miércoles, 14 de diciembre de 2005

GR-3, 19 de noviembre de 2005: etapa 14, de Agramunt a Tàrrega

Etapa 14 del GR3: de Agramunt a Tàrrega

Intrigas en torno a la salvación de un zorro de las aguas en medio de la llanura


GRmanos y GRmanas,

Un día antes del treinta aniversario de la muerte de él, el protagonismo de la penúltima etapa del GR3 fue para una especie animal con ciertos matices lingüísticos que, en sentido figurado, bien que se le podrían aplicar al susodicho desaparecido sujeto, a Dios gracias.
Nadie podía sospechar que una etapa aparentemente llana, sin apenas repechos ni desniveles, nos guardara significativas sorpresas y pusiera a prueba la capacidad de conservación de las especies animales (y, se supone que también humanas) que tiene GRMANIA. En cualquier parte salta la liebre (o puede aparecer un zorro dentro de un canal).
El momento de concentración inicial fue rápido, con un intervalo en el que hubo quien acudió raudo y veloz a extraer fondos para posteriores pagos loteros, una GRmana tuvo que restregar las zapatillas en la hierba del parque cercano por haber pisado algo blando que no era barro y otra persona acudió a la cita con el tiempo justo. Un joven espontáneo, con ojos acuosos que denotaban haber trasnochado, oteaba el pasaje del microbús no se sabe en busca de qué. Con bajas de última hora, los asientos del fondo ayudaron a algunas personas a seguir en brazos de Morfeo, aunque fuera por las curvas de la carretera de Martorell.
La autovía a Madrid descubría la habitual niebla a medida que las tinieblas daban paso al día. Se sospechaba que sería nuestra constante compañera en una comarca propensa a no ver en este tiempo el sol, pero el sol pudo con ella y los campos de la Cataluña central mostraron las singularidades de un paisaje menos monótono de lo que a simple vista parece. Agramunt, con regusto a turrón de avellana y miel, fue el inicio real de un camino que antiguamente era el límite de las invasiones de otros pueblos.
La niebla descubrió los contrastes y matices de tantas tierras dedicadas a cultivos varios. Aún existen los antiguos bancales que protegen o salvan desniveles que dan paso a un paisaje formado por tierras sembradas, otras en barbecho y algunas que aún no han sido roturadas. El verdor de los cereales nacidos hace pocos días parecía un adelanto de la primavera, enseñaba las hileras rectas hacia el horizonte de siembras a máquina, pequeños tallos que transforman el paisaje seco del verano en un vergel como si de una inmensa pradera se tratara. El trigo y la cebada estaban adornados por una capa de hielo a modo de protección fría de la noche que se disiparía pronto en un alarde de enseñar la cara al sol (treinta años después).
No, el campo no es llano. Pequeños montículos o repechos cierran un espacio y abren un nuevo paisaje que, en el fondo, es más de lo mismo pero con algún elemento diferenciador. Por ejemplo, las perdices y conejos que se les ve tranquilos hasta que sienten las pisadas humanas. Si el zorro estuviera aquí no andarían tan tranquilos. Y si, hace muchos años atrás, estas piezas le hubieran sido puestas a tiro a él, también se hubieran convertido en esos trofeos de caza que tanto enseñaba el NO-DO. La mejor escopeta y la mejor caña nacional hace treinta años que muerde el polvo de ese valle donde está “caído”.
Sin nuestro GPS humano particular sí nos beneficiamos de su excelente trabajo en la máquina y las señales digitales, junto con las marcas blancas y rojas, nos condujeron a una carretera y a un camino que nos enseñó el pilar de Almenara. Una antigua torre de vigilancia de la línea hispánica ahora con usos turísticos, escalera de acceso incluida. Invitaba a subir y a fotografiarse, incluso a probar composiciones y encuadres artísticos con la luna detrás. La torre fue la atalaya que, por mucho que uno se alejara, siempre te vigilaba. Ella era más significativa que el punto geodésico de al lado, la marca de la altura oficial del terreno quedaba eclipsada por el interés de estar más alto, ver más y fotografiarse mejor. Picados y contrapicados, una invitación a verse igual pero diferentes.
El camino triscaba por entre campos, casetos, el verdor cerealista se veía salpicado por el gris de otras tierras y por el marrón de aquellas parcelas que les habían dado la vuelta esperando su turno. Charcos, barro y los primeros signos de agua. Unas señales que se irían acrecentando como si fueran avisos de que el Canal d’Urgell estaba cerca. Este río artificial interior para el regadío estaba delimitado por el cemento que marcaba una hendidura en el terreno, por donde discurría esa corriente continua de agua que, tiempo atrás, alimentaría los cultivos agostados por la pertinaz sequía estival.
El canal también es una barrera infranqueable para los animales. Nada más llegar a sus riberas, una compuerta había detenido una gran ave muerta. La primera incógnita, descubrir cómo pudo haber muerto un animal con tanta envergadura. La segunda, descubrir de qué animal se trataba. Pero la sorpresa posterior nos la trajo un zorro que había caído allí y miraba a los caminantes con ojos de súplica. Agotado, exhausto, parecía buscar la compasión y la complicidad de quien te puede ayudar. Lo consiguió, de sobra sabía a quiénes estaba mirando. Zorro era pero no tonto. Movilización general, quien más o quien menos se conmovió con el animal aunque las interpretaciones fueron varias según el público que lo miraba y su concepto en cuanto a interpretación de tal animal.
Quienes eran originarios del campo lo veían diferente a los urbanitas y, de forma específica según el oficio, a quienes eran especialistas en medicina humana o animal. El problema era cómo salvar a nuestro “moisés” animal. Estrategias, yo qué haría, mejor tirar un palo, que se meta la submarinista, crear una cuerda, que se acerque a las escaleras. En fin, como siempre la incógnita es saber quién le pone el cascabel al gato. Un labrador que pasaba por allí en coche no demostró cara de conmoción por tal animal. La mejor solución, acudir a la autoridad competente, a nuestro ángel de la guarda salvador. Móvil, Mossos d’Esquadra, agentes forestales. Mientras venían, comida cerca del lugar de autos. El espectáculo estaba servido. Había que ver la evolución de los hechos.
El zorro fue el tema principal. Primero, su sexo. Cómo saber si era zorro o zorra. “Debe ser zorro porque si fuera zorra no se hubiera caído”. “Debe ser una zorra, al menos ésta no se esconde”. “En el agua está hecho unos zorros”. “No debe ser muy zorro para caerse en el agua”. “Le faltó zorrería y por eso se cayó”. La intriga estaba servida. Y eso que no acudimos al diccionario y hablamos de expresiones como rabo de zorra, no hay zorra con dos rabos, hacerse uno el zorro, pillar uno una zorra, no ser la primera zorra que uno ha desollado. Claro que para zorro, zorrón, zorrocloco, zorrero y zorrastrón como el difunto de hace treinta años hubo pocos.
Mientras corrían las botas hubo quien no le quitó el ojo encima al animal. No se separaba de él, con llamadas constantes a su centro de trabajo especializado en animales y maquinando estrategias para ponerlo a salvo. Su profesionalidad sorprendió a los más observadores, se movía como pez en el agua (o, mejor que zorro en el agua). Al final, aquella rapidez dio como resultado que una parte del grupo no se quisiera perder el rescate efectuado por los forestales. El espectáculo estaba servido y no era mediático. Todo acabó bien, el dominio de un lazo lo rescató y a estas horas debe estar en zona de secano, lejos del agua, siempre que los disparos de los cazadores de la zona no le hayan detenido “en seco”.
La gran actuación en el medio animal demostró la alta preparación humanitaria de GRMANIA. Seguro que este bagaje de solidaridad se traslada cada día a la especie humana y, ante cualquier detección de necesidades entre las personas, la respuesta es tan inmediata y eficaz como ante la clase zorruna.
Al lado del canal discurría el camino, por entre granjas, con algunos campos de manzanos y almendros a cada lado. Un monumento, les Pedres Ficades, curiosa construcción artificial formada por unas piedras encima de otras, tractores que aran y la inmensidad de un territorio aún cultivado. El pueblo de Santa María de Montmagastrell fue punto de concentración general. La Font de les Codines brindaba agua y unos enigmáticos cables que colgaban de la parte superior. Alguien sospechó que eran para enchufar la máquina de afeitar o usos similares entre el oficio agrícola.
Una vez cruzado el pueblo, la ermita del Sagrat Cor dio paso a un cementerio que tenía pegada en la puerta un sorprendente aviso, digno de pasar a los anales del absurdo: “Els títols acreditatius d’aquests níxols estaran a disposició en l’associació de veïns”. Parece que los de dentro no se daban por aludidos, o estaban allí porque ya tenían los títulos, y los de fuera quizá no tuvieran interés en acreditarse, como mínimo de cuerpo presente. Los vecinos de Claravalls no lo debían tener muy claro.
El camino pasaba por Altet, con fuente incluida y, también, un cementerio al final. Bifurcación y falsa sospecha de pérdida. La amabilidad de una pareja no muy agraciada físicamente fue instantánea. En el momento que escucharon que podía haber alguien despistado encendieron el coche y se pusieron al servicio de GRMANIA. Una positiva actitud desconocida hasta hoy. Un público agradecimiento al significativo detalle.
El camino pasaba al lado de uno de esos monumentos de otras épocas en que los arrieros de la ruta de Cervera y Tàrrega usaban los hostales, en este caso el Hostal del Bosc. Edificios ya abandonados, testimonios de unos años que han dado paso a modernidades y diseños varios, aunque no le ha debido tocar esto al Ateneu de Tàrrega, lugar “intocable” por los encargados de la limpieza, en donde por poco quedamos pegados mientras comíamos en una entorno amarillento y no a causa de la pintura.
La ciudad comercial por excelencia, capital del Urgell, donde cada habitante es un comerciante nato, atesora los afamados lavabos de RENFE, los cuales no aguantan la prueba del algodón, comparables a los del Ateneu; lugareños tocados por la diversidad de procedencias, fira de teatre al carrer y el antro donde comimos, denominado eufemísticamente “Ateneu”. Un lugar para olvidar si no fuera por los buenos momentos entre condumios, jarras y la habitual timba anterior a la lotería navideña. Quienes por estas fechas traen la cartera llena de billetes la llevan repleta de ilusiones en forma de papeles con números. Y todos llevamos un buen número que invita a prácticas varias, acabado en “69”. Claro que a más cosas invitaría si fuera agraciado con un premio gordo.
Nos toque o no, lo que sí es segura es la comida oficial de Navidad del 17 de diciembre que, además, despide el GR3.
Un camino, una comida en un restaurante y más....
Y una frase de despedida dicha por Valery Babanor después de escalar en el MacKinley, en Alaska:
“Si miras profundamente en tu interior, puedes decir sin temor a equivocarte que el camino que sigues te lleva al infinito”.

Evaristo
Terrassa, 20 de noviembre de 2005

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