Patrimonio cultural al aire libre primaveral
GRmanas y GRmanos:
Una duda: ¿veinte centímetros o veinte segundos? – Sobre trotadores con feromonas sueltas – acerca de lecciones en torno al color verde – sobre la sabiduría de un letrado guía – sobre Quico y Kiki.
La primavera, la cultura y comer sentados debajo de un tejado ya son elementos aglutinadores que se han pasado a la categoría de tradición cuando toca. Ya son tres los años en que el destacamento andarín se sorprende a sí mismo con títulos literarios, gastronomía puesta en mesa y las diversas manifestaciones de una primavera que ya hace un mes que está aquí.
Y allí estábamos, en los puntos de salida, con autocar más grande de la cuenta y también con más asientos vacíos de los previstos. No obstante, podíamos haber sido más pero las circunstancias también cuentan y restan.
20 segundos
La sociología del espacio del autocar ha alcanzado tal nivel de estabilidad que pronto habrá que personalizar los cabezales de cada asiento con el nombre de quien lo usa. Junto a la hoja Excel de reservas quizá en un futuro habrá que adjuntar los asientos sin dueño consolidado, y también los intocables.
Atrás, sin embargo, la ley es un cierto desorden tanto en contenidos como en continentes. Para empezar el orden del día, primer tema, carreras. Se consiguió adormecer a nuestro hombre experto en calentamientos globales, el cual se situó atrás pero debió echar de menos tener al lado a alguna de aquellas personas que tan bien le acompañarían después en la mesa redonda de la comida.
Pronto se empezó a oír el número 20, el cual era objeto de veneración por parte de dos atletas. No discutían de si el tema era sobre longitudes de 20 cm, se encomendaban al Champion Chip y a Internet para pasarle por la cara del contrario que los 20 segundos de diferencia en la cursa dels Bombers justificaban la temporada. Y mira que pasa rápida esta fracción temporal, pero en el ego personal da mucho de sí. Alguien que pasa de los cincuenta se crecía ante quien aún presume de estar aún en la cuarentena y no es maratoniano.
Blanco al fondo, verde al lado
La claridad del día mostró uno de los primeros matices de esta primavera: el autocar parecía que avanzaba al encuentro de la nieve. Al fondo, el Pirineo Oriental resplandecía con su blanca luz, un decorado que se complementaba con el verdor de los cereales de secano, las primeras amapolas, el estreno de las hojas recién salidas y ese alimento líquido en forma de agua que empujaba a todo hacia la explosión final. Es la primavera, aunque aún los robles no se han atrevido a cubrirse con su nuevo ropaje. Dicho lo cual, hubo oportunidad durante todo el camino para ver, sentir, escuchar y pisar ese patrimonio natural que también es cultura viva.
El Lluçanés, a caballo de muchos sitios, parece una extensión de terreno puesta allí para girar la cabeza en todas las direcciones. La panorámica es como si la zona central de Cataluña girara en torno a ti. Y tú ahí en medio, en la altiplanicie que te brinda muchas posibilidades. De hecho la historia se repite: ha habido muchos lugares por donde GRMANIA ha pasado en que la sensación de infinito es evidente, ver los mismos sitios desde otro punto de vista.
Tradiciones
El patrimonio cultural de esta subcomarca quedó patente antes de bajar del autocar. En una masía nadie se escondía de matar un cerdo a la vista de los transeúntes y viandantes. Una tradición que parece un atentado pero que siempre ha sido lo más natural en el campo. Los matarifes rendían culto a una de las enseñanzas más ancestrales propias de la economía de autosuficiencia. Animales, muchos y sueltos en campos delimitados por pastores eléctricos. Quitar cierres metálicos para pasar, cuidar de las descargas eléctricas, o tentar a la suerte y probar la misma excitación que sintió en sus partes más nobles quien en la anterior etapa probó tal bocado. Las vacas, los toros y toda suerte de caballería ayudaban a entender cómo sería la vida por estas tierras años ha. Y todo con esas masías que responden al típico estereotipo arquitectónico de estas construcciones. Casi ninguna deshabitada, un símbolo de una vida que se repite.
Momentos
El camino propicia tantas actitudes y tantos temas como personas que se junten. Si un oído multiusos y panorámico pudiera recoger hasta el último cuchicheo de cada grupo que se hace y se deshace, sería como para plasmar una generación de conocimiento, o sea, una wikipedia andante. Y amenizada con mucha risa. O con temas más serios. Como el paso de la vida, como aprovechar el momento, como las enseñanzas de aquellos africanos que cada día se reían porque a lo mejor ése era el último de su existencia. Como lo fácil que es que en un segundo te cambie tu existencia. O sea, con ejemplos prácticos: se entiende, por tanto, que aquellos veinte segundos representaran la justificación de una temporada atlética para quien alardea de su proeza.
Al trote
Por una superficie que se mueve entre los 600 y los 800 metros de altitud, con un camino apto para carreras varias, tardaron mucho en salir al trote ligero tres hombres y una mujer. Alegaron entrenarse sin mochila, estirar músculos que no aguantan tanta tranquilidad de la marcha. Se fueron pero se encontraron, antes de parar en el ruso-catalán, con la horma de su sombrero. O sea, el grupo casi giraba en torno a ella y parecía que iban dejando rastros de feromonas delimitadoras del territorio masculino. Pero se encontraron con aquel rebaño de ganado vacuno. Uno del grupo recordó aquel otro encuentro con un toro de lidia allá por els Ports en el GR 7. Y observaron cómo aquellos animales se comportaban casi de forma parecida: toros y vacas, feromonas, territorio, actividad, presumir ante la feminidad. Aunque una cosa era diferente: Lluçà, su monasterio y el guía eran placeres para degustar a sorbos por seres humanos.
El medio y el mensaje
La supuesta altura máxima del terreno dejaba ver al fondo un terreno dado al cultivo de cereales Atrás, Alpens estaba a 860 m, ahora Lluçà a 755. El camino no ofrecía dificultad pero sí vistosidad. Las imágenes de una primavera revitalizada por las últimas lluvias eran espléndidas y muy completas. Junto a alguna masía abandonada, con evidentes restos de oficios y vida en sus entornos, había campos verdes, con matices muy intensos de un color que luego fue explicado muy bien por expertos en tintes textiles. Hasta en algún tramo el camino obligaba a pasar por sembrados de cereales, donde las marcas del paso parecían atentados a la verticalidad conjunta natural del conjunto. Los matices del color no necesitaban de la paleta artificial del Photosop para resaltar una radiante realidad. El olor intenso a pino, el gorjeo de tantos pájaros que parecían estar felices mientras construían su nido. El apareamiento o la alegría de la nueva vida, con el verde cerca y la nieve al fondo. Aquella blanca luminosidad se veía acrecentada por el azul del cielo y ese verde tan cercano. Es un regalo de abril, un mes que intensifica los colores recién nacidos después del letargo invernal. Aquí el medio transmitía muchos mensajes, sólo había que oírlos e interpretarlos.
En la parte más alta del camino, el Coll nord del Castell (a 810 m), una masía con las puertas abiertas, muchas balas de paja, una explanada y, a la izquierda, un letrero: “Lluçà: deixeu el cotxe a descansar i aneu a caminar” Dicho y hecho. El horizonte cercano se componía de los restos de un castillo a la izquierda y un monasterio al fondo, con la línea de la nieve más allá. Un próximo cruce orientaba en cómo llegar al castillo. Cerca, una cruz de término, un gran árbol con sombra y un banco de piedra, con una superficie incrustada con rayas. Uno se podía imaginar cuántas generaciones habrían honrado a aquella cruz y se habrían sentado en aquel banco, a la sombra del majestuoso árbol. Tres símbolos de paso y de una cultura ya antigua. Pronto, la joya: Santa Maria de Lluçà.
El medio es el mensaje
En ésas estábamos cuando McLuhan iba a aparecer encarnado en un ferviente devoto del arte románico del monasterio de Lluçà. Mientras unos llegaban, otros habían detenido su galope en un abrevadero con barra y cerveza. Allí estaba una maravilla del arte y su encantador artificial. Él era catalán viajado a Rusia con billete temporal de vuelta yu parada y fonda en esta obra de arte. Recibía al viajero con demasiado silencio contenido. O sea, su verborrea y ganas de explicar quedaban al alcance del oído presto a escuchar. Claro que él se dirigía al turista con tiempo, no al andarín de paso. Los tesoros le habían embelesado. Para confirmar la belleza de aquel arte, repetía que un equipo de la tele había estado hace poco grabando allí. Sí, la tele. Las cámaras parecían serle de gran valor, el ojo digital verificaba la importancia que percataba el ojo real. Y McLuhan contento con el guía. Como si tanto arte necesitara de la pequeña pantalla para justificar su excelencia.
Hubo sospechas de que un sitio de tanta belleza dejara medio petrificados a tantos amantes del arte como por allí pasaban. El misticismo del lugar, la penumbra del espacio religioso, tanto pantocrátor y el efecto narcotizante de un aroma a tanta cultura religiosa allí dentro, el conjunto levantó sospechas. El grupo se podía estirar, y no por atender a los encantos restauradores de los dos jóvenes de La Primitiva, nombre de la casa de comidas situada enfrente del monasterio. Es la cultura, amigo. Un sitio como para volver y degustar los placeres del buen yantar.
El mensaje de los colores
Una amplia y larga pista parecía alejarse y acercarse al monasterio de Lluçà como si de un juego se tratara. Era el Coll de Plana, a 805 metros, con buenas panorámicas sobre el Lluçanés, Osona, Pirineo Oriental, Montseny, Collsacabra, Sant Llorenç del Munt y Montserrat Era un largo rodeo que servía para alejarse de una parte de la riera de Merlés pero sin dejar de jugar al escondite con el centro religioso.
Al final, para asegurarse de que estábamos todos los que éramos, hubo una parada técnica muy educativa. Son esos momentos en que alguien se sienta, come, bebe, descansa, ríe, se limpia el sudor. O imparte a los ignorantes toda una lección en torno al color verde. Como delante tenía suficiente materia prima, empezó a diferenciar el verde oliva del verde pistacho y del militar. Y usó ejemplos allí presentes para que la lección se entendiera. Tanta pedagogía sirvió también para humanizar otros colores con dos ejemplos muy sencillos. Dos personas que se conocían por andar pero no se identificaban por el nombre, aprovecharon el hecho de hablar de colores para poner encima del verde paisaje dos más en femenino: Blanca y Rosa.
La gastronomía como paisaje
El camino poco a poco tocaba a su fin. Grandes embalses artificiales y antiguos molinos en la riera de Merlès (el Molí d’en Vilalta, a 500 m) ya abandonados dejaban entrever que la tan preciada agua existía. Y también una carretera y un autocar.
El traslado al centro del ágape sirvió para alegrar al personal y para entrar en ambiente. Alguien, cándido él, confundió el nombre del lugar, “Cal Quico” con “Can Kiki”. Quien de esto entiende bastante, comenzó a calentar el ambiente. La traición del inconsciente motivó chanzas de elevado contenido erótico. Pero no pensaba él la que le esperaba en el restaurante.
El lugar era excelente; el rincón, digno de quienes allí comíamos; y la materia prima motivó que ya se programaran varias caminatas más, pero todas con punto de destino en este lugar.
La distribución de comensales hizo que, mira qué casualidad, el que domina muy bien los temas femeninos, quedara solo en una mesa redonda con acreditadas representantes de ese sector. Y, claro, su teatral gracia les alegró la comida. Igual que a todos la invitación a cava de quien celebra su onomástica el 23 de abril.
Pero uno de los platos fuertes de la comida era de papel. Un libro como símbolo, con tantos significados, un punto de libro personalizado, el excelente trabajo de quienes se preocuparon por todo y la oportuna puesta en escena de la ceremonia de entrega, a cargo de quien sabe contar cuentos y declamar en público. Un acto ya institucionalizado que luego debe continuar con la lectura de la “Antologia Poètica” del gran Miquel Martí i Pol.
El poeta nos brindó un trabajo digno de ser paladeado a pequeños sorbos. Y con sus palabras de la página 209 nos quedamos en esta etapa llena de patrimonio cultural y también literario:
“Aquest camí, com tots, acabarà
en un estimball clar, sense paraules,
ni desitjos, ni vent. L’ombra benigna
d’algun ocell em farà companyia,
perquè el record no sigui una feixuga
disbauxa de claror, i en tindré prou
amb no dir res per sentir el fosc embruix
del buit immens que tot ho purifica”
Evaristo
Terrassa, 26 de abril de 2008
http://afondonatural,blogspot.com
Pasar de lo superficial al fondo no es fácil. Tener buen fondo cuesta. Pero, tranquilos, aquí no se va a tope ni a fondo. Todo con naturalidad.
domingo, 4 de mayo de 2008
Séptima etapa del GR1, entre Ripoll y Alpens
Cargando pilas y ánimos con muchas energías
GRmanas y GRmanos:
Sobre facturas más veloces que el autocar- acerca de energías eléctricas euforizantes – de remedios y terapias diversas- sobre brindis por esponsales recientes
Ocurrió antes de empezar a andar. Antes de ponerse en marcha. Antes de subir. Fue la primera vez que una empresa como ésta envía la factura antes de que llegue el autocar. Y eso que tal sucedáneo de vehículo se distinguió por presentarse antes de la hora, antes del primer senderista. Puede que sean señales de cambio, pero el viernes anterior ya facturaban lo que no habían hecho. Y el sábado ya esperaba quien era afamado por no ser puntual. En tal día de reflexión y de la mujer trabajadora, nuestro hombre del volante brindaba toda su sabiduría viaria para llevarnos hasta Ripoll.
Baile de cifras y de bajas
En diferentes mentideros se especuló sobre posibles causas de tantas y distinguidas ausencias. No se sospecha que fuera ninguna muestra de solidaridad con el coordinador general. Y menos ese día. Porque él allí estaba en la parada 2, raudo y veloz. Puso en marcha el manual titulado “Cómo aprender a manejar un GPS en un minuto” y, como su espíritu pedagógico ahora está insatisfecho, se volcó en dos cándidos GRmanos y les esquematizó el funcionamiento del aparato. Los susodichos pupilos interiorizaron ese gran torrente de sabiduría y, con tanta información tan comprimida, dudaron de su futura orientación. Pero no. El GPS se comportó, y eso que él parecía darse cuenta de las manos en que estaba. Por tanto, el coordinador despidió a la expedición con la lección aprendida. Otros, ausentes con disfunciones diversas, con virus, con muestras pedagógicas, con la prevención ante tantas subidas, o con resacas postcelebración, o con preparación preelectoral. Al final, la treintena éramos y Ripoll nos esperaba.
El perfume de los churros
Como casi siempre ocurre en este tipo de jornadas, todo ya está reflexionado y la puesta en común se convierte en una necesaria terapia colectiva. En la zona trasera del vehículo hubo quien compadeció al jubilado de oro, al del jersey rosa y peinado antiguo, o alabó al de las cejas subidas y todos repasaron el estado de la nación antes de sentir el intenso olor a churros y ver los primeros pantalones del mercadillo de Ripoll. Nuestro chófer se nota que tiene olfato, estética y gusto. Asustado quedó el emigrante cuando el tenderete se vio sorprendido por tanto mochilero. Mientras, la gula olía a aceite muy versado en dorar esas tiras de masa de harina que invitan a ser mojadas en chocolate. El recorrido siguió por una zona de la población en la que, a esas horas, unas cocas recién hechas te miraban con ánimo de retar la tentación una vez traspasado el escaparate. Pero no. Hubo contención, miradas para encontrar las primeras marcas y preparativos para acometer la primera cuesta del día. Dicho y hecho.
Entre bosques y bancales
La primera, en la frente. O sea, subida inicial para ganar altura y probar las piernas. Desde arriba la meca de Guifré el Pilós empezaba a quedar distante y lejana. Buena señal. El frío matinal despejaba la fina capa de escarcha que cubría la sequedad del terreno. Se notaba la ausencia de precipitaciones y se iba la vista hacia campos cultivados o prados bien cuidados. En una comarca tan densamente poblada por árboles, los pocos espacios libres estaban cuidados por quienes aún se sienten protagonistas de algo más que de una denuncia: “De todas las especies protegidas, la que está en mayor peligro de extinción es el labrador”. Algunos debía haber, bancales bien cuidados, con ganadería vacuna bien protegida y con límites territoriales para que esos animales no se despisten. Claro que lo que a uno reprime a otro le enerva.
Los electrizantes límites
De sobra sabe el género vacuno que esos alambres son una barrera que no se debe franquear. La represión del paso la notan cuando el morro prueba la función de los electrones. Pero también los humanos pueden probar sus efectos cuando la conexión eléctrica te pilla por sorpresa y te somete a una curiosa prueba. Y más siendo el protagonista uno de la selecta estirpe maratoniana. Resulta que, al parecer, o no se dio cuenta o no valoró en su justa medida aquella barrera eléctrica. Fue a pasarla con cierto descuido. Mientras una pierna sorteaba el obstáculo, la otra impulsaba el cuerpo para finalizar la acción pero…¿y la zona de en medio, la entrepierna? Durante unos segundos quedó en contacto directo con el pastor eléctrico. Digamos que esa zona vital básica, tan alabada por Wody Allen y comparada con el cerebro, sufrió una sobrecarga eléctrica digna de mención. Los alaridos iniciales dieron pie a los caminantes a interesarse por el resultado de la experiencia. Corrieron rumores de que, al final, todo fue muy placentero, quizá con euforizantes cargas de energía que, más tarde, pudieran necesitar las oportunas descargas para que todo quedara donde debía.
Terapias al aire libre
No cabe duda de que esos remedios tan naturales de la risa y de la deconstrucción de la normalidad vigente, son tareas muy practicadas en este paseo tan peripatético en que se convierte una etapa de GRAMANIA. Clamando a los aires consignas, hipótesis, comprobaciones y consejos varios, uno llega a la conclusión de que no queda más remedio que airear la mente y abrirla a otros pensamientos que por allí se escuchan. La sabiduría fluye por los caminos, la persecución de las marcas da rienda suelta a producciones cerebrales diversas. Y más ahora en que la constancia de la edad cada vez se hace más evidente.
Son esas etapas de la vida que muy bien definió quien se cuida de la salud mental ajena. En este caso el género hombre por allí reinante fue clasificado por el experto dentro de la Edad de los Metales: plata en las sienes, oro en los implantes dentales y…plomo en zonas que otros recargan con energía eléctrica. Sobre el género mujer se oyeron comentarios acerca de la magia de los tintes, allí donde ellos no se atreven a aplicar el “just for men”. Y también se aportaron sugerencias para momentos de coyunda o soledades diversas: que si ellas o ellos se inclinan más por la práctica de artes manuales o digitales. O, puestos a ello, la lengua da para mucho y los juegos de palabras y procacidades diversas dieron pie a trabalenguas y palíndromos de alto voltaje (lo de “un metro de encaje negro” ocupó una parte de la oratoria y fue un primer ejemplo). Por lo que se ve, la terapia del caminar una vez al mes quizá ahorre otras empanadas mentales (por no decirlo con recursos lingüísticos más populares)
Un recorrido exigente
Superados los primeros trechos, consumado el almuerzo de rigor, las energías estaban preparadas para ser dilapidadas en constantes subidas y bajadas por un terreno poco frecuentado a pie por la actual especie humana. Atrás quedaron los 695 metros de Ripoll, la Mare de Déu del Remei (815), El Puig (840) y el GR seguía subiendo hasta Vallespirans (880) y el coll de Sant Esteve de Vallespirans (950). El paisaje era imponente a esta altura en medio de la soledad por estar tan alto, con una perspectiva sin obstáculos que se interpusieran con el horizonte. Una comarca para descubrir siguiendo caminos, para ver las sierras de siempre desde otro lugar. Casas recuperadas para usos residenciales, casas de colonias en medio de la soledad, construcciones en ruinas y algunas personas que de vez en cuando nos hacen pensar que no estamos solos allí.
La subida sigue. A 1040 metros, la casa de colonias de Portavella alinea muchas bombonas de butano, una torre, obras de reconstrucción, indicadores confusos y un giro hacia la derecha por unas empinadas rocas. Quien creyera que la máxima altura ya era ésta se equivocaba. La ascensión seguía. También los alambres separadores. Ésta vez no ofrecían “placeres” eléctricos. Más pista, más caminos en medio de altos y olorosos pinos. Salida a otra pista y ya venía la senda a la derecha que, en subida, desembocaba en el mayor espectáculo de la jornada: el santuario de Sant Margarida de Vinyoles, a 1205 metros de altura. Un lugar en donde una inscripción dice que allí se llevaba a los enfermos de cólera, mucho tiempo atrás. Un lugar con espectaculares vistas sobre el Pirineo Oriental, el Berguedà, Osona y el Ripollés. Debajo de esta ermita, reconstruida en 1854, estaba el castillo de la Guàrdia, datado en 1017. Y, por un camino que descendía, seguimos hasta llegar a Alpens, a 860 metros. Una bajada en medio de restos de viviendas, otras recuperadas y un pueblo al fondo, con un casal y con un bar. El destacamento que llegó antes, por hacer sólo media etapa, ya había tomado posiciones en la terraza. Todo bien acondicionado para todos en un lugar que precisamente ese día lo estrenaban los nuevos dueños.
¡Qué buena que estaba ella!
Bien pertrechados en un lugar al sol, en una terraza bien situada y con los condumios encima de la mesa, la celebración de la comida empezó con buen pie y acabó mejor. Los ánimos se fueron caldeando y, como siempre, corrieron degustaciones diversas para ser compartidas. Destacaron unos buñuelos de puro capricho. La bondad del plato de cuaresma fue la confirmación de que la cosa iba bien encaminada. Ya cerca del final, apareció ella. Se presentó con todo su arte. Aparentaba buen sabor, un color muy atractivo, un aspecto muy húmedo, muy sugerente. Invitaba al placer con calma, a observar sus encantos, a comulgar con ellos. De hecho, entraba bien. Le dimos la bienvenida, la probamos y felicitamos una vez más a quien nos deleitó con su presencia. Fue una agradable invitación del GRmano recién casado a todos los allí presentes. Ella, un símbolo más, era Anna de Codorníu, la marca de un buen cava que sirvió, una vez más, para hacer de un acto personal un gesto comunitario, una forma de compartir aquel momento civil con quienes le acompañamos en tantos buenos ratos. Él, un experto en las distancias cortas, nos hizo disfrutar del suave paladar de ella con un gran gesto.
Alpens
Antes de partir de este pueblo, hubo un momento para descubrir el entorno. Las casas de siempre se veían ya acompañadas por las adosadas, mientras aún quedaban huertas sin construir. La diferencia entre unas construcciones y otras era manifiesta. Se las veía allá, mientras aquí al lado, un pagés jubilado labraba su pequeño huerto con herramientas manuales y ancestrales, tal como hacían sus antepasados. Viejas casas con arcos en un pueblo retirado, donde hasta puede presumir de rotular su ayuntamiento de forma distinta. Se sabía dónde estaba la casa consistorial porque lo ponía un papel cualquiera, clavado con dos chinchetas encima de una puerta. Tamaño gesto gráfico sería inimaginable en cualquier entorno urbano.
Dicho lo cual, la partida llegó porque otros acontecimientos y celebraciones esperaban horas después. El sueño recuperador del autocar preparó los cuerpos para la larga noche en que otro GRmano celebró que hace poco había traspasado la barrera de los cincuenta.
Un emotivo acto con un detalle final en forma de puzzle: una estampa del Estany Tort de Peguera con el albergue Josep Maria Blanc al fondo (y con experiencias compartidas) y una frase de Abrahan Lincolm a modo de deseo y de cierre:
“Al final, el més important no són els anys de la vida, sinó la vida dels anys”
Evaristo
Terrassa, 23 de marzo de 2008
http://afondonatural.blogspot.com
GRmanas y GRmanos:
Sobre facturas más veloces que el autocar- acerca de energías eléctricas euforizantes – de remedios y terapias diversas- sobre brindis por esponsales recientes
Ocurrió antes de empezar a andar. Antes de ponerse en marcha. Antes de subir. Fue la primera vez que una empresa como ésta envía la factura antes de que llegue el autocar. Y eso que tal sucedáneo de vehículo se distinguió por presentarse antes de la hora, antes del primer senderista. Puede que sean señales de cambio, pero el viernes anterior ya facturaban lo que no habían hecho. Y el sábado ya esperaba quien era afamado por no ser puntual. En tal día de reflexión y de la mujer trabajadora, nuestro hombre del volante brindaba toda su sabiduría viaria para llevarnos hasta Ripoll.
Baile de cifras y de bajas
En diferentes mentideros se especuló sobre posibles causas de tantas y distinguidas ausencias. No se sospecha que fuera ninguna muestra de solidaridad con el coordinador general. Y menos ese día. Porque él allí estaba en la parada 2, raudo y veloz. Puso en marcha el manual titulado “Cómo aprender a manejar un GPS en un minuto” y, como su espíritu pedagógico ahora está insatisfecho, se volcó en dos cándidos GRmanos y les esquematizó el funcionamiento del aparato. Los susodichos pupilos interiorizaron ese gran torrente de sabiduría y, con tanta información tan comprimida, dudaron de su futura orientación. Pero no. El GPS se comportó, y eso que él parecía darse cuenta de las manos en que estaba. Por tanto, el coordinador despidió a la expedición con la lección aprendida. Otros, ausentes con disfunciones diversas, con virus, con muestras pedagógicas, con la prevención ante tantas subidas, o con resacas postcelebración, o con preparación preelectoral. Al final, la treintena éramos y Ripoll nos esperaba.
El perfume de los churros
Como casi siempre ocurre en este tipo de jornadas, todo ya está reflexionado y la puesta en común se convierte en una necesaria terapia colectiva. En la zona trasera del vehículo hubo quien compadeció al jubilado de oro, al del jersey rosa y peinado antiguo, o alabó al de las cejas subidas y todos repasaron el estado de la nación antes de sentir el intenso olor a churros y ver los primeros pantalones del mercadillo de Ripoll. Nuestro chófer se nota que tiene olfato, estética y gusto. Asustado quedó el emigrante cuando el tenderete se vio sorprendido por tanto mochilero. Mientras, la gula olía a aceite muy versado en dorar esas tiras de masa de harina que invitan a ser mojadas en chocolate. El recorrido siguió por una zona de la población en la que, a esas horas, unas cocas recién hechas te miraban con ánimo de retar la tentación una vez traspasado el escaparate. Pero no. Hubo contención, miradas para encontrar las primeras marcas y preparativos para acometer la primera cuesta del día. Dicho y hecho.
Entre bosques y bancales
La primera, en la frente. O sea, subida inicial para ganar altura y probar las piernas. Desde arriba la meca de Guifré el Pilós empezaba a quedar distante y lejana. Buena señal. El frío matinal despejaba la fina capa de escarcha que cubría la sequedad del terreno. Se notaba la ausencia de precipitaciones y se iba la vista hacia campos cultivados o prados bien cuidados. En una comarca tan densamente poblada por árboles, los pocos espacios libres estaban cuidados por quienes aún se sienten protagonistas de algo más que de una denuncia: “De todas las especies protegidas, la que está en mayor peligro de extinción es el labrador”. Algunos debía haber, bancales bien cuidados, con ganadería vacuna bien protegida y con límites territoriales para que esos animales no se despisten. Claro que lo que a uno reprime a otro le enerva.
Los electrizantes límites
De sobra sabe el género vacuno que esos alambres son una barrera que no se debe franquear. La represión del paso la notan cuando el morro prueba la función de los electrones. Pero también los humanos pueden probar sus efectos cuando la conexión eléctrica te pilla por sorpresa y te somete a una curiosa prueba. Y más siendo el protagonista uno de la selecta estirpe maratoniana. Resulta que, al parecer, o no se dio cuenta o no valoró en su justa medida aquella barrera eléctrica. Fue a pasarla con cierto descuido. Mientras una pierna sorteaba el obstáculo, la otra impulsaba el cuerpo para finalizar la acción pero…¿y la zona de en medio, la entrepierna? Durante unos segundos quedó en contacto directo con el pastor eléctrico. Digamos que esa zona vital básica, tan alabada por Wody Allen y comparada con el cerebro, sufrió una sobrecarga eléctrica digna de mención. Los alaridos iniciales dieron pie a los caminantes a interesarse por el resultado de la experiencia. Corrieron rumores de que, al final, todo fue muy placentero, quizá con euforizantes cargas de energía que, más tarde, pudieran necesitar las oportunas descargas para que todo quedara donde debía.
Terapias al aire libre
No cabe duda de que esos remedios tan naturales de la risa y de la deconstrucción de la normalidad vigente, son tareas muy practicadas en este paseo tan peripatético en que se convierte una etapa de GRAMANIA. Clamando a los aires consignas, hipótesis, comprobaciones y consejos varios, uno llega a la conclusión de que no queda más remedio que airear la mente y abrirla a otros pensamientos que por allí se escuchan. La sabiduría fluye por los caminos, la persecución de las marcas da rienda suelta a producciones cerebrales diversas. Y más ahora en que la constancia de la edad cada vez se hace más evidente.
Son esas etapas de la vida que muy bien definió quien se cuida de la salud mental ajena. En este caso el género hombre por allí reinante fue clasificado por el experto dentro de la Edad de los Metales: plata en las sienes, oro en los implantes dentales y…plomo en zonas que otros recargan con energía eléctrica. Sobre el género mujer se oyeron comentarios acerca de la magia de los tintes, allí donde ellos no se atreven a aplicar el “just for men”. Y también se aportaron sugerencias para momentos de coyunda o soledades diversas: que si ellas o ellos se inclinan más por la práctica de artes manuales o digitales. O, puestos a ello, la lengua da para mucho y los juegos de palabras y procacidades diversas dieron pie a trabalenguas y palíndromos de alto voltaje (lo de “un metro de encaje negro” ocupó una parte de la oratoria y fue un primer ejemplo). Por lo que se ve, la terapia del caminar una vez al mes quizá ahorre otras empanadas mentales (por no decirlo con recursos lingüísticos más populares)
Un recorrido exigente
Superados los primeros trechos, consumado el almuerzo de rigor, las energías estaban preparadas para ser dilapidadas en constantes subidas y bajadas por un terreno poco frecuentado a pie por la actual especie humana. Atrás quedaron los 695 metros de Ripoll, la Mare de Déu del Remei (815), El Puig (840) y el GR seguía subiendo hasta Vallespirans (880) y el coll de Sant Esteve de Vallespirans (950). El paisaje era imponente a esta altura en medio de la soledad por estar tan alto, con una perspectiva sin obstáculos que se interpusieran con el horizonte. Una comarca para descubrir siguiendo caminos, para ver las sierras de siempre desde otro lugar. Casas recuperadas para usos residenciales, casas de colonias en medio de la soledad, construcciones en ruinas y algunas personas que de vez en cuando nos hacen pensar que no estamos solos allí.
La subida sigue. A 1040 metros, la casa de colonias de Portavella alinea muchas bombonas de butano, una torre, obras de reconstrucción, indicadores confusos y un giro hacia la derecha por unas empinadas rocas. Quien creyera que la máxima altura ya era ésta se equivocaba. La ascensión seguía. También los alambres separadores. Ésta vez no ofrecían “placeres” eléctricos. Más pista, más caminos en medio de altos y olorosos pinos. Salida a otra pista y ya venía la senda a la derecha que, en subida, desembocaba en el mayor espectáculo de la jornada: el santuario de Sant Margarida de Vinyoles, a 1205 metros de altura. Un lugar en donde una inscripción dice que allí se llevaba a los enfermos de cólera, mucho tiempo atrás. Un lugar con espectaculares vistas sobre el Pirineo Oriental, el Berguedà, Osona y el Ripollés. Debajo de esta ermita, reconstruida en 1854, estaba el castillo de la Guàrdia, datado en 1017. Y, por un camino que descendía, seguimos hasta llegar a Alpens, a 860 metros. Una bajada en medio de restos de viviendas, otras recuperadas y un pueblo al fondo, con un casal y con un bar. El destacamento que llegó antes, por hacer sólo media etapa, ya había tomado posiciones en la terraza. Todo bien acondicionado para todos en un lugar que precisamente ese día lo estrenaban los nuevos dueños.
¡Qué buena que estaba ella!
Bien pertrechados en un lugar al sol, en una terraza bien situada y con los condumios encima de la mesa, la celebración de la comida empezó con buen pie y acabó mejor. Los ánimos se fueron caldeando y, como siempre, corrieron degustaciones diversas para ser compartidas. Destacaron unos buñuelos de puro capricho. La bondad del plato de cuaresma fue la confirmación de que la cosa iba bien encaminada. Ya cerca del final, apareció ella. Se presentó con todo su arte. Aparentaba buen sabor, un color muy atractivo, un aspecto muy húmedo, muy sugerente. Invitaba al placer con calma, a observar sus encantos, a comulgar con ellos. De hecho, entraba bien. Le dimos la bienvenida, la probamos y felicitamos una vez más a quien nos deleitó con su presencia. Fue una agradable invitación del GRmano recién casado a todos los allí presentes. Ella, un símbolo más, era Anna de Codorníu, la marca de un buen cava que sirvió, una vez más, para hacer de un acto personal un gesto comunitario, una forma de compartir aquel momento civil con quienes le acompañamos en tantos buenos ratos. Él, un experto en las distancias cortas, nos hizo disfrutar del suave paladar de ella con un gran gesto.
Alpens
Antes de partir de este pueblo, hubo un momento para descubrir el entorno. Las casas de siempre se veían ya acompañadas por las adosadas, mientras aún quedaban huertas sin construir. La diferencia entre unas construcciones y otras era manifiesta. Se las veía allá, mientras aquí al lado, un pagés jubilado labraba su pequeño huerto con herramientas manuales y ancestrales, tal como hacían sus antepasados. Viejas casas con arcos en un pueblo retirado, donde hasta puede presumir de rotular su ayuntamiento de forma distinta. Se sabía dónde estaba la casa consistorial porque lo ponía un papel cualquiera, clavado con dos chinchetas encima de una puerta. Tamaño gesto gráfico sería inimaginable en cualquier entorno urbano.
Dicho lo cual, la partida llegó porque otros acontecimientos y celebraciones esperaban horas después. El sueño recuperador del autocar preparó los cuerpos para la larga noche en que otro GRmano celebró que hace poco había traspasado la barrera de los cincuenta.
Un emotivo acto con un detalle final en forma de puzzle: una estampa del Estany Tort de Peguera con el albergue Josep Maria Blanc al fondo (y con experiencias compartidas) y una frase de Abrahan Lincolm a modo de deseo y de cierre:
“Al final, el més important no són els anys de la vida, sinó la vida dels anys”
Evaristo
Terrassa, 23 de marzo de 2008
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Sexta etapa del GR1, entre Sant Pau de Segúries y Ripoll
GRMANIA mojó en el Ripollès
GRmanas y GRmanos:
Del valor de la tecnología punta en vena – Por caminos paralelos a casi todo - Sobre suplentes y suplantados –Sobre votaciones en medio del bosque – Acerca de la desbandada final.
La excepcionalidad de la etapa era evidente. No tanto por el recorrido, con escasos desniveles y poco accidentado. El hecho a destacar en sí era que el coordinador general permanecía expectante y convaleciente en sus aposentos ovales. Intrigado por ver qué pasaría por el Ripollès con el personal a sus órdenes. Y recuperándose muy favorablemente. Eso sí, empezaron a circular rumores sobre la calidad de las piezas que le colocaron en su zona de operaciones, como más adelante se verá. El segundo hecho excepcional fue la forma tan sibilina en que a alguien lo van formando como suplente para tareas de responsabilidad. Y, cuando el formador lo ve capaz para cometer el mando, le otorga los bártulos, el cargo y hace mutis por el foro. Pero de eso habrá tiempo de tratar con más detalle. Por otra parte, gran alegría causó ver de nuevo rostros que hace tiempo se echaban en falta: el de quien cuida con esmero de nuestro gran capitán y el del ufano y feliz que quitó su piedra del camino, con lo que su buen humor aún se acrecentará.
Disfunciones caloríficas
Nuestro respetado tocador del volante y otros mandos se ve incapaz de dar gusto a todos en el autocar. Y no es que le fallen los sensores climáticos del receptáculo andante. Mira que se esfuerza pero siempre recibe sugerencias. Quien se hiela, a quien le suben los efluvios caloríficos, quien no ve el paisaje porque se empañan los cristales, quien toca el vidrio y a veces el hielo hace acto de presencia. En fin, menos mal que, a la vuelta, el sopor después de caminatas y comidas, conjugado con los desequilibrios del interior (del autocar, se entiende), sumen al personal en un dulce sueño redentor.
Tecnología punta a modo de sostén
La zona trasera del carruaje con motor entró en una serie de especulaciones y rumores, a la vez que aportó soluciones tecnológicas para fallos de operatividad propios de estas edades. De entrada, alguien no confirmó pero sí apuntó que a nuestro coordinador le habían instalado en la zona operada piezas hechas con la última tecnología alemana. Y especuló que su próxima reincorporación al camino será como para ir a su rebufo. Hablaban de titanio y otros materiales que, decían, habían sido probados en los cuellos de los conductores de vehículos de Fórmula 1.
Pero no todo quedó ahí. Quien sabe más casi ya por futuro abuelo apuntó más recursos. Una marca japonesa ya experimenta con algún invento para subir los párpados, en caso de que quien conduce un coche se duerma. Extrapolado el invento, a los cincuentones de la zona del gallinero del autocar les comenzaron a brillar los ojos de forma lasciva: por fin habrá una tecnología capaz de mantener también en subida otras zonas corporales que empiezan a estar en bajada.
Los rigores del clima
El anticiclón persistente, además de orquestar toses y resfriados múltiples, cubre la Cataluña interior con una persistente helada. Un paisaje subyugante desde dentro del autocar. Un anuncio de que el día será soleado y que de los hielos pronto se pasará a observar mejor aquellos campos del Ripollès. Esta etapa de hecho fue una de las que menos núcleos habitados cruzó y más masías ocupadas por labradores nos mostró. Casas con todo lo propio de la agricultura moderna, tractores que roturaban la tierra y la hacían girar, gramíneas ya crecidas que esperaban como todos: que de una vez llueva. El río Ter, algunos canales y las rieras que se cruzaron confirmaban la escasez del líquido elemento. Casi ni para mojarse había agua en algunas zonas.
Caminos paralelos
A menudo los caminos, los ríos, las carreteras y las vías ferroviarias van todos paralelos. Cuando esto pasa, la brecha fluvial suele ser la que ha abierto el paso a las demás vías de comunicación. En este caso, el paralelismo se dio en bastantes tramos del recorrido. Se apreciaba poca población pero algunas masías aún en marcha, con esos adelantos que facilitan la dureza del campo. O esos leñadores, también con tecnología punta. Disponían de alargados y articulados brazos que alcanzaban a cortar elevadas ramas. Mucha poda a lo largo de un sendero bien marcado y aún más cerrado. En pocas etapas ha habido tantos alambres como en ésta: son esos cerrojos pasajeros que ponen puertas al campo, limitan propiedades o impiden que animales de cuatro patas traspasen las fronteras artificiales.
Almuerzo y suplencias en la cúpula
Cruces, giros, muchos pasos y hambre. Al lado del edificio que albergaba una esclusa para abastecer de agua a un canal de riego, el personal sacó los condumios cara al sol. Cerca, el agua que no mojaba en su caída algunos metros más allá. Unos, al lado de la acequia. Otros, abajo. Muchos, encaramados a los restos de un balcón sin acabar. Mientras se engullían las viandas, hubo competencia de vinos. Por allí apareció una bota con un suave vino que ponía la nota diferencial a los paladares. Hubo quienes, pensando en su propietario, se afanaron a probarlo. Pensaban que podría ser vino de misa y, por su calidad y ausencia de agua, bien iría para consumar una comunión completa. Pero no fue el caso. Se apreció la libación y se habló de la sorpresa del día. Un suplente encaramado al poder.
Al parecer, el anterior jefe de personal y de recursos humanos de GRMANIA estuvo formando casi en secreto durante bastante tiempo a su suplente en el cargo. Dicho aventajado alumno manifestó que “no fue ningún suplicio ser suplente” y menos “suplantar” al titular. Llegado el momento, como que ya lo vio suelto en el cargo, procedió al relevo sucesorio. Con lo que GRMANIA ya dispone de un nuevo jefe de los recursos más humanos, cargo que seguro que se tomará con mucha filosofía. Claro que, según se mire, quizá este hecho sea el principio de una carrera de altos vuelos. Porque si el ya exjefe de personal, después de tantos años adquiriendo rodaje en GRMANIA, ha pasado a gestionar el conocimiento de áreas y ámbitos muy superiores, quizá el nuevo jefe de personal aspire a, en un futuro, seguir sus pasos. Y pueda progresar en otros ámbitos, aunque quizá la esperada y deseada jubilación le abra otras puertas más placenteras.
Vías verdes, senda del hierro y chocolate para todos
Una de las terapias más practicadas en los GR es aquel consejo que hace años dio el cómico italiano Dario Fo: “La risa libera al hombre de sus miedos”. Por la cantidad de carcajadas se deduce que de miedo, nada. Risas y buenos momentos mientras los vericuetos te llevan por una altura de unos 800 metros: de Sant Pau de Segúries al torrent de Quatrecases, de aquí a la riera del Repunxó, masías con nombres como El Marquès o El Grau, El Pujol, la Batilla, el Tampere o el molino de Malatosca. Desde aquí, queda poco hasta la estación de la vía verde de Sant Joan de les Abadesses, a 770 metros. Un cruce de caminos, con la antigua ruta del hierro reconvertida para el turismo, el río Ter, la carretera, el monasterio y el puente que han dado merecida fama a esta población. Abadesas debía haber (de abades, no se habla).
Y aquí, uno de los recientes cincuentones del grupo quiso que todos mojaran. El chocolate caliente y los bizcochos fueron un tentempié en mitad del camino. A pesar de cierto sofoco derivado de los kilómetros andados, no sentó mal dicho brebaje, llamado hace años en algunos sitios “la merienda de los curas” (por algo sería). De este GR no parece que nadie se despidiera si haber tenido la opción de mojar algo. Aunque sólo fueran bizcochos.
Y, visto lo visto, un cumpleaños puede ser motivo como para pensar en aquello que apuntó la escritora irlandesa Edna O’Brian: “El cuerpo contiene la biografía tanto como el cerebro” (habrá que mirarse al espejo con detenimiento).
Votando por los bosques del Ripollès
Hasta Ripoll el camino transcurrió entre masas arbóreas muy tupidas, ausencia de presencia humana y un hombre destacado que se esfumó en lontananza. Acometió el camino con buen paso, sin mirar atrás. Sólo las marcas que, decía, no le conducirían a pérdida alguna. Ante su derroche de fuerza, el grupo perseguidor bromeaba sobre sus capacidades y sobre otros temas. O sea, la risa que cura. Las masías habitadas eran las únicas construcciones que dejaban ver la actuación humana. La mayor subida, a 890 metros en el coll de Can Sau. Después, la riera de Ogassa, el torrente de la Rimbala y el típico rodeo por quienes enfilan la directa y son capaces de trotar más kilómetros con mucha alegría e inocencia.
Ya de bajada, un miembro de GRMANIA sugirió una votación para discernir si venía hasta aquí el autocar o se acababa la etapa andando. El resultado electoral fue uno pero la realidad fue otra: tres trotando sin mochila hasta el final, unos esperando al autobús, otros dentro de él, unos rompiendo la disciplina de voto, y el autobús dando vueltas a un lado y a otro buscando a los más lejanos. Vueltas, giros y paradas hasta no dejar a nadie en tierra. Menos mal que nos conducen buenas manos. La desbandada inicial acabó bien.
El restaurante Rama primero y el otro con apelativo en honor a la barrica, ambos fueron testigos de los diversos movimientos del personal. Suerte que no había pérdida y el GR iba paralelo a la carretera. Pero, por movimiento que no quede. Al final, concentración en la zona exterior de un restaurante. Una vieja masía con problemas en la red de cañería, con escaso servicio de personal, con viejos aperos y herramientas de labranza en exposición y algunas aves que daban un toque rural al entorno.
Allí, al sol, nuestro servicio propio de camareros se comportó con más diligencia que el inexistente del bar. Las cajas de cerveza y las botellas de vino alegraron los semblantes y cerraron una etapa por una de las comarcas de Cataluña con bellezas no masificadas. Imágenes para recordar y también para soñar mientras el sopor de la siesta se apoderó de los que volvían al punto de origen.
Aunque hoy las protestas a veces ya ni son, hace unos cuantos años un cantante norteamericano cerró su vida antes de suicidarse con una significativa mención a la rebelión por la estética:
“Ah, pero en un tiempo tan feo como éste, la única protesta verdadera es la belleza”
Evaristo
Terrassa, 13 de febrero de 2008
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GRmanas y GRmanos:
Del valor de la tecnología punta en vena – Por caminos paralelos a casi todo - Sobre suplentes y suplantados –Sobre votaciones en medio del bosque – Acerca de la desbandada final.
La excepcionalidad de la etapa era evidente. No tanto por el recorrido, con escasos desniveles y poco accidentado. El hecho a destacar en sí era que el coordinador general permanecía expectante y convaleciente en sus aposentos ovales. Intrigado por ver qué pasaría por el Ripollès con el personal a sus órdenes. Y recuperándose muy favorablemente. Eso sí, empezaron a circular rumores sobre la calidad de las piezas que le colocaron en su zona de operaciones, como más adelante se verá. El segundo hecho excepcional fue la forma tan sibilina en que a alguien lo van formando como suplente para tareas de responsabilidad. Y, cuando el formador lo ve capaz para cometer el mando, le otorga los bártulos, el cargo y hace mutis por el foro. Pero de eso habrá tiempo de tratar con más detalle. Por otra parte, gran alegría causó ver de nuevo rostros que hace tiempo se echaban en falta: el de quien cuida con esmero de nuestro gran capitán y el del ufano y feliz que quitó su piedra del camino, con lo que su buen humor aún se acrecentará.
Disfunciones caloríficas
Nuestro respetado tocador del volante y otros mandos se ve incapaz de dar gusto a todos en el autocar. Y no es que le fallen los sensores climáticos del receptáculo andante. Mira que se esfuerza pero siempre recibe sugerencias. Quien se hiela, a quien le suben los efluvios caloríficos, quien no ve el paisaje porque se empañan los cristales, quien toca el vidrio y a veces el hielo hace acto de presencia. En fin, menos mal que, a la vuelta, el sopor después de caminatas y comidas, conjugado con los desequilibrios del interior (del autocar, se entiende), sumen al personal en un dulce sueño redentor.
Tecnología punta a modo de sostén
La zona trasera del carruaje con motor entró en una serie de especulaciones y rumores, a la vez que aportó soluciones tecnológicas para fallos de operatividad propios de estas edades. De entrada, alguien no confirmó pero sí apuntó que a nuestro coordinador le habían instalado en la zona operada piezas hechas con la última tecnología alemana. Y especuló que su próxima reincorporación al camino será como para ir a su rebufo. Hablaban de titanio y otros materiales que, decían, habían sido probados en los cuellos de los conductores de vehículos de Fórmula 1.
Pero no todo quedó ahí. Quien sabe más casi ya por futuro abuelo apuntó más recursos. Una marca japonesa ya experimenta con algún invento para subir los párpados, en caso de que quien conduce un coche se duerma. Extrapolado el invento, a los cincuentones de la zona del gallinero del autocar les comenzaron a brillar los ojos de forma lasciva: por fin habrá una tecnología capaz de mantener también en subida otras zonas corporales que empiezan a estar en bajada.
Los rigores del clima
El anticiclón persistente, además de orquestar toses y resfriados múltiples, cubre la Cataluña interior con una persistente helada. Un paisaje subyugante desde dentro del autocar. Un anuncio de que el día será soleado y que de los hielos pronto se pasará a observar mejor aquellos campos del Ripollès. Esta etapa de hecho fue una de las que menos núcleos habitados cruzó y más masías ocupadas por labradores nos mostró. Casas con todo lo propio de la agricultura moderna, tractores que roturaban la tierra y la hacían girar, gramíneas ya crecidas que esperaban como todos: que de una vez llueva. El río Ter, algunos canales y las rieras que se cruzaron confirmaban la escasez del líquido elemento. Casi ni para mojarse había agua en algunas zonas.
Caminos paralelos
A menudo los caminos, los ríos, las carreteras y las vías ferroviarias van todos paralelos. Cuando esto pasa, la brecha fluvial suele ser la que ha abierto el paso a las demás vías de comunicación. En este caso, el paralelismo se dio en bastantes tramos del recorrido. Se apreciaba poca población pero algunas masías aún en marcha, con esos adelantos que facilitan la dureza del campo. O esos leñadores, también con tecnología punta. Disponían de alargados y articulados brazos que alcanzaban a cortar elevadas ramas. Mucha poda a lo largo de un sendero bien marcado y aún más cerrado. En pocas etapas ha habido tantos alambres como en ésta: son esos cerrojos pasajeros que ponen puertas al campo, limitan propiedades o impiden que animales de cuatro patas traspasen las fronteras artificiales.
Almuerzo y suplencias en la cúpula
Cruces, giros, muchos pasos y hambre. Al lado del edificio que albergaba una esclusa para abastecer de agua a un canal de riego, el personal sacó los condumios cara al sol. Cerca, el agua que no mojaba en su caída algunos metros más allá. Unos, al lado de la acequia. Otros, abajo. Muchos, encaramados a los restos de un balcón sin acabar. Mientras se engullían las viandas, hubo competencia de vinos. Por allí apareció una bota con un suave vino que ponía la nota diferencial a los paladares. Hubo quienes, pensando en su propietario, se afanaron a probarlo. Pensaban que podría ser vino de misa y, por su calidad y ausencia de agua, bien iría para consumar una comunión completa. Pero no fue el caso. Se apreció la libación y se habló de la sorpresa del día. Un suplente encaramado al poder.
Al parecer, el anterior jefe de personal y de recursos humanos de GRMANIA estuvo formando casi en secreto durante bastante tiempo a su suplente en el cargo. Dicho aventajado alumno manifestó que “no fue ningún suplicio ser suplente” y menos “suplantar” al titular. Llegado el momento, como que ya lo vio suelto en el cargo, procedió al relevo sucesorio. Con lo que GRMANIA ya dispone de un nuevo jefe de los recursos más humanos, cargo que seguro que se tomará con mucha filosofía. Claro que, según se mire, quizá este hecho sea el principio de una carrera de altos vuelos. Porque si el ya exjefe de personal, después de tantos años adquiriendo rodaje en GRMANIA, ha pasado a gestionar el conocimiento de áreas y ámbitos muy superiores, quizá el nuevo jefe de personal aspire a, en un futuro, seguir sus pasos. Y pueda progresar en otros ámbitos, aunque quizá la esperada y deseada jubilación le abra otras puertas más placenteras.
Vías verdes, senda del hierro y chocolate para todos
Una de las terapias más practicadas en los GR es aquel consejo que hace años dio el cómico italiano Dario Fo: “La risa libera al hombre de sus miedos”. Por la cantidad de carcajadas se deduce que de miedo, nada. Risas y buenos momentos mientras los vericuetos te llevan por una altura de unos 800 metros: de Sant Pau de Segúries al torrent de Quatrecases, de aquí a la riera del Repunxó, masías con nombres como El Marquès o El Grau, El Pujol, la Batilla, el Tampere o el molino de Malatosca. Desde aquí, queda poco hasta la estación de la vía verde de Sant Joan de les Abadesses, a 770 metros. Un cruce de caminos, con la antigua ruta del hierro reconvertida para el turismo, el río Ter, la carretera, el monasterio y el puente que han dado merecida fama a esta población. Abadesas debía haber (de abades, no se habla).
Y aquí, uno de los recientes cincuentones del grupo quiso que todos mojaran. El chocolate caliente y los bizcochos fueron un tentempié en mitad del camino. A pesar de cierto sofoco derivado de los kilómetros andados, no sentó mal dicho brebaje, llamado hace años en algunos sitios “la merienda de los curas” (por algo sería). De este GR no parece que nadie se despidiera si haber tenido la opción de mojar algo. Aunque sólo fueran bizcochos.
Y, visto lo visto, un cumpleaños puede ser motivo como para pensar en aquello que apuntó la escritora irlandesa Edna O’Brian: “El cuerpo contiene la biografía tanto como el cerebro” (habrá que mirarse al espejo con detenimiento).
Votando por los bosques del Ripollès
Hasta Ripoll el camino transcurrió entre masas arbóreas muy tupidas, ausencia de presencia humana y un hombre destacado que se esfumó en lontananza. Acometió el camino con buen paso, sin mirar atrás. Sólo las marcas que, decía, no le conducirían a pérdida alguna. Ante su derroche de fuerza, el grupo perseguidor bromeaba sobre sus capacidades y sobre otros temas. O sea, la risa que cura. Las masías habitadas eran las únicas construcciones que dejaban ver la actuación humana. La mayor subida, a 890 metros en el coll de Can Sau. Después, la riera de Ogassa, el torrente de la Rimbala y el típico rodeo por quienes enfilan la directa y son capaces de trotar más kilómetros con mucha alegría e inocencia.
Ya de bajada, un miembro de GRMANIA sugirió una votación para discernir si venía hasta aquí el autocar o se acababa la etapa andando. El resultado electoral fue uno pero la realidad fue otra: tres trotando sin mochila hasta el final, unos esperando al autobús, otros dentro de él, unos rompiendo la disciplina de voto, y el autobús dando vueltas a un lado y a otro buscando a los más lejanos. Vueltas, giros y paradas hasta no dejar a nadie en tierra. Menos mal que nos conducen buenas manos. La desbandada inicial acabó bien.
El restaurante Rama primero y el otro con apelativo en honor a la barrica, ambos fueron testigos de los diversos movimientos del personal. Suerte que no había pérdida y el GR iba paralelo a la carretera. Pero, por movimiento que no quede. Al final, concentración en la zona exterior de un restaurante. Una vieja masía con problemas en la red de cañería, con escaso servicio de personal, con viejos aperos y herramientas de labranza en exposición y algunas aves que daban un toque rural al entorno.
Allí, al sol, nuestro servicio propio de camareros se comportó con más diligencia que el inexistente del bar. Las cajas de cerveza y las botellas de vino alegraron los semblantes y cerraron una etapa por una de las comarcas de Cataluña con bellezas no masificadas. Imágenes para recordar y también para soñar mientras el sopor de la siesta se apoderó de los que volvían al punto de origen.
Aunque hoy las protestas a veces ya ni son, hace unos cuantos años un cantante norteamericano cerró su vida antes de suicidarse con una significativa mención a la rebelión por la estética:
“Ah, pero en un tiempo tan feo como éste, la única protesta verdadera es la belleza”
Evaristo
Terrassa, 13 de febrero de 2008
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