sábado, 1 de mayo de 2010

Octava etapa del GR 3, entre Beget y coll de la Guilla

Devociones duras con final feliz


Grmanos y Grmanas



Las devociones hoy son variadas y ya no hay nadie que conduzca a los rebaños por el mismo redil, aunque a veces estas prácticas tan devotas son duras. Caminar es trasladarse pero también abrirse a paisajes diversos, y no sólo físicos. La cultura en fechas marcadas por un día al año tiñen todo de un manto literario desde el primer momento, pero perdura durante el resto de los días, con tanto grueso tomo como uno acapara a modo de despensa literaria para subsistir. Pero también hay oportunidades para prácticas diversas y destapes de (in)conscientes en público.
Los inicios fueron noticiosos. A pie de autocar alguien se presentó con el diario de la ciudad “recién cocinado”, y nunca mejor dicho si se tiene en cuenta que quien lo traía convive con una cocinera docente y practicante. Los principios fueron buenos. El toque cultural del día iría creciendo, aunque no sólo de la letra se vive.

Majestades

Hay quienes tienen tanto libro metido en la cabeza que, cuando hablan, degluten cultura bien digerida. Aquí los ojos del personal se han paseado por muchas páginas, pantallas, pizarras, países y hasta conciencias. El nivel es alto y el lenguaje puede usarse también para jugar a equívocos, frases con tres sentidos, traiciones de las estructuras, insinuar más que decir, o explicar las cosas tal como se te pasan por la cabeza. Pero lo mejor es cazar a alguien por lo que no quiso decir, que es quizá en lo que estaba pensando. La memoria aún funciona bien y quienes caen en la tentación de recordar otros tiempos, pronto huyen del tópico de la nostalgia para decir que eso ahora se llama tener memoria. Por tanto, el mejor sudoku es asistir a un GR. Es aquello de las batallitas de cuando yo estudiaba, de qué hacía con mi adolescencia, o de si aquello era esfuerzo y esto es placer fácil. O, también, hablar de temas actuales: esquizofrenias simples (tal cual), problemas mentales, juventud divino tesoro, o qué había debajo de las sotanas. Y tratar sobre temas duros pero claros. Se detectó en el autocar cierta dama que presumía de probar libaciones diversas con graduaciones etílicas variadas. Ante la extrañeza de su cambio vital (ella que venía del deporte), alguien le preguntó si a su edad ahora se había tirado al vicio. “Yo lo que tenía que hacer era tirarme a un hombre”, fue su sincera respuesta. Devociones que, para consumarlas, necesitan de bastante dureza. Y, en el viaje de vuelta, le puso nombre y apellidos al sujeto en cuestión. Al momento, un hombre versado en medicinas diversas, ante el cuadro clínico que observaba, diagnosticó que lo que se necesitaba era añadirle bastante bromuro al vino de la bota.
Si de lo eclesiástico se trata, este grupo sufrió cierta tomadura de pelo por parte de Sa Majestad. Tan viajera es la afamada figura que, después de acudir a exposiciones varias en Barcelona, ahora no estaba en su sitio. Pasaba la ITV en Valldoreix, chequeo y revisión no anunciada por los lugareños hasta que estás dentro del recinto sagrado y compruebas que, una vez más, te han engañado previo pago de la entrada. Menos mal que la devoción debe ir por dentro, si es que la hay. Nadie te dice nada hasta que apoquinas el pecunio estipulado y luego te encomiendas al Señor y dices para tus adentros: “Perdónalos porque otra vez me han estafado”. Esto no debe tener relación con las anécdotas contadas sobre la educación en seminarios, el mamporro y la humillación. La versión moderna también se trató, con esos magreos, tocamientos y demás profundizaciones de pederastas amparados por algunos de la curia y vilipendiados por la mayoría. Excepciones lamentables. Un gran dibujo allí en medio de una iglesia espectacular, con un nativo que el único arte que demostraba era el cobrar y expedir el papelito del tiquet y poca cosa más. Hasta estos lares y en estos tiempos uno se siente en manos del destino, admirando la gran obra arquitectónica como consuelo final.
Claro que, para alivio del gaznate, el restaurante Can Jeroni esperaba al respetable con la cafetera encendida. Ante lo divino siempre hay recursos más humanos y placeres momentáneos que animan. Mientras los modernos inodoros aliviaban las vejigas matinales, el café corría por las venas para enfrentarse a la primera gran subida. Tertulia, relax, agua de la fuente y momentáneo olvido de lo que debía venir. Después de la devoción, la dureza de la primera subida hacia la zona de oración. Parece que seguimos en un entorno litúrgico.

El oratorio

Cierto. La primera subida templó los ánimos y empezó a situar a cada uno en su sitio. El estiramiento del grupo era lógico, con Beget allá abajo en medio de un pequeño valle con paisajes que despertaban del letargo invernal. La primavera hacía intentos para anunciarse en unos caminos del exilio, sendas pisadas por aquellas gentes que tuvieron que huir a la fuerza en aquellas guerras aún no apagadas, con jueces condenados por querer destapar duras realidades y enterrar a los muertos como se lo merecen. Los de siempre siguen “dando guerra”.
Como que la hora de partida era muy temprana, no pareció que el café saciara al personal. Apenas dos kilómetros recorridos y hubo que parar a reponer fuerzas en el coll de Golofreu, a 940 metros, no tanto por orar a Sant Antoni de can França sino para encomendarse a la mástica y a otro santo. Después de los postres sí que hubo oraciones pero a santos profanos. Allí se cumplió con la promesa de traer alcoholes leoneses y, de paso, elevar el nivel cultural y profano del respetable (no todo va a a ser sagrado) invocando todos a Genarín, “santo” protector de esta etapa, junto con el Sant Jordi más literario. Genaro se comportó y, después de recitarle los consabidos versos: “Y siguiendo sus costumbres/que nunca fueron un lujo/bebamos en su memoria/una copina de orujo”, el orujo de dos clases corrió por las venas, como si tuviera un efecto de empuje para las próximas subidas. No obstante, hubo quienes notaron los efectos de tanta celebración, y atribuían a Genarín la causa de no subir bien. Pero subieron y éste podría ser el quinto milagro de tan ilustre y añorado santo leonés, muy “bebido” en la noche del Jueves a Viernes Santo en la capital leonesa.

Fronteras

El grupo se acercaba a uno de los pasos más desgraciados del final de la Guerra Civil española, el coll de Malrem. Ahora un pastor eléctrico te hacía saltar para evitar sentir el suave crepitar de la entrepierna, el cosquilleo en los bajos. Pero entre finales de enero y febrero de 1939, por aquí tuvieron que huir más de 5.000 exiliados. Muchos actos se han celebrado en este lugar a 1.130 metros de altitud, hoy paseado por franceses a la búsqueda de setas primaverales, vacas entregadas a sus quehaceres y excursionistas diversos que ríen para no llorar por tanta ignominia. El recuerdo es para ellos.
La bajada discurrió por el margen izquierdo de la riera. Aguas ya francesas y cruce con nuestros vecinos del norte. En el paisaje humano llamó la atención una moza decorada con los colores de la bandera catalana, sin saber uno de los idiomas de la Catalunya Nord. Detrás venía él con bastante cansancio encima ante el tirón de la joven. El espino albar ponía las tonalidades blancas en medio de prados alpinos, bosques caducifolios de castaños y hayas y tiernos despuntes de hojas de tonos verdosos muy claros.
Pronto La Menere, en el alto Vallespir, a 778 metros de altitud, se presentó como un pequeño núcleo poblado que te recibe con una tienda que copia el nombre del camino del norte, una fuente con agua no tratada que sabe mejor que la de tantos tratos de las ciudades y un lavabo público. Un detalle francés a tener en cuenta, así como el disponer también de una depuradora. Son esas notas diferenciales del territorio hermano. El pueblo quedaba atrás y la subida, delante.
De hecho, la ascensión no paró hasta el final. Sobre el trazado del camino se ocupó nuestro guía. Profundizó en el el discurrir orográfico del recorrido y llegó a la conclusión de que iba por mal sitio. O sea, según este hombre creíble y muy versado en conducir mesnadas andarinas, no tenía sentido dar un gran rodeo para llegar al destino final. Según él, quien lo trazó, no tuvo en cuenta la lógica. Delante lo que había era un espectacular bosque aún desnudo, con multitud de castaños grisáceos que esperaban que la naturaleza les hiciera cobrar vida de nuevo. Y tú allí en medio de tanta altivez, pensando en que ante aquello eres un ser insignificante y no más importante de lo debido.

Milagros

El final de una parte de la subida sirvió para reposar, esperar al grupo y situarse en un lugar muy cercano a Notre Dame du Corral, enclave religioso. Quizá fuera por estar al lado de un nuevo oratorio o por influencia de San Genarín, pero allí mismo se produjo algo parecido a un milagro tecnológico. Un Grmano que llevaba un walki-talki, lo tenia en la parte baja del el bolsillo, ésa que casi roza otras partes, y de pronto se le puso a vibrar. Notaba cierto cosquilleo extraño muy cercano a sus entrañas erógenas y vio que no había apéndices humanos al lado, ni propios ni extraños. Aquello no era normal, la función de vibrador se desconocía. La antena del aparato, de cierta dureza, también se agitaba con fruición, igual que el resto de la máquina. Tamaña excitación tuvo que ser cortada de cuajo a base de desmontar la fuente de alimentación, faena que costó bastante. Se desconocen los porqués pero ahí queda el consuelo con la máquina.

Col de la Guilla y el final

La fuerte subida, cercana a una casa, desembocó en el coll de la Guilla, a 1.194 metros de altitud, un lugar donde antes decían que se veían caballos salvajes y hoy se ve la amplitud de un paisaje abierto, una carretera serpenteante y el autocar que esperaba para la consumación de la jornada en un restaurante de Espinavell.
Coll d'Ares nos introdujo en el valle de Camprodon y nos condujo al pequeño pueblo donde el restaurante Les Planes nos esperaba, con una señora muy versada en servir embutidos y platillos propios de la zona. Buenos manjares para el apetito provocado por tantas subidas.
Y allí discurrió la otra parte del día, la alimentación del cerebro que provocará una mejor mente y un gran corazón. Antes, unos versos muy bien recitados por quien sabe mucho de competencias lingüísticas y habilidades lectoras. Después, quien tiene su corazón colmado de gozos recurrió a una obra literaria muy bien aconsejada. Al parecer, ya se la había leído antes. Se le notaba en la claridad mental de sus palabras y en las continuas apelaciones a tratar bien el corazón. Últimamente él es un experto. Día y noche. Un gran libro que, de la mano de Valentí Fuster y Luis Rojas Marcos, nos ayudará en el arte de mejorar. Y una copa de cava que hay que agradecer a quien el día anterior celebró su santo, en honor a libros y a rosas. Un final feliz.


Como no podía ser menos, ante tanta literatura, recordemos las palabras de Franz Kafka para finalizar:

“Un libro tiene que ser el hacha que rompa nuestra mar congelada”



Evaristo
Terrassa, 1 de mayo de 2010

Séptima etapa del GR 83, entre Olot y Beget

¿Para qué sirven las polainas y los chupitos en la nieve?


Grmanos y GRmanas


Memorable etapa, de las que permanecen en la retina. Se le pueden poner muchos adjetivos a un paisaje con la nieve como protagonista, lleno de matices, de gradaciones, sin asomo de primavera más que en algunas mentes en el camino de vuelta, el invierno en los árboles, el frío llevadero con sudores incluidos. Y con la inexperiencia a los mandos de un vehículo que apenas se sabía por dónde se dirigía al destino final. Quien ponía Baget en el GPS ni lo detectaba. Tampoco le sonaba el nombre bien escrito, él que se autotitulaba como experto en viajes internacionales. Vueltas y más vueltas para ir y para volver, quizá con la intención de observar los efectos de la gran nevada en los postes “políticamente correctos” según la empresa, pero partidos y sin electricidad por la amplia Girona.
La gran nevada provocó esa historia oculta que hay detrás de cada etapa. Los teléfonos no pararon de sonar la noche anterior. Hubo conatos para desconvocar, la prudencia antes que el peligro, el seco asfalto ciudadano antes que el camino mojado. Pero los intentos de movilización para quedarse no triunfaron. De todas formas, las huestes estaban diezmadas y, a día de hoy, tampoco nadie ha investigado las causas de tantas bajas se supone que justificadas: enfermedades, miedos, compromisos, aversiones a la nieve y a sus efectos colaterales. Mucho autocar para poco personal. Quien no vino se perdió comprobar la gran nevada y saber para qué sirven las polainas.

Polainas

Ante la alerta dada, hubo tiendas que agotaron las existencias de tal protección. Fueron pocas personas las equipadas pero las lucieron y bien. Nada más llegar a las inmediaciones de Ca la Nasia (recuérdese una comida de Navidad memorable aquí, con nieve a la puerta), el autocar parecía emular el casi “triunfal” paseo motorizado por Mont-Rebei, se veía que avanzaba “hacia el infinito y más allá”. No paraba y ya casi estaba en medio de un estrecho camino lleno de chopos. Cuando lo hizo, de pronto hubo quienes se agacharon y empezaron a tirar de correas, cintas y presillas. Luego hicieron un discreto desfile de modelos y mostraron polainas a cincuenta euros el par. Pero hubo otro que no llegó a mostrar su diseño más artesanal. Venía provisto de cinta aislante para proteger los pantalones en caso de necesidad. Y si hacía falta usaba también el papel de aluminio del bocadillo como refuerzo. Dos modelos distintos para no mojarse con la nieve. Pero, al final, unos y otros, o sea, todos, notaron las humedades en los bajos. La nieve les mojó los pies en el tramo final. Hasta se vio el espectáculo de los más ortodoxos con los tobillos y las canillas empapadas por el sudor de la polaina. Van, la quitan, la guardan y luego viene la necesidad no cubierta.

Chupitos

La primera parada fue en una curva con nieve a los lados. Mientras se consumaba el acto de la manduca, se efectuaron algunos estudios sociológicos, más profundos a medida que los chupitos pasaban a la sangre y se comprovaba su deseado efecto. El estudio más significativo fue el análisis y la clasificación grupal según fueran los motivos de la asistencia a esta etapa: había gente que vino para no caerse de los primeros puestos de la lista, la antigüedad es un grado y los galones no se pueden perder por una ausencia de este tipo, aunque la meteorología te hiciera dudar; otros vinieron por miedo a algún posible ERE temporal en GRMANIA; las ausencias decían que ya habían quedado marcadas, estigmatizadas con un no diploma u otras condecoraciones venideras. En resumen: los había convencidos de venir, los que no vinieron, los que se apuntaron y se echaron para atrás y los que, aun viniendo, intentaron convencer a otros para quedarse en casa. Como no hubo pacto, pues allí estaban. La nieve empieza a coger tonalidades diversas, los chupitos de anís del mono, los pacharanes y las botas empiezan a flexibilizar las lenguas. Dicen beber una especie de anticongelante especial para aguantar los rigores climáticos previos a la primavera. La moza más versada en alcoholes varios justificó su existencia así: “Yo vivo para dar felicidad a la gente”.

Barros

Olot, Cap Sec, el antiguo Hostal de la Vall del Bac, cal Ferrer, la antigua escuela y seguir hacia el Bosc del Quer, corrimientos de tierras en 1988 con 300 metros del camino original desaparecido, can Cortal, el coll del Salomó y Beget. Todo esto y más con barro, hielo y nieve en una etapa de las de recordar. Fue única e irrepetible. En especial porque entre las polainas y los chupitos se combatió la rigurosidad de un clima que dejaba unas imágenes inolvidables. Desde el Coll de Salomó, el Pirineo de Girona parecía una muralla pintada de blanco, con una masía de las de antes allá abajo y con falsos atisbos de Beget, pueblo que se hizo esperar. Y, en medio, había que haberse puesto de nuevo las polainas, pero como que no. Para qué. La nieve a veces ya aparecía pisada por variadas especies según huellas: antes de la horma humana, dibujos de neumáticos todo terreno, o jabalíes y hasta animales con cuernos (no humanos)


El pueblo

Hay quienes sorteaban licores a quien primero atisbara el destino final. Eran más ganas de llegar que de ser espléndidos, aunque esto siempre se ha dado. Varios anuncios falsos del esperado final no respondían más que a las ganas de levantar una estrella dorada (de vidrio). Como no podía ser menos, la subida final por Can Jeroni desembocó en la joya de un pequeño pueblo con la iglesia como su símbolo más preciado. El marco incomparable fue un restaurante de diseño, con servicio oriental bien “normalizado”, lavabo último grito en un entorno rural y sillas orientadas al sol y a la iglesia. Mientras se producía la reagrupación, el chófer venía presumiendo de una proeza: ser el primero en bajar por una carretera casi prohibida a los autocares, aunque la parte trasera guardaba las muescas de tal valentía.

Los alimentos y las bebidas se fueron compartiendo, mezclas tan diversas que a veces pueden provocar desazones posteriores. Como remate final los nuevos abuelos del grupo sorprendieron al colectivo andarín con bombones y vino pedro xeres. Todo delicioso. Tal cóctel fue tan explosivo que el camino de vuelta fue inenarrable.

De vuelta

A pesar de la bajada de temperatura cuando el sol se retiraba, aquí ocurrió todo lo contrario. Debía de ser por influencia de la frontera francesa de allí al lado, reminiscencias de cuando lo verde empezaba al otro lado de los Pirineos. Pues aquí el verdor de dentro del autocar era más que evidente. Freud y Young lo tendrían fácil para sus estudios de campo. Y, por si fuera poco, se produjo una llamada a quien tiene el tema “bajo mano”, hombre versado en teatros e interpretaciones varias. Su asesoramiento debió enervar aún más los ánimos. Cualquier frase o palabra era motivo para reverdecer el ambiente. “Voy y me pinto el ojo”, dijo una moza: probad a sacar matices y extrapolad a cualquier otra frase afín durante las más de dos horas del viaje de vuelta.
Mientras, en la zona delantera, un ilustre Grmano (que no estaba para escuchar temas “traseros”: de atrás del autocar) sufrió un desmayo que, afortunadamente, no llegó a mayores, sólo a un susto. Quizá si se hubiera colocado en esta zona trasera no hubiera perdido el conocimiento, o sí. Risas, hasta la extenuación.
Entre la nieve, los chupitos, el yantar, Beget y las polainas, pocas etapas han dado tanto de sí. Fueron muchos momentos muy bien aprovechados. Una vez más.
Y, para acabar, recurramos al actual entrenador del Arsenal, Arsène Wenger (otro hombre que, como Pep Guardiola, cuando habla “dice cosas”):

“Un famoso dicho defiende que la única forma de estar en paz contigo mismo es si transformas cada minuto de tu vida en arte”

Evaristo
Terrassa, 4 de abril de 2010

Sexta etapa del GR 83, entre Planes d'Hostoles y Olot

Resbalones volcánicos a bajo cero


Grmanos y GRmanas

La corazonada del día empezó con buenos principios. ¡Mira que resulta descorazonador esperar, esperar y esperar a que llegue el autocar y que no se presente! El corazón empieza a latir y las pulsaciones parecen adelantarse a un posible despiste de uno de tantos conductores como se han dado a conocer. Pero no, los buenos presentimientos se cumplieron. Tres cuartos de hora antes de la salida allí estaba, relajado, sin saber a dónde ir, despreocupado de la ruta, sin más sistemas de navegación que sus gruesos dedos, el ojo avizor y dejarse llevar por quien buenamente le orientara qué carretera coger. Ni se inmutaba, el pulso constante, mínimas preocupaciones, velocidad adecuada y sobresaltos los menos. No parecía necesitar pruebas de esfuerzo, sus latidos no le debían delatar anormalidades coronarias, a juzgar por las formas (aunque a lo mejor la fiesta iba por dentro).


Preparativos

No cabe duda de que hay padres espirituales que, mientras confías tus huesos al que va conduciendo delante, ellos te van preparando el camino hacia otras edades. Mira que dicen que es difícil afrontar “el fluir del río de la vida”. Pues aquí es fácil porque “quien a buen árbol se arrima...” Y hay quienes se protegen de lo que vaya a venir con los consejos de quien de los menesteres de las próximas edades sabe porque se las trabaja y debe vivir bien con sus cuidados.
Viendo a la tercera edad se aprende y se descubre en lo que uno también caerá. Ellos también tienen su corazoncito, sus toques eróticos, incluso hasta hablan de encumbrados ex-presidentes que se dedicaban a volar en aviones preparados al efecto lujurioso y, después de tanta práctica oral también en despachos ovales, va y le sorprende un infarto. Al parecer, ya hace tiempo que las válvulas no le iban, pero otros músculos sí. Con lo que la conversación también discurría hacia los derroteros pecaminosos de padres espirituales de verdad que caen en los placeres de la carne, o sea, acelerones sanguíneos muy humanos que no respetan ni la edad ni las creencias ni la tonsura. A lo que el padre espiritual ficticio sentencia y justifica: “Picha tiesa no cree en Dios”. Pero los chinos, que ahora también demuestran ser muy listos, ya lo dijeron en uno de sus proverbios: “Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón”. Pues a ello vamos.

Tierras

También se aprende en estos caminos cuando se juega a la confusión de los sonidos, tu oído como ya no capta bien todos los matices tiene que interpretar más de la cuenta para adivinar el objeto de la charla. Sin Sonotone ya empieza a ser complicada la vida. Por ejemplo, una moza va y dice: “Para encontrar uno joven y bueno, tiene que ser difícil y caro” y añade: “A mí los de l'Empordà me entran bien” Para resumir: “ Mejor que los envejecidos, me gusta más la chispa de los jóvenes” . Y aún pregona gustos más germánicos: “También me gustan mucho los de la cuenca del Rhin”.
No cabe dudar a lo que se refería. No, no era aquello que te hace ser incrédulo en Dios. Más fácil, aún. Hablaba de vinos y de sus gustos. Por cierto, afirmaba que un buen vaso es bueno para el corazón, órgano que también transmite: “La boca pronuncia lo que el corazón apunta”. Al final ella acabó acudiendo a mayores graduaciones que le produjeran más efectos beneficiosos.
El camino parecía discurrir por terrenos estudiados desde la infancia. Era aquel juego de la imaginación en que el profesorado se empeñaba en que adivinaras que hace miles de años allí había un volcán. Y tú no lo veías porque la televisión podía más que el profe. Los árboles ocultaban aquellas explosiones terribles de las películas. Pues allí estaba el personal. Con los pies con sobrepeso por culpa del barro acumulado. Con varias iglesias y ermitas, Cogolls, una ermita que funcionó como castillo y antiguo templo pagano llamada Sant Salvador de Puig-Alder, que ahora es un refugio para caminantes. Un entorno que anuncia que el parque volcánico de la Garrotxa se aproxima. No sin antes cruzar una tierra arada que desemboca en una casa como si del Rastro madrileño se tratara.
Los latidos aumentan a medida que los resbalones volcánicos verifican la inestabilidad del terreno. Zapatillas bien protegidas por capas y capas de restos de pasadas erupciones mientras el pausado discurrir por entre frondosas masas de bosque hace que las distancias entre grupos sean más que alargadas.
Las masías aisladas entre restos de cráteres parecían estampas de épocas a punto de pasar página. Aquellos animales cuidados por personas ya mayores eran símbolos de un presente ya pasado. Parecían adornos bucólicos de un paisaje aderezado por altiplanos, ermitas y esa placidez previa a la entrada en la gran aglomeración de hayedos sin hojas. Todo en un ambiente plomizo, enmascarado por los colores grises y marrones de la naturaleza en reposo. No era un disfraz de carnaval, era el invierno que mantenía la temperatura constante: a bajo cero. Lástima que uno de nuestros Grmanos no pudiera asistir a este paisaje invernal, siguiendo indicaciones de reposo de galenos cardiólogos. Siempre hay que hacer caso a quienes tienen el corazón entre manos.

Latidos

A pesar de las pérdidas en caminos fáciles pero con marcas enmascaradas, aquellas tierras volcánicas se presentaban tentadoras como para someterse a otros ritmos al final del recorrido. Olot significaba el final, pero también la reflexión , la puesta en común de sentimientos, la celebración de cambios, la valoración de frutos cosechados tras muchos pasos en amorosa compañía. Atravesar la capital de la Garrotxa descubrió fábricas de embutidos, zonas industriales y una sorpresa no imaginada por quien procede de las antípodas. Allí, al final, antes de entrar, ella observó que esos animales que viven a 3.000 km. de su lugar de nacimiento, aquí se ofrecían ya puestos en el plato. El bar destino final presumía de ofrecer carne de canguro. O sea, un gran salto de estos marsupiales hasta trasladarse congelados a tierras famosas por sus chacinas y derivados del cerdo.
El intenso frío y el anuncio de los primeros copos de nieve se combatieron con los calores artificiales y con la demostración efectiva de los resultados de otros calores ya muy consolidados. El reservado para la ocasión acogió a un personal ávido de postres, cavas y demostraciones de lo que el corazón es capaz de hacer. Y allí, en aquel ambiente tan expectante, él hizo una confesión en público a corazón abierto. Hay que descubrirse ante nuestro mejor contador de cuentos, que esta vez no nos sorprendió con uno de los suyos. La prueba del corazón no engaña y si se declama en público, es sinceridad compartida. Fueron entrañables momentos donde lo evidente se vistió de amor emocionado y bien escrito.
Hace unos años nadie pensaría en que tantos sudores y caminos iban a dar lugar a que una experta en corazones ajenos tuviera su “corasón partío” entre un experimentado y veterano Grmano y un niño que también le ha cambiado la vida. Esta vez no le quedó más remedio que ocuparse en serio de su propio corazón y descubrir por qué latía más fuerte. El 1 de enero de 2008 pasó algo, el pasear perros sacó a paseo otras sensaciones, todo se consolidó y aquí están las pruebas en la frecuencia cardíaca de ella mientras oía las palabras de él, se percataba de la glosa escrita por quien pasaba los sentimientos por el tamiz de la filosofía y, al final, veía el audiovisual tan bien compuesto por quien sin estar, también estaba allí.
Los dulces y los brindis consagraron una sobremesa en honor a ellos, aunque el electrocardiograma de ella se predecía más que alteradoen aquellos momentos. Y, para rematar la jornada, qué mejor que hacerlo con esa bebida que dicen que es muy buena para mantener el tono cardíaco: el whisky. Los chupitos debían tener propiedades medicinales, a tenor de los tragos repetidos y de los efectos posteriores. Una moza llegó a declarar que los mejor de los GR es el camino de vuelta en el autocar. No es extraño.
Y para todos los que ya gozamos de veteranía, ese mismo día 13 de febrero el nutricionista José María Ordovás, en EL PAÍS, nos dejaba un buen consejo:

“La fórmula de la longevidad es acostarse cada noche con la idea de que al día siguiente se tiene una misión”


Nota:
(No cabe duda de que tantos motivos fueron más que suficientes para que uno haya recurrido en tantas ocasiones a la palabra “Corazón” y sus efectos en esta epístola. En homenaje a ella, a sus amores y a sus cumpleaños)


Terrassa, 4 de marzo de 2010

Quinta etapa del GR 83, entre Osor i Planes d'Hostoles

En invierno también se puede dar el salto y sudar


Grmanas y Grmanos

La inauguración del año 2010 estuvo llena de oportunidades para probar platos variados, frase poco afortunada cuando se dice después de la glotonería navideña. Pero eran “otros platos” los que, en sentido figurado, pasarían por delante del personal. Qué decir de la fortaleza física del grupo, una cuadrilla altamente eficaz en etapas de fuertes subidas y bajadas. No se puede pasar por alto el poder para encaramarse y cruzar fronteras prohibidas. O qué decir de esa acomodación al ritmo bailarín de la sardana al final de la etapa, verdadero mimetismo con las tradiciones autonómicas.

Habilidades

De hecho, las habilidades físicas calentaron un ambiente propio de un invierno con sus rigores casi olvidados. Quienes se interesan más por los tiempos hechos en las carreras y a veces menos por los procedimientos, esta vez aguzaron su ingenio y memoria para dar rienda suelta a sus “habilidades” en marcha. En el autocar se contaron divertidas anécdotas, quizá precursoras de saltos posteriores. Por ejemplo, ese nadador que, en plena competición con el graderío lleno a rebosar, se tira, pierde las gafas, vuelve a cogerlas y se las pone, mientras sus competidores (de entre 70 y 80 años) le demuestran que a su edad van más deprisa en el agua que en tierra. O ese otro sujeto que, en un campeonato de España, se le suelta el bañador y ha de dedicarse a bajar tiempo y a subir la ínfima prenda en cada viraje para evitar el aireo de partes reducidas a la mínima expresión (por la acción del agua, se entiende). Y qué decir de quien pulveriza los tiempos de las carreras por asfalto pero en una fue tan veloz, con la vista tan fija en el horizonte, que no se dio cuenta de que delante de sus narices tenía una señal vertical de tráfico. El choque brutal con el apéndice nasal no le impidió luchar, una vez más, contra el cronómetro.
Visto este planteamiento inicial, cualquier empresa del camino puede ser acometida. Con estas habilidades no hay valla que se resista. Desde la salida de Osor, las cuestas iniciales pronosticaban que el perfil con dientes de sierra sobre el plano era verídico. Hasta unos perros ladraban nada más salir, quizá era una señal de advertencia canina llena de matices. Pronto la subida abre el paisaje y calienta músculos resentidos por las bajas temperaturas. La Mare de Déu del Part no era ninguna indirecta a nadie del grupo, era una ermita que predecía que después vendría el Coll de Nafré, a 610 metros. Este punto dejaba ver un amplio horizonte, con formaciones rocosas que algunos les encontraban almas gemelas. Pero la superficie a la que nos acercábamos sin duda estaba llena de agua.

Susqueda

El agua embalsada se asomaba dibujando formas diversas según hubiera aproximación o lejanía, según las curvas dejaran ver las partes o casi el todo. En bajada lo que seguro que asomaría sería la gran pared. El muro de cemento, esa obra de ingeniería que tantas polémicas creó en otras zonas, o que tantas inauguraciones pasadas recogieron los NO-DOS. Una vez cerca, las señales estaban claras: había que comer. Primero la manduca, luego el estudio de la zona y después la dicotomía entre los más estrictos seguidores de las marcas y los liberales que no les importa adaptarse al medio y respetar las normas añadidas.
Llenos los estómagos, las mentes confabulaban sobre cómo seguir el camino. Había que cruzar la pared por el acceso superior habitual. Pero una puerta metálica franqueaba el paso. Para los máximos seguidores del reglamento GR, su religión les impedía pecar contra las marcas y rodear por la carretera. Ser del sector estricto implica unas obligaciones. La solución fue evidente. Cierto retraso del grupo general y asalto a la verja, emulando la tradición de los mozos almonteños con la virgen del Rocío, el Muro de Berlín o a propiedades de ricos en momentos de necesidad. Contaban con orgullo cómo sus cuerpos se cimbreaban y ondulaban sus cinturas para que el salto de obstáculos fuera limpio. Incluso hubo un varón que dice que aprovechó su desinteresada solidaridad para intentar colocar sus manos como soporte o como empuje para amasar posaderas ajenas y femeninas e izarlas hacia lo alto. Al mismo tiempo, el resto describió una amplia curva para sortear el impedimento geográfico por un paso honroso, sin atentar a la normativa vigente. Mientras este personal se adaptaba al medio y acometía la subida desde la zona más baja, alguien con vista de lince oteaba el horizonte hacia las dos verjas prohibidas por la autoridad competente. Intentaba adivinar si aquello que colgaba de una alambrada era un escroto o no. Decía que con la edad esta bolsa masculina cada vez va más ligera, es un colgajo mayor y se balancea más, lo que pudiera dar lugar a que una púa de la verja hiciera mella en la envoltura testicular y rasgara tamañas partes. Nada, ni escroto ni lesión en el perineo ni gónadas ni otras glándulas de nadie quedaron heridas, sueltas y a la intemperie. Pasaron victoriosos ambas verjas por el arco de triunfo. Dieron el salto con soltura.

Subidas

De los 330 metros de Susqueda hubo que ascender hasta los 806 metros de Sant Martí Sacalm. Continuada subida a la que se temía, no tanto por falta de fuerzas sino por los estragos navideños en cuerpos castigados por celebrar con devoción culinaria nacimientos divinos. Una antigua pedrera enseñaba sus entrañas vacías mientras la ascensión continuaba sin parar hasta el final. A cada curva las vistas del pantano se agrandaban. De un lado pasábamos al otro. El agua en medio, allá abajo mientras otros líquidos en forma de sudor asomaban como efecto del esfuerzo. Sudores que pronto se enfriaban. Pero no. La subida no paraba. Cada uno a su ritmo. Mirar hacia arriba. Esto no acaba nunca. Otra vuelta. El pantano cada vez más grande. O sea, subimos sin parar. Y allá abajo estábamos hace un momento. O sea, hemos subido más. Y más sudor. Fíjate, restos de nieve. O sea, antes el agua líquida del pantano, ahora las gotas de sudor que se evaporan o bajan por la frente, ahí el agua sólida y blanca a los lados del camino. La pista parece no tener final. Se corona arriba pero sigue subiendo. Pronto se adivina el poblado disperso de Sant Martí Sacalm. Casa de pagès, ovejas, vacas. Vida animal. Y, como un faro marino, allá arriba está la Mare de Déu del Far. No, no se trata de seguir subiendo. Llegados a este punto, bajemos.

Temas digitales

La bajada era seguida, mojada y con cuidado. Piedras que resbalaban. Ese musgo verde tan peligroso si se pone la zapatilla de goma encima. Si todo lo que sube baja, bajemos. Pero antes, los primeros tuvieron un pensamiento digital. Se imaginaron cómo iría nuestro rapsoda con su dedo. Intuían cómo lo iría ajustando al suelo, un movimiento para acá, otro para allá. Ahora lo levanto. Luego lo acomodo. Que no tropiece con una piedra. Que no me lo toque nadie. El dedo saltarín de un lado a otro dentro de la bota se comportó tan bien que le dejó llegar por sus propios medios. Luego también se supo que otro atleta tuvo que enfrentarse con su uña rebelde. Otro dedo retando a su propietario. Pudo el dueño. Días después, lo trasladó a tierras alicantinas y lo sometió a una media maratón. Y ahí está con la gratificación: un tiempo brillante. Todo gracias al esfuerzo y al buen comportamiento del dedo.

Redimir penas

El cruce con la vía verde del carrilet hacia Girona anunciaba el final. Bicicletas y cazadores esperaban al acabar en Les Planes D'Hostoles, a 350 metros. Poco a poco el grupo se juntó y el autocar trasladó al personal al meollo del pueblo de Anglès. A ese sitio donde en diciembre hubo comida navideña pero ahora tocaba otra versión más apegada al entorno. El sitio escogido estaba en el centro del pueblo. Una feria multiétnica y multiproducto era el marco incomparable de la ambientación posnavideña e invernal. Junto al bar, en la misma plaza, una cobla tocaba sardanas. Como cuando la valla, aquí también hubo división: una parte del personal comió fuera y disfrutó con el ameno sonido de las sardanas, mientras se formaban corros de gente que bailaba. Otros se refugiaron en el interior, en un bar añejo, de los historiados, el bar Gubau.
Llegados a los postres, el plan parecía sacado de la película “El Golpe”: con amplia sonrisa el afortunado encargado de la lotería devolvía el dinero jugado, asesorado por su ayudante de campo. Lejos, observaba la escena el recaudador de la paga mensual por derechos a salir de excursión. Él veía la cara de felicidad del personal, cómo introducían en sus carteras el reintegro de la lotería. ¡Ay, infelices, ignorantes! Cuando el reparto llegó a su fin, se levantó el recaudador y su ayudante y atacó a los bolsillos. ¡Qué poco duran las alegrías en casa de los pobres! Aquellos billetes fueron a parar a quien de temas bancarios sabe mucho. Pero las cifras no cuadraban. Inmediatamente se formó un sanedrín de crisis en una mesa. Repasaban cifras, se estrujaban los sesos para averiguar dónde estaban los veinte euros que faltaban. Hubo incluso intervención especial de expertos fiscales y auditores.
Mientras, el grupo del exterior estaba realizando una labor que nunca seremos capaces de agradecerles. Imbuidos por el hilo musical de la sardana en directo mientras comían, se lanzaron al ruedo y bailaban con gran soltura de movimientos. En realidad, GRMANIA tenía una deuda con Anglès y ellos estaban redimiendo las penas. Aquella promesa navideña de cantar sólo villancicos en catalán se incumplió con creces en el restaurante Ca L'Elisa. Por tanto, había que saldar la deuda, redimir aquella afrenta con la cultura del país y con el incumplimiento de la palabra dada. Ésta era la mejor ocasión para hacerlo. Y se hizo. Y también se descubrió que quien más sabía bailar sardanas era porque en su juventud este baile le sirvió para no se sabe qué con un amor platónico.
Con la lección aprendida, con la deuda saldada, con el orgullo del deber cumplido y con la mirada hacia el frente (hacia el autocar, claro), llegó el momento de partir. Pero antes cada persona tuvo un detalle con el pueblo hermano de Haití. Ahora fue un acreditado bancario quien recaudó los donativos y los ingresó donde corresponde. Fue algo más que un detalle para cerrar. Un buen momento para recordar aquella frase de Kevin Kelly:

“Nadie es tan inteligente como todos a la vez”


Terrassa, 30 de enero de 2010