viernes, 2 de diciembre de 2005

Un largo GR: 50 años en la vida de nuestro coordinador principal

Primer acelerón: de cero a cincuenta años en más de 18250 días

Sobre las andanzas vitales de un apreciado andaluz, en su recorrido desde el Jarabancil hasta La Mola



GRmanos y GRmanas,

Esta epístola tiene por objetivo viajar por algunos aspectos vitales de nuestro ilustre jefe, hombre docto en múltiples saberes y cultivador cada vez de más aficiones. Si nos proponemos acercarnos a su momento actual, quizá de bastante felicidad vital ya cumplidos los 50, hemos de aprender de su amor a la historia y a la geografía y poner en práctica estas ciencias, pero en esta ocasión aplicadas a su vida más pública. Por tanto, vamos a caminar por su senda vital y a descubrir sus andanzas anteriores para reconocerle aún más sus méritos presentes.

El punto de partida de esta etapa del único Gran Recorrido al que nadie quiere verle el final, o sea, la vida, se inició hace ya cincuenta años cerca de las laderas de un montículo jiennense llamado Jarabancil , de 724 metros de altitud. Posiblemente ya se asomaba en la cuna y lo miraba en lontananza, no se sabe si admirando la enorme mole (vista por ojos infantiles) o sintiendo curiosidad por esos puntos luminosos que tanto brillaban por la noche cerca de su cumbre. ¿Sería el principio de sus aficiones montañeras y astronómicas? No queremos creer que los primeros colores que entraron por sus ojos fueran el blanco y rojo pintado en forma de rayas horizontales en cualquier camino, como si se tratara del GR7 que nace en Algeciras y sigue hacia el norte pasando no muy lejos de Vilches.

Aquel 13 de abril de 1955, en el punto de salida al mundanal ruido, sabemos con total seguridad que estaba congregada como mínimo su madre. Se supone que había echado cuentas y anotado en su lista mental cuándo tendría que aparecer el esperado nuevo ser. Y si tenía que llegar llegó y nació en una casa que a su vez también era horno de pan, pues su padre era panadero. O sea, el niño debió nacer muy bien amasado. Después de tantos años, a las pruebas nos remitimos.

Para entender a cualquier sujeto y más a éste tan amante de geografías, historias y cualquier conocimiento que se le cruce por las neuronas o por el firmamento, hemos de indagar en su lugar de origen, ese punto de inicio de un largo recorrido dividido en más de 18250 etapas.

Las estribaciones de Sierra Morena, ya desde edades remotas, habían sido punto de encuentro de muchas culturas cuya aglomeración de conocimientos quedó perpetuada en algunos personajes vilcheños, como aún se puede comprobar. En medio de pastizales, humedales y tierras donde se concentran la avena, la cebada y el olivo, el nuevo retoño se supone que olía su futuro si quedaba en aquellas tierras y, oler por oler, debía oler los millones de litros de aceite de la zona y el intenso olor a cerdo de su enorme cabaña ganadera.

Quizá no supiera por aquel entonces que su cuerpo se apoyaba en una superficie a 548 metros sobre el nivel del mar, 38º 12’ de latitud norte y 3º 30’ de longitud oeste. Por desgracia, en aquellos momentos no tenía aún su amado GPS para confirmarlo pero sus más de cinco mil habitantes ahí estaban aunque no todos, pues desde mediados del siglo XIX se inició tan intensa emigración que hasta estas tierras catalanas nos trajo a tan apreciado jiennense.

Pero, antes de emprender rumbos norteños, nuestro infante tuvo que moverse por ese núcleo al norte de Jaén, en la comarca de El Condado, con ríos cercanos como el Guadalén, el Guarrizas y el Guadalinar y pantanos y olivos y más olivos y cerdos, muchos cerdos, demasiados animales y árboles que le auguraban trabajos no muy intelectuales. La verdad es que no le debían convencer aquellos versos del poeta: “Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma, ¿quién levantó los olivos?”. Y se puso a aprender. Vilches ya tenía centros de enseñanza. Y ¡vaya si los tenía! Con unos maestros que le inculcaron a nuestro jefe un gran amor por la enseñanza. Prueba de ello es que su primer recuerdo de la escuela fue la paliza que le propinó su maestro. ¿El motivo? Por querer ser un adelantado y hacerle el número tres como una ene. Sin embargo, para casos como éste y otros derivados de la furia de sus amigos, allí estaban sus hermanas mayores que lo protegían, pues sus travesuras eran continuas.

Los cronistas apócrifos del pueblo dan por hecho que, a imitación de la niñez de la época, tuvo que participar en esa curiosa tradición de taponar las cerraduras de las puertas con “gachas”, ese plato típico que en Vilches se comía el día de los Santos. Claro que, al crecer, perdió esa costumbre y se apuntó a otra que a tantos nos gusta. En su pueblo le llamaban “la postura”, o sea, beberse unas cervezas con los amigos y disfrutar de las tapas de los bares. Con todo este bagaje, podemos comprobar cómo es cierto eso que circula por los mentideros de Internet, que los vilcheños son gentes abiertas y agradables.

La primera etapa en estas tierras también le insuflaron esa tradición espiritual que emanaba de la patrona del pueblo y que se conjugaba con ese espíritu de marcialidad guerrera que dan las grandes batallas, pero que ahora es incapaz de trasladar a sus acólitos de GRMANIA. La Virgen del Castillo, como patrona de Vilches desde 1784, puede que fuera la precursora de ideas que sembró en nuestro protagonista de este camino. Ayer fue esta virgen y hoy, cuando sube a Montserrat, no puede dejar de besar a La Moreneta y ponerle algunas velas. El caso es que ya en su pueblo se dieron curiosas casualidades históricas y culturales. Por ejemplo, después de la batalla de las Navas de Tolosa, que se produjo aquí en 1212, terminó la dominación árabe de Vilches, entrando las tropas cristianas al mando del rey Alfonso VIII y del arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Roda. Estos dos mandamases convirtieron el castillo árabe en santuario cristiano, y rindieron culto a la Virgen bajo la advocación de “El Castillo”, que tiene hasta una cofradía fundada en 1594. Desconocemos si nuestro protagonista también es cofrade pero lo que sí sabemos es que se proclama andaluz, se le notan aires espirituales y, lo de árabe, vamos a dejarlo para otro momento pues ahora no toca.

La siguiente etapa vital se inició en 1965, cuando tomó el GR 7 hacia el norte y desembarcó en Ca N’Anglada, barrio muy propio para un descendiente de la cultura árabe que, al igual que ocurre hoy, pretendía “comerse el mundo” desde su nuevo paraíso terrassense. Como sus ansias de aprender ya eran manifiestas, la escuela Montserrat fue testigo del interés del vilcheño por ponerse al día en los niveles que decían que se daban por tierras catalanas. Pero, por causas aún no investigadas, al poco tiempo cambió de aires, puso “pies en polvorosa” y se fue al otro extremo de la ciudad. El barrio de Can Boada y el colegio Francia fueron su nuevo territorio. O sea, sus ansias de correcaminos y de viajes ya los cultivó desde su más tierna infancia. El chico no paraba de moverse, de trotar y de gastar zapatillas. Pronto se dio cuenta de que había cambiado el Jarabancil por las estribaciones de La Mola.

La etapa de la enseñanza superior significó otro traslado y la Academia Mentor pronto descubrió quién era ese nuevo sujeto tan viajado e intercultural. Allí hizo lo que en aquel entonces se llamaba Bachillerato Elemental. Porque no creáis que iba a hacer el Superior en este reciente destino. No. Volvió a coger los bártulos y, cual emigrante en permanente estado nómada, a otro sitio, al instituto Blanxart. No le debió ir mal por esa nueva zona porque aquí asentó sus posaderas tan bien que se enfrentó después con el COU, pero en ambiente nocturno. ¿Sería por ver mejor las estrellas o porque la noche era más cautivadora y le permitía otros menesteres?

Su etapa adolescente no sólo la dedicó al estudio. Entre tanta nocturnidad cultivó su futura afición a los astros. De hecho vivió con mucha intensidad la llegada del primer hombre a la Luna, en 1969, con tal pasión que a sus 14 años sólo se veía siendo astronauta en el futuro. Al final parece ser que no lo fue pero supo disfrutar de las modas de la época. La música se convirtió en otra de sus debilidades.

Según cronistas allí presentes, en su adolescencia y juventud presumía de tener un tocadiscos de los de maletín, pieza única que pocos tenían y con la que escuchaba con pasión a Fórmula V, Los Bravos, Toni Ronald, Alice Cooper y, ¡faltaría más!, a Los Beatles. En cualquier momento os puede cantar su canción favorita, “Get Back”. Pero no sólo escuchaba sino que pasaba a la acción: siempre amenizaba las fiestas particulares y los guateques de los domingos por la tarde. Se adelantó a las discotecas y a los pinchadiscos. Dicen que era un experto en crear ambientes y que manejaba los platos y unía las canciones con mucha soltura.

Pero en su vida no todo eran fiestas y farras. Nuestro jefe también trabajaba y tanto movimiento estudiantil se completó con múltiples y diversas actividades. A los 15 años se inicia como aprendiz de electrónica y de serigrafía. Después ingresa en una fábrica de puertas de madera, sabiendo lo que es el trabajo en serie. Su gran recorrido sigue. Otra etapa se abre a los 19 años, cuando se introduce en el mundo de la construcción y, ni más ni menos que se atreve con la especialidad de encofrador. Un trabajo con unos resultados que se pueden ver aún en la realidad, porque de momento ninguna obra nadie tiene conocimiento que se haya caído. Incluso en Sabadell hasta colaboró en la construcción de una escuela para el OPUS. San Josemaría Escrivá ya le debe tener asignado un oficio en el cielo.

Se debió santificar tanto trabajando en este tipo de colegios que en la siguiente etapa aplicó su experiencia constructora a alguna empresa o negocio. No se sabe si la refinería en la que trabajó en Tarragona era o no de la Obra. Siguió viajando y ahora su destino laboral fue el tren. Las personas de GRMANIA quizá desconocen que cuando vienen por ferrocarril desde Sant Sadurní d’Anoia hasta Martorell, allí hay restos fosilizados de los sudores de nuestro jefe. En esta línea no le tocó poner la primera piedra pero de las siguientes, puso muchas. Este currículum tan extenso en agachar la espalda al sol lo completó haciendo pisos en Igualada, un puente en la autopista de Mollet y también tocó el negocio de las empresas de distribución de alimentos. Participó en hacer el ahora llamado Carrefour de Can Parellada.

El bagaje de tanto agacharse y volverse a levantar le debió aclarar las ideas y vio que se le disparaba el ansia de tocar grandes cantidades de dinero. Solución: ocho años manchando sus dedos con enormes fajos de billetes que pasaban por sus manos pero que su dueño final no era precisamente él. La Caja de Ahorros de Terrassa lo acogió en su seno tan bien que aprovechó cualquier oportunidad para hacer trabajar sus neuronas con estudios superiores y poner pronto una pica en Flandes. Hizo primero de Derecho, Magisterio y Geografía. Y todo lo consiguió con el sudor de su frente mientras soñaba con otros destinos profesionales. Parece ser que estaba condenado a satisfacer su continua curiosidad intelectual y a dejar que el brillo del dinero fuera para los que se lo ganan con el sudor de los de enfrente.

Pronto una nueva etapa se le inicia, cuando en 1986 aprueba Oposiciones y entra a formar parte del mundo del funcionariado. Con este título tampoco se detienen sus correrías y son varios los colegios de Terrassa en donde ha intentado formar a generaciones de discípulos. Vaya, por lo menos ha puesto su empeño.

Como las fronteras son imaginarias, ansía conocer mundo y su periplo es intenso. Viaja para ver y para contar. Porque seguro que, si le preguntáis por cualquier cosa de estos viajes, os la explica con pelos y señales. Ponedlo a prueba y preguntadle por sus recuerdos de la estancia dos veces en Francia y Portugal, también por sus visitas a Holanda, Bélgica, Alemania, Dinamarca, Noruega, Finlandia, El Cabo Norte, Marruecos, Inglaterra, Escocia, Italia, Egipto, Canarias y casi toda España. Los medios de desplazamiento fueron varios. Empezó con los motorizados pero últimamente ya se decanta por los de las fuerzas propias, como son caminar o ir en bicicleta. Y ahí lo tenéis por el Camino de Santiago, a pie o a dos ruedas.

Sus primeros cincuenta años los ha estirado muy bien, tanto que ha podido enamorarse de causas perdidas y gastar sus energías en innumerables asociaciones de vecinos, sindicatos y otras utopías, pasando por la lucha antifranquista y por partidos políticos de izquierdas. O en cultivar rarezas como el estudio del esperanto, incluso en mirar al cielo cada vez con más intensidad y quedarse tan embelesado con lo que debe haber allá arriba que ahora sus dos ojos, siempre que la luz urbana se lo permite, se ponen en órbita nocturna buscando lo desconocido. Y no hablemos de su amor a la estadística. Cualquier dato que cae en su mente lo relaciona con cualquier otro y, entre todos, extrae sesudas conclusiones. Desconocemos cómo interpretará, por ejemplo, que a lo largo de su vida ya haya conocido a seis Papas, siempre que a nuestras fuentes eclesiásticas no se les haya ido “el santo al cielo” y hayan errado en sus cálculos. Cosa que a él no le pasaría nunca.

Y con todo esto y más - que es privado y que aquí no se debe contar - nos situamos en Sant Miquel de Guanteres, en casa de Paco García. Lo vemos a sus 50 años en medio de su gran recorrido vital, ejerciendo su humanidad en uno de sus nuevos destinos, como es la coordinación de GRMANIA desde hace más de nueve años. ¿Y qué más le podemos pedir? Pues eso, que siga haciendo su particular GR en agradable compañía y que lo podamos ver después del segundo acelerón, que muy bien pudiera ser como mínimo “de cincuenta a cien” con igual energía y mejor talante.

Evaristo


Sant Miquel de Guanteres, 13 de abril de 2005

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