Pasar de lo superficial al fondo no es fácil. Tener buen fondo cuesta. Pero, tranquilos, aquí no se va a tope ni a fondo. Todo con naturalidad.
domingo, 3 de mayo de 2009
Etapa 21 del GR1, entre el coll de Comiols y Vilanova de Meià
“Os veo igual que hace seis años”
Grmanos y Grmanas
¿Alguien no se sentiría halagado si, a esta edad, una persona procedente de León le regalara los oídos con tamaño piropo? Mirado uno en el espejo interior, proyectada la imagen exterior en un espejo, la frase podría ser muy afortunada. No obstante, lo que parece una cosa puede ser también la contraria. Un piropo a veces encubre esa otra realidad. La incógnita se despejará después.¡Hay tantas incógnitas de que hablar!
Primera incógnita
Y, si de interrogantes hablamos en etapa tan variada, llamó la atención que un pequeño grupo de hombres focalizara sus saludos iniciales en la respuesta correcta a una duda. Mientras llegaba el autocar, debatían sobre diminutas prendas textiles en paisajes humanos muy femeninos. Y llegaban a la conclusión de que podría ser tanga. Aunque hablaban casi en clave, después se supo que los viajeros al cabo de Gata no encontraron estos animales, sean gatos o gatas, pero sí una joven que asomaba su hermosura en lontananza. La distancia no fue un obstáculo insalvable para identificar a aquel ser. Los prismáticos masculinos, los trípodes (¿de tres patas, no?) y los teleobjetivos retrataron la imagen. Después de varios estudios en laboratorios fotográficos especializados en desnudos femeninos, llegaron a la conclusión que no era un animal gatuno sino una joven mujer, libertina y desinhibida ella, una reliquia de la época hippy que se mostraba en tanga a la concurrencia. La primera incógnita, pues, estaba despejada. Ya vendrían más. Y más muestras de aquella generación ad-lib ibicenca.
Segunda incógnita
Se desconoce cómo el coordinador del grupo tiene tanto olfato a la hora de preparar las rutas. En este caso había diseñado tres planes para acceder al coll de Comiols, principio de etapa. Y había trabajado con mil y una coordenadas para alimentar los GPS, junto con su nuevo ayudante de campo en estas tareas tecnológicas. Las dimensiones del autocar le hicieron tirar del plan B, con lo que se pudo acceder sin novedades al coll de Comiols, a 1055 metros de altura.
El camino recorrido por la Segarra parecía un extenso prado. Campos verdes, extensiones de cereales que solían rodear algún montículo en el que, a los lados de alguna fortificación medieval, se erigía un pueblo. Los colores de una primavera lluviosa brindaban un paisaje fresco y espléndido.
Tercera incógnita
El camino discurría por entornos naturales elevados. Al fondo, la nieve del Pirineo. Abajo, Benavent de la Conca. De frente, un camino lleno de posteriores sorpresas. En medio, la coordinación de la fiesta de un Grmano ilustre, el cumpleaños de una Grmana también ilustre y los asuntos literarios relacionados con Sant Jordi. Llegados a un punto se impuso efectuar una primera parada para ingerir víveres. El lugar escogido también era como para pensar. Una zona con casa de colonias llamada “Bon Repós”, una ermita reconstruida y una gran masía llena de animales, muy cuidada y dedicada a una labor fundamental.Se llamaba “Centre de Testatge” de la federació de la vaca bruna dels Pirineus. Estaba declarada por el sello de la Generalitat como lugar donde se cuidaba a unos toros escogidos para que fueran buenos sementales, reposaran para asentar sus glándulas, producir buenos fluidos y cubrir lo mejor posible a sus hembras. Se desconoce si hubo relación entre esta noble dedicación animal y bastantes órdenes durante la posterior comida en una mesa, cuando todos gritaban: “¡a correrse!”.
Cuarta incógnita
Botas, frutos secos, bocadillos, platos variados, varias botas y las ya tradicionales petacas alegraron el reposo. Observación turística de la ermita y a seguir un camino lleno de más sorpresas. Todo iba como de costumbre, las marcas estaban desdibujadas pero se veían, los GPS daban fe del trabajo bien hecho y la mente estaba en el buen final. Sin embargo, el grupo hubo de poner a prueba si estaba preparado para gestionar la adversidad. Es esa nueva ciencia que cultivan algunos escritores que les hace vender libros como rosquillas, en los que escriben sobre lo obvio como si eso fuera extraordinario. Lo de siempre pero con cautivadoras palabras, de forma atractiva.
Y la adversidad llegó. No tanto por el obús observado sino porque un barranco fue la entrada a una estrechez que parecía como si también fuera de miras. Aquello hacía dudar, las marcas se desvanecían, la senda no respondía a un giro concreto. El jefe ya se ponía nervioso. Hasta mandó a algunos emisarios a explorar cuantos senderos se vieran. A otro Grmano le suplicó que se reagrupara. No sabía con quién. Estaba solo. El jefe sospechaba que el sonido de un río podía ser frontera inexpugnable. Temía mojarse. Órdenes y contraórdenes, el walki en una mano, en la otra el GPS, paso ligero, rostro tenso, oteando el horizonte, trazando posibles salidas, comparando al grupo como si fuera un proyecto de clase de primaria de un centro público de barrio. Aquello parecía el acabóse. El barranco se abría. Se pasó el río, ascensión entre matorrales y muchos romeros en flor. Unas casas a lo lejos, campos cultivados. Sensación de pérdida. Ante este panorama, el Grmano desplazado de León observó al personal perdido, recordó momentos similares hace seis años y, con gesto distendido, fue cuando “piropeó” al grupo: “Os veo igual que hace seis años”. Igual de perdidos, sin rumbo fijo. Razón no le faltaba. Más adelante el jefe quiso demostrar que este incidente era una anormalidad en GRMANIA y tiró de estadística: más de 130 salidas en estos años, menos del 2% de pérdidas memorables. Sólo en tres ocasiones: en la Vall Madriu en Andorra; en el Sender de la Pau, en Tarragona y hoy. Por tanto, alarmismos fuera.
Quinta incógnita
Ya casi fuera del barranco, hubo que bajar por un paso de montaña cuyo suelo estaba formado por pequeñas piedras. Este plumilla, mientras advertía que se tuviera cuidado al pisarlas, iba cayendo al suelo por haber olvidado lo que avisaba.
Ya abajo, una gran pluma relajó el ambiente. La incógnita era saber a quién pertenecía, a quién se le había caído, quién podía tener... La siguiente incógnita fue descubrir la dirección correcta. Para ello se siguió un rumbo equivocado. Mientras, quien entiende de fósiles cargaba bolsas con incrustaciones de animales marinos en piedras. Otros se fotografiaban. Era una pareja que buscaba un encuadre perfecto con multitud de romeros florecidos detrás. Alguien miraba una máquina de segar abandonada. Le recordaba sus tiempos de niño, cuando acompañaba a su familia a segar y recoger espigas.
Trotando sin parar, ya se soñaba con el restaurante del casal de Vilanova de Meià y con una comida aplazada hora y media por los retrasos acumulados: el sabor del conejo perfumado con hierbas silvestres, la ternera quizá hija de aquellos sementales, el Cariñena y las cervezas y los cavas y la compañía. Pero no. Todo el gozo en un pozo. El camino se cortó y la alarma cundió. Una situación adversa que había que solucionar.
Ante esto, saltó la posible e imaginaria noticia. Si esta pérdida se hubiera llevado al extremo, con intervención de fuerzas públicas de rescate, se especulaba cómo aparecería el tema en los medios de comunicación. Ellos ya se creían famosos, el centro de atención mundial, protagonistas del minuto de gloria. La duda estaba en cómo lo contarían los medios de comunicación al día siguiente.
Este plumilla se imagina que hubiera sido el gacetillero que debía cubrir el suceso para su periódico. Propone la siguiente noticia:
Salvados in extremis antes de llegar al canibalismo tecnológico
Indicios de un nuevo efecto del uso de los GPS en momentos extremos
Un equipo de la Unidad Especial de montaña de los Mossos d'Esquadra logró salvar a un grupo de 38 experimentados excursionistas que padecían una enfermedad desconocida hasta ahora: una crisis tecnológica sin precedentes mientras caminaban. El suceso ocurrió cuando la mayoría de los miembros de GRMANIA seguían el GR 1 entre el coll de Comiols i Vilanova de Meià, después de haber caminado unos 16 km en 5 horas y con una meteorología inestable. Las fuerzas de intervención especial los encontraron en pequeños grupos al final de un camino que, de repente, aparecía cortado. La mayoría mostraban ciertas perturbaciones que les dejaban sin capacidad como para tocar teclas,identificar el 112 o saber interpretar el entorno.
Uno de los rescatados declaró a este periódico que todo ocurrió de forma súbita. De pronto, mientras soñaban con la comida y celebración final en un restaurante (algo inusual, pues casi siempre comen bocadillos y similares), la ausencia de camino hizo que desplegaran un gran mapa para orientarse. La mayoría de hombres del grupo lo sostenían e intentaban interpretar cualquier curva de nivel para encontrar la salida correcta. El testigo aún no entiende cómo ese gran grupo, formado por más de 20 titulados universitarios (geógrafos, profesores, historiadores, geólogos, pedagogos, informáticos e ingenieros), con una vasta formación en todos los campos imaginables y con enormes ansias por saber más, sufrieran el llamado “síndrome del GPS”.
Los Mossos dieron cuenta en el atestado que el nivel de equipamiento tecnológico del grupo era casi excesivo: varios GPS, algunos walki talkies, una gran cantidad de teléfonos móviles de última generación, mapas variados, hojas descriptivas del entorno y una persona de memoria prodigiosa con el cerebro lleno de coordenadas y brújulas diversas.
Las autoridades policiales informaron a los expertos en nuevas tecnologías del sorprendente rescate. También describieron escenas casi dantescas que vieron sobre el terreno: un grupo había partido dos avellanas en cuatro partes y se peleaban por el trozo más grande, los bastones de caminar eran usados a modo de espadas para luchar y coger mochilas ajenas con supuestos víveres, otros ya empezaban a repartirse las piezas de los teléfonos móviles para comérselas y subsistir, alguien ya paladeaba la pantalla de un GPS. Un excursionista, casi en estado de enajenación mental, gritaba con todas sus fuerzas que mejor hubiera sido haberse gastado el dinero de los GPS en cañas de cerveza. El que parecía coordinador del grupo estaba en una fase aguda de “delirium tremens”, delirando con grados, minutos y segundos. Con ojos desencajados, muy fuera de sus órbitas, miraba al cielo y, con el dedo amenazador, lanzaba palabrotas contra los cuatro satélites que decía que eran los culpables, mientras rompía el mapa en miles de trozos. Según otro testigo, en realidad lo que el jefe del grupo estaba viendo en el cielo era una bandada de buitres que ya describían círculos amenazadores.
Ante un caso tan extraño, El Departamento de Sanidad se ha reunido con expertos excursionistas e informáticos para analizar un nuevo mal de la sociedad de la información. Por otra parte, algunos médicos se han puesto en contacto con las autoridades mexicanas para descartar que no pudieran ser víctimas de una nueva “fiebre porcina excursionista”, ya que parece ser que han olido muchos purines de las granjas de la zona.
Las 38 personas se encuentran en un estado de descompresión tecnológica antes de ser devueltas a sus familiares.
Sexta incógnita
La cordura se impuso de nuevo. Se reculó hasta el sitio de aquella pluma, el punto iniciático y clave para la orientación. Un pelotón preguntón fue a curiosear a una masía por si alguien les decía dónde estaban. O sea, se volvía a los orígenes, a la pregunta personal, a la tertulia. Un enorme perro les cerró el paso. Al final, los gritos alertaron a los dos payeses de la casa. Habían destapado una colmena. El peligro provenía más de los pequeños animales que del enorme can. Ellos nos situaron en la coordenada correcta. Ni el gran rebaño de cabras franqueó el paso. Poco a poco el final se avecinaba. La incógnita de dónde estaba Vilanova se despejaba. Las marcas en el GPS volvían a su sitio. Situación de normalidad mientras se bajaba hasta el río detrás de nuestro lazarillo: el GPS. Asfalto a la vista. Civilización. Confianza. Condumio. El nombre de la fuente de entrada al pueblo parecía recordar lo que hubo que tener: la fuente de la Paciencia. Llegados aquí, la comida y la fiesta puso las cosas en su sitio. La alegría con el estómago lleno fue desbordante.
La respuesta es la fiesta
El polifacético Grmano, especializado en oficios variados cara al público, se convirtió en una disculpa para asistir al nacimiento de una sección teatral femenina. Personajes femeninos muy bien caracterizados. Hasta había una actriz con atuendos ibicencos, hippis, de aquella moda ad-lib. Nadie confirmó que tuviera relación con el textil ya identificado de aquella moza del Cabo de Gata. Excelente el teatro, con él en medio, con gran dominio de otro arte al que acude en momentos extremos: la improvisación. Poesías dichas por rapsodas consagrados, banderas y dracs de Sant Jordi al son del tintineo, botella en mano, del que mejor cuenta los cuentos; audiovisuales espléndidos. Y el libro y el punto de libro, que no falten. Hasta hubo mención a travesuras de niñas malas. No sería la almeriense, claro.
Las cervezas, los vinos y los cavas dejaron al personal muy preparado para su recogimiento en el autocar. La fiesta continuó. El conductor aguantó estoicamente los cuerpos “cocidos” por brebajes diversos, con muchos politonos y variados ejercicios de abdominales por el exceso de risa. Cánticos y más cánticos que no perturbaron el dulce sueño de quien conoce el valor del descanso. Para completarlo todo, alguien aconsejó al conductor que evitara la carretera de Martorell de vuelta. Y no era por si se podría ver a niñas malas haciendo travesuras en cualquier curva con bosques al lado.
En este ambiente se llegó al final de una jornada inolvidable. Qué mejor que acabarla con una cita de uno de los grupos presentes en algunas conservaciones, Les Luthiers:
“Lo importante no es saber, sino tener el teléfono del que sabe”
Evaristo
Terrassa, 28 de abril de 2009
http://afondonatural.blogspot.com
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario