Visiones
descarnadas de intimidades a cubierto
Hubo
un día en que los medios que informan avisaron que se acercaba una
ciclogénesis explosiva. Tamaño término pasó de la impresión a
ser una expresión casi habitual y, por supuesto, tratándose de este
país, al habitual cachondeo ibérico. Pero la amenaza meteorológica
hizo su mella, quizá más que la contundencia de un término extraño
pero explosivo. El miedo cundió y provocó que la etapa del Camí de
Sant Jaume, prevista pàra el sábado anterior, hubiera que
anularse. Una decisión muy acertada que evitó ver la realidad
mojada y posibles afecciones a las vías respiratorias. “No siempre
llueve a gusto de todos” pero cuando se pronostica tanta agua y
luego la pluviometría lo certifica, qué mejor que aplazar la
salida. Algo que para los peregrinos que se trazan una ruta y unos
días para hacerla es un lujo no a su alcance. Para algunas
decisiones, qué mejor que recurrir a expresiones ajenas: “El
camino más corto entre dos puntos es el sentido común”.
El
día de autos amaneció nublado y hasta lluvioso en la ciudad de
origen. Sospechas de pronósticos que pronto se despejaron y la
meteorología lo puso fácil. De Terrassa a Montserrat las nubes
dejaron ver los perfiles de la montaña y la subida abrió los ojos a
un mundo que parecía recién colocado ante las pupilas. La visión
fue acompañada por un repaso a la situación de un país que da
pena. La descarnada realidad no es fruto de la ficción. Quien solo
ve los problemas lejos tiene la oportunidad de observarlos también
aquí, aunque en cada sitio se camuflan con banderas, amores patrios
y desfachatez encubierta por éticas falsas y egoísmo bancario. No
se acuerdan de que los cementerios están llenos de millonarios y,
luego, los sobrinos aparecen en cualquier esquina.
Parajes
En
los aledaños de la ermita de Santa Cecília se bajó un destacamento
inicial para iniciar el camino más largo del recorrido de la etapa.
Pocas veces antes hubo una incursión previa de una avanzadilla
selecta que sigue muy activa, aunque ya la sitúen entre las clases
pasivas. Primero fueron, vieron, sudaron y lo contaron. Las
explicaciones no aportaban detalles como para la deserción en una
montaña tan querida. Pero a la hora de la verdad, ellos no se
unieron al grupo inicial. Las sospechas dieron lugar a especulaciones
diversas entre neuronas incansables. La climatología había lavado
el paisaje y el camino parecía propenso a algún resbalón. El
autocar se fue mientras el personal triscaba por un camino que empezó
con confusiones. El experimentado guía aún parecía no haber
despertado sus reflejos y su orientación eran las dudas. Encontraba
el camino a base de la experimentación de la pérdida. Y dudó en
voz alta: “¿el camino sería descarnado?” Hubo una pronunciada
subida innecesaria, parecía que Sant Jeroni era el más vertical de
los objetivos.
Sensatas
caminantes rastrearon los entornos y dieron con el sendero adecuado,
en paralelo a la carretera pero con unas vistas a horizontes lejanos
y nevados. Hubo que encaramarse con la ayuda de una cuerda y con
rústicas escaleras, se contuvieron los posibles resbalones y los
pies jugaron un papel fundamental. El hielo componía etéreos
dibujos en el suelo, adornos momentáneos en las hojas y esas
pequeñas gotas que te refrescan cuando el invierno más bien exige
calor. Los caminos paralelos son parecidos pero no iguales. Seguíamos
uno más alto, con balcones hacia unos Pirineos cargados de reservas
de agua, un paisaje que rezumaba de una combinación de lejanía y
cercanos contornos, recorridos en varias ocasiones. Como decía
Herman Hesse: “la belleza no hace feliz al que la posee sino a
quien puede admirarla”. Creímos en la frase con la práctica.
Parejas
Pronto
las paralelas perdieron sus características geométricas y
convergieron en un punto apto para los placeres de la gula. Las mesas
de Can Maçana sostuvieron viandas, bebidas y golosos postres.
Detalles significativos no faltaron. La diversidad de menús
individuales acabaron en un proceso de socialización. El guía, cada
vez más humano y con dudas, sorprendió con un postre casero
fabricado por manos femeninas. Alguien destapó la placidez de la
vida en pareja, el idilio, esa sonrisa de quien se asegura calor
humano al volver al dulce hogar, ese pensamiento que fluye en el éter
romántico y se olvida de la exactitud del camino, quizá la
incipiente papada símbolo de otras vidas o el inicio del incipiente
abdomen caído. Quien decía esto lo había experimentado y no había
renunciado a ello. La intimidad se enseña lo justo. Como tampoco
nadie desechó el té aromático, el café almeriense, el perfume de
las gotas de alta graduación y otros dulzores de la vida. En pareja
o en solitario, el objetivo podría ser el que relataba Lair
Ribeiro: “la vida no se mide por el número de veces que respiras,
sino por los momentos en los que pierdes el aliento”. Éste podía
ser uno más.
En
marcha
Otra
comarca a la vista. L'Anoia y su capital como objetivo final. De unas
líneas paralelas a otras. Una carretera vital para Cataluña, famosa
por rivalidades diversas transcurriría también paralela a la
continuación del camino. Antes, subida para alcanzar más
perspectivas del territorio y llegar a Sant Pau de la Guàrdia,
urbanizaciones diversas, cruzar la autovía y seguir en paralelo a
esta arteria de asfalto. Un camino propicio para conversaciones
diversas, algunas repetidas, un punto descarnadas porque incidían
otra vez en las artes de las entrepiernas de las cincuenta sombras
de Grey. Con mucha carne al descubierto, las intimidades
transparentaban ardores, placeres y rebuscadas artimañas para
sometimientos diversos, planificados y consentidos. La ropa sobraba y
el descaro acrecentaba el morbo de las situaciones. Pronto la
conversación se nutrió de la buena literatura de Almudena Grandes y
otras autoras que transmitían mejores estéticas con literatura más
cultivada. Quien duda de casi todo aún no ha descubierto las
fronteras de los límites y hasta puede recurrir al histrionismo de
dramaturgos como Fernando Arrabal cuando hace poco decía: “Soy una
instalación de mi caricatura”.
Esqueletos
Atrás
el esbozo del túnel de El Bruc, con nombre sonoro y reminiscencias a
timbales y batallas, adelante la entrada a Castellgalí con un
edificio que podía ser el monumento a los tiempos actuales: sólo la
estructura, sin nada que cubra las intimidades de los especuladores
que lo abandonaron a su suerte. Deudas, impagos, sueños truncados y
hogares imposibles, vidas cercenadas por crisis no pasajeras,
culpables con corbata y camisa blanca, la pomposidad de
declaraciones falsas. Intimidades a cubierto que se convierten en más
opacas cuando se visten de palabras rimbombantes. Más allá,
estrellas: en un bar la del logotipo de una cerveza; encima, otra
estrella con colores patrios. Muchos símbolos colgados de los
balcones, la libertad al aire y el afloramiento de aquel hondo
pensamiento de un amante de independencias varias que se preguntaba
en voz alta: “¿independencia, para hacer qué?”. Estrellas,
marcas, productos que se empiezan a elegir ya más por el lugar de
fabricación que no por el gusto y la calidad. Mientras, pueblos de
paso, con poca vida, el camión como símbolo de modernas
transhumancias, ruido y mercancías con destinos más lejanos.
Telas
Igualada
parecía ahí pero era alargada. Antes, polígonos industriales con
almacenes cerrados, naves en alquiler, camiones parados y nombres de
ropas de toda la vida. Nadie dudaba de dónde son las princesas, los
abanderados, los puntos blancos, los unnos o...buff.
Pues
son del mismo sitio famoso por la industria de la piel. Los cueros y
estar en cueros. La ropa y las intimidades a cubierto. El precio y
las rebajas. Las ofertas y los outlets. La escasa tela con diseños
diversos para que se conviertan en picardías. He ahí el atractivo
de las compras, ya que pasábamos por aquí. Y ahí estábamos.
Antes, un grupo acudió a aliviar la vejiga a una gasolinera. Días
después, nuestro excelso rapsoda nos sorprendió con una acertada
poesía y un verso punzante: “Se mean encima de nuestras cabezas y
nos dicen que llueve”. En el centro de la capital, el personal
parecía retirarse a sus aposentos. Alguien explicaba que en el
balcón del ayuntamiento anunciaban algo sobre una nueva nación de
Europa. Para llegar a más personas, lo tradujeron a varias lenguas.
La que ocupaba el último lugar de la lista era tan desconocida...que
la hablan más de 600 millones de personas.
Después
de pasar por un pequeño homenaje escultórico a las chucherías, el
suave sol del invierno intentaba calentar los cuerpos al sol de una
terraza. Un momento idóneo para reintegrar dineros de loterías por
un lado y, por otro, cobrar esos y algunos más. Aquí, nobleza
obliga. En otros lugares, esta estrategia bancaria se ampara en las
leyes de los mercados. Vivimos entre semánticas diversas donde,
hasta en la ciudad de las telas íntimas, las mayores vergüenzas
pueden hacer que se vean pero se disimulan con palabras confusas e
idealismos muy utópicos.
Quizá
alguna vez, para sobrevivir mejor en este panorama tan descarado,
haya que ansiar el llamado síndrome de Stendhal, esa enfermedad
psicosomática derivada de una sobredosis de belleza y placer.
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