viernes, 2 de diciembre de 2005

GR-3, 24 de octubre de 2004: segunda etapa, de Vidrà a Els Munts

Segunda etapa: de Vidrà a Els Munts

El placer de caminar con voluptuosidad

GRmanos y Grmanas

Este aspirante a escriba de GRMANIA quiere iniciar esta extensa epístola pidiendo disculpas, saludando y aclarando, todo en estricto orden. Disculpas en público a los GRmanos Carlos y Antonio Gil por haberlos dejados “tirados” en el punto habitual de encuentro matinal. Un hecho no atribuible al posible nerviosismo postadolescente y momentáneo de este GRmano, por ser conducido al punto de salida en el coche de una GRmana con botas y bota. Procuraré que no vuelva a ocurrir tal afrenta. En segundo lugar, saludos a la nueva GRmana Adela y felicitación por su introducción en GRMANIA con una primera prueba iniciática, que en nuestra logia andarina implicó una pared casi vertical al final de la etapa. Y una aclaración inicial para entender las líneas posteriores.
El Grmano Jaume me instruyó con sus sabios y doctos consejos ya de vuelta en Terrassa, aleccionándome de que moderara el lenguaje descriptivo de varios hechos que sucedieron a lo largo del recorrido, acontecimientos provocados quizá por las hormonas otoñales de algunos miembros y miembras, por desmesurada imaginación ante aspectos de la naturaleza, identificables quizá con contenidos relacionados con el sexto mandamiento o vaya usted a saber porqué: voluptuosidad, concupiscencia, la imaginación al poder. He seguido sus consejos y me encuentro ante el ordenador con una mesa repleta de obras de ayuda para no caer en vulgarismos y chabacanerías impropias de quien tanta educación recibió del anterior Régimen: el diccionario de la Real Academia Española, otro de sinónimos y antónimos, el diccionario de uso de María Moliner, el de Manuel Seco y, muy lejos de mi vista, el diccionario cheli de Francisco Umbral o cualquier obra del ya fallecido Camilo José Cela.
Conducidos por un veloz chófer, ya jubilado y dueño de la empresa, propenso a mirar para todos los lados menos para la carretera, llegamos al Coll de Vidrà. El grupo de zancadeadores y zancadeadoras dejaron atrás al Comte Guifrè del Ripollès y se adantraron en tierras de Mossen Cinto Verdaguer, ese maestro del lenguaje nacido en tierras de esta comarca osonenca, en Folgueroles. En realidad, todo el camino fue una disculpa para subir hasta topónimos con la terminación “Munt(s)”: montañas. Abandonamos el GR para ascender al primer objetivo, el monasterio de Bellmunt, a 1246 metros de altitud. Un promontorio que nos hizo parecer que Cataluña giraba en torno nuestro. “Fer pais” también puede ser sudarlo y verlo desde arriba, dejando los problemas más humanos allá abajo. El Puig Cubill (1492 m), el Puigsacalm(1515), el Coll de Bracons (1130), puntos ante nuestros ojos explicados en un mural “obsequi de la lleva del 69”. La panorámica era extraordinaria, con picos que nos rodeaban por todos los lados. La niebla propia de la comarca fue nuestra mejor aliada. Permaneció ausente, aunque no así los típicos olores animales osonencs.
Visto el paisaje, los estómagos pidieron auxilio. Y en esas estábamos cuando en un grupo lateral ya se asomaron los ardores hormonales, las feromonas causantes de cierta indisciplina en el lenguaje y en las posturas. Los hechos de autos partieron de una explicación técnica de Paco Troya sobre unos músculos situados en la parte de atrás de las piernas. Si el funcionamiento es correcto, has de llegar con las manos al suelo arqueando la espalda hacia delante y sin doblar las piernas. La superioridad femenina fue evidente: Ana y María lo hicieron bien. Ante varias demostraciones que ratificaron la atrofia del músculo masculino y viendo por atrás la postura femenina que la situación provocaba, nuestro sabio Rafael interpretó esto con un sofisma de fabricación propia: “esta postura es el estado natural de las mujeres” (favorecedor de la procreación). Su apreciación anatómica inmediatamente fue calificada de machismo y de respuestas muy primarias a tal superioridad para doblarse. Incluso un GRmano llamó al jefe de la tribu para que formara a los hombres a un lado y a las mujeres a otro, doblados y en perfecto estado de revista. Al final la cosa quedó en anécdota pero parece ser que Rafael consiguió lo que se proponía: calentar el ambiente. Y doy fe con esta crónica que lo consiguió.
A partir de aquí, en la bajada de Bellmunt ya se oían improperios eróticos, chistes, chascarrillos cuarteleros e insinuaciones de tamaños, conquistas y éxitos varios. Al salir de una curva descendente uno de los grupos finales observó un rápido agrupamiento femenino en torno a un objeto que había en el suelo. El género hombre que por allí circulaba se acercó a comprobar tal objeto de adoración multitudinaria y cuál no sería la sorpresa que el centro de atención era una seta. Quizá la única del contorno, encontrada por un potente grupo femenino y con un curioso nombre: “Phallus Impudicus” (consultado el libro “Guia dels bolets dels Països Catalans” de Ramon Pascual, la llama familiarmente “Ou del diable”). La describe sin valor culinario alguno, pero no menciona otras virtudes que la imaginación produce cuando las feromonas están a flor de piel, o debido a enseñanzas de Lorena Berdún en el televisivo “Dos Rombos”. Vimos que “un falo impúdico” era el centro de interés femenino: jolgorio, jerigonza, regocijo, admiración y quién sabe qué mas. Incluso un miembro masculino del grupo (que no diremos su nombre) se fotografió con el boletus a modo de otro “miembro” más entre las piernas. Lástima que se le movió el artificial y en la foto salió totalmente flácido. Entre las posturas naturales y los falos impúdicos, el calor y la desinhibición global, el camino se afrontó de otra manera. Y, por contraste, algunos quisimos creer que también habrá “phallus pudicus”. Porque si no, ¿qué hacemos algunos aquí? Después en el autocar, en la zona delantera, comenzó un simulacro de concurso “Pasapalabra” con vulgarismos andaluces en torno a tal miembro: zupo, bergajo, cipote, chichorra y otros que Jaume me imagino que aconsejaría no mencionar.
La alegría de la retaguardia era ignorada por las primeras filas. A lo largo del recorrido todo fue fijarse en los bosques de los bordes. Ocres, morados. marrones, amarillos, el otoño nos ofreció la mejor pintura sin estar en museo alguno: al natural. Que si se estudiaban los árboles, que si restos de animales marinos incrustados en las piedras, que si frutillas de colores, mucha observación que al final también consiguió otro resultado: ¡otro phallus impudicus! El caso es que ninguna seta más, de ninguna clase, y dos falos antes de llegar a mitad de camino.
Una parada de reagrupamiento, al lado de una riera, nos mostró lo que es la uniformidad, la marcialidad y la disciplina que Pepe se ve impotente de conseguir aquí (ni falta que hace). Un grupo de “escoltes” o similares desfilaron ante nuestros ojos con tal arte que suscitó algunos aplausos cual desfile de las Fuerzas Armadas del ministro José Bono. De forma automática, hubo un movimiento de fuerzas contrarias y, mientras los marciales se adentraban en el bosque, los descamisados de Pepe se ponían en marcha en gran desorden pero con alegría y buen rollo. No sabían ellos y ellas cuál sería el regalo final.
Sant Quirze de Besora, profundos olores de animales, cuadras, granjas, más olores hasta enfilar después de la última fábrica animal de perfumes un camino que ascendía cercano a una riera. Dudas, movimientos de mapas, consultas de diversos técnicos, necesidad de comprar entre todos un GPS con los fondos reservados por Pepe y, al fondo, muy al fondo, Els Munts . En un alto, como corresponde a la palabra, final de etapa, objetivo previo a las jarras de cerveza. Había que llegar. En marcha. Agua. Marcha. Ritmo y el camino que se empina(con perdón, Jaume). Estiramiento del pelotón. Dos grupos: unos, los que se entrenan por su cuenta en gimnasios y plazas varias, sufren menos si también probaron la épica ascensión a esa montaña del Moncayo llamada por Pepe “nuestro himalaya particular de juguete y gaseosa”; otros, los que pretenden progresar poco a poco y conseguir el objetivo con paciencia y sin presumir de ir sobrados.
Ascensión sin parar. Una casa a la derecha. Ramón López se la mira con ojos “golosines”. Sigue subiendo. Empieza a descolgarse el personal. El pelotón se estira. Manel se agarra a un árbol pero él sigue con tesón. Esto no se acaba nunca. “¡Mira que decir que la etapa era casi llana!”. Camino ancho que se estrecha. Sube. No para de subir. ¡Qué horror lo que se ve! Piedra lisa en fuerte subida. Resbalones. No hay casi árboles donde sostenerse. Un trago de agua. Esto no se acaba. Sigue. Al fondo, falso llano. Seguimos. Una hilera de hierba envuelta en un largo plástico blanco. Los de las feromonas más embravecidas y aún con fuerzas haciendo bromas sobre si era un gran condón (otra vez perdón, Jaume). Sigue subiendo (el camino, se entiende). Una senda que ya parece el final. Arriba. Esto no se acaba. Parones, pasos cortos, respirar hondo, cambio de color en la cara, sudor y más sudor. ¡Y decir que esto es llano! Arriba, la roca de Els Munts. Pero para llegar al final hay que girar a la derecha. Sigue el camino. ¿Dónde y cuándo acaba? Al final, al fondo el cielo y el descanso. Hemos llegado. La camiseta chorreando, la boca seca, los niveles de glucosa bajo mínimos pero el paisaje que se ve, lo máximo, algo grande en todas direcciones. Por orden y de forma circular: Puigsacalm, Gullieries, La Plana de Vic, Montserrat, Pedraforca, el Catllaras, el Cadí, Santa Maria de Montgrony, el Puigmal, el Taga, Bruguera, el Montseny. Todo y más desde Els Munts: 1086 metros y el mundo al fondo, en panorámica y abajo.
Una vez en el bar de Sant Quirze de Besora, mesas repletas de bebidas y productos no de régimen. Un exquisito dulce de membrillo de Tessa, novedad gastronómica. Como siempre, donde se pone Manel es la zona más visitada. Siempre repleta aunque él casi no probara bocado debido a los efectos colaterales en su cuerpo de la última subida. Pero tuvo fuerzas aún para explicarnos un curioso método para quitar inmediatamente el hipo, en especial el femenino. Como tal método no aparece en los manuales oficiales que tengo encima de la mesa, no procede contarlo aquí.
Para acabar, sólo desear que todos y todas podáis suscribir la frase que Ramón Alcaraz pronunció al final de la comida a modo de resumen. “Hoy he estado en mi salsa”.
Terrassa, 24 de octubre de 2004

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