lunes, 19 de diciembre de 2005

GR-3, 17 de diciembre de 2005:etapa 15, de Tàrrega a Vallbona de les Monges (final)

Etapa 15 del GR3: de Tàrrega a Vallbona de les Monges

La ilusión de acabar otro GR celebrándolo con cuchillo y tenedor

GRmanos y GRmanas,


La marquesina de la parada del autobús del punto habitual de salida predicaba un mensaje de ilusión siempre que jugaras a la lotería de Navidad. Detrás del tradicional calvo que cada año hace más magia con las bolas que con los décimos de nuestra cartera, ya había un grupo de senderistas que se refugiaban allí porque el frescor matinal anunciaba un posterior ambiente invernal. Pronto el grupo se hizo más numeroso que nunca y por todas partes aparecían personas a llenar el autocar más grande que GRMANIA haya usado hasta ahora.
Las 44 personas allí congregadas eran vigiladas por la atenta mirada del jefe de personal, el cual tiró de su memoria escrita en papel para pasar la lista de rigor y comprobar si aquellos rostros le sonaban o no. Nuevas caras, rostros no vistos desde hace tiempo y los habituales, todos y todas dispuestos a cerrar una etapa y un GR, a visitar un monasterio, comer, beber, cantar y participar en un acto más que coincide con el décimo aniversario de GRMANIA.
El largo pasillo del autocar parecía un anticipo de la longitud de una etapa previamente planteada al gusto del consumidor. Muchos asientos que extendían al grupo hacia un lejano final. Desde el fondo se insinuaban en lontananza las cabezas pensantes y dirigentes que ocupaban las primeras filas y que pretendían situar geográficamente el inicio de la etapa. Tàrrega estaba localizada pero la incógnita era encontrar el punto de salida. En principio, hubo movimientos delanteros ya habituales por tantas veces como la costumbre nos ha curtido en saber dónde deberíamos estar. Mientras las dudas encrespaban al coordinador, el jefe de personal, con voz engolada y enérgica, lanzó un S.O.S desafiante y prudente a la vez, dedicado especialmente a posibles mentes dudosas del tipo: “quiero y no puedo, no puedo y quiero o bien, ni quiero ni puedo”. Quien se bajara aquí debía ser consciente de las consecuencias. Y de sobra sospechábamos que la principal podría ser provocar un retraso entre los comensales hambrientos a la hora indicada si no fichaban en el restaurante de autos.
Sin embargo, quienes lo tenían claro ya estiraban sus músculos pasillo arriba y abajo, con la lycra pegada a la piel, insinuando sus marcas puestos de perfil, aunque estuvieran reducidas a la mínima expresión. Esperaban el pistoletazo de salida. Mucha testosterona acumulada debajo de la fibra y no desgastada en otros cometidos. Los Mossos d’Esquadra fueron nuestro ángel de la guarda que confirmó una vez más que cuando nuestro coordinador asegura algo es por algo.
A partir de aquí se podía correr un tupido velo a la etapa hasta Vallbona de les Monges. Narrar lo no visto es difícil pero habrá que recurrir a lo oído para imaginar lo desconocido.
Los de la lycra partieron con una marcha in crescendo. Dejaban atrás a otro grupo que iban a paso ligero. Mientras ambos pelotones se dirigían a Verdú (no a comprar cerámica negra) el grueso del grupo inicial se trasladaba por medios mecánicos a Guimerà, pueblo que exigía una profundización cultural. Un pueblo declarado conjunto histórico artístico el 20 de junio de 1975, núcleo medieval, laberinto de calles que suben hasta la iglesia de Santa María. Un sitio que crea un juego de formas arquitectónicas y que inspiró a un poeta así:
“Guimerà, insòlita
població medieval
esglaonada, que el poble
ha batejat graciosament
amb el nom de “nou de copes”
Josep J. Piquer i Jover

El camino hacia Verdú no estaba adornado por el habitual hielo que teñía de blanco los árboles, pero sí por una temperatura que retaba al trote y que te bañaba en puntitos de hielo a medida que transpirabas. La llanura era falsa o bien casi todo era llanura subiendo y llanura bajando. Verdú arriba, bajada hacia Guimerà por en medio de campos de olivos y viñedos, los tradicionales e intensos olores porcinos y lugareños trasvasando garrafas de aceite mientras debían de pensar en el estado mental de esos sujetos que a esas horas pasaban por allí.
Unos subiendo el ritmo del paso y otros aumentando su nivel cultural en Guimerà. Paradojas de la vida. Fue tal la fe y el interés de la visita que la actividad física atrapó a la actividad cultural y la sobrepasó. Si en otros ámbitos vitales pasa esto a menudo, así nos luce el pelo. En el recorrido posterior, no muy bien marcado, hubo quien se perdió y, cuando dice que se encontró, se vio a sí mismo comiendo un bocadillo en la barra de un bar, acompañado por una cerveza y un café. Así se pierde cualquiera a esas horas y bajo esa temperatura.
Tanto los titulares de plaza fija en GRMANIA como visitantes, observadores, acompañantes y cónyuges aguantaron con estoicismo y deportividad al paseo matinal por caminos rurales en un ambiente invernal, con la luz mortecina de un día sin niebla ni escarcha. A medida que subía la temperatura los bajos también cambiaban. El barro alfombraba los suelos de las botas y ponía a prueba el centro de gravedad personal. Hubo quien sospechó que el coordinador lo había colocado allí para someter a prueba a sus huestes.
No fue el barro el percance más temeroso. Quienes parecen tener los caminos y los espacios más expeditos son los cazadores, ese sucedáneo militar en el campo que, bajo el pretexto de divertirse asesinando animales indefensos y alegando la práctica de un deporte, siembra el miedo a quien se atreva a pasear cerca de su punto de mira. Los tordos eran las víctimas propiciatorias en esta ocasión pero, si te descuidabas, podías situarte en medio del fuego cruzado de la refriega cinegética, con los perros increpadores al lado y tú allí sin tener ni siquiera una bandera blanca para izarla en son de paz.
El paisaje seguía discurriendo por campos cultivados, plantaciones nuevas de olivos y viñas (buen síntoma), ruinas de casas y de torres, rieras secas y pocas marcas blancas y rojas. Pronto Vallbona enseñó su monasterio, aunque los primeros vieron antes los colores del autocar en la carretera que el centro religioso. Unos antes y otros después, la ilusión común se cumplió y se produjo el reencuentro final en el punto de destino.
Ya se veía muy lejana aquella primera etapa, en septiembre de 2004, que partía del monasterio de Sant Joan de les Abadesses. Allá aquellas abadesas y, aquí, estas monjas, en Vallbona de las idem.
Como corresponde al lugar, hubo visita turística guiada al cenobio fundado en el siglo XII. La belleza exterior se completaba con el arte sacro interior, en un recinto donde quizá para algunos pasó desapercibido que estábamos pisando el terreno donde se consolidó la línea sucesoria de la monarquía borbónica española. Sí, aquí se fraguó que un espermatozoide real y un óvulo plebeyo diera origen a una Leonor sucesora.
Al parecer, la gente del lugar asegura que, cuando los príncipes visitaron el recinto monacal, acompañando al presidente de Hungría, hicieron la tradicional ofrenda a la Virgen, la misma a la que acuden las señoras que aspiran a tener descendencia natural (no de probeta). Y siguen asegurando los lugareños que nueve meses después de la principesca visita, asomó la Leo.
No es cierto el insistente rumor de que el príncipe ofreciera huevos a esta imagen, truco que tienen en exclusiva las monjas clarisas. Los huevos los debió usar después para otros menesteres reproductores.
Las diferentes estancias fueron contempladas con interés y frialdad (debido a la temperatura). Uno de los elementos más atractivos sin duda fue la forma trapezoidal del claustro. El conjunto arquitectónico impresionó por su volumen y por las dificultades para su conservación, aliviada posteriormente al quitar unas cuantas toneladas de piedras. “Le han practicado al monasterio una liposucción”, afirmó con contundente visión estética un miembro fundador de GRMANIA. El desfile de los diferentes estilos por las paredes, desde el siglo XII hasta el XV interesó pero, la verdad, no a todos. Hubo un colectivo de GRmanos y Grmanas que rodeaban la fuente central del jardín y practicaban el arte de desafiar la física y sopesar la resistencia del hielo. Acariciaban la superficie helada con sus extremidades inferiores, la sometían a distintos cálculos de presión, no tanto para saber más sino para limpiar el barro de las zapatillas y retrotraerse hasta la infancia. ¡Qué ilusión!
Pero sigamos adelante para hacer parada y fonda en el restaurante El Tallat. Era una licencia ocasional y extra para un grupo no acostumbrado a acabar una etapa o un GR así. Comer sentados con cuchara, cuchillo y tenedor. Incluso el dueño nos decoró la sala con un pase de modelos de zorros en diferentes posturas. Faltaba el modelo “zorro salvado de las aguas del canal d’Urgell”. No, de momento no parecía estar allí aquél. La comida estuvo amenizada por un lento servicio desbordado por las circunstancias.
Al final, acabado el ágape, la sorpresa estuvo a cargo de una comisión de fiestas digital (nombrada a dedo por el coordinador). Qué decir del excelente trabajo de quienes se responsabilizaron de los diferentes regalos y músicas y del grupo animador que, con mucha ilusión también, contagiaron su alegría al resto de comensales.
Un gran final para una etapa, para un GR y para un año. Y los buenos deseos para Charo, que se recupere de su operación. Y para recién nacidas y ausentes profesionales de GRMANIA.
Y, como casi siempre, acudamos a los que más saben para que sus palabras ratifiquen nuestros objetivos:
“No hay que pensar que una caminata, como algunos quieren hacer creer, es sólo una forma como otra cualquiera de ver el campo”
R.L. Stevenson

Feliz 2006

Evaristo
Terrassa, 19 de diciembre de 2005
Texto número 45 de http://afondonatural.blogspot.com

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