domingo, 4 de mayo de 2008

Séptima etapa del GR1, entre Ripoll y Alpens

Cargando pilas y ánimos con muchas energías



GRmanas y GRmanos:

Sobre facturas más veloces que el autocar- acerca de energías eléctricas euforizantes – de remedios y terapias diversas- sobre brindis por esponsales recientes



Ocurrió antes de empezar a andar. Antes de ponerse en marcha. Antes de subir. Fue la primera vez que una empresa como ésta envía la factura antes de que llegue el autocar. Y eso que tal sucedáneo de vehículo se distinguió por presentarse antes de la hora, antes del primer senderista. Puede que sean señales de cambio, pero el viernes anterior ya facturaban lo que no habían hecho. Y el sábado ya esperaba quien era afamado por no ser puntual. En tal día de reflexión y de la mujer trabajadora, nuestro hombre del volante brindaba toda su sabiduría viaria para llevarnos hasta Ripoll.

Baile de cifras y de bajas

En diferentes mentideros se especuló sobre posibles causas de tantas y distinguidas ausencias. No se sospecha que fuera ninguna muestra de solidaridad con el coordinador general. Y menos ese día. Porque él allí estaba en la parada 2, raudo y veloz. Puso en marcha el manual titulado “Cómo aprender a manejar un GPS en un minuto” y, como su espíritu pedagógico ahora está insatisfecho, se volcó en dos cándidos GRmanos y les esquematizó el funcionamiento del aparato. Los susodichos pupilos interiorizaron ese gran torrente de sabiduría y, con tanta información tan comprimida, dudaron de su futura orientación. Pero no. El GPS se comportó, y eso que él parecía darse cuenta de las manos en que estaba. Por tanto, el coordinador despidió a la expedición con la lección aprendida. Otros, ausentes con disfunciones diversas, con virus, con muestras pedagógicas, con la prevención ante tantas subidas, o con resacas postcelebración, o con preparación preelectoral. Al final, la treintena éramos y Ripoll nos esperaba.

El perfume de los churros

Como casi siempre ocurre en este tipo de jornadas, todo ya está reflexionado y la puesta en común se convierte en una necesaria terapia colectiva. En la zona trasera del vehículo hubo quien compadeció al jubilado de oro, al del jersey rosa y peinado antiguo, o alabó al de las cejas subidas y todos repasaron el estado de la nación antes de sentir el intenso olor a churros y ver los primeros pantalones del mercadillo de Ripoll. Nuestro chófer se nota que tiene olfato, estética y gusto. Asustado quedó el emigrante cuando el tenderete se vio sorprendido por tanto mochilero. Mientras, la gula olía a aceite muy versado en dorar esas tiras de masa de harina que invitan a ser mojadas en chocolate. El recorrido siguió por una zona de la población en la que, a esas horas, unas cocas recién hechas te miraban con ánimo de retar la tentación una vez traspasado el escaparate. Pero no. Hubo contención, miradas para encontrar las primeras marcas y preparativos para acometer la primera cuesta del día. Dicho y hecho.

Entre bosques y bancales

La primera, en la frente. O sea, subida inicial para ganar altura y probar las piernas. Desde arriba la meca de Guifré el Pilós empezaba a quedar distante y lejana. Buena señal. El frío matinal despejaba la fina capa de escarcha que cubría la sequedad del terreno. Se notaba la ausencia de precipitaciones y se iba la vista hacia campos cultivados o prados bien cuidados. En una comarca tan densamente poblada por árboles, los pocos espacios libres estaban cuidados por quienes aún se sienten protagonistas de algo más que de una denuncia: “De todas las especies protegidas, la que está en mayor peligro de extinción es el labrador”. Algunos debía haber, bancales bien cuidados, con ganadería vacuna bien protegida y con límites territoriales para que esos animales no se despisten. Claro que lo que a uno reprime a otro le enerva.

Los electrizantes límites

De sobra sabe el género vacuno que esos alambres son una barrera que no se debe franquear. La represión del paso la notan cuando el morro prueba la función de los electrones. Pero también los humanos pueden probar sus efectos cuando la conexión eléctrica te pilla por sorpresa y te somete a una curiosa prueba. Y más siendo el protagonista uno de la selecta estirpe maratoniana. Resulta que, al parecer, o no se dio cuenta o no valoró en su justa medida aquella barrera eléctrica. Fue a pasarla con cierto descuido. Mientras una pierna sorteaba el obstáculo, la otra impulsaba el cuerpo para finalizar la acción pero…¿y la zona de en medio, la entrepierna? Durante unos segundos quedó en contacto directo con el pastor eléctrico. Digamos que esa zona vital básica, tan alabada por Wody Allen y comparada con el cerebro, sufrió una sobrecarga eléctrica digna de mención. Los alaridos iniciales dieron pie a los caminantes a interesarse por el resultado de la experiencia. Corrieron rumores de que, al final, todo fue muy placentero, quizá con euforizantes cargas de energía que, más tarde, pudieran necesitar las oportunas descargas para que todo quedara donde debía.

Terapias al aire libre

No cabe duda de que esos remedios tan naturales de la risa y de la deconstrucción de la normalidad vigente, son tareas muy practicadas en este paseo tan peripatético en que se convierte una etapa de GRAMANIA. Clamando a los aires consignas, hipótesis, comprobaciones y consejos varios, uno llega a la conclusión de que no queda más remedio que airear la mente y abrirla a otros pensamientos que por allí se escuchan. La sabiduría fluye por los caminos, la persecución de las marcas da rienda suelta a producciones cerebrales diversas. Y más ahora en que la constancia de la edad cada vez se hace más evidente.
Son esas etapas de la vida que muy bien definió quien se cuida de la salud mental ajena. En este caso el género hombre por allí reinante fue clasificado por el experto dentro de la Edad de los Metales: plata en las sienes, oro en los implantes dentales y…plomo en zonas que otros recargan con energía eléctrica. Sobre el género mujer se oyeron comentarios acerca de la magia de los tintes, allí donde ellos no se atreven a aplicar el “just for men”. Y también se aportaron sugerencias para momentos de coyunda o soledades diversas: que si ellas o ellos se inclinan más por la práctica de artes manuales o digitales. O, puestos a ello, la lengua da para mucho y los juegos de palabras y procacidades diversas dieron pie a trabalenguas y palíndromos de alto voltaje (lo de “un metro de encaje negro” ocupó una parte de la oratoria y fue un primer ejemplo). Por lo que se ve, la terapia del caminar una vez al mes quizá ahorre otras empanadas mentales (por no decirlo con recursos lingüísticos más populares)

Un recorrido exigente

Superados los primeros trechos, consumado el almuerzo de rigor, las energías estaban preparadas para ser dilapidadas en constantes subidas y bajadas por un terreno poco frecuentado a pie por la actual especie humana. Atrás quedaron los 695 metros de Ripoll, la Mare de Déu del Remei (815), El Puig (840) y el GR seguía subiendo hasta Vallespirans (880) y el coll de Sant Esteve de Vallespirans (950). El paisaje era imponente a esta altura en medio de la soledad por estar tan alto, con una perspectiva sin obstáculos que se interpusieran con el horizonte. Una comarca para descubrir siguiendo caminos, para ver las sierras de siempre desde otro lugar. Casas recuperadas para usos residenciales, casas de colonias en medio de la soledad, construcciones en ruinas y algunas personas que de vez en cuando nos hacen pensar que no estamos solos allí.
La subida sigue. A 1040 metros, la casa de colonias de Portavella alinea muchas bombonas de butano, una torre, obras de reconstrucción, indicadores confusos y un giro hacia la derecha por unas empinadas rocas. Quien creyera que la máxima altura ya era ésta se equivocaba. La ascensión seguía. También los alambres separadores. Ésta vez no ofrecían “placeres” eléctricos. Más pista, más caminos en medio de altos y olorosos pinos. Salida a otra pista y ya venía la senda a la derecha que, en subida, desembocaba en el mayor espectáculo de la jornada: el santuario de Sant Margarida de Vinyoles, a 1205 metros de altura. Un lugar en donde una inscripción dice que allí se llevaba a los enfermos de cólera, mucho tiempo atrás. Un lugar con espectaculares vistas sobre el Pirineo Oriental, el Berguedà, Osona y el Ripollés. Debajo de esta ermita, reconstruida en 1854, estaba el castillo de la Guàrdia, datado en 1017. Y, por un camino que descendía, seguimos hasta llegar a Alpens, a 860 metros. Una bajada en medio de restos de viviendas, otras recuperadas y un pueblo al fondo, con un casal y con un bar. El destacamento que llegó antes, por hacer sólo media etapa, ya había tomado posiciones en la terraza. Todo bien acondicionado para todos en un lugar que precisamente ese día lo estrenaban los nuevos dueños.

¡Qué buena que estaba ella!

Bien pertrechados en un lugar al sol, en una terraza bien situada y con los condumios encima de la mesa, la celebración de la comida empezó con buen pie y acabó mejor. Los ánimos se fueron caldeando y, como siempre, corrieron degustaciones diversas para ser compartidas. Destacaron unos buñuelos de puro capricho. La bondad del plato de cuaresma fue la confirmación de que la cosa iba bien encaminada. Ya cerca del final, apareció ella. Se presentó con todo su arte. Aparentaba buen sabor, un color muy atractivo, un aspecto muy húmedo, muy sugerente. Invitaba al placer con calma, a observar sus encantos, a comulgar con ellos. De hecho, entraba bien. Le dimos la bienvenida, la probamos y felicitamos una vez más a quien nos deleitó con su presencia. Fue una agradable invitación del GRmano recién casado a todos los allí presentes. Ella, un símbolo más, era Anna de Codorníu, la marca de un buen cava que sirvió, una vez más, para hacer de un acto personal un gesto comunitario, una forma de compartir aquel momento civil con quienes le acompañamos en tantos buenos ratos. Él, un experto en las distancias cortas, nos hizo disfrutar del suave paladar de ella con un gran gesto.

Alpens

Antes de partir de este pueblo, hubo un momento para descubrir el entorno. Las casas de siempre se veían ya acompañadas por las adosadas, mientras aún quedaban huertas sin construir. La diferencia entre unas construcciones y otras era manifiesta. Se las veía allá, mientras aquí al lado, un pagés jubilado labraba su pequeño huerto con herramientas manuales y ancestrales, tal como hacían sus antepasados. Viejas casas con arcos en un pueblo retirado, donde hasta puede presumir de rotular su ayuntamiento de forma distinta. Se sabía dónde estaba la casa consistorial porque lo ponía un papel cualquiera, clavado con dos chinchetas encima de una puerta. Tamaño gesto gráfico sería inimaginable en cualquier entorno urbano.
Dicho lo cual, la partida llegó porque otros acontecimientos y celebraciones esperaban horas después. El sueño recuperador del autocar preparó los cuerpos para la larga noche en que otro GRmano celebró que hace poco había traspasado la barrera de los cincuenta.
Un emotivo acto con un detalle final en forma de puzzle: una estampa del Estany Tort de Peguera con el albergue Josep Maria Blanc al fondo (y con experiencias compartidas) y una frase de Abrahan Lincolm a modo de deseo y de cierre:

“Al final, el més important no són els anys de la vida, sinó la vida dels anys”


Evaristo
Terrassa, 23 de marzo de 2008
http://afondonatural.blogspot.com

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