” sobre seguridad viaria. Hierro retorcido a pie de calle, arte por tierra y estética oxidada, simbología que necesita un tiempo para ser comprendida. GRMANIA no iba a eso y tampoco era cuestión de destapar las interpretaciones subjetivas ante tanto arte como allí estaba tirado por los suelos.
La pregunta casi siempre se repite y la auténtica respuesta sólo se sabe al final. Si hay o no subidas y cuántas. División de opiniones, como en los toros (dicen), etapa llana, llana, llana. Los escépticos que sudan y no disfrutan con “las llanas subidas” arrugaron el entrecejo cuando los inicios fueron en ascensión. Ni curvas de nivel ni prospecciones de GPS ni dibujos de expertos. Los latidos del corazón y las rodillas demuestran que la llanura debe estar en otras zonas. Al lado del mar, apenas grandes alturas pero…

A pie con buenos balcones

Ir por la recortada costa de esta zona tiene unos encantos que obligan o a utilizar medios acuáticos, aéreos o pedestres de desplazamiento y contemplación. La belleza de la brava costa sólo nos estaba permitida a pie, o acuática si había un momento de despiste y caías al fondo, o aérea si eras tan soñador que todo era etéreo y te la imaginabas como las postales, aun a riesgo de no pisar el suelo y sufrir las consecuencias. Los balcones venideros invitaban a asomarse al mar y perderse en su inmensidad.
La calle Gurugú asomó en una bajada y fue la puerta de entrada a Tamariu, a escasos cinco metros sobre el nivel de un mar que estábamos casi tocando. Un bello rincón que nos mostró ese mar tranquilo que ya había lavado muchos cuerpos estivales, un sitio más donde disfrutar del sol de otoño de forma tranquila, calmado desayuno en una terraza al sol, buena compañía y ningún otro objetivo que no fuera dejar la mente en blanco e imaginarse qué habrá más allá de la línea del horizonte. O sea, pura palabrería cuando la realidad nos sugiere que busquemos las escaleras de la playa para sentarnos y observemos cómo viven los que se lo montan de otra manera. Las gradas marinas mostraban la playa con restos de todo tipo y, donde antes los pescadores ponían sus peces a secar al sol, ahora hay neoprenos de submarinistas que demuestran cómo cambian los tiempos y, o adaptarse o morir: mejor, el buen vivir del turismo.

Bocadillos de cara al mar

El azul del mar, la claridad de la luz, la tranquilidad y los momentos pausados propiciaron un agradable desayuno con un regalo de lujo: un limpio y agradable lavabo de hotel a nuestra disposición. Un sitio para visitar en otras ocasiones y con otras intenciones. O, por lo menos eso manifestó un sujeto que, mientras degustaba su bocadillo, no paraba de entornar la vista hacia aquellas mesas con buenos desayunos al estilo británico.
El GR no había hecho más que comenzar y se trataba de seguir los caminos de ronda que se perfilaban como continuos puntos de observación de la más típica costa de estas latitudes. Más que los habituales senderos, parecían caminos civilizados, bien reconstruidos, hasta con barandillas y señalización de ayuda. Aquella etapa llana se notaba de continuas subidas y bajadas. El acantilado arriba, la cala abajo, subida, suave llanura, vuelta a bajar. Vegetación mediterránea y casi ausencia de grúas, señal inequívoca de que o todo ya está especulado u otros aires empiezan a soplar en estas zonas tan castigadas por la vorágine del ladrillo y por la tradicional tramontana. O esas luchas ecologistas que, como en la playa de El Castell, han dado sus frutos.

Calas y faros

Cala Pedrosa hacía honor a su nombre de piedra, a la que se legaba después de una pronunciada bajada escoltada por protecciones de madera. Tan abajo implicaba subir, ir por una senda estrecha en medio de torrentes llenos de vegetación. Había momentos en que los sitios podían corresponder a cualquier otro de esos lugares por los que se paga mucho dinero para fotografiarse con él al fondo. Y aquí están y por ellos pasamos. Poco a poco nos aproximábamos a los 180 metros de la montaña de Sant Sebastià, que era el final del macizo de Begur. Grandes pinares descubrían de vez en cuando alguna mansión bien disimulada, cuyos propietarios se especulaba que fueran los amos de tantos juegos, casinos y máquinas de origen en Doña María y residencia real ni se sabe dónde. De la fiscal, mejor no imaginar.
La ermita de al lado de la torre descubre a ésta, un torreón no apto para instintos suicidas, más que nada porque no te dejan subir hasta arriba y casi todas las ventanas están bien cerradas. No obstante, hubo quienes, después de traspasar al “simpático” mozo de la entrada, se atrevieron a llegar arriba, abrir una ventana e imaginarse caballeros luchando por aquellas dos descocadas damas que dejaban entrever sus encantos. Sí, eran reales y parecían extranjeras. Estaban abajo, junto a unos aguerridos atletas de otras latitudes. Las vistas, espectaculares (se entiende las del paisaje). Reagrupamiento al lado del lavabo y del bar cercano al faro. Comentarios en torno a la locuacidad de un mozo de los nuestros que presumía de sus encantos parlanchines con varias damas a la vez. Lo que también era causa que se sumaba a cierta lentitud general que se observó cuando aún quedaban bastantes kilómetros.

Llafranc con vistas

Por tanto, bajada rápida hacia Llafranc, otra encantadora cala con penetrante olor a salitre, a guisos marineros y a sardinas a punto de ser acompañadas de frescas bebidas. También había cuerpos al sol y atrevidos bañistas. Todos daban mucha sana envidia a quienes sólo los veíamos y pasábamos más o menos rápidos. No era cuestión de detenerse a pensar en las inocentes simplezas de cualquier libro de texto de primaria: el mar es azul, los prados son verdes, la arena está en la playa, el sol calienta, el niño se baña. Mentes más rebuscadas podrían añadir lo buenas que estarían esas sardinas, la playa no se limpia, la carne es débil y la buena vida gusta a todos.
En esas estábamos cuando las primeras unidades y las últimas iban exageradamente separadas. Pararse para reagruparse, unos “haciendo la goma” y otros no llegando, la solución en Calella de Palafrugell.
El camino era variado y muy diverso, apto para todos los gustos. Mar y montaña, cazadores y pescadores, unidades motorizadas y a pie, familias, parejas y soledades entregadas a disfrutar del otoño cuando la masa ya no está, o sea, está masificada en otro lugar. Seguimos por encantadores caminos de Ronda, adornados hasta con túneles que hacen agacharse a cabezas altas. Peldaños de escaleras que te hacen dudar si cogerlos de dos en dos o de tres en tres: lo hagas como lo hagas, casi siempre los últimos pasos siempre se quedan cortos y debes salvar el tobillo “in extremis”. Hubo pérdidas por esa velocidad que imprimen los que piensan que se va más deprisa si los primeros corren. O sea, que aprendan los últimos.

Calella de Palafrugell y la filosofía

Calella de Palafrugell asomó por una de sus playas, al final de la cual hubo una espera general, cuerpos por tierra cansados de tanta “llana” subida y reagrupamiento en una de las tierras cuna de las habaneras, cerca de la televisiva cala en la que los modernos lobos de mar con boina al uso y camiseta a rayas blancas y azules se dejan ver en sus barcas, que reflejan su silueta en las olas de la noche. Allí escuchan “El meu avi” y similares o esperan a “la bella Lola” mientras los granos de café crepitan en el cremat regalo de la casa (o de Ron Pujol). Son esas canciones coloniales que Marina Rossell las clasifica como “las músicas con filosofía”.

Amenazas y bodas

La salida de esta turística población se dirige hacia la urbanización El Golfet (nombre de golf, de golfo o de “golfo”) para subir hasta los 139 metros del Puig del Terme. Desde aquí, entre las escopetas de los cazadores y sus perros, se llega a la cala Castell, símbolo de las recientes luchas de los ecologistas en contra de las amenazas inmobiliarias de los de casi siempre. De momento gana la belleza de un lugar en donde se observan construcciones abandonadas y alguna casa cerrada.
A continuación otro sitio encantador, cala S’Alguer, donde las antiguas casas de pescadores tienen su viejo refugio para las barcas y donde sus habitantes distribuían velas para actos nocturnos. Quizá pudieran estar preparando algo para la pareja de novios que se hacían fotos unos metros más allá. Se supone que, ya una vez desposados, se entregaban a los lances del amor fotografiado y querían inmortalizarse casi al bordo del acantilado. Después de dar el paso de la unión, no se trataba ya de empezar con un paso en falso y caer al abismo antes de iniciar la convivencia de verdad. El grupo de GRmanos que por allí pasaban los saludaron con el manido “vivan los novios”, detalle que agradeció la novia mientras posaba para la toma fotográfica.

Comidas, estiramientos y exhibición de almejas

Poco a poco parte del grupo llegó al final previo al previsto inicialmente. Cala Fosca fue el lugar escogido para rematar la etapa. Allí los concurrentes desplegaron sus saberes respecto a estiramientos y, miraras donde miraras, todos estiraban. Hasta un gato hacía lo propio, algo que, por cierto, siempre hacen aunque se levanten de dormir. Ante tantos ejercicios urge diseñar una tabla de estiramientos y, al toque de un buen pito, todos en formación y a la vez hagan movimientos más o menos coordinados. Pero no todos se entregaban a esta acertada operación. Pronto la terraza de un bar la habían reservado para todo el grupo.
Mesas, jarras, vinos, cafés, chocolates, los primeros turrones, dulces. Todo formó parte de ese tercer tiempo de cualquier partido en el que los agradables comentarios de la jugada, bien regados y mejor comidos, hacen más por el bienestar del equipo que el tiempo en activo.
Los postres, como siempre por estas épocas, sirvieron para esquilmar los bolsillos con variadas loterías y para diseñar otros actos posteriores.
En esas estábamos cuando un grupo de damas se entregó al disfrute de los beneficios del agua marina. Después de cierto tiempo, se presentaron ante el grupo luciendo sus almejas. Sí, habían ido al agua y traían almejas mojadas. Y las había grandes y pequeñas. Unas más rojas quizá por la clase o por la corta edad, otras más oscuras. Debido a la situación se debieron cohibir y estaban cerradas, no les tentaba abrirse y enseñarnos sus entrañas. Quien más sabía de animales disfrutaba y disertaba con tantas enseñanzas sobre esos seres vivos tan atractivos en sus diferentes estados y acepciones.
El tiempo pasaba, el sol perdía fuerzas y tocaba dejar esta cala y estos paisajes, estos caminos que te enseñan las maravillas de una costa idealizada porque así lo propicia la realidad. Un paisaje, un mar, una senda, unas personas y un destino.
Y una enigmática frase a la que recurre el actual Premio Nobel de Literatura, Orham Pamuk, que es una cita del escritor turco Ahmet Rasín:

“La belleza del paisaje está en su amargura”

Evaristo
Terrassa, 24 de octubre de 2006

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