lunes, 8 de diciembre de 2008

Etapa 13 del GR1, entre La Vall D'Ora y Sant Llorenç dels Morunys






GRMANAS Y GRMANOS


Somos humanos. GRMANIA es humana. Por tanto, también se cansa. Prueba de ello fueron los rostros, las renqueantes piernas y las expresiones alusivas al esfuerzo de una etapa que hasta en las bajadas fue dura. Una persona muy humana y con mucho humor dio fe de ello en el último tramo, cuando ya ni el consuelo de acabar impuso un cierto efecto placebo de fin de etapa. El recorrido fue exigente, con un perfil de un Solsonès desconocido en el que ni la población dispersa abundó. Mucha masa forestal, agua y vacas en un entorno que seria calificado por el poeta como de “soledad sonora”.

Caminos

De nuevo las cifras de asistencia jugaron a la baja, con diversidad de motivos que justificaban ausencias varias. Sin embargo, en algunos mentideros causó una extraña sensación un rumor que tuvo un efecto de bola (y nunca mejor dicho). Cierto Grmano al parecer priorizó una partida de billar antes que la asistencia a la etapa. Y alguien puso en marcha el disco duro con la biografía ajena y recordó cómo aquel GRmano fue un número uno en tal especialidad, aunque le pusieran muchas faltas en el instituto por aprender más de la vida en una mesa de billar que en una clase magistral (ya lo ratificó después Joaquín Sabina en una de sus canciones). Aprender como tal es una práctica continua en cada etapa. Aprender y viajar.

Viajes y contrastes

La Vall d'Ora quedó atrás, con el ecomuseo en el que las antiguas escuelas muestran las enseñanzas de las familias que vivieron de este valle, la sierra que aún funciona con agua o el molino que también se mueve con este elemento y todavía hace su función. Hace unos años, en la misma casa vivía una señora muy mayor que enseñaba a los visitantes esa cultura rural fruto de muchas generaciones y que hoy tan pronto se pierde. Contrastes de unos tiempos con otros.
Estancias recientes de una viajera también que dio fe de ello con el testimonio de su experiencia en países lejanos de Asia. El camino ascendía y rodeaba un río y una iglesia. Parecía que lo hubieran diseñado para no molestar al agua ni al silencio del solitario entorno que, desde arriba, empequeñecía una de las construcciones religiosas más importantes del románico del Prepirineo. El camino era la arteria para salir a pie de un valle que ya ocupa un lugar destacado en el recuerdo. Lo mismo que le ocurría a quien rememoraba sus impresiones de aquel país que es más que bombas en hoteles de Bombay o conflictos con Pakistan por Cachemira. A medida que se ascendía hacia el Pont de Llinars, el traslado a un país de tantos contrastes se asemejaba a una balanza en la que pesaba la modernidad y la tradición más ancestral, el tener mucho o sólo algún metro cuadrado en una calle, la paz espiritual más absoluta o las prisas occidentales también allí en Oriente, el no desear con el no hartarse. Muy abajo quedaba el símbolo del románico, cuyo nombre aparece en muchos manuales. Arriba, el balcón de una curva abría el valle y enseñaba la primera perspectiva de lo que faltaba hasta la otra vertiente.

A cubierto

Aquellas vacas y estas vacas. Unas: sagradas, intocables, símbolos religiosos, muy libres. Otras: muy bien alimentadas, muy vigiladas por pastores eléctricos, a merced del precio a la baja del mercado (especulación) y de políticas agrarias europeas variadas.
El camino ascendía en paralelo al nacimiento del Aigua D'Ora. El agua aquí era limpia, de gran pureza, como para beber sin embotellar. Allí, las diarreas se previenen con el consumo del agua envasada. Un producto, por cierto, que cada vez tiene más expertos en contra por la agresión al medio de las plantas envasadoras y por los desechos que ocasiona. Pero esto son lujos de aquí. Allí, el agua turbia también la beben. Y aquí y allí hay que comer.
Y qué mejor sitio que un camping abierto y acogedor, el camping Valldora, a 905 metros de altitud. Previo permiso, el personal aposentó sus reales en un entorno con más comodidades que las habituales. Hubo quienes comieron como si fuera bajo palio: debajo de una carpa, alrededor de una gran rueda central en la que se situó el jefe. Por allí se daban consignas del tipo “tócale mejor el culete”, frase muy expresiva para que la caminante procedente de las antípodas aprendiera los primeros pasos para beber en bota sin dejar rastro en la ropa. La situación de ese sector de comensales era propicio para establecer una rueda alimentaria: pasar productos, compartir y degustar. También esa moda de la petaca, aunque en esta ocasión falló una.
Pronto las comodidades del camping fueron usadas: lavabos civilizados, bar acogedor y, al fondo, una piscina sin agua muy bien ojeda por quienes, encima o debajo, casi se mueven “como peces por el agua” (aunque alguno sólo ha evolucionado de sapo a rana: este escriba).

Hermano roble

Las parcelas del camping quedaban atrás. El camino ascendía entre riachuelos diversos que eran la fuente de alimentación del río. Casas en medio de tanta agua, naturaleza en estado puro con un profundo olor a derivados de granjas porcinas. Casi arriba de este tramo, las escuelas a la derecha. O sea, lo que queda de ellas, cerradas para su cometido por falta de pupilos. La vida aquí es dura, tanto como la ascensión. En subida, respirar hondo esta fragancia anima a acabarla pronto. Pero se asciende, y más que vendrá. A los lados del camino aparecieron ellos: majestuosos, inmensos, de grandes brazos, enérgicos, como para copiar al Grmano que los abrazaba. Se prestaban a ello. Eran los robles que acompañarían hasta el final de casi todas las subidas. Aún no se habían despojado del todo de su vestidura pero sus enormes ramas, su gran tronco hacían volar la imaginación. Muchos años de vida, muchas generaciones de paso, mucha sombra y mucha admiración por su callada presencia, acogedora sin condiciones. Ellos son testigos de muchos soplidos, hondas respiraciones, miradas al fondo o al suelo.

Cerrojos

El camino era un abrir y cerrar puertas, pasos y más pasos, barreras de las que “el que llegue el último, que la cierre”. El perfil era un tobogán, con subidas y bajadas hasta el punto más alto, el cap de Balç, a 1410 metros. Un auténtico balcón hacia ese mar interior de agua dulce que es la Llosa del Cavall, con esa forma de barco al lado de la que sobresale a modo de mástil el santuario de Lord.
De los 1135 metros, descenso hasta los 865, casas a la izquierda y un camino que bordea un prado. Campo a través la mayoría para encontrarse con el correspondiente talud de subida a la ruta oficial. Alguien rodeó por el camino correcto y llegó antes. Pronto la pista asfaltada va tensando las fuerzas en una suave pendiente que amenaza pero sí da. A la izquierda, rocas. A la derecha, un patio hacia el río. Y sube sin parar. Revueltas y más subida. Masas boscosas a ambos lados, las marcas en los pinos de la estrecha carretera, soplidos, caminar mirando o de frente o hacia el asfalto. Y más soplidos y bufidos. Esto no acaba nunca. Andar lento, pensativo. Una etapa dura. 27 km. en total.

Ermitas

Lo típico del Solsonès, las masías y la población muy dispersa se vio acompañado por pequeñas ermitas, algunas aún con cementerio adosado, muy bien situadas en un hermoso y abierto paisaje, como si las personas fallecidas tuvieran para siempre buenas vistas. Es el caso del intermedio de la subida, un descanso para reagruparse y contemplar, a 1160 metros de altura, Sant Martí de la Corriu, casa, ermita y cementerio por detrás, con algunos nichos y un pequeño espacio quizá con muchos restos de tantas gentes que habitaron la zona. Una cruz al viento, a merced de los grandes espacios y de quien, con su imaginación, pensara en sus creencias, en antepasados de la zona, en devociones diversas o bien buscara el encuadre perfecto para la mejor foto. Y una curiosidad: en el año 2004 los Mossos d'Esquadra detuvieron a un vecino de Sant Cugat del Vallès porque había robado la puerta de esta ermita, del siglo XIII, y la había colocado para entrar en su casa
Fin de las subidas
Más arriba, un sendero lleno de espinos y matorrales de los que dejan huella...en las piernas, brazos, etc. Ganar altura implica esfuerzo pero te recompensa con el regalo de la perspectiva. Pronto, la cima con un buen patio: a 1410 metros, el Cap de Balç, con un excelente mirador hacia el valle de Lord y el pantano. También, cómo no, alguna agresión al paisaje debía haber, es la industria del yeso y el vaciado de alguna montaña muy bien aprovechada. Enfrente, la prisión del Capolatell, recuerdos de la anterior etapa. Cansancio, esperas y personas a las que ya les pesan los desniveles y los kilómetros. Pero ya está.
La bajada no es igual a la de la anterior etapa. Quien sabe de GPS, temeroso de posibles sorpresas ajenas a su excelente servicio a la causa, respiró tranquilo cuando vio que todo era más fácil. Buen camino, un sendero entre bosques con otra ermita, Sant Lleïr de Casavella, a 995 metros. Sigue el descenso hasta pasar por un puente sobre el río Cardener y llegar al final de la etapa, a 925 metros: Sant Llorenç de Morunys o dels Piteus. Y los viejos recuerdos de anteriores pasos por aquí. El cruce con el GR7 y con el Camí dels Bons Homes trae a la memoria aquella otra etapa desde aquí hasta el pueblo de las Trementinaires: Tuixent. muchas setas, Demetrio de conductor, frutas y el involuntario olvido de un joven Grmano que ya no nos acompaña.

Parada y fonda

El núcleo antiguo del pueblo, vacío a aquellas horas, acaba en el aparcamiento donde está el autocar, hay un bar y muchos árboles de un rabioso color amarillo: plataneros y moreras que enseñan los últimos matices de un otoño que pronto será un anticipo del invierno. Qué diferente estaba esta plaza una semana después: la nieve lo cubría todo, un paisaje blanco como el de aquella otra etapa entre Tuixent hasta cerca de La Seu d'Urgell. El tiempo pasa, no se detiene.
El abrevadero fue cara al sol, a esos rayos que parece que calientan algo pero que al cabo de unos minutos se apagan y el fresco aire te invita a marchar.
Y eso es lo que se hizo, pensando en el tiempo invertido en la etapa, en el sol del otoño y en otras paradas hechas en este pueblo. Recuerdos que se pueden completar con otros pensamientos como éste:

“Fes que el temps no et persegueixi,
però tampoc no el defugis;
algun dia us trobareu”
Rose Chêne


Evaristo
http://afondonatural.blogspot.com
Terrassa, 2 de dicimbre de 2008